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Fortunata y Jacinta

Corrupción no delictiva

Forja 058 · 29 noviembre 2019 · 37.52

¡Qué m… de país!

Corrupción no delictiva

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy abordaremos el análisis filosófico del término “corrupción” en su extensión “corrupción no delictiva”, así pues, agarren lápiz y papel porque tenemos un programa de los de tomar notas.

Corrupción “se dice de muchas maneras”, es decir, no es un término unívoco, sino un análogo de atribución y, como tal, el término corrupción se propaga, irá variando, aunque conservando de algún modo la huella del significado originario. Esa ampliación, si es verdaderamente filosófica, necesita regresar hacia una ontología de la corrupción que permita establecer criterios para diferenciar las realidades corruptibles y las no corruptibles o que permita determinar el alcance de la corrupción: ¿Todo es corruptible? ¿Nada es corruptible? ¿Hay algo corruptible y algo que no es corruptible? ¿Cabe aplicar el término corrupción a la sociedad política? Gustavo Bueno desarrolló con precisión esta ontología de la corrupción pero, dada la limitación de este formato de programas, nosotros nos atendremos a algunos de los aspectos que más nos interesan. Por ejemplo, para Aristóteles el cielo, el mundo supralunar, era incorruptible, inmune, mientras que el mundo sublunar estaba sometido a generación y corrupción. Para Aristóteles, por tanto, cabe aplicar el término corrupción a la sociedad política porque considera los cambios de una politeia a otra como desviaciones, unas veces a mejor, y otras veces a peor.

Recordemos que Aristóteles desarrolló la primera clasificación de las formas de gobierno en función del número de gobernantes y distinguiendo entre formas de gobierno rectas y torcidas (desviadas o degeneradas). Según el filósofo griego, la monarquía se caracterizaría por ser el gobierno de uno para beneficio de todos. Por perseguir el bien común, la monarquía sería una forma recta de gobierno que podría degenerar en forma torcida, esto es en tiranía, cuando el bien común se cambiara por el bien particular. La aristocracia sería el gobierno de unos pocos en su forma recta, es decir, buscando el bien común, y degeneraría en oligarquía cuando busca el beneficio de unos pocos. La república será entendida por Aristóteles como la forma recta del gobierno de la mayoría (en otras ocasiones «todos») y su desviación sería la democracia. Esta taxonomía resulta cuestionable en muchos aspectos, pero lo que nos interesa señalar aquí es que, algunas veces, Aristóteles considera a la democracia como una desviación mala, una demagogia, “porque la democracia busca el interés de los pobres, pero no el provecho de la comunidad”. Por tanto, Aristóteles considera aquí a la democracia como algo más que una forma corruptible, porque ella misma es una corrupción. Y este sería el punto de partida de nuestro análisis.

Democracia

Lo primero que hay que señalar es que, cuando se pregunta por la democracia, caben dos tipos de respuesta: una idealista y otra materialista. En las respuestas idealistas, las hipótesis metafísicas se tratan como evidencias absolutas. Por ejemplo, se incurre en idealismo cuando se dice que las urnas expresan la voluntad del Pueblo, entendiéndose “Pueblo” (con mayúsculas) en un sentido metafísico. Más adelante veremos que hay que diferenciar entre “Pueblo” y Nación política, porque justo en este punto hay una corrupción ideológica, una tremenda confusión en la que caen muchos de nuestros políticos, periodistas, lechuzos y gentes del común.

Desde el Materialismo político, sin embargo, la democracia se entiende como una forma más de organización social, un modo de convivencia legal que necesita unos medios para subsistir. Por tanto, aquí no se trata de atacar o de defender a la democracia; la democracia está ahí, es la forma de gobierno de nuestro presente en marcha y, en ese sentido, nosotros hablamos como Aristóteles: constatamos realidades. Entonces, ¿hacia dónde se dirige nuestra crítica filosófica? Una vez más vamos a clasificar, porque en la propia clasificación está ejercitándose ya la crítica. El materialismo político diferencia dos momentos: el momento nematológico o ideológico y el momento tecnológico. Los aspectos nematológicos tienen que ver con los contenidos ideológicos, cuando se dice, por ejemplo, que la democracia es la única forma de gobierno en que se expresa la voluntad del Pueblo o que la democracia hace autónomos y libres a los seres humanos o que la democracia es el fin de la historia, pues gracias a ella la Humanidad (entendida como una sola y toda igual) poseerá las claves de su autodirección.

El momento tecnológico, en cambio, tiene que ver con los aspectos procedimentales de la democracia: los partidos políticos, la separación de poderes, las elecciones, las urnas, las campañas electorales, la ley electoral, &c. Nuestras democracias parlamentarias necesitan ejercer el control ideológico de las masas y lo que ocurre es que algunas de estas prácticas políticas están tipificadas en el código penal y otras no. Es decir, algunas están consideradas como hechos delictivos (fraude electoral, adoctrinamiento en las aulas, intimidación, voto cautivo) y otros como hechos no delictivos (educación, propaganda, tergiversación en los medios de comunicación, falsificación de los hechos históricos, mentira política, &c.) Pero ¡ojo!, la mentira política puede resultar prudente para la eutaxia de un determinado Estado, ya que sería imprudente que éste revelase sus arcana imperii de cara, sobre todo, a la dialéctica de Estados. Nosotros nos referimos al uso de la mentira con fines electoralistas y al uso de la difamación buscando el escarnecimiento público de los oponentes políticos. Vamos a poner dos ejemplos de actualidad.

Para la presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, el aumento de mujeres asesinadas durante 2019 en España es culpa del partido Vox porque, en su opinión “Vox ha entrado en las instituciones gritando que van a acabar con las mujeres”. Este tipo de titulares difamatorios podrían tipificarse como delitos de odio pero, en principio no pasa nada: los medios difunden el titular y el pánico antiVox se recrudece bloqueando el análisis crítico del sintagma “violencia de género” y pasando incluso por alto que muchas feministas como Carmena ya denunciaban en 2006 la problemática de usar la expresión “violencia de género”. Encontramos otro ejemplo de corrupción no delictiva en este vídeo difundido por el Ayuntamiento de Barcelona –gobernado por el Partido Socialista de Cataluña y Podemos– en el que se lanza el sutil mensaje de que si hablas español eres un violador en potencia, mientras que si hablas catalán eres un hombre decente dispuesto a denunciar las iniquidades de “las bestias con forma humana”, palabras de Joaquín Torra para referirse a los españoles.

Pero sigamos, en este capítulo no vamos a fijarnos en los aspectos tecnológicos de la democracia, sino en los nematológicos e ideológicos y así dice Gustavo Bueno: “Yo el aspecto tecnológico, en principio, lo dejo intacto. La democracia ahí está, como están la televisión, el cuerpo de correos o los ferrocarriles”. Y dentro de la crítica de los aspectos nematológicos nos interesará concretamente el fundamentalismo democrático, que consiste en suponer que la democracia es la única forma de Estado verdaderamente humana, el sumun de convivencia social y política. Fundamentalismo democrático es situar a la democracia como el principio de todos los valores y, de hecho, cuando se quiere encarecer algo, revalorizarlo, se dice 'música democrática', 'escuela democrática', ‘televisión democrática’ e incluso ‘separatismo democrático’. Ya el colmo sería decir terrorismo democrático o latrocinio democrático. Así advierte Bueno: “El fundamentalismo democrático significa descalificar totalmente, históricamente incluso, al que no ha sido demócrata. Si la democracia es la forma plena de ser hombre, quiere decir que ni Platón ni Aristóteles ni Goethe eran plenamente hombres”.

Y ahora vamos a uno de los puntos que nos interesan: a causa de esta ideología, el fundamentalismo democrático circunscribe la corrupción a las conductas de los individuos (funcionarios, políticos, empleados de la sociedad política o civil, &c.). Esta corrupción conductual, por ir referida a la corrupción de los individuos, deja intacto al sistema de la democracia, a la democracia misma, que seguirá brillando en su máxima pureza, al margen de los múltiples casos de corrupción circunscrita que surjan en su seno. Vemos un caso parecido tras la publicación de la sentencia de los EREs en Andalucía: tanto el PSOE como su séquito de periodistas derivan la responsabilidad hacia los individuos dejando intacto, de este modo, al partido.

Corrupción ideológica

Al fundamentalista democrático, que circunscribe la corrupción a los casos tipificados en el Código penal, jamás se le ocurrirá, por ejemplo, aplicar la idea de corrupción al terreno de la ideología. Jamás se le ocurrirá hablar de corrupción democrática o de “corrupción ideológica”, ya que “el pensamiento no delinque”. Por ejemplo, este tipo de acciones artísticas se dicen y se hacen en nombre de la libertad de expresión, en nombre de la creatividad y en nombre del “pensamiento crítico” cuando su mensaje es puramente ideológico. Y lo peor es que esto se hace en nombre de la disidencia política en el arte cuando, artistas como Daniela Ortiz, peruana afincada en Barcelona y financiada por instituciones españolas como el Matadero de Madrid y el Ayuntamiento de Barcelona, ejercen descaradamente como comisarios políticos. Qué opresor es el Estado español, querida Daniela, que no sólo no censura tus insultos, sino que encima los ampara y los financia.

Por tanto, uno de los efectos inmediatos del fundamentalismo democrático es suponer que la corrupción no afecta a la democracia y así se presenta a la sociedad política democrática como inmune o incorruptible. Recordemos, por ejemplo, que la llamada Spanish Revolution no salió a la calle para reivindicar una fiscalidad igualitaria, como fue el caso de la Revolución Francesa, ni tampoco para pedir "paz, pan y tierras", como fue el caso de la revolución bolchevique. La gente salió a la calle para pedir "más democracia", como si una decisión política, por el hecho de ser democrática, fuera ya justa o adecuada. O como si la democracia fuera la clave para solucionar todos los problemas sociales. Esta ideología fundamentalista es muy atractiva y se propaga muy bien porque adula a las masas.

Pero la corrupción política también es corrupción, aunque no esté “tipificada y medida” en el código penal ni se trate en los tribunales: hay más corrupción en la democracia (o en la aristocracia o en la tiranía), que la que cabe en un sumario penal. Hay más corrupción política, por ejemplo, en el llamado “derecho a decidir” que la que pueda haber en un caso de financiación ilegal de un partido político, porque afecta mucho más a lo que puede considerarse justicia social y sobre todo a la comprensión racional de la situación. Hay más corrupción en las urnas de los separatistas que en las porras de los policías. Dicho de otra manera, hay más corrupción en la deformada idea de Nación política que maneja el PSOE que en el escándalo de los EREs de Andalucía. Y no olvidamos los 113.000 millones de pesetas robados: lo que decimos es que, como el PSOE no sabe lo que es la Nación política, ha dejado de defenderla y eso es gravísimo.

Las corrupciones democráticas no son fruto de acciones externas a la propia democracia y, por tanto, no se resuelven con más democracia. A continuación, analizaremos un ejemplo de corrupción propia, específica, de la democracia: las consultas secesionistas.

Secesionismo como corrupción política

Cada sistema político, ya sean las aristocracias, los imperios o las democracias, tiene zonas especialmente vulnerables a la corrupción, “talones de Aquiles” tecnológicos o ideológicos, puntos débiles. Por ejemplo, las consultas o procesos secesionistas (como el vasco o el catalán) son corrupciones de la sociedad política porque equivalen a la mutilación de una parte formal del organismo político establecido. Y esto al margen de que esta mutilación se considere justa o injusta, legal o ilegal: una parte no puede decidir por el todo.

La sedición es una corrupción política que tiene el nombre de traición. No es una corrupción biológica o ética, económica o religiosa, es una corrupción política. Y las sediciones no son exclusivas de las sociedades democráticas: hubo sediciones importantes en la Roma republicana o en la España del Antiguo Régimen. Pero las sediciones en el Antiguo Régimen o en las dictaduras tienen las vías de acceso muy limitadas: suponen largos procesos de preparación, disposición de fuerzas, elegir el momento adecuado, &c. En cambio, la sedición en una democracia tiene vías mucho más accesibles: las urnas (vías cerradas en la monarquía absoluta o en la dictadura). Las urnas de la democracia facilitan, aunque no provoquen, la acción de los secesionistas. Y, de hecho, podemos observar que si el catalanismo no practicó más el terrorismo armado es porque no lo necesitó: la democracia ha sido su plataforma de lanzamiento y solo hay que ver que el separatismo catalán era completamente residual hasta hace pocos años. ¿Su gran jugada? Presentarse como un nacionalismo más civilizado frente al vasco, presentarse como un nacionalismo democrático y en eso basan toda su propaganda.

Sin embargo, la fuente característica de las corrupciones democráticas es aquella de donde brotan los principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Veamos esto con calma: el canal que conectaba los principios de libertad e igualdad fue, por un lado, el criterio de las mayorías como procedimiento de elección (momento tecnológico) y por otro lado la Idea de Pueblo (momento nematológico). Y como hemos dicho que a nosotros nos interesa la nematología, vamos a analizar esta idea de Pueblo, con mayúsculas. Se trata de un Pueblo sustantivado, como una expresión de la Voluntad general capaz de elegir, por sí mismo, libremente, como un bloque homogéneo y armonizado. Vemos un claro ejemplo de esto cuando los separatistas vascos, catalanes o gallegos hablan en nombre del Pueblo vasco, catalán o gallego, anulando a los vascos, catalanes y gallegos que no les apoyan.

Pero no hay tal “voluntad general”, ni unidad del pueblo: el pueblo está dividido, re-partido, en múltiples partes enfrentadas entre sí (gremios, grupos, clases...) La voluntad del pueblo es una idea tan metafísica como pueda serlo la voluntad de la naturaleza. La llamada voluntad del pueblo solo puede elegir entre los materiales objetivos que le son ofrecidos, presentados, a través de los partidos políticos. Nos encontramos, por tanto, ante una ficción jurídica, porque la idea misma de la “voluntad general” es contradictoria con un sistema de partidos, sistema en el cual la unidad del pueblo se reconoce explícitamente partida, fracturada. Por tanto, se hace necesario diferenciar entre pueblo y nación porque lo que está pasando, tanto en España como en las distintas naciones hispanoamericanas, es que se produce un abuso de la idea de pueblo (pueblo mapuche, catalán, aymara, gallego) corrompiendo a la vez la idea de Nación política: la española, la chilena, la boliviana, &c.

Corrupción de la idea de Nación política

El pueblo son los individuos vivos, la multitud presente. Pero tal conjunto de personas –por ejemplo, los españoles vivos en 2019– no pueden renunciar a lo que han heredado, porque esos actos del pasado han influido en su realidad presente y, al mismo tiempo, tienen que contar con los que vendrán. Esto es, el pueblo tiene que tener en cuenta a la Nación, que es más que el pueblo.

El problema de muchos de nuestros políticos es que actúan desde la plataforma de la Nación política sin saber lo que es y por eso se permiten despreciarla. Y esto le pasa también a los políticos y periodistas de las llamadas “derechas”. Dentro vídeo de Cayetana del PP: "España no es Francia, España no es un Estado unitario centralizado jacobino y no lo ha sido jamás a lo largo de su historia (titubea)… Sólo lo ha sido en momentos muy complicados de su historia (se refiere al franquismo)”.

Aprovechando estas declaraciones de Cayetana, vamos a hacer algunas acotaciones: en primer lugar, lo que está ahora mismo en juego en España es la nación en su sentido contemporáneo, esto es, la nación como titular de la soberanía. Y una de las consecuencias del Estado de las autonomías es que recorta esa soberanía a un número arbitrario de ciudadanos, olvidándose del Todo. En segundo lugar, por supuesto que España no es un Estado unitario centralista jacobino, entre otras cosas, porque la nación en sentido político nace en España precisamente de la mano de la izquierda liberal, al enfrentarse a Napoleón y a la izquierda revolucionaria jacobina. Señalaremos en tercer lugar algo que se olvida sistemáticamente: la unidad de España como nación histórica proviene de su condición imperial. Y esto lo han mostrado Menéndez Pidal, José Antonio Maravall y Gustavo Bueno, tal y como nos recuerda Pedro Insua: “Frente a la idea falsa de la España medieval como un conjunto de reinos aislados, independientes y en conflicto, el imperio conformará la idea de nación española de la que habla Cervantes, Saavedra Fajardo, Cadalso… El término ‘nación española’ estará presente en todo el siglo de oro y posteriormente. Los españoles serán los nacidos en el ámbito político del imperio español y no es casual que Feijó hablara de los ‘españoles de América’”.

Y mucha atención con esto: la soberanía nacional de la que habla la Constitución de Cádiz sólo es posible porque existe una nación preexistente a nivel sociológico sobre la que el elemento político se estructura. De hecho, los constituyentes de Cádiz no se inspiraron en cualquier ley, sino en el Fuero Juzgo, en las Partidas de Alfonso X, &c. Hay una continuidad institucional, cultural, lingüística y familiar –de apellidos, de casas–, y no hay que olvidar, asimismo, que los jesuitas españoles ya habían teorizado con detalle la idea de la soberanía popular.

Muchos de nuestros políticos ignoran, además, cómo se forjó la nación política: ignoran u olvidan que en Francia se forjó a través de un proceso revolucionario que implicó guillotina, violencia y magnicidio o que, en el caso español, supuso la llamada Guerra de independencia o Guerra contra el francés. Tampoco se entiende la ideología que funcionó entonces tanto en Francia como en España: patriotismo, defensa del territorio, ley común, destrucción de los fundamentos del Antiguo Régimen, izquierda en sentido político, &c. Los fundamentalistas democráticos de nuestros días, tales como PSOE o Podemos (en menor medida los partidos llamados de derechas, aunque tampoco se quedan muy rezagados en esto) viven de esas rentas históricas: existen y operan desde la plataforma de la Nación política española pero, cada vez que oyen hablar de ella, les sale urticaria y etiquetan su defensa como “esa cosa que hacen los fachas”. Porque a ellos lo que les enardece es la idea de “pueblo”, ¡y no digamos eso de los pueblos!, olvidándose de la nación política y del Estado. Se permiten, de este modo, recortar la soberanía en función de privilegios, no de leyes comunes.

El cambio que impulsará la Constitución de Cádiz será importantísimo a nivel de homogenización jurídica –un código civil, un código criminal y un código de comercio–, en contra de los particularismos propios del Antiguo Régimen. A ver si se enteran Luis Tosar y otras lumbreras de este solar hispano nuestro, de que hace más de doscientos años que los españoles dejamos de ser súbditos. Esta nueva idea de Nación, este nuevo concepto político, es fruto de un hecho transformador que supuso el cambio del antiguo al nuevo régimen y una completa reorganización de las relaciones de poder frente al absolutismo real y la sociedad estamental. Servicio doméstico, negros, judíos, protestantes, mujeres, &c., pasan a formar parte del cuerpo político, siendo ahora la Nación el sujeto investido del poder político y no el rey, cuyo poder aparecerá subordinado a las decisiones de la Asamblea representativa de la Nación.

Esta Nación política subsume a las naciones étnicas, es decir, es la Patria: las naciones étnicas no desaparecen con ella, sino que son reabsorbidas según la fórmula de muchos revolucionarios franceses: ya no somos bretones, galos o francos, somos franceses. Y lo que estamos viviendo ahora es una rebarbarización de la sociedad porque, a ver si se enteran las señoras y los señores de Podemos y compañía: exigir derechos exclusivos en función de la lengua, la etnia, la cultura, la morfología corporal o el rh negativo está más cerca de la derecha histórica que de la izquierda histórica.

Señoras y señores separatistas de Podemos y otras bandas facciosas: sustituir a la Nación política por cosas como pueblo vasco, catalán o gallego es perseguir derechos exclusivos que no se atienen a la ley común, y eso es Antiguo Régimen.

Señoras y señores del posible gobierno de concentración antinacional del Eje Ferraz-Galapagar-Generalidad: recortar la soberanía por razones impolíticas como el sexo, la raza, la religión o la talla (por decirlo con el Abate Sieyès) es Antiguo Régimen, así que piensen bien el tipo de políticas que hacen en nombre del feminismo, de las nuevas identidades, de los etnicismos y de los derechos de los colectivos.

Señores del PSOE, con el cuento del “diálogo” ustedes tratan de hacer compatibles la Nación isonómica de tradición izquierdista, con la Nación diferencial-fraccionaria de tradición reaccionaria, cosa que es del todo imposible. Habrá que recordarles que Juan Negrín, insigne representante del PSOE histórico y último presidente del gobierno de la Segunda República española, no perdió de vista lo que significaba la “E” de las siglas del PSOE y así dijo: “Aguirre [el lehendakari] no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre [el de España]. Yo no he sido nunca lo que llama españolista ni patriotero, pero ante estas cosas me indigno. Y si estas gentes van a descuartizar España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuera. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y, mientras, venga a pedir dinero y más dinero…” (Juan Negrín, julio de 1937, apud Enrique Moradiellos, Negrín, Península, Barcelona 2015, pág. 284)

Señor Sánchez y compañía, sigan ustedes sus planes y programas disolventes de la Nación española, pero no tengan el morro de hablar en nombre de la izquierda, porque instaurar la desigualdad territorial amparándose en la ideología del “hecho diferencial” es casi derecha primaria. Y digo “casi” porque el separatismo, a estas alturas del siglo XXI, es más bien una derecha extravagante. Pero, bueno, para eso vayan al capítulo 36.

El olvido de lo común

El problema es que no se está teniendo en cuenta a la nación política en el ortograma político, no se está contando con el Todo. El PSOE, que es una parte de la sociedad española, no está contando con las otras partes. Bueno, corrijo: está contando con aquellas que precisamente buscan destruir España, pervirtiendo así la ley común. Y lo común es la patria, es la capa basal del Estado.

Partidos como Unidas Podemos trabajan desde el idealismo político restringiendo la actividad política a la capa conjuntiva (opiniones, asambleas, sentimientos, &c.), y olvidándose bochornosamente de que lo común, la comunidad, es la patria. Desde el materialismo político se ve claramente que los revolucionarios franceses basaban su ortograma en función de un bien común: defensa de la soberanía a través de la lengua (el francés), de la ley común y en función de unos límites territoriales. Y eso se aseguró con la guillotina y otros menesteres revolucionarios y bélicos, no con armonía y buen rollito. Como dijo Marx, los ideales de la revolución francés (libertad, igualdad y fraternidad) se transformaron con Napoleón en artillería, infantería y caballería. Lo demás son cuentos de Disney o, como solía decir Gustavo Bueno, música celestial.

Podemos se traga el mito del pueblo soberano, pero ha perdido la referencia del Estado, de la patria, del territorio, lo que le lleva a recortar dicha soberanía de forma arbitraria: Pueblo soberano puede ser Cataluña, al parecer, pero no Murcia. Es decir, Podemos no sabe lo que es la Nación política y no sabe que la razón nacional no se puede decir de forma subjetiva, no es de libre elección. Confunden a la Nación española con un aula de universitarios imberbes, desoyendo la historia y la experiencia. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones: en Cataluña podrá hacerse una secesión, un Estado, un conglomerado administrativo, pero no se hará una nación, por muy voluntaristas que se pongan y por mucho que lo certifique un Parlamento o una Constitución, porque una nación requiere de una realidad histórica: la nación se va haciendo históricamente. Así pues, experimentos políticos pocos, porque los españoles de 2019 estamos heredando una nación histórica.

El comunismo, por lo menos en su forma leninista, en cuanto que busca la transformación íntegra del estado burgués en estado socialista, no es compatible con el separatismo. Que se enteren muchas luminarias que hablan en nombre de las izquierdas, de que apoyar al separatismo desde un supuesto comunismo es no comprender el abecé del marxismo (abecé del marxismo que tampoco entienden los lechuzos del llamado facherío que definen a Podemos como comunista). Habrá que recordarles que los únicos restos de derecha primaria que quedan en España se encuentran en los partidos nacional-fragmentarios, canónicamente representados por el PNV. Y habrá que recordarles que la soberanía nacional, como núcleo del poder político (esto es, del Estado), es un hallazgo de las izquierdas.

Distaxia política

Desde el MF entendemos el cuerpo político como un cuerpo compuesto por partes divergentes y la propia actividad política consiste en que haya convergencia, que haya eutaxia. Y hay que entender la eutaxia en el sentido de duración: ¿planes a cuantos años vista? ¿Cuánto duró el Virreinato de la Nueva España? ¿Cuánto duraron las repúblicas españolas? ¿Cuánto duró el franquismo? ¿Cuántos segundos ha durado la República independiente de Cataluña? ¿Cuánto durará el Estado de las Autonomías?

Actualmente en España estamos otorgando una democracia procedimental a una situación en la que hay grupos que luchan contra la propia nación política y que lo hacen, encima, con la connivencia de nuestros gobiernos. Y esto se defiende en nombre del fundamentalismo democrático, más bien fundamentalismo miserable e ingenuo, porque les importa más que los discursos nacionalistas hablen en nombre de la democracia que el hecho de que atenten contra España.

En definitiva, la democracia no es algo que está flotando en el aire, sino que está siempre afectando a un pueblo histórico, no a un pueblo metafísico. Esta comunidad humana vive necesariamente en un territorio delimitado, que es su base, y esta capa basal viene heredada de otros regímenes anteriores. Esta capa basal es la patria, donde está la tierra, donde están enterrados nuestros antepasados, donde están las riquezas, los campos, las minas... Cuando la pretendida democracia de los vascos o catalanes busca una capa basal sobre la que asentarse, entonces el conflicto es inmediato porque el territorio basal español es de todos los españoles. Que tal cosa se persiga hoy en nombre de la democracia es una corrupción: ¡Déjeme de democracia: usted me está robando!

Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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