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Segunda República española. Las elecciones de 1933 y la guerra civil en el PSOE

Forja 047 · 7 septiembre 2019 · 27.20

¡Qué m… de país!

Segunda República española. Las elecciones de 1933 y la guerra civil en el PSOE

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy abordaremos dos temas capitales: las elecciones de 1933 y la guerra civil en el PSOE.

Como vimos en el capítulo anterior, en septiembre de 1933 caería el gobierno azañista-socialista y se convocarían elecciones para el mes de noviembre. Durante este breve periodo el presidente en funciones sería Don Diego Martínez Barrio, el número dos del Partido Republicano Radical de Lerroux, masón de grado 33 y el Gran Maestre Nacional del Gran Oriente Español.

Tras los debates en el seno del PSOE –que luego veremos– la campaña electoral se polarizó en torno al marxismo y el antimarxismo. Así lo veía Francisco Largo Caballero: “La lucha ha quedado planteada entre marxistas y antimarxistas (…) y eso nos llevará inexorablemente a una situación violenta” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Encuentro, Madrid 2007, Pág. 205). Y también llegaría a decir: “En las elecciones de abril, los socialistas renunciaron a vengarse de sus enemigos y respetaron vidas y haciendas; que no esperen esa generosidad en nuestro próximo triunfo. La generosidad no es arma buena. La consolidación de un régimen exige hechos que repugnan, pero que luego justifica la Historia” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Encuentro, Madrid 2007, Pág. 206).

La CEDA, que era la principal fuerza decididamente antimarxista, prometía en su programa electoral que se reavivase la legislación “laica y socializante” que puso en marcha el gobierno republicano-socialista; también prometió la defensa de los intereses económicos del país, con especial hincapié en la agricultura al ser la base de la economía nacional. Asimismo, también prometieron la amnistía a los colaboradores de Sanjurjo en agosto de 1932. Tal amnistía también afectaría a los anarquistas que se sublevaron contra la República. Uno de los lemas de la CEDA rezaba: “Tienes que votar para librarte de la tiranía roja”.

Estas elecciones fueron las primeras en la historia de España en la que las mujeres ejercieron su derecho al voto y ya hemos comentado cómo, curiosamente, fueron las izquierdas las que se opusieron al sufragio femenino. Victoria Kent de Izquierda Republicana (el partido de Azaña) y Margarita Nelken del PSOE fueron mujeres que se opusieron al voto de las mujeres, pues pensaban que el voto femenino era un voto conservador, porque, al parecer, las mujeres eran muy creyentes y muy meapilas. Básicamente venían a decir que las mujeres eran tontas y por tanto no eran de fiar porque se dejaban llevar por los consejos de los curas. Puede que muchas mujeres, influenciadas por la Iglesia, votasen a los partidos conservadores; pero no lo hicieron de manera abrumadora, pues también el voto femenino era captado por los partidos de izquierda. Luego la victoria de la derecha no se puede explicar únicamente por el voto femenino. Kent y Nelken fueron las primeras diputadas de las Cortes españolas y el orgullo de muchas feministas indefinidas de nuestro presente lgtbizado. Pero sobre la oposición al sufragio femenino de estas diputadas prefieren omitir el asunto, no vaya a ser que se entere la servidumbre, como decía la otra. O es posible que ni siquiera conozcan a tales señoras diputadas. O que, aun conociéndolas, se hagan las místicas y las papamoscas.

La otra diputada sería Clara Campoamor del Partido Republicano Radical (el partido de Lerroux), la cual sí luchó en pos del voto femenino. Ni Clara Campoamor ni Victoria Kent consiguieron escaño en las elecciones de 1933, aunque la presencia femenina subió a cinco diputadas: una de la CEDA (Francisca Bohigas), y cuatro del PSOE (Veneranda Manzano, Matilde de la Torre, María Lejarraga y Margarita Nelken).

La CEDA, siendo el partido (o más bien la coalición) que mayor financiación obtuvo, ganaría las elecciones sacando 115 escaños de 473. El voto que captaba la CEDA era el voto del electorado católico conservador no marxista (o, mejor dicho, directamente antimarxista).

El Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux fue el partido propiamente republicano más votado con 102 escaños, subiendo 14 escaños respecto a las anteriores elecciones. Durante el bienio azañista-socialista el Partido Radical fue el partido de la oposición y se presentó a los comicios de noviembre del 33 como una opción de “centro”, proponiendo “República, orden, libertad, justicia social, amnistía”. Ya vimos en otro programa que eso del “centro” es algo escurridizo y difícil de definir, algo oscuro y confuso propio de los mitos tenebrosos; como también es difícil definir lo que era el propio Partido Republicano Radical. Al llegar al gobierno, Lerroux amnistió a los golpistas derechistas de la noche de San Lorenzo de 1932: los chapuceros de la sanjurjada.

El PSOE decidió concurrir en solitario a las elecciones, separándose de los azañistas (aunque en Cataluña no tuvo reparos en pactar con Ezquerra Republicana de Cataluña). Ésta fue la consecuencia de lo discutido en la Escuela de Verano del PSOE en Torrelodones en agosto de 1933, donde el ala liderada por Francisco Largo Caballero, que por entonces sería bautizado como el “Lenin español”, se impuso y así se rompió con los republicanos; lo cual se oponía al criterio de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos que eran favorables a la coalición electoral con los republicanos de Azaña. El PSOE casi obtuvo 1.700.000 votos, 300.000 menos que en las anteriores elecciones. La debacle electoral reforzó la bolchevización del PSOE. No obstante, en Madrid Julián Besteiro, contrario a la bolchevización, sería el socialista más votado y Largo quedaría en el puesto trece de la lista del partido.

El mismo 19 de noviembre Largo Caballero instó a la directiva de su partido a concretar “un movimiento revolucionario a fin de impedir el establecimiento de un régimen fascista” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil, Ediciones Encuentros, Madrid 2007, Pág. 219). Vemos que la idea de Pablo Iglesias Turrión de hacer sonar la “alerta antifascista” después de las pasadas elecciones generales en España no es nada nuevo sobre la piel del toro. Aunque Largo Caballero no hubiese dicho “alerta antifascista” sino “alerta fascista”. Hay que ser lerdo para considerarse un “antifascista” y decir “alerta antifascista”. Porque, en tal caso, ¿contra quién se va?, ¿contra los antifascistas? Es como cuando los antiglobalización dicen ¡Alerta antiglobalización! O alerta antiimperialismo y se quedan tan anchos. Si hay un aviso de bomba se activa una alerta terrorista, no una alerta antiterrorista. En fin, cosas de estos políticos de los viceversas. La diferencia entre Largo y Turrión es que el primero fue una tragedia y el segundo una parodia.

El resultado de Acción Republicana, el partido de Azaña, fue ridículo: obtuvo sólo 5 escaños, el 1,1% de los votos. No lo votó ni la familia. Don Manuel hubiese perdido su puesto de diputado si no se hubiese presentado por los socialistas de Prieto en Bilbao.

La CNT, tras sus fracasados intentos mini-insurreccionales contra la República, llevaría a cabo una importante campaña a favor de la abstención. En tal plan los ácratas escupían su ira a diestro y siniestro: “Buitres, rojo y amarillo, y buitres tricolores. Todos buitres. Todos, aves de rapiña. Todos, canalla inmunda que el pueblo productor barrerá con la escoba de la revolución”. Y amenazaron con llevar a cabo una nueva insurrección e imponer el “comunismo libertario” si en las urnas se imponían “las tendencias fascistas” (éstos les parecían más buitres y canalla inmunda que los otros). Y de hecho llevaron a cabo tal amenaza formal en la intentona de lo que fue la mayor insurrección anarcosindicalista contra la Segunda República: la del 8 de diciembre de aquel 1933. Por entonces no había pasado ni un mes de las elecciones y los anarquistas se lanzaron a las calles en Barcelona, Zaragoza, Badajoz, Álava, Valencia y otras ciudades. Pero esto ya lo vimos en el programa anterior y pudimos observar que se trataba de insurrecciones inútiles que no iban a ninguna parte y lo único que conseguían eran destrozos y sofocones. Aunque, eso sí, contribuyeron al desgaste del régimen.

Por qué gano el centro-derecha y perdieron las izquierdas

El bloque de centro-derecha rebasó de manera holgada los 5 millones de votos, frente a los 3 millones del bloque de izquierda. Luego, aunque la izquierda hubiese concurrido unida tampoco habría podido superar al bloque del centro-derecha.

Si en las elecciones de junio de 1931 las derechas estaban desorganizadas y las izquierdas coordinadas, en las elecciones de noviembre de 1933 se cambiaron las tornas y fueron las derechas, que sólo sacaron entre 44 y 51 escaños en las anteriores elecciones, las que se organizaron (sobre todo con la creación de esa coalición denominada Confederación Española de Derechas Autónomas). En no pocas provincias, radicales y cedistas formaron una alianza de centro-derecha, y en otras provincias la CEDA hizo pactos con otras fuerzas derechistas, esto es, con los carlistas, los agrarios y con los monárquicos alfonsinos de Renovación Española (el partido de José Calvo Sotelo). Las izquierdas, sin embargo, se desorganizaron y se separaron. El centro de Lerroux sería un centro-derecha por aliarse con la CEDA en algunas provincias, como hemos dicho.

Por su parte, la CNT pediría la abstención. No obstante, tal abstención sólo fue tomada en serio por sectores minoritarios de la clase obrera, pues en las elecciones participó el 67,31% del personal con derecho a voto, tan sólo un 2,8% menos respecto a los anteriores comicios.

También la victoria de la CEDA y el Partido Republicano Radical se debió a la desastrosa gestión de republicanos y socialistas durante el primer bienio, el llamado “bienio progresista” por la propaganda izquierdista (que a su vez llamaría “bienio negro” al de los años 1934-1935).

Otra de las causas de la derrota de los partidos de izquierda estuvo en la ley electoral que propuso y votó en las Cortes la izquierda, en concreto Manuel Azaña. La ley electoral beneficiaba a los grandes partidos o alianzas de carácter nacional y, según Azaña, este apaño favorecería sin duda a las izquierdas. Pero en las elecciones del 33 benefició a las derechas, que fueron las que formaron las grandes alianzas. Fue la división de los partidos republicanos y de los socialistas lo que hizo que la ley electoral beneficiase al centro-derecha. La ley electoral diseñada por Azaña tuvo un efecto boomerang.

Para más inri, se trataba de una ley electoral inspirada en la legge de Acerbo mussoliniana; tal ley surgió en Italia en 1923 por obra y gracia de Giacomo Acerbo, de ahí el nombre de la ley. Dicha ley hipertrofiaba los resultados electorales haciendo que una mayoría mínima se convirtiese en una mayoría aplastante, lo que hacía que una coalición parlamentaria que obtuviese una mayoría mínima alcanzase el 66% de los escaños. Vamos, que se trataba de una ley plagiada ni más ni menos que del fascismo auténtico: el mussoliniano. No hay que olvidar que en 1932, cuando le preguntaron al Duce qué era lo más parecido al fascismo en España, éste respondió que lo más parecido era Azaña, por su autoritarismo. Es cierto que Falange todavía no se había creado: nacería un año más tarde, el 29 de octubre, un día después del aniversario de la marcha sobre Roma.

Una semana después de los comicios, ante la debacle del PSOE, afirmaba Largo Caballero: “Mal arreglo hay ya para restablecer la normalidad democrático-burguesa (…) No se cuentan una docena de obreros dispuestos a salvar la República. En cambio, son millones los que presienten que nos encontramos en vísperas revolucionarias. Vísperas, no de una experiencia que ha dejado sabor ingrato en el paladar de la clase trabajadora, sino de un nuevo ensayo: la revolución social”.

Y un mes después de las elecciones le diría Gil-Robles a Prieto en las Cortes: “Hay que ir a un estado nuevo (…) ¿Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre? Para eso, nada de contubernios (…) Para realizar ese ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es, en nosotros, un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento se somete o lo haremos desaparecer” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Ediciones Encuentro, Madrid 2007, Págs. 233-234).

Ni socialistas ni cedistas estaban por la labor de hacer perseverar una República democrática. Y así, con este panorama, la Segunda República entre todos la mataron y ella sola se murió. Se trataba de un régimen condenado a la distaxia. Aunque eso lo vemos ahora mucho mejor a posteriori. In medias res, esto es, en medio de los asuntos de aquella república, era algo más difícil de ver; aunque los ánimos apuntaban hacia la resolución de tan trepidante dialéctica de clases en el apogeo guerracivilista en donde la crítica son las armas. Porque la guerra civil es la continuación de la dialéctica de clases en su momento más crítico: donde salen las mayores aberraciones y las mayores heroicidades, en un bando y en otro. Y como toda guerra civil hay que tener muy en cuenta la dialéctica de Estados, esto es, la intervención internacional.

La escisión del PSOE en reformistas y revolucionarios

Antes de las elecciones se impartieron en la localidad madrileña de Torrelodones los Cursos de Verano del Partido Socialista Obrero Español. En el curso se enfrentaron las posiciones revolucionarias de Largo Caballero y las reformistas de Julián Besteiro. Y esto es clave para entender el desarrollo y el rumbo que iba a tomar no ya sólo el PSOE sino toda la República, lo que suponía toda España y parte del extranjero. Se ha dicho, y con razón, que la guerra civil dentro del PSOE desencadenó la Guerra Civil en general.

Francisco Largo Caballero era el líder político del ala bolchevizante del PSOE. Este era conocido como el “Lenin español”. Según Santiago Carrillo, este apodo lo adquirió en un mitin del Sindicato de Dependientes del Comercio de Madrid, en la Casa del Pueblo. Pero, al parecer, a Largo no le gustó ni a las Juventudes Socialistas tampoco, aunque al ser reiterado hizo fortuna y se le quedó.

Luis Araquistain sería el ideólogo. En los años 50 Araquistain reconocía que la marxistización del PSOE que él elaboró se llevó a cabo “sin entrar muy a fondo en el tema y más bien con el propósito de vulgarización”. La marxistización del PSOE (o si se prefiere su bolchevización) fue breve en el tiempo, pero muy intensa. Aunque se trató de un marxismo quintaesenciado, tal y como el propio Araquistain reconocía siendo ya un adorable ancianito.

Julián Besteiro, defensor del ala reformista, daba prioridad a la acción económica y sindical frente a la acción política, y no aconsejaba saltarse los plazos del desarrollo histórico para precipitar la llegada o imposición del socialismo. Besteiro llegaría a decir que “los marxistas somos pacifistas” y que la dictadura del proletariado que defendía Marx se trataba de “una dictadura democrática” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Encuentro, Madrid 2007, Págs. 246-247).

El largocaballerismo-araquistainismo se impuso al besteirismo en Torrelodones y la democracia burguesa de la Segunda República dejó de interpretarse como trampolín para desarrollar el socialismo (desde posiciones socialdemócratas, es decir, reformistas). La vía reformista socialdemócrata cedería el paso a la vía revolucionaria leninista. Recuerden que Largo Caballero sería apodado el “Lenin español”. Largo Caballero ya no planteaba la cuestión entre monárquicos y republicanos sino entre dictadura capitalista y dictadura socialista (o entre dictadura fascista y dictadura socialista), entre la democracia parlamentaria y la dictadura del proletariado.

Para Largo Caballero la democracia burguesa sólo era “una composición de palabras”, y pensaba que con semejante república la clase trabajadora no podías redimirse ni emanciparse. Largo Caballero no estaba dispuesto a limitar la acción de su partido “a echar papeletas en la urna electoral”. Al menos el señor Caballero no era preso del fundamentalismo democrático (tal vez sí lo era del fundamentalismo socialista, ya comunista o muy cercano a lo que denominamos quinta generación de izquierda).

El apoyo del PSOE a la República se interpretaría ahora como una “política transitoria”. Por tanto, el largocaballerismo sólo estaba siendo coherente con una de las máximas de Pablo Iglesias, el fundador del PSOE (no el Koleta Borroca): “Usaremos la legalidad cuando nos interese y cuando no nos interese la combatiremos”.

En resumen, y dicho en los términos del materialismo filosófico, se trataba de la transformación de un partido de izquierda de cuarta generación (socialdemócrata) en un partido de izquierda de quinta generación (comunista). Se trataba de dejar la evolución en pos de la revolución, de abandonar el gradualismo en pos del rupturismo; en definitiva: de abandonar la vía pacífica por la vía violenta y guerracivilista. ¡Era la revolución! ¡A las barricadas!

El reformismo de Julián Besteiro interpretaba los planes de Largo Caballero a favor de la dictadura del proletariado como una “vana ilusión” que “se paga demasiado cara”. Araquistain definía la posición de Besteiro como un marxismo contra Marx, y por ello llamaba a los besteiristas “nuestros mencheviques”; algo así como socialistas maricomplejines con sacarina: socialcomplejines. Besteiro advirtió que si vencían se iban a enfrentar inmediatamente a los anarquistas, pues el socialismo marxistizado es incompatible con el bakunisnismo, como siempre lo fue ya desde los tiempos de la Primera Internacional (y como así ocurriría en la Guerra Civil en Cataluña en mayo de 1937, guerra civil dentro de la Guerra Civil general que, precisamente, hizo caer a Largo Caballero de la presidencia del gobierno del bando frentepopulista). El 31 de diciembre de 1933, ante el pleno del Comité Nacional de la UGT, Besteiro afirmó que “la República social en España y el Estado totalitario socialista” eran algo “absurdo, imposible” y un “camino de locuras” (citado por Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Encuentro, Madrid 2007, Pág. 249).

No obstante, Besteiro pudo mantener el control de la UGT, junto a Andrés Sabonit, Trifón Gómez y otros socialistas reformistas (socialdemócratas, es decir, antirrevolucionarios). En 1925 Besteiro había sustituido a Pablo Iglesias al frente del PSOE y de la UGT. Y sin tan importante potencia de masa socialista los planes de Largo Caballero quedarían en nada. Por ello había que hacer de Besteiro un cadáver político. Los revolucionarios maniobraron para expulsar al reformista Besteiro del liderazgo de la UGT. Y a principios de 1934 Besteiro y su vía reformista estaban fagocitados. Besterio sufriría un ostracismo dentro de su propio partido y sólo saldría del mismo en marzo de 1939 para alzarse, junto al general Segismundo Casado y el anarquista Cipriano Mera, contra el gobierno del Frente Popular de Negrín y los comunistas, y finalmente rendirse a Franco y no prolongar la guerra (en contra de los planes de Negrín: “resistir es vencer”, pretendiendo empalmar la Guerra Civil con la presunta guerra europea). Defenestrado Besteiro, Lenin Caballero tomaría el control tanto del partido como del sindicato.

Para Araquistain la expresión “marxismo revolucionario” sería un pleonasmo, y la expresión “marxismo reformista” un oxímoron. Los revolucionarios son marxistas auténticos y los reformistas marxistas degenerados y renegados. Los valientes van a las barricadas y los cobardes a las urnas. Y los sinvergüenzas ¡a las mariscadas!

En enero de 1934 el diputado socialista Indalecio Prieto advertía: “Y ahora piden concordia. Es decir, una tregua en la pelea, una aproximación de los partidos, un cese de las hostilidades… ¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal. ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al disco rojo!” (citado por De las Heras, 2011a: 53). El 21 de abril Largo Caballero decía en El Socialista que “tenemos que luchar hasta que en los edificios ondee la bandera roja de la revolución socialista y no la tricolor de una república burguesa” (citado por Paz, 2011: 130).

Y así, con el triunfo de la rama revolucionaria en el PSOE, se allanó el camino hacia la insurrección de octubre de 1934: tema de nuestro siguiente programa.

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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