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Fortunata y Jacinta

Globalización

Forja 096 · 10 enero 2021 · 42.36

Un programa de análisis filosófico

Globalización

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este capítulo en el abordaré la idea filosófica de la globalización desde las coordenadas del materialismo filosófico y así tomaré como punto de partida el libro de Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización, obra que el filósofo español escribió en el año 2004 y que fue publicada por Ediciones B.

Antes de empezar quiero informaros de que he recibido numerosos mensajes a raíz del último programa (forja 095: Corrupciones en el arte contemporáneo español), de manera que prepararé con calma un vídeo de respuesta a los distintos comentarios, objeciones, dudas o ampliaciones que me han ido llegando estos días. Mientras tanto, creo oportuno traer ahora este capítulo sobre la globalización, principalmente porque, a raíz de los recientes sucesos en EEUU, todo parece indicar que nos adentramos en un periodo de grandes transformaciones globales, transformaciones políticas, sociales, económicas, religiosas, morales, técnicas y tecnológicas que afectarán de forma más o menos intensa a nuestras vidas y, por ende, a la percepción e interpretación que podamos hacer de estas realidades que están por venir. Quiero remitir en este punto al forja 068 titulado COVID-19: ¿Fin de la hegemonía de EEUU? publicado el 29 de marzo de 2020, esto es, apenas dos semanas después de la activación del Estado de Alarma en España y justo en el momento en que Estados Unidos relevaba al continente europeo como nuevo epicentro de la pandemia. Me parece interesante revisar ese capítulo como introducción al que expondré hoy, pues ahí presentaba un análisis de la doctrina del Destino Manifiesto, que fue el ortograma imperial de los recién nacidos Estados Unidos de Norteamérica en su movimiento de expansión desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. “Ante un panorama tan incierto –decía en ese programa del 29 de marzo– cabe especular si estamos ante el fin de una era, y no nos referimos a la era Trump, sino a la era de la hegemonía estadounidense, a la era del Destino Manifiesto, al fin de la american way of life que tanta influencia ha tenido en todo el mundo.” Y ya advertíamos que con aquello de american way of life no decíamos únicamente hamburguesas, Coca-Cola o zapatillas Nike, sino que nos referíamos, sobre todo, a nuestras democracias de mercado pletórico y a nuestro adorado estados del bienestar. Ese es el modelo que ha entrado en crisis.

También exponía en ese Forja 068: “Más allá de la gravísima situación sanitaria, cabe analizar los efectos económicos y geopolíticos de la crisis del COVID-19, y es que la dialéctica de Estados y de Imperios está funcionando a pleno pulmón y de ello puede resultar una reconfiguración completa del escenario político, económico, tecnológico y militar a nivel mundial. ¿Podrán los Estados Unidos de Norteamérica seguir afrontando la situación internacional como un Imperio universal?” Y en la página 238 de La vuelta a la caverna Gustavo Bueno se preguntaba ya en 2004: “¿Es posible separar el futuro de la globalización del futuro de su principal impulsor: Estados Unidos?” Este es el punto de partida del análisis de hoy: EEUU como proyecto de Imperio universal que logró ser potencia hegemónica a partir de la II Guerra Mundial, potencia que salió muy reforzada tras la caída de la URSS en 1991 y que, en el presente en marcha, se encuentra en una situación de fuerte inestabilidad interna generando una coyuntura geopolítica que afectará a otras sociedades políticas, como es natural en un mundo globalizado.

Con el fin de avanzar y no repetir contenidos también les remito al forja 093 ¿Conspiración o conspiranoia? Señorías del CNI ¡espabilen! donde ya advertía que “la “Globalización” es mucho más que la descripción de procesos tales como los de la deslocalización de empresas, el ajetreo turístico cosmopolita o la bolsa continua; la Globalización es también mucho más que una teoría científica”. Es una ideología y, al final de esta entrega veremos que se trata precisamente de una ideología apotropaica, una ideología de defensa. Pero, antes de llegar a este punto, revisaremos brevemente lo que exponía en el Forja 093.

No existe una sola idea de globalización, sino muchas y lo primero que habría que subrayar es la distinción entre globalización positiva y las distintas ideologías o filosofías de la globalización. Por ejemplo, fue precisamente desde España desde donde se llevó a cabo la primera globalización efectiva: el Primus circundedisti me al que se refirió Carlos I cuando recibió a Juan Sebastián Elcano en 1522 tras navegar alrededor del globo. A partir de entonces, la política empezaría a ser geopolítica, porque ya el escenario, el mapamundi, suponía la redondez de la Tierra. Globalización positiva es, asimismo, que las Olimpiadas internacionales o los campeonatos de tenis puedan ser seguidos desde prácticamente cualquier rincón del mundo. También es globalización positiva los medios de transporte y comunicación, con conexiones por todo el planeta. Miles de vuelos salen a diario, y millones de mensajes, llamadas y videollamadas se realizan a diario de una punta a otra del mundo. También la televisión formal, la televisión en directo, es un ejemplo perfecto de lo que llamamos globalización positiva.  Dicho en otros términos, la globalización positiva es una realidad efectiva que no se puede negar, no es conspiranoia. La globalización positiva es la globalización realmente existente.

Cosa bien distinta son las ideologías o filosofías de la globalización, que son variadas, aunque todas mantienen un sello metafísico común, todas son de estirpe idealista: por ejemplo, pensar que es posible la unificación del planeta en un solo Estado que sería un Estado Mundial, es tanto como pensar en la unificación del Género Humano y la paz perpetua mundial. Dentro de estas múltiples ideologías o filosofías de la globalización podríamos distinguir, grosso modo, dos grandes grupos. Por un lado, encontramos la llamada “globalización oficial”, adscrita a los grupos que conceptualizaron el término en inglés globalization, inspirados en la idea de “Aldea Global” enunciada por Marshall MacLuhan en su obra Galaxia Gutenberg de 1961 y que es una resultante del término “desarrollo” empleado hasta ese momento. Esta idea de “desarrollo”, que correspondería a una primera fase de lo que luego se llamó globalization estaba conceptualizada desde categorías económicas. El término globalization empezó a ser usado en torno a 1980 en las universidades de administración de empresas de EEUU, pero no cristalizó hasta los años 90, precisamente tras la caída de la URSS, momento en que la ideología globalista empezó a difundirse oficialmente gracias al impulso de la administración de Bill Clinton y a través de instituciones como el G-7, la ONU y agencias afines: UNESCO, OMS, UNICEF, FAO, FMI, OMC, BM, &c.

En definitiva, la Idea de Globalización es muy reciente, cristaliza a finales del siglo XX (sin perjuicio de precedentes retrospectivos) y está íntimamente relacionada con el derrumbe de la Unión Soviética. La tesis principal de Gustavo Bueno en su libro  del año 2004 puede resumirse de la siguiente manera: “La caída del muro de Berlín fue decisiva en la conformación del fenómeno de la globalización, y aun de su propia Idea. Porque, en cierto modo, esta se constituyó como alternativa a la Idea, también globalizadora, del Comunismo soviético. Además, la incidencia de ‘la caída’ no fue sólo fenoménica o ideológica, sino efectiva, en el terreno positivo de la ‘globalización económica’.” Y así lo reconocían economistas como Stiglitz: “La caída del muro de Berlín abrió un nuevo terreno para el FMI: el manejo de la transición hacia la economía de mercado en la antigua Unión Soviética y los países europeos del bloque comunista.”

Como ya hemos indicado, en torno a 1990 fueron surgiendo distintos grupos como reacción a esta “globalización oficial”, grupos que, en su momento, fueron presentados mediáticamente como movimientos de izquierdas  “antiglobalistas”.  La fecha simbólica fue 1999, cuando, con ocasión de la reunión de la OMC en Seattle, se sucedieron protestas masivas contra la “globalización oficial.” Manifestaciones dirigidas, en terminología de los mismos grupos que las convocaban, contra la globalización gestionada por el G-7, contra la “globalización de derechas”, contra la globalización capitalista, también llamada “globalización turbocapitalista” por gentes como Luttwak.

Dentro de estos grupos “antiglobalización” se encontraban posiciones radicales y posiciones no radicales. El antiglobalismo radical estaba inspirado en un rousseaunianismo exacerbado que postulaba la vuelta al hombre primitivo recolector, no cazador, un hombre en armonía con la naturaleza y con los otros hombres, un hombre feliz y pacifista, en suma. Esta oposición arrancaba del movimiento hippie y de los llamados “movimientos libertarios contra el Poder” de “Mayo del 68”, entre otros, que buscaban denunciar los mecanismos represivos ocultos en las instituciones. De la mano de filósofos como Foucault, Deleuze, Guattari, &c. en los años 60 surgió el llamado “análisis institucional” que veía a las instituciones como órganos de control del individuo, órganos de represión de la subjetividad del sujeto: la familia, la escuela, la cárcel, el psiquiátrico, el cuartel, la iglesia y, desde luego, el Estado. En 2001 John Zerzan hablaría de Malestar en el tiempo, reivindicando lo que Bueno criticó como “nostalgia de la Barbarie”.

En un segundo grupo de oposición encontrábamos al antiglobalismo no radical que interpretaba el fenómeno de la globalización como la expansión sin trabas del capitalismo más voraz, esto es, del “turbocapitalismo”, en expresión de Luttwak.  Estos grupos promulgarían una alterglobalización o altermundialización, es decir, una globalización alternativa liberada de los efectos considerados siniestros de la “globalización oficial”. Pedirían, en definitiva, una globalización no capitalista, una globalización más justa que la emprendida por el neoliberalismo. Una globalización con rostro humano, como llegó a decirse. Estos movimientos se caracterizaban por la indefinición de sus objetivos prácticos y la hipótesis que yo sostenía en el capítulo 093 es que ha sido a través de la indefinición de estos “antiglobalistas no radicales” por donde se ha ido filtrando la ideología del Globalismo oficial en la mayoría de los partidos llamados de izquierdas en el siglo XXI. También señalaba en ese capítulo 093 que no es un fenómeno nuevo que el mundo de las altas finanzas se infiltre en los partidos de izquierda y que éstos se dejen seducir, pues esto ya ocurría desde finales del siglo XIX con la Sociedad Fabiana, el socialismo del Imperio Británico, que copó buena parte de la socialdemocracia europea y de más allá.

Como todos podemos observar, el fenómeno de la globalización se nos presenta como “un fenómeno social que, como si fuese un fenómeno meteorológico, un temporal huracanado, se nos manifiesta a través de los medios de comunicación, de los libros, de artículos innumerables, ante millones de personas que, o bien lo aprueban y lo saludan alborozadamente, o bien mantienen un gran recelo, temor e incluso aversión hacia él.” Esto es, la interpretación filosófica o ideológica de este fenómeno no es unívoca hasta el punto de que distintos autores sitúan el origen de la globalización en distintos periodos históricos según el fondo categorial que utilicen como criterio de análisis: categorías económicas, culturales, políticas, tecnológicas, históricas, artísticas, religiosas, &c. Esta oscilación de fechas y esta diversidad de fondos categoriales sobre los que se proyecta el fenómeno de la globalización es el mejor indicio de la borrosidad de la propia Idea de globalización.

Por un lado tenemos, por ejemplo, las posiciones del Globalismo oficial, posiciones asumidas hoy día, como digo, por instituciones supranacionales, ONGs, iglesias, corporaciones, Gobiernos y partidos políticos de todo orden y condición. Sin necesidad de ir más lejos, el actual Gobierno de coalición en España, autoproclamado de “izquierdas” (y desatinadamente por sus oponentes políticos y mediáticos como “socialcomunista”) se ha adherido sin fisuras a los planes y programas políticos de dicho Globalismo oficial: ideología de género, ideología del cambio climático, políticas migratorias de fronteras abiertas, fomento de los indigenismos y de los nacionalismos étnico-lingüísticos, «nueva ética», «derechos reproductivos», Carta de la Tierra, Agenda 2030, BLM, diálogo entre religiones, tolerancia, multiculturalismo, &c. todos estos movimientos han fructificado en el entorno del Globalismo oficial y lo han hecho poniendo a trabajar a sus aparatos de enseñanza (generalmente universidades del ámbito anglosajón), a sus gigantescas redes mediáticas y publicitarias, a cientos de ONGs y fundaciones filantrópicas y, por supuesto, a la industria “cultural” del cine, la televisión y las artes en general como vías eficaces de difusión y de ennoblecimiento de estos intereses de cara a las masas populares.

Pues bien, desde las posiciones de este Globalismo oficial “el fenómeno de la globalización es percibido como un ‘fenómeno luminoso’, última manifestación de la modernidad, la posmodernidad, efecto imparable del progreso que anuncia (al empresario, al comerciante, al consumidor, al turista…) una ampliación de sus horizontes de libertad, de su bienestar y aun de la fraternidad universal.” La filosofía de la globalización oficial, sin perjuicio de sus múltiples versiones, es una ideología marcada fuertemente por una tonalidad optimista en todo cuanto se refiere al “destino del Género humano”. Y así dice Bueno: “Es una ideología que podría considerarse cristalizada, por parte de los grupos vencedores, tras las sucesivas victorias contra el nazismo y contra el comunismo y se habría consolidado mediante el acatamiento de todos los Estados a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y a la extensión del régimen de ‘democracias parlamentarias homologadas’ (régimen regularmente vinculado a la economía del mercado pletórico)”.

Por otro lado, combinando el llamado “principio de la universalización de la democracia parlamentaria”, de Fukuyama, con el llamado “principio de la imposibilidad de la guerra entre democracias”, de Doyle, algunos ideólogos del Globalismo oficial sostienen que la Globalización conduciría precisamente al fin de la Historia, en el sentido del fin de la lucha entre ideologías o fin de la lucha de clases. En definitiva, conduciría al fin de la dialéctica de clases, al fin de la dialéctica de Estados y de Imperios, a la Paz Perpetua kantiana (aunque Fukuyama era más bien hegeliano). En efecto, en la Paz Perpetua decía Kant, siguiendo ideas económicas de Adam Smith, que “el espíritu comercial incompatible con la guerra se apoderará tarde o temprano de los pueblos”. Y agregaba: “de todos los poderes subordinados a la fuerza del Estado es el poder del dinero el que inspira más confianza, y por eso los Estados se ven obligados –no ciertamente por motivos morales – a fomentar la paz.” Pero el principio que aquí se pide no es otro sino una modulación del “principio de armonía preestablecida”. Volveremos aquí contra Kant la misma paradoja que él mismo citó en otra ocasión, la expresada por Francisco I al referirse a Carlos V: “Mi primo y yo estamos de acuerdo (en armonía): los dos queremos Milán.” Y es que nada, absolutamente nada, asegura que el llamado “espíritu comercial” sea incompatible con la guerra y tal y como señalaba Luttwak: “No había dos economías más interdependientes que la francesa y la alemana en agosto de 1914, o que la alemana y la soviética en junio de 1941 (…) con todo se enfrentaron en los campos de batalla sin preocuparse por unas pérdidas aun mayores.” El idealismo del Globalismo oficial, amparado en el principio de la armonía universal, no está dispuesto a reconocer las contradicciones objetivas entre los Estados.

Frente a la ideología oficial de los Globalistas, los antiglobalistas radicales de 1999 percibían la globalización como un “fenómeno siniestro”, efecto de los voraces agentes de un turbocapitalismo internacional que tendía a crecer continuamente impulsado por la necesidad objetiva de las empresas de obtener cada vez mayores beneficios, poniendo en peligro las “identidades” de los pueblos que estarían a punto de ser anegados por la inundación capitalista. Los antiglobalistas no radicales, en cambio, no se polarizarían de un modo tan extremo, hasta el punto de que, hoy día, sus posiciones han permutado y muchos de aquellos individuos, grupos, organizaciones o partidos políticos que, en torno al año 2000, se declaraban antiglobalistas manifiestan en la actualidad una adhesión sin fisuras a la agenda del Globalismo oficial. Es decir, aquellos antiglobalistas no radicales ahora se han alineado con los grupos que trabajan para el complejo industrial-militar de Estados Unidos; apoyan a aquellos contra los que se manifestaban en 2003 protestando, bajo el síndrome del pacifismo fundamentalista, contra la guerra de Irak y contra la guerra en general. Ya vimos en el capítulo 093 que las posiciones defendidas en 2008 en su tesis doctoral por Pablo Manuel Iglesias Turrión, líder de Unidas Podemos y actual Vicepresidente segundo del Gobierno de España, se enmarcarían dentro de aquellos movimientos no radicales, movimientos que, en sus propias palabras, serían globales porque apuntarían “a la confrontación global con el Capitalismo actual” y serían “antisistémicos porque se oponen a los dos componentes del Sistema-mundo, el componente económico –el Capitalismo– (…) y el político –el sistema de Estados–.”

En definitiva, aquellas corrientes no radicales reconocían hace veinte años la fuerza imparable de la ola globalizadora y aceptaban su necesidad como un destino histórico. Pero rechazaban gran parte de sus contenidos y efectos, propugnando una globalización alternativa, algo así como “otra globalización es posible”. No hay que olvidar, insisto, que en el periodo que va desde que Gustavo Bueno escribió este libro (2004) hasta nuestros días han tenido lugar enormes transformaciones ideológicas en el seno de los grupos que hoy día se autoperciben de izquierdas. Como muestra baste recordar que en 2001, Susan George publicaba su célebre Informe Lugano en el que atribuía al capitalismo maligno programas tipo E.E.R.P. (Estrategias de Reducción de la Población) orientados a reducir drásticamente la población a los niveles de 1975 recurriendo a la guerra, el SIDA, la tuberculosis y la desnutrición programada de determinadas áreas de la Tierra. Estos eran algunos de los contenidos y efectos perniciosos del Globalismo oficial que los antiglobalistas no radicales o altermundialistas rechazaban de plano hace veinte años. No hace falta que hable aquí de los efectos del COVID-19, pero todos podemos observar la intensa aceleración que en los últimos tiempos han adquirido los procesos de legalización del aborto sin límites, de la eutanasia e, incluso, de la eugenesia. Y en España y en muchas naciones hispanoamericanas (podemos citar a Argentina) los partidos que lideran dichas reivindicaciones en nombre del progreso –y, ojo, en nombre del feminismo y de la libertad – son partidos autoproclamados de izquierdas. Supongo que tampoco hará falta añadir que en España también Cs y el PP se han subido al carro del Globalismo oficial, lo que hace aun más impracticable el etiquetado anacrónico, maniqueo y simplista de izquierda y derecha para explicar los fenómenos políticos de nuestro presente en marcha.

El proyecto de gobernanza mundial del Globalismo oficial ha sido diagnosticado por Gustavo Bueno como un “globalismo aureolar” por tratarse de una tentativa que está en marcha, efectivamente, pero cuya realización aun no se ha visto cumplida. Dicho en otras palabras, la globalización es una idea ucrónica, oblicua, aureolada, una idea “en devenir como tal idea”, una idea a medio hacer. Pongamos por caso un aparcamiento subterráneo a medio construir: sólo mantendría su sentido cuando sus elementos fueran percibidos como partes de un todo procesual final. Es decir, sólo desde la aureola del aparcamiento ya completado (techado, cubierto, abovedado) podría llamarse aparcamiento subterráneo y no aparcamiento al aire libre, piscina o pista de skaters. Así establece Bueno las diferencias entre una idea utópica y una idea aureolada: “Mientras que en la idea utópica la ‘parte virtual’ ha de figurar como irrealizable, en la idea aureolada la ‘parte virtual’ es constitutiva, supuesta su realidad, del sentido de la parte real”. Esto es, mientras el pensamiento utópico parte de que es imposible que se realice la utopía –que por definición es imposible sabiéndolo el autor – el pensamiento aureolar cree, por ejemplo, que inexorablemente la historia tiende hacia la globalización cumplida, es decir, que la globalización incoada del presente marcha necesariamente hacia la globalización cumplida del futuro, que ya será auténtica globalización. Como si la globalización cumplida fuese el punto omega hacia el cual todos los pueblos del mundo tienden. Ni que decir tiene, que confrontado a las utopías, el pensamiento Alicia practicado por muchos de nuestros políticos nos ofrece proyectos sobre sociedades futuras, también felices y pacíficas como las utopías, pero que, sin embargo, no nos advierte sobre las dificultades insalvables que se interponen para alcanzarlas. ¿Cómo se desarticula, pongamos por caso, el Estado-nación? Desde luego, en España sabemos perfectamente cómo se hace, y el Globalismo oficial también lo sabe, por eso España está la primera en la lista para ser demolida, con todo lo que ello comportaría geopolíticamente en relación a la Hispanidad. Pero a ver cómo se desarticula el Estado-nación en Portugal, sin ir más lejos, o a ver cómo se disuelven las teocracias islámicas en pos de un gobierno mundial.

En la familia de las ideas aureoladas figuran, por ejemplo, la idea de Nación propuesta por Otto Bauer según la cual la Nación sería una “comunidad de destino”. Asimismo, es una idea aureolar la propia doctrina del “destino manifiesto”, ortograma imperialista de EEUU que entendía que los recién nacidos Estados Unidos de Norteamérica eran la Nación elegida por Dios para llevar la libertad a nuevos territorios. También son ideas aureoladas las ideas políticas de Imperio universal, Iglesia católica (entendida como universal), Comunismo, Democracia y Globalización. No son ideas utópicas, sino ideas aureoladas porque ni el Imperio universal, ni la Iglesia católica en tanto universal, ni el Comunismo soviético, ni la Democracia norteamericana, ni la Globalización han existido nunca ni pueden existir. Y no basta decir que existen realmente pero con déficits. El carácter aureolar de estas ideas se manifiesta en expresiones tales como “Revolución comunista inacabada” o “globalización inacabada”; expresiones contradictorias porque si una revolución fuese inacabada no sería revolución.

En definitiva, el proyecto de gobernanza mundial del Globalismo oficial es una tentativa que está en marcha, efectivamente, pero cuya realización aun no se ha visto cumplida, ni verá su cumplimiento jamás porque el gobierno mundial es un imposible político tal y como el móvil perpetuo es un imposible físico. El Globalismo oficial, por tanto, tiene una parte virtual y una parte real, y esta parte real está en marcha, funciona a través de un montón de instituciones y think tanks e intenta perseverar en su ser, es decir, no es conspiranoia y tiene efectos reales sobre nuestras vidas y sobre nuestras sociedades políticas. Por tanto, la Idea de la Globalización es una teoría de un proceso en marcha, pero que no nos ofrece una idea del estado terminal al que pretende llevarnos; sus resultados, dicho de otra manera, son imprevisibles, y de momento nefastos para España, cuyos políticos han entregado al país al globalismo a través del europeísmo, vendiendo la industria que se construyó durante el franquismo y transformando a España en un país de servicios turísticos, que ahora se han destruido con la crisis del Covid. No sabemos que está pasando en Estados Unidos, los medios no informan de forma desinteresada –de hecho lo hacen de manera sectaria – pero una victoria de Biden y Harris sería una victoria del Globalismo oficial y supondría, por tanto, más oxígeno para el gobierno de coalición PSOE, Podemos y socios separatistas. Tampoco una épica victoria de Trump a última hora significaría que el rubiales nos fuera a sacar las castañas del fuego, porque para Trump “America First”.

Como ya advertíamos al inicio de este capítulo, “una explicación más profunda del fenómeno de la globalización y de su ideología se encuentra en el hecho de la caída de la URSS que se consumó entre los años 1989 y 1991; un derrumbamiento de la Unión soviética y de todos sus países satélites que determinó cambios realmente profundos en Europa, entre ellos, la reunificación alemana, la cristalización inmediata de la UE en el Tratado de Maastrich y con ella la reconstrucción de los proyectos expansivos de EEUU en relación principalmente con China”. Por el canal de los hechos, el globalismo neoliberal se afirmó en toda su metodología allí donde el telón de acero bloqueaba su acceso (la democracia parlamentaria y el mercado pletórico). El canal ideológico que se abrió entonces dio lugar a la ideología de la Globalización que llamamos oficial: “Una ideología que, paradójicamente, venía a ser la misma ideología de la Unión Soviética y de su proyecto de sociedad universal, internacional, ‘global’, por medio del comunismo, de la supresión de la propiedad privada, conducente a una Humanidad en la que todos los hombres quedarían fraternalmente unidos por los siglos de los siglos (…) Una vez derrumbado el ‘monstruo comunista’, la guerra y la historia podrían darse por acabadas. La democracia parlamentaria y el mercado pletórico universal hacía ya posible una nueva sociedad mundial, una sociedad de hombres libres, emprendedores y capaces de elevarse desde su miseria al estado de bienestar. La primera versión de esta ideología de la Globalización la formuló Fukuyama en la época del presidente Bush I”.

Ahora bien, sólo si podemos delimitar cuáles eran los intereses contra los que la Idea de Globalización se enfrentaba entonces, podremos entender esa ideología. Aquí se cumple plenamente la regla: sólo podemos entender un pensamiento (ideología) cuando sabemos contra quién va dirigido. “Es fácil caer en la trampa y concluir que la ideología de la Globalización es la respuesta del capitalismo victorioso contra el comunismo tras el fin de la Guerra Fría. Pero si la Idea de Globalización sustituye a la Idea de Comunismo como proyecto de sociedad global universal, es porque puede sustituirla, es decir, porque comparte elementos comunes decisivos precisamente frente a un enemigo común”. Lo cierto es que, derrumbado el comunismo de la URSS, las amenazas de un caos de clases sociales, pueblos, naciones e imperios arreciaba. Pues bien, la hipótesis que planteaba Gustavo Bueno en 2004 era que dicho enemigo común era el Anarquismo en su sentido general, esto es, no exclusivamente aquello que se concreta en la teoría política del anarquismo, a saber, la negación del Estado, pues tanto el capitalismo globalizador como el comunismo tienen siempre en el horizonte la extinción del Estado.

Citaré aquí expresamente este párrafo de La vuelta a la caverna recogido en la página 450: “Pero lo que el gran capitalismo industrial veía en el anarquismo era lo mismo que el socialismo marxista veía en él. Por ello, cabría afirmar, desde un punto de vista filosófico, que aquello que el gran capitalismo (no ya el “pequeño-burgués”) y el socialismo marxista (y no el socialismo demócrata ”pequeño-burgués) veían en el anarquismo (individualista, colectivista o nacionalista) era sobre todo la negación del monismo (en la forma del monismo del orden), es decir, su reivindicación de un pluralismo radical.” Y continua: “Si algo en común tienen en el terreno filosófico los anarquistas, tan diversos por lo demás entre sí, es el pluralismo, en cuanto negación de todo monismo; por tanto, negación de toda confianza en un destino preestablecido por el Cosmos o en una Humanidad histórica (…) Todo lo que los hombres hagan de valor, habría de hacerse desde las perspectivas particulares y plurales, y no desde unos planes preestablecidos por Dios, por la Naturaleza o por la Historia (…) El pluralismo anarquista aborrece, en resolución, todo cuanto tiene que ver con la planificación, tanto con la planificación capitalista –al margen de la cual la empresa capitalista es imposible – o con la planificación central propia de los planes quinquenales comunistas”.

En suma, el mismo terror y angustia ante el pluralismo libertario, anarquista, fue experimentado tanto por el Comunismo soviético como por el capitalismo neoliberal, ambos monistas, pues ambos modelos filosófico-ideológicos intentan mantener el control de todas las variables del sistema en el que creen necesario intervenir, es decir, ambos pretendían ser universales y controlar el mundo desde unos planes y programas ideológicos; sin que queramos con esto identificar capitalismo y comunismo, estaría bueno. Por ejemplo: “El capitalismo, aunque parte (frente al socialismo) del reconocimiento de las iniciativas personales, necesita suponer que estas iniciativas no conducen a un caos, sino que coordinan en una unidad armónica (entre compradores y vendedores), en un monismo del orden”. El comunismo, por su parte, disciplinaba a trabajadores, burócratas, profesores y empleados, &c.

Así rubrica Gustavo Bueno su libro La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización, una obra, por otra parte, que aquí he reseñado de forma muy superficial, pero que contiene desarrollos lógicos en torno a la idea de guerra, Estado, paz, economía, terrorismo, &c. de una riqueza y profundidad extraordinaria, valores de los que, como es natural, este vídeo no da cuenta: “La ideología de la Globalización se nos presenta, desde esta perspectiva, como un característico mito apotropaico destinado a proteger del terror que habrá de desencadenarse en quienes se dejan arrastrar por la contemplación de un caos que empieza a entreverse por todos lados (…) Es una ideología de defensa, una ideología destinada a guarecer a quienes la mantienen de la amenaza de caos que acecha continuamente en una sociedad planetaria, pero no por ello armónica.” Pero también la Globalización se nos presenta como un mito confortable, “algo así como el anhelo de reconciliación universal de todos los hombres que viven separados, alienados, distantes, y cuya separación va cargándose de recelos mutuos y de odios crecientes. Desde esta perspectiva, se entenderá que los hombres que se dirigen contra la Globalización son los hombres que se mueven en el ‘eje del mal’ y que por ello deberán ser exterminados.” Porque la Humanidad globalizada bajo la dirección del Globalismo oficial, esto es, bajo la dirección de las plutocracias financieras turbocapitalistas del ámbito anglosajón, será entendida como la misma expresión del bien sobre la Tierra. Pero China ya es el gigante que, tanto Napoleón como el Imperio Británico, temían que despertase. Y Rusia se ha reestructurado como potencia militar imponente. Luego, el sueño húmedo de los lobos de Wall Street y de la City se está volviendo una pesadilla, razón de más para hacer lo imposible por perseverar en el ser, que es lo que estamos viendo actualmente en EEUU. Mientras tanto, en España estamos en Babia o, peor aún, en el limbo geopolítico de la Alianza de las Civilizaciones, pues desde 1978 nuestros políticos (da igual su “color” ideológico) han renunciado a desarrollar planes y programas propios y sirven, ahora, a los intereses de las élites globalistas del Imperio, tanto demócratas como republicanas.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



un proyecto de Paloma Pájaro
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