Guillermo de Orange y nacionalismos del siglo XXI. Hispanofobia 3
Forja 020 · 3 febrero 2019 · 25.31
¡Qué m… de país!
Buenos días sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy entramos en la zona de los temas prohibidos. Juntos atravesaremos los míseros reinos de la falsificación histórica y de la malicia, licuaremos los hielos que esterilizan a nuestros medios de comunicación, fundiremos el carámbano frío que atrofia a nuestros académicos y políticos, haremos añicos el cristal de la corrección política.
Amigos que nos siguen desde España, seguidores que nos amigan desde Hispanoamérica: sed todos bienvenidos a este programa de demolición, escabechina, rompimiento, estropicio y gloriosa reparación final.
Hoy vamos a tratar el caso de Guillermo de Orange y el llamado proceso de independencia de los Países Bajos. Extraeremos de este caso algunos de los elementos constitutivos de la Leyenda negra, esto es, su estructura y su metodología, y demostraremos que la ideología negrolegendaria sigue plenamente operativa hoy día en los nacionalismos fraccionarios del presente que no quieren hacerse cómplices de la presunta “negra identidad” española.
Y ahora sí, empecemos:
Las élites
En estos casos que tratamos, la insurrección siempre parte de una minoría inserta en una unidad superior y que, por intereses políticos y económicos, decide emprender la escisión:
En el caso de los Países Bajos esta insurrección será liderada por Guillermo de Orange y otros nobles calvinistas y la unidad superior contra la que se rebelan son las nuevas instituciones supraprovinciales ideadas por Carlos I de España, V de Alemania, II de Borgoña y Flandes y III de Luxemburgo.
En el caso del nacionalismo catalán será la alta burguesía industrial y comercial de la región, élite que a finales del siglo XIX renegaba de la lengua catalana como cosa mala y que, a raíz del desastre de 1898, apuesta deslealmente por abandonar el barco imperial que se hunde.
La insurrección “legítima”
Este asombroso sintagma, incoherente desde el punto de vista lógico, forma parte del relato que estos movimientos necesitan construir para legitimar su existencia. Pero no hemos de olvidar que hablamos de rebeliones que se practican siempre fuera del marco de la ley vigente.
Guillermo de Orange se rebeló contra su rey y señor natural, puesto que tanto Carlos I como su hijo Felipe II eran los reyes legítimos de esos territorios y en ningún caso representaron un poder extranjero o invasor.
Asimismo, Cataluña es una parte formal y constitutiva de la nación política España y nunca ha actuado como una entidad política independiente: nunca ha existido nada parecido a un Reino de Cataluña, un Estado catalán o una nación política catalana. Cataluña goza de todas las garantías, derechos y conquistas logradas por el Estado de Derecho español precisamente por ser parte constitutiva suya y no por obra y gracia del genio de la lámpara. La reciente acción política del secesionismo catalán se ejecuta contra todos los marcos legales del Derecho nacional e internacional.
Federalismo y federalismo ¡paf!
Aprovecharemos este apartado, no solo para contextualizar históricamente el caso de los Países Bajos, sino para evidenciar un divertido disloque generado por el uso oportunista del término “federalismo” entre muchos de nuestros intelectuales, directores de periódicos, escritores, &c.
Los Países Bajos no existieron como tal cosa hasta Carlos I, quien intentó consolidar el proyecto de unificación territorial y administrativa que los Duques de Borgoña (la casa nobiliaria de la que procedía), llevaba décadas intentando implantar. Antes de su llegada, los Países Bajos eran un conglomerado desigual de multitud de micropoderes feudales muy enfrentados entre sí y María Elvira Roca Barea nos informa de que en esa fase operaban más de 700 códigos legales diferentes.
Imagínense lo complicado que sería acometer, por ejemplo, la mejora de las vías de comunicación en unos territorios llenos de ciénagas y baldíos y sometidos a tremendas inundaciones. Recuerdo el caso de dos pueblecitos valencianos separados por una hermosísima acequia y que, por no ponerse de acuerdo en la construcción de un puente, se veían obligados a dar un rodeo de quince quilómetros de carretera para salvar 200 metros de distancia.
Si os fijáis, nos encontramos ante una réplica de lo sucedido con los príncipes alemanes en el Sacro Imperio: la razón imperial de Carlos V busca romper los particularismos feudales de la nobleza en favor de una administración estatal, más eficaz y justa, pero algunas oligarquías locales, temerosas de perder sus privilegios, se rebelan.
Como decíamos, esta idea de federalismo resulta perversamente resignificada en manos de muchos políticos e intelectuales españoles actuales, tanto de izquierdas como de derechas, que utilizan el mito de la III República Federal como una fórmula para desembarazarse de la despreciable idea de España, reducida en sus imaginarios a la luciferina tríada del Trono, el Altar y el Ejército. Por no hablar de Franco.
El problema es que un Estado Federal, por definición, significa la reunión de lo que previamente estaba separado y no la separación de lo que previamente estaba unido. El caso de Estados Unidos es paradigmático: las 13 colonias depositaron su soberanía nacional en una entidad superior y unitaria: una sola nación, una soberanía, un solo país. A lo que persiguen nuestros políticos y demás gentes de postín se le ha llamado, de toda la vida de Dios, balcanización, secesión y demolición del Estado. No buscan una República Federal sino una República Confederal que reconozca las distintas nacionalidades –nadie aclara cuántas son–, sin que sea necesario renunciar a la soberanía de cada una de ellas. O sea, la cosa más desleal, insolidaria y oportunista que cabe pensar, la forma más siniestra de proteger los privilegios propios y de depredar legalmente al Estado. Pero oye, esto cuenta con el beneplácito de toda nuestra intelectualidad progre, incluidas las autoproclamadas izquierdas que no se han enterado todavía de que tanto Lenin como Rosa Luxemburgo se opusieron frontalmente al federalismo y al derecho de autodeterminación porque tales soluciones ponían en riesgo la unidad en la lucha de clases.
¡Pero hombre de Dios! ¡Pero si estáis defendiendo el discurso de la más rancia derechona y ni os enteráis! Coqueteáis con sus ademanes oligárquicos y sus elitismos y decís: ¡vivan las minorías marginadas! ¡A tomar por saco! ¡Sabéis de sobra que todos los nacionalismos beben de derechos históricos del Antiguo Régimen, que piden un regreso a los fueros, pero vosotros lo llamáis ahora naciones étnicas oprimidas! ¡Sois una vergüenza pero sobre todo sois una vergüenza por hablar en nombre de las izquierdas que en ningún caso deberían hacer depender los derechos políticos del individuo de su raza, procedencia, folclore o lengua!
Pero ya que me he puesto, no se pienses que los partidos presuntamente de derechas se quedan cortos en el aliento de los nacionalismos fragmentarios y aquí citaré a Pedro Insua: “En Galicia no hace falta ningún PNV para quedar en la misma situación que País Vasco o Cataluña. Con el PP les es suficiente”.
Legitimación del poder: Dios o la metafísica
Durante el periodo que comúnmente conocemos como Antiguo Régimen, se entendía que la soberanía emanaba de Dios y que Dios la depositaba temporalmente en el Rey, de manera que Guillermo de Orange tuvo que ingeniárselas para explicar que su insurrección contra el rey legítimo no ofendía a Dios.
Toda la propaganda orangista, incluida su famosa “Apología”, se focaliza en la figura de Felipe II a quien presenta como un individuo fanático y tiránico, un rey que atiende antes a su propia conciencia religiosa que a las razones de Estado. Un mal rey desvinculado afectivamente de sus súbditos y además filicida, asesino de hijos. Si Lutero proyectó la imagen del Anticristo contra el Papa de Roma, Guillermo de Orange lo personificará en Felipe II quien pasará a ser conocido como el “Demonio del Mediodía”.
De esta manera justificará Orange que, ante un rey tirano y cruel, su lealtad se debe a Dios y solo a Dios, el Dios por cierto de los calvinistas. Sin lugar a dudas el gran vencedor de la guerra de los Países Bajos fue el linaje Orange-Nassau que sigue ostentando el título de la Casa Real neerlandesa.
Después de la Revolución Francesa, sin embargo, el poder político ya no se legitima por vía divina sino en nombre de otras ideas o ideales que se presentan como perfectos, eternos e incorruptibles y que pasan a ser considerados sagrados. Hablamos del idealismo armonista inserto de lleno en la ideología socialdemócrata imperante en todo el mundo occidental y que recoge ideas como solidaridad, derechos humanos, alianza de civilizaciones, ecologismo, animalismo, indigenismo, relativismo, multiculturalismo o fundamentalismo democrático. Y aquel Estado que incumpla con las normas que este conjunto de ideas presenta como válidas, será un Estado corrupto.
Ahora los procedimientos de la Democracia son consideramos sagrados y solo es legítimo el poder de quien gana en el ritual de las elecciones. Del mismo modo, la ley mosaica o la ley del Evangelio que guio la vida espiritual y la conducta moral y política de las sociedades del pretérito, son ahora sustituidas por leyes seculares igualmente santificadas y tenidas por inviolables: nuestras Constituciones, Estatutos de Autonomía, la declaración de los Derechos Humanos de 1948, &c.
De ahí que el separatismo catalán insista, una y otra vez, en que en España no hay una auténtica democracia y que ellos encarnan la verdadera y perfecta interpretación de la democracia. En nombre de la democracia, de los derechos humanos, de la Europa de los Pueblos y del derecho a la autodeterminación, la insurrección del secesionismo catalán se presenta como legítima.
Legitimación del poder: los apoyos internacionales
Otra cosa no, pero un rato listo sí que era Guillermo de Orange. Entre algunas de sus estrategias cabe destacar la activación de un taller de propaganda muy bien organizado desde donde se emitían panfletos, hojas volanderas y cartas que eran preciosamente ilustradas, traducidas a varios idiomas y enviadas a distintos lugares de Europa. Lo importante, esto lo saben perfectamente los líderes rebeldes desde que el mundo es mundo, es lograr una opinión pública favorable a la causa y, de hecho, el bando orangista, contó con el apoyo militar y financiero de Francia, Inglaterra y varios príncipes alemanes protestantes.
Las labores propagandísticas de la sedición han alcanzado en el caso del catalanismo un talento igualmente extraordinario: redes sociales, películas, series de televisión, documentales en Netflix, paseos principescos por toda Europa vendiendo la pena y el producto, &c. Saben que en el momento en que una sola potencia extranjera reconozca la República Independiente de Cataluña se habrá abierto la veda. Entre tanto, se entretienen abriendo embajadas por medio mundo y afianzando posiciones en los más altos organismos de acción internacional. ¿Su discurso? El Estado español es, siempre ha sido y será una prisión de naciones, un poder opresivo y antidemocrático que ejerce un vergonzoso control colonial sobre Cataluña y que no reconoce las señas de identidad del pueblo catalán. Piden así la aplicación del “derecho de autodeterminación” reconocido por la ONU.
Claro, los españoles sabemos de sobra que Cataluña es una de las regiones más ricas de España y que no ha alcanzado ese estatus por su cara bonita o por su especial predisposición al trabajo sino por la aplicación sistemática de leyes que desde Felipe V han favorecido enormemente el desarrollo de la industria y del comercio de esa región, así como sus vías de comunicación. Los españoles sabemos que Cataluña es un conglomerado extraordinario de gentes y que ya los griegos los llamaban “mezclados”, sabemos que si hay una lengua que corre peligro de extinción en Cataluña, es el español, no el catalán, y sabemos que el aparato propagandístico más eficaz del catalanismo está en las escuelas y universidad donde más del 40% del profesorado se declara independentista.
En nombre del pueblo
Todos estos movimientos hablan siempre en nombre del Bien Común cuando lo que buscan en realidad es el bien privado y particular. Y así se dice: el pueblo holandés o el pueblo catalán.
La historiografía oficial se refiere siempre a “los holandeses” del siglo XVI como si de un bloque unitario se tratara. Un pueblo, el holandés, que ante la intransigencia religiosa impuesta por Felipe II, eleva valientemente su voz para clamar por la libertad y la justicia. Apenas un puñado de historiadores se atreven a llamar a las cosas por su nombre y a decir claramente que las guerras de los Países Bajos fueron guerras civiles. Igualito que lo de Lutero, ¿os acordáis? Aquí tampoco se cuenta que siempre hubo más soldados y capitanes holandeses apoyando al rey legítimo que en el bando orangista, que tuvo que hacerse con mercenarios extranjeros.
Hablar en nombre del mitificado pueblo catalán también es una estrategia muy querida por los ideólogos del catalanismo. Pero no se cuenta que, hasta hace muy pocos años, el catalanismo era absolutamente residual y que actualmente más de la mitad de la población catalana está en contra de la independencia.
La condena moral
Se construye el famoso hecho diferencial, fruto de esa ideología irracionalista que el filósofo húngaro Georg Lukács llamaba el “asalto a la razón”, generalmente un imperativo racial del que se infiere una superioridad moral y que ha logrado filtrarse en el ordenamiento jurídico e institucional de nuestros Estados. Recordemos los esfuerzos internacionales que se hacen desde hace varias décadas para transformar a los Estados Nacionales en Estados Pluriculturales y Plurinacionales:
Guillermo de Orange retoma el clásico desprecio hacia los españoles como pueblo-raza: son medio moros y judíos y, por tanto, gentes moralmente corrompidas. Recordemos que la propaganda orangista desplazó la imagen de Lucifer hacia Felipe II y el Duque de Alba y más tarde hacia el resto de españoles. Este funesto argumentario servirá, en los siglos posteriores, para culpar a las poblaciones católicas de todos los males de la sociedad y del advenimiento de catástrofes naturales. Recordemos también, y este dato es importantísimo, que la internacionalización del mito de España como aniquiladora de indígenas se construye justo aquí, cuando la propaganda orangista echa la zarpa sobre el libro de Fray Bartolomé de Las Casas y lo traduce al holandés y al francés 26 años después de su publicación en España.
El secesionismo catalán se inaugura, a finales del siglo XIX, con una narrativa racista muy agresiva. Así escribía Pompeyo Gener en 1900: “Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. […] También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas”.
Y continúan las arengas hispanófobas de la mano de Daniel Cardona, quien servía estas perlas: “¡Y es que todos, todos, tenemos aún este espíritu castellano tan cerca de nosotros! ¡Tan cogido a nosotros! ¡Es la garrapata asquerosa de cada día, de siempre! […] ¡La garrapata española!”.
Esto es, se presentan como naciones étnicas puras contaminadas por andaluces, castellanos, extremeños, &c.: “Un cráneo de Ávila, no será nunca como uno de la Plana de Vic. La Antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42.”
Pero por si pensaban que esta literatura era cosa del pasado, escuchen estas declaraciones recientes de Quim Torra: “Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua. Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos!"
España nos roba
Una de las primeras quejas esgrimidas por Guillermo de Orange era que los impuestos recaudados en los Países Bajos se utilizaban para financiar el Imperio español. En respuesta, Felipe II ordenó varias auditorias internacionales para demostrar que era la propia Castilla la que soportaba la mayor carga fiscal del Imperio. Pero no sirvió de nada. Cabe aquí recordar que, a causa de los conflictos bélicos, el bando orangista se vio obligado a aplicar tasas altísimas a productos de primera necesidad de manera que las Provincias Unidas terminaron pagando muchos más impuestos que bajo la Monarquía Católica.
El “España nos roba” del secesionismo catalán sigue exactamente la misma lógica: implantar esta idea en la mente de millones de españoles y no ofrecer nunca demostraciones materiales de la acusación.
El culto al líder
La denigración sistemática del enemigo va siempre acompañada de una exaltación desmedida del propio líder: en esta estampa vemos un ejemplo de la autopromoción de Orange y de los héroes holandeses: Orange, representado como Perseo, derrota al monstruo marino (España) y libera a Andrómeda (Holanda).
Y como alguien decía hace poco en Twiter: “Mientras en España se ha construido la historia como problema, en Cataluña, se construyen biografías que santificar”.
La mala fe y la falsificación histórica
La propaganda orangista se encargó de diseñar y divulgar un documento falso de la Inquisición donde se anunciaba su plan secreto para culpar de lesa majestad a todos los holandeses y confiscarles los bienes. Pero es que nunca hubo Inquisición española en los Países Bajos.
Otro caso fascinante fue que en 1566 Orange solicitó el apoyo de los turcos mientras acusaba a los españoles de ser sus aliados.
Otro ejemplo de esta propaganda que solo busca encender pasiones, fue la difusión de un panfleto acusando al Papa de haber pactado con el demonio para exterminar a la humanidad.
Aplicado al caso del secesionismo catalán sería un no parar: Los condados catalanes nunca conformaron un reino independiente, sino que pasaron en el siglo XIII de la soberanía de los reyes francos a la de la Corona de Aragón. La guerra de Sucesión fue una guerra dinástica, no una guerra de secesión o de liberación como se empeñan en repetir una y otra vez, así que el 11 de septiembre de 1714 no se suspendió ninguna “soberanía catalana”. Pero hay muchas falsedades: por ejemplo, que los catalanes fueron excluidos de América, que el español se impuso sobre el catalán a la fuerza o que Cataluña siempre fue progresista frente a la reaccionaria Castilla (mare de deu… y eso que las primeras cortes europeas fueron las leonesas, por no hablar de Cataluña como reducto histórico del carlismo y del absolutismo o de su profunda vinculación con el franquismo, &c.)
Cierre
Total, que aquí vemos las consecuencias de exacerbar las diferencias desde coordenadas etnicistas, de promover las versiones maniqueas entre buenos y malos y de alimentar una historia ideológica que solo sirve para confortar a las oligarquías triunfantes y, no lo duden ustedes, a terceras potencias que aprovecharán la debilidad autoinducida.
Sabemos lo que sucedió durante y después del proceso iniciado por Guillermo de Orange en los Países Bajos: ahí tenemos la crueldad inmisericorde de los llamados “mendigos del mar”; tenemos los Placaat anticatólicos que prohibieron el culto, el cierre de escuelas, multas y confiscación de bienes. También se aplicaron tasas para aquellos que, por ejemplo, querían bautizar a sus hijos por el rito católico, &c.
Lo que derive del proceso inaugurado por el nuevo secesionismo catalán dependerá de los españoles de la capacidad de reacción que tengamos. No habrá justicia cósmica, ni vencerán necesariamente ni los buenos, ni la verdad, ni nada por el estilo. Del mismo modo, poner freno a las demandas secesionistas de los grupos indigenistas más radicalizados dependerá de la capacidad de reacción de las naciones hispanoamericanas y de sus ciudadanos. Todo dependerá de nuestra capacidad para superar los prejuicios de la Leyenda negra y para defender conjuntamente la Hispanidad.
Y que no venga otra vez el señor García Cárcel, con aquello de que la Leyenda negra es el resultado del complejo victimista de los españoles, pobres paranoicos empeñados en culpar de sus propios defectos y miserias a otras naciones. No, no estamos convencidos de que el mundo entero odia y conspira contra España pero tampoco creemos ingenuamente en el armonismo universal. Con mucha calma tendrá que explicarme el señor García Cárcel de dónde salen estas dulces declaraciones ultramarinas que alguien me dirigió hace pocos días: “A las mentiras y la perversidad españolas agréguenle su asqueroso acento como si les faltaran los dos dientes de enfrente, pues hablan como silbando y sacando la lengua. ¡España, eres asesina invasora racista y mentirosa! ¡No volverás a invadir América aunque sabemos que ese es tu plan! Los hijos de los indios, negros y mestizos, las clases bajas, daremos la nota de dignidad a las noticias de hoy”.
Y hasta aquí este capítulo de ¡Qué m… de país! Les recordamos que hemos habilitado algunas opciones de micromecenazgo por si quieren contribuir al sostenimiento de este programa. Se despide de ustedes Fortunata y Jacinta y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.
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Bibliografía:
Iván Vélez, “La raza catalana”, El Catoblepas, 2010, 98:18.
Iván Vélez, “‘Países Catalanes””, El Catoblepas, 2012, 119:10.
José Antonio López Calle, “El golpe de Estado estatutario de José Luis Rodríguez Zapatero”, El Catoblepas, 2010, 95:10.
Diccionario filosófico: “Nación política española / Secesionismo: Nacionalismo fraccionario / Autodeterminación”.
Gustavo Bueno, España frente a Europa.
María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda negra.
Iván Vélez, Sobre la Leyenda negra.