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Fortunata y Jacinta

¿Por qué decir “traición” si podemos llamarlo “diálogo”?

Forja 065 · 7 marzo 2020 · 31.37

¡Qué m… de país!

¿Por qué decir “traición” si podemos llamarlo “diálogo”?

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y aquí da comienzo este capítulo titulado “¿Por qué decir “traición” cuando podemos llamarlo “diálogo”? Dedicaremos los próximos 30 minutos, por tanto, a hacer un comentario crítico sobre el celebérrimo diálogo establecido entre Moncloa y separatistas.

«Diálogo» se entiende muchas veces como sinónimo de convivencia, de coexistencia pacífica y de “tolerancia” y prueba de ello es que, con motivo del diálogo entre Gobierno y separatistas, el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, hizo la siguiente afirmación: «Lo contrario del diálogo es el autoritarismo y la imposición». Y añadía: «¿Cómo se puede hacer democracia sin diálogo?» Y nosotros nos preguntamos: «¿Cómo se puede gobernar España dialogando plácidamente con aquellos que la quieren destruir?» Pues ya expusimos en el Forja 58 titulado “Corrupción no delictiva” que la sedición es una corrupción política que tiene el nombre de traición y que la gran jugada del separatismo catalán ha sido presentarse como un nacionalismo más civilizado frente al vasco, presentarse como un nacionalismo democrático y en eso basan toda su propaganda. De todas maneras, estamos hablando de Ábalos, el del PSOE, ese hombre que en junio de 2018 soltó: «Los independentistas no pueden ser en ningún caso aliados nuestros, ni para una moción de censura».

–¡Virgen del Rosario! Pues mírenlos ahora. Y eso por no hablar de las contradicciones del señor Ábalos en el caso Delcygate… Estos ministros nuestros tienen la cara de hormigón armado, oiga, es una cosa espectacular. En cualquier caso, durante cuarenta años nuestros dialogantes políticos (tanto del PP como del PSOE) han negociado con los separatistas siempre que lo han necesitado. Es decir, lo que estamos pasando hoy día los españoles ni ha caído del cielo ni ha ascendido desde los infiernos, sino que es la cosecha de lo que poco a poco se fue sembrando.

Ya saben ustedes que este es un canal de análisis filosófico por lo que, antes de entrar de lleno en los detalles de la política menuda española, haremos un breve comentario acerca de la filosofía del diálogo. Intentaremos triturar, por ejemplo, el simplismo de presentar al diálogo como sinónimo de tolerancia. También expondremos serias objeciones a la idea de que hablando se entiende la gente.

Diálogo y filosofía

«Diálogo» es un término con una larga tradición filosófica, como puede comprobarse en la obra de autores tan diversos como Platón, Cicerón, San Agustín, Galileo, Berkeley o Hume. El padre del diálogo filosófico, aunque ágrafo, fue Sócrates, maestro de la mayéutica (el arte de parir Ideas), que de viva voz dialogaba en el ágora a fuerza de interrogaciones para que el interlocutor llegase por sí mismo a las diferentes vías de interpretación de un problema. Por eso era conocido como el tábano de Atenas. Cabe señalar, además, que el diálogo socrático era un diálogo eminentemente público, esto es, de implantación política, por decirlo a la manera de Gustavo Bueno.

Platón sostenía que el diálogo era una manera de pensar no dogmática y que especialista en el diálogo era aquel que sabía preguntar y responder. Por ello Platón interpretaba el diálogo como un modo de pensar dialéctico. En sus diálogos empleaba el método apagógico, esto es, iba ofreciendo diferentes alternativas con el objetivo de llevar a cabo una definición, ya fuera sobre la Justicia, la Piedad, el Bien o la Amistad, pero también sobre Ideas menos sublimes como el barro, el pelo, &c. Finalmente optaba por la definición más potente, aquella que fuese capaz de recubrir a las otras definiciones, o la que menos contradicciones presentase. Para Platón, por tanto, el diálogo es un proceso cognoscitivo y no mera disputa o simple retórica (como hacían los sofistas, a los que tanto denunciaba). Siguiendo los pasos de su maestro Sócrates, Platón empleaba el diálogo como medio riguroso para llevar a cabo sólidas definiciones y conceptualizaciones y así fue construyendo la constelación de Ideas que edificaron su sistema filosófico.

Desde esta perspectiva podríamos decir, por tanto, que el diálogo se opone al dogmatismo (e incluso al sectarismo), así como al monólogo, puesto que en el monólogo las personas no entablan comunicación al alejarse las unas de las otras. Todos podemos comprobar, sin embargo, que muchos diálogos son diálogos dogmáticos, prácticamente sectarios. Son diálogos de besugos. Mientras que muchos monólogos tienen un extraordinario pulso dialéctico, pongamos por caso un tratado de filosofía escrito por un filósofo en su casa pero que demostrara tener suficiente potencia como para reducir o triturar a las posiciones adversas. Lo cierto es que situaciones como esas se han repetido innumerables veces a lo largo de la historia. De hecho, todo sistema filosófico se ha levantado en diálogo -esto es, en dialéctica- contra los sistemas que le precedieron y contra los de su presente en marcha. Por eso desde el materialismo filosófico sostenemos que pensar es pensar contra alguien o contra algo. Desde esta perspectiva, por tanto, el diálogo puede consistir simplemente en pensar a la contra. Luego el diálogo no siempre da por hecho el consenso, sino que en muchas ocasiones da pie a la discrepancia y a la polémica más feroz.

¿Hablando se entiende la gente? → Sobre el aforismo “Hablando se entiende la gente”

En estos tiempos de corrección política y fundamentalismo democrático todo aquél que se oponga al celebérrimo diálogo será tachado inmediatamente de fascista y antidemócrata, puesto que una postura dialogante es acríticamente identificada como lo opuesto a un modo de pensar absolutista, categórico, definitivo, determinante, tajante, doctrinal, imperioso, incuestionable, indiscutible, indubitable, terminal. Pero, ¿acaso el trío no resulta más dialéctico que el dúo? Tria faciunt collegia, decían los romanos, pues al haber tres interlocutores (a, b, c), se facilitarían seis combinaciones de conversación: a con b, b con a, a con c, c con a, b con c y c con b.

Como ya hemos señalado, «diálogo» suele ser interpretado como sinónimo de convivencia o de coexistencia pacífica frente a la violencia. Pero lo cierto es que el diálogo entre dos diplomáticos puede desencadenar una guerra, aunque ésta siempre va precedida por un casus belli que suele apoyarse en algo más que palabras. Podemos constatar que en numerosas ocasiones el diálogo, lejos de dar pie al entendimiento y al acuerdo, ha sido el principio de una bronca. El 17 de diciembre de 2003, su Majestad Juan Carlos de Borbón dijo al presidente del parlamento catalán Ernesto Benach (miembro de ERC) que «hablando se entiende la gente». Pero, insistimos, no siempre es así. De hecho, a menudo ocurre que hablando se desentiende la gente. Dos interlocutores hablando pueden llegar a la forma absoluta de desentendimiento: la confusión total, la bronca madre y los puñetazos si hace falta (cabría decir que los puñetazos son la continuación del diálogo por otros medios). Puede darse el caso de que sí, de que «hablando se pelea la gente». Por tanto, no siempre el diálogo resulta prudente, como bien recomendaba el aforismo pitagórico: «No hables hasta que lo que vayas a decir valga más que el silencio». O como decía un aforismo marxista (pero marxista no de Carlos, sino de Groucho): «Más vale permanecer callado y parecer idiota que abrir la boca y confirmarlo».

Los más ingenuos piensan que si dos interlocutores no alcanzan el mutuo entendimiento es porque no han hablado lo suficiente. Es decir, están convencidos de que los déficits del diálogo pueden corregirse con más diálogo, y que en ningún caso hace falta recurrir a la violencia, puesto que en todo caso la violencia sería algo irracional. Pero, como advertimos, solo los más ingenuos piensan así porque lo cierto es que la violencia puede resultar mucho más racional que el diálogo. La violencia, de hecho, es la partera de la historia y en un momento dado puede resultar prudente y eutáxica para los fines de un Estado (recordemos que eutaxia se refiere a conservación de la sociedad política a lo largo del tiempo, a la duración). El diálogo, en cambio, puede resultar distáxico e imprudente o simplemente imprudente. En este sentido, una actitud belicista puede traer a la larga mejores resultados que una actitud pacifista, sobre todo si nos estamos refiriendo al pacifismo pánfilo propio de lo que en 2003 Gustavo Bueno llamó SPF Síndrome del Pacifismo Fundamentalista refiriéndose a los manifestantes del «No a la Guerra».

También puede ser que «callando se entiende la gente», pues hay silencios muy elocuentes, más elocuentes, incluso, que los más profusos diálogos. En un momento dado el silencio también puede ser el medio más prudente para evitar un malentendido: «No hay que nombrar la soga en casa del ahorcado». En ocasiones, si se quiere que haya entendimiento y coexistencia pacífica en el terreno doméstico, laboral o político lo más sensato es callar. Puede ser que, tras una conversación, dos que eran amigos dejen de entenderse como amigos. Hablando puede que las diferencias entre los interlocutores se pronuncien aún con más vigor y vehemencia. Y por mucho que hablen no se moverán ni un milímetro de sus posiciones iniciales, e incluso entenderán aún menos las posiciones del adversario y se reafirmarán en las propias. Es frívolo e imprudente tomar como norma el aforismo «hablando se entiende la gente» cuando éste se enuncia en general, porque sólo cobraría validez una vez que la gente hubiera alcanzado dicho entendimiento desatendiendo las numerosas ocasiones en las que el mutuo acuerdo se frustra.

En relación a la prudencia del “callar” podemos constatar, por ejemplo, que a ningún Estado, por muy democrático que sea, le conviene hablar de sus arcana imperii (arcanos o secretos de Estado que es más prudente mantener reservados o clasificados como secretos). Tampoco a ninguna democracia le interesa que la gente ande por ahí expresando libremente su pensamiento, porque el pensamiento muchas veces sí delinque y puede resultar distáxico para un determinado Estado. Y esto de “controlar el estado de opinión general” ocurre en Francia, en EEUU y hasta en Islandia. Y, de hecho, una de las primeras leyes aprobadas durante la Segunda República española fue la Ley de Defensa de la República, una Ley de excepción que contradecía los derechos fundamentales de la Constitución de 1931 y que trataba de salvaguardar el nuevo orden establecido a golpe de censura y vigilancia, por ejemplo.

Sobra decir que, para que haya entendimiento, hace falta un lenguaje específico, un idioma común. En el caso que hoy nos ocupa (el diálogo entre monclovitas y separatistas) la lengua usada es el español, esto es, la lengua nacional y también la lengua que hablan 580 millones de personas en todo el mundo, incluidos muchos ciudadanos del Imperio realmente existente: EEUU. Del mismo modo, cuando se reúnen separatistas catalanes, vascos y gallegos (todos ellos solidarios contra España) tienen que hablar en español porque si no, no hay entendimiento posible y organizar sus sediciosos coloquios en inglés resultaría innecesariamente caro.

Separatistas y monclovitas dialogantes

El pasado 26 de febrero se reunieron en Moncloa el Gobierno de España y el Gobierno de la Generalidad de Cataluña. ¿Y para qué? Para dialogar. Un diálogo de más de tres horas. ¡Madre mía! Y eso para empezar, porque Gobierno y Generalidad se han comprometido a dialogar una vez al mes alternando entre Madrid y Barcelona. Parece que estamos ante un diálogo eterno, y así venía a insinuarlo la ministra-portavoz María Jesús Montero: el diálogo es muy complejo «y no esperemos conseguir fruto a corto plazo».

Los dialogantes han sido los siguientes: por el Gobierno de España estaban Pedro Sánchez, Carmen Calvo, María Jesús Montero, José Luis Ábalos, Salvador Illa y Manuel Castells (Iglesias Turrión, seguramente el más dialogante de todos, no pudo asistir por tener amigdalitis). Y por la Generalidad estaban Quin Torra, Pere Aragonés, Alfred Bosch, Jordi Puigneró, Elsa Artadi, Marta Vilalta, Josep María Jové y Josep Rius. El lenguaje corporal de la reunión es muy revelador: buenrollismo y sonrisas. Sólo faltaba una de gambas. ¡A las mariscadas! Torra ha querido dejar claro que al diálogo deberían haber asistido Carlos Puigdemont, Oriol Junqueras, Marta Rovira y Jordi Sánchez. ¡Sólo eso hubiese faltado, con un poquito de jamón, vino y queso, y unas cañas, cubateo y cava para brindar! Torra ha insistido en que debería existir la figura de un mediador, pero la ministra-portavoz afirmó que «no creemos necesaria la figura del relator».  

Torra y su séquito fueron recibidos con la liturgia propia de un jefe de Estado. El gobierno socialpodemita le otorga honores de Estado a un presidente de comunidad autónoma que no sólo está desafiando a la integridad de la nación española, sino que para más inri está inhabilitado y, encima, escupe insultos sobre los españoles. Pero tal situación pide el principio, pues si estás dando por sentado que la reunión es de tú a tú, estás reconociendo que Cataluña ya es un Estado independiente. El hecho de alternar la mesa de diálogo una vez al mes entre Madrid y Barcelona resalta más aun el aspecto de bilateralidad que ambas partes quieren darle al diálogo. De hecho, en el «Comunicado conjunto» que han firmado la Presidencia del Gobierno y la Generalidad de Cataluña se habla de «mesa bilateral de diálogo». La reunión se llevó a cabo en una habitación de Moncloa habilitada para visitas de mandatarios extranjeros. Gracias al sacrosanto diálogo, precisamente, Torra y los separatistas están siendo legitimados. Esto no pasa en otros países, but Spain is different.

En rigor, la reunión no ha servido para empezar propiamente el diálogo sino para «sentar las bases del diálogo». Pero no sólo se habla de diálogo (porque las palabras muchas veces se las lleva el viento y si están por escrito pueden ser mero papel mojado), sino también de «la negociación y el acuerdo». ¡Y aquí está el peligro! Negociar y llegar a acuerdos, ¿para qué? ¿Para destruir España? Torra añade que en las próximas reuniones «debemos profundizar en soluciones democráticas». ¿Pero acaso es una solución democrática hacer que una parte de españoles decidan por todos los españoles sobre la unidad y la identidad de España? Y si la fragmentación de España se lleva a cabo democráticamente, ¿no sería eso mayor crimen? ¡Cómo rayos un país puede permitir su autodestrucción sin que se derrame ni una gota de sangre ni se rompa un solo cristal, sino pacífica y democráticamente! Porque si España se rompe sin que sus ciudadanos luchen por su perseverancia, entonces su destrucción será merecida. Recordemos que el derecho que los separatistas alcancen dependerá de su capacidad de negociación y de resistencia. Y en ello están.

Los separatistas dialogantes salieron encantados de la reunión tras disfrutar de un clima «honesto y franco», como reconoció Torra. No obstante, pese a la honestidad y franqueza del Gobierno, a los sediciosos no les ha quedado clara la postura de Sánchez y sus secuaces (o «secuazas») sobre la «autodeterminación» y la amnistía, que son el quid de la cuestión. «Autodeterminación» y amnistía son «condiciones sine qua non» para llegar a algún acuerdo. Pero o se está con la unidad del Estado o se está con su fractura y la sedición. No caben medias tintas. Aquí viene muy bien traer el principio lógico del tercero excluido. Principio que a la ministra Montero le trae sin cuidado, porque sostuvo que hay que alejarse del «binomio» de independencia «sí o no». Lo cual es tanto como decir «hay que alejarse del binomio embarazada/ no embarazada». Para Montero es perfectamente comprensible estar medio embarazada. Pero España estará unida o no lo estará (será o no será), hay que excluir por lógica una tercera opción. ¿O es que acaso esa tercera opción es el federalismo? ¿Y saben los señores y las señoras del PSOE lo que están diciendo con «federalismo» cuando lo aplican a un Estado ya unido como es el español? ¿No saben que el federar sirve para unir Estados que previamente estaban separados y no para dividir un Estado unificado?

Torra señalaba que el conflicto «nace de la negación de los derechos, sobre todo el de la autodeterminación». Como si eso fuese la negación de un derecho que, por su cara bonita, deberían tener los catalanes en detrimento del resto de españoles. Un referéndum de autodeterminación no sería un derecho sino un privilegio, el lujo del que dispondrían para decidir no ya lo que sea o deje de ser Cataluña sino lo que sea o deje de ser toda España. Y eso sería un atropello, por mucha voluntad que tengan el 80% de los catalanes, según dijo Torra (¡como si es el 100%). Torra sostuvo, además, que «Cataluña quiere decidir su futuro democráticamente y en libertad». Pero, como decimos, eso ya sería pedir el principio, porque para que Cataluña pudiera decidir su futuro haría falta que Cataluña ya tuviese la soberanía, y no la tiene. La soberanía la tiene la nación española, no una parte de ella. ¿Es que acaso habría que organizar un referéndum nacional para decidir si se puede organizar un referéndum regional para decidir la permanencia o la separación de Cataluña del resto de España? Y así ad infinitum.

En su comparecencia ante la prensa, la portavoz María Jesús Montero ha prometido a los separatistas «fórmulas imaginativas» para alcanzar una solución. ¡La imaginación al poder! Y ha celebrado el «gran avance» con el primer diálogo. ¿Avance hacia dónde? ¿Hacia la desmembración de España? Una reunión que el gobierno ha señalado como «un éxito». Éxito, ¿para quién? ¿Para los enemigos de España?

Por otro lado, el presidente de la Generalidad ha llegado a decir que «la voluntad popular es la primera institución republicana». ¡Qué ingenuos los que le crean! Pero no hay tal “voluntad general”, ni unidad del pueblo: el pueblo está dividido, re-partido, en múltiples partes enfrentadas entre sí (gremios, grupos, clases...) La idea misma de la “voluntad general” es contradictoria con un sistema de partidos, sistema en el cual la unidad del pueblo se reconoce explícitamente partida, fracturada. La frase de Torra recuerda mucho a la convencional definición que dice que «la democracia es el gobierno del pueblo». Pero tal cosa es inexacta, pues el gobierno no lo ejercita el pueblo, sino, más bien, una parte de ese pueblo siempre en codeterminación con otras partes y siempre teniendo en cuenta la dialéctica de Estados. En resumen: la “voluntad popular”, el “pueblo” o la vox populi no controla al Estado. Tampoco trae la libertad y la democracia y, ni mucho menos, la salvación de los hombres. Por otro lado, hay que recordar que parte del problema de lo que está pasando en España es que se produce un abuso de la idea de pueblo (pueblo catalán, vasco, gallego) corrompiendo a la vez la idea de Nación política: la española.

Los fines inmediatos del diálogo

Al Gobierno le interesa esta mesa de diálogo para contar con el voto de ERC de cara a los Presupuestos Generales del Estado. De hecho, doce horas después de la reunión, PSOE y ERC acordaron sacar adelante el techo de gastos, que es la antesala de los Presupuestos. Ya lo avisó Gabriel Rufián de ERC en su intervención en el debate de Investidura: «Sin mesa de diálogo no hay legislatura».

Si tras las próximas elecciones catalanas, que parece que no serán dentro de mucho, sale un presidente de ERC entonces los separatistas tendrán barra libre para expoliar España, porque el PSOE, con tal de seguir en Moncloa, cederá a todos los chantajes que los separatistas republicanos propongan (y en tal circunstancia los podemitas estarían aplaudiendo con las orejas). Para perseverar en el poder el gobierno del doctor Sánchez, paradójicamente, tiene que ceder poder a los separatistas, esto es, mantenerse en el poder teniendo cada vez menos poder. Y mientras, su partido, el partido de dudosa honradez y dudoso centenario, estará al servicio de sus intereses electorales y no al del mantenimiento y la prosperidad de la nación. Pero, ¿puede tener mucho rédito electoral bajarse los pantalones ante los separatistas? La democracia tiene razones que la razón no entiende.

Quiero cerrar este capítulo con las palabras de Juan de Mariana, el teólogo jesuita español del siglo XVI que sirvió como referencia a los revolucionarios franceses. Estos adoptaron su nombre para simbolizar el cambio del Antiguo al Nuevo régimen y por ello la famosa figura alegórica que para los franceses simboliza los valores nacionales se llama Marianne. En relación al príncipe tirano, Juan de Mariana dejó dicho lo siguiente: «Si por sus desaciertos y maldades ponen el Estado en peligro, si desprecian la religión nacional y se hacen del todo incorregibles, creo que los debemos destronar, como sabemos que se ha hecho más de una vez en España”. En efecto, en España se hizo. Los franceses tampoco tuvieron remilgos en castigar a sus malos gobernantes, pues recordemos que su revolución se hizo a través de la guillotina. Lamentablemente, el panfilismo dialogante, democrático y pacifista de millones de españoles actuales acepta llamar “diálogo” a lo que de toda la vida de Dios se llamó traición y mal gobierno.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas y recuerden: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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