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Fortunata y Jacinta

Esquerra Republicana de Cataluña

Forja 101 · 13 febrero 2021 · 40.41

Un programa de análisis filosófico

Esquerra Republicana de Cataluña

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este tercer capítulo dedicado al análisis de los separatismos en España. Este, en concreto, lleva el título de “Esquerra Republicana de Catalunya”, o sea, Izquierda Republicana de Cataluña, en adelante ERC para abreviar, aunque ya les advierto que aprovecharé la ocasión para tratar otros asuntos de interés. A modo de introducción, quiero dejar bien clara mi posición y es que considero que ERC, más que un partido político, es una banda facciosa por cuanto sus planes y programas políticos persiguen abiertamente la secesión, el robo de una parte del territorio español al resto de españoles. No olvidemos que miembros eminentes de ERC como Oriol Junqueras, Raül Romeva o Carme Forcadell han sido condenados tras el golpe al Estado del 1 de octubre de 2017 y, tal y como nos recuerda Jesús Laínz en su último libro Negocio y traición. La burguesía catalana de Felipe V a Felipe VI, los actores de dicho golpe al Estado están más que dispuestos a volver a intentarlo. Así lo confirmaba Xavier Vendrell, exterrorista de Tierra Lliure y parlamentario de ERC: “Consideremos el octubre de 2017 como un buen ensayo general y corrijamos los errores”. Y en la misma línea se pronunciaba en 2018 el profesor de Derecho Constitucional e ideólogo de ERC Antoni Abat Ninet sugiriendo que el proceso de independencia necesitaba «diez muertos» así como paralizar la economía y que debe ser el propio gobierno de la Generalidad el que «lidere las huelgas y los impactos económicos (…) Es la única manera de que la gente reaccione. Tocar el bolsillo a los europeos. La única manera».

Cuando hablo con españoles que simpatizan con las demandas secesionistas, suelo utilizar una comparación infantil que, de puro simple, suele dar sus frutos. Podría exponerse la metáfora de la siguiente manera: imaginar que el equipo directivo del Museo Nacional del Prado estuviera compuesto por un señor que pretende apropiarse de una parte de la colección y de las infraestructuras de la pinacoteca para fundar un museo propio. Estos serían nuestros separatistas. Como director habría otro señor que diría que, en efecto, dicho museo es una institución discutida y discutible. Esto sería el PSOE. Otro de los sujetos del equipo directivo argumentaría que el Prado es una institución opresora y reivindicaría la necesidad de convertirlo en una sala de exposiciones de la golosina, de las señales de tráfico y del hecho diferencial. Estos podrían ser los de Podemos. Otro señor defendería la unidad e identidad histórica de Museo Nacional del Prado, pero sus colegas directivos y una parte importante de la Fundación Amigos Museo del Prado le tacharían de fascista. En fin, esta es el delirante situación en la que se encuentra ahora mismo España y permítanme que les lea lo que Joan Tardá, diputado de ERC en el Congreso de la Nación española, declaraba a la revista Jot Down en 2016: “En 2004 hicimos la investidura de Zapatero porque decíamos lo siguiente: como los independentistas sólo somos el 12% y, aunque no nos guste, tenemos que sacrificar una generación, y que no sean dos, vamos a hacer con la izquierda española una parte del viaje hasta la estación federal. Cuando lleguemos al estado federal español, la izquierda española bajará del tren y nosotros continuaremos hasta la estación final, que es la república de Cataluña.”

Y ahora veamos lo que el juez Santiago Vidal, también parlamentario de ERC, explicaba en una conferencia en la Assemblea Nacional de Catalunya: “Ahora os explicaré una cosa que no os he explicado nunca. Mes de abril de este año, 2016. Despacho del que entonces era secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Personas que estaban en esa reunión: Joan Tardá, Gabriel Rufián y yo, por parte de ERC. Por parte del PSOE, Pedro Sánchez, Antonio Hernando y la Merixell Batet. La conversación fue la siguiente. Empieza el Pedro (…) Y lo primero que dice:

—Bueno, ya veis ¿eh? He desobedecido al comité federal del PSOE y os he llamado. Para que veáis que esto va en serio, ¿eh?

Y Joan le dice:

—Osti, muy bien, Pedro, perfecto. Pero bueno, pues ¿qué quieres? Adelante. Pide.

—Pues mira, quiero deciros dos cosas. Una: que yo sé que Cataluña es una nación, pero no lo diré nunca públicamente. Yo sé que la separación de Cataluña de España, como no haya un cambio radical por parte del Estado español, es cuestión de tiempo. Por lo tanto, si yo la semana que viene soy presidente del gobierno porque he conseguido llegar a un acuerdo con Podemos y, por tanto, vosotros me dais vuestro apoyo, os prometo lo siguiente: uno, que nunca aplicaremos el artículo 155 de la Constitución Española (y dos) A la mañana siguiente de que yo sea presidente del gobierno, una comisión bilateral Cataluña-España se tiene que sentar en una mesa para ver cómo recuperamos el Estatuto de 2006”.

Y exactamente eso fue lo que pasó: Pedro Sánchez fue investido presidente tras la exitosa moción de censura a Mariano Rajoy gracias al apoyo de los separatistas, y unos meses más tarde Joaquín Torra y su séquito fueron recibidos en Moncloa con la liturgia propia de un jefe de Estado, esto es, como si la reunión fuera de potencia a potencia. En fin, la separatofilia de los españoles que se dicen de izquierdas es un tema apasionante que ya abordaremos con calma en otra ocasión.

Retomemos ahora el asunto que hoy nos convoca y aclaremos que ERC forma parte de Alianza Libre Europea, un grupo transnacional compuesto por 46 formaciones autonomistas, regionalistas y nacionalistas fraccionarias que defienden la «autodeterminación de los pueblos», es decir, son solidarios contra sus respectivas naciones canónicas. Nos encontramos, por tanto, ante una alianza europeísta que pide la construcción de la «Europa de los pueblos», y por consiguiente la destrucción de la Europa de las naciones canónicas, de los Estados-nación, tal y como quedó plasmada en 1992 en el Tratado de Maastricht. No olvidemos a este respecto aquella célebre frase de uno de nuestros separatistas: “Separémonos de España, entremos en Europa y allí nos reencontraremos”. Permítanme, por otro lado, que les cite al historiador y etnólogo barcelonés Batista i Roca, quien en 1934 y ante el hecho de que en España hubiera muchos más castellanos que catalanes, pedía la colaboración en la «tarea humanitaria y patriótica de asentar las bases científicas de una política catalana de población» y así planteaba la posibilidad de crear una «Sociedad Catalana de Eugénica». Unos años más tarde, en 1973, escribió un texto sobre el problema de la “inmigración” de castellanos a Cataluña donde manifestaba que la sucesión al régimen franquista pondría en jaque la “hegemonía parasitaria de Castilla” y recomendaba aprovechar la ocasión: “Las Tierras Catalanas ya tienen suficiente fuerza demográfica y económica para liberarse (…) y llegar a la integración de las Tierras Catalanas a la Europa de las Regiones”.

Pero sigamos. Aunque ERC tiene su núcleo más activo en Cataluña, desde la década de los 90 ha fundado Esquerra Republicana-Islas Baleares y Esquerra Republicana del País Valencià. Como veremos más adelante, el imperialismo catalán también busca anexionarse una franja del territorio de Aragón y el departamento de los Pirineos Orientales de Francia conocido como «Cataluña Norte». Pueden ustedes observar que el mapa-ficción de los Países Catalanes se parece al mapa del antiguo Reino de Aragón. Pero habrá que recordar a nuestros separatistas y a sus simpatizantes que el Reino de Aragón no fue una «confederación catalana-aragonesa», por mucho que este relato antihistórico y anticientífico sea lo que se enseñe en los institutos catalanes.

Nuestra formación separatista, o sea, ERC, ha pasado por diferentes períodos históricos: la Segunda República (ERC fue fundada semanas antes de la proclamación de la II República), el franquismo (sin opositar al régimen, por mucho que ahora alardeen de antifranquismo) y la partitocracia del régimen autonómico del 78. Especial vigor ha cobrado esta formación en el siglo XXI, mucha más de la que tuvo en las dos primeras décadas del actual régimen, copado por el pujolismo. Y ahora repasemos brevemente su historia.

Como decía, Izquierda Republicana de Cataluña se fundó en Barcelona el 19 de marzo de 1931, unas semanas antes de la proclamación de la II República española, y lo hizo de la mano de los hermanos Jaume y Artemi Aiguadé Miró. El primero de ellos, Jaime, había firmado en agosto de 1930 el pacto de San Sebastián en nombre de Estat Català. Y es que ERC no empezó desde cero, sino que fue la resultante de la unión del Partido Republicano Catalán de Luis Companys, del grupo La Opinión de Joan Lluhi y de L’Estat Català de Francesc Macià. Uno de los fundadores de ERC, Ventura Gassol, que llegó a ser consejero de cultura con Macià y Companys, había resumido su ideario declarando que “nuestro odio contra la vil España es gigantesco, loco, grande y sublime. Hasta odiamos el nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones y su sucia historia”. Aprovecharemos la ocasión para extraer algunos fragmentos del Catecismo del joven patriota que L’Estat Català repartía en hojas volanderas en 1923: “Considera, hijo de Cataluña, que todos los hombres de la tierra llevan en su naturaleza la fuerza de su raza (…) Piensa que eres hijo de un pueblo que era el más libre del mundo y hoy yace infeliz y decaído bajo el peso embrutecedor de las cadenas (…) Antepón a tu interés personal, el interés supremo de la Patria. Mata al traidor. El día de la victoria final llegará”. En 1922, Macià fundaría el partido político Estat Català, que sigue en activo y que sostiene: «Ningún Estatuto nos hará libres. Independencia». A propósito de Estat Català hablaremos de los famosos escamots, milicias paramilitares acudilladas por el esquerrista Josep Dencàs y el teórico racialista a quien ya mencionamos en el capítulo anterior, el también esquerrista Rosell i Vilar. Las maneras fascistoides de los escamots (más adelante veremos el vínculo directo que Dencàs tenía con Mussolini) recibieron críticas incluso de algunos periódicos catalanistas. Así, los redactores de Mirador escribían en 1933: “Las características fascistas de la Esquerra son evidentes, incluso prescindiendo de los escamots: el caudillaje político; esta constante apelación al pueblo, con el convencimiento implícito de que el partido es todo el país; la irritabilidad ante la crítica más ligera; la supremacía de los organismos del partido sobre los organismos de gobierno del país; la organización de una burocracia a base de militantes del partido… Todos ellos son síntomas bien claros de fascismo, de los que la propia Esquerra, en su ignorancia, no acaba de darse cuenta.”

En el capítulo anterior vimos la propuesta de Prat de la Riba de anexión de Cataluña a Francia en los días inmediatamente posteriores al desastre de 1898. Unas décadas más tarde, grupos de la órbita de Estat Català y Esquerra Republicana se apresuraban a pedir ayuda en Berlín para consolidar sus planes separatistas. Sus posiciones se alineaban con las del periódico La Nació Catalana que consideraba que la amiga natural de la futura Cataluña independiente era la Alemania hitleriana: “Con la esperanza (puente de plata que nos une al futuro) de una Cataluña libre, aliemos el Pancatalanismo al Pangermanismo.”

Y es que las ideologías de las que se imbuyó ERC fueron el independentismo, el republicanismo, el europeísmo y el pancatalanismo. Detengámonos un momento en esta cuestión del pancatalanismo pues, tal y como nos informa Jesús Laínz, no es cuestión baladí: “Tras casi un siglo de baile de términos para designar a los diversos territorios de habla catalana, el pancatalanista Joan Fuster propuso exitosamente el de Països Catalans como denominación de una esencia que arrancaría de los tiempos de Jaime I con la conquista de Valencia en el siglo XIII”. Al mismo tiempo, Joan Fuster aconsejaba prudencia a la hora de emplear los términos para evitar desconfianzas entre valencianos y baleares, para ir acostumbrándolos, poco a poco, a la idea de que formaban parte de la nación catalana futura. Medio siglo antes, Rovira i Virgili había dejado claro este afán imperialista del catalanismo: “El catalanismo auténtico es necesaria y esencialmente pan-nacionalista. Nación catalana quiere decir la totalidad de los territorios del idioma y la totalidad de la gente nuestra que los habita. El antiguo Principado es una región –es decir, una parte– de la nación catalana, como el País valenciano, como las Islas Baleares, como el Rosellón”. Algunas de las nombres que se habían barajado para designar a este imperialismo catalán que debería incluir a Valencia y Baleares fueron Catalònia, Catalunya Gran, Llevant, Pàtria Llemosina, Naciò Llemosina, Catalunya Integral, Bacàvia o Bacavària (neologismo formado por las primeras sílabas de Baleares, Cataluña y Valencia). También se valoraron otros términos como Mediterrània Catalana, Països de Llengua Catalana, Espai Catalán o Comunidad Catalánica.

Sin embargo, Joan Fuster advertía que el término Països Catalans era solo una denominación provisional hasta que pudiera establecerse definitivamente el nombre de Cataluña una vez alcanzada la independencia de todos los territorios, incluidos Valencia y Baleares: “Por eso hay que recomendar en ciertos momentos suma cautela en el uso de la palabra Cataluña”. Se refiere a que hay que reservarla para el futuro, puesto que el establecimiento de una terminología colectiva “ha de ser ganada a fuerza de reiterar las fórmulas escogidas y a fuerza de acostumbrarnos y acostumbrar a los demás a utilizarlas de manera metódica. No nos engañemos: se trata de una cuestión de rutinas.” Ni que decir tiene que esta fórmula de “repetir para acostumbrar” es la que viene triunfando de unos años a esta parte, cuando las propias instituciones del Estado, partidos políticos, medios de comunicación de todo tipo y gentes del común han asimilado sin ningún problema que los topónimos de la geografía española se pronuncien y rotulen en catalán, vasco, gallego, leonés o bable según tercie.

Españoles en Babia porque los tontos no eran los nacionalistas. Ya Prat de la Riba, refiriéndose al Compendi de la doctrina catalanista que había publicado doce años antes, escribía en 1906: “En aquel compendio pusimos toda la nueva doctrina, omitiendo la terminología y sustituyéndola por la entonces más generalizada: bajo los nombres viejos hicimos pasar la mercancía nueva y pasó (…) íbamos destruyendo las preocupaciones, los prejuicios y, con calculado optimismo, insinuábamos, en sueltos y artículos, las nuevas doctrinas, barajando con intención región, nacionalidad y patria para acostumbrar, poco a poco, a los lectores.” Y lo mismo explicó Francisco Cambó sobre el uso del término “regionalistas” para no asustar antes de tiempo con el de “nacionalistas”. Recordemos que Cambó fue cofundador y líder de la Liga Regionalista, que era el partido nacionalista catalán de derechas, para entendernos, mientras que ERC se fundaría unos años más tarde como la presunta opción nacionalista de izquierdas.

Precisamente con la llegada de la II República, la hegemonía de la derechista Liga regionalista de Francisco Cambó fue sustituida por la de la Esquerra Republicana de Francisco Macià que llegó a contar con 100.000 militantes. Lo cierto es que la fuerza dominante en Cataluña seguían siendo los anarcosindicalistas, pero como estos no se presentaban a las elecciones, en 1931 ERC ganaría los comicios en Cataluña. Bajo ese pretexto Francesc Macià proclamó la “República Catalana dentro de la Federación de las Repúblicas Ibéricas” y, con el fin de calmar los ánimos sediciosos, el gobierno provisional de la Segunda República española propuso acelerar el proceso de autonomía para Cataluña.

La gestación de dicho estatuto de autonomía se topó de forma contundente con la oposición tanto por parte de las derechas como de muchos izquierdistas de toda España que durante esos meses cantaban por las calles: “Catalanes, ¿por qué esta locura de quedar rezagados? Decid: ¿No es España la España de todos desde aquella jornada de abril? Por una España grande su sangre dio Galán, y ahora el estatuto la quiere desmembrar”. La movilización popular contra el estatuto catalán fue considerable y en muchos comercios pudo leerse lo siguiente: “¡Español! ¡Guerra al Estatuto catalán! En tanto que el intelectual, el obrero y el profesional castellanos no podrán ejercer cargos en Cataluña, los catalanes podrán hacerlos en toda España. ¡Eso es el Estatuto catalán!” Se referían, por supuesto, a las medidas educativas y lingüísticas que ya se estaban discutiendo… Supongo que a todos nos suena esta situación. Y continuaban: “¡Mientras para Cataluña salieron millones y millones de pesetas y para esa Región se dictaron leyes proteccionistas, Castilla sucumbía por falta de protección y auxilio.” Tampoco me resisto a transcribir parte de un texto que circuló como hoja volandera por toda España: “En España conviven fraternalmente castellanos y valencianos, aragoneses y andaluces, gallegos y murcianos, asturianos y extremeños. Los catalanistas no pueden convivir con nadie (…) ¡Que se vaya de una vez y que nos deje en paz! Así viviremos tranquilos y nos costarán más baratas las bayetas, los paños y los géneros de punto. Así pues, proponemos a las Cortes Constituyentes la expulsión de los catalanistas (…) ¡Pueblo oprimido, esclavizado, explotado, ha sonado la hora de tu liberación! ¡Eres libre! La República te abre de par en par las puertas de España, tu prisión. Márchate. Largo de aquí. Regresa a Fenicia, o vete donde quieras, que grande es el mundo”. El problema estaba diagnosticado y denunciado con afilada lengua hace ya noventa años: los catalanistas de entonces y los de ahora no pretenden marcharse, sino quedarse, secesionando una parte del territorio español, de la tierra de nuestros padres, para poder fundar un Estado propio. Porque sin territorio no hay Estado, así de simple.

Como podemos imaginar, la cuestión de la enseñanza y de las lenguas regionales tuvo gran importancia en el diseño de la Constitución de 1931, sembrando el precedente de un problema que se ha ido agravando a medida que avanzaba el Régimen del 78. Así lamentaba la situación en 1931 Fernández Flórez: “Puede decirse que la política española tiene hoy un eje catalán, y que sólo en aquellas cuestiones que no interesan fundamentalmente a Cataluña se expresa con libertad el escrutinio de la Cámara. Resulta curioso, en estas condiciones, oír hablar de la hegemonía castellana y del imperialismo de la meseta, cuando la verdad es que el libre albedrío del congreso está hipotecado a favor precisamente de la región que se cree avasallada”. De nuevo, parece que estas palabras pronunciadas hace noventa años fueran de antes de ayer.

Finalmente, el Estatuto de Autonomía de Cataluña fue aprobado en 1932 y aprovechando la Revolución de Octubre de 1934, el líder de Esquerra Republicana Luis Companys proclamaría solemnemente el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Dicha proclamación no fue absolutamente separatista, pues aún se hablaba de una «República Federal Española». Pero como los televidentes de este canal saben muy bien, el federalismo es un separatismo cortés. ¡Libraos de los vanos federalismos! Allí donde hay un hombre o una mujer que se proclama «federalista» en el fondo lo que oculta es su tendencia separatista. Son lobos separatistas con piel de corderos federalistas. Federalistas por fuera, separatistas por dentro.

En aquella ocasión, los esbirros de Esquerra Republicana destruyeron puentes y ferrocarriles con objeto de cortar las comunicaciones con el resto de España e impedir el avance de las tropas gubernamentales mientras intentaban el asalto a Barcelona al grito de «¡A las armas por la República Catalana!» (fíjense que no gritaban «¡A las armas por la República Federal Española!» que había proclamado Companys). Como vimos en la serie dedicada a la II República, la insurrección fue fulminada ese mismo día, pues Companys se rindió incondicionalmente al general Batet. Poca heroicidad hubo entre los insurrectos separatistas. Y para que se vea a las claras la cobardía y la hipocresía de estos fantasmones, recordaremos que el esquerrista Josep Dencàs, procedente de Estat Català y autoproclamado «nacional socialista», huyó del asediado palacio de la Generalidad por el subsuelo de Barcelona, es decir, por el alcantarillado, mientras que el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria siguió luchando hasta el final. Dencàs huyó a Italia para encontrarse con su protector, el señor Benito Mussolini, y hasta llegó a asomarse al balcón de la Piazza Venezia vestido con camisa negra, el uniforme de los esbirros del fascismo italiano, el fascismo genuino. Paradójicamente, vemos que uno de los sublevados contra el supuesto fascismo de la CEDA era un fascista o un «nacional socialista» auténtico y a sueldo del mismísimo Duce.

Con todo, no estamos diciendo que ERC fuese entonces o sea ahora un partido fascista, pues hay una diferencia fundamental que discrimina al fascismo italiano de la Esquerra Republicana: el primero, el fascismo de Mussolini, quería hacer prosperar a la nación canónica italiana e incluso convertirla en un Imperio, mientras que ERC pretende destruir la nación canónica española y desembocar en una nación fraccionaria: Cataluña.

Como es natural, tras la Guerra Civil, y con la paz de la victoria impuesta por el bando nacional, los separatistas republicanos fueron represaliados. Muchos se exiliaron y otros fueron encarcelados o directamente ejecutados de manera que el partido pasaría a ser clandestino. Muchos exiliados partieron, en lo que ellos llaman “la diáspora”, hacia países hispanoamericanos donde, curiosamente, se habla español. Algunos se asentaron en Francia, donde se instaló el gobierno de la Generalidad en el exilio. Otros prefirieron quedarse en Cataluña bajo el liderazgo de Manuel Juliachs y Jaume Serra.

En 1959 Josep Tarradellas sería nombrado presidente de la Generalidad en el exilio y, al morir Franco, se convertiría en una de las personalidades de la Transición, con toda la carga mitológica, rosalegendaria, que tiene este período de la historia de España. ERC resultó ser el último partido catalán en ser legalizado. En consecuencia, no fue posible su participación en las elecciones generales de junio de 1977, aunque sí pudo presentar una lista en coalición con el Frente Democrático de Izquierda obteniendo un 4,72% de los votos en Cataluña y un escaño que ocuparía Heribert Barrera. Tarradellas retornó del exilio y en octubre del 77 asumiría la presidencia de la Generalidad provisional. Cuando en 1980 se celebraron las primeras elecciones al Parlamento de Cataluña, ERC obtuvo 240.871 votos que se transformarían en 14 escaños, convirtiéndose así en la quinta fuerza política de la región. Estos escaños apoyaron la investidura de Jordi Pujol como presidente de la Generalidad. Daba así comienzo el llamado pujolismo, estandarte del nacionalismo catalán hasta el año 2003.

El 18 de febrero de 2006 ERC participó en la manifestación «Somos una nación y tenemos derecho a decidir», que protestó contra los cambios que se introdujeron en el proyecto del Nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Esta manifestación puede considerarse como el punto de partida del procés. El resto de la historia ya la conocen ustedes.

En 2011 Oriol Junqueras fue elegido presidente de ERC, celebrándolo con la siguiente sentencia: «Somos fruto de muchas derrotas, pero somos la semilla de todas las victorias». Tres años antes, en 2008, Junqueras escribía en el diario Avui que la distancia genética es más grande «de norte a sur que de este a oeste». Y que, al parecer, «Hay tres Estados -¡sólo tres!-, donde ha sido imposible agrupar a toda la población en un único grupo genético. En Italia; en Alemania (…) y en el Estado español, entre españoles y catalanes». Y concluye: «En concreto, los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos. Mientras que los españoles presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses». Insisto: en el fondo del separatismo lo que hay es una doctrina racista, unas veces expresada sin eufemismos, otras encubiertas bajo el mito de la cultura.

En definitiva, ERC tiene como objetivo, según leemos en su página web, «el logro de una sociedad más justa y solidaria, sin desigualdades entre las personas y los territorios y considera que la vía para hacerlo es conseguir la independencia de Cataluña». Así es como pretenden llevar a cabo una sociedad más justa y solidaria, destruyendo España; es decir, se trata de una justicia y una solidaridad polémica contra España. Contra esa justicia y esa solidaridad lucharemos en este canal con las fuerzas de que dispongamos. Para cerrar el capítulo de hoy, subrayaré que ERC celebra en marzo sus noventa años de existencia, enorgulleciéndose de ser «la organización política de Cataluña más antigua aún en activo». Pues bien, parafraseando a Lenin cuando dijo que 40 años de estupidez no justifican a un hombre, nosotros diremos que 90 años de locura objetiva no justifican a un partido político, y menos si éste es separatista y quiere destruir a una nación con medio milenio de historia.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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