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Fortunata y Jacinta

Democracia

Forja 094 · 6 diciembre 2020 · 42.36

Un programa de análisis filosófico

Democracia

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este capítulo titulado “Democracia.” Hace un par de semanas anuncié que acometería la difícil tarea de presentar, reseñar, sintetizar de alguna manera, el conjunto de ideas que el filósofo Gustavo Bueno desarrolló en torno a la democracia. Para no repetir asuntos ya tratados en entregas previas, les remito al forja 90 “La sacralización de la Democracia: del rito al mito” y al forja 092 “Pacto PSOE-Bildu: 25 claves para clarificar los planes reales del Gobierno”. Les recuerdo que, en este último programa, veíamos como la mayoría de los políticos apelan a la democracia como idea pura y como valor absoluto. Así, la democracia española es entendida desde las izquierdas indefinidas y socialdemocratizantes como un genuino ejercicio de fundamentalismo democrático que podría resumirse de la siguiente manera: Como consecuencia de la ruptura de la legalidad democrática republicana de 1931 por parte de los militares tiranos, España soportaría una dictadura cruel durante 40 años. Tras la muerte del dictador Franco, regresaría de nuevo la legalidad, la libertad y el progreso. El referéndum de 1978 supuso, pues, el restablecimiento de la legitimidad perdida y, finalmente, el pueblo español se dio la democracia a sí mismo de forma pacífica y dialogada. Como bien saben los seguidores del canal, en distintas ocasiones he tratado de disputar dialécticamente estas posiciones fundamentalistas, que en el caso de la historia oficial u oficiosa del franquismo y la democracia defendida por el Establishment del Régimen del 78 parece más bien una historia teológica: el franquismo es el pecado original (la caída del hombre) y la democracia es la parousía, la salvación de los hombres (y de las mujeres).

Hoy iremos al hueso de la cuestión presentando, reseñando, sintetizando de alguna manera, como digo, el segundo tomo de las obras completas de Gustavo Bueno Panfleto contra la democracia realmente existente, libro que reúne nueve textos sobre la democracia escritos entre 1997 y 2008. No es este el único trabajo en el que Gustavo Bueno acometió cuestiones de filosofía política, pues también lo hizo en El mito de la izquierda, El mito de la derecha o El fundamentalismo democrático. De obligada mención es el Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas», porque esta obra, que surgió tras la caída de la Unión Soviética y cuyas tesis defienden la vuelta del revés a Marx, constituye la matriz en la que se han gestado buena parte de las obras citadas incluido el Panfleto contra la democracia realmente existente. Resumiendo enormemente análisis más complejos que los interesados deberán estudiar directamente en los libros de Gustavo Bueno, empezaré este capítulo subrayando cinco ideas esenciales y luego ya entraré en desarrollos más pausados:

1. La democracia tiene un origen estrictamente técnico y es el resultado de desarrollos históricos muy precisos sobre sociedades políticas preexistentes: los sistemas que llamamos democracias avanzadas son el resultado específico de la evolución de las sociedades burguesas capitalistas, especialmente europeas, y su desarrollo hacia mercados pletóricos de bienes y servicios, muchos de ellos sostenidos gracias a la depredación colonial. También son la resultante de la geopolítica imperialista de EEUU tras la Segunda Guerra Mundial, y surgieron como reacción a las llamadas Constituciones comunistas, fascistas y nacionalsocialistas tras la Primera Guerra Mundial.

2. Por tanto, las democracias avanzadas, las democracias parlamentarias, están consustancialmente ligadas a la economía de mercado pletórico de bienes y servicios. A este tipo de democracias está vinculada la ideología del individualismo. Algunos ensayistas posmodernos como Bauman, supondrán que el individualismo tiene que ver con una supuesta liberación de las cadenas feudales. El individualismo, por el contrario, es un proceso ligado a los consumidores y la libertad de elección es, en realidad, una libertad de especificación entre las diferentes alternativas que ofrece el mercado pletórico. Mutatis mutandis, el elector libre de la democracia política especificará su voto con relación a las alternativas que ofrece el mercado electoral. Y esta es la tesis principal de Gustavo Bueno: la esencia de la democracia no es la igualdad, sino la libertad: la libertad objetiva para escoger algo (hablamos, por tanto, de libertad positiva, libertad-para, y no de libertad negativa o libertad-de).

3. Dicho de forma rápida: en una sociedad clónica donde todos fuéramos iguales y quisiéramos lo mismo, no sería posible ni el mercado ni la democracia y habrá que decir alto y claro que el peligro más grande para una democracia avanzada es que la plétora falle, que el mercado se hunda. Y nos referimos tanto al mercado de bienes y servicios como al mercado de candidatos políticos: en el momento en que el mercado empiece a estar desabastecido y la gente empiece a pasar hambre, la democracia se hunde; en el momento en que se imponga un solo partido político, una sola ideología política, la democracia se hunde. De igual modo, la imposición de un solo partido, de una sola ideología, supondría el fin de la libertad. Para resumir, nuestras democracias avanzadas se funden con el estado del bienestar: no se sostienen con clases de ética ni cosa parecida.

4. Frente a la doctrina de los tres poderes de Montesquieu, el materialismo filosófico ve necesario ofrecer un modelo canónico que dé cuenta rigurosa de la complejidad de la sociedad política y no solo de las democracias empíricas, sino también de otras sociedades políticas no precisamente democráticas. La intersección de ramas y capas, combinada con la dirección ascendente o descendente de los poderes, nos ofrece un modelo canónico de sociedad política entendido con el engranaje dialéctico de dieciocho poderes.

5. Señalaremos, por otro lado, que la democracia como institución política remite a una serie de contradicciones que, podríamos decir, son constitutivas suyas. No hay que ver, pues, estas contradicciones como déficits subsanables con el tiempo, como situaciones transitorias. Seguramente una de las contradicciones que más afecta a la ideología fundamentalista de la democracia es la relativa a la democracia y la guerra, como se pone de manifiesto en la ficción del llamado «derecho internacional» según el cual se supone que la democracia remite por definición a la paz. Sin embargo, en el concepto de «guerra legal» se desvela claramente la falsa conciencia de la democracia como sistema genuino de la paz.

Una vez hecha esta introducción, realizaré algunas distinciones previas que nos ayuden a enfocar estas cuestiones, de la forma más didáctica posible. Ni que decir tiene que lo que yo logre exponer hoy aquí no será más que un esbozo (a veces grosero, pero sobre todo incompleto) y que aquel que tenga voluntad de profundizar en estos asuntos necesariamente tendrá que estudiar los libros de Bueno.

En primer lugar, habría que subrayar las diferencias que se dan (cuando se dan) entre ideología y filosofía. Esto daría para otro capítulo completo, de modo que me limitaré a decir que utilizamos el término “ideología” en el sentido marxista para referirnos a ese conjunto de ideas arraigadas socialmente en un grupo a medida que ese grupo va contra otro. Recordemos, por otro lado, que filosofías no hay una, sino muchas y que la filosofía crítica, sistemática, la filosofía de estirpe platónica, conserva frente a la ideología la estilística dialéctica. Es decir estas filosofías sistemáticas son eminentemente polémicas, dialécticas, deben toman partido, entonces ¿qué las diferencia de las ideologías? Primero daré una breve explicación y luego pondré un ejemplo. Mientras que una ideología no entra en contraargumentos limitándose, generalmente, a presentar sus posiciones como verdades axiomáticas y a descalificar al contrario, un sistema como el del materialismo filosófico debe tener en cuenta lo que dice el otro, tratando de entender sus argumentos, precisamente, para poder recubrirlo, para poder dominarlo. Esto es, opera desde el método apagógico que es un tipo de razonamiento lógico que tiene que tener en cuenta las diferentes tesis que salen al paso y optar por la más potente o por la que menos contradicciones tenga. Es una aberración y una demostración de ignorancia supina sostener, como algunos sostienen, que el materialismo filosófico se postula como el único sistema filosófico posible. De hecho, sistemas como este solo son posibles porque se nutren en la dialéctica y en la confrontación contra otros sistemas, de ahí que digamos que pensar siempre es pensar contra alguien. Asimismo, el materialismo filosófico se ofrece él mismo a ser disputado dialécticamente y, puesto que todo sistema filosófico tiene fecha de caducidad, llegará un momento en que el materialismo filosófico iniciado por Gustavo Bueno pierda su potencia. Por ejemplo, el tomismo es un sistema filosófico, igual que lo es el hegeliano o el marxista. El problema es que esos sistemas tienen verdaderas dificultades para enfrentarse a la realidad del presente, y lo mismo le podrá suceder al materialismo filosófico dentro de un tiempo: que perderá su potencia para explicar e interpretar las realidades de ese momento. El caso es que el materialismo filosófico aun no ha perdido dicho potencia y, de hecho, textos escritos por Bueno hace 20, 30 y 40 años mantienen plenamente su potencia explicativa. E, insisto, quién sostenga que este sistema ya está caduco, simplemente tendrá que demostrarlo, es así de sencillo.

Pongamos ahora un ejemplo que nos ayude a entender las diferencias que se dan (cuando se dan) entre ideología y filosofía: cuando en una manifestación contra la guerra el pacifista fundamentalista grita “¡No a la guerra!” no puede concebir siquiera la existencia de alguien que argumente, no ya a favor de la guerra, sino tratando de entender, por ejemplo, las razones antropológicas o políticas de las partes contendientes. “No a la guerra” es una consigna ideológica en tanto en cuanto no admite contraargumentación. Lo mismo sucede cuando, en relación al aborto, se dice “mi cuerpo es mío y mía la decisión.” O cuando un partido como el PSOE dice “Contra la violencia de género, más democracia. Contra la derecha extrema, más democracia”. En cambio, cuando Gustavo Bueno analiza la idea de guerra ocurre esto (libro La vuelta a la caverna: terrorismo, guerra y globalización) y cuando analiza la idea de democracia ocurre esto otro (Panfleto contra la democracia realmente existente.) Es decir, ofrece un tratamiento filosófico sistematizado de dichas ideas (guerra, globalización, democracia) sin necesidad de encarecer dichas ideas o de denigrarlas, sin necesidad de exaltarlas o de menospreciarlas, sino tratando de entender. Otros filósofos a lo largo de la historia hicieron lo propio desde sus respectivos sistemas.

El Panfleto contra la democracia realmente existente es un pensar contra la democracia y debe entenderse, por tanto, como una alternativa filosófica a otras ideas, a otras concepciones filosófico políticas como la de Aristóteles –tan lejana y tan presente–, la de Popper, la de Habermas o la de Rawls y contra las diferentes ideologías más actuales de la democracia realmente existente: principalmente contra las ideologías de los partidos políticos operantes en las democracias empíricas (las izquierdas, la derecha) y contra el fundamentalismo democrático, que consiste en pensar que la democracia es un producto de la razón pura y que representa la última etapa de la humanidad y de la historia. En el próximo capítulo comprobaremos que esta ideología democrática se encuentra en la base del globalismo oficial que persigue un gobierno mundial, es decir, esta ideología democrática conforma su ortograma imperialista por mucho que el globalismo oficial se presente ante el mundo como una ideología antiimperialista y pacifista. Por otro lado, la democracia es entendida en este libro como una institución objetiva inseparable de las innumerables representaciones que de la democracia nos podamos encontrar. Y, tal y como sucede en toda institución, también en la democracia hay que distinguir un momento tecnológico y un momento nematológico.

El momento tecnológico hace referencia a los aspectos positivos de la democracia, y con positivos queremos decir efectivos, los que están realmente funcionando: las urnas, el cuerpo electoral, los candidatos, la Ley de partidos, las listas cerradas, &c.  Ahora bien, estas democracias realmente existentes, empíricas, reales, están fundadas sobre sistemas de ideas, de ideologías e, incluso de mitologías, y a eso lo llamamos momento nematológico. Es decir, una cosa es la democracia como ideología y otra es la realización de la democracia. Y como democracias no hay una, sino muchas (esto es, democracia no es un término unívoco) cada variante de la democracia tendrá su ideología. Por ejemplo, la filosofía mundana de nuestro presente tiende a considerar a la democracia como la esencia misma de la sociedad política, como la verdadera clave del destino del hombre y de la historia, como la fuente de todos sus valores y como la garantía de su salvación. Esta concepción de la sociedad política como “democracia prístina” (inspirada en las teorías del contrato social de estirpe rousseauniana) ha sido recuperada por gentes como Rawls o Fukuyama, destacados ideólogos del globalismo oficial, como veremos en el capítulo próximo. También la filosofía mundana de nuestro presente tiende a considerar la democracia como la realización misma de la libertad política y a presentar como algo evidente la idea de que el voto de la mayoría conforma la expresión del todo, conforma la voluntad general. Es decir,  pretende mostrar como una verdad axiomática el principio de que el criterio de las mayorías es mejor que el criterio de las minorías. Sin embargo, en las democracias realmente existentes se concede muchas veces a las minorías la capacidad de juzgar mejor que a las mayorías: jueces, comités de expertos (científicos o no científicos; reales o imaginarios, &c.) Nada, absolutamente nada, garantiza que las decisiones tomadas por las mayorías sean más justas o mejores que las decisiones tomadas por las minorías. Nada, absolutamente nada, garantiza que las decisiones tomadas por consenso democrático sean justas o promuevan la eutaxia del Estado. Prueba de ello es que el proceso de rompimiento de la unidad histórica de España podría llegar a hacerse efectivo a través de este sacralizado consenso democrático, olvidando que España es mucho más que los españoles que estamos vivos en 2020. Y, olvidando también, por supuesto, que tal consenso no lo decidirían los ciudadanos, sino las oligarquías políticas a través de sus alianzas contra terceros.

Y como la vida de un filósofo no es la vida de un político o de un politólogo, Gustavo Bueno aborda estas problemáticas a escala filosófica. Como ya he adelantado, el materialismo filosófico presenta una teoría del Estado, un modelo canónico genérico de la sociedad política que puede ser aplicado a cualquier forma de gobierno (sea democrático, aristocrático, dictatorial, monárquico, &c.) Sin una teoría del Estado es imposible siquiera empezar a hablar de política. Bueno analiza en sus libros, y con muchísima precisión, los aspectos tecnológicos de la democracia, así como su génesis histórica, las distintas formas de democracia que se han formulado, las que han existido y existen, &c. Pero, en principio, esos aspectos tecnológicos los deja intactos. Lo que a él le interesa es someter a crítica las ideas que segregan las ideologías democráticas. Y dentro de la crítica de los aspectos nematológicos nos interesará triturar, concretamente, la ideología del fundamentalismo democrático, y así advierte Bueno: “El fundamentalismo democrático significa descalificar totalmente, históricamente incluso, al que no ha sido demócrata. Si la democracia es la forma plena de ser hombre, quiere decir que ni Platón ni Aristóteles ni Goethe eran plenamente hombres”. Fundamentalismo democrático es preservar a la democracia de cualquier duda acerca de ella asignando las corrupciones que vayan surgiendo a los propios individuos (a los funcionarios, los políticos, los jueces, los votantes); es diagnosticar todos los problemas de nuestras sociedades como "déficits democráticos", sin darse cuenta de que la democracia genera sus propias corrupciones. Fundamentalismo democrático es expresar en Twitter, por ejemplo: “¡En democracia no se puede insultar!”…  como si en un sistema aristocrático o monárquico sí se pudiera insultar. Es más, como si no fuera en democracia donde más se prodiga el insulto y el escarnecimiento público del oponente político, amparados, precisamente, en las ideas de la libertad de opinión y ese tipo de cosas.

La democracia realmente existente aparece ante los ciudadanos como la Ítaca soñada por Ulises en su largo periplo: un remanso de paz y libertad, un remanso que, sin embargo, se tornó en turbulento, con trazas de  violencia y sangre, cuando Odiseo arribó a sus costas. Desde esa perspectiva soñada, la democracia será pensada como el espacio de la convivencia, de la solidaridad y la libertad, como el espacio de respeto a la expresión del otro y del cultivo y florecimiento de la cultura. El fundamentalismo democrático es la ideología según la cual el fundamento de toda sociedad política es la Idea pura de democracia, que iría cristalizando en el contexto de la Guerra fría en torno a la dicotomía entre «países democráticos» y «países no democráticos», o «el mundo libre» y los totalitarismos, pero que incluso llegaría a contaminar a otras oposiciones como la existente entre «derechas» e «izquierdas». Es cierto, dirá el fundamentalista democrático, que la democracia aún no se ha extendido a todos los confines del planeta, pero también es cierto que esto solo es cuestión de tiempo. El progreso camina hacia la democracia, hacia su plenitud. Sin embargo, estas apariencias deben ser combatidas con total contundencia crítica. Es precisamente este el contenido de Panfleto contra la democracia realmente existente.

También hay que subrayar que muchas veces se intenta reducir la democracia política a la tecnología de la democracia procedimental. Esto es, se confunde la democracia política con cualquier tipo de procedimiento de decisión por consenso mayoritario y así se dirá que una comunidad de vecinos ha procedido democráticamente al decidir poner mármol y no madera en las escaleras del vestíbulo. Pero una comunidad de vecinos no es un demos de naturaleza política: “Presupondremos, en resolución, que una democracia procedimental que no verse sobre materia política (sobra la organización de un demos, de un “pueblo”) no es sencillamente democracia, y que en lugar de hablar de procedimientos democráticos convendría hablar de procedimientos de consenso”. Y en este punto interesa apuntar lo siguiente: en las sociedades jerarquizadas del Antiguo Régimen determinados círculos sociales actuaban según procedimientos de consenso por mayorías (los concejos abiertos de aldeas o villas, por ejemplo, o las Cortes de León de 1188, que fueron las primeras Cortes con campesinos libres que podían elegir señor). Pero es excesivo llamar “democracias” a aquellas fórmulas, entre otras cosas, porque esas bolsas que funcionaban por consenso procedimental estaban precisamente integradas en el sistema jerárquico feudal y no lo rebasaban de ninguna manera. De un modo parecido, también en nuestras democracias avanzadas actúan organizaciones jerárquicas incompatibles con los procedimientos por consenso y lo hacen no como “meras reliquias de sistemas no democráticos” o como intrusiones anómalas, sino como formas constitutivas de los propios sistemas democráticos. Y no solo hablamos de que estas fórmulas jerárquicas sean la forma de organización del ejército, de la policía, de una Iglesia, de una empresa o de una orquesta. Ninguno de los burócratas que toman decisiones en las altas instancias de las organizaciones supranacionales tipo la ONU, la OTAN, OMS, OMC, FMI, BM, &c. han sido elegidos democráticamente.

En resumen, la democracia en sentido específico es política, y cuando se aplica el concepto de democracia procedimental a materia no política se hace de forma impropia e inadecuada. Para referirnos a decisiones tomadas en familia, por una comunidad de vecinos o un grupo de excursionistas que deciden dónde ir a merendar, &c.  sería mucho más apropiado hablar de consenso procedimental, por ejemplo, consenso vecinal, consenso familiar o consenso para ir a merendar.

Insistimos, por tanto, en que cualquier reflexión sobre la democracia realmente existente puede ser enfocada desde dos perspectivas ideológicas diferentes: una concepción fundamentalista o una concepción funcionalista. Si abordamos el análisis de la democracia desde un punto de vista que supone que esta es una suerte de Ítaca idealizada en la que el pueblo en su totalidad es el responsable de la conducción de su destino (la voluntad general), estaríamos ante una concepción fundamentalista de la democracia. Es la perspectiva de quienes creen encontrar déficits, cada dos por tres, en las democracias, que «aún» no se ajustarían a la idea pura de democracia (que andaría por ahí flotando en una sustancia etérea). «El fundamentalismo considera además que solo puede “mirar al todo” aquella parte que más se le aproxima, a saber, la mayoría democrática» (GB, Panfleto, pág. 42). Esta idea de oloarquía es la que subyace realmente en la famosa taxonomía de las sociedades políticas ofrecida por Aristóteles en su Politeia, esto es, que en la democracia no son “todos” (holoi) los que gobiernan, sino unos pocos o la mayoría quienes estarán representando al todo (holon) a “todo el pueblo”, al demos. Pero ya hemos señalado que esta taxonomía aristotélica encierra algunos problemas que tienden a oscurecer la cuestión más que a aclararla. Por ejemplo, nunca manda uno solo de igual modo que nunca mandan todos. Por otro lado, ¿en qué momento los muchos empiezan a distinguirse de los algunos? ¿Y los pocos de los algunos? Esta cuestión es relevante sobre todo en las situaciones de mayorías relativas, es decir, de las muchas “minorías mayoritarias” que, por motivos meramente pragmáticos, pueden llegar a consensos desde posiciones de profundo antagonismo y desacuerdo: es decir, que las minorías (aun en desacuerdo entre ellas) se solidaricen frente a un enemigo común. Este es el problema que está planteado ahora mismo en España, dado que el actual Gobierno de coalición opera desde la suma de muchas minorías. Minorías como Bildu, un partido cuya cuota de voto es absolutamente despreciable en el conjunto del cuerpo electoral español; un partido separatista al que sólo se puede votar desde su circunscripción regional y que, sin embargo, tiene representación en las Cortes nacionales, es decir, en las Cortes de la Nación política a la que Bildu busca destruir. Recordemos que desde la concepción fundamentalista de la democracia, el expresidente Rodríguez Zapatero dijo en relación al reciente pacto PSOE-Bildu que "La democracia es generosidad, paciencia e inteligencia y debe ser inclusiva de sus mayores enemigos."

En este sentido, cabría decir que el fundamentalismo democrático es un fundamentalismo oloárquico que se subdivide a la vez en dos alternativas genéticas: según la alternativa del género originario, la democracia se interpretará como la forma política originaria entendiendo a las demás formas políticas como degeneraciones de la auténtica forma embrionaria (la asamblea, el contrato social, las tesis de Rousseau y Rawls); según la alternativa del género final, la democracia se verá como el resultado final de un proceso histórico que liberándose de otras formas políticas (imperfectas, falsas) como la tiranía, desemboca en la democracia (fin de la historia, Fukuyama). Por el contrario, hablaríamos de concepción funcionalista, cuando, prescindiendo de la idea fundamentalista de democracia, no hablamos de déficits democráticos sino de equilibrio dinámico. Las democracias realmente existentes serán vistas desde esta concepción funcionalista como sociedades políticas empíricas que se acogen a la norma política de la mayoría (poliarquía) y se adaptan a los hechos efectivos (Realpolitik).  Entonces, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de democracia empírica o positiva? En primer lugar, a sociedades políticas realmente existentes que se reconocen entre sí en el contexto de otras sociedades políticas (democracias homologadas). Las democracias en el sentido político se definirán consiguientemente en función de su constitución material o systasis, lo que nos remite a la codeterminación de sus partes y a un momento dado de la evolución de la sociedad política. Ya explicábamos en el forja 092 que las democracias políticas realmente existentes proceden de la evolución, por transformación y reorganización, de otras sociedades no democráticas previamente establecidas en su territorio, del mismo modo que las sociedades políticas surgen de sociedades prepolíticas sin Estado. De manera que, para no repetirme y poder avanzar, remito una vez más a la revisión de dicho capítulo.

Concluiremos esta síntesis con las palabras del Gustavo Bueno: «Nuestro Panfleto contra la democracia realmente existente puede definirse ya, con más precisión, con un intento de crítica radical a las democracias positivas que creen que sólo pueden entenderse a sí mismas desde la idea fundamentalista de la democracia, y que por tanto sacralizan la democracia como si ella fuera el primer motor de toda la sociedad política» (GB, Panfleto, pág. 304).

No crean que no sé que cada vez son más los temas que voy dejando pendientes de tratamiento. Por ejemplo, si todo va bien, la semana que viene abordaré el análisis filosófico del fenómeno de la Globalización, tema muy relacionado, por cierto, con este de la democracia que traigo hoy. En algún momento encontraré tiempo para cerrar el análisis de la cuestión religiosa en el curso de la historia política de México. En espera están, asimismo, los capítulos sobre la teología de la liberación, el indigenismo, la Primera vuelta al mundo, Hernán Cortés, la figura de Torquemada y la interesantísima cuestión de los judíos en tiempo de los Reyes Católicos, la ideología del separatismo catalán, el afianzamiento de los nacionalismos fraccionarios en la España franquista gracias a la intervención del Congreso por la Libertad de la Cultura financiado por la CIA, la redefinición ideológico-política del partido VOX, ¿Qué es la libertad?… En fin, una cantidad considerable de asuntos que requieren, todos ellos, de tratamiento filosófico, esto es, que precisan de un sistema filosófico desde el que operar y tomar partido no de manera sectaria para alejarnos de interpretaciones intuitivas o de las meras ocurrencias que uno vaya teniendo. Desde luego, faltos de contenido no estamos en este canal, pero no nos engañemos: Fortunata y Jacinta son una sola persona, así pues les pido calma y paciencia.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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