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Fortunata y Jacinta

4-M y el mito de la izquierda

Forja 109 · 9 mayo 2021 · 41.11

Un programa de análisis filosófico

4-M y el mito de la izquierda

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo esta nueva entrega que lleva por título “El mito de la izquierda” y, si todo va bien, la semana que viene abordaremos “El mito de la derecha”. Insistiremos en estos asuntos porque, como podemos comprobar a diario, cada vez funciona con mayor intensidad esa tendencia a la polarización dualista maniquea, a interpretar la Izquierda y la Derecha como dos términos absolutos cuyo enfrentamiento estaría dado in illo tempore. Esta polarización suele ser interpretada en clave reduccionista: la lucha entre el Bien y el Mal; la vanguardia, la heterodoxia y el progreso de la Izquierda frente al clasicismo, la ortodoxia y el conservadurismo o la reacción de la derecha. Otro reduccionismo muy en boga es el sociologismo que consiste en reducir la política a la lucha de clases. Todo esto provoca que, para la mayoría de los pretendidos “intelectuales” de izquierdas, los resultados de las pasadas elecciones autonómicas en Madrid resulten incomprensibles.

En twitter, por ejemplo, encontramos este burdo análisis de la periodista del diario Público y de la revista CTXT Anita Botwin: “Madrid es alcohólica, porque si no, no me lo explico”. De su pluma también han salido perlas como las siguientes: “Yo le quitaría la pensión al votante del PP. A tomar por culo, ya lo he dicho”; o esta otra y fíjense en que habla de la izquierda en singular, idea esta de la izquierda unitaria que hay que que triturar sin contemplaciones. ¡Señorita Botwin, no existe la izquierda, sino las izquierdas! Así dice: “Haciendo autocrítica, siento que la izquierda actual no sabemos llegar a la gente currante, hablamos desde nuestra élite intelectual…” Sí, hija, sí, habláis desde la élite intelectual de los campanarios ultracelestes. Aquí va otra perla de la Botwin: “La autocrítica que la hagan también quienes votan en contra de sus intereses de clase”. Esto equivale a decir, más o menos, que si la realidad no les da la razón, la culpa la tiene la realidad. ¡Si la realidad no nos quiere peor para la realidad! Reaccionan como aquel médico hipocrático que sentenció “El cadáver miente” al ver que su diagnóstico no se ajustaba a la realidad del cuerpo que estudiaba. Una vez más comprobamos que, cuando de las urnas no sale lo que estos demócratas fundamentalistas quieren, entonces el pueblo deja de ser ese ente sagrado y pasa a ser considerado como un rebaño de borregos que se deja adoctrinar por los criptofranquistas o por esa “cultura sociológica que ha gobernado Madrid durante 26 años”. “¡26 años infernales!”, han llegado a escribir en un manifiesto. Eso sí, estos mismos grupos no reconocerán el adoctrinamiento ideológico implantado en Cataluña desde hace décadas porque generalmente ellos mismos son filoseparatistas y comparten con los nacionalismos fraccionarios un enemigo común: España, a la que hay que demoler ya sea en nombre del Género humano, ya sea en nombre de unos presuntos pueblos indígenas (vascos, catalanes y gallegos) secularmente oprimidos por la malvada Castilla, entendida como prisión de naciones.

Por supuesto, tampoco reconocerán la “cultura sociológica” implantada por la socialdemocracia española en los últimos cuarenta años. Por su parte, los militantes de Podemos harán cabriolas para justificar que su amado líder haya preferido abandonar la tribuna parlamentaria, pública, para irse con sueldazo a los platós de una de las televisiones privadas más grandes de Europa. Y esto lo ha hecho Pablo Manuel Iglesias Turrión, precisamente porque Pablo Manuel Iglesias Turrión no es un político que vele por el bienestar de los ciudadanos, sino un agitador social que vela por sus propios intereses y por el bienestar de su bolsillo. En efecto, el señor Iglesias sabe hacer propaganda, pero no tiene ni idea de gobernar y, además, se aburre y le faltan arrestos para intentarlo, como ha dejado claro ante todo el mundo, aunque algunos se hayan tragado su discurso victimista. Es usted un cobarde, señor Iglesias, y aquí le vamos a decir, con Platón, que gobernar bien es una tarea complejísima pues exige, ante todo y sobre todo, la prudencia del político, así como una profunda preparación de la que usted carece. El buen gobierno, señor Pablo Manuel, no consiste únicamente en saber hacer propaganda. En política, además, hay factores que nos sobrepasan supra-subjetivamente y que no dependen de que la gente vote o deje de votar, no depende de si hay o no democracia y, ni mucho menos, depende de que uno sea de izquierdas o de derechas. Hablando de democracia, por cierto, convendrá recordar que la demagogia y la retórica hueca no son déficits de la democracia, sino parte consustancial de la misma, como ya vio Aristóteles y como podemos comprobar cada día.

Señoros, señoras y señores de Podemos, su amado líder ha abandonado el servicio público que había prometido a sus votantes para irse con los capitalistas de Mediapro y se las ha ingeniado para que el Estado, o sea, el resto de españoles, le paguemos una indemnización de más de 5.300 euros al mes durante quince meses por los servicios no prestados a la Nación como vicepresidente. Y lo peor de todo es que, al solicitar y recibir dicha indemnización, el secretario general de Podemos incumple el propio código ético del partido morado, dado que el artículo 12 señala que los cargos públicos del partido no percibirán «ninguna remuneración ni cesantías de ningún tipo una vez finalizada su designación en el cargo». Que este señor era un impostor oportunista lo sabíamos algunos desde antes del 15 M, no porque fuéramos más listos que los demás, sino porque quizás somos menos ingenuos: las soluciones milagrosas no existen en política, así que no, ningún ánimo triunfalista, ninguna ingenuidad, ni ante Podemos, ni ante el PP, ni ante el PSOE, ni ante VOX ni mucho menos ante Más País. Porque, atención, Iglesias se ha largado a la tele a ejercer sus funciones de telepredicador, que es lo que a él le gusta, pero ahí sigue el partido de Errejón, ese partido que a nivel autonómico se llama Más Madrid, pero que a escala nacional no se atreve a llamar Más España no vaya a ser que le llamen fascista o algo por el estilo, y por eso lo han llamado MásPaís. Por cierto, qué vergüenza los comentaristas de la televisión pública española en la noche electoral del 4M que ni por casualidad pronunciaban la palabra “España”: Este país por aquí, este país por allá y pepinillos en vinagre. Pero, oiga, ni ofreciéndoles golosinas dicen España. Qué vergüenza. Señorones de la tele, en mi pasaporte no pone “Nacionalidad: este país”, sino “Nacionalidad: España”; señor Errejón, lo que está amenazado por las políticas expansivas marroquíes no es “este país”, sino España, pues Ceuta, Melilla y Canarias son parte formal y material de España desde hace siglos, no colonias. Interesa, me parece a mí, votar al partido menos lesivo para España, no a un partido que, por no decir “España”, dice “este país”. Así que, insisto, mucho ojo con Errejón porque su ideología es todavía más indefinida que la de Pablo Iglesias y encima va de buen rollito. Más País es el nuevo partido ecofriendly globalista happyflower que dice que la transición será ecológica o no será o que en democracia no se debe insultar, como si en monarquía o en aristocracia sí se debiera insultar. “De colores, de colores se visten los campos en la primavera”.

Pero sigamos, porque según estos presuntos lumbreras de “izquierdas”, si los trabajadores madrileños de todos los estratos sociales votan a la derecha (a los nazis, en opinión de la vicepresidente Carmen Calvo) es porque son unos catetos que no se enteran de la misa la media. Partidos como Podemos han pasado del lema “El 4M nos jugamos la democracia” y “Que hable la mayoría” a insultar a ese demos, a ese pueblo, a esa mayoría, que no vota lo que ellos representan. Así afirmaba el cofundador del partido Podemos, Juan Carlos Monedero, en una entrevista en la Cadena SER tras el 4M: "¿Qué pasa, que los que ganan 900 euros y votan a la derecha son Einstein? Cuando tienes una consciencia falsa de la realidad y votas a tus verdugos pues te estás equivocando... Los que hacen eso muy lúcidos no son”. Y continuaba: "A veces nos faltan elementos intelectuales y recursos para entender lo que necesitamos…” Pero, ojo, que esto no lo dice a modo de autocrítica. Lo que está diciendo Monedero es que a veces a la gente, al pueblo, le faltan herramientas y recursos para entender lo que necesitan pues “una persona está cobrando 900 euros precisamente porque Pablo Iglesias logró que se subiera el salario mínimo en este país". Pues bien, señor Monedero, a lo mejor es que la gente, el pueblo, los trabajadores, no pueden más con toda esa ideología basura que ustedes administran como si no hubiera un mañana. A lo mejor es que han comprendido que, por mucha conciencia de clase que uno tenga, los semáforos con perspectiva de género no dan de comer. ¿Acaso lo más inteligente que puede hacer un ciudadano de a pie es votar a Podemos? ¿Lo más sensato es votar al tío del chalet?

En la coyuntura política y geopolítica del presente donde en España manda, por un lado, la agenda del globalismo oficial y por otro las agendas separatistas y confederalistas de las autoproclamadas izquierdas, parece que cientos de miles de trabajadores españoles han preferido replegarse sobre el Estado (la patria) y aliarse con sus respectivas burguesías porque ¿para cuándo la revolución? Las redes sociales y ciertos medios de comunicación se han llenado estos días con artículos para refuerzo de la moral de los perdedores. Algo así como “hemos perdido, pero tenemos razón”. Un mecanismo maniqueo más simple que un boli Bic, como dice mi amigo Miguel Ángel: “Cuando el pueblo me vota a mí y a lo que represento, el pueblo es sabio. En caso contrario, el pueblo está alienado”. Aunque la realidad les explote en la cara, a saber, que los trabajadores no les votan, estos redentores de la humanidad seguirán diciendo que el cadáver miente y pocos serán capaces de reconocer que quizás su teoría, su ideología política, es sencillamente errónea o incoherente, por no decir que es cochambrosa y basurienta. Sus teorías ficción no son capaces de explicar racionalmente los fenómenos, no pueden realizar el progressus, el retorno de las ideas a las cosas mismas, así que se quedan anonadados en sus campanarios ultracelestes viendo cómo la realidad les pasa por encima: “los madrileños son alcohólicos”, “falta conciencia de clase y por eso los trabajadores han votado al fascismo”, “las mujeres que votan al PP son unas alienadas”, “si gana la derecha ahorcarán a los homosexuales en las plazas”, &c.

Aquí palpita un marxismo estándar, vulgar, propio también de la socialdemocracia clásica, según el cual la oposición izquierda/derecha tomaría su fundamento, más que en el Estado, en la lucha de clases. Según esto, la izquierda es entendida como el lugar en que indefectiblemente han de militar los oprimidos, los explotados, los esclavos, los siervos de la gleba, los trabajadores que venden su fuerza de trabajo. La derecha quedará, en cambio, situada en el lugar de los explotadores, de los depredadores. Izquierda y derecha quedan reducidos de este modo a conceptos sociológicos antes que políticos.

Como explicaba en mi reciente conferencia en la EFO titulada El arte marxista (leninista, por supuesto) esta concepción monista propia del marxismo (el motor de la historia es la lucha de clases) opera en nuestro presente a pleno pulmón (aunque transformado) cuando la izquierda híbrida se olvida de la existencia de los Estados y de la geopolítica y se pone a pensar en la Alianza de las Civilizaciones, colgada completamente de una higuera. Esto es, llenan la sociedad con la sociedad civil, cuando precisamente eso que llaman sociedad civil no es más que una parte de la Polis (de la sociedad política), una parte que ni siquiera conforma una unidad armónica, porque los ciudadanos de un determinado Estado no son ángeles que vivan en la Ciudad de Dios, sino ciudadanos que viven, precisamente dentro de un Estado determinado y no de otro y cuyos derechos como ciudadano aparecen sancionados por un Estado particular y no por la Humanidad ni por los DDHH o cosas por el estilo. Al igual que le sucedió a Marx, estos grupos que se autoperciben de izquierdas tienden a hipostasiar los vectores ascendentes de la capa conjuntiva, es decir, tienden a considerar que la mal llamada sociedad civil, gente o pueblo, a través de las huelgas, las manifestaciones, la fundación de asociaciones y asambleas populares, y por supuesto a través de la «creación artística», están llamados históricamente a asumir el rol de una clase universal que pasa por alto la existencia misma de los Estados así como la dialéctica de Estados y de Imperios.

Curiosamente, Marx no desarrolló una teoría fuerte del Estado y por ello no pudo evitar llevar a cabo esta hipóstasis de los poderes ascendentes de la sociedad. En la tesis novena escrita contra Feuerbach decía Marx: «Lo más que puede llegar el materialismo contemplativo, es decir, el que no concibe lo sensorial como una actividad práctica, es a contemplar a los diversos individuos sueltos y a la sociedad civil». Justo esto es lo que hacen nuestras izquierdas indefinidas: solo ven «individuos sueltos y sociedad civil». En la tesis décima, sin embargo, añade: «El punto de vista del materialismo antiguo es la sociedad civil; el del materialismo moderno, la sociedad humana o la humanidad social». Aquí vemos cómo Marx pasa completamente por alto la existencia de los Estados y no digamos de los Imperios. Salta de los «individuos sueltos» a la «humanidad» entendida como una realidad definida y actuante por sí misma.

Desde el materialismo filosófico sostenemos que la dialéctica de clases (que no se niega) está codeterminada con la dialéctica de Estados desde el principio y que la dialéctica de Estados y de Imperios se codetermina con la dialéctica de clases. Lo que realiza Gustavo Bueno en la vuelta del revés de Marx es una permutación en el orden: por un lado, las clases sociales solo pueden operar en el interior de un Estado constituido y, por otro lado, el motor de la historia no es la lucha de clases, sino que la historia la realizan los Estados y, sobre todo, los Imperios universales. Asimismo, Bueno sostiene que estos conflictos no se dan a escala de la voluntad de los individuos o desde la mala fe en el sentido sartriano, sino que son conflictos objetivos, dados históricamente, porque los intereses de unos chocan con los de otros o, precisamente, porque unos y otros tienen los mismos intereses, tal y como expresaba Carlos I en relación a Francisco I: «Mi primo y yo estamos de acuerdo, ambos queremos Milán». También China y EEUU pretenden el dominio del comercio mundial.

Por tanto, aunque en el verano de 2019 dediqué cinco programas a tratar estas cuestiones de la izquierda, la derecha, la extrema izquierda, la extrema derecha y el centro, no estará de más revisar con más calma estos dos libros de Gustavo Bueno El mito de la izquierda (2003) y El mito de la derecha (2008), dos obras, por cierto, que Ediciones Pentalfa acaba de reeditar en un solo volumen. Pero he de advertir que el programa de hoy no va a consistir en presentar una reseña de El mito de la izquierda… de hecho, no comentaré más que algunas de las ideas principales del primer capítulo. Empezaremos diciendo que la izquierda, en singular, no existe. Por tanto, quien dice “yo soy de izquierda de toda la vida”, quien utiliza la expresión “la izquierda” (en singular) o aquel partido político (tal sería el caso del PSOE en España) que rotula sus pancartas con el consabido lema “Somos la izquierda” es víctima de un mito oscurantista y confusionario. También hablaba de forma mítica Simone de Beauvoir al decir que “La verdad es una, el error es múltiple; por tanto, no es raro que la derecha sea plural” (de donde se deduce que, según ella, la Izquierda es única). Al concebir la Izquierda como una actitud unitaria ante la política y ante la vida, como una especie de sustancia o principio activo, estas personas ocultan las diferencias e incompatibilidades que se dan entre las múltiples corrientes de izquierdas, así como las diferencias e incompatibilidades que se dan entre estas y las distintas modulaciones de la derecha. El propósito del libro de Bueno es reconstruir una teoría filosófica de la izquierda capaz de situar los diferentes movimientos existentes sin despegarse ni un milímetro de la realidad histórica. Transformar la idea de izquierda, en suma, en un concepto lo más claro y distinto posible.

En suma, no existe la izquierda, sino las izquierdas, a menudo enfrentadas a muerte entre sí y en ocasiones coaligadas solidariamente frente a un enemigo común, sin perder por ello las enormes distancias que se dan entre ellas como ocurrió en el periodo de la Segunda República española. Comienza Gustavo Bueno, por tanto, reconociendo la existencia de múltiples izquierdas: seis generaciones de izquierda políticamente definida -desde la izquierda jacobina hasta la izquierda leninista- así como las izquierdas políticamente indefinidas. A continuación, realiza una exposición sistemática de las principales ideas sobre la izquierda disponibles en nuestros días y así dice: “Aunque no hubiera más que una única corriente de izquierda, las concepciones o Ideas sobre esta supuesta única izquierda podrían seguir siendo diversas y aun contrapuestas entre sí. El Dios de los teólogos se supone que es único; sin embargo, las concepciones teológicas sobre Dios son múltiples: agustinianas, tomistas, escotistas, avicenianas, &c.”

Como les digo, hoy no haré otra cosa sino comentar por encima algunas de estas concepciones sobre la izquierda que Bueno va confrontando apagógicamente en el primer capítulo de El mito de la izquierda. Una de estas ideas sobre la izquierda es la que sostenía Lenin que consideraba al izquierdismo como “enfermedad infantil en el comunismo”, una enfermedad propia de grupúsculos de intelectuales procedentes de una clase pequeñoburguesa y alejados de la política real. Habrá que recordar que Lenin no se consideró a sí mismo “izquierdista” y que, para él, la oposición central era la oposición entre el comunismo y el capitalismo (más concretamente el imperialismo capitalista monopolista).

Para llevar a cabo esta exposición sistemática, Bueno va descartando aquellos criterios de definición de la izquierda que resultan imprecisos. Por ejemplo, las izquierdas se acogen con frecuencia a la racionalidad, a veces para segregar a movimientos que se proclaman praeterracionales, pero por sí solo el concepto de racionalidad no tiene un significado político. También descarta aquellas concepciones de la izquierda o de la derecha que tratan de establecer un concepto unívoco (sustancialista) de dichos términos, como si sólo pudiera reconocerse una verdadera izquierda, única, pura y eterna. Esto es muy común en nuestros días, donde a menudo las distintas variedades de izquierda son vistas como desviaciones, como falsas izquierdas o como corrientes intoxicadas de derechismo y se apela así a la llegada, por fin, de una verdadera izquierda. Algunas de estas posiciones denuncian, por ejemplo, que una verdadera izquierda tendría que ser patriota. Muy interesante es el análisis de Bueno sobre las concepciones posicionalistas de esas izquierdas que tienden a asumir ciertas actitudes en cuanto opuestas a una derecha ya dada. Aquí se situarían aquellos que piensan que el republicanismo es de izquierdas. Pero el problema es que estas posiciones van cambiando y así dice Bueno: “República era en Francia una característica de la izquierda revolucionaria en el siglo XVIII; pero a lo largo del siglo XIX, la derecha se hizo republicana”. Lo mismo sucede con la “Democracia”, que era un componente de la izquierda respecto de la derecha aristocrática, autoritaria y jerárquica; pero después de la Segunda Guerra Mundial todas las sociedades occidentales son democráticas y las antiguas derechas también lo son: “Asimismo, si en un futuro, más o menos lejano, todas las sociedades convergieran en los mismos valores, las diferencias entre izquierda y derecha desaparecerían. Esto es lo que ocurre en parte en las democracias homologadas occidentales posteriores a la caída de la URSS”. Por otro lado, muchas ideas de izquierda utilizadas por políticos, ideólogos y politólogos tienen tal grado de abstracción que las incapacita para discriminar a la izquierda de la derecha. Por ejemplo, los propios revolucionarios franceses, buscando una definición política de la izquierda, hicieron el regressus hacia las ideas generales de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero estas ideas por sí mismas son demasiado indeterminadas a efectos de establecer planes y programas políticos. Por ejemplo, “libertad” ha sido el lema de la campaña de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Una vez más, el problema es la indefinición porque el término “libertad” recubre tanto al anarquismo radical como al liberalismo burgués y, por otro lado, deja fuera a las izquierdas autoritarias, a los partidos comunistas de tradición leninista, estalinista y maoísta.

Otras características utilizadas como definición de la izquierda han sido la igualdad y la fraternidad. Esta última es la que nos acerca a ese cosmopolitismo paleto o cosmopaletismo (en nuestra opinión) que opera en la nematología de la gran mayoría de grupos que hoy día se autoperciben de izquierdas, tanto en América como en Europa, con la diferencia de que ese humanismo ingenuo no resulta tan amenazante, por ejemplo, en una sociedad como la mexicana, donde las iniciativas secesionistas son residuales y no tienen potencia política. La extraordinaria anomalía que se da en España es que los partidos separatistas tienen una fuerza extraordinaria en el parlamento nacional y, sobre todo, que las izquierdas españolas se declaran explícitamente antiespañolas y hablan de plurinacionalidad sin ser capaces de entender que España, como toda nación política, es una nación de naciones, es decir, una nación política de naciones étnicas, pero nunca una nación política de naciones políticas.

Lo que late de fondo en estas ideas es un monismo histórico que, por un lado, reduce la historia a la lucha de clases y, por otro, identifica como sujeto de la historia a la Humanidad, entendida como totalidad atributiva y como una sola y toda igual a través de la idea mítica de Género humano. Ese cosmopolitismo o humanismo metafísico que ve a los individuos como hermanos (de ahí la invocación al principio de solidaridad) lleva al olvido de la existencia misma de los Estados, al rechazo de las fronteras, instituciones que ahora son entendidas como conceptos arcaicos «que rompen la unidad de los hombres». Este tipo de posiciones llevan a la proclamación de consignas recurrentes del tipo «la patria es la humanidad» o «somos ciudadanos del mundo» y a tildar de fascista, e incluso de nazi, a todo aquel que se atreva a hablar en defensa de la patria.

Desde esta idea metapolítica de Género humano, de fraternidad, la izquierda humanista y libertaria (cuya influencia se deja notar en las filas de la socialdemocracia, sobre todo en lo que concierne a la teoría de la redención y reinserción del delincuente) proclamarán cosas como la siguiente dicha por un dirigente del PSOE: “La derecha distingue entre inmigrantes legales e ilegales, la izquierda no”. Otra vez la izquierda, en singular… Ahora bien, como indica Bueno no hacer la distinción entre inmigrantes legales e ilegales significa situarse al margen de las categorías políticas, actuar más bien como una ONG o como una Iglesia de vocación universalizante, puesto que “la izquierda, si es política, tiene que saber que los inmigrantes, no por ser hombres tienen derecho a ser ciudadanos de un Estado. De un Estado que no podría, sin hundirse, conceder su ciudadanía a los siete mil millones de individuos contemplados por la declaración Universal de los Derechos Humanos, porque en tal caso acabaría ahogando la economía de ese Estado, y con ella al Estado mismo”.

Otras formulaciones de izquierda creen detectar una oposición psicológica, temperamental, entre los hombres de izquierda o los hombres de derecha, al modo en que uno es colérico o sanguíneo. En esta línea Maritain situaba a Tolstoi como de izquierdas y a Goethe y Nietzsche como de derechas: era una cuestión de temperamento. El mismo Maritain, sin embargo, reconocía que a veces su formulación fallaba: “De todos modos las cosas se embarullan por el hecho de que a veces, hombres de derecha (en el sentido físico de la palabra) hacen una política de izquierda, e inversamente. Pienso que Lenin es un buen ejemplo del primer caso. No hay revoluciones más terribles que las revoluciones de izquierdas hechas por temperamentos de derecha; no hay gobiernos más débiles que los gobiernos de derecha conducidos por temperamentos de izquierda”. Aquí pone como ejemplo a Luis XVI. Vamos, que no aclara nada en absoluto Maritain. En esta misma perspectiva etológica se situaría el filósofo italiano Gianni Vattimo al declarar que la derecha se caracterizaría por la violencia y la izquierda por los métodos pacíficos, por la búsqueda del consenso mediante el diálogo. Aquí también entraría el filósofo y sociólogo alemán Habermas. Otras veces se acudirá a la “psicología evolutiva del carácter”, así el radicalismo correspondería a la infancia, los conservadores a la edad madura y el absolutismo a la ancianidad.

En las concepciones de la izquierda ajustables al modelo 4 de la tabla expuesta por Gustavo Bueno en este primer capítulo de El mito de la izquierda se sitúan aquellas posiciones que consideran la izquierda y la derecha como conceptos arcaicos, residuos de tiempos pasados que convendría liquidar. Por ejemplo, un nacionalsocialista o un fascista creen estar más allá de la derecha o de la izquierda al considerar a estas propias del sistema parlamentario. La versión liberal, característica de las “democracias homologadas” vinculadas con el mercado pletórico de bienes y servicios, también considera arcaica la oposición izquierda/derecha aunque, como decimos, dicha dicotomía cada vez se utiliza más a modo de propaganda, precisamente porque dichas democracias homologadas tienden a ecualizar a los partidos políticos, a igualarlos.

Por otro lado, y tal y como hemos indicado al principio, la versión teológica sitúa la oposición izquierda/derecha en una oposición originaria, eterna, entre el Bien y el Mal. Foucault, Deleuze y Guattari interpretan esta oposición en términos antropológicos: “El mal no viene del más allá (de los Infiernos, de Satán), sino que el mal se produce en el propio proceso de la existencia del hombre: el mal es el poder que actúa no solo a través de las categorías políticas, sino también a través del lenguaje, del arte, de la moral, de las instituciones clínicas o económicas. La derecha estaría situada del lado del poder o del mal, que todo lo envuelve, mientras que la izquierda solo puede subsistir replegándose al terreno de la denuncia y del conocimiento”. Ni que decir tiene que esta concepción de la izquierda es la más ampliamente extendida entre los profesionales del gremio de las artes en cualquiera de sus categorías, donde a menudo se interpreta la actividad artística como una forma de resistencia política, de liberación frente a la opresión.

Para cerrar el capítulo de hoy citaremos a Tiago López que así escribía en Twitter: “La prueba de que no hay clase trabajadora (universal) la hemos tenido en Madrid. La frase de Juan Carlos Monedero "el obrero que vota al PP es gilipollas" equivale a cuando se decía en la URSS "no hay suficiente conciencia de clase en otros países". En efecto, muchos que han votado a Ayuso reconocen que su programa económico no les gusta, pero que prefieren esas políticas antes que las recetas ideológicas huecas que no dan de comer. Lo cierto es que, mientras el pueblo se entretiene con el comunismo y el fascismo, se sigue desarrollando la política real, esa en la que la integridad territorial de España se ve nuevamente amenazada por el rearme del Sultanato de Marruecos y por el reconocimiento de Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara. En concreto, los autores de este informe de defensa nacional afirman que “una parte de la mentalidad y cultura estratégica marroquí” sostiene una agenda de expansión territorial “acorde con el viejo concepto del ‘Gran Marruecos’”: “Tal y como ha expresado recientemente el primer ministro marroquí, una vez controlen plenamente el Sáhara Occidental, deberían entrar en la agenda las plazas de Ceuta y Melilla”. Pero nuestros izquierdistas fundamentalistas seguirán sin ver la tostada y flotando, cual florecillas silvestres, en el limbo de la Alianza de Civilizaciones creyendo que así se instalarán, por fin, en la definitiva Alianza de la Humanidad. Mientras tanto, eso sí, algunos listos seguirán dando la tabarra desde los campanarios ultracelestes de Mediapro. Y llenándose los bolsillos.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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