Persecución religiosa en México
Forja 086 · 4 octubre 2020 · 42.50
Un programa de análisis filosófico
Persecución religiosa en México
Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este capítulo titulado “Persecución religiosa en Méjico: ataque al corazón de la Hispanidad”. Quiero resaltar, en primer lugar, unas palabras del presbítero católico, Nicolás Marín de Negueruela, quien en 1928 escribió La verdad sobre Méjico, obra en la que analiza una de las persecuciones religiosas más violentas de la historia contemporánea: la desconocida Guerra de los Cristeros, también llamada Guerra Cristera o Cristiada, dado que el ejército improvisado de católicos que se levantaron contra el Gobierno mexicano lo hicieron al grito de “Viva Cristo Rey”. Esta Guerra Cristera se desarrolló entre 1926 y 1929 y fue el resultado de años de políticas anticatólicas, como veremos a continuación.
Así escribía el sacerdote Nicolás Marín en su obra La verdad sobre México: “De una parte el Presidente de Méjico, Plutarco Elías Calles, y sus agentes diplomáticos en el extranjero nos están repitiendo sin cesar y en todos los tonos que en Méjico no hay persecución religiosa de cultos ni de fieles; que lo que hay es solamente rebeldía obstinada de los católicos y principalmente del Clero, a los preceptos de la Constitución de 1917, vigente en aquel país. Más aún: el Ministro de Méjico en Madrid, el poeta y médico Enrique González y Martínez, ha declarado que en Méjico ni siquiera existe problema religioso”. Al igual que sucedió durante la II República española, a lo largo de la historia del Méjico independiente encontramos a ideólogos y políticos que decidieron legislar en una dirección anticatólica, aunque dicha dirección atentara contra la realidad histórica y social de Méjico. Subrayaremos, por ejemplo, que el censo de 1910 en México daba los siguientes números de creencias religiosas: Católicos 15.033.176; Protestantes 68.839; De otras religiones 33.343; No declararon religión 25.011 (The Statesman Year-Book, 1927, Mac-Millan y Cº Ltd., Londres 1927.)
Tampoco debieron calcular estos ideólogos y políticos que el debilitamiento de la Iglesia católica en México facilitaría el acceso de otros credos religiosos, en particular, protestantes, con el evidente interés geopolítico que ello conlleva. A este respecto, será conveniente dedicar algún capítulo a analizar las actividades del Instituto Lingüístico de Verano, proyecto que bajo la apariencia de una institución técnico-científica, facilitó la penetración de misiones evangélicas por toda Hispanoamérica desde la década de los años 30 del siglo XX. Hasta tal punto se habían recrudecido en México las políticas anticatólicas durante esos años, que el fundador del Instituto Lingüístico de Verano logró convencer al Presidente Lázaro Cárdenas de que podría contrastar la influencia de la Iglesia católica en las poblaciones indígenas, gracias al evangelio de los evangélicos traducido a las lenguas indígenas por los misioneros norteamericanos de su Instituto. Recuérdese, asimismo, el dicho de Roosevelt: “Para la penetración pacífica de Méjico es necesario antes descatolizarlo”. Turn these people from their past (apartad a estas gentes de su pasado) es lo que han repetido la iglesia metodista en multitud de hojas volantes repartidas entre el pueblo. También el militar y periodista español Tirado y Rojas, tras ser expulsado de la masonería por denunciar el filibusterismo que se practicaba en las logias cubanas, publicó lo siguiente a finales del siglo XIX: “Quien dice español dice católico, y por eso era indispensable a la realización de los siniestros planes de las logias que nuestro pueblo dejara de ser español para que dejase de ser católico”. Pero, como digo, ya ahondaremos en estas interesantes cuestiones en próximas entregas.
Las políticas anticatólicas alcanzaron su apogeo en la Constitución mexicana de 1917, también conocida como la Constitución de Querétaro, fuertemente inspirada, al igual que la española de 1931, en prejuicios ilustrados y masónicos que interpretaban a la Iglesia católica como una institución retardataria y anticientífica. A este respecto, el ya citado Nicolás Marín diría: “Es más noble declarar sin ambages que el intento de los constituyentes de Querétaro fue organizar la tiranía de un pueblo, que no los había elegido, que abominaba sus ideas y sentimientos, que carecía de medios para rechazar la brutal opresión de la fuerza que lo encadenaba”.
A continuación realizaré un breve recorrido por los principales hitos anticatólicos que marcarían la vida política, social y religiosa de Méjico desde su constitución como nación independiente del Imperio español. Pero antes de comenzar debo introducir una nota aclaratoria que servirá para fijar posiciones, no solo de cara a este capítulo, sino en relación a la temática que estoy abordando en esta tercera temporada del canal. Uno de los objetivos es reconocer la importancia que tiene la religión, esto es, evidenciar que no es sencillo deshacerse de ella, como tantos y tantos han pretendido a lo largo de la historia. Como ejemplo reciente tenemos la ceremonia de toma de posesión del Presidente Amlo en México recibiendo el poder de unos líderes indígenas. Por un lado, por tanto, hay que reconocer las dificultades objetivas internas de los fenómenos políticos y religiosos, así como las contradicciones que se dan entre las instituciones. Reconocer también que, aun cuando el grado de racionalidad del catolicismo es superior al del islamismo o al del protestantismo, tan peligroso es caer en la teocracia islámica, como en las posiciones hipócritas protestantes y su reduccionismo a la escala individual, sucumbir desde posiciones católicas a una especie de nostalgia del Antiguo Régimen o pretender reconstruir el Imperio español, una realidad histórica ya clausurada. Desde posiciones ateas, como ya he dicho en alguna ocasión, yo puedo perfectamente tomar partido por el catolicismo, sobre todo por su alto grado de racionalidad frente al Islam o el protestantismo y porque la política real nos indica que en modo alguno es una magnitud despreciable en la actual dialéctica de clases, de Estados y de Imperios. Pero no podemos olvidar, por ejemplo, los esfuerzos de la Iglesia católica por acabar con los Estados. En España tenemos el ejemplo del apoyo histórico de ciertos grupos católicos a los nacionalismos fraccionarios en un intento de acabar con el Estado liberal y su principal logro, la Nación política, para recuperar no sé qué prebendas históricas y regresar a los particularismos propios del Antiguo Régimen. Del mismo modo, hay que tener en cuenta que en el conflicto mexicano de la Cristiada, donde opera mucho el protestantismo yanqui, pero también el proceso revolucionario ruso, los clérigos intentaron recuperar posiciones propias del Antiguo Régimen, esto es, ciertos derechos "perdidos" o cedidos, según ellos.
Hasta aquí una pequeña aclaración para evitar confusiones. Ahora adelantaré que el problema religioso en Méjico se asienta en cuatro aspectos principales:
a. El jacobinismo heredado de la Revolución Francesa que, aletargado durante el largo gobierno de Porfirio Díaz, había ido adquiriendo cada vez mayor importancia, especialmente bajo la influencia del ideólogo Gabino Barreda, que entendía que la educación en manos de la Iglesia era, en esencia, un adoctrinamiento oscurantista del cual había que liberar a los mejicanos en nombre de los principios positivistas del amor, el orden y el progreso.
b. También la Revolución Española de la Constitución de 1812, que deposita la soberanía en la Nación y sienta las bases del nuevo estado de cosas que permitiría el progreso tecnológico industrial.
c. El protestantismo norteamericano que ofrecía abundantes recursos económicos a condición de poder penetrar en el país y que fue muy bien recibido por las élites militares, entre otros.
d. La Masonería, siempre en actitud hostil hacia la Iglesia, y que ya desde 1823 venía trabajando en México a nivel político adquiriendo un verdadero poder de decisión y promoción sobre sus afiliados. En cuanto a las consignas de la Masonería, éstas respondían a las establecidas por la Masonería Internacional en el Congreso de Buenos Aires de 1906, publicadas en el diario masónico de Caracas en su número 10, concretamente: erradicar el catolicismo de Hispanoamérica, comenzando con México. En 1926, el diario masónico La Tribuna aseguró que la “Masonería Internacional acepta la responsabilidad de todo lo que pasa en México y se dispone a movilizar todas sus fuerzas para la ejecución completa, total, del programa que se ha fijado para el país”.
Teniendo en cuenta estos cuatro componentes, pasamos ahora a hacer un breve recorrido cronológico.
Tras la firma del acta de independencia de México el 28 de septiembre de 1821 se hace evidente que los criollos que se emancipan de España, a causa de sus divisiones internas y por la influencia inmediata de Estados Unidos, no tienen fuerza suficiente para consolidar un Estado nacional heredero del territorio de la Nueva España y prueba de ello es que venden o ceden gran parte de su territorio a los Estados Unidos. Asimismo, los procesos de industrialización no comienzan a consolidarse en México prácticamente hasta la época de Porfirio Díaz. Durante esas décadas decisivas se sucedieron una serie de leyes antirreligiosas, calco de otras decretadas por los distintos gobiernos liberales europeos durante el siglo XIX. Destacamos los principales:
1. En 1856 se promulga un Decreto que suprime la Compañía de Jesús en México. Recordemos que, gracias al cuarto voto de Obediencia al papa, los jesuitas se habían convertido en el gran baluarte del Papado. Este hecho, junto a su extraordinario poder económico y la excelencia de sus centros de enseñanza, motivó que la Compañía fundada por Ignacio de Loyola se granjeara una encendida enemistad por parte de la masonería y la mayoría de los ilustrados. Juntos pusieron todo su empeño en minar los fundamentos doctrinales de la Compañía: al cabo, era la orden religiosa que contaba con los religiosos más preparados de la Iglesia romana y quienes ofrecían la resistencia más firme al proyecto de secularización ilustrado y masónico. Voltaire, en carta a Helvetius, no erraba en su objetivo: «[...] cuando hayamos eliminado a los jesuitas habremos dado un gran paso adelante en nuestra lucha contra lo que detestamos».
No en vano había sido un jesuita, el padre Rábago, confesor de Fernando VI, quién venía aconsejando la prohibición de la Masonería en los territorios de la monarquía hispánica desde el siglo XVIII. Y así decía: “Este negocio de los francmasones no es cosa de burla y bagatela, sino de gravísima importancia (…) Debajo de esas apariencias ridículas se oculta tanto fuego, que puede, cuando reviente, abrasar a Europa y trastornar la religión y el Estado”. Se apoyaba, de esta manera, en los argumentos utilizados por Clemente XII en la primera condena papal a la Masonería fijada en 1738, veintiún años después del nacimiento de la secta. En la bula In Eminenti, Clemente XII señalaba a la Masonería como una “gran mal” no solo para “la salud de las almas”, sino “para la tranquilidad de los Estados”. No me resisto a subrayar, por cierto, que este fue también el argumento utilizado por Simón Bolívar, masón iniciado en 1805 y que, una vez alcanzado el poder gracias al apoyo de las logias, prohibió la masonería en 1828 alegando, él también, que suponían un peligro para la estabilidad de los Estados. Así afirmó: “Simón Bolívar, Libertador, Presidente, de la Gran Colombia. Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en otras naciones, que las sociedades secretas sirven especialmente para preparar los trastornos públicos turbando la tranquilidad pública y el orden establecido; que ocultando ellas todas sus operaciones con el velo del misterio, hacen presumir fundadamente que no son buenas, ni útiles a la sociedad, y por lo mismo excitan sospechas y alarman a todos aquellos que ignoran los objetos de que se ocupan”.
Como consecuencia de esta dialéctica feroz, la Compañía de Jesús había sido expulsada de España en 1767. Por presión del propio Carlos III y otros monarcas católicos europeos, el papa Clemente XIV suprimió la orden en 1773. Aunque fue restablecida en 1814, los jesuitas serían expulsados de España tres veces más, en 1820 durante el trienio liberal, en 1835 durante la Regencia de María Cristina de Borbón, y en 1932 bajo la Segunda República Española. Asimismo, fue expulsada, entre otros lugares, de Francia, Rusia, Portugal, Colombia, Ecuador, Italia y, como decimos, de México en 1856. La profunda crisis ideológica que la Compañía de Jesús arrastra desde mediados del siglo XX, merecerá un capítulo aparte. De momento, sigamos con nuestro tema.
2. También en 1856, la Ley Lerdo mexicana obligaba a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender casas y terrenos. Los procesos desamortizadores en Francia, en España y en las repúblicas herederas del imperio español (más en los países católicos que en los protestantes) eran necesarios para favorecer la creación de unas burguesías que pudieran "modernizar" esas naciones. Se trataba de dar el salto desde la fase eotécnica propio del Antiguo Régimen, a las novedades de la fase paleotécnica, que se inicia en Inglaterra con la revolución industrial y que se desarrolla durante todo el siglo XIX. Sigo en este punto las fases del progreso humano enunciadas por Lewis Mumford en su libro "Técnica y civilización" de 1934, donde sostiene que habría tres etapas sucesivas en el desarrollo técnico de la civilización: la fase eotécnica, la paleotécnica y la neotécnica. Esta evolución interna de la técnica y, por tanto, de la industria en los países occidentales marcaron los procesos del siglo XIX, obligando a realizar determinados ajustes necesarios para llevar a cabo la modernización de las estructuras nacionales correspondientes. Las desamortizaciones encajan dentro de estos procesos de ajuste, aunque, por supuesto, también arrastraban fuertes connotaciones ideológicas en la lucha por el control de las ideas y de las conciencias.
La Ley Lerdo mexicana seguía, una vez más, el modelo de la Revolución Francesa, aplicado en España por cada uno de los gobiernos liberales del siglo XIX, una medida que tenía como objetivo principal desarticular a la Iglesia para que no pudiera cumplir sus funciones seculares, fundamentalmente sus labores en la enseñanza y la asistencia social. Y a este respecto no hay que olvidar que los gobiernos liberales carecieron, durante décadas, del menor sentido social, entre otras razones, porque la Iglesia era la que tradicionalmente se ocupaba de dichas tareas y que lo hacía de forma eficaz y discreta. También es verdad que durante el siglo XIX y principios del XX la educación primaria estaba en manos principalmente de la Iglesia, y que el Estado en la Hispanoamérica independizada se había despreocupado en el siglo XIX de indígenas y campesinos. Masas de explotados creciendo, pero era mejor desamortizar los bienes de la Iglesia en nombre de la libertad. Lo peor de todo es que estos procesos de desmantelamiento de las instituciones eclesiásticas a menudo se llevaban a cabo de forma precipitada e imprudente, sin tener preparadas nuevas instituciones de sustitución, situación que trajo aparejado el abandono de los grupos sociales más desfavorecidos. León XIII, denunció esta situación de desamparo de las masas proletarias por parte de los Estados en su encíclica de 1891 Rerum novarum.
Por otro lado, hay que subrayar que la Ley Lerdo mejicana tuvo como consecuencia que muchas de las fincas desamortizadas quedaran en manos de extranjeros dando origen a los latifundios de años posteriores, siendo este uno de los principales motivos de disconformidad que darían lugar a la Revolución mexicana, especialmente del movimiento zapatista.
3. En 1857, durante la presidencia de Ignacio Comonfort, se redacta la Constitución Política de la República Mexicana, también de ideología liberal. En relación a esta Constitución, Nicolás Marín escribía: “Los hechos se repiten invariablemente hasta hoy. Un partido político logra deshacerse de los partidos contrarios; entonces los miembros de ese partido, los que han triunfado, son los que hacen la Constitución y los que la imponen por la fuerza, sin consultar para nada ni la voluntad ni el número de los vencidos. El mismo profesor Calcott, en su reciente libro: La Iglesia y el Estado en Méjico en que tan condescendiente y generoso es con el partido liberal, se ve obligado a confesar que sólo los liberales estuvieron representados al discutir y aprobar la Constitución de 1857 y que esos mismos liberales no representaban ni siquiera la mayoría de la clase culta, mucho menos de la masa del pueblo”.
Aunque la Constitución mejicana de 1857 reconocía a la Iglesia Católica como sociedad religiosa, las leyes llamadas “de Reforma” le arrebatarían la propiedad de sus templos, casas parroquiales y palacios episcopales, nacionalizándolos. Así, en 1859, bajo el gobierno de Benito Juárez, se promulga la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, que ya no pasarían a manos de los rentistas, sino que quedaban en poder del Estado.
4. Esta serie de leyes llamadas “de Reforma” se fueron agravando con los años. En 1859 se emite la Ley de Matrimonio Civil que establecía que el matrimonio religioso no tenía validez oficial y que debía certificarse como un contrato civil ante el Estado. También se promulgan los decretos de secularización de cementerios, hospitales y establecimientos de beneficencia, el Decreto de supresión de festividades religiosas y de prohibición de la asistencia oficial a las funciones religiosas o el Decreto de exclaustración de monjas y frailes por el cual, en toda la república mexicana, se extinguieron los claustros y conventos decretándose la salida de religiosos y religiosas que ahí vivían, con la excepción de las Hermanas de la Caridad. Ese mismo episodio se vivió en España tras la invasión del ejército francés. Siguiendo, como siempre, el modelo revolucionario francés, el gobierno de José Bonaparte iniciaba la persecución religiosa en España suprimiendo las órdenes religiosas de varones que fueron objeto de exclaustración. Por primera vez, los españoles contemplaban el insólito espectáculo de ver a miles de frailes vagando por los caminos, una situación que alcanzaría tintes verdaderamente siniestros durante la II República española y la Guerra Civil, con la persecución, tortura y asesinato de aproximadamente 7.000 religiosos y religiosas, un genocidio ideológico del que poco se habla, al igual que se suele silenciar el episodio de la guerra de la Vendée en Francia o el hecho de que la guerra de los cristeros en México pudo dejar un rastro de entre cien y doscientos mil muertos.
5. En 1860 se emitió en Méjico la Ley sobre libertad de cultos, según la cual la religión católica dejaba de ser la única permitida. Asimismo, se prohibió la realización de ceremonias fuera de las iglesias o templos.
6. Durante la dictadura de Porfirio Díaz (1884-1911) la acción de la Iglesia Católica fue tolerada, aunque, como decimos, las anticatólicas leyes de Reforma se fueron recrudeciendo.
7. Con el ascenso al poder de Victoriano Huerta en 1913 se difunde en Méjico un nuevo argumentario anticlerical. Se decía que el Clero y el arzobispado habían mantenido con dinero al general Huerta, que el Clero merecía castigo, que sus riquezas y latifundios eran los causantes del hambre y que, triunfante la revolución, vendría el reparto de los bienes de la Iglesia y de los capitalistas entre el pueblo.
8. Conspirando contra el presidente Huerta, Venustiano Carranza contó con el apoyo de algunos improvisados generales y coroneles como Pancho Villa, Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles. En 1915, durante el periodo llamado revolución “preconstitucional”, Carranza llega a la Presidencia de México, felizmente auspiciado por el Gobierno de Estados Unidos, cosa muy estimada por los caudillos que se discutían el poder. Bajo su gobierno, el Congreso lleva a cabo la Constitución de 1917, fuertemente marcada por un espíritu adverso a la Iglesia Católica y que vino precedida por violentos episodios de persecución y salvajismo contra la Iglesia en 1914, 1915 y 1916. A propósito de esta Constitución escribía Nicolás Marín: “Carranza, que convocó el Congreso Constituyente de Querétaro, era sencillamente un usurpador del poder; los delegados al Congreso y sus electores debían escogerse entre los que habían militado en las filas constitucionalistas, y no entre los ciudadanos mejicanos; el resultado de ese Congreso, la Constitución, no ha recibido jamás, en una o en otra forma, la aprobación de la nación mejicana; es la expresión incoherente de un régimen de tiranía que la elaboró, conculcando las más elementales normas de derecho”.
9. No puedo detenerme aquí en el análisis pormenorizado del articulado de esta Constitución mejicana de 1917, pero les sugiero la lectura del ya citado libro de Nicolás Marín La verdad sobre Méjico. Abajo les dejo un enlace donde podrán consultar algunos capítulos [http://filosofia.org/aut/002/mejico28.htm#s2c8]. Sólo advertirles que la Constitución de 1917 sigue hoy en vigor en México, aunque a lo largo de más de un siglo ha sido puntualmente reformada más de 700 veces. Continuemos ahora este breve recorrido histórico.
10. Los tres hombres fuertes de Sonora, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, habían determinado ocupar la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos en forma sucesiva. Entre 1920 y 1924 la había ocupado Álvaro Obregón, bajo cuyo mandato se practicó la llamada “política tortuosa” o “política de buscapiés” que trataba de tantear el terreno y poner a prueba las fuerzas católicas en el país. Así, por ejemplo, José Miguel Romero de Solís cuenta que el 12 de mayo de 1921, obreros pro-comunistas subieron a las torres de la Catedral de Morelia e izaron la bandera rojinegra; luego entraron a la Iglesia y apuñalaron una imagen de la Virgen de Guadalupe. Los fieles organizaron una manifestación pacífica en protesta, la cual fue disuelta a tiros. Hubo 50 muertos y varios heridos, pero Álvaro Obregón culpó a los manifestantes.
11. Por su parte, Lauro López Beltrán, informa de que el 14 de noviembre de ese mismo año se puso una bomba en el altar de la Virgen de Guadalupe en su Santuario de México. La protesta de todo México fue clamorosa, pero el gobierno hizo correr el absurdo rumor de que la bomba había sido colocada por católicos para provocar una agitación. Se comprobó la complicidad de las autoridades políticas, pero nada se hizo para castigar a los culpables.
12. Tras Álvaro Obregón, llegó el turno del General Plutarco Elías Calles, que ocuparía la Presidencia entre 1924 y 1928. Calles era el hombre decidido a llevar a cabo los planes de destrucción de la Iglesia en México, auspiciando la cristalización de una “Iglesia Católica Apostólica Mejicana” para intentar romper la unidad romana. Aquí también seguía el modelo implantado durante la Revolución Francesa, modelo que impuso la Constitución Civil del Clero, convirtiendo así a los párrocos y obispos franceses en funcionarios del Estado (los juramentados) frente a aquellos curas que se negaron a desvincularse de la Santa Sede (los refractarios). Estos sacerdotes llamados refractarios, reclamados por los campesinos católicos franceses al grito “Que nos devuelvan a nuestros buenos curas”, fueron sangrientamente represaliados, perseguidos, torturados y asesinados en nombre de la revolución.
13. Pues bien, tal y como nos informan Manuel Guerra y Alberto Bárcena en sus distintas obras de investigación, la iglesia nacional anticatólica auspiciada por Elías Calles fue patrocinada por la Masonería del Rito Occidental Mexicano, que presenta a la Iglesia Católica como aniquiladora de los indígenas. Informan, además, de que “(los adeptos de esta Obediencia) tienen la obligación de votar al masónico PRI, Partido Revolucionario Institucional, que ha gobernado Méjico desde el año 1929 hasta el 2000. Han sido masones casi todos sus presidentes, sobre todo a partir de Benito Juárez, al menos veintisiete”.
14. El acto persecutorio definitivo contra la Iglesia católica en Méjico lo constituyó la promulgación de “las reformas al Código Penal”, también llamadas “Ley Calles” porque fueron decretadas el 14 de junio de 1926 bajo el gobierno de Elías Calles. Esta ley establecía graves sanciones a los infractores de ciertos artículos de la Constitución de 1917. Los delitos penados eran, por ejemplo, enseñar religión en la escuela primaria aunque fuera escuela particular; realizar comentarios de asuntos políticos en prensa religiosa; realizar actos religiosos fuera de los templos o usar hábito religioso fuera de los templos.
15. Convendrá señalar que las instituciones protestantes instaladas en México durante este periodo no sufrieron persecución religiosa: a ellos no se les aplicaban las prohibiciones de la Constitución ni se les molestaba con las sanciones de Elías Calles. The New York Herald escribía en 20 de Febrero de 1926: “Toda la acción del Gobierno va contra la Iglesia Católica.”
16. De hecho, el Gobierno de Calles subvencionaba con 100.000 pesos mejicanos a la protestante Asociación de Jóvenes Cristianos. También los anglicanos gozaban de plena libertad. Doscientos centros de enseñanza metodista continuaron sus trabajos sin hallar ningún tropiezo. Al reverendo Creigliton, Obispo episcopaliano en Méjico, le fue confirmada oficialmente la seguridad de que podía estar tranquilo, porque ni en su persona ni en su culto se les molestaría. Tampoco fueron molestados el Seminario Evangelista de Méjico ni la Iglesia de la Unión Evangelista, ambos de norteamericanos. El Obispo Jorge Miller, gerente general de las actividades de la Iglesia Metodista en Méjico y Centro América, escribía: “Yo no me he preocupado por investigar cuál es el estado de mis súbditos en Méjico, porque no temo ningún acontecimiento contra la propaganda metodista que sea de naturaleza antirreligiosa o antimisionera”.
17. Con autorización de Pio XI, el camino que encontraron los Obispos católicos mexicanos para protestar contra los abusos perpetrados desde el Gobierno fue la suspensión del culto público. La Carta Pastoral Colectiva que informaba a los fieles de dicha decisión se firmó el 25 de julio de 1926, cinco días antes de que entrara en vigor la Ley Calles. Todos los sacerdotes obedecieron la determinación de sus Obispos: el 31 de julio de 1926, por primera vez en México después de más de cuatrocientos años, se suspendió el culto público en todos los templos del país.
18. Ya desde el 14 de marzo de 1925, se estableció, a impulso de los seglares católicos mexicanos, una organización que se denominó Liga defensora de la libertad religiosa. Este movimiento seglar dispuesto a la lucha fue extendiéndose por todo el país a medida que se recrudecía la situación. Se estaba preparando el movimiento de los cristeros, emprendido inicialmente, como decimos, por los laicos aunque estos buscaron el apoyo de la autoridad eclesiástica. Dicho apoyo se logró en parte, y de muy distinta manera, pues el asunto de la lucha armada produjo división dentro de la Jerarquía de la Iglesia.
19. Tenemos que dedicar un capítulo completo a la desconocida Guerra de los Cristeros, pero no quiero cerrar esta entrega sin recordar que en 1929, y tras firmar los Arreglos que pusieron fin a la Guerra Cristera, el sucesor de Plutarco Elías Calles en la presidencia de la República mexicana, Emilio Portes Gil, se dirigía con estas palabras a los líderes de la masonería mejicana: “Venerables hermanos: mientras el clero fue rebelde a las instituciones y leyes de la República, estuve en el deber de combatirlo como se hiciese necesario”. Claro, instituciones y leyes que, prácticamente, condenaban a la extinción a la Iglesia católica. Más adelante identificaba orgullosamente masonería y Estado: “En Méjico, el Estado y la Masonería en los últimos años han sido una misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los hombres que en los últimos años han estado en el poder han sabido siempre solidarizarse con los principios revolucionarios de la Masonería”. Ya lo dijimos en un capítulo anterior: solidarios frente al enemigo común, la Iglesia católica. Porque tal y como reconocía el propio Portes Gil: “La lucha (contra el clero) no se inicia, la lucha es eterna. La lucha se inició hace veinte siglos”.
Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”