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Fortunata y Jacinta

Racialismo en el separatismo catalán

Forja 100 · 7 febrero 2021 · 40.43

Un programa de análisis filosófico

Racialismo en el separatismo catalán

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este capítulo titulado Racialismo en el separatismo catalán. Estamos, además, de celebración porque se trata del episodio número 100 de este canal, FORJA 100, esto es, Fortunata y Jacinta número 100. No tenía previsto preparar una entrega especial para dicha conmemoración, pero les confieso que me genera cierta satisfacción que coincida con los contenidos que hoy trataré pues, ya les he contado en distintas ocasiones, que a raíz del golpe al Estado que tuvo lugar en Cataluña el 1 de octubre de 2017 decidí aparcar los pinceles para presentar batalla al separatismo. Decidí, en suma, emprender una defensa razonada de España, aunque ya sabemos que, tal y como se dijo en alguna ocasión, los separatistas son inasequibles al desaliento, al documento y al argumento, lo que les hace prácticamente irreductibles a una crítica racional… las masas separatistas se mueven por resortes que no tienen que ver con la razón, sino con el sentimiento, la pasión, el fervor.

De manera que con este capítulo número 100 titulado Racialismo en el separatista catalán nos situamos en el tema exacto que fue y sigue siendo el núcleo motivacional de este canal. Así pues, empecemos. En redes sociales había anunciado que iba a dedicar este capítulo a ERC, Izquierda Republicana de Cataluña, partido que se fundó el 19 de marzo de 1931 en la españolísima ciudad de Barcelona unas semanas antes de la proclamación de la II República española. El caso es que tirando del hilo de uno de estos diputados esquerristas, Antoni Rovira i Virgili, me encontré inmersa, de pronto, en el estudio de los orígenes racialistas de la doctrina nacionalista catalana. Este será el tema que hoy trataré, en definitiva. Para ello echaré mano de la obra del filósofo Francisco Caja, La raza catalana, en la que expone una interpretación crítica de los textos que constituyen la sustancia de la doctrina política del catalanismo y que fue editada en dos volúmenes entre 2009 y 2013. Leyendo esta obra advertimos claramente el error de percibir al nacionalismo catalán, frente al vasco, como un nacionalismo libre de excrecencias racialistas; como un nacionalismo cívico y no étnico, en suma, como un nacionalismo más civilizado que el vasco.

Yo me limitaré a esbozar, como es natural, algunos de los abundantísimos testimonios documentales que Francisco Caja recoje en esta investigación. En particular, hablaré del federalista Francisco Pi i Margall (en pantalla pongo fotografía, nombre y fechas de nacimiento y muerte de cada personaje para que ustedes empiecen a situar a los protagonistas); Valentí Almirall, considerado por muchos como el primer nacionalista catalán; Pompeyo Gener, del que apenas se oye hablar hoy día en Cataluña tratando de ocultar, precisamente, ese poso racista del catalanismo, a pesar de que dicho poso permanezca en boca de gentes como Jordi Pujol y otros políticos separatistas del presente. También hablaremos del celebradísimo prehistoriador Pere Bosch-Gimpera, de EnricPrat de la Riba y, por último, de los esquerristas Antoni Rovira i Virgili y Pere Màrtir Rosell i Vilar. 

Pongámonos en situación. En 1881 se producía la ruptura entre Francisco Pi y Margall y Valentí Almirall, ambos de ideología republicana federal, una ruptura, una querella, que ha dado lugar a muchas lecturas interpretativas dado que hay que determinar cual fue ese elemento de disensión entre Pi y Margall y Almirall. Pues bien, Francisco Caja sostiene que la causa de la ruptura entre Almirall y Pi i Margall fue la presencia de elementos racialistas en las doctrinas federalistas de Almirall frente al federalismo no racista de Pi i Margall. Indica Caja, entonces, que sería “este elemento racialista el que determina la transición, el pasaje del federalismo al nacionalismo”. De hecho, en opinión del esquerrista Rovira i Virgili, Almirall fue el primer nacionalista catalán: “¡Ya era nacionalista! (…) De los nuestros (…) Constituye un magnífico ejemplo racial”. Y en 1936 escribía: “El federalismo de Almirall adquiría un aspecto más catalán cada día, y la savia racial le daba un gusto de cosa de nuestra tierra”. Advierto en este punto, por cierto, que en este capítulo habrá mucha lectura de testimonios, muchas citas impresas en pantalla, pero les ruego paciencia pues creo que es interesante escuchar y leer lo que se escribió desde el catalanismo.

Para determinar las diferencias doctrinales que existían entre Pi i Margall y Almirall conviene prestar atención a esto que exponía de forma inequívoca Pi i Margall en 1876: “¡La identidad de lengua! ¿Podrá nunca ser esta un principio para la formación ni la organización de los pueblos? ¡A qué contrasentido nos conduciría! (…) ¡Qué de perturbaciones por el mundo! ¡Qué semillero de guerras!” Tampoco admitía Pi i Margall que de las diferencias raciales pudieran derivarse consecuencias políticas nacionales, esto es, no admitía que los componentes raciales pudieran ser el fundamento de la soberanía política y así escribía: “¿Se me podrá dar, por otro lado, una regla medianamente racional para saber en qué subdivisión de las razas (…) habré de apearme al determinar cada una de las naciones de Europa? (…) ¡Cuántas nos encontraríamos solamente en España!” Y continuaba: “Los hombres, además, no porque pertenezcan a una misma raza sienten más inclinación a unirse y asociarse”. Pi i Margall, en definitiva, no creía que los factores geográficos, lingüísticos o raciales pudieran ser la base constituyente de los nacionalismos, rechazando, asimismo, los llamados derechos históricos. Apelaría más bien a la razón política, su ideología republicana federalista atendería, antes que a nada, a razones de Estado.

En Almirall, en cambio, se realiza el tránsito hacia la idea de que la raza biológica determina una identidad cultural y, sobre todo, moral. Así dice que en España se habrían ido configurando históricamente dos grupos raciales que nunca llegaron a fusionarse: “El castellano y el vasco-aragonés o pirenaico (…) El grupo central-meridional, por la influencia de la sangre semita que debe a la invasión árabe, se distingue por su espíritu soñador, por su predisposición a generalizar, por su afición al lujo, a la magnificencia y la ampulosidad de las formas. El grupo pirenaico, procedente de razas primitivas, se manifiesta como mucho más positivo. Su ingenio analítico y recio, como su territorio, va directo al fondo de las cosas, sin pararse en las formas”. Continua diciendo que, finalmente, terminó imponiéndose el grupo castellano: “Y el sistema aragonés, basado en la libertad y fundado en la confederación libre, hubo de dejar paso al régimen castellano autoritario, centralizador, absorbente a ultranza”. Estando, pues, el carácter catalán, doblemente degenerado por su subordinación a Castilla “no solo está decaído y degenerado, sino también desnaturalizado”. O sea, la naturaleza catalana estaría “castellanizada” y sería el deseo de recuperar su esencia lo que “motiva y legitima las aspiraciones catalanistas”. A partir de la teoría de Almirall de los caracteres opuestos, según la cual los catalanes eran arios y los castellanos semitas, gentes como Pompeyo Gener o Casas-Carbó construyeron la tesis fuertemente racista e hiperpositivista, esto es, presuntamente asentada en evidencias científicas, que se convirtió en una de las ideas fundamentales del catalanismo sobre todo a partir de 1898.

En 1902, sin embargo, y como reacción al desarrollo real que el nacionalismo de Prat de la Riba estaba alcanzando, el viejo Almirall abominará del nacionalismo que él mismo había contribuido a engendrar y abrazará la causa de Alejandro Lerroux: “¡Qué distancia tan enorme media entre nuestro regionalismo federalista que armoniza y une, y como el Hércules de la leyenda ‘separando junta’, y esa tendencia que no se propone más que enemistar y separar (…) El odio y el fanatismo sólo pueden dar frutos de destrucción y tiranía (…) Jamás hemos entonado ni entonaremos Els Segadors, ni usaremos el insulto y el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España”. Ante estas palabras de un desencantado y anciano Almarall cabe preguntarse ¿qué elemento del nacionalismo triunfante de Prat de la Riba le resultó tan indigerible? Muy sencillo, pero muy sutil también: lo que no pudo superar Almirall fue la incompatibilidad existente entre sus ideas liberales y el particularismo que pregonaba el nacionalismo de Prat de la Riba. Recuerden ustedes que el núcleo argumental de la filípica que en este canal solemos hacerle al PSOE es que cae en esa contradicción, pues un federalismo asimétrico que rompa la nación canónica (España) en contra del interés general y del bien común y a favor de las ambiciones secesionistas es insoluble con el socialismo en sentido genérico, que se define contra cualquier forma de particularismo. En resumidas cuentas, el nacionalismo sólo podía ser fundado con la aportación de un elemento antiliberal, anti-igualitario: el racialismo. Y ese fue el componente que se le atragantó a Almirall a pesar de los esfuerzos que hizo Pompeyo Gener para convencerle de que la ciencia que él había estudiado en París demostraba que no todos los hombres eran iguales y que, por tanto, había que rechazar el principio político de la igualdad jacobina.

Pompeyo Gener es, sin duda, el responsable directo de la introducción entre los federalistas y regionalistas catalanes de las doctrinas raciales que por entonces desarrollaba la antropología francesa de la mano, principalmente, de Jules Soury o Paul Broca. El elemento central de esta doctrina es el rechazo de lo que ellos denominaban el “principio de igualdad jacobina” y la asimilación de la política del Superyó. Ciertamente, tras la muerte de Paul Broca, su discípulo L. Manouvrier había denunciado el uso ilegítimo del índice cefálico para fundamentar la desigualdad humana, la inferioridad de la mujer respecto del hombre y el uso político de la antropología, pero digamos que Pompeyo Gener conoce la época dura del racialismo francés y la importa a España, convirtiéndola en eje doctrinal del nacionalismo catalán. Y me gustaría subrayar un par de cuestiones a este respecto.

Efectivamente, la raza, la pertenencia a un fenotipo humano u otro, tiene que ver con lo que, desde las coordenadas del materialismo filosófico, denominados la nación biológica, un uso práctico del término “nación” que no tiene un sentido político. Las naciones en sentido étnico son las que operan, por ejemplo, durante toda la Edad Media: hacen referencia al lugar de origen, a grupos que conservan unas peculiaridades determinadas y que están integradas en el Estado, pero no en un sentido político. Atención, esto es lo importante, porque justo es en este punto donde se producen las tergiversaciones más groseras, tratando de hacer pasar anacrónicamente a estas naciones étnicas por naciones políticas. El problema surge cuando se sale de la cuestión biológica para entrar en la ideología, en la nematología. Suponer, por ejemplo, que ciertos caracteres biológicos determinan la moral del individuo (o incluso la calidad moral de pueblos enteros) o que de dichos componentes biológicos se pueden extraer consecuencias políticas. Esto por un lado, pero también quiero señalar que las fuentes de la práctica totalidad de estos ideólogos catalanistas son extranjeras, precisamente porque las tesis racistas no forman parte de la tradición española, al contrario de lo que sucedía en otros ambientes, como los de la Europa protestante, por ejemplo, que encerraban una fuerte carga racista. Recordarles que ya abordé estas cuestiones en los capítulos 22, 52 y 81. La teoría de la superioridad racial aria fue desarrollada, de hecho, por el francés conde de Gobineau y es precisamente durante los años que Pompeyo Gener pasa en París cuando entra en contacto con la Sociedad de Antropología de París, sede y origen de la raciología francesa. Allí tendrá la oportunidad de familiarizarse con la antropología racial francesa, allí es donde publica muchos de sus trabajos, precisamente, porque aun no encontraban buena acogida en la propia Cataluña de esos años previos a 1898. En definitiva, son doctrinas extranjeras las que Gener importa a España.

Bajo estas influencias, Pompeyo Gener escribió en 1887 que lo que había desparramado por toda la Península era “una psicología semítica dominándolo todo (…) un atavismo de raza de fondo africano (…) por lo que muchas de las provincias españolas son refractarias a la civilización occidental moderna”. Conviene plasmar aquí un fragmento extenso: “España está paralizada por una necrosis producida por la sangre de razas inferiores como la Semítica, la Berber y la Mongólica, y por espurgo que en sus razas fuertes hizo la Inquisición y el trono”. Es el viejo argumento hispanófobo que afirma que la acción de la Inquisición eliminó a los mejores, a los librepensadores, a los individuos mejor dotados para el pensamiento racional “dejando apenas como residuo más que fanáticos, serviles e imbéciles (…) Del Sud al Ebro los efectos son terribles; en Madrid la alteración morbosa es tal que casi todo su organismo es un cuerpo extraño al general organismo europeo”. Aquí añadía Pompeyo Gener que, al elemento racial  había que sumar las condiciones ambientales propias de la Meseta castellana: “La falta de oxígeno y de presión en la atmósfera, la mala alimentación”. Responsabilizando, por otro lado, a la “unificación” de las coronas de Castilla y Aragón añadirá: “Y desgraciadamente la enfermedad ha vadeado ya el Ebro, haciendo presa en las viriles razas del norte de la Península”. Pero el problema no era que España hubiera desnaturalizado Cataluña, sino que la dominación política de España sobre Cataluña había provocado la preponderancia de los elementos semíticos atávicos ya existentes en Cataluña. La solución para Gener en 1887 es muy clara, crear una Confederación sobre bases raciales: “Así cada raza se legislaría para su gobierno particular, según sus usos, aptitudes y necesidades (…) y si así y todo, España no progresaba y volvía a continuar con su antigua decadencia, sólo quedaría el recurso de marcharse de ella a los que aquí nacieran con aptitudes para la civilización a la moderna”.

Todo esto lo escribe Pompeyo Gener en 1887, pero en 1897 regresa definitivamente a Barcelona y entonces se produce su integración en las filas del catalanismo y hasta cambió de nombre: de Pompeyo a Pompeu. En 1900 (dos años después de la pérdida de las provincias españolas de ultramar) aparece en la revista Vida Nueva un encendido artículo de Pompeyo Gener titulado Los supernacionales de Cataluña del que extractamos algunos párrafos: “Nosotros, los Supernacionales, hoy sin patria, nos consideramos inactuales (…) Nos sentimos arios. Trabajamos con fe para las generaciones futuras y tendemos a abreviar el tiempo”. Algo así como que necesitan desembarazarse del pasado de esa “España negra” que lastra. De estas ideas se deriva una política concreta: “El Gobierno de los Superiores, de los Geniales (…) los predilectos de la Naturaleza (…) En esta Nueva España, Cataluña marchará sola avanzando (…) Porque Cataluña ha estudiado su ascendencia y ha visto que su raza derivaba de razas superiores a la de los que la dominaban”. España es, pues, el nombre del “invasor” en un sentido biológico: el elemento que contamina la raza aria catalana y que, como vemos, determina también sus características morales. Por ello, estos supernacionales catalanes apoyan la aspiración a la autonomía: “Seguir el movimiento superhumano del genio de la Europa Aria, y figurar en ella en primer término, tal es el propósito de los Supernacionales de Cataluña”. Este empeño por extraer consecuencias políticas de los componentes raciales separaría a los españoles en dos grupos, Pompeyo Gener considerará que la forma política más adecuada para los habitantes del centro (los castellanos) es el socialismo nivelador y la democracia, adecuada para “una raza de proletarios (…) que tienen necesidad de quien les dirija y les mande, de jefes, de amo (…) en una palabra, una raza de esclavos en el sentido más profundo de la palabra”. En Cataluña, sin embargo “el obrero es ácrata. En nuestra raza abundan los individuos diferenciados; los de excepción”. Por tanto, la solución confederalista que Gener proponía en 1887 ya no sirve, y ahora habría que propugnar un federalismo asimétrico que permitiera la “descapitalización de Madrid” puesto que Madrid está corrompida a más no poder y sin salvación por la falta de helio, argón, Krypton, neon y xenón en su atmósfera, de forma que en Madrid “la inteligencia tiene que funcionar mal por fuerza (produciendo) una raza inferior”.

Finalmente la estrella de Pompeyo Gener se extinguirá, pero su estela será continuada por figuras como el arqueólogo y prehistoriador de renombre internacional, el eminente Pere Bosch-Gimpera, cuyas tesis serían asumidas por los exiliados catalanistas que publicaban en Méjico los célebres Quaderns de l’exili. Estos catalanistas sostendrán que “Raza y nación son dos conceptos inseparables” hasta el punto de que la Guerra Civil española será interpretada como una guerra entre razas: entre íberos y celtas, siendo así que “la Nación Catalana moderna y la Etnos Ibérica antigua eran la misma cosa”. Y aquí viene la madre del cordero porque la tesis decisiva es que la esencia de los catalanes atravesará los tiempos sin romperse ni mancharse. Hablamos, por tanto, de un esencialismo de la raza que se presenta como inmutable e indestructible. Esa base étnica, ese determinismo biológico-moral, determinará cualquier hecho posible en la historia de Cataluña. Cataluña es inmutable, indestructible; es ella y no los individuos la que actúa históricamente. De este modo, los hechos históricos que no encajan en el esquema ideológico del catalanismo son interpretados como desviaciones… Da lo mismo la historia, porque una cosa es el pueblo (auténtico y esencial) y otra la superestructura (lo falso y contingente, el Estado). De manera que lo auténtico (el pueblo catalán) debe sobreponerse a lo falso (el Estado español).

Insistamos, por tanto, en este matiz que señala Francisco Caja: que de los textos de Bosch-Gimpera se extrae la idea de que la raíz étnica íbera, que configuraría la esencia del pueblo catalán, se habría desarrollado armónica y naturalmente de no ser por la intervención “antinatural” y “catastrófica” de cartagineses y, sobre todo, de la “asimilación” romana que “interrumpieron o desviaron su evolución”. Esto es, la esencia de Cataluña se habría desarrollado armónica y naturalmente… si no hubiera existido la historia. La España real no es, por tanto, la “España verdadera”. Desde esta perspectiva, la Guerra Civil será interpretada como una lucha para retornar al estado primitivo, la apocastátasis de la Historia de España, el advenimiento de la España auténtica, la racial, la que separa a los íberos de los celtas. Así Bosh-Gimpera definirá la Guerra Civil como “la realización de su destino, el dolor de parto de la nueva España”. Estas palabras las pronunció Bosch-Gimpera en el discurso de inauguración del convulso año universitario de 1937-1938, ya en plena guerra, en Valencia, entonces capital provisional de la República y fue fervorosamente aplaudido por el Gobierno republicano.

Pero cambiemos ahora de personaje, de ideólogo, y repasemos brevemente las posiciones de Enric Prat de la Riba, ¿cuáles eran esas ideas que le resultaron tan indigeribles a Almirall? En su Compendio de la Doctrina Catalanista publicada de 1894, Pere Muntanyola pregunta a Prat de la Riba: “¿Cuál es este elemento enemigo de Cataluña y qué desnaturaliza su carácter?” A lo que Prat de la Riba responde: “El Estado español (ya que) la única patria de los catalanes es Cataluña (y) España no es sino el Estado del cual forman parte los catalanes accidentalmente”. Más adelante se referirá al Estado español como “un ejército de ocupación”, sintagma que hará fortuna. Cataluña es el revés de Castilla o de España (restoespaña), pero todo tiene solución y Prat ofreció a los franceses la posibilidad de la anexión de Cataluña por parte del Estado francés. Este primer nacionalismo también ofreció la anexión a Inglaterra y a la Alemania nazi.

En 1906 Prat de la Riba lamentaba que “las familias humildes consideren un insulto, una ofensa, que se les escriban en catalán las cartas”, a lo que nosotros añadimos que no sólo familias humildes, sino muchas primeras plumas de la Renaixença e incluso dirigentes catalanistas pensaban lo mismo. Rovira i Virgili tampoco entendía que los obreros catalanes prefirieran el uso de la lengua española, pues en su opinión, esta era la lengua de la opresión a la que tendría que oponerse cualquier izquierdista. Así, atacó a los diarios republicanos catalanes por reclamar la enseñanza en español y, entre otras cosas, argumentaba, que el problema era que los republicanos españoles no eran europeos sino africanos. Por otro lado, Rovira i Virgili constató que, antes de 1898, “había unos cuantos catalanistas en Barcelona y algunos otros diseminados por las comarcas. Se los podía contar. Muchas villas tenían un solo catalanista; otras ninguno”. Tras la pérdida de las provincias americanas y de Filipinas, sin embargo, y olvidando la muy destacada participación catalana en la guerra contra EEUU, La Veu de Catalunya publicaba: “Estamos clavados a una barca que hace agua; si queremos salvarnos hemos de aflojar las ataduras”. A partir de estos sucesos de 1898 se dispararía la propaganda antiespañola en favor de los nacionalismos fraccionarios.

Siguiendo la estela de Rovira i Virgili, es interesante señalar que en 1914 propuso olvidarse de la celebración del 11 de septiembre, la Diada, así como de cualquier suceso histórico que no encajara en su ideario: “Las guerras civiles carlistas que tuvieron lugar en el siglo pasado en Cataluña fueron una vergüenza nacional que había que borrar de la memoria de la gente, y que hay que dar por no existentes, como si nunca hubiesen existido”. En este mismo sentido se manifestaría en 1932, ya iniciada la II República, Daniel Cardona al decir: “Nosotros somos separatistas por la Historia y prescindiendo de la Historia”. En 1937, ya iniciada la Guerra Civil, el ya esquerrista Rovira i Virgili cambiaría radicalmente de opinión respecto de la celebración de la Diada y así escribía: “Los héroes de 1714 dieron su sangre y su vida por el doble ideal de la libertad: la libertad de los catalanes como hombres y la libertad de Cataluña como nación”. Como observamos, aquella guerra dinástica de 1714 que fue una guerra de Sucesión y no de secesión, es usada por los separatistas según les convenga. Prat de la Riba también dejó muy claro a principios del siglo XX que “somos separatistas, pero solamente en el terreno filosófico. Sostenemos el derecho de separatismo; lo que hay es que en el momento histórico actual no nos parece conveniente”.

En 1906 Prat de la Riba publicaba su celebradísima obra La nacionalidad Catalana, libro en el que manifiesta que la nación es obra del “espíritu nacional”, también conocido como “l’anima del poble” o “consciencia pùblica”, el Volkgeist alemán: “La nacionalidad es, pues, un Volgkgeist, un espíritu social o público”. El Volgkgeist, ni más ni menos, el “espíritu del pueblo” que permanecería inmutable a lo largo del tiempo… de nuevo una idea importada de la filosofía alemana. Por cierto, vaya dos ideas sublimes puestas juntas: espíritu y pueblo, hay que arrodillarse. No puedo detenerme aquí a explicar estas ideas de tradición alemana, pero sí diré que este “espíritu del pueblo” se correspondería, más o menos, con aquello que hoy día se pregona como la “identidad”, término que, como decía Gustavo Bueno, había salido de los libros más polvorientos de la escolástica para filtrarse en las corrientes de pensamiento dominantes en el presente.

Pero sigamos. Prat de la Riba concluye su obra La nacionalidad Catalana anunciando el comienzo de la “fase imperialista” del espíritu nacional catalán: “Es, pues, el imperialismo un aspecto del nacionalismo, un momento de la acción nacionalista: el momento que sigue al de la plenitud de la vida interior, cuando la forma interna de la nacionalidad, acumulada, irradia, sale de madre, anega y fecunda las llanuras que la rodean”. Pero añade que esa fase está reservada a los mejores. Unos años más tarde, en 1930, el esquerrista Pere Màrtir Rosell i Vilar  publicaba su obra La raza, el libro de mayor contenido doctrinal de cuantos integran la doctrina catalanista. Su axioma: “Toda cosa valiosa es originada y presidida por la raza”. Para sostener su idea de que la raza es la causa trascendental de los cambios políticos, Rosell i Vilar debía insistir en el distingo racial: “Dos razas, la catalana y la española, de mentalidad tan opuesta, no es posible que se entiendan en asuntos primordiales. La discordia entre ambas razas es un fruto natural”. El “sino ideal” de los castellanos será el “dominio”, el de los catalanes, la libertad. El ideal castellano “al encarnarse (tomará) la figura dual de fraile y soldado”; el ideal catalán se encarnará en las figuras del “hombre civil, el ciudadano, y concretando más, el comerciante”.

¿Qué hacer entonces con los hermanos proletarios de España? Recordemos que Rosell i Vilar militaba en ERC. Pues bien, tras sopesar la posibilidad de una federación como solución a la discordia concluye que “los catalanes no podrán aceptar, no aceptarán una descentralización administrativa, puesto que Cataluña no plantea una cuestión administrativa, sino una cuestión política, una cuestión de cultura, el problema de ser o no ser. Y Cataluña quiere ser, y como no puede ser sola, buscará donde todos el reconocimiento y la ayuda”. ¿Dónde lo buscará? Veamos: “La colección de imperialistas de la sociedad de Naciones no sabe, no quiere saber, que haya separatistas en Cataluña, es decir, cerrará sus oídos a cualquier solución separatista. No quedará a Cataluña sino un camino expedito: Rusia”. Y aquí expone Rosell i Vilar su asombrosa vía soteriológica, salvífica: Cataluña liberará a España… de sí misma, y lo hará extendiendo sobre la piel de toro el comunismo. Como vemos, su solución es el imperialismo de Prat de la Riba pero de signo contrario y desde coordenadas izquierdistas. Más interesante todavía, no sería un imperialismo. Ojo a la solución política que propone Rosell: “Cataluña no atacará a los españoles según la doctrina y táctica imperialista, sino que tomará la ofensiva liberadora, es decir, no buscará el dominio, sino que traerá la libertad”.

Sería una guerra de liberación, pero ¿cómo podría llevarse a cabo dicha liberación de España (o restoespaña) si el propio Rosell sostiene que la raza es inmutable y que permanece en esencia, al margen de los propios acontecimientos históricos? Por supuesto, esta contradicción queda sin solución. Continua Rosell i Vilar: “El ejército catalán no irá a quitar la libertad a nadie, sino a darla. No someterá a las colectividades, sino que les devolverá la consciencia. (…) Implantar el comunismo en España no sería establecer una esclavitud, sino llevar a cabo la tarea liberadora de sacar a la superficie el contenido del alma española”. ¿Cuál es la trampa? Pues que el objetivo de esta misión salvífica no sería salvar a España, sino instrumentalizar el comunismo como vía de acceso a la secesión de Cataluña. Rosell lo dice con todas las letras: “Cataluña al realizar la tarea de liberar al pueblo español, se asegura su propia libertad. Cataluña sólo podrá ser libre si es libre el pueblo español, es decir, que España deje de ser imperialista. Es necesario, pues, dar ocupación a los españoles en su misma casa, repartirles las tierras. Es necesario darles un sistema político de conformidad a sus factores psíquicos, es decir, hacerlos prácticamente comunistas. Es necesario darles un mito, Lenin, partidario de la independencia de los pueblos que quieren ser libres”. Olvida, sin embargo, lo que el propio Lenin dejó escrito en su obra de 1914 Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación: “Buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo”. En definitiva, para estos presuntos izquierdistas nacionalistas particularistas el comunismo (sólo para los españoles o restoespaña) era entendido como un instrumento para lograr la secesión de Cataluña, justo lo contrario de lo que propugnaba el comunismo.

“Locura y necedad”, como decía San Pablo, eso es lo que hay en las bases del separatismo, cualquiera que sea su variante. Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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