El pujolismo
Forja 107 · 20 marzo 2021 · 30.50
Un programa de análisis filosófico
El pujolismo
Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este nuevo capítulo que lleva por título “El pujolismo”, entrega con la que, de momento, daré por concluida esta serie dedicada al separatismo catalán. “Pujolismo”, como mucha gente sabe, es el nombre con el que se conoce popularmente el largo periodo de gobierno de Jordi Pujol y Soley al frente de la Generalidad de Cataluña, institución que presidió ininterrumpidamente desde el 8 de mayo de 1980 hasta el 20 de diciembre de 2003, arropado por las siglas CiU, el partido Convergencia y Unión.
Ni que decir tiene que nuestro protagonista de hoy fue el principal cabecilla o Gran Timonel del separatismo catalán durante la fase final de la pasada centuria, y así revelaba José Bono lo que el mismo Pujol explicaba al ministro socialista Fernández Ordóñez: “La independencia es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso, los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza”. En la España del presente podemos constatar que la aplicación del programa ha sido esmerada y sus resultados más que satisfactorios, pues el sistema educativo catalán es una eficacísima fábrica de nacionalistas. De escasa formación, pero muy nacionalistas.
Expone Jesús Laínz en su libro España contra Cataluña una síntesis del documento interno de Convergencia y Unión que El Periódico de Cataluña sacó a la luz el 28 de octubre de 1990, programa en el que se desarrollaba minuciosamente el plan de nacionalización impulsado por el gobierno de Pujol. Expongo a continuación algunos de los puntos esenciales de dicho programa:
1. “Incidir en la formación inicial y permanente de los periodistas y de los técnicos de comunicación para garantizar una preparación con conciencia nacional catalana”.
2. “Introducir gente nacionalista en todos los puestos clave de los medios de comunicación”.
3. “Conseguir que los medios de comunicación pública dependientes de la Generalidad sean transmisores eficaces del modelo nacional catalán”.
4. “Impulsar el sentimiento nacional catalán de los profesores, padres y estudiantes”.
5. “Promover que en las escuelas universitarias de formación del profesorado de EGB se incorporen los valores educativos positivos y el conocimiento de la realidad nacional catalana”.
6. “Reorganizar el cuerpo de inspectores de forma y modo que vigilen el correcto cumplimiento de la normativa sobre la catalanización de la enseñanza. Vigilar de cerca la elección de este personal”.
7. “Incidir en las asociaciones de padres, aportando gente y dirigentes que tengan criterios nacionalistas”.
8. “Velar por la composición de los tribunales de oposición”.
Como podemos observar, desde los tiempos de Prat de la Riba y Rovira i Virgili hasta Jordi Pujol y Artur Mas, el nacionalismo catalán, por muy democrático que se presente, sigue concibiendo la educación como instrumento adoctrinador al servicio de las ideologías separatistas. No en vano, como reveló Gabriel Cisneros, el diseño del estado de las autonomías que entregaba a las comunidades autónomas un poder enorme sobre la planificación y control de la educación se redactó mirando a ETA de reojo. Pero el nacionalismo, desde que nació, se propuso empapar y organizar hasta el último rincón de la vida social y así declaraba Joan Ballester en 1963: “Hemos de hacer un trabajo de concienciación nacional (…) Y cuando no tengamos a mano ningún motivo auténtico, inventémonos uno (…) Aprovechar cualquier circunstancia, inventar cualquier cosa, esencialmente importante, para llevar esta acción vitalizadora al medio de la calle (…) Será el momento en el que todos comprenderán que la función de sardanista, de bailes, orfeones, excursionistas, boys-scouts y toda la gama de actividades colectivas tiene una misión de servicio a la comunidad y no de goce de la actividad en sí misma”. En definitiva, darle, a todo, una función política.
Por hacer una breve semblanza del personaje, interesará subrayar que en sus años mozos Jordi Pujol, refugiado en la fe cristiana, estuvo a punto de entregar su vida a la vocación religiosa. No lo hizo, pero terminó militando en diferentes asociaciones católicas, entre ellas el grupo Crist/Catalunya, que venía a ser el catolicismo catalán antifranquista: en la lucha contra Franco y contra España estaba la salvación. En 1960, con 30 años de edad, fue encarcelado por escribir unos panfletos de protesta contra el régimen franquista y una vez cumplida la condena inició una nueva etapa política bajo el eslogan «Construyendo el País», entendiendo “el País” como Cataluña… Sólo le faltó añadir «y destruyendo España». Partía de la idea de que la Guerra Civil había sido un conflicto entre España y Cataluña, tal y como sostenía el relato separatista, ficción con la que se adoctrinó a los catalanes durante el largo mandato del fervoroso católico Jordi Pujol. Olvidaba nuestro hombre que buena parte de la Iglesia y de la burguesía catalana apoyó con convicción a los alzados del 18 de julio de 1936. También olvidaba que el régimen franquista ayudó al desarrollo de Cataluña y el País Vasco en detrimento de otras regiones españolas.
En 1976 Pujol reeditó La inmigración, problema y esperanza de Cataluña, libro que había escrito clandestinamente en 1958 y donde puede verse su preocupación por la llegada a Cataluña de trabajadores provenientes de otras regiones de España. A ellos se refería como “ejército de ocupación”, expresión que tuvo gran éxito, como sabemos, declarando que suponían una «gravísima lacra». Es conocida la especial inquina que profesaba hacia los andaluces: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido… es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual… Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña». Como si los trabajadores andaluces -así como los murcianos, extremeños, &c.- no hubiesen contribuido al desarrollo económico de la región.
En 1974 surgió en torno a la figura de Pujol un movimiento político que se llamaría Convergencia Democrática de Cataluña, que dos años después se transformó en partido político. También participó como consejero sin cartera en el gobierno provisional de la Generalidad de Josep Tarradellas, quien terminó advirtiendo de «la peligrosa deriva rupturista, sectaria y victimista que había tomado [Pujol]». Ya investido como presidente del gobierno de España, Adolfo Suárez optó por apoyar a Pujol frente a Tarradellas: «En las próximas elecciones, Pujol sacará mayoría y nosotros le ayudaremos. La colaboración con Pujol será más fácil que con Tarradellas». Como sabemos, Suárez no fue el único presidente del gobierno en colaborar con Pujol, pues también lo hicieron Felipe González y José María Aznar.
En septiembre de 1978 Convergencia Democrática de Cataluña y la histórica democristiana Unión Democrática de Cataluña (UCD) pondrían las bases para un acuerdo de coalición que se prolongaría hasta 2015. Las dos formaciones irían juntas a las elecciones generales de 1979 con el nombre de Convergencia y Unión, más conocido por sus siglas CiU. En la campaña electoral de 1980, esta coalición contó con el apoyo de la patronal, esto es, de la burguesía catalana y, finalmente, su candidatura terminó imponiéndose. Ya en su discurso de investidura, Jordi Pujol dejó claro que el núcleo central de su gobierno sería impulsar una política de «reconstrucción nacional» para Cataluña y, en este sentido, nuestro hombre jugó un papel fundamental en la construcción del régimen autonómico. La autonomía -decía Pujol- «responde a la necesidad de reconocer institucionalmente la voluntad de la manera de ser propia con la intención de acercar el poder al pueblo».
En 1993 un PSOE felipista desgastado por los GAL y por los escándalos de corrupción delictiva, tuvo que buscar apoyos externos para que Felipe González fuese investido presidente del gobierno por cuarta vez encontrando tales apoyos en CiU y en el PNV (pudo haber sumado con Izquierda Unida, pero recordemos que eran los tiempos de «la pinza»). Con CiU el PSOE acordó la cesión del 15% de la recaudación del IRPF, el acceso a los fondos europeos de cohesión y un mayor grado de autogobierno. Felipe González incluso estuvo dispuesto a formar un gobierno de coalición con los pujolistas, pero el Molt Honorable no quiso entrar en el Ejecutivo.
En sus 23 años de historial con las urnas, el Molt Honorable Jordi Pujol obtuvo tres mayorías simples y tres mayorías absoluta. En los comicios de 1999 fue superado por el PSC de Pascual Maragall y, para seguir en la Generalidad, Pujol tuvo que pactar con el Partido Popular de Cataluña que lideraba Alberto Fernández Díaz (una vez defenestrado Alejo Vidal-Quadras, crítico de la inmersión lingüística que se había puesto en marcha tras la petición del propio Pujol a José María Aznar). De este modo se ampliaba la alianza firmada de manera vergonzante con el PP de Aznar en el Hotel Majestic de Barcelona el 28 de abril de 1996. Allí se acordó el apoyo a la investidura de José María Aznar como presidente del gobierno a cambio de la concesión de más competencias al gobierno autonómico de Cataluña (en materia de policía de tráfico, por ejemplo) y a condición, además, de que el PP catalán apoyase a CiU en el parlamento catalán. Entre 1996 y 2000, CiU pidió para Cataluña 400.000 millones de pesetas (unos 2.400 millones de euros), incluyendo la cesión del 33% de lo recaudado mediante IRPF, el 38% del IVA y el 40% de impuestos especiales.
El presidente Aznar incluso llegó a invitar a Jordi Pujol a que formase parte de su gobierno formando una coalición, oferta a la que el Molt Honorable contestó: «Imagínese un ministro de CiU en el Gobierno: no podría decir el Gobierno de la nación porque España es plurinacional y nuestra nación es Cataluña, y lo digo con todo respeto y con toda lealtad constitucional y no constitucional. Tenemos una determinada idea de España y del papel de Cataluña en España». Pero erre que erre, nuestros gobiernos centrales siguen en Babia. Tan en la higuera están que, ahora mismo, el PP ha quedado reducido a un triste escombro en Cataluña.
No, no sólo el PSOE pacta con los separatistas, también lo hizo, y de qué modo, el PP (por no hablar de las fechorías cometidas por el partido de la gaviota contra la lengua española en Valencia, Baleares y Galicia). Pero lo peor de todo es que en el año 2000, cuando el PP obtuvo la mayoría absoluta, no se corrigieron esos errores y las cesiones a los separatistas se mantuvieron. Recordemos también que de las conversaciones entre Aznar y Pujol surgió la idea de suprimir el Servicio Militar Obligatorio en España, la antigua «mili», lo que supuso un enorme error, pues la mili fomentaba el patriotismo entre nuestros jóvenes al posibilitar que españoles de distintas procedencias entraran en contacto en los cuarteles donde eran asignados.
Según escribe Arturo Mas en 2020 en su libro Cabeza fría, corazón caliente. El procés en primera persona Aznar ofreció a Pujol fusionar al PP catalán con CiU. Según Mas, los peperos encargados de negociar la fusión eran Jaume Matas (ministro de medio ambiente), Eduardo Zaplana (expresidente de la Generalidad de Valencia y ministro de Trabajo y Asuntos Sociales) y Mariano Rajoy (vicepresidente del gobierno con Aznar). Escribe Mas en su libro: «El verdadero objetivo era explorar si estábamos dispuestos a unirnos al PP, de tal modo que su partido desapareciese de Cataluña y nosotros ocupásemos todo el espacio del centroderecha». Pero la propuesta de fusión no prosperó, según Mas, por temor de los pujolistas a formar parte de un gobierno central en el que el PP poseía mayoría absoluta. Lo más lamentable es que el PP de Aznar, en vez de aprovechar la mayoría absoluta para desbaratar las concesiones separatistas, se dedicara a ofrecerles pactos de fusión. Es cierto que durante la aznaridad se debilitó mucho al terrorismo etarra, pero en general el separatismo salió políticamente fortalecido y, más tarde, el zapaterismo lo aupó a mayor altura, hasta el punto de legalizar al partido de la ETA. Aznar consagró al pujolismo y Zapatero le dio continuidad. Más allá de las buenas o malas intenciones que tuvieran los distintos habitantes de la Moncloa, lo cierto es que el fin del separatismo terrorista dio paso al apogeo del separatismo parlamentario, una clara muestra de los peligros que encierra el fundamentalismo democrático de cara a la conservación de la Nación española. Llegados a este punto podemos afirmar lo siguiente: si el PSOE y Unidas Podemos han engañado a los trabajadores, el PP ha hecho lo propio con los patriotas. Aunque ya en los años 80 el PSOE de Felipe González salvó al pujolismo y al mismísimo Pujol del escándalo de Banca Catalana demostrando que Pujol era políticamente inmune y judicialmente impune, tal y como también demuestra el «Caso 3%»
En enero de 2001 Arturo Mas fue elegido sucesor de Jordi Pujol, lo que encendió los celos de Durán y Lérida, líder del partido socio Unión Democrática de Cataluña, que quería tomar el relevo como cabecilla de CiU. Pero Mas perdería las elecciones de 2003 y CiU sería desalojado del poder por el Tripartido compuesto por el PSC, ERC e Iniciativa por Cataluña (lo que era Izquierda Unida en Cataluña). Ni que decir tiene que la estela (o la estelada) separatista del pujolismo perseveró con fuerza en los gobiernos de Maragall, Montilla, Arturo Mas, Puigdemont y, por supuesto, en el de Joaquín Torra y Pere Aragonés. Jordi Pujol mantuvo su sueldo vitalicio como expresidente de la Generalidad, así como la presidencia honorífica del partido Convergencia Democrática de Cataluña hasta que saltó el escándalo del dinero sin regularizar que había ingresado en el extranjero: de la noche a la mañana su popularidad se vino abajo y con la misma rapidez Convergencia Democrática de Cataluña terminó transformándose en otro partido: PdeCat y finalmente JuntsxCat.
Su hijo Oriol también se vio salpicado en asuntos corruptos delictivos y tuvo que renunciar a sus cargos por el llamado «Caso ITV». En julio de 2020 el juez de la Audiencia Nacional José de la Mata consideró que había indicios de delito para sentar ante un tribunal al clan Pujol por organización criminal. En su auto afirmaría que «la familia Pujol Ferrusola ha aprovechado su posición privilegiada de ascendencia en la vida política/social/económica catalana durante decenios para acumular un patrimonio desmedido, directamente relacionado con percepciones económicas derivadas de actividades corruptas». El pujolismo es uno de los más vivos ejemplos de corrupción delictiva y corrupción no delictiva en la historia de la política española, aunque puede afirmarse que el pujolismo estaba inmerso en una corrupción estructural, dado que el separatismo catalán (al igual que el vasco, el gallego o el que sea) es una tendencia política intrínsecamente corrupta. El hecho de que sea separatista ya hace a un partido corrupto per se, pues no es otro su objetivo más que corromper a la nación política española.
Que nadie se llame a engaño: Pujol nunca fue un «moderado». Pujol y el pujolismo siempre fueron separatistas. La cuestión está en que realizó su política separatista con más disimulo, lo que terminó generando mayores daños. Su separatismo era sigiloso, largoplacista, pues, como advertíamos al inicio de este programa, Pujol creía que la sedición de Cataluña no se llevaría a cabo de forma inmediata, sino que era tarea que correspondería a la generación de sus hijos y que, para lograrla, había que insistir en tres asuntos fundamentales: «el idioma, la bandera y la enseñanza». Ya lo dejaba meridianamente claro en su discurso de investidura de 1980: «Nuestro programa tendrá otra característica: será un programa nacionalista. Si ustedes nos votan, votarán un programa nacionalista, un gobierno nacionalista y un presidente nacionalista. Votarán una determinación: la de construir un país, el nuestro. Votarán la voluntad de defender un país, el nuestro, que es un país agredido en su identidad». De este modo, en 1983 puso en marcha la Ley de Normalización Lingüística, labor que no fue exclusiva de Pujol y de los pujolistas, ya que contó con el apoyo mayoritario del Parlamento de Cataluña y con la pasividad (más bien complicidad) de los distintos gobiernos centrales. Años más tarde, en 1998, se aprobaría la Ley de Política Lingüística según la cual el español era interpretado como una lengua impuesta por el opresor Estado español. Ya sabemos que la lengua es presentada continuamente por los separatistas como la prueba más seria de la existencia de una nación. Siguiendo esta argumentación, Pujol llegó a afirmar que mientras que Cataluña era nación porque tenía una lengua “propia”, España no era nación pues no era monolingüe. Según esta regla, habría que empezar a segregar territorios de la propia Cataluña, porque en el Valle de Arán no hablan catalán, sino aranés. Por tanto, si España no es nación por no ser monolingüe, Cataluña tampoco lo sería por ser trilingüe.
Como hemos ido viendo en esta serie de capítulos dedicados a los nacionalismos fraccionarios en España, la mentalidad separatista no emergió de abajo hacia arriba (esto es, desde el poder ascendente), sino que fue gestándose desde las instituciones del Parlamento de Cataluña y de la Generalidad, junto con el dejar hacer de los gobiernos de Moncloa. Es decir, el separatismo catalán se administró desde arriba hacia abajo, desde el poder descendente, a través de los políticos y ciertas élites periodísticas, artísticas, universitarias, &c. El catalanismo no nació de una reivindicación popular que clamaba separarse de España, sino que fueron los políticos catalanes, con Pujol a la cabeza, quienes diseñaron el catalanismo. Aunque también hay que dejar muy claro que el “pueblo”, si se deja engañar, también es culpable. Y esto, mutatis mutandis, también sirve para analizar los casos del País Vasco y de Galicia, así como otros separatismos que vayan surgiendo, pues tal es el estrago causado por la historiografía basura y negrolegendaria que predica el odio a España que los separatistas nacen como setas a lo largo y ancho de la piel de toro.
Hasta tal punto el separatismo es un asunto fabricado por los políticos, aunque se haya hecho creer que viene del pueblo, que cuando la Fiscalía General del Estado se querelló contra Pujol por su implicación en el escándalo «Banca Catalana» los pujolistas tuvieron la desfachatez de encubrir sus propias miserias argumentando que lo que se estaba pergeñando era un ataque contra Cataluña. Y, así, el Dudosamente Muy Honorable Jordi Pujol tuvo el rostro de decir a los manifestantes que se congregaron frente al palacio de la Generalidad en su defensa: «El gobierno central ha hecho una jugada indigna; a partir de ahora, de ética y moral hablaremos nosotros, no ellos». Jordi Pujol, más o menos, vino a decir: «Cataluña soy yo».
Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”