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COVID-19: ¿Fin de la hegemonía de EEUU?

Forja 068 · 29 marzo 2020 · 33.25

¡Qué m… de país!

COVID-19: ¿Fin de la hegemonía de EEUU?

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y aquí da comienzo un nuevo capítulo titulado “Coronavirus: ¿fin de la hegemonía de EEUU?”

Estados Unidos releva al continente europeo como nuevo epicentro de la pandemia causada por el COVID-19. Esta situación podría diluir la ventaja geopolítica y económica que inicialmente pareció ganar EEUU frente a China, su principal competidor. Es decir, mientras China ha superado la fase crítica de la pandemia y ha reactivado todo su tejido industrial y económico, EEUU tiene que encarar un nivel de aceleración de contagios elevadísimo. Ante un panorama tan incierto cabe especular si estamos ante el fin de una era: y no nos referimos a la era Trump, sino a la era de la hegemonía estadounidense, a la era del Destino Manifiesto. Los efectos sanitarios de esta crisis son gravísimos y, sin duda, terminarán pasando factura a la mayoría de los gobiernos del mundo. Está por ver si en España la crisis dañará a la coalición socialpodemita o si esta resultará indemne a pesar de todo, pues a nadie se le escapa que los partidos que conforman hoy día nuestro Gobierno, así como sus socios separatistas, son especialistas incontestables en el control de la propaganda. Pero más allá de la gravísima situación sanitaria, cabe analizar los efectos económicos y geopolíticos de esta crisis del COVID-19, y es que la dialéctica de Estados y de Imperios está funcionando a pleno pulmón y de ello puede resultar una reconfiguración completa del escenario político, económico, tecnológico y militar a nivel mundial.

Cabe valorar, por tanto, si asistimos al fin de la american way of life que tanta influencia ha tenido en todo el mundo, pero especialmente en España y en otros países de Europa, pues no olvidemos que tras la Segunda Guerra Mundial EEUU activó el Plan Marshall que tenía entre sus principales objetivos el levantar en Europa un dique anticomunista que sirviera para implantar un conjunto de democracias homologadas con la estadounidense. Así que, ojo porque con aquello de american way of life no decimos únicamente hamburguesas, coca-cola o zapatillas Nike, sino que nos referimos, sobre todo, a nuestras democracias de mercado pletórico y a nuestro adorado estado de Bienestar. Ese es el modelo que podría entrar en crisis.

¿Podrán los Estados Unidos de Norteamérica seguir afrontando la situación internacional como un Imperio universal? Habrá que evaluar con calma la actuación de otras potencias demográficas como India o militares como Rusia y, desde luego, China podría tomar el relevo como primera potencia mundial, pero lo cierto es que EEUU aún tiene muchísimas bazas que jugar: no en vano ha sido potencia hegemónica desde la II Guerra Mundial, salió muy reforzada tras la caída de la URSS en 1991, y no hay que olvidar que todavía controla el músculo financiero. En definitiva, el partido de esta nueva guerra fría no ha hecho más que empezar y no hay que descartar la puesta en marcha de guerras calientes.

Dedicaremos este programa a presentar y a analizar la Idea de Destino Manifiesto, pues dicha doctrina es fundamental para entender la trayectoria imperial de Estados Unidos desde sus orígenes coloniales hasta nuestro presente en marcha. Hablaremos un poco, por tanto, de la constitución de los EEUU, trataremos también el tópico de la superioridad racial anglosajona norteamericana y veremos si EEUU se enmarca dentro de la norma del Imperio generador o del Imperio depredador y para ello echaremos mano, entre otros materiales, de un interesante artículo publicado por José Manuel Rodríguez Pardo en la revista El Basilisco en 2015.

La independencia de Estados Unidos

Las trece colonias se emanciparon del Imperio Británico tras la denominada «Revolución norteamericana», una guerra de independencia que empezó en 1776. En la Declaración de Independencia del 4 de julio de ese año, redactada fundamentalmente por Thomas Jefferson, se sintetizaron los principios básicos que guiaron a la Revolución norteamericana, cuyo párrafo inicial fue leído con vigor por revolucionarios de todo el mundo: «Sostenemos que las siguientes verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que Dios les ha dotado de algunos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que los gobiernos se han erigido para asegurar esos derechos; y que cuando algún gobierno los destruye, el pueblo tiene el derecho de alterar o abolir el gobierno e instituir otro nuevo». El 3 de septiembre de 1783 se firmó el tratado de Versalles, por el que el Imperio Británico reconocía la independencia de las trece colonias americanas. Estas trece colonias inauguraban una nueva nación que terminaría configurándose como un Imperio. Solo leyendo este pequeño párrafo de la Declaración de Independencia de los EEUU sorprende ver la cantidad de ideas filosóficas completamente incontroladas que allí aparecen, ideas expresadas a un nivel puramente ideológico, que aparecen sin definir y sin clasificar: verdad, igualdad, Dios, derechos, libertad, felicidad, pueblo, &c. Fórmulas todas ellas que pertenecen al acervo de la tradición clásica filosófica y que no se pueden dar por supuestas, sino que necesitan una crítica filosófica. Vamos a analizar a continuación parte de esta nematología, parte de las ideologías que dieron impulso a la construcción de los EEUU, que se aúnan bajo la doctrina del Destino Manifiesto y que impregnan las democracias de las sociedades industriales avanzadas.

El Destino Manifiesto

Desde el materialismo filosófico entendemos la doctrina del Destino Manifiesto como el ortograma imperial de Estados Unidos, esto es, como el conjunto de planes y programas de los EEUU en su movimiento de expansión desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. Cabe decir, por tanto, que la expresión «Destino Manifiesto» era un eufemismo para evitar pronunciar la palabra «Imperio». El Destino Manifiesto era interpretado, además, como la expansión de la luz de la civilización desde el este hacia el oeste a través de los colonos (por ejemplo, a medida que las fronteras de Estados Unidos iban ampliándose hacia el oeste, se fueron instalando líneas telegráficas y de ferrocarril). Se decía que esta doctrina era un «destino manifiesto» (Manifest Destiny) porque se comprendía como algo obvio (manifiesto) y como algo cierto (destino).

La expresión «destino manifiesto» (Manifest Destiny) apareció por primera vez en un artículo del periodista John L. O’Sullivan de origen irlandés (esto es, de origen católico). Dicho artículo llevaba por título «Annexation», fue publicado en la revista Democratic Review en julio de 1845 y decía así: «El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino». Pese a que O’Sullivan era católico, la Idea de destino del Destino Manifiesto está muy próxima, por no decir que es idéntica, a la idea de predestinación que postula el protestantismo presbiteriano.

O’Sullivan apelaba a Dios como fundamento de la libertad, la igualdad y la hermandad entre todos los seres humanos liderados por Estados Unidos. Esto es, si los Estados Unidos estaban guiados por Dios, entonces su destino manifiesto era llevar el evangelio democrático a todas las naciones del mundo. La voz del pueblo estadounidense, democrático, era la voz de Dios.

Ya el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, había afirmado que «la Providencia se proponía utilizar a América para la “iluminación” y “emancipación” de toda la humanidad». Y más tarde Alexis de Tocqueville llegaría a decir: «Querer contener a la democracia sería entonces como luchar contra el mismo Dios y a las naciones no les quedaría más que acomodarse al estado social impuesto por la Providencia».

Con la doctrina del Destino Manifiesto se justificó la anexión de Oregón y Tejas. Esta doctrina estaba pensada contra el Imperio Británico y contra México (es decir, contra la herencia del Imperio Español). En 1845 Estados Unidos se anexionó Tejas, en 1846 inició la invasión del norte de México fundándose el Estado de Nuevo México, y en 1848 se llevó a cabo la anexión de California. Apropiándose de Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah, Wyoming, Kansas y Oklahoma Estados Unidos ampliaría su territorio unos 2 millones 100 mil km².

Destino Manifiesto y geopolítica

El Destino Manifiesto está ligado a la geopolítica a través del determinismo geográfico, y así nos informa José Manuel Rodríguez Pardo: «Las fabulosas arterias de comunicación que son los ríos navegables y los puertos atlánticos norteamericanos, incitaban a que Estados Unidos desarrollase su expansión imperial por Norteamérica, como si fueran una suerte de “junturas naturales” o como si el continente americano estuviera destinado a estar unido porque la geografía norteamericana así lo definía» (José Manuel Rodríguez Pardo, «El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos», El Basilisco, Oviedo 2015, nº, pág. 62).

Por otro lado, la doctrina del Destino Manifiesto está profundamente ligada al monoteísmo cristiano, lo que implica un ortograma propio del Imperio Universal: un Imperio (una parte de la humanidad) que pretende controlar el todo y elevarse a Ciudad Universal: una cosmópolis que englobe en una sociedad única a la totalidad de los hombres. Como vimos en los capítulos 32 y 33, tal ortograma de Imperio Universal estaba en la base del Imperio español, también del Islam y de la URSS.

Por tanto, con el Destino Manifiesto se pretendía reconstruir el mundo a imagen y semejanza de Estados Unidos y se pensaba que Dios estaba de parte de los estadounidenses encomendándoles tal misión. La misma doctrina del Destino Manifiesto echa por tierra las teorías del aislacionismo de Estados Unidos. En todo caso, el aislacionismo es siempre funcional, más que nada en relación a Europa, tal y como indicaba la doctrina Monroe: «América para los americanos», es decir, «América para Estados Unidos». Dicho de otro modo: «América bajo la hegemonía de Estados Unidos» con el objetivo de que los Imperios europeos se olvidaran de intervenir en el continente americano.

A principios del siglo XX la expresión destino manifiesto también se emplearía para justificar la expansión del sistema democrático por todo el mundo y así lo expresaba el presidente Woodrow Wilson: «El mundo debe hacerse seguro para la democracia». Y en 1920, tras la I guerra Mundial, añadiría: «El Viejo Mundo simplemente está sufriendo ahora un rechazo obsceno del principio de democracia… Éste es un tiempo en el que la Democracia debe demostrar su pureza y su poder espiritual para prevalecer. Es ciertamente el destino manifiesto de los Estados Unidos realizar el esfuerzo por hacer que este espíritu prevalezca». Esto es, el Destino Manifiesto empezó siendo un mito nacional, pero a medida que Estados Unidos iba consolidándose como potencia geopolítica pasó a ser una filosofía que justifica su intervención a nivel internacional para implantar su modelo democrático. Por otro lado, hay que advertir que más que una idea completada, el Destino Manifiesto vendría a ser una idea aureolar, esto es, una idea que contiene una parte real (el imponente desarrollo del Imperio Estadounidense) y una parte virtual: su expansión por todo el planeta llevando la buena nueva de la democracia parlamentaria de mercado pletórico de bienes y servicios. Y decimos “virtual” porque la realización sucesiva y en última instancia plena de esta idea no tiene por qué cumplirse y, de hecho, no se ha cumplido. Esto es, el Destino Manifiesto no está realizado, como no ha llegado a realizarse el catolicismo universal ni tampoco se realizó el comunismo universal.

Hay que quitarle la razón a Francis Fukuyama cuando habló del fin de la historia. Su tesis sostenía que con el fin de la Guerra Fría se daba fin, asimismo, a la lucha entre ideologías ya que, con la caída de la URSS se culminaba el proceso histórico iniciado con la Revolución Francesa, que estaría alcanzando en nuestros días su definitivo término con la consolidación de la democracia parlamentaria y de la economía libre de mercado. La realidad muestra de forma tozuda, sin embargo, que la historia no ha concluido y la crisis del COVID-19 pone precisamente en entredicho las bondades de la democracia parlamentaria. Estados Unidos intenta reorganizar su mapamundi imperial frente a otros Estados o Imperios que le están haciendo frente, fundamentalmente China y Rusia. De hecho, en los últimos años Estados Unidos ha intentado frenar el espectacular crecimiento de China rodeándola con intervenciones militares en Afganistán e Irak. Una cuestión que habrá que observar es hacia dónde se inclinará la India: si lo hará hacia Estados Unidos o hacia China. Eso determinará la geopolítica del siglo XXI.

American way of life

A través de determinados tipos de alimentación (McDonald’s, Coca-Cola), indumentaria (Nike, Adidas), de electrodomésticos, estilos musicales (rock, rap), investigación científica y fundamentalmente estilos políticos y sociales (democracia parlamentaria, familia monógama, monoteísmo) la american way of life fue propagándose por toda la superficie del planeta. El modelo de vida americano es considerado como un estilo de vida ejemplar para el resto de la humanidad y está ligado a la democracia del mercado pletórico de bienes y servicios y de «consumidores satisfechos» de la llamada felicidad canalla.

A través de la democracia se intentaba implantar el modo de vida americano en todos los rincones del planeta. Hablamos de un estilo de vida que ha cuajado en Japón y en Europa fundamentalmente. El sociólogo George Ritzer acuñó el término «McDonalización» para referirse a la pasión por la american way of life que, tal y como señalaba Gustavo Bueno, «afecta a prácticamente la totalidad de instituciones del “todo complejo”: incluye determinados prototipos de viviendas, de alimentación, de indumentaria, de utillaje electrodoméstico, de estilos de música, de estilos de investigación científica, así como también prototipos político-sociales (democracia parlamentaria, familia monógama, deísmo)» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, Barcelona 2005, pág. 304).

La american way of life no puede entenderse como una norma depredadora, pues pretende elevar a otros pueblos al nivel de vida que se ha alcanzado en Estados Unidos. Pero ¿estamos en disposición de asegurar que EEUU se comporta como un Imperio generador?

El racismo estadounidense

La doctrina del Destino Manifiesto llevó consigo el tópico de la superioridad racial anglosajona norteamericana y el desprecio e, incluso, el odio a los indios, los negros y los mejicanos. Hay que advertir, sin embargo, que estas tres etnias no fueran tratadas del mismo modo. Por ejemplo, cuando en 1848 acabó la guerra contra Méjico, se concedió la ciudadanía estadounidense a los mejicanos que vivían en los territorios anexionados por Estados Unidos. No estará de más señalar, por cierto, que las dos primeras ciudades de lo que hoy conocemos como Estados Unidos fueron fundadas por el Imperio Español en el siglo XVI: nos referimos a San Agustín y Santa Fe. Vamos a darle aquí la palabra a José Manuel Rodríguez Pardo: “Los norteamericanos creían fervientemente que las supremas instituciones y raza anglosajonas contribuirían a redimir a unos mejicanos que la propaganda considerada vagos e indolentes (por haber sido moldeados en un régimen monárquico, autocrático diremos nosotros, tomando referencia en las ideas del ambiente norteamericano de la época para referirse a la Monarquía Hispánica). Así, el sistema de valores del Destino Manifiesto opondrá el gobierno republicano, democrático y norteamericano, que forja hombres audaces y laboriosos, felices, frente al gobierno autocrático, monárquico, que forma hombres indolentes e infelices”. Sigue informándonos Rodríguez Pardo de que alguna de las canciones de la Guerra de Méjico de 1846 a 1848 se referían a «la doncella española», el complemento ideal al guerrero sajón norteamericano, en contraposición a su pareja, el «español» que «hundido en la pereza/No siente deseos de amor», pues su vida se reduce a «una siesta (una docena de veces al día)». Es obvio que la «misiónregeneradora» debía convertir en hombres laboriosos a los «holgazanes hispanos».

Elemento esencial para comprender la diferencia entre modelo de Imperio generador y modelo de Imperio depredador es el estatuto jurídico que se otorga a las poblaciones asimiladas: al igual que sucedió con Roma, el Imperio español no excluyó a las poblaciones autóctonas, sino que las asimiló, potenciando el mestizaje, el sincretismo cultural y otorgándoles el estatuto de súbditos de la Corona. A este respecto conviene recordar que, mientras que los colonos ingleses (y después los estadounidenses) exterminaban a los indios que encontraban a su paso, los españoles que llegaron a tierras americanas discutieron profusamente sobre el estatus de los indígenas en la controversia de Valladolid en 1551, de hecho, se paró la conquista para determinar si era legítima desde el punto de vista moral.

Pero volviendo al caso que nos ocupa: la conquista del Oeste fue justificada bíblica y democráticamente. Fue justificada en nombre del Dios judeocristiano y en nombre del fundamentalismo democrático se justificó el esclavismo contra la población negra y el genocidio contra los pieles rojas. Como ha observado el historiador británico Arnold J. Toynbee: «El “cristiano bíblico” de raza y origen europeos que se ha establecido en ultramar entre pueblos de raza no europea ha terminado inevitablemente por identificarse con Israel, que obedece la voluntad de Jahvé y cumple la obra del Señor apoderándose de la tierra prometida, mientras que por otra parte, ha identificado a los no europeos que ha hallado en su camino con los canaanitas que el Señor ha puesto a disposición de su pueblo elegido para que éste lo destruya o los subyugue. Bajo esta sugestión, los colonos protestantes de lengua inglesa del nuevo mundo exterminaron a los indios norteamericanos, del mismo modo que a los bisontes, de una costa a otra del continente» (citado por Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo, Traducción de Marcia Gasca, El Viejo Topo, Roma-Bari 2005, pág. 230). Curiosamente, el chekista letón Jan Lacis dijo algo similar en 1921: comparó la revolución rusa con el pueblo de Israel y a sus enemigos con los canaanitas que impedían la edificación del Reino. Así dijo el bolchevique: «Nosotros, como los israelitas, tenemos que construir el Reino del Futuro bajo el temor constante al ataque enemigo» (citado por Donald Rayfield, Stalin y los verdugos, Traducción de Amado Diéguez Rodríguez y Miguel Martínez-Lage, Taurus, Madrid 2003, pág. 98).

La lucha contra los indios de norteamérica, a los que George Washington llamaba «bestias salvajes» y «raza no iluminada», no era una acción de guerra, sino una operación de limpieza, aunque podría interpretarse, más bien, como una cacería. Según George Washington estas “hordas salvajes” debían ser aplastadas «en la no existencia», siendo necesario «exterminar estas madrigueras de impíos» (citado por Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo, Traducción de Marcia Gasca, El Viejo Topo, Roma-Bari 2005). Entre 1837 y 1838 el presidente Andrew Jackson expulsó a los indios que vivían al este del Misisipi enviándoles hacia el Oeste. La humillación y aniquilación de los indios de California fue una de las páginas más negras de la historia de Estados Unidos y, como decimos, no se trató propiamente de una guerra, sino de una cacería o de un deporte popular.

En el proceso de holización que se llevó a cabo en Estados Unidos, esto es, en la construcción de un país de ciudadanos libres e iguales, los indios sólo podían acceder a la ciudadanía abandonando sus tribus, porque lógicamente una nación de ciudadanos iguales no puede consentir a una casta privilegiada que menoscabase la soberanía de la nación. De modo que los indios que no se sometieron a la ley de Estados Unidos fueron restringidos a zonas de exclusión en reservas. No sería hasta 1924 cuando se hizo efectiva la XIV Enmienda Constitucional por la que todos los indios quedaban bajo la jurisdicción de Estados Unidos, esto es, eran reconocidos como ciudadanos.

Detengámonos un momento en este proceso de holización de EEUU: la democracia aparece allí antes que en ningún otro país. Es más, EEUU nace como un país democrático, ya que era, efectivamente, una democracia Herrenvolk, esto es, una «democracia para el pueblo de los señores», es decir, una democracia de cuño aristocrático, una democracia restringida al grupo étnico dominante, una democracia solamente válida para la “raza dominante”. No hay que escandalizarse con esto, pues también la famosa democracia griega era una democracia restrictiva y esclavista donde, además, era obligatorio para todo ciudadano hacer el servicio militar.

Desde esta perspectiva podría afirmarse que la guerra de independencia contra el Imperio Británico, más que una revolución o movimiento de emancipación política, fue una rebelión reaccionaria por parte de los propietarios de esclavos que trataban de proteger sus intereses. Sin embargo, de esos groseros y reproblables finis operantis surgieron los finis operis del Imperio estadounidense a día de hoy realmente existente, el imperio de mayor poderío político y geopolítico de la historia. Entonces, ¿es EEUU un Imperio generador o depredador? Se comporta como un imperio generador al extender el estilo de vida americana (american way of life) en diversas sociedades políticas, pero también podría decirse que siguió la norma del imperio depredador con respecto a las poblaciones indígenas que encontró durante su expansión, o en el trato que hoy día dispensa a las naciones hispanoamericanas, por ejemplo.

De todos modos, Estados Unidos es un Imperio realmente existente, es decir, todavía persevera en el ser, no ha desaparecido, y por ello aún no se puede hacer un balance total sobre su gestión como Imperio. De manera que, hasta que no caiga definitivamente, no se podrá valorar con suficiente precisión si se trató de un Imperio generador o de un Imperio depredador. Lo mismo cabe preguntarse acerca de China como potencia mundial: en su nueva posición geopolítica ¿se comportará como un Imperio generador o depredador?

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas y recuerden: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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