Polarización social: Europa, América y Asia
Forja 106 · 14 marzo 2021 · 31.42
Un programa de análisis filosófico
Polarización social: Europa, América y Asia
Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo esta nueva entrega que lleva por título “Polarización social: Europa, América y Asia”. En efecto, en Europa y América vivimos inmersos en una intensa dialéctica de clases, traducida sobre todo en una encarnizada lucha entre partidos políticos, y en ese sentido ideológico-político nuestras sociedades tienden cada vez más a la fragmentación. El bipartidismo en España, por ejemplo, sigue activo a pesar de la aparición, hace unos años, de nuevas fuerzas políticas como Cs, Vox y Podemos. Este aparente pluralismo político sigue manejando, sin embargo, los mitos de la izquierda y la derecha y apelando a la conformación de coaliciones para reunir fuerzas en la lucha. Como ejemplo de esta propaganda sectaria y maniquea podemos leer este tuit publicado por la Revista Contexto y Acción, que se autodefine como “periodismo libre y de servicio público”: “A grandes males, grandes remedios. Ante la posibilidad de que la extrema derecha llegue al poder, desde @ctxt_es proponemos que, si hay elecciones en Madrid, el centroizquierda y la izquierda presenten una coalición unitaria con José Luis Rodríguez Zapatero de candidato”. O este otro tuit publicado por un grupo de youtubers que se autoperciben de izquierdas: “Frente a un mundo de redes dominado por la derecha nos hemos unido distintas cuentas de activistas, militantes y divulgadores en el #FrenteMediáticoPopular”. Interesa señalar en este sentido que también los ideólogos de las derechas hablan de la maldad diabólica de las izquierdas, aunque hay que reconocer que estas derechas no resultan hegemónicas hoy en día, pues la posición con mayor pujanza tanto en Europa occidental como en América está ocupada por la socialdemocracia: la socialdemocracia es la expresión de lo políticamente correcto por mucho que estos youtubers sostengan que las redes sociales están copadas por la “derecha”. Por otro lado, también conviene recordar que aunque los mitos de la izquierda y la derecha son continuamente presentados como dos envolventes absolutos, metafísicos, por todos los partidos políticos, este maniqueísmo se reactivó en España de forma especialmente agresiva gracias al PSOE de Zapatero con la incorporación del concepto espurio, ideológico, de la «memoria histórica», el guerracivilismo, la alerta antifascista y la Idea de extrema derecha
En el capítulo de hoy quiero subrayar que esta polarización política no se produce con la misma virulencia en las sociedades de Asia oriental, generalmente muy compactas, y que ello es debido a una serie de factores históricos, políticos, económicos, sociales y religiosos que marcan la diferencia. Señalaremos, en primer lugar, el elemento maniqueo inserto en las sociedades europeas y americanas por vía religiosa, ya sea en la vertiente católica o en la protestante. Más adelante desarrollaré esta idea con algo más de detalle. En segundo lugar, hay que valorar el factor histórico. Japón, por ejemplo, siendo un país con muchos siglos de independencia, vivió un periodo de enormes y continuas convulsiones internas desde el siglo XII hasta finales del XVI. Esta situación condujo a que, tras finalizar la etapa de los feudos combatientes, se hicieran grandes esfuerzos para lograr la cohesión social. También hay que advertir que, a pesar de lo que se predica popularmente sobre las patologías sociales en Japón (patologías que hablan de individuos robotizados y profundamente alienados) lo cierto es que sus actuales índices de desarrollo técnico, tecnológico, cívico y humano resultan inalcanzables para la mayoría de los países de esa parte del mundo que llamamos occidente. Es decir, tanto en Japón, como en Corea del Sur, que ahora mismo está partida, o en China tras el llamado Siglo de las Humillaciones, existe una conciencia histórica de que la unidad es siempre mejor que la desunión. Por ejemplo, a lo largo de su historia la sociedad China ha mostrado auténtico pavor por el desorden, de manera que allí las ideologías o los ideologemas en torno a la unidad se han cultivado con fruición.
Un tercer factor que hay que tener en cuenta para entender la escasa polarización política que se da en estas sociedades del Asia oriental tiene que ver, como es natural, con la cuestión económica. Sus economías están en alza, mientras que las sociedades de Europa occidental y de América se encuentran en proceso de decaimiento, de descomposición. Entre otras razones, porque vamos a rebufo de un Imperio estadounidense que en los últimos tiempos está dejando ver sus límites, esto es, que está dejando ver las dificultades que tiene para ver cumplido su ortograma imperialista de vocación universal o universalizante. A este respecto, conviene resaltar que si hay algún tipo de confrontación en las sociedades asiáticas no es tanto por problemas ideológicos internos, cuanto por la penetración del Imperio de EEUU en sus planes y programas políticos. Un caso visible es Taiwán, que opera como una especie de satrapía de EEUU. Como parte del juego de contención de la China continental, en la sociedad taiwanesa circulan corrientes ideológicas que buscan la demonización de China y del comunismo, así como la exaltación de los valores democráticos frente a la tiranía. Pero allí esta propaganda resulta un poco impostada pues no puede negarse la evidencia de que Taiwán, desde el punto de vista antropológico, es una sociedad china. Un rápido análisis desde las coordenadas del materialismo filosófico nos permite ver a Taiwán como una sociedad diluida en el ortograma imperialista de EEUU que ve en China, precisamente, los límites de su propio Imperio. Aunque el Imperio estadounidense tiene marcado otros límites, como Rusia o la plataforma geopolítica de los Estados islámicos, que también está en auge.
Uno de los componentes que funcionan dentro de esta nematología imperialista estadounidense que afecta también a su área de influencia global es, sin duda, la ideología democrática, que no está implantada en el área asiática. En capítulos anteriores explicábamos que los sistemas que llamamos democracias avanzadas son la resultante de la geopolítica imperialista de EEUU tras la Segunda Guerra Mundial, y que surgieron como reacción a las llamadas Constituciones comunistas, fascistas y nacionalsocialistas. El objetivo era implantar un conjunto de democracias homologadas con la estadounidense, democracias parlamentarias consustancialmente ligadas a la economía de mercado pletórico de bienes y servicios y vinculadas, asimismo, a la ideología del individualismo. Un factor más, este del individualismo, que tampoco ha penetrado en las sociedades del Asia oriental y que también está relacionado con el desarrollo económico de estas sociedades. Veamos esto con calma. Las economías nacionales de estas regiones asiáticas funcionan a toda máquina. No hay más que ver la asombrosa potencia técnica y tecnológica que han alcanzado en pocos años. Es lógico que esta situación floreciente intensifique en estas sociedades la idea de estar participando en un mismo proyecto nacional, de ser parte activa de un objetivo común, comunitario, de largo alcance: estamos aquí para seguir mejorando y para liderar el mundo. La situación actual en Europa y América es justo la opuesta. Basta fijarse en que en esta parte del mundo se habla sin parar de comunidades autónomas, de pueblos originarios, de hechos diferenciales, de individuos, de identidades... Incluso se habla de que la sociedad occidental está en peligro. Es decir, hay una sensación general de decaimiento, de desintegración, de pérdida de valores morales, de descomposición a nivel comunitario. Una percepción, por otro lado, que es real y que en el caso particular de España nos sitúa objetivamente al borde de la fragmentación nacional. Y esto que percibimos a escala comunitaria también tiene su reflejo a escala individual, pues la sensación de incertidumbre ante el precario horizonte laboral de millones de personas en la Europa occidental y en América responde a realidades económicas reales.
Esta situación, como digo, podría interpretarse como una especie de giro epocal marcado por el proceso de descomposición del Imperio estadounidense frente al auge de otras potencias geopolíticas que, de momento, no han sucumbido al paquete de ideologías-basura que con tanta intensidad circulan hoy día por la Europa occidental y por toda América. Un ejemplo claro fue lo que ocurrió en Rusia y los países satélites tras la caída la URSS. Cae la URSS y dicen los rusos: bueno, y ahora ¿en qué creemos? ¿En tonterías y aberraciones? Ay, no, que eso es en lo que están metidos los estadounidenses y los europeos. Pues nada, mejor creer en Dios que en tonterías o aberraciones. Así ocurrió y, a día de hoy, una de las ideologías que con más potencia funcionan en Rusia es la administrada por la Iglesia ortodoxa. Tanto China como Rusia tienen claro adónde quieren llegar y en sus planes y programas políticos no figura la posibilidad de asimilar la ideología fundamentalista de la democracia: China y Rusia saben que lo importante es la lucha geopolítica y, sin contemplaciones éticas y morales de ningún tipo, liquidan cualquier atisbo de oposición democrática. Y, por mucho que a nosotros nos cueste entenderlo, lo cierto es que si China asimilara la democracia tal y como nosotros la practicamos, sencillamente se hundiría. Dicho de otra manera, quien pida la democracia para China está pidiendo un genocidio y la llegada de un nuevo siglo de las Humillaciones para los chinos.
En la Europa y América del presente, sin embargo, la filosofía mundana tiende a considerar a la democracia como la esencia misma de la sociedad política, como la verdadera clave del destino del hombre y de la historia, como la fuente de todos sus valores y como la garantía de su salvación. Sin embargo, no es difícil diagnosticar que muchas de las democracias realmente existentes en Europa y América operan como partitocracias, esto es, como sistemas en los que la democracia funciona en el poder ascendente, mientras que en el poder descendente funcionan las oligarquías. Ni China, ni Rusia ni los países islámicos están presos de este fundamentalismo democrático y este es un elemento ideológico más que explica la cohesión social de estas potencias continentales, mucho más prudentes geopolíticamente de cara a su eutaxia que nuestras debilitadas sociedades, aunque ingenuamente sigamos pensando que los Estados no democráticos son sociedades atrasadas, arcaicas y en vías de extinción.
Retomaré ahora brevemente el análisis de ese elemento maniqueo inserto en las sociedades europeas y americanas por vía religiosa. Como ya desarrollé por extenso en el capítulo 62 titulado “El mito maniqueo de las dos Españas”, durante 1000 años el agustinismo político fue la figura hegemónica en Europa. Pero antes de bautizarse en el cristianismo, San Agustín perteneció a la secta de los maniqueos, fundada en el siglo III d. C. por el sabio persa llamado Mani o Manes. Los maniqueos postulaban un dualismo en el que se daban dos dioses: uno bueno y otro malo: he aquí el gran combate que se desencadenará a favor del bien y en contra del mal que será finalmente aplastado. Este mito se secularizó en innumerables doctrinas: las llamadas por Etienne Gilson «metamorfosis de La ciudad de Dios». El mito de la izquierda y de la derecha es una de esas metamorfosis de La ciudad de Dios, es decir, una de las transformaciones de ese zoroastrismo o maniqueísmo secularizado que impregnó buena parte de las ideologías de Occidente (e incluso de Oriente, aunque a otra escala). La Ilustración absorbería este mito de la luz frente a la oscuridad y, de la mano de la masonería especulativa, hablaría del “Siglo de las luces” frente a las tinieblas del clero (sobre todo del católico, por supuesto), erigiéndose como única portadora de la razón, de la verdad, de la felicidad y del progreso. Todavía en 1794 Fichte, autor de notable influencia para el marxismo-leninismo, decía cosas como: «La luz, ciertamente, vencerá al final; en efecto, no podemos precisar cuánto tardará en hacerlo, sin embargo, es ya una garantía de su victoria, y de su victoria inminente, que las tinieblas se vean forzadas a enzarzarse en un combate público. Las tinieblas aman la oscuridad, y cuando se vean constreñidas a salir a la luz, ya han perdido».
Este simplismo ha resultado muy fecundo a lo largo de la historia y resulta muy útil porque reduce la complejidad de la realidad plural a un enfrentamiento dualista entre contrarios, sin tener en cuenta que hay intersecciones y matices. Podríamos poner como ejemplo a Ronald Reagan quien llegó a declarar “una inmutable creencia en el triunfo del Bien sobre el Mal”. Ni que decir tiene que tanto Biden como Trump manejan posiciones maniqueas. Grosso modo podríamos decir que el peligro del maniqueísmo estriba en que es un pensamiento escatológico de corte monista, esto es, que interpreta el fin de la historia en clave ontológica: el Bien triunfará sobre el Mal y reinará por los siglos de los siglos. La idea de New Order o Nuevo Gobierno Mundial que propugnan los globalistas plantea, asimismo, que con la desaparición de la autodeterminación nacional acabará la dialéctica de Estados y, junto con ella, la guerra. Como vemos, al tener una concepción finalista de la historia (el Bien triunfa sobre el Mal) el maniqueísmo desemboca en un monismo que, necesariamente, tratará de extirpar al enemigo, a quien se contempla como el Mal Absoluto. Dicho de otra forma: quien interpreta el mundo en clave maniquea metafísica de buenos y malos asumirá como imperativo categórico la acción de liquidar al enemigo; un maniqueo coherente con su doctrina será, pues, un exterminador, pues por imperativo moral se verá obligado a fusilarlos a todos.
En El mito de la derecha Gustavo Bueno ha sostenido la tesis de que el mito tenebroso de la unidad de la izquierda y el mito tenebroso de la maldad diabólica de la derecha se incubó en los países mayoritariamente católicos: Francia, Italia y España y también en los países hispanoamericanos. Por contagio, y de un modo un tanto sui generis, este esquema maniqueo también ha tenido repercusión en los países de tradición protestante. No olvidemos, por ejemplo, que Lutero fue un monje agustino y que, mientras en los países católicos terminó triunfando la teología de Santo Tomás de Aquino, en la mayoría de los países protestantes tuvo mayor implantación el agustinismo político. En la mayoría de los países protestantes, sin embargo, no están tan implantadas las expresiones “izquierda” y “derecha”. En EEUU se habla más bien de republicanos y demócratas, aunque últimamente se han incorporado las etiquetas izquierda y derecha, fascistas y antifascistas. Hay que recordar, por otro lado, que en la URSS la distinción izquierda-derecha fue considerada una distinción burguesa y que tanto el nacionalsocionalismo como el fascismo italiano se postulaban más bien como una tercera vía, situados ideológicamente más allá de la distinción izquierda-derecha. También resulta extraordinariamente curioso el hecho de que, incluso en los movimientos supuestamente ateos, como puede ser el partido Podemos en España, este maniqueísmo metafísico que establece un corte epistemológico en la realidad separando al bien del mal esté tan profundamente arraigado. Curiosamente, el maniqueísmo de estos partidos presuntamente ateos funciona de forma mucho más intensa, incluso, que en el seno de la propia Iglesia católica o de las distintas iglesias protestantes. En Asia se puede ver algo parecido en Corea del Sur o en Filipinas, donde hay una mayor presencia cristiana. Pero este componente de polarización social por motivos político-ideológicos no resulta tan evidente, como decimos, en Taiwán, Japón o China. La confrontación social que tenga lugar en estas sociedades posiblemente tenga más que ver con procesos históricos recientes y con el magma ideológico que late de fondo desde hace milenios en aquellas sociedades: el confucionismo, el budismo, la idea de comunidad o la propia estructura familiar, más potente, sin duda, que en las sociedades del norte de Europa y de Norteamérica.
Nosotros, mientras tanto, seguimos en la higuera, en la fragmentación, en el limbo de la alianza de civilizaciones y en la partitocracia donde una oligarquía de partidos buscan afianzar su propia cuota de poder de cualquier forma posible, utilizando la mala fe o la propaganda maniquea sin escrúpulos. La guerra, en estos tiempos de pacifismo fundamentalista, está en principio descartada. Lamentablemente, el mito tenebroso de las dos Españas sigue perfectamente operativo en la cabeza de muchos españoles: no entienden a España como una pluralidad, sino como una dualidad de corte maniqueo, esto es, según un esquema que divide a los españoles entre buenos y malos. Y si España sufre alguna anomalía en relación a otras naciones del presente, esta es la práctica desaparición del sentido de patria entre los españoles. No me refiero a que en España se haya moderado la expresión pública del entusiasmo patriótico, sino a que con toda seguridad somos la Nación con el mayor número de antipatriotas por kilómetro cuadrado del mundo: en España no se practica tanto una indiferencia generalizada hacia lo común, hacia la patria, sino un odio explícito hacia ella.
Esto se explica, en parte, por el hecho de que nuestras democracias parlamentarias tienden a ecualizar a los partidos políticos, igualándolos. La ecualización supone que los planes y programas políticos fundamentales de los partidos de las izquierdas y la derecha democrática no difieren en lo esencial. Ya he explicado esto en otras ocasiones: las cuestiones políticas en sentido formal son aquellas que tienen que ver con el Estado. Serían, por ejemplo, aquellas relacionadas con el territorio, las fronteras, la defensa, la organización de los poderes dentro de ese Estado, la forma de gobierno, &c. Aparte de las cuestiones políticas en sentido formal están las cuestiones antropológicas, que tienen nexos con las formales pero que no son formalmente políticas: el feminismo, la ecología, la eutanasia, los toros, la religión, &c. Mientras los partidos llamados de derecha o centro tienden a defender la unidad territorial de la Nación y sus símbolos, las agrupaciones llamadas de izquierdas han necesitado llenarse de contenidos subculturales, antropológicos y morales para poder competir en el mercado pletórico de candidatos. Y así es como los partidos políticos que hoy día se autoperciben de izquierdas en España, buscando su propia eutaxia y no la eutaxia de la Nación, usan como reclamo proclamas de coloración ética y moral antes que política, tales como feminismo, cambio climático, libertad de expresión, solidaridad, derechos humanos, progreso de la humanidad, pacifismo, multiculturalismo o antifranquismo para colarnos de rondón cambios estructurales del Estado que, de otro modo, los ciudadanos difícilmente apoyarían. Nos encontramos ante lo que Gustavo Bueno llamó la izquierda indefinida fundamentalista que, completamente incapaz de subvertir el orden capitalista –como pretendían las izquierdas definidas de antaño– se limita a ejercer una crítica débil y nauseabunda sobre partidos que ellos consideran de derechas y, por tanto, encarnación del mal en la tierra.
Añadiré por último que Estados pujantes como China o Rusia tienen claro que la política tiene como fin el 'buen orden' en el Estado (en el sentido de su conservación a lo largo del tiempo) y que está en la prudencia del político utilizar para ello todos los medios a su alcance. La ideología, en cambio, tiene como fin el dominio de un grupo sobre los demás para que sus intereses se impongan, incluso en contra de los del Estado. Esto es lo que estamos viviendo actualmente en España y de forma creciente en otras regiones de Europa y de América.
Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”