Mito del retraso científico en España: ciencia y técnica en el siglo XVI
Forja 025 · 10 marzo 2019 · 23.48
¡Qué m… de país!
Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy dedicaremos este programa a desmontar uno de los tópicos más exitosos de la leyenda negra: la idea de una España eternamente atrasada, oscurantista e incapacitada para los desarrollos científicos.
Como ya comentamos en el capítulo 22, este estereotipo surge en el siglo XVIII de la mano de los ilustrados franceses y se prolonga de forma lamentable hasta nuestros días, como demuestra este comentario publicado recientemente en nuestro foro de YouTube: “Os falta epistemología a los españoles para acercaros a ninguna suerte de idea abstracta”. Argumentaba esta instruida persona que España es un país de gente intolerante y propensa a la involución pero que, afortunadamente, existen medios como YouTube para liberarse de las garras del inquisitorial Estado español.
Esta tierna criatura afrancesada posiblemente desconozca que, desde hace ya algunas décadas, España se mantiene entre las diez primeras potencias mundiales en investigación matemática, lo que sugiere que los problemas que la ciencia española tiene en otros campos, tiene más que ver con elementos socioeconómicos y políticos que con cuestiones genéticas.
Como ya hemos comentado en capítulos anteriores, la llegada al trono español de un príncipe de estirpe francesa (Felipe V), vino acompañada de un ambiente cargado de libros hostiles a España. Recordarán, además, que fue en 1782 cuando Masson de Morvilliers publicó una entrada en la Enciclopedia Metódica francesa titulada “¿Qué se debe a España?”, artículo en que aventuraba que nada se le debía y que España era quizá la nación más ignorante de Europa. Esta arremetida generó lo que conocemos como “polémica de la ciencia española”, controversia que sigue abierta hoy día y que genera comentarios contundentes en mis redes sociales: “Ni España, ni México, ni Chile, ni Argentina han tenido Galileos, Newton, Leibniz, Maxwell, Einstein, Bohr, Fermi o Feynman. Netamente, los hispanos somos una mierdecilla más en la historia de la humanidad”.
Como vemos, la asunción de esta perspectiva negrolegendaria se extiende a toda la cultura de tradición hispánica, convirtiendo en lugar común la idea de que no hay un solo teorema matemático, ni una sola ley física o química debidas al pensamiento en lengua española.
Quiero leerles ahora el mensaje de uno de nuestros más comprometidos seguidores: “Después de haber vivido más de seis años en América, se me parte el corazón al comprobar que seguimos en la inopia. Si vuelvo a oír la frase "¡Que inventen ellos!", me tiro a un pozo, porque tanto el submarino como el autogiro, el laringoscopio, el teleférico, la calculadora digital, el equipo de rayos X portátil, el mando a distancia, la anestesia epidural y el microsismógrafo son inventos españoles”.
También el traje de astronauta, el primer juego de ordenador, la jeringuilla desechable, el cigarrillo, la fregona, el futbolín, el interruptor Simón 31 (¿y eso qué es?), el libro electrónico, la máquina de ajedrecistas, la silla de ruedas, la grapadora, el tren Talgo (España dispone de la segunda red de trenes de alta velocidad del mundo después de China), el sacapuntas, el porrón, la bota de vino, el botijo, el arcabuz y la navaja.
Para abordar el tema del presente capítulo, vamos a seguir el guion de un interesantísimo ensayo publicado en el año 2013 por el matemático y Doctor en Filosofía, Don Carlos Madrid Casado, artículo que será ampliado en una lección magistral de la Fundación Gustavo Bueno de Oviedo, el lunes 11 de marzo, el cual, por supuesto, les invitamos a escuchar. Empezamos.
Un giro en la historia de la ciencia
“Cuando se estudian seriamente las obras originales de los primeros historiadores de la Conquista, nos sorprende encontrar en los escritores españoles del siglo XVI el germen de tantas verdades importantes en el orden físico”.
Esto lo escribía Alexander von Humboldt en 1862 y, efectivamente, creer que un Estado pudo ser potencia hegemónica mundial en una situación de atraso científico y cultural es absurdo. Sin embargo, el relato que explica el nacimiento de la ciencia moderna desde el punto de vista teoreticista sigue estando fuertemente implantado tanto en los ambientes populares como en ciertos ámbitos académicos. Esta perspectiva teoreticista tiende a identificar a la ciencia exclusivamente con fórmulas y ecuaciones (ciencia=teoría), y es fruto del imperialismo de la física en el siglo XX. Según esto, e=mc2 es ciencia, pero el primer mapa cartografiado de América no es ciencia.
Desde hace décadas, sin embargo, se viene gestando una nueva concepción de la ciencia, un giro historiográfico iniciado a comienzos de los años 80 de la mano, sobre todo, de investigadores estadounidenses pero que contó con españoles tan notables como José María López Piñero. Este nuevo enfoque fijó su atención no solo en la elaboración de teorías, sino que tuvo también en cuenta los instrumentos, aparatos, máquinas y seres humanos implicados en la práctica científica.
Ni que decir tiene que este giro permitió, por fin, incluir a España e Hispanoamérica en el fenómeno de la Revolución Científica, alejándonos así del peso atávico de la Leyenda negra.
Por tanto, ¿qué se entiende por ciencia? Lo primero que hay que señalar es que, tal y como nos indica Carlos Madrid en su ensayo, “no existe la Ciencia, con mayúscula y en singular, sino una pluralidad de ciencias, con contradicciones entre ellas, como ocurre entre la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica”.
Por otro lado, tal y como indica el filósofo español Gustavo Bueno en su Teoría del Cierre Categorial, en español pueden distinguirse cuatro modulaciones cronológicas del término.
En primer lugar, la ciencia como “saber hacer” ligado a la técnica, al taller (sería la ciencia del pintor, por ejemplo). En segundo lugar, la ciencia que da lugar a la que podríamos llamar la primera revolución científica protagonizada por la geometría griega. En tercer lugar, las ciencias positivas, cuyo escenario es el laboratorio y que da lugar a la Revolución Científica de los siglos XVI, XVII y XVIII, momento en que nacen la física y la química, por ejemplo. Y en cuarto y último lugar, las recientes ciencias humanas, entre las que incluiríamos la Historia y la Política.
Es importante señalar que, desde las coordenadas del materialismo filosófico, las ciencias no provienen de la filosofía, como nos enseñaban en el colegio, sino de las técnicas. Y así lo argumenta Carlos Madrid: “Para que el mundo acabe en el gabinete del geógrafo o del cosmógrafo hace falta que las expediciones hayan podido geometrizar las nuevas tierras, cuadricularlas. El trabajo de los geógrafos o cosmógrafos no puede, por tanto, desconectarse de los viajes de los navegantes”.
Hay que aclarar a nuestros lechuzos ilustrados, además, que es la sociedad y no la genética, la que orienta a los individuos hacia un tipo de actividades en detrimento de otras, y que por eso la ciencia española del siglo XVI estuvo siempre influida por requerimientos prácticos, lo mismo que le pasó al Imperio romano. La ideología imperial expansionista y el auge económico y militar favorecieron en España las ciencias al servicio de la navegación, la geografía, la cosmografía, la minería, la metalurgia y la ingeniería militar. La medición de los meridianos era fundamental para una potencia naval como era la española. Este tipo de conocimientos fueron considerados desde el poder político como secretos de Estado y de hecho la Marina inglesa no logró establecer la longitud y la declinación magnética de la Tierra hasta finales del siglo XVIII.
Recordemos, además, que el propio término de “científico” (como sustituto del término “filósofo natural”) no aparece hasta finales del siglo XVIII y no se populariza hasta bien entrado el siglo XIX: “Los científicos hispanos no eran, por tanto, físicos sino astrólogos y cosmógrafos; no eran químicos sino alquimistas y ensayadores; no eran biólogos sino coleccionistas de gabinetes de historia natural o curiosidades”. En definitiva, no eran “científicos” en el sentido en el sentido moderno del término, pero todas sus averiguaciones sentaron las bases de la futura revolución científica.
Sin ánimo de ser exhaustivos, resaltaremos los hitos científicos y técnicos más sobresalientes de la España del siglo XVI, esto es, el periodo que media entre el descubrimiento de América y la muerte de Felipe II que tuvo lugar en 1598.
Confirmación de la Teoría de la Esfera
El día que se completa la circunnavegación de la Tierra se confirma empíricamente la teoría griega de la esfericidad de la Tierra. Con ello se demostraba que las teorías abstractas podían estar relacionadas con la misma realidad empírica y práctica, dando así paso a la modernidad.
Así lo expresa Juan Valera, escritor español del siglo XIX: “Si la ciencia moderna hubiera de marcar el día de su origen, esta nueva era no empezaría el día en que Bacon publicó su Novum Organum, ni el día en que salió a la luz el Método de Descartes, sino el 7 de septiembre de 1522, día en que Sebastián Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda en la nave Victoria”.
Ingenios físicos
Ciertos ingenios físicos de la época, construidos para desviar aguas o elevar pesos, prefiguraron la mecánica como ciencia de las máquinas. En España podemos destacar los inventos de Jerónimo de Ayanz, quien diseñó el primer precedente de submarino y un traje de buceo operativo, lo que posibilitó que el 2 de agosto de 1602, ante la atónita mirada de Felipe III y su corte, un hombre permaneciese sumergido a tres metros de profundidad en el río Pisuerga, en Valladolid, hasta que transcurrida una hora el rey le mandó ascender.
Simultáneamente al inglés Gilbert, Jerónimo de Ayanz elaboró un informe sobre la aguja de marear (brújula), estableciendo incluso la declinación magnética, a la que denominaba «nordestear» y diseñó ingenios de vapor para facilitar el desagüe de las minas.
Arte de los metales
El conocimiento y el tratamiento de los metales fue clave, no solo para la fabricación de armas, sino para la determinación de la ley de las monedas, un factor imprescindible para el comercio. Gracias a ello, el Real de a 8 fue, durante más de tres siglos, la moneda de referencia en la economía mundial, incluidos China y EEUU. Bartolomé de Medina introdujo en 1555 el método de amalgamación que favoreció la explotación eficaz de la plata de las minas americanas. Felipe II mandó construir en El Escorial la Torre de la Botica un espacio destinado a enfermería y laboratorio que sirvió para practicar la alquimia y la destilación, obteniendo así el principio activo puro de muchas plantas y minerales. Esta protoquímica sirvió de base a la farmacopea del Siglo de Oro.
La medicina
Luis Collado y Pedro Ximeno, discípulos de Vesalio convirtieron la Universidad de Valencia en la primera de Europa en incorporar la anatomía vesaliana, siendo así que los médicos hispanos se formaron practicando disecciones y autopsias en las universidades de Valencia, Lérida y Valladolid y también en Bolonia, donde estaba el Colegio de los españoles.
Por otro lado, Andrés Laguna (médico personal de Carlos V), editó el Dioscórides, corrigiendo y ampliando al clásico en casi un millar de referencias. Juan Valverde de Amusco publicó en 1556 De la composición del cuerpo humano, donde dio a conocer la circulación pulmonar, dado que la obra teológica fechada en 1553 de Miguel Servet fue prácticamente destruida por Calvino y sus acólitos. El libro Examen de ingenios para las ciencias de Huarte de San Juan fue el texto científico más reeditado de la época: 82 ediciones en siete idiomas. En él relacionaba por primera vez la medicina y la filosofía natural con la psicología y la pedagogía.
Interesantísimo es el caso del medico Gómez Pereira, nacido en Medina del Campo, quien defendió ideas muy próximas al mecanicismo cartesiano. No puedo detenerme en este punto, pero adjuntaré al texto del guion que subiré a la web, los enlaces bibliográficos más interesantes.
Por último, señalar que la medicina española de la época absorbió la sabiduría indígena americana en relación al tratamiento de las enfermedades y al conocimiento de plantas y remedios.
Las matemáticas
Las artes matemáticas contaban con una buena presencia en las universidades castellanas y aragonesas desde finales de la Edad Media y sigue teniéndola, como sabemos. En las cátedras de astrología y matemáticas se leían Los Elementos de Euclides, La Esfera de Sacrobosco, El Almagesto de Ptolomeo ylas Tablas de Alfonso X. Podemos destacar a Pedro Ciruelo, profesor formado en Salamanca que enseñó en París e introdujo las matemáticas modernas en España. Tuvo como alumnos a Pedro Esquivel y Domingo de Soto, este último leído y admirado por Galileo.
Como podemos imaginar, la ciencia no sólo estaba al servicio del Imperio, sino también de la Corte. Los matemáticos Pedro Esquivel, Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, por ejemplo, fueron piezas centrales en el estudio geodésico de los enclaves conocidos como Sitios Reales, que estaban constituidos por bosques, jardines, espacios agrícolas, fábricas, núcleos urbanos y residencias palaciegas.
Felipe II ordenó la fundación de la primera Academia de Matemáticas moderna, con el objetivo de fomentar la aplicación de las matemáticas en vertientes tan distintas como el cálculo mercantil, la cosmografía, la astrología, el arte de navegar, el arte militar y la técnica de la construcción.
Los matemáticos de la Academia se sirvieron de los fondos de El Escorial, que atesoraba múltiples instrumentos y valiosos libros comprados por el rey, no faltando tampoco obras que el Santo Oficio había expresamente prohibido.
En la línea de control burocrático exhaustivo de Felipe II, se ordenó una extensísima obra estadística conocida como Relaciones topográficas del Reino, donde se sistematizó la información social, económica, geográfica, cultural de todos y cada uno de los pueblos, poblados, aldeas y ciudades que componían los dominios del monarca.
La cosmografía
El vínculo entre teoría y práctica hace de la cosmografía una de las disciplinas más sobresalientes de la cultura científica hispana: estaba en la base de la ciencia cartográfica y sirvió también para la construcción de instrumentos como la aguja de marear, la ballestilla y el astrolabio.
La Casa de la Contratación de Sevilla, fundada en 1503, fue un centro científico de primera magnitud convirtiéndose, junto a la Casa da Índia de Lisboa, en la primera institución científica de Europa, siendo muy bien valorados los pilotos, geógrafos y cosmógrafos salientes de ella. No en vano, Sebastián Caboto fue quien exportó a Inglaterra los métodos de navegación hispanos y, en tiempos de la reina Isabel de Inglaterra, se envió una comisión de expertos a Sevilla para conocer el funcionamiento interno de la Casa de la Contratación.
Juan de la Cosa fue el primer “maestro de hacer cartas” de la Casa. En el año 1500 publicó su famoso mapamundi de acuerdo a las nuevas coordenadas filosóficas de los historiadores por lo que su obra puede considerarse todo un “teorema científico”.
Los regimientos de navegación eran tratados que enseñaban, en palabras del cosmógrafo Pedro de Medina, “esta sutileza tan grande que es que un hombre con un compás y unas rayas señaladas en una carta sepa rodear el mundo”. Al parecer, los franceses prefirieron el compendio realizado por Medina, mientras que los ingleses adoptaron el de Cortés. Así decía el prólogo a la edición inglesa: “No hay libro en lengua inglesa que en un método tan breve y sencillo descubra tantos y tan raros secretos de filosofía, astronomía, cosmografía y, en general, todo cuanto pertenece a una buena y segura navegación”.
La astronomía
Lejos de lo que solemos pensar, la monarquía hispánica aceptó el modelo copernicano como una nueva técnica de cálculo, más precisa que la ptolemaica de cara a la construcción de tablas, efemérides y cronologías. En concreto, se empleó para la reforma gregoriana del calendario juliano, que fue una de las grandes empresas científicas de su tiempo, impulsada por Gregorio XIII con el apoyo de Felipe II. La reforma fue llevada a cabo por el jesuita alemán Cristobal Clavio, el teólogo y matemático español Pedro Chacón y el Claustro de la Universidad de Salamanca. Los primeros países en adoptar el nuevo calendario fueron España, Italia y Portugal en 1582. Sin embargo, Gran Bretaña y sus colonias americanas no lo hicieron hasta 1752.
El libro de Copérnico, publicado en 1543, estaba prohibido en la Sorbona de París, pero era leído en Salamanca. Las ideas heliocéntricas de Copérnico fueron enseñadas por el astrónomo valenciano Jerónimo Muñoz, quien defendió, frente a los aristotélicos, que el cielo no era inmutable ni incorruptible tras observar la supernova de 1572 (Ticho Brahe le escribe dándole la razón).
Roma condenó el sistema copernicano en 1616, pero la prohibición no fue recogida en el Índice español de 1640 y la tesis heliocéntrica tardó en ser censurada en España. En definitiva, la condena de Galileo condiciona, pero no impide, la difusión del heliocentrismo en la España de los siglos XV, XVI y parte del XVII: de hecho, se produce un notable desarrollo cultural y científico, y no puede decirse que el catolicismo fuera un obstáculo para el mismo.
Historia natural
La historia natural practicada intensamente durante todo el siglo XVI sentó las bases de las ciencias naturales posteriores: botánica, zoología, geología, etc. Su práctica científica consistía en observar, describir y ordenar la exótica flora y fauna de que daban noticia los que regresaban del Nuevo Mundo y recogían conocimientos botánicos y de farmacopea comunes al otro lado del Atlántico. Para ello se trabajaba en los jardines, Reales o privados, en los gabinetes de coleccionista o cámaras de maravillas que atesoraban animales disecados, plantas, rocas, instrumentos, mapas, libros, relojes, etc. Más tarde se organizaron expediciones científicas al nuevo Mundo que fueron pioneras en su especie.
También se creó el cargo de Cosmógrafo o Cronista Mayor de Indias. Entre sus deberes, aparte de confeccionar tablas de la cosmografía indiana, observar eclipses para tomar la longitud de las nuevas tierras y recopilar todas las derrotas y navegaciones, estaba el de redactar la historia general y natural de la América hispana.
Historia Natural y Moral de las Indias del jesuita José de Acosta, publicada en 1590, conoció nada menos que 32 ediciones en seis idiomas. Acosta fue ensalzado, un siglo después, por el Padre Feijoo, para quien fue el Plinio del Nuevo Mundo; y, dos siglos después, por Alejandro Humboldt, como primer estudioso de la «física del globo».
Y hasta aquí, este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Nos vemos en el próximo y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.
Lección ampliada del matemático y filósofo Carlos M. Madrid Casado en la Fundación Gustavo Bueno (11-03-2019): España y la Revolución Científica: