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Fortunata y Jacinta

La Ilíada y el mito maniqueo de las dos Españas

Forja 063 · 22 febrero 2020 · 34.04

¡Qué m… de país!

La Ilíada y el mito maniqueo de las dos Españas

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy hablaremos de la Ilíada y del mito maniqueo de las dos Españas segunda parte. ¿Y por qué? Pues, entre otras cosas, porque siempre da mucho gusto decir cosas como estas: “Oyóle Zeus, el que amontona las nubes, e infundió temor en Ayante, hijo de Telamón”. O bien: “Lograste al fin, Hera veneranda, la de ojos de novilla, que Aquiles, el de los pies ligeros, volviera a la batalla. Sin duda nacieron de ti los melenudos aqueos”. Y también: “Contestóle el gran Héctor, el de tremolante casco, y ordenó dirigir los solípedos corceles hacia las cóncavas naves!”.

Ya comentamos en el forja anterior que podríamos interpretar el mito maniqueo de las dos Españas como una metamorfosis de La ciudad de Dios de San Agustín, es decir, como una de las transformaciones de ese zoroastrismo o maniqueísmo secularizado que impregnó buena parte de las ideologías de Occidente. También señalamos que, en España, dicho dualismo metafísico se ha centrado en el periodo de la Segunda República y de la Guerra Civil, dividiendo la patria entre españoles buenos y españoles maloso entre españoles de primera y españoles de segunda o también entre la España y la Anti-España. Mientras preparaba este guion, me sedujo la idea de dedicar la introducción a la Ilíada porque esta arrebatadora epopeya griega ofrece una definición muy clara de lo que es la patria. Ni que decir tiene que Homero –o aquello a lo que, por tradición, llamamos Homero, dada la discusión que hay con la denominada cuestión homérica, si era un rapsoda o varios– compuso su inmenso poema muchos siglos antes del nacimiento de Mani o Manes, e incluso antes del surgimiento del zoroastrismo en Persia, aunque también es una cuestión disputada el tiempo en que Zoroastro fundó su religión: el mazdeísmo.

Y en este sentido es muy importante resaltar que la Ilíada no se plantea como un enfrentamiento entre buenos y malos y eso es debido, en parte, a que se funda en el contexto de una sociedad politeísta, lo que desde la filosofía de Gustavo Bueno denominamos religiosidad secundaria. Es posible que un día podamos dedicar un programa completo a exponer la filosofía de la religión desde el punto de vista del materialismo filosófico, pues allí aparece un tratamiento realmente exquisito e interesante sobre la cuestión.

Homero narra el décimo año del asedio de los aqueos –los futuros griegos, por así decir– a la ciudad de Troya y, a través de este asedio, presenta al hombre en la guerra, a la guerra como una continuación de la política y a la política como una continuación de la guerra, esto es, expone las alternancias que se dan entre el poder político y el poder militar. El poema canta la caída de Troya –la sagrada Ilión, de ahí el nombre de la epopeya– y evoca la conquista y el establecimiento de los aqueos en un nuevo territorio. Canta el coraje de los héroes que matan y mueren sencillamente, el sacrificio voluntario de los defensores de la patria, cada cual lucha por la suya. Canta las querellas entre los distintos jefes y entre los mismos dioses, también la sabiduría y el dolor de las mujeres y de los ancianos. Canta la cobardía, la dignidad, la valentía y también la compasión que, al final, se muestra más fuerte que la venganza. Pero la Ilíada no distingue entre buenos y malos: los aqueos no son los buenos, y los teucros los malos o viceversa. Los valores que enaltece corresponden a una edad que todo lo juzga a la medida del hombre heroico, tan extraordinario en la guerra como en el consejo: gloria y honor son considerados como los más altos valores de dicha sociedad heroica y primitiva. De manera que en el poema aparecen aqueos cobardes y también aqueos valientes como Aquiles, del mismo modo que presenta a troyanos valientes como Héctor y a troyanos cobardes como su hermano Paris. Pero la valentía de Aquiles, que lucha en el bando de los aqueos, es distinta a la de Héctor, defensor de Troya. Este último es valiente por un acto de reflexión y de razón. Para él, combatir por la patria constituye el más alto honor. El Honor no es para Héctor un ideal: es combatir, y morir si es preciso, por el país que ama, combatir para salvar a su amada esposa y a su amado hijo de la muerte o de la esclavitud. Ama a Troya –”la sagrada Ilión, la ciudad de los hombres de voz articulada.”– y ama al “pueblo de Príamo, armado con lanzas de fresno”. Este amor hace de Héctor el combatiente que lucha por un deber, no, como Aquiles, que pelea a muerte para satisfacer una pasión: su sed de venganza personal. A Aquiles, que lucha por instinto, se contrapone Héctor, el hijo de la ciudad que defiende su territorio. Aquiles quiere matar a Héctor por odio, Héctor quiere dar muerte al enemigo mortal de Troya. Pero la patria no es para Héctor únicamente la ciudadela de Troya y el pueblo troyano, y así le dice a su esposa Andrómaca: “Día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión y el pueblo de Príamo. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela en argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente”.

Pues bien, tan penosa es la situación actual en España que, para decir bondades sobre la patria en prácticamente cualquier contexto público, uno tiene que recurrir a subterfugios como la Ilíada, escrita hace aproximadamente 29 siglos. Tan lamentable es la situación actual en España que este noble sentimiento de amor a la patria es interpretado por muchos como “esa cosa que hacen los fachas” –o sea, los malos– sin darse cuenta de que sin patria ni hay derecho, ni hay democracia, ni hay libertad, como muy bien sabía Héctor, el hijo de Príamo, el defensor de la sagrada Ilión, muerto por Aquiles, el de los pies ligeros. Sin la patria, esto es, sin la tierra de los padres, la democracia y la libertad sólo serían castillos en el aire.Tan terrible es la situación actual en España que, por decir lo que yo voy a decir en este capítulo, muchos me llamarán franquista.

Escribió el filósofo español Gustavo Bueno en su obra El mito de la derecha: «la oposición socialdemócrata al régimen de Franco había sido muy débil, casi nula, durante el periodo de su vigencia, y sólo tras la segunda derrota del PSOE en las elecciones del año 2000, que dieron la victoria al PP, comenzó la verdadera oposición retrospectiva al régimen de Franco, veinticinco años después de su muerte. Parecería que los socialdemócratas quisieran lavar la mala conciencia que sin duda debían de tener al recordar su débil conducta durante el franquismo, resarciéndose a toro pasado mediante una condenación retrospectiva, impulsada desde las más altas instancias del Estado, condenando al régimen de Franco y obligando o facilitando incorporarse a este proyecto insensato a los demás partidos políticos» (Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de hoy, Madrid 2008, Pág. 184).

Este antifranquismo retrospectivo es la ideología del Régimen del 78. La llamada Ley de Memoria histórica es el colofón de esta propaganda retroantifranquista y, tal y como hemos denunciado aquí en múltiples ocasiones, se funda sobre una historiografía basura que lo único que genera es más propaganda, más ideología y más corrupción histórica. La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega dijo en 2007: «(La Ley de Memoria histórica) deja la historia a los historiadores». ¡Falso de toda falsedad! Lo que hace la Ley de Memoria histórica, precisamente, es poner la historia a merced de los políticos (de algunos políticos) impidiendo el ejercicio dialéctico que para estos asuntos requieren los historiadores, sin perjuicio de que muchos de estos historiadores sean cómplices del memoriahistoricismo negrolegendario retroantifranquista. Por supuesto, tanto la leyenda negra contra Franco como la leyenda dorada a favor de Franco nos parecen modos ridículos de estudiar al personaje y su tiempo (modos absurdos de estudiar a esta o a cualquier otra figura histórica), porque las metodologías negras y doradas no son más que crímenes de lesa historia. Y la pregunta sería ¿por qué no se incluye en los currículos escolares el estudio riguroso y crítico tanto de la Segunda República, como de la Guerra Civil y del franquismo? ¿Por qué los españoles tienen un desconocimiento tan lamentable sobre estas etapas de la historia de su propio país?

Como decimos, la ideología retroantifranquista tiene su público. De hecho, tiene mucho público: es la ideología dominante. Su máximo órgano de expresión es la Ley de Memoria histórica, una ley que divide a los españoles entre buenos y malos en función de si uno vota a la “izquierda” o a la “derecha”: ese es el núcleo del mito. Por ejemplo, si te gusta el cine de Andréi Tarkovski y votas a Podemos, todo bien. Pero si te gusta el cine de Andréi Tarkovski y votas al PP, da igual: eres un facha. Si admiras el Tristán e Isolda de Ricardo Wagner y votas al PSOE, ningún problema; pero si admiras a Ricardo Wagner y votas a Vox, entonces eres un nazi de manual. No sin razón ha dicho José Javier Esparza en su obra El libro negro de la izquierda española: «En la opinión pública española circula un mito que podríamos enunciar así: la izquierda encarna la generosidad, el sentido de la justicia, el amor a la cultura, la fe en el ser humano y su libertad; la derecha, por el contrario, encarna el egoísmo, la avaricia, el despotismo, el “oscurantismo”, las cadenas que oprimen al individuo. Este mito es producto de un proceso muy concreto: la larga hegemonía de la izquierda española en el terreno cultural, una hegemonía que comenzó todavía en vida del general Franco y que durante los cuarenta años siguientes ha venido modelando la mente de muchos españoles y, en particular, la de los menos informados. Por eso hay tanta gente dispuesta a proclamarse de izquierdas aunque vote derecha, y tan poca dispuesta a confesarse de derechas» (José Javier Esparza, «Deshacer el mito de la izquierda española», en El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona 2011, Pág. 7).

Vamos a repasar a continuación algunos de los modelos dualistas que se generaron en España a partir de la Segunda República.

Dualismo “Democracia vs Fascismo”

La Komintern, la Tercera Internacional comandada por Moscú, divulgó propagandísticamente la idea de que la Guerra Civil española suponía un conflicto entre las libertades democráticas y la opresión «reaccionaria fascista» (o clerical-fascista o –como también se decía– «fascismo frailuno»). Según esta interpretación maniquea y simplista, la contienda española era una lucha entre el fascismo y el antifascismo, entre la burguesía fascistizada y el proletariado de la «República de trabajadores de todas las clases». República que finalmente debía ser de una sola clase: la clase proletaria. En eso se fundaba el argumentario ideológico y escatológico del comunismo español, pero ya sabemos que el proletariado, como clase políticamente unificada o totalidad atributiva armónica, nunca llegó a existir: ni pudo ni podrá llegar a la existencia al imponerse siempre la pluralidad de la polémica.

En la propia Guerra Civil se impuso la pluralidad, pues si bien es cierto que había dos bandos (los comúnmente conocidos como bando republicano y bando nacional) dentro de los mismos había diversas facciones: en el bando llamado republicano, que de republicano ya no conservaba nada, había socialistas, anarquistas, comunistas del PCE, comunistas del POUM, separatistas catalanes de la Ezquerra e incluso ultraderechistas racistas como el PNV (que en Santoña, por cierto, traicionaron al Frente Popular). Mientras que en el bando llamado nacional había falangistas, carlistas, monárquicos alfonsinos y católicos en general (con su diferentes hermandades e instituciones). Y estos grupos no formaron del todo una solidaridad perfecta y armoniosa pues había roces entre las mismas e, incluso, enfrentamientos armados. De hecho, en el propio seno del bando republicano o frentepopulista estallaron dos guerras dentro del marco general de la Guerra Civil. Uno de esos conflictos internos lo protagonizaron los comunistas frente a los anarquistas en mayo del 37 en Barcelona. En marzo de 1939, por otro lado, se produjo el levantamiento del general Casado y de la rama socialdemócrata del PSOE de Julián Besteiro contra Negrín y los comunistas. El objetivo de los primeros era rendirse a las fuerzas del bando nacional para acabar con la guerra, mientras que el plan de Negrín era que la Guerra Civil empalmase con la Segunda guerra mundial que ya se estaba preparando. El lema de Negrín era “resistir es vencer”.

Dualismo “Cruzada vs barbarie comunista”

La interpretación de la Guerra Civil como una lucha entre democracia y fascismo es tan metafísica como la interpretación que le dio la Iglesia católica en tanto «cruzada» frente a la «barbarie comunista». Interpretar a Negrín como el «abanderado español del proletariado como clase universal» es tan disparatado como interpretar a la figura de Franco como «enviado de Dios para abanderar la cruzada contra el comunismo, la masonería y el judaísmo». Ni Negrín era el mesías del proletariado ni Franco era el mesías del Dios de la Iglesia católica. Franco fue, sencillamente, el «Caudillo de España», y harto tenía con ser Caudillo de manera natural y político-militar. Porque a Franco –dicho mal y rápido y que me perdone Jacinta– Dios no le hacía falta para nada, aunque supo ver con inteligencia que las instituciones católicas le resultaban muy útiles. Ya sabéis que desde las coordenadas del materialismo filosófico entendemos que lo importante del catolicismo no es exactamente Dios (otra cosa es la idea de Dios en sí, y en ese sentido, valga el apunte, descollaron históricamente los teólogos y filósofos españoles). Desde nuestras coordenadas, lo importante del catolicismo es la Iglesia: una institución milenaria cuyos tentáculos la han transformado en una agencia internacional sin parangón en la Historia Universal. Y aunque ateos, desde el materialismo filosófico postulamos que fue el Dios cristiano el que salvó a la razón, esto es, el que rescató a la filosofía griega y la transformó. No en vano el propio Miguel de Unamuno decía que el cristianismo era filosofía griega más derecho romano.

Dualismo “Fascistas vs masa popular”

No puede decirse, como han dicho algunos historiadores de los llamados “progresistas”, que la causa de la Guerra Civil española fue la oposición violenta que la casta privilegiada y sus aliados fascistas extranjeros ejercieron contra los intentos reformadores de los gobiernos liberal-republicanos y socialistas. Remitimos en este punto al último capítulo de la serie que dedicamos el verano pasado a la Segunda República española. Cerrábamos ese programa con las siguientes citas: Francesc Cambó antes de que llegase la República: «Si a España llega la República serán las izquierdas sociales las que la dominen y, probablemente, las que la deshagan». Un régimen republicano le parecía inviable en un país como España «por falta de republicanos». Indalecio Prieto coincidiría con Cambó y, curiosamente, también con Francisco Franco, quien llegó a decir: «La tragedia de la República es que en la República no existen partidos republicanos». La guerra en España no fue una lucha de una minoría privilegiada contra la masa completa del pueblo, sino que fue el combate de un ejército y de una parte del pueblo español contra otro ejército y otra parte del pueblo español. Una casta de privilegiados jamás hubiese podido vencer a todo un pueblo. Y un pueblo completamente desarmado jamás hubiese resistido durante tres años a todo un ejército.

Y como hemos dicho, los dos bandos eran plurales y hubo enfrentamientos entre los diversos grupos, pues no todo era armonía y solidaridad contra el enemigo común, también hubo cuchillazos entre supuestos compañeros de viaje. Asimismo, muchos españoles se vieron abocados a luchar en un bando o en otro simplemente porque la guerra les pilló en un sitio de España y no en otro. Y muchos españoles del “pueblo” no tenían ni idea de por qué luchaban. Es menester mencionar que muchos aprovecharon la excusa de la guerra para tomar represalias contra su vecino. Este tipo de venganzas personales, por cierto, aparecen también reflejadas en la Ilíada. De hecho, la “cólera de Aquiles”, tema principal de la Ilíada, es una venganza personal de Aquiles contra Agamenón. Esta cólera se desarrolla al margen del casus belli de la guerra de Troya, pero condiciona radicalmente los acontecimientos.

Dualismo “La verdadera España contra la anti-España”

En la carta pastoral del 30 de septiembre de 1936 titulada «Las dos ciudades», el obispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, refleja muy bien este maniqueísmo agustiniano al distinguir entre la derecha católica contrarrevolucionaria, representada por la ciudad del Cielo, y la izquierda revolucionaria anticlerical, representante de la ciudad de la Tierra (o del diablo rojo). Además, empleó el término «cruzada», que había sido acuñado recientemente en Navarra para referirse a la lucha contra los «rojos». Por consiguiente, desde el bando nacional la guerra se planteó como una cruzada entre la «verdadera España», que representaba las fuerzas de la luz y de la cruz, y la «anti-España», que representaba las fuerzas de la oscuridad. Ni que decir tiene que las izquierdas condenaron el término cruzada.

Dicha expresión vino a ser semioficial durante la guerra, pero según la hija de Franco, Carmen Franco Polo, el Generalísimo se refería al conflicto simplemente como «la guerra». Lo cierto es que también la denominaba «cruzada», pero lo hacía en sentido patriótico, no en sentido religioso. No obstante, el historiador e hispanista estadounidense Stanley Payne, señala que, aunque en la intimidad Franco hablase más de «la guerra» que de la «cruzada», al salir victorioso en todos los frentes y al ser halagado por una propaganda grandilocuente «estaba cada vez más convencido de que su papel en el mundo era providencial, muy lejos de un liderazgo común. Considerado un héroe nacional en los años veinte, tuvo la precaución de ser modesto en los actos y discursos públicos, pero en 1938 ya estaba convencido de que era un instrumento de la Divina Providencia, dotado de poderes especiales. Si no fuera así, ¿cómo podría explicarse su extraordinaria carrera de éxitos y triunfos? Todo resultaba tan extraordinario que ningún cálculo empírico y práctico podía explicarlo racionalmente. De tal manera que cuando presidía las reuniones del Consejo de Ministros, se mostraba locuaz, pontificando sobre asuntos económicos y técnicos, y sobre otras materias de las que sabía bastante poco, para la sorpresa, la irritación o el divertimento de sus subordinados» (Stanley Payne y Jesús Palacios, Franco. Una biografía personal y política, Espasa, Barcelona 2014, pág. 211).

Al final de sus días, parecía que Franco, efectivamente, estaba convencido de su misión divina, tal y como le confesó a su médico Vicente Pozuelo: «Lo que estoy haciendo no tiene mérito alguno, porque cumplo con una misión providencial y es Dios el que me ayuda. Medito ante Dios y, generalmente, los problemas me salen resueltos… cuando Él [Dios] considere que mi obra ha terminado, me llevará y le he pedido muchas veces que si es posible sea con cierta rapidez» (citado por Stanley Payne y Jesús Palacios, Franco. Una biografía personal y política, Espasa, Barcelona 2014, pág. 593). Esas súplicas no fueron atendidas: la agonía de Francisco Franco fue más bien larga. Pero lo cierto es que no murió asesinado en un atentado ni en el campo de batalla, sino en la cama, cosa que debió resultar humillante para sus enemigos, pues evidenciaba que no habían conseguido derribarle.

Dualismo “todos vs Franco”

Posiblemente Franco ha sido el español más odiado de todos los tiempos. Pero odiar a Franco supone odiar por defecto a los españoles que lo apoyaron en vida y a quienes, hoy día, se niegan a reconocer las bondades de la Ley de Memoria histórica, por ejemplo. Esto decía Indalecio Prieto a Franco en 1943: «Acaso ignoras que jamás hubo español más odiado que tú. Fernando VII, el charrán, era un caballero comparado contigo». Franco ha sido odiado no sólo por los comunistas, sino también por los socialdemócratas, los liberales, los democristianos, los monárquicos y, por supuesto, por los separatistas. Es destacable que en 1993 el ABC, diario monárquico dirigido entonces por Luis María Ansón, patrocinó una biografía de Franco –más bien habría que llamarla antibiografía o antihagiografía– escrita por el fabiano Paul Preston. Y ya se sabe que los de la Sociedad Fabiana –los socialdemócratas británicos– son lobos disfrazados de cordero, como puede verse en su escudo.

Lo cierto es que han llegado a decirse auténticas majaderías contra Franco. En una ocasión, el que fuera portavoz del Partido Nacionalista Vasco, Iñaki Anasagasti –ese señor que dijo que había que dinamitar el Valle de los Caídos– se refirió a la figura de Franco como «la figura más nefasta de la historia de España desde el neolítico». Es sorprendente que un nacionalista vasco diga que España existe desde el neolítico. ¡Cuánta generosidad! Nosotros podríamos decir de este señor que tenía el peinado más raro que ha tenido todo bicho viviente desde el neolítico.

Es un disparate decir que Franco quería dar tratamiento penal a la mitad de la sociedad española. Tampoco se puede acusar exclusivamente a Franco de toda la sangre y crueldad de la Guerra Civil. El único criterio que algunos tienen para valorar a Franco y su obra es el odio absurdo e irracional, esto es, una cuestión psicológica. Odio que, encima, despliegan en retrospectiva: sobre su cadáver. Hemos llegado a un punto en el que se le niega cualquier mérito que hubiese alcanzado. Y no fueron pocos: ganó la Guerra Civil y evitó la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. Y cuando no queda más remedio que reconocer el espectacular desarrollo industrial y social de la España de 1939 a 1975 se dice que dichos logros fueron a pesar de Franco. Por decir lo que yo estoy diciendo ahora mismo me llamarán franquista, como advertía al principio, tan instalado está en la mente de los españoles este mito maniqueo.

Franco es popularmente considerado como un general mediocre y como un político cruel y vulgar. Pero hay que tener en cuenta que venció a todos sus enemigos en una situación nacional e internacional en extremo compleja –posiblemente la más complicada que en los siglos hayan visto España y el mundo– y tuvo la habilidad suficiente como para perseverar en el poder durante 40 años y morir en su cama. Si Franco era vulgar y mediocre venciendo a todos sus enemigos y fue capaz de mantenerse en el poder a lo largo de cuatro décadas, entonces ¿qué hemos de decir sobre sus enemigos? ¿Acaso no es humillante haber sido derrotado durante tanto tiempo por una criatura tan zafia, cateta, mostrenca y mezquina? No sé yo, es que esto es de primero de psicología.

No reconocerle ciertos méritos a Franco es despreciar cuanto se ignora. Y ya sabemos que la ignorancia es muy atrevida, o más bien temeraria. No obstante, Indalecio Prieto, el mismo que en el exilio ponía a Franco por debajo de Fernando VII, expresó antes de la guerra: «Le he visto pelear en África, y para mí, el general Franco (…) llega a la fórmula suprema del valor, es hombre sereno en la lucha (…). El general Franco, por su juventud, por sus dotes, por la red de sus amistades en el Ejército, es el hombre que en un momento dado puede acaudillar con el máximo de probabilidades –todas las que se derivan de su prestigio personal– un movimiento».

En nuestro presente en marcha, el mito maniqueo de las dos Españas sigue vivo a raíz del turnismo en el poder entre PSOE y PP, y también a consecuencia de la sustantificación que se hace de “la izquierda” y “la derecha”. Pero todo eso es pura apariencia falaz, pues el bipartidismo con el que se hizo el Régimen del 78 nunca fue tal: siempre estuvieron ahí los partidos separatistas, que -entre otras cosas- sirvieron como bisagra para que se formase gobierno. También existía Izquierda Unida, que era tercera fuerza, pero muchas veces en plan cuchara, esto es, ni pinchaba ni cortaba. Y andando los años aparecieron nuevos partidos como UPyD, Podemos, Ciudadanos y Vox. Toda sociedad política es plural, pero plural con tendencia a la polémica y no a la armonía. Quizás si de repente llegaran a la Península Ibérica los temibles aqueos, azuzados por la Discordia y por Poseidón, el que bate la tierra… A lo mejor, entonces, los españoles “buenos” y los españoles “malos” se unirían solidariamente en común pelea contra terceros. Aunque a mí me da que ni eso, pues no existe mayor amenaza para España que los separatismos, y ni solidaridad frente al enemigo común, ni leches, sino justo lo contrario: a tomar por saco Troya, digo España.

Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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