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Fortunata y Jacinta

Unas palabras sobre la lucha anticatólica

Forja 083 · 7 septiembre 2020 · 22.52

Un programa de análisis filosófico

Unas palabras sobre la lucha anticatólica

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo esta entrega titulada “Unas palabras sobre la lucha anticatólica” en la que, entre otras cosas, intentaré dar respuesta a una pregunta que me planteáis a menudo: ¿qué significa la afirmación de que, desde el punto de vista formal, material y objetivo, España (y también Hispanoamérica) siguen siendo católicas? Lo primero que cabría subrayar es que, en efecto, todavía siguen siendo sociedades católicas, aunque cada vez más intoxicadas de relativismo, de paganismo y de estupidez.

Empecemos por España. Aunque aquí el consenso constitucional de 1978 contemplaba al catolicismo como una confesión más, lo cierto es que le reconocía una serie de privilegios fácticos. Un reconocimiento que la Constitución republicana de 1931 trató de negar, al declarar que el Estado español no tenía religión oficial. Obsérvese que se decía “Estado” y no “pueblo” o “gentes” o “españoles”. En su famoso discurso “España ha dejado de ser católica”, el propio Manuel Azaña asumía que, efectivamente, en España había millones de católicos. También admitía que ignoraba si a la República le convenía o no el laicismo radical del Estado. Es decir, Azaña hablaba y actuaba como un político normativo que, amparado por la fuerza del grupo, decidía legislar en una dirección anticatólica, aunque dicha dirección atentara contra la realidad histórica y social de la España de 1931. En resumen, Azaña confundía sus propios deseos con la realidad y partía del prejuicio ilustrado que veía en la Iglesia católica una institución retardataria, reaccionaria y oscurantista, un prejuicio que queda perfectamente expresado en esta cita de uno de los colaboradores de la Enciclopedia, el philosophe ilustrado Dumarsais: “El verdadero filósofo es el hombre que se ha liberado a sí mismo de los prejuicios impuestos por la educación religiosa, que reconoce que la religión no es más que una pasión humana nacida de la admiración, del temor o de la esperanza”. Encontramos aquí la habitual interpretación simplista que reduce la religión a un mero fenómeno psicológico. Voltaire, por su parte, no se limitaba a rechazar la fe como hacían otros ilustrados radicales, sino que acuñó el lema “Aplastad al infame”, refiriéndose a Cristo. Ese odio, contrario realmente a la razón que tanto predicaban estas lumbreras, resulta fácilmente interpretable (esta vez sí) como una emanación psicológica del propio Voltaire. Resulta de un cinismo extraordinario que hablen de racionalismo aquellos que, bajo el lema “libertad, igualdad y fraternidad” (lema de origen masónico, por cierto) guillotinaban públicamente estatuas de la Virgen María y de los santos mientras entronizaban a la diosa Razón, representada por una bailarina que pisaba un crucifijo.

En nombre de este racionalismo ilustrado se produjeron las llamadas “matanzas de septiembre” donde murieron, a veces despedazadas, unas 1.300 personas, entre ellas treinta y tres niños y cientos de sacerdotes, incluido el Arzobispo de Arlés. En nombre de la razón, la libertad y el progreso, se produjo en Francia la sangrienta represión de los vandeanos, que respondía a las órdenes de las autoridades revolucionarias, tal y como nos informa Jean de Viguerie: “Ocultar a un sacerdote, aunque sea solamente un día; asistir a misa; esconder ornamentos de culto; todo ello son delitos, y los que los cometen son “aristócratas” o “fanáticos”, que serán condenados a muerte”. El general Westerman se jactaba con estas palabras del exterminio de miles de católicos de la región francesa de La Vendée, resistentes a las medidas antirreligiosas de la Revolución: “Ya no hay Vendée. Ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y sus niños. Acabo de enterrarlos en la marisma de Savenay. He aplastado a los niños bajo los cascos de mis caballos, masacrando a las mujeres que ya no alumbrarán más bandidos. No tengo un prisionero que reprocharme. He exterminado todo… Los caminos están sembrados de cadáveres. Hay tantos que en algunos puntos se forman pirámides”. Estamos hablando de la última década del siglo XVIII, pero el auténtico fantasma ideológico de nuestros días sigue siendo la tétrica y sanguinaria Inquisición española, a pesar de que las evidencias documentales señalan que, en sus 356 años de existencia, ajustició a unas 3.000 personas y siempre tras arduos procesos reglamentados.

Con intención geopolítica evidente, los ilustrados franceses empezaron a interpretar el mundo hispanocatólico como la representación de la ignorancia, de la irracionalidad, del fanatismo y del oscurantismo, razón por la que estaría incapacitado para el pensamiento científico y filosófico. Este prejuicio anticatólico y antiespañol sigue hoy perfectamente anclado en el cerebro de muchos españoles que repiten como loros los tópicos de la propaganda antiespañola difundida desde los tiempos de Lutero. Vimos esto en los Forjas 17, 19, 20 y 22 y a modo de ejemplo les traigo este tweet del pasado 3 de septiembre de 2020: “En general, en España tuvimos pocos librepensadores y demasiados pensadores al dictado; poca apertura a los avances extranjeros y demasiado empecinamiento en el error autóctono; poca burguesía y demasiado clero; poca reforma y demasiada inercia; poca libertad y demasiado Estado”.

Como repiten cientos de lechuzos españoles e hispanoamericanos desde la Revolución francesa hasta nuestros días, Azaña postulaba que la teoría de un Estado laico era más racional que otras sin darse cuenta de que su posición era puro idealismo y voluntarismo político. Por mucho que él lo deseara y por muchas leyes que se promulgaran, España seguía siendo católica y seguiría siéndolo por varias generaciones a pesar, incluso, de la voluntad de los propios españoles. Porque el catolicismo (de igual forma que el protestantismo o el Islam), aun purificados de sus componentes religiosos, determinan una forma de estar en el mundo, una forma particular de interpretar el mundo. Y en ese sentido digo que España e Hispanoamérica siguen siendo católicas, pues, aun cuando yo me declaro atea, mi forma de estar y de actuar en el mundo, tiene un fundamento católico. Y también lo tienen mis valores morales, mis referentes arquitectónicos, pictóricos, musicales y literarios y hasta mi forma de entender las relaciones interpersonales, la familia, la amistad, la convivencia entre vecinos, la Nación, la política, la economía, el trabajo, &c. Mi filosofía, insisto, el mapamundi que me permite situarme e interpretar el mundo, está completamente atravesado por elementos de tradición católica y estos operan más allá de mi propia voluntad y de la de mis antepasados, pues España se configura históricamente desde coordenadas católicas, no desde coordenadas protestantes, budistas o musulmanas.

Olvidando que la religión es un componente histórico tan importante como la lucha de clases, ya en las primeras semanas tras la proclamación de la Segunda República se inició la represión anticatólica en España con la quema de conventos e iglesias y la persecución, tortura y asesinato de religiosos. Curiosísimo que las primeras leyes adoptadas nada más proclamarse la república fueran anticlericales. Lo he dicho en este canal en distintas ocasiones, la agresividad con que fue tratada entonces la cuestión religiosa, que alcanzaría la apoteosis represiva en 1936, fue el inicio de la caída de la República.

Esa furia anticlerical que, para ser precisos, tendríamos que llamar furia “anticatólica”, había acompañado a todos y cada uno de los procesos revolucionarios del siglo XIX: desde la Revolución francesa hasta las revoluciones liberales que se extendieron por Europa y América. Ya entrado el siglo, entre 1926 y 1929, encontramos la desconocidísima guerra civil mexicana llamada Cristera, que dio lugar a una de las mayores persecuciones religiosas de la historia contemporánea. En esta tercera temporada del canal de Fortunata y Jacinta, tendremos tiempo para analizar con calma cada uno de estos episodios, pero permítanme que les lea parte de un discurso de Emilio Portes Gil, quien alcanzó la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos durante la guerra de los cristeros. Orgulloso de su pertenencia masónica decía: “En Méjico, el Estado y la Masonería en los últimos años han sido una misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los hombres que en los últimos años han estado en el poder han sabido siempre solidarizarse con los principios revolucionarios de la masonería”. Claro, solidarizados frente al enemigo común: la Iglesia católica. Porque tal y como reconocía el propio Portes Gil: “La lucha (contra el clero) no se inicia, la lucha es eterna. La lucha se inició hace veinte siglos”.

En cualquier caso, queda claro que a la Iglesia se la combatía ferozmente no sólo porque fuera era uno de los pilares del Antiguo Régimen, sino porque su depósito doctrinal era sustancialmente incompatible con el farragoso conjunto de ideas y creencias que, desde distintos frentes, terminaron atesorando ciertas élites ilustradas: humanismo, naturalismo y deísmo, tres de los grandes fundamentalismos de nuestros días.

En esta declaración del expresidente del gobierno español Rodríguez Zapatero vemos un ejemplo de este humanismo fundamentalista que entiende que el hombre es Dios: “En la medida en que he ido evolucionando y madurando, creo que la religión más auténtica es el hombre. Es el ser humano el que merece adoración, es el vértice claro del mundo tal como se nos ha mostrado, tal como lo hemos llegado a comprender”. Pueden ustedes revisar estas palabras una por una y comprobarán que, cualquier persona medianamente informada, podría interpretarlas fácilmente como la descripción de un proceso iniciático masónico. Desde la idea de evolución, que arrastra el mito del progreso indefinido de origen cabalístico, hasta la idea de transformación del hombre en un ser perfecto, el vértice claro, la piedra cúbica que dicen los masones.

Deísta es la filosofía que lleva a la masonería regular a venerar a GADU, generalmente referido como AGDGADU: A la Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo. La propia masonería lo define así: “¿Se trata de Zeus, de Júpiter, de Dios? Lo que queremos es afirmar la causa primera, el infinito creador, no interpretarlo. Existe. Decir cómo sea o cuál sea, eso es algo que tiene que ver con la fe de cada conciencia individual”.

Esta creencia en un ente trascendente que puede ser cualquiera, ha desbordado ya las fronteras de los talleres masónicos y es perfectamente rastreable en muchos de los fenómenos culturales, sociales y políticos de nuestro presente en marcha. Vemos, por ejemplo, este exitoso canal de YouTube llamado “Meditación3” que propone en este vídeo una meditación para dormir sintiendo la protección de un Ser Superior. Por cierto, al reproducir el vídeo me acaba de saltar una publicidad que propone el acceso a estados alternativos de la conciencia a través del consumo de ayahuasca y la sabia guía de los chamanes indígenas americanos.

Aparentemente, este Ser Superior puede ser cualquier cosa a la que queramos otorgarle trascendencia: puede ser una bola de luz, el agujero negro de la Vía Láctea, Lucifer, la madre naturaleza o los extraterrestres. De hecho, el culto panteísta de los revolucionarios franceses les llevaba a decir cosas como esta: “¿No es el Universo un templo? (…) El pueblo ha dicho basta de sacerdotes, basta de otros dioses que no sean los de la Naturaleza (…) que la Naturaleza reciba aquí nuestro homenaje. Ella lo es todo para nosotros (…) ofrezcamos sacrificios a la Naturaleza, a la libertad, ese es nuestro único culto (…) El hombre es hijo de la Naturaleza (…) la libertad también es hija de la Naturaleza”.

Podríamos decir que las sociedades occidentales, más que ateas se están paganizando, y que la gente está dispuesta a creer en cualquier cosa con tal de no creer en Dios: la sacrosanta democracia, los sacrosantos derechos humanos, la sacrosanta pacha mama, el sacrosanto yo interior, la sacrosanta izquierda, la sacrosanta ciencia, &c. Es el culmen del dogma relativista que viene a decir cínicamente que cualquier religión vale, que cualquier idea de Dios vale. Y digo “cínicamente” porque este dogma relativista expele, como si le quemara, al Dios de los católicos. Cabe Lucifer, eso sí, entendido como aquel que trajo la luz del conocimiento a los seres humanos. Desde este relativismo moral se establece que las diferencias entre las distintas religiones son meramente accidentales, meros prejuicios, porque en realidad Dios estaría grabado en el corazón de todos los hombres. Pero lo cierto es, y esto lo iremos demenuzando en próximos capítulos, que por mucho irenismo que practiquemos, el Islam seguirá siendo incompatible con el cristianismo y sólo dejarán de serlo cuando unos y otros renuncien a sus dogmas, momento en que el catolicismo dejará de ser catolicismo y el islamismo tanto de lo mismo, porque lo que muchos se empeñan en no entender es que los sacramentos, los dogmas, el culto, &c. de estas religiones positivas no son meros accesorios folclóricos, sino parte sustancial de las mismas. Es más, el Islam es incompatible con los postulados de la ideología de género y también con el feminismo clásico que defiende la igualdad entre hombres y mujeres en derechos y oportunidades. Nuestra sedicente izquierda, sin embargo, nada dice a propósito del plan piloto aprobado por la Generalidad de Cataluña que implantará clases de religión islámica en los colegios públicos.

En definitiva, ese dios lejano, impersonal, que hoy día se predica por todas partes, que es entendido como Ser Superior y que puede ser cualquier cosa, es el dios de los masones, el de los ilustrados, el del krausismo. También es el dios de Aristóteles, el entendimiento agente, el primer motor, el primer analogado de la realidad, el fundamento de la misma, que a su vez impulsa el orden al cosmos, la armonía del universo. Es un Dios deísta que no interviene en los asuntos mundanos y humanos. Este dios necesariamente trae aparejada la negación de la religión, pero este es un tema difícil que ya abordaremos con calma en otro momento. Frente a este dios sin religión que se predica hoy día, el individuo queda sin otro referente más que él mismo, su propia conciencia y sus propios códigos éticos y morales. Así lo explica el padre Michel en su prólogo al libro del masón arrepentido Serge Abad-Gallardo, arquitecto francés que fue miembro de la logia Derecho Humano durante veinte años: “Nos ha expuesto (el autor) el secreto, la revelación que daría un sentido a su propia vida. Se le propone la vía de la iniciación… Pero ¿qué hay al final del camino? Nada sino él mismo… El hombre debe ser un dios para sí mismo. No necesita de nadie… Estamos ante una vía embriagadora que puede producir la ilusión de la omnipotencia”.

Esta idea de una presunta conciencia autónoma y subjetiva resulta inasumible no sólo desde el punto de vista católico, sino desde las coordenadas del propio materialismo filosófico que sostiene que la racionalidad humana es siempre una racionalidad institucionalizada, reglamentada, nunca es autónoma ni individual, sino que siempre es colectiva y normativa. Cabría insistir, por tanto, en que nadie puede razonar aisladamente, del mismo modo que nadie ni nada puede autoformarse, autoconocerse o autodeterminarse.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



un proyecto de Paloma Pájaro
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