El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 210 · enero-marzo 2025 · página 13
Artículos

La Falange y las conspiraciones de 1936

Jeroni Miquel Mas Rigo

Participación de la Falange en la conspiración del general Emilio Mola (1887-1937) que, al fracasar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, dio lugar a la Guerra Civil


1. Introducción
yugo

Desde que se instauró la Segunda República, los monárquicos (alfonsinos y carlistas), juntamente con los sectores más conservadores del Ejército, no dejaron de conspirar contra el nuevo régimen. Primero fue la intentona del general José Sanjurjo, en agosto de 1932. Más tarde, en octubre-noviembre de 1934, a consecuencia de la revolución de Asturias y de la rebelión militar de la Generalidad de Cataluña, hubo otro proyecto de golpe de Estado, que no prosperó al encontrarse el Ejército dividido. A finales de 1935, con motivo de la constitución del Gobierno presidido por Manuel Portela Valladares, nuevo conato de sublevación para evitar la celebración de las elecciones previstas para el mes de febrero. De esa época es el documento del general Mola dirigió a la Unión Militar Española (que agrupaba a jefes y oficiales del Ejército). Esa organización clandestina, aunque se declaraba apolítica, era financiada y controlada por el Bloque Nacional (unión electoral de las dos ramas monárquicas), que dirigía José Calvo Sotelo. El escrito de Mola dice así:

«Hay que evitar las elecciones, de las cuales sacarían algunos partidos de izquierda argumentos para intervenir en el gobierno (...). Nada de turnos ni transacciones; un corte definitivo, un ataque contrarrevolucionario a fondo es lo que se impone, (...) la destrucción del régimen político actualmente imperante en España. (...) En el porvenir, nunca debe volverse a fundamentar el estado ni sobre las bases del sufragio inorgánico, ni sobre el sistema de partidos (...), ni sobre el parlamentarismo infecundo»{1}

Cuando Mola se refiere a la destrucción del régimen político vigente, no tiene en mente acabar con la República como forma de gobierno (como se suele escribir); sino lo que quiere es eliminar el sistema democrático liberal, para implantar un sistema de representación orgánica, sin la intervención de los partidos políticos. En aquellos momentos, y a consecuencia de la crisis económica de 1929, el sistema demoliberal era puesto en cuestión, no solo por los marxistas, sino también por otros sectores que rechazaban, mientras la educación y la cultura no se hubieran universalizado, el principio de un hombre un voto y que las decisiones pudieran ser adoptadas por simple mayoría aritmética. En 1936, la tasa de analfabetismo alcanzaba el 25 por ciento de la población.

Nuestro estudio se limita a tratar solo de la intervención de Falange Española en las tramas golpistas de 1936, sin tener en cuenta la participación, salvo cuando sea necesario para nuestra exposición, de otras organizaciones políticas. Este partido –fundado en el otoño de 1933 por José Antonio Primo de Rivera, que tampoco creía en el sistema democrático de sufragio inorgánico–, también apelaba al golpe de Estado como medio para implantar un estado autoritario, que, además de mantener la unidad nacional, realizara la reforma agraria y sustituyera el sistema capitalista por otro de corte sindicalista, como único medio de evitar la revolución comunista, que ellos creían próxima.

Debemos señalar que, en nuestra modestísima opinión, a la altura de las elecciones de febrero de 1936, había en España muy pocos partidarios de la democracia (entendida, como lo hacemos en la actualidad, como un pilar del Estado social y democrático de Derecho). No lo eran ni las derechas ni las izquierdas proletarias. Solo los partidos de centroderecha, centro y centroizquierda podían conceptuarse democráticos. Podemos estimar, siendo generosos, que solo entre un 35-40% de los votantes podía ser considerado demócrata. Cinco meses después de gobierno frentepopulista en «estado de alarma» (esta situación anómala, equivalente al actual estado de excepción, que se mantuvo desde las elecciones hasta la Guerra Civil, no sirvió para evitar 484 muertos y 1.659 heridos),{2} podemos considerar que el centroderecha (radicales, agrarios, Lliga, PNV) había perdido la fe en el sistema democrático de la República; ya que una vez estallada la guerra, se adhirieron al «bando nacional» (con la excepción del PNV, por el tema del Estatuto vasco). El centro (liberales demócratas, “centristas”, mauristas, partidarios de Sánchez Román) había visto, también, flaquear sus principios democráticos y empezaban a hablar de establecer, aunque fuera de forma transitoria, una dictadura nacional republicana. Los grupos políticos de centroizquierda (Unión Republicana e Izquierda Republicana) mantenían sus convicciones democráticas; pero estos partidos tenían una concepción tan jacobina, anticlerical y excluyente de la República que hacía que su praxis democrática fuera de baja calidad.{3}

Es cierto que los que se alzaron fueron un sector de los militares, la extrema derecha monárquica y los falangistas (con el apoyo de la derecha); pero también es cierto que la izquierda obrera (con el apoyo de izquierda burguesa) había protagonizado, junto con los separatistas de Cataluña, la rebelión de octubre de 1934.

2. Azaña en el poder

El triunfo de la izquierda en los comicios del 16 de febrero de 1936 significó, para una parte importante de la población, que al final había triunfado la Revolución de Octubre, y que las urnas, aunque fuese por un puñado de votos de diferencia, habían legitimado la violencia revolucionaria y la rebelión de la Generalidad. Los dirigentes del Frente Popular contribuyeron en gran medida a esa percepción. Así, una semana antes de las elecciones, Largo Caballero escribía:

«Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo. Ciertos detalles del plan pueden cambiar, pero no los decretos fundamentales del mismo.» (El Socialista, 9-II-1936).

Una semana después de las elecciones, en el discurso pronunciado por José Díaz, secretario general del Partido Comunista, en el Teatro Barbieri, dijo:

«El Gobierno actual [o sea, el gabinete Azaña] tiene un empacho de legalismo que le impide marchar al ritmo que exigen los acontecimientos. ¿A qué vienen esos empachos de legalismo? […] Necesitamos que las cárceles queden vacías para que puedan pasar a ocuparlas rápidamente los otros, los criminales que han maquinado y perpetrado la sangrienta represión de Octubre.»{4}

Tres días después de las elecciones, antes de la proclamación de los resultados (20 de febrero) y sin esperar a la segunda vuelta (1 de marzo), el presidente del Consejo de Ministros, Portela Valladares, entregó el poder al Frente Popular. Este precipitado y sorprendente abandono de las responsabilidades de gobierno ha sido explicado, que no justificado, porque Portela estaba «acobardadísimo» por las manifestaciones violentas de los partidarios del Frente Popular. El propio Portela escribe:

«Las noticias de los ministros confirmaban las graves amenazas de desorden. Todo ello venía auspiciado por el Frente Popular, y especialmente por Izquierda Republicana, en cuyo Círculo de la calle Mayor residía un a modo de Consejo Supremo que impulsaba y dirigía los alborotos.»{5}

En la madrugada del día 17, Gil Robles, principal líder de las derechas, le dijo a Portela que, para salvar a la patria no había otra fórmula que «yo me mantuviese en el poder “a todo evento” contando para ello con su incondicional apoyo y el de los elementos que le eran afines.»{6} Ese mismo día, el general Franco, que era jefe del Estado Mayor del Ejército, le pidió la declaración del estado de guerra para mantener el orden público y que continuara en el Gobierno hasta la apertura del Parlamento. Portela le prometió «meditar la propuesta hasta el amanecer siguiente».{7} Por su parte, el general Goded solicitó, según su hijo, a Portela su neutralidad «ante una sublevación militar, que éste acogió prometiendo pensarlo, pero que evidentemente traicionó precipitando la formación del Gobierno Azaña».{8} Ximénez de Sandoval afirma que Portela llamó a Primo de Rivera para pedirle que FE mantuviera la serenidad; aunque, según la referencia oficial, solo se entrevistó con el director general de Seguridad, el capitán Vicente Santiago, a solicitud de este.{9} Es posible que la entrevista con Portela no pudiera celebrarse; ya que, por la noche de ese día o la del día siguiente, Fernández-Cuesta, secretario general del partido falangista, se entrevistó con el presidente del gobierno en funciones:

«José Antonio, por quien el jefe del Gobierno, Portela Valladares, sentía gran simpatía, quiso aprovechar la circunstancia y ver de influir en su ánimo para que, después del resultado de las elecciones, no dimitiera e hiciera frente a la situación defendiendo el orden público. A tal fin, me encargó fuese a visitar a Portela al hotel Palace, donde vivía. Era ya de noche, y al anunciarme me hizo subir a la “suite” donde se alojaba, recibiéndome vestido con un batín, pues se había levantado de la cama, en la que pude ver a su esposa que llevaba el pelo recogido con bigudíes. Le expuse el encargo que traía, y me contestó expresara su gratitud a José Antonio por el consejo, pero que era ya del todo inútil, pues el pueblo, enardecido por el triunfo, estaba en la calle y quería un cambio de Gobierno. Sobre un velador había un cubo con hielo, dentro del cual se enfriaba una botella de “champagne”, de la que me ofreció una copa. La rechacé y abandoné el hotel en el estado de ánimo que es de suponer. »{10}

El 20 de febrero, Azaña, con motivo de su toma de posesión como jefe del Gobierno, pronunció una alocución radiada destinada a tranquilizar a la oposición:

«Nosotros no conocemos más enemigos que los enemigos de la República y de España y no tenemos que perseguir a nadie mientras todos se limiten al cumplimiento de los derechos que la Constitución a todos nos concede.»

Ese mismo día, se reúne la Junta Política de FE, partido que, como es sabido, no obtuvo ningún diputado al negarse los monárquicos de Renovación Española a que José Antonio figurase en las listas del Frente Antirrevolucionario.{11} Según anota el secretario de la Junta (y jefe del Sindicato Español Universitario):

«José Antonio está desconocido. Nos ha expuesto su fe ciega en Azaña. Cree que ha de conseguir realizar una labor de revolución nacional. Prefiero desde luego el Gabinete Azaña al anterior […]. He visto hoy mucha frialdad en la Junta. […] Tengo la seguridad de que ha de recaer sobre nosotros ahora, pese al criterio de José Antonio, una verdadera era de persecución. Nos han matado a varios chicos en estos días y no he visto hervir como otras veces al Jefe.»{12}

Tres días más tarde, aunque escrito evidentemente con anterioridad, apareció en Arriba el artículo «Aquí está Azaña». En él, el jefe de Falange escribe que:

«Hay que reconocer que, pese a todos sus grandes defectos, el sufragio universal ha dado esta vez considerables señales de tino y justicia: por lo pronto, ha desautorizado de manera terminante la insufrible vacuidad del bienio estúpido. […] Y a estas horas está en el poder un ministerio presidido por el señor Azaña. He aquí la “segunda ocasión” de este gobernante, anunciada en el artículo que Arriba publicó acerca de él a raíz de su discurso del Campo de Comillas. Grave ocasión, y peligrosa. Pero llena de sabroso peligro de lo que puede dar resultados felices. […] Esto no quiere decir –¡Dios me libre!– que se convierta en un gobernante conservador: España tiene su revolución pendiente y hay que llevarla a cabo. Pero hay que llevarla a cabo –aquí está el punto decisivo– con el alma ofrecida por entero al destino total de España, no al rencor de ninguna bandería. Si las condiciones de Azaña, que tantas veces antes de ahora hemos calificado de excepcionales, saben dibujar así las características de su gobierno, quizá le aguarde un puesto envidiable en la historia de nuestros días. […]»{13} (OC, II, 1401).

Al día siguiente, confiando en las palabras de Azaña, el jefe nacional dicta unas «Instrucciones a todas las Jefaturas territoriales, provinciales y de las JONS ante las circunstancias políticas», que persiguen obtener una tregua por parte del Frente Popular:

«El resultado de la contienda electoral no debe, ni mucho menos, desalentarnos. […] Las derechas, como tales, no pueden llevar a cabo ninguna obra nacional porque se obstinan en oponerse a toda reforma económica y con singular empeño a la reforma agraria. […] En cambio, las izquierdas, hoy reinstaladas en el Poder, cuentan con mucho mayor desembarazo para acometer reformas audaces. […] Son muchas las dificultades y, por consecuencia, los riesgos de fracaso; pero mientras las fuerzas gobernantes no defrauden el margen de confianza que puede depositarse en ellas, no hay razón alguna para que la Falange se deje ganar por el descontento. […]

Para previsión del contenido en los anteriores párrafos se formulan las siguientes instrucciones concretas:

1ª Los jefes cuidarán de que por nadie se adopte actitud alguna de hostilidad hacia el nuevo Gobierno ni de solidaridad con las fuerzas derechistas derrotadas. Nuestros Centros seguirán presentando el aspecto sereno y alegre de los días normales.

2ª Nuestros militantes desoirán terminantemente todo requerimiento para formar parte en conspiraciones, proyectos de golpe de Estado, alianzas de fuerzas «de orden» y demás cosas de análoga naturaleza.

3ª Se evitará todo incidente; para lo cual nuestros militantes se abstendrán en estos días de toda exhibición innecesaria. Ninguno deberá considerarse obligado a hacer frente a manifestaciones extremistas. […]» (OC, II, 1398-1399).

Pero, como escribe Payne, el Gobierno se había comprometido con los partidos del Frente Popular a aniquilar a FE.{14} Hasta los días 24 o 25 de febrero, los falangistas se convirtieron en el objetivo predilecto de la violencia selectiva de los extremistas de izquierda. Por si eso no fuera suficiente, en la noche del 26 de febrero, en un registro policial efectuado en la sede de FE, son halladas tres porras y una pistola. Al día siguiente, por orden gubernamental, eran clausurados todos los centros de FE. Hay que señalar que mientras el centro falangista era clausurado, los condenados por sentencia firme, por haber participado en la revolución de Asturias o en la rebelión militar de la Generalidad de Cataluña (estamos hablando de 1.400 muertos y más de 3.000 heridos), ya habían sido amnistiados, incluyendo a los que tenían sentencias de muerte conmutadas, como el caso del comandante catalán Pérez Farrás, que fue reincorporado al Ejército e indemnizado. A partir del 27, con cuatro muertos a la espalda, los falangistas respondieron con represalias, que únicamente sirvieron para agravar la situación. Como escriben M. Álvarez Tardío y R, Villa García: «los choques mencionados entre izquierdistas y falangistas propiciaron redadas gubernativas orientadas únicamente a desarticular a los segundos».{15}

El 5 de marzo, en el número 34 del semanario Arriba (este número, que fue en su casi totalidad secuestrado por la policía, sería el último; ya que fue suspendido indefinidamente por el Gobierno), ya se advierte que las cosas no van como deberían ir. En este último artículo, que lleva por título «Por mal camino», ya empiezan los reproches de José Antonio: «Ya han empezado las detenciones arbitrarias […] los registros domiciliarios, las clausuras de centros que funcionan dentro de la ley. […]» La actuación arbitraria del Gobierno fue posible por cuanto, como hemos dicho, el país estaba en estado de alarma. Este estado afectaba a los derechos de no ser detenido o preso sin resolución judicial, de circular libremente y a la libertad de prensa, de reunión y de asociación y sindicación.

En la noche del día de 10 de marzo, dos estudiantes (de 16 y 18 años), uno tradicionalista y el otro afiliado al SEU de Derecho, son asaltados en el paseo de Alberto Aguilera, de Madrid, por un grupo de militantes del partido comunista. Estos les piden la documentación y, después de encontrarles documentos que los acreditan como miembros de las Juventudes de Acción Católica, disparan contra ellos. Uno, Juan José Olano, el seuista, muere el día siguiente y el otro, Enrique Bellsolell, dos días después Ambos murieron cristianamente, perdonando a sus asesinos. El Gobierno prohibió un entierro público. El día 12, miembros del SEU, en un acto de represalia, dispararon contra el catedrático de Derecho penal y vicepresidente del Congreso de los Diputados, el socialista Jiménez de Asúa. Este salió indemne, pero el policía de escolta resultó herido y falleció más tarde. El traslado del féretro desde la Dirección General de Seguridad hasta el cementerio fue seguido por miles de personas, encabezando la comitiva el ministro de la Gobernación. Al regresar del cementerio, integrantes de la comitiva incendiaron dos iglesias (San Luis de los Franceses y San Ignacio), asaltaron la redacción del diario La Nación y, gracias a la intervención de los guardias de asalto, se salvaron de los destrozos los diarios ABC y El Siglo Futuro.

El atentado contra Jiménez de Asúa tendría consecuencias fatales para FE y sus dirigentes. El día 14, se detuvo a José Antonio (que ya no recobraría la libertad), a los vocales de la Junta Política que fueron hallados y a otros miembros del partido. El motivo esgrimido para la detención fue que habían roto los sellos de la sede clausurada del partido. Desde los sótanos de la Dirección General de Seguridad, el jefe nacional de FE lanzó un manifiesto, en él se acusa al «Gobierno pequeñoburgués» de capitular ante el comunismo. Primo de Rivera consideró un atropello lo que se estaba cometiendo contra su partido y, dejándose llevar por uno de sus ataques de cólera,{16} acabó el manifiesto en unos términos que daban por terminada la oferta de tregua que había ofrecido al naciente Gobierno:

«En la propaganda electoral se dijo que la Falange no aceptaría, aunque pareciera sancionarlo el sufragio, el triunfo de lo que representa la destrucción de España. Ahora que eso ha triunfado, ahora que está el Poder en las manos ineptas de unos cuantos enfermos capaces, por rencor, de entregar la Patria entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su promesa y os convoca a todos –estudiantes, intelectuales, obreros, militares españoles– para una empresa peligrosa y gozosa de reconquista.» (OC, II, 1416).

Vemos en este párrafo un ataque virulento contra su amigo Azaña; pero tres días después, cuando ya está en el departamento de presos políticos de la cárcel Modelo, escribe a su amiga íntima, la escritora inglesa Elizabeth Bibesco, en un tono muy diferente:

«Este pobre Asana [sic] es un perfecto orate. ¿Cuánta gente puede entenderle en esta inhóspita España? Fuera de ti y de mí, muy pocos. Pero tú no estás en España ahora y ese idiota me pone en prisión en vez de llamarme para tener rápidamente una conversación. […]»{17}

3. ¿Hubo un intento de golpe falangista en marzo de 1936?

Portela da otra versión de la visita de Fernández-Cuesta, a la que antes hemos hecho referencia:

«Aún he de recordar mi sorpresa cuando aquella amistad [con José Antonio Primo de Rivera] más estimada cuanto menos declarada, me sorprendió, la noche de la quema de Iglesias en Madrid, en Marzo de 1936, enviándome a Fernández-Cuesta, para comunicarme que Falange se lanzaría a la calle antes de la madrugada para un golpe de Estado. Pregunté al enviado cuantos eran los falangistas con que contaban. Contestóme que unos tres mil. ¿Qué armas tenían?, inquirí de nuevo. Díjome que unas dos mil pistolas. Pues bien, si yo estuviese en Gobernación me bastaría con una compañía de Asalto para hacer frente a Vds.; con los que hoy mandan necesitarán acudir a toda aquella fuerza; pero aún les quedará de reserva la Guardia Civil. No piensen en eso, porque es una locura. Y tuvo la gentileza José Antonio, de enviarme de nuevo a Fernández-Cuesta a decirme que no harían nada, siguiendo mi consejo.»{18}

Vemos que las fechas no coinciden (la noche del 17 o 18 de febrero para Fernández-Cuesta, y la noche del 10 marzo, para Portela){19}, ni tampoco el contenido de la visita (para el falangista, se trataba que el presidente no dimitiera; para el otro, se le comunicaba la inminencia de un golpe de Estado falangista). Quizás haya que relacionar esta visita de Fernández-Cuesta con un intento de golpe al que solo se refiere Iribarren. Este, de forma muy breve, y un tanto enigmática, puesto que no da ningún nombre, militar o civil, de los involucrados, nos informa que:

«Ya el Frente Popular en el poder, se pensó dar el golpe en convivencia con un alto empleado del ministerio de la Gobernación, el cual, en una noche determinada, cursaría a las Divisiones la orden de declarar la Ley Marcial. Pero el comprometido se arrepintió y el plan debió llegar a oídos de Masquelet, a la sazón ministro de la Guerra.»{20}

Puede que lo que pretendía José Antonio era que Portela convenciera al «comprometido arrepentido», para que siguiera adelante con el plan. No olvidemos que Portela, además de presidente del Consejo de Ministros, también había asumido la cartera de Gobernación, y tenía su despacho en ese centro. Por lo tanto, debía tener allí ascendencia sobre funcionarios y altos cargos del ministerio. La explicación que damos tendría más sentido que una visita solo para comunicarle que la Falange se iba a sublevar unas horas más tarde. Todo el mundo sabe que la discreción es fundamental en un golpe de Estado.  Además, para qué comunicarle algo que el expresidente sabría nada más levantarse.

Aunque nos movemos en la pura especulación, es posible que Portela, que no menciona la entrevista con Fernández-Cuesta del 17 o 18 de febrero, se confundiera y el visitante en esta ocasión fuera el escritor falangista Eugenio Montes (que había sido, en 1926, iniciado en una logia masónica de Cádiz), como explicaremos más adelante, y que este le hubiera pedido encabezar el movimiento insurreccional.

En apoyo de lo que vamos exponiendo, tenemos la declaración del comandante Hernández Barba, jefe de la Unión Militar Española (UME), en la Causa General. Este manifestó que se entrevistó, entre 1934-1936, tres veces con el jefe de Falange:

«En otra de las entrevistas, como le anunciase el declarante que iba a Barcelona a preparar el Alzamiento le contestó [Primo de Rivera] que era enemigo de militaradas y que la única solución que veía era una dictadura de Portela Valladares, que era a la sazón jefe del Gobierno.»

Pudiera ser que el jefe de la UME, que declaró en 1942, se equivocara cuando dice que Portela era jefe del Gobierno.{21} El hecho que mencione que iba a preparar el alzamiento parece indicar que el Frente Popular ya estaba en el Poder. Ahora bien, si fue así, por qué Portela, en su Dietario, silencia la propuesta de que le ofrecieran dirigir el movimiento rebelde. El motivo pudiera ser que no le convenía que lo pudieran relacionar con una tentativa de golpe de Estado, aunque hubiera rechazado su participación. Máxime cuando en aquellas fechas se publicó un libro, del falangista Ximénez de Sandoval, donde se le acusaba de haber ofrecido una cartera ministerial a Primo de Rivera en su último gabinete.{22} Evidentemente, él lo niega; pero la fuente de Ximénez es Eduardo Aunós, a quien habría consultado, entre otros, el jefe nacional de FE sobre aceptar o no el ofrecimiento, y no vemos motivos para mentir.{23}

No es imposible que José Antonio pensase en Portela Valladares para liderar una dictadura republicana, que acabara con el gobierno del Frente Popular; ya que, además de ser amigos, reconocía en el republicano masón cualidades de buen político:

«El señor Portela se ha encontrado la partida ideal para hacer una política de tipo irónico, goethiano, volteriano, maquiavélico. Sus enemigos han acertado al presentarle en sus caricaturas como un vizconde del siglo XVIII. [...] Tercia Portela en la política desde la Presidencia del Consejo con un escepticismo absoluto de castas y partidos, con un desdén usuario y diabólico por las retóricas y gritos en contraste, los plácidos idealismos y las hipocresías de virtud.» («La situación política. El poder irónico», Arriba, núm. 30, 30 de enero de 1936).

Pero es que hay más, el propio Portela relata:

«Quiero constatar que, enterado éste [José Antonio] de que iba yo a dirigir un manifiesto al país como programa del Gobierno, antes de las elecciones [1936], encerróse con Eugenio Montes para redactar, sin levantar mano, una exposición de su pensamiento político, que el último me trajo. Si nos ligaba la misma finalidad y una igual intención, no coincidíamos en las soluciones.»{24}

Pensamos que el manifiesto al que se refiere era para el golpe de Estado falangista. No tiene ningún sentido que José Antonio y Montes{25} quisieran colaborar, motu proprio, en el programa electoral de Portela. Pero es que este, además, dice: «no tuve relación ni volví a saber de José Antonio Primo de Rivera.» Lo cual solo puede ser cierto si la entrevista tuvo lugar después de que Portela abandonase el Gobierno y antes de que el jefe falangista fuese detenido.

Una vez que el golpe de Estado de julio de 1936 fracasó y degeneró en guerra civil, José Antonio planeó un Gobierno de Reconciliación Nacional, presidido por el republicano de centroizquierda Martínez Barrio (que había sido gran maestre del Gran Oriente Español), y en el cual Portela desempeñaría la cartera de Gobernación. Cuando Portela lo supo por referírselo Mariano Gómez, presidente del Tribunal Supremo, le aclaró que:

«No me sorprende esa propuesta de Primo de Rivera porque lo sabía generoso y amplio de espíritu, que no se confundía ni encerraba en moldes partidistas y volaba con propias alas abarcando los dilatados esplendores de una nueva España. Mi asombro, viene por dos motivos: que haya sido ejecutada la sentencia de muerte en quien mostraba en sus postreros alientos ese fervor republicano (por eso Azaña, sin duda, intervino en favor de su indulto); y la otra causa de mi pasmo es por no haberse hecho público ese testamento [de José Antonio, Gómez le entregó una copia], por no haberlo lanzado –costase lo que costase– en millares de foto-copias sobre la retaguardia rebelde, como la más efectiva defensa de la República y de algunos de sus hombres. (Años más tarde Prieto publicó la fotografía de este testamento. Norte de la Nueva España).»{26}

4. La conspiración carlista (abril de 1936)

En Madrid, el día 8 de marzo, se reunieron los generales González Carrasco, Villegas, Fanjul, Franco, Mola, Orgaz, Varela, Kindelán y Rodríguez del Barrio, que actuaba por delegación del jefe indiscutido, Sanjurjo. En esa reunión se acordó una sublevación contra el gobierno del Frente Popular. La trama civil de la conspiración estaba dirigida por los monárquicos alfonsinos; aunque en la fecha elegida para el golpe, el 20 de abril, no estaba la trama completada.{27}

Paralela a esa conspiración, se preparaba otra de los carlistas. Estaba dirigida por Alfonso Carlos de Borbón –pretendiente a la Corona española–, su sobrino Javier de Borbón –príncipe heredero– y Fal Conde –jefe delegado de la Comunión Tradicionalista–. Querían que el director militar del alzamiento fuera el general Sanjurjo, el cual les manifestó que ya estaba comprometido con la conspiración de los generales; pero que, si estos no llegaban a sublevarse, podría estudiarse su proyecto. La finalidad de este era establecer una regencia encabezada por el príncipe Javier, suprimir los partidos políticos y formar un gobierno técnico y apolítico.

José Antonio fue contactado para participar en la conspiración y su respuesta fue negativa. Los motivos, según Muñoz Bolaños, fueron tres:

«El primero, aceptaba el liderazgo del Ejército. El segundo, rechazaba la disolución de los partidos políticos, afirmando que “primeramente sean los militares los que se apoderen de las riendas de la gobernación del Estado y, al cesar estos, venga a sustituirles aquel partido que mayor ambiente popular tenga”. Y el tercero, tal vez el más importante, se oponía a la monarquía como elemento definidor de la sublevación “debido a la extrema dureza del castigo que obligatoriamente habrá que imponer, para restablecer el equilibrio de la Patria y del principio de autoridad, caiga sobre ella, todo el peso de la responsabilidad, y se aleje con dicho estigma toda probabilidad de una posible restauración”.»{28}

El jefe falangista siempre quiso que los proyectos de golpe de Estado fuesen dirigidos o bien por la Falange o bien por los militares; pero no por ningún otro partido político. Pensaba que, de este modo, la «Primera Línea» de Falange podría imponerse a los demás partidos, que no contaban –excepto los carlistas– con una estructura militarizada. Está claro que José Antonio no quiso, en ningún supuesto, restaurar la Monarquía; menos aún la carlista. El marquesado de Estella –del cual él era el III titular– se había obtenido precisamente en las luchas contra el carlismo. Si bien admiraba el espíritu combativo de los requetés, consideraba el carlismo «viejo, intransigente, cerril, antipático.» Para no desairar a los tradicionalistas, a los que quizás más adelante podría necesitar para su propia conspiración, se saca de la manga que no es porque él no quiera la Monarquía, sino porque a esta no le conviene regresar después de un golpe de Estado que tendría que ser, evidentemente, duro.

Al inicio de este trabajo, hemos mencionado que, en octubre-noviembre de 1934, hubo un intento de sublevación que fracasó por estar el Ejército dividido. Al principio, José Antonio, sin duda presionado por Ramiro Ledesma, y quizás también por Julio Ruiz de Alda (que era socio y amigo íntimo del conspirador monárquico Juan Antonio Ansaldo), pensó en participar en la conjura. Llegando a redactar un manifiesto, que ya no llegaría a publicarse cuando se dio cuenta que el movimiento subversivo estaba controlado por los monárquicos de Renovación Española. Entonces escribió, el 17 de noviembre, una misiva al general Sanjurjo:

«Le decía que el nuevo intento sólo va a nutrirse, implicando una nueva fragmentación, con gente de la derecha. Y mientas no salgamos de ahí no haremos nada. Los países en que se ha hecho la verdadera revolución nacional la han visto hecha por gentes nada derechistas; por gentes conquistadas al socialismo, al sindicalismo, al anarquismo, gracias a la fuerza inmensa de lo patriótico. No uniendo lo patriótico a lo popular, es decir conservando el patriotismo como una especie de patrimonio de los acomodados, no haremos nada. Por eso yo, con el modesto esfuerzo del que, sin duda, tiene usted noticia, me afano por penetrar entre los obreros y estudiantes revolucionarios. Si a estos se les gana para la causa de España, ofreciéndoles de veras todo lo que hay que darles y renunciando de veras a imponerles cosas que les son antipáticas, España puede alcanzar grandes días. Todo lo demás es perder el tiempo.

Si esta aspiración a nacionalizar las cosas revolucionarias y populares estuviera ya adelantada el nombre de usted podría ponerse a la cabeza sin temor a interpretaciones torcidas. Pero aún estamos muy lejos de la madurez de tal propósito. […]» (OC, I, 785-786).

Seguramente coincidiendo con esa intentona (aunque él la sitúe a principios de 1935), el comandante Hernández Barba realizó su primera entrevista con José Antonio. Este «le exigió todo el Poder para Falange Española; mas como le hiciera ver el que declara que ella no contaba con hombres para gobernar, convencido, le opuso José Antonio que con un año de libertad de propaganda los tendría.»{29} Es evidente que, pidiendo algo que no se le podía conceder, era una forma elegante de decir no a la propuesta de adherirse a la intentona golpista.

En esos momentos, José Antonio, que se iba radicalizando, rompe con los alfonsinos, a los que consideraba reaccionarios. Estos respondieron dejando a Falange sin recursos económicos, lo que provocó la escisión ledesmista de enero de 1935. Más adelante (cuando se le concedió la subvención italiana), el líder falangista denunció públicamente (en el primer discurso del cine Madrid, en el mes de mayo) que la Monarquía era una «institución gloriosamente fenecida». Esto provocaría que los alfonsinos impidieran que Primo de Rivera, no la Falange, pudiera integrarse en el Frente Antirrevolucionario en las elecciones de febrero de 1936.

5. La conspiración del general Mola

Hemos mencionado que, en el mes de marzo, los alfonsinos y los militares ya empiezan a trabajar para dar un golpe de Estado que acabe con el Gobierno del Frente Popular, que no con la República. En la reunión de generales celebrada el día 8, el general Mola puso como condición para tomar parte en él: «que el Movimiento tenía que ser republicano». Logrando Franco, si hemos de creerle, que «fuese por España sin ninguna etiqueta determinada», dejando para después del triunfo instaurar «el régimen más conveniente para la Nación».{30}

Al final, será el general Mola quien se ponga al mando de la conspiración militar. El 25 de mayo escribe la primera Instrucción reservada, en la que sienta las bases del alzamiento que, aunque dirigido por militares y los civiles actuando como auxiliares, puede conceptuarse como cívico-militar; pues, como establece la propia instrucción: «Para la ejecución del plan actuarán independientemente […] dos organizaciones: civil y militar. La primera tendrá carácter provincial; la segunda, la territorial de las Divisiones orgánicas.»{31} La propia UME, que participó activamente en la conspiración, era en realidad un apéndice de Renovación Española. Los carlistas pactaron su colaboración, y aunque es cierto que al final tuvieron que reducir al máximo sus aspiraciones de restauración de una monarquía tradicional, el hecho de que la suprema dirección política y militar del movimiento estuviera en manos del general José Sanjurjo (próximo, en esa época, al tradicionalismo) les daba una garantía de que sus postulados serían tenidos en cuenta. Los falangistas, como expondremos más adelante, también pactaron su adhesión al «movimiento».{32} En cuanto a la poderosa CEDA, si bien no parece que pactase nada en concreto, sí otorgó su apoyo político y económico a la rebelión. No hay duda de que, en contra de lo que opinan algunos historiadores, hubo pactos. Como escribe el máximo colaborador civil de Mola:

«[Franco] Nada sabía de los acuerdos llevados a cabo en los campos carlistas y falangistas, acuerdos que se habían tomado después de vencer aquellas posturas iniciales contrarias a la unión.»{33}

El 30 de abril se vio, en la cárcel, la causa ante el Tribunal de Urgencia (Audiencia de Madrid) sobre la licitud del partido falangista. Los tres magistrados declararon que no había lugar a la ilegalización y absolvieron a los procesados. No obstante, el Gobierno los mantuvo como presos gubernativos, a la espera del recurso presentado por la Fiscalía ante el Supremo (este, en sentencia del 8 de junio, ratificaría el pronunciamiento del Tribunal, que la censura prohibiría publicar). Cuatro días después, cuando conoce la sentencia, y, sin duda, bajo los efectos de la irritación por el comportamiento arbitrario del Gobierno, José Antonio escribe un manifiesto clandestino dirigido a los «Militares españoles», en el que hace un llamamiento a la rebelión militar contra el poder constituido:

«si sólo se disputara el predominio de éste o del otro partido, el ejército cumpliría con su deber quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos en vísperas de la fecha, ¡pensadlo, militares españoles!, en que España puede dejar de existir. […]

Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara para que cobijaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de esperar que no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva ocasión histórica (la última) en provecho de mezquinos intereses. […] La Bandera de lo nacional no se tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de españoles la padecen y es de primera urgencia remediarla; para ello habrá que lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción Nacional. […]

Lo sabemos nosotros, encarcelados a millares sin proceso y vejados en nuestras casas por el abuso de un poder policíaco desmedido que hurgó en nuestros papeles, inquietó nuestros hogares, desorganizó nuestra existencia de ciudadanos libres y clausuró los centros abiertos con arreglo a las leyes, según proclama sentencia de un Tribunal que ha tachado la indigna censura gubernativa; […]» (OC, II, 1453-1454).

La visión catastrofista del jefe falangista era compartida por un gran sector de la población. Así, un historiador, que fue diputado socialista con Felipe González, escribe:

«Muchos españoles pensaron que el país se encontraba al borde de una revolución comunista. El que, de verdad, fuese así o no es otra cosa; pero lo cierto es que las ocupaciones de tierras, la bolchevización del PSOE en manos de un Largo Caballero dispuesto a emular a Lenin y los desórdenes públicos en alza espectacular convencieron a una buena parte de la ciudadanía de que la revolución, como ya hemos dicho, era inminente.»{34}

No obstante, en la «Circular a todas las jefaturas territoriales, provinciales y de las JONS», de 13 de mayo, Primo de Rivera niega que existan pactos con otras fuerzas:

«Andan por España algunas personas que, especulando con nuestras actuales dificultades de comunicación, aseguran a nuestros militantes que se han concertado fusiones o alianzas con otros partidos. Terminantemente: NO LES HAGÁIS CASO. No se ha llegado a pacto alguno con nadie […].» (OC, II, p. 1469.) [Las mayúsculas son del original].

En un suelto del núm. 1 del boletín clandestino No Importa (20-V-1936), después de hacerse eco de la Circular anterior, se añade que FE solo participará en alianza con las fuerzas armadas si estas se agrupan precisamente bajo la dirección de la Falange, puesto que «el punto 27 del programa nacionalsindicalista es bien terminante en orden a alianzas».{35} En este mismo número, en un entrefilete, también se decía: «Desde el 16 de febrero han sido asesinados cuarenta camaradas de la Falange, y más de cien han sido heridos. Ni uno solo de los agresores ha sido detenido.»

El 19 de mayo, Casares Quiroga pronuncia, en el Congreso de los Diputados, su primer discurso como nuevo presidente del Consejo de Ministros. En él dice que «el Gobierno es beligerante contra el fascismo».{36} Primo de Rivera se da por notificado, y al día siguiente dirige una carta a Antonio Goicoechea, jefe del partido Renovación Española (y uno de los pocos alfonsinos que ha sido leal con él). En ella escribe:

«Veo, como usted, la trágica situación de España y considero que hay que pensar con urgencia en medios extraordinarios. Mi situación de preso me impide realizar muchas gestiones, aunque no dirigir el Movimiento que crece por días con toda eficacia. Si en estas gestiones cerca de personas que no pueden venir a visitarme quisiera usted asumir mi representación se lo agradecería mucho, pues tengo pruebas reiteradísimas de su leal manera de comportarse como amigo.» (OC, II, 1479).

Los medios extraordinarios que menciona el jefe nacional de FE, seguramente hacen referencia a una petición de ayuda a Mussolini para la sublevación militar que se estaba fraguando. Así el 14 de junio, el líder de Renovación Española, actuando además también en nombre de Calvo Sotelo y de Primo de Rivera, se dirigió por escrito al Duce: «Para la realización urgente de un golpe de Estado con las máximas garantías de éxito necesitaríamos una rápida ayuda de un millón de pesetas, como mínimo.»

El 28 de mayo, el Tribunal de Urgencia dicta sentencia en la causa por tenencia ilícita de armas. En ella se condena al jefe nacional de FE a cinco meses de arresto mayor. José Antonio –que había alegado que las dos pistolas habían sido introducidas por la policía, cuando efectuó un registro en su domicilio, hallándose él encarcelado–, cuando oyó el fallo condenatorio, tuvo otro ataque de ira y gritó: «¡Arriba España!», «¡Abajo la Magistratura cobarde!» Al oficial, en funciones de secretario, le dijo en forma excitadísima: «ya habrá Vd. tenido tiempo con esos canallas de falsificar el acta» y como este le contestase de mala manera, infirió al mismo un puñetazo, lanzándole el secretario un tintero que le provocó una brecha en la frente. Eso dio lugar a que, al día siguiente, se le abriera otra causa por delitos de desacato, atentado y desobediencia (se le llegaría a pedir 4 años de cárcel). Ese mismo día envió a Rafael Garcerán, su primer pasante, a entrevistarse con Mola para entregarle una carta. El general le dijo: «La carta de José Antonio me ha emocionado»; pero, al parecer, no aceptó las condiciones del jefe falangista para sumarse al golpe de Estado.

Unos días más tarde, el 5 de junio, en una nota entregada a Fal Conde (jefe de los carlistas, por delegación del pretendiente), Mola expone el programa político de los golpistas. Solo recogemos los puntos que consideramos más interesantes:

– Se constituirá un Directorio, integrado por un presidente [Sanjurjo] y cuatro vocales militares.

– El Directorio legislará a través de decretos-leyes, hasta que se constituya un Parlamento elegido por sufragio, en la forma que oportunamente se determine.

– Defensa de la Dictadura Republicana{37} [sic]. Las sanciones del Directorio no serán revisables por los tribunales de justicia.

– Separación de la Iglesia y el Estado; libertad de cultos y respeto por todas las religiones.

– El Directorio se comprometerá durante su gestión a no cambiar en la nación el régimen republicano.

– Mantener, en todo, las reivindicaciones obreras legalmente logradas.

Al día siguiente, en el número 2 de No Importa, se publica el artículo «Justificación de la violencia»:

«YA NO HAY SOLUCIONES PACÍFICAS. La guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse beligerante. No ha triunfado un partido más en el terreno pacífico de la democracia; ha triunfado la revolución de octubre: la revolución separatista de Barcelona y la comunista de Asturias. […]

No somos, pues, nosotros quienes hemos elegido la violencia. Es la ley de la guerra la que la impone. Los asesinatos, las tropelías, no partieron de nosotros. Ahora, eso sí –y en ello estriba nuestra gloria–, nuestro empuje combatiente, nuestra santa violencia, fue el primer dique con que tropezó la violencia criminal de los hombres de octubre. […]».{38} (OC 1498-1499). [Las mayúsculas son del original].

El día 18, José Antonio escribe a Francisco Bravo: «Creo que pronto llegarán ocasiones difíciles y decisivas. Espero, antes, hablarte con mayor detenimiento.» Pero dos días después, en el tercer (y último) número del boletín clandestino No importa, Primo de Rivera publica una tremenda diatriba contra la derecha alfonsina, en general, y contra Calvo Sotelo, en particular. En el artículo, que lleva por título: «Vista a la derecha. Aviso a los “madrugadores”, la Falange no es una fuerza cipaya», podemos leer:

«Por la izquierda se nos asesina […]. Pero –¡cuidado, camaradas!–, no está en la izquierda todo el peligro. Hay –¡aún!– en las derechas gentes a quienes, por lo visto, no merecen respeto nuestro medio centenar largo de caídos, nuestros miles de presos, nuestros trabajos en la adversidad, nuestros esfuerzos por tallar una conciencia española, cristiana y exacta. Un día sí y otro no, los jefes provinciales reciben visitas misteriosas de los conspiradores de esas derechas, con una pregunta así entre los labios: «¿Podrían ustedes darnos tantos hombres?»

Esas gentes de las que no podemos escribir sin cólera y asco, todavía SUPONEN QUE LA MISIÓN DE LA FALANGE ES PONER A SUS ÓRDENES ingenuos combatientes. […]

¿Pero qué supone esa gentuza? ¿Que la Falange es una carnicería donde se adquieren, al peso, tantos o cuántos hombres? […]

Entre la turbia, vieja, caduca, despreciable política española, hay un tipo que se suele dar con bastante frecuencia: el del «MADRUGADOR». Este tipo procura llegar cuando las brevas están en sazón –las brevas cultivadas con el esfuerzo y el sacrificio de otros– y cosecharlas bonitamente.

Nunca veréis al madrugador en los días difíciles. Jamás se arriesgará pisar el umbral de su Patria en tiempos de persecución sin una inmunidad parlamentaria que le escude. Jamás saldrá a la calle con menos de tres o cuatro policías a su zaga. Su cuerpo no conocerá las cárceles ni las privaciones.{39}

El madrugador no tiene escrúpulos. A codazos se abrirá paso en sus propias filas. Traicionará y tratará de eclipsar a sus jefes (tanto más fáciles de eclipsar cuanto más elegantemente adversos a esa especie de groseros pugilatos).{40} […] El madrugador siempre cuenta con el Ejército como un cascabel más; está convencido de que unos cuántos jefes militares arriesgarán vida, carrera y honor para servir la ambición hinchada y ridícula de quienes los adulan.{41} […]

Que alguien escuche y desmenuce el lenguaje de los “madrugadores”: ese leguaje espeso, inflado, prosaico, abrumadoramente abundante y grotescamente impreciso. ¿Podrá alguien percibir en ese lenguaje el menor aleteo de la gracia?{42} […]

No seremos ni vanguardia ni fuerza de choque ni inestimable auxiliar de ningún movimiento confusamente reaccionario. Mejor queremos la clara pugna de ahora que la modorra de un conservatismo grueso y alicorto, renacido en provecho de unos ambiciosos «madrugadores». […]

Y será inútil el madrugón. Aunque el madrugador triunfara, le serviría de poco su triunfo. […]

Nosotros para ver pasar sus cadáveres, no tendríamos más que sentarnos a la puerta de nuestra casa, bajo las estrellas.» (OC, II, pp. 1510-1512).{43} [Las mayúsculas son del original].

Por desgracia el cadáver real, no el político al que se refiere el jefe de Falange, no tardaría en pasar por las ya ensangrentadas calles de Madrid. Al margen de la incompatibilidad personal que había entre los dos líderes (derivada, en parte, por la competencia que representaba Calvo Sotelo), y del bloqueo de los monárquicos a incluir a José Antonio en las candidaturas del Frente Contrarrevolucionario de febrero; la dureza del artículo obedecía al miedo que tenía el falangista de que Calvo Sotelo se aprovechara su estancia en la cárcel para pactar con los militares un Gobierno donde FE quedase excluida o marginada, o peor aún, condenada a ser una fuerza cipaya. En el juicio de Alicante dirá:

«Y surge mi encarcelamiento y la ocasión es pintiparada. […] Sabe perfectamente el Tribunal, que en esta comarca, en esta región de Levante, predomina entre el elemento militar la Unión Militar Española.{44} La UME tenía un jefe con el que soñaba, que era el pobre Calvo Sotelo, y tenía un órgano en la Prensa que es La Época, que es el pequeño foco intelectual militar ultra reaccionario y Calvo Sotelo era el Profeta.» (OC, II, p. 1685).

Todo esto hace que B. Félix Maíz, estrecho colaborador civil de Mola, escriba:

«¿Qué podía ocurrir dentro de aquella Falange perseguida, acosada y encarcelada, para negarse a entrar en la conspiración?

En Madrid contestaron a una consulta urgente: es que el movimiento militar puede desembocar en un régimen monárquico. Puede ser también sostén de un poder netamente conservador.

La Falange no admitía ninguna de estas dos probabilidades. Sin embargo, la opinión no era unánime dentro de sus cuadros.»{45}

En esos días de junio, José Antonio escribe el artículo «El ruido y el estilo», donde se evidencia el escepticismo que le embargaba en relación al proyecto subversivo, que él creía dominado por los alfonsinos:

«Ahora oímos todos los días: “La patria”, “El Ejército”, “Antimarxismo”, “Estado totalitario”, “Me declaro fascista…” y centenares de cosas más. Pero todo como en un torbellino, como en una algarabía, sin que pueda saberse a qué ley matemática y a qué ley de amor obedece. Más parece eso la invitación a un baile de disfraces que la invitación para embarcarse en una empresa religiosa y militar de hacer historia.» (OC, II, p. 1522).

Este artículo, que comentaba otros artículos escritos por Miguel Maura, en el diario El Sol, entre el 18 y el 27 de junio, no verá la luz hasta el 6 de enero de 1940, cuando fue publicado en el diario Baleares. El artículo iba a ser publicado en Informaciones, de Madrid; pero fue prohibido por la censura. José Antonio seguro que lo interpretó como otra agresión gratuita del Gobierno, que, atendido su temperamento, pudo influir en su cambio de opinión en relación al golpe de estado, al que nos referiremos a continuación. Así, en carta dirigida a Miguel Maura, de 28 de junio, le dice:

«fue tachado de arriba abajo por la censura de la inmunda chusma que nos gobierna. Igual suerte hubiera corrido si se tratara de la Osa Mayor. Yo ya no tengo derecho ni a firmar en los periódicos: estoy proscrito de la vida civil. Bueno, esto es un incidente. Ya veremos quién ríe el último.&rdaquo; (OC, II, 1523). [La cursiva es nuestra.]

Según Francisco Bravo, ausente José Antonio y encarcelados o dispersos los miembros de la Junta Política, asumió la jefatura, por delegación, su hermano Fernando{46}, por él cual sentía el líder de FE una admiración sin límites. Añade Bravo, que fue Fernando, en representación de la Falange y manteniendo estrecho contacto con José Antonio,

«quien pactó con los representantes del Comité militar, y en especial con el general Mola, sobre la participación de Falange en el movimiento que se preparaba. Y quien llevó el peso de la Organización en las últimas y decisivas semanas anteriores al 18 de julio. […] Mientras su hermano Fernando negociaba los acuerdos decisivos, él mantenía disciplinada a la Falange en medio de la furiosa tempestad que la combatía, y así, por ejemplo, con fecha 24 de junio dirigía la circular importantísima que sigue a todas las Jefaturas provinciales para que no se dejasen embaucar ni despistar.»{47}

Después de transcribir la circular, añade Bravo: «En ese día tan próximo al de la insurrección, todavía no había pactado la Falange su participación en la lucha contra los rojos. […] La Falange pactó, pues, su participación en la insurrección.»{48} [La cursiva es nuestra]. Es decir, para este dirigente falangista está claro que FE pactó su participación en el golpe de Estado.{49} Lo que ocurre es que no sabe, o más bien no puede decir, cuáles fueron las condiciones del pacto. Es de señalar que el libro de Bravo tardó unos años en obtener el visado de la censura y que, sin duda se vio obligado a realizar modificaciones, como la inclusión del llamado “Último manifiesto de José Antonio”. El libro no sería reeditado. También hemos visto que Maíz se refiere a acuerdos adoptados con los carlistas y los falangistas.

A continuación, transcribimos parcialmente la importante circular de día 24 de junio:

«A TODAS LAS JEFATURAS TERRITORIALES Y PROVINCIALES. Urgente e importantísimo. [La cursiva es del original]

Ha llegado a conocimiento del Jefe Nacional la pluralidad de maquinaciones en favor de más o menos confusos movimientos subversivos que están desarrollándose en diversas provincias de España. […]

Pero la admiración y estimación profunda por el Ejército como órgano esencial de la Patria no implica la conformidad con cada uno de los pensamientos, palabras y proyectos que cada militar o grupo de militares pueda profesar, preferir o acariciar. […]

De aquí que los proyectos políticos de los militares (salvo, naturalmente, los que se elaboran por una minoría muy preparada que en el Ejército existe) no suelen estar adornados por el acierto. […]

Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se le proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora (de la que España ha conocido tan larga muestra), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules.»

La circular acaba con cuatro conminaciones, nos interesa la segunda:

«2º Cualquier jefe, sea la que sea su jerarquía, que concierte pactos locales con elementos militares o civiles, sin orden expresa del Jefe nacional, será fulminantemente expulsado de la Falange, y su expulsión se divulgará por todos los medios disponibles.» (OC, II, 1515-1516).

Debemos mencionar que siempre se ha aceptado que esta circular fue escrita por José Antonio; pero, como hemos puesto de manifiesto en anteriores ocasiones,{50} hay motivos para dudar de ello. No estamos diciendo que la circular no reflejase instrucciones orales de José Antonio, incluso es posible que tuviese su conformidad expresa; solo queremos poner manifiesto que formalmente la circular no fue escrita por el líder falangista. Si admitimos esto, su autor solo pudo ser su hermano Fernando que, como hemos dicho, actuaba en funciones de jefe nacional por delegación. Esta circular no figura entre los papeles que Primo de Rivera dejó en la prisión de Alicante, y que serían recogidos por el coronel Sicardo siguiendo instrucciones de Indalecio Prieto. No tenía ningún sentido su destrucción; al revés, hubiera sido una prueba de descargo importante en el juicio de noviembre de 1936.

Cinco días más tarde, el 29 de junio, otra circular da un cambio de 180 grados. Ahora se establecen las condiciones técnicas, que no políticas, para integrarse en el «movimiento», donde se especifica que no es contra la República, sino contra el «Gobierno actual». Creo que es importante resaltarlo, porque es un lugar común escribir que FE se sublevó contra la República. A continuación, transcribimos parcialmente la circular:

«A LAS JEFATURAS TERRITORIALES Y PROVINCIALES. Reservadísimo.

Como continuación a la circular de 24 del corriente, se previene a los jefes territoriales y provinciales las condiciones en que podrán concertar pactos para un posible alzamiento inmediato contra el Gobierno actual: […]

2º La Falange intervendrá en el movimiento formando sus unidades propias, con sus mandos naturales y sus distintivos (camisas, emblemas y banderas). […]

5º El jefe militar deberá prometer al de la Falange en el territorio o provincia que no serán entregados a personal alguna los mandos civiles del territorio o provincia hasta tres días, por lo menos, después de triunfante el movimiento, y que durante ese plazo retendrán el mando civil las autoridades militares. […].

7º De no ser renovadas por nueva orden expresa, las presentes instrucciones quedarán completamente sin efecto el día 10 del próximo julio, a las doce del día.» (OC, II, 1526). [Las mayúsculas y la cursiva son del original.]

En esta circular de 29 de junio, vemos como FE se suma al golpe de Estado y vemos, también, que se establecen una serie de condiciones que, si bien solo son de tipo técnico, son una demostración de que hubo algún tipo de pacto, aunque las condiciones políticas no nos han llegado. Seguramente, se trató de un pacto de honor; aunque tampoco se puede descartar que constasen en algún documento, que desapareció en la incautación que los agentes de Franco realizaron inmediatamente después de la muerte (¿accidente o sabotaje?) de Emilio Mola.{51} La «condición 5ª», que hay que relacionar con la 2ª, tenía por objeto asegurar que los falangistas, en esos tres días de desconcierto, se harían con el mando civil en las provincias o territorios donde hubiera triunfado el golpe. Esa condición tenía un carácter que iba más allá de lo puramente técnico. 

Ese cambio de actitud por parte del jefe nacional de FE, en tampoco tiempo, es como mínimo sorprendente. Así, Ceferino Maestú insinúa que esta segunda circular podría no ser del jefe nacional («con un estilo, con un lenguaje que no parece el de José Antonio»).{52} Puede que sea así, desde un punto de vista formal; pero, como hemos manifestado, no dudamos de que el contenido material de las dos circulares proceda del líder falangista. El cambio de actitud se puede explicar por el hecho de que se hubiese llegado, finalmente, a un acuerdo con el general Mola, que era el director de la conspiración militar. Así Gil Robles escribe:

«Pero a los cinco días, como consecuencia, tal vez, de conversaciones directas entre su hermano Fernando y el general Mola, o influido por la visita del conde de Rodezno, hizo difundir una nueva circular, que no recuerda su estilo literario, en la que se daban órdenes precisas para la participación de la Falange.»{53}

Manuel Valdés, amigo de José Antonio y miembro de la Junta Política, relató que en el seno de dicha Junta había dos corrientes de opinión con relación a la invitación de adherirse al golpe de Estado. Esas opiniones eran:

«Una pesimista, encabezada por Julio Ruiz de Alda, en el sentido que todo se nos había ido de las manos. Y, en contra, otra, mantenida personalmente por mí, que partía del principio de quera necesario ir al Movimiento porque nuestra gente, nuestra base, participáramos o no participáramos, irían de todas formas al movimiento.»{54}

Según González Calleja, la causa más directa de la adhesión a la rebelión militar fue la decisión de la Junta Política que acabamos de mencionar. Y añade el historiador:

«Acuciado por las presiones de los militares, de algunas personalidades de la extrema derecha y de un importante sector de su partido, Primo acabó aceptando la participación en el complot, tras comprender que una inhibición en el mismo supondría la definitiva desaparición de Falange como grupo político organizado.»{55}

El director, el 1 de julio de 1935, solo dos días después de la circular de 29 de junio, emitió un «informe reservado» a sus compañeros de armas, donde se dice lo siguiente:

«1º Está por ultimar el acuerdo con los directivos de una muy importante fuerza nacional, indispensable para la acción en ciertas provincias [clara referencia a los requetés carlistas], pues la colaboración es ofrecida a cambio de concesiones inadmisibles […].

2º Oficiosidades de ciertos elementos, sin otra representación que la suya personal, han hecho que haya tenido que dictar el Director de cierta fuerza combativa [alusión al jefe nacional de FE] una orden terminante para que sus afiliados sólo se entiendan con quienes deben entenderse. Hoy, como no podía ser menos de suceder, la inteligencia es absoluta.»{56}

Por lo tanto, el 1 de julio ya había «inteligencia absoluta» entre el jefe nacional de FE y el general Mola. Es decir, como afirma Bravo, había un pacto. Otra cosa es su contenido. Después no referiremos a ello. Lo que no queda claro es a quiénes se refiere el general con lo de «ciertos elementos, sin otra representación que la suya personal». Creemos que alude a los jefes mencionados en la circular de 24 de junio: «Pero algunos, llevados de un exceso de celo o de una peligrosa ingenuidad, se han precipitado a dibujar planos de actuación local y comprometer la participación de los camaradas en determinados planos políticos.»

Ante la oposición de los carlistas a la nota del día 5 junio, de Mola, que los lleva a retirarse de la conspiración, el director, el 7 de julio, se ve obligado a matizar el programa expuesto en la dicha nota en estos términos:

«El Directorio será antiparlamentario; lo cual no excluye que el día de mañana se recurra a una asamblea nacional elegida en forma distinta a la del actual parlamento.

En cuanto al símbolo, yo prometo solemnemente hacer cuestión de gabinete, tan pronto las circunstancias me lo permitan, y procurar inmediatamente ser restituida la bandera bicolor; pero, de momento, no puede salirse con ella, por ser impolítico, y nos restaría muchas colaboraciones de orden militar que son imprescindibles para la victoria.»{57}

No hay constancia de que Mola comunicase dicho cambio al jefe de Falange; pero el escepticismo de José Antonio (que seguramente era una persona ciclotímica){58} vuelve a manifestarse el 9 de julio:

«No estoy alegre. […] Para mí sería la suprema delicia porque me autorizaría a retirarme de la vida pública sin remordimiento de conciencia […] a mí nadie podrá decirme que para evitarlo yo no haya arriesgado mi comodidad.»{59} (OC, II, 1530). [La cursiva es nuestra].

Unos días más tarde, el 14, Garcerán volvió a visitar a Mola para entregarle una nueva carta de José Antonio. En esa misiva, sin duda impresionado por el asesinato de Calvo Sotelo, transigía en que los falangistas de Navarra, que se incorporasen a las fuerzas sublevadas, llevasen uniforme militar y no la camisa azul del partido. Según Gil Robles, el jefe nacional de FE «Al conocer las desavenencias [de Mola] con los tradicionalistas, accedió a prorrogar el plazo hasta las doce de la noche del 20 de julio.»{60}

Con fecha 17 de julio de 1936, Primo de Rivera escribió un documento conocido como el «Último manifiesto», en el cual se dice lo siguiente: «Un grupo de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quieren asistir a la total disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto que la conduce a la ruina. […]» (OC, II, 1535). En nuestra opinión, y en la de otros autores, se trata de un documento apócrifo.{61}

En la tarde de ese día 17, se sublevaban las tropas en el Marruecos español. Había empezado el golpe de Estado que, al fracasar, daría comienzo a la Guerra Civil. José Antonio se arrepintió e intentó parar la guerra,{62} proponiendo, a principios del mes de agosto, un gobierno de reconciliación nacional (integrado por republicanos moderados, la mayoría masones, y un socialista, Prieto), pero ya era tarde. El siempre creyó, con ingenuidad, que el golpe sería parecido al de su padre, del 13 septiembre de 1923. Así el día 14, durante una visita que le hizo el conde de Mayalde, al tiempo que le entregaba una carta para Mola, le dijo: «Dile que siempre oí decir a mi padre que, si se retrasa una hora, su golpe de Estado, hubiese fracasado.» (OC, II, 1533). Él –y seguramente el resto de los alzados– debido a su formación tradicional, no pudo prever que el Gobierno, cediendo a las presiones de las organizaciones revolucionarias, entregaría las armas a las masas proletarias.{63}

Antes hemos mencionado que Francisco Bravo se refería a un pacto del jefe nacional con Mola, aunque sin especificar en qué consistió. Y que fue ese pacto lo que motivo el cambio de actitud de Primo de Rivera y de que Mola hablase de «inteligencia absoluta» con una fuerza combativa. En cambio, para Gil Robles, que no cita ninguna fuente:

«La única promesa que obtuvo Primo de Rivera fue la de que el poder no sería entregado inmediatamente a los políticos de derecha. El confiaba, sin embargo, en que la Falange podría hacerse con los puestos de mando, en los momentos de inevitable desconcierto que seguirían al golpe, como consecuencia de su participación en el mismo.»{64}

En el mismo sentido Stanley Payne, que tampoco cita fuente alguna: «no hay indicación de que Mola prometiera a los falangistas nada más que la completa libertad de organización y propaganda falangista.»{65}

Vamos a ver los motivos por los cuales nosotros sí creemos que hubo un pacto de mínimos, aunque no se haya conservado documento alguno, que motivó el cambio de actitud de José Antonio, manifestado en la circular del 29 de junio.

El día 3 de julio de 1936, el líder falangista escribe a Onésimo Redondo, que está encarcelado en Ávila:

«Pero creo que eso se evitará [el falso fascismo conservador de los alfonsinos]: mediante una negociación delicadísima que llevo en persona y que me permite casi asegurar que no se hará nada sin acuerdo previamente concertado con nosotros […]  No siendo así ocuparíamos un mero papel de comparsas, que es el que se aspiraba a adjudicarnos.»{66}[La cursiva es nuestra.]

Unos días más tarde, el 12 de julio, ya reconciliados, le escribe a Ernesto Giménez Caballero: «Otra experiencia falsa que temo es la de la implantación por vía violenta de un falso fascismo conservador; sin valentía revolucionaria ni sangre joven. Claro que esto no puede conquistar el Poder; pero ¿y si se lo dan?»{67} (OC, II, 1532). Obviamente, se está refiriendo a las fuerzas civiles reaccionarias que apoyan a los militares. Para que ello no ocurra, le dice a Gecé que trabaja «sin tregua y con no poco éxito.»

Es decir, el jefe de Falange cree que ha conseguido que Mola acepte unas mínimas condiciones políticas para participar en el golpe; pero es claro que el general, aunque sea el director del golpe, es un general más en la conjura y no puede garantizar al 100 por ciento que los demás generales aceptarán las condiciones pactadas. De ahí las dudas y reservas de Primo de Rivera. Por otra parte, no sabemos en qué puntos existió acuerdo; aunque se puede inferir que, como mínimo, hubo coincidencia en: i) a no entregar el poder a los monárquicos reaccionarios, ii) que no habrá cambio en la forma de gobierno republicana, iii) que se mantendrá la separación entre la Iglesia y el Estado, iv) que se respetarán las mejoras obtenidas por los obreros, v) que las milicias falangistas participarán con sus propias unidades diferenciadas y con sus propios símbolos. Además, con mucha probabilidad, también exigiría que se implantara la reforma agraria.{68}

Según Serrano Suñer, Mola era «un general con ideas sociales avanzadas, un socialista humanista.»{69} En nuestra opinión, no le tuvo que ser difícil a Mola aceptar los planteamientos del jefe nacional de FE porque coincidían en bastantes aspectos. Vamos a verlo en el discurso de Mola, retransmitido por Radio Nacional el día 27 de febrero de 1937, donde expuso las líneas fundamentales del nuevo régimen:

«– España es una unidad histórica que repudia el separatismo;

– reconocimiento de la personalidad histórica de España y puesto preeminente en el concierto de los pueblos libres;

– plena soberanía que excluye en forma terminante la mediatización extranjera y aun el consejo egoísta;

– el Estado ha de ser un instrumento completamente totalitario al servicio exclusivo de la Patria;

– subordinación de todos los individuos al interés común;

– organización corporativa por ramas de la producción, con representación efectiva en el aparato económico para evitar la lucha de clases;

– respeto a la propiedad privada con títulos de legitimidad moral;

– protección del ciudadano contra la explotación del capital especulador;

– trabajo obligatorio y subsidio al que no lo encuentre;

– apoyo decidido a la agricultura;

– corporativismo en aquellas explotaciones agrícolas en las que no sea posible el desenvolvimiento individual;

– trabajo intensivo de las tierras, dedicando cada una, por razón de sus condiciones, a la producción más adecuada;

– regularización y nacionalización de las industrias;

– impuestos con arreglo a la situación de individuos y sociedades, con severísimas sanciones a los defraudadores y a quienes lo toleren;

– educación premilitar y creación de un Ejército, de una Marina y una flota aérea para asegurar con eficacia la integridad nacional y nuestro tráfico comercial.»

Este programa regeneracionista, que no gustó nada a Franco,{70} coincide literalmente con la Norma programática de Falange, dada a conocer a finales de noviembre de 1934.{71} Mola añade el tema de la fiscalidad y omite los puntos más radicales de la Norma programática de FE (como la nacionalización del servicio de banca, la sindicalización de los grandes servicios públicos y la expropiación sin indemnización de las tierras cuya propiedad haya sido adquirida o disfrutada ilegítimamente).

En el discurso, hay una advertencia de Mola:

«Si el día de mañana, una vez terminada la guerra, la masa española cree que no se lleva a cabo lo que soñó y pretendió conquistar a costa de buen precio de sangre, seguro estoy de que llamaría a engaño y se sublevaría con justa razón contra quienes creyera que le habían estafado. No cabe opción. Vox populi, vox Dei.»

Curiosamente, coincide con lo que dijo José Antonio en el discurso que pronunció en Mota del Cuervo (Cuenca), el día 30 de mayo de 1935:

«Muchos habrán venido a prometeros cosas que no cumplieron jamás. Yo os digo esto: nosotros somos jóvenes; pronto –lo veréis– tendremos ocasión de cumplir o incumplir lo que predicamos ahora. Pues bien, si os engañamos, alguna soga hallaréis en vuestros desvanes y algún árbol quedará en vuestra llanura; ahorcadnos sin misericordia: la última orden que yo daré a mis camisas azules será que nos tiren de los pies, para justicia y escarmiento.»(OC, II, 1028).

Queremos acabar este trabajo con unas palabras de José María Gil Robles, de Ramón Serrano Suñer, ambos de la CEDA, y de Indalecio Prieto, socialista. Dice el líder democristiano:

«Yo tengo una seguridad grande de que Franco no tuvo ningún disgusto en que desapareciera José Antonio […] porque José Antonio nunca quiso una sublevación militar. De esto tengo noticias exactísimas. Quería un golpe falangista. Podía admitir como un instrumento necesario la colaboración de militares, pero un golpe militar estructurado para dar lugar a una dictadura militar, ¡jamás! Esto es segurísimo.»{72}

Ramón Serrano Suñer, en la presentación de la nueva edición de Entre Hendaya y Gibraltar (23-V-1973), comentó que, en junio de 1936, tuvo con José Antonio una conversación en la prisión de Alicante, y que este le dijo:

«como las cosas se ponían terriblemente difíciles para los dos bandos, tendrían necesariamente que aceptar los dos la constitución de un Gobierno nacional en el que él mismo trataría de tomar parte con los republicanos, con Prieto y los socialistas moderados (excluyendo el fanatismo criminal de Largo Caballero y sus secuaces), con los monárquicos de las dos ramas y con los católicos. La guerra civil –me dijo– hay que evitarla a todo trance porque al final de las guerras civiles no hay más que derrotados.»{73}

Escribe Prieto, el 3 de septiembre de 1944, a Mr. Eden, ministro británico de Asuntos Exteriores:

«¡Cómo quería fundar [José Antonio] el Partido Social Español! ¡Cómo me alentaba para que yo recogiese lo más sano de lo que en España se llamó Partido Socialista, y marcháramos juntos! ¡Cómo me hizo dudar y vi que estábamos rebasados! Sin guerra civil –inevitable– todo era imposible. Pero no era la guerra civil que preveíamos la que ocurrió, sino esa “civil” no militar.»{74}

7. Conclusiones

1ª José Antonio Primo de Rivera quería promover un golpe de Estado, no una guerra civil, para instaurar un régimen autoritario, con representación orgánica (familia, municipio y sindicato) y sin partidos políticos, que tuviese como objetivos prioritarios la defensa de la unidad nacional y la realización de determinadas reformas sociales, con especial incidencia en la reforma agraria.

2ª No pretendió, en ningún caso, acabar con la República, como forma de gobierno, ni mucho menos substituirla por una dictadura militar o cívico militar, como fue el régimen franquista.

3ª Al final, después de muchas reservas, con muchas dudas y sintiéndose acosado por el Gobierno, se adhirió al golpe del general Mola. Seguramente se trató de un pacto de honor, sin constancia documental (si la hubo, fue secuestrada por los agentes de Franco), por lo que no conocemos las condiciones de la adhesión, pero es posible inferirlas del programa de gobierno que expuso el Mola en su discurso del 27 de febrero de 1937.

4ª Una vez fracasado el golpe de Estado, intento parar la guerra mediante un gobierno de reconciliación nacional integrado por republicanos moderados.

——

{1} FONTANA, Josep: «Recuperar la historia de la Segona República Espanyola», Revista HMiC: historia moderna i contemporània, 1, 2003, p. 153. Debemos señalar que Fontana no indica la fuente ni la fecha del escrito de Mola.

{2} REY, Fernando del y Manuel ÁLVAREZ TARDÍO: Fuego cruzado. La primavera de 1936, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2024, p. 465. Los falangistas provocaron 145 víctimas (muertos y heridos) y tuvieron 189 bajas, ibidem, pp. 587-589. 2.000 falangistas (incluyendo su cúpula) fueron detenidos; en cambio, las milicias socialistas podían actuar con total impunidad, según TAGÜEÑA LACORTE, M.: Testimonio de dos guerras, Planeta, Barcelona 2005, p 94.  Tagüeña era dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas.

{3} El presidente de Unión Republicana, Martínez Barrio, hombre con fama de moderado, dijo en Cáceres: «Los funcionarios que […] digan solamente Viva España y no añadan Viva la República no estarán en sus puestos más que el tiempo que tardemos nosotros en saberlo.» (El Heraldo, 12-II-1936).

{4} DÍAZ, José: Tres años de lucha. Editorial Laia (Barcelona 1978), vol. I, pp. 200-201.

{5} PORTELA VALLADARES, M.: Memorias, Alianza Editorial, Madrid 1988, p. 191. Portela es un personaje un tanto enigmático. Así, en los inicios de la Guerra Civil, se declara partidario de Franco; después, da su apoyo a Juan Negrín, que le ofrece, en 1938, la cartera de Gobernación, que no llega a ocupar. Ya en el exilio, es elegido presidente del Bloque Republicano Nazonal Galego (1945). Fue gran maestre de la Regional Catalana del Gran Oriente Español y miembro del Consejo Federal Simbólico de la Masonería Española. Murió en 1952.

{6} Carta de Portela a Martínez Barrios, 1 de diciembre de 1937, en: PORTELA VALLADARES, Manuel: Dietario de dos guerras (1936-1950), Ediciós do Castro, A Coruña, 1988, p. 127.

{7} IRIBARREN, José Mª: Con el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la Guerra Civil, Librería General, Zaragoza, 1937, p. 12. Iribarren, que era secretario de Mola, dice que debe a la información al general. Interesa destacar que el libro se publicó en vida de la Mola.

{8} GODED, Manuel: Un “faccioso” cien por cien, Talleres Editoriales Heraldo, Zaragoza, 1939, p. 26. Portela no recoge la petición de Goded.

{9} XIMÉNEZ DE SANDOVAL, Felipe: José Antonio (Biografía apasionada), Fuerza Nueva Editorial, Madrid, 1980, p. 444. La referencia oficial en el diario vespertino LaVoz (17-II-1936).Portela, en sus libros, no menciona esa entrevista con Primo de Rivera.

{10} FERNÁNDEZ-CUESTA, Raimundo; Testimonio, recuerdos y reflexiones, Ediciones Dyrsa, Madrid, 1985, pp. 54-55.

{11} Véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: De los Sindicatos Libres a los Sindicatos Verticales. Aproximación histórica al sindicalismo nacional (193-1937), Punto Rojo Libros, Sevilla 2022, pp. 162-180.

{12} IBÁÑEZ HERNÁNDEZ, Rafael: Estudio y acción. La Falange fundacional a la luz del Diario de Alejandro Salazar (1934-1936), Ediciones Barbarroja, Madrid, 1993, pp. 40. El 13 de febrero, tres días antes de las elecciones, José Antonio es entrevistado por un periodista de izquierdas, nacido en Gijón (1898), pero con pasaporte argentino. A la pregunta: «¿Qué opina usted de Azaña?» Responde: «Es un temperamento político magnífico. Pero es casi seguro que no tenga valor para desligarse de la extrema izquierda, en la cual se apoya ahora.» Cf. SUERO, Pablo: España levanta el puño, Buenos Aires, 1937, p. 87. Esta entrevista no se encuentra recogida en: PRIMO DE RIVERA, José Antonio: Obras completas, Plataforma 2003, Madrid 2007; (en adelante, OC). El temor de este se cumplió, ya que según Gil Robles: «La última vez que hablé con el señor Azaña no me ocultó que temía verse arrollado por las masas del Frente Popular.»; en: GIL ROBLES, José María: No fue posible la paz, Ediciones Ariel, Barcelona 1968, p. 706. 

{13} Para las relaciones entre Azaña y el jefe falangista, véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: «La amistad entre Manuel Azaña y José Antonio Primo de Rivera», El Catoblepas, 205, octubre-diciembre 2024.

{14} PAYNE, Stanley G.: El colapso de la Segunda República. La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, p.299.La actitud del Frente Popular fue un error, como escribe el radical-socialista Gordón  Ordás: «Aunque parezca muy aventurado lo que afirmo, creo que fue posible al principio lograr que el propio José Antonio Primo de Rivera hubiese cooperado en la Republica de izquierda si con la acción y la retórica, que amaba por igual, se le hubiera sabido atraer a nuestro régimen, pues yo no he olvidado que delante de mí le dijo un día en el Congreso a don Indalecio Prieto, por quien sentía respeto y admiración, que él se inscribiría en el Partido Socialista, si este se declarara nacional»; GORDÓN ORDÁS, Félix: Mi política fuera de España, vol. II, México DF, 1967, p. 16.

{15} ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel y Roberto VILLA GARCIA: 1936 Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Espasa, Barcelona, 2017, pp. 349-350.

{16} El secretario general de FE relata que, una vez detenido, lo bajaron a los sótanos de la sede de la Dirección General de Seguridad, donde ya estaba José Antonio «y en cuyo rostro se adivinaba una ira contenida que le daba una expresión más dura de la normal en él.» FERNÁNDEZ-CUESTA, Raimundo: Testimonio…, ob. cit., p. 60. Sin duda, en ese estado de ira contenida, influyó que los sótanos de la DGS eran un antro de suciedad: «el suelo, con una mescla grasienta de tres dedos de espesor formada por restos de comida y excrementos, en la que se hundían los pies […]». Ibidem. Hay que tener en cuenta que el líder falangista era seguramente misófobo (tenía que lavarse las manos, después de estrechárselas a diez personas).

{17} Véase nota 13.

{18} PORTELA VALLADARES, Manuel: Dietario…, ob. cit., p. 207. La anotación es del 6 de septiembre de 1942.

{19} La fecha la deducimos de: «En cambio, hoy, martes el crepúsculo vespertino se ha teñido de rojo. Apenas entrada la noche, Vallecas se ilumina de hogueras. Unos grupos inquietos han recorrido las calles en actitud descompuesta, y han prendido fuego a varias iglesias y edificios particulares. La fuerza pública sigue cumpliendo su consigna discreta…»; anotación correspondiente al día 10 de marzo en el diario de MUÑIZ, Alfredo: Días de hora y cuchillo, Espuela de Plata, Sevilla 2009, p. 71. Muñiz era un periodista del diario de izquierdas El Heraldo de Madrid.

{20} IRIBARREN, José Mª: Con el general Mola…, ob. cit., p. 13.

{21} También se equivoca Hernández Barba cuando sitúa su tercera entrevista con Primo de Rivera. Pues, según él, José Antonio –cuando hubo un conflicto entre comunistas y cadetes del Alcázar de Toledo–, le pidió camiones para trasladar 1.000 falangistas al Alcázar para sublevarse juntamente con los cadetes; pero resulta que esa propuesta de alzamiento, que no prosperó al no contar con el apoyo de Franco, tuvo lugar el 28 de diciembre de 1935; y el conflicto con los cadetes fue el 2 de junio de 1936.

{22} PORTELA VALLADARES, Manuel: Dietario de…, ob. cit., p. 202. La anotación es del 23 de agosto de 1942.

{23} XIMÉNEZ DE SANDOVAL, Felipe: José Antonio…, ob. cit., p. 411-412. Eduardo Aunós Pérez (1894-1967) fue ministro de Trabajo, Comercio e Industria, durante la Dictadura del general Primo de Rivera, y ministro de Justicia con Franco.

{24} PORTELA VALLADARES, Manuel: Memorias, Alianza Editorial, Madrid 1988, p. 200.

{25} Es cierto que Eugenio Montes Domínguez (1900-1982) nunca se refirió a estos hechos (ni a ninguno que tuviera que ver con la historia de la Falange republicana), pero es que el escritor fue denunciado al Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo por tener trayectoria masónica, izquierdista y separatista y el instructor pidió, en diciembre de 1942, su expulsión del partido; aunque al final, gracias a que alegó que José Antonio  y Sánchez Mazas conocían su anterior afiliación masónica, no fue sancionado, pero el expediente en 1944 seguía abierto; cf. THOMÀS, Joan Maria: Postguerra y Falange, Debate, Barcelona 2024, p. 242.

{26} PORTELA VALLADARES, Manuel: Dietario…, ob. cit., p. 156.  La anotación es del 24 de agosto de 1939. Para más información sobre la estima del expresidente por Primo de Rivera, puede consultarse MAS RIGO, Jeroni Miquel: «Las postrimerías de José Antonio Primo de Rivera a la luz del Dietario de Manuel Portela Valladares, El Catoblepas, 45, noviembre de 2005.

{27} MUÑOZ BOLAÑOS, Roberto: Las conspiraciones del 36. Militares y civiles contra el Frente Popular, Espasa, Barcelona, p. 118-119 y 127. Según este autor, José Antonio no aceptó la jefatura de los alfonsinos.

{28} Ibidem, pp. 146-147.

{29} Pieza Segunda de Valencia. Del Alzamiento Nacional. Antecedentes. Ejército Rojo y Liberación. Archivo Histórico Nacional FC-CAUSA_GENERAL, 1389, Exp.1. Cuando fundó la UME, Hernández Barba solo era capitán.

{30} FRANCO BAHAMONDE, Francisco: “Apuntes” personales sobre la República y la Guerra Civil, Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1987, p. 33.

{31} Aróstegui reconoce que Mola diseñó «un frente cívico-militar, pero no lo es menos que ése nunca llegó a funcionar» [las cursivas son del original], para justificar esa aseveración escribe que «esos comités civiles no existieron como tales»; esto no es del todo cierto, puesto que, según el jefe de la UME: «Falange no participó en la Junta Civil que se creó [en Valencia] porque tenía su propio proyecto de sublevación.»; Aróstegui añade que «Por lo demás, está perfectamente claro que el objetivo político de la insurrección no era otro que la Dictadura militar» [la cursiva es del original]; pero se trataba de una dictadura temporal, como más adelante, reconoce el propio profesor de Memoria Histórica: «En otro momento de la historia, la sublevación habría llevado a una dictadura transitoria que es lo que parece haber buscado Mola.» ARÓSTEGUI, Julio: Por qué el 18 de julio… Y después, Flor de Viento Ediciones, Barcelona 2006, pp. 145 y 256.

{32} «Primo de Rivera no era partidario de que el Ejército se sublevase solo, sino después o al lado del pueblo.» en: IRIBARREN, José Mª: Con el general Mola., ob. cit., p. 15, n. 1.

{33} MAÍZ, B. Félix: Mola frente a Franco. Guerra y muerte del General Mola, Laocoonte Editorial, Pamplona, 2007, p. 478.

{34} LAZO, Alfonso: Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y Ejército. Editorial Síntesis (Madrid 2008), p. 48.

{35} Este punto 27 decía así: «Nos afanaremos por triunfar en la lucha con sólo las fuerzas sujetas a nuestra disciplina. Pactaremos muy poco. Sólo en el empuje final por la conquista del Estado gestionará el mando las colaboraciones necesarias, siempre que esté asegurado nuestro predominio.»

{36} Casares Quiroga estaba obsesionado con el fascismo. Como reconoce el diputado socialista Vidarte: «El gobierno daba más importancia a Falange que a los militares.» cf. VIDARTE, Juan-Simeón: Todos fuimos culpables. Testimonio de un socialista español. Grijalbo, Barcelona 1978, p. 158.

{37} Para Aróstegui, Mola era «contradictorio en algunos aspectos. Destruía y pretendía conservar, al mismo tiempo, el régimen republicano.» AROSTEGUI, Julio: Por qué el 18…, ob. cit., p. 163. Diríamos que este autor padece un lapsus calami al confundir el sistema democrático liberal con la república como forma de gobierno; si no fuera porque, más adelante, en un claro ejemplo de proyección psicológica, dice que el programa de Mola era un «completo galimatías propio de la mentalidad típica del Ejército en los años veinte y treinta […].», ibidem, p. 165. En cambio, Cabanellas considera que Mola se inspira en la propuesta de dictadura nacional republicana de Miguel Maura; CABANELLAS, Guillermo: Cuatro generales. Vol. 1: Preludio a la Guerra Civil, Planeta, Barcelona, 1977, p. 432.

{38} La autoría de este artículo presenta dudas. Así lo encontramos incluido en la Obra completa (1939) de Julio Ruiz de Alda. Según su hermano Pablo, provocó que «se recibieran en la cárcel cientos de telegramas de felicitación de todos los rincones de España». Años después, seguramente porque recuerda al estilo del jefe nacional, aparecerá en las OC de este. Lo más probable, a parecer nuestro, es que fuera escrito por Ruiz de Alda y que José Antonio lo corrigiera para darle un tono más literario.

{39} José Antonio le reprocha a Calvo Sotelo, que había sido ministro de Hacienda en el Directorio civil del general Primo de Rivera, que no se hubiera quedado en España para defender la obra de la Dictadura, en lugar de exiliarse en París. Tuvo que lamentar, pocos días después (cuando Calvo Sotelo fue asesinado, en la madrugada del día 13 de julio), esas palabras.

{40} Clara alusión a Antonio Goicoechea, que era el jefe de Renovación Española y resultó desplazado por Calvo Sotelo cuando este regresó del exilio. Todo indica, como ya hemos dicho en otro lugar, que Goicoechea no participó en la venganza de los alfonsinos contra el falangista por no haber querido incorporar la Falange en el Bloque Nacional.

{41} Primo de Rivera estaba convencido, con razón, que la UME era el brazo armado de los monárquicos.

{42} José Antonio, además, recriminaba a Calvo Sotelo que en sus discursos hablase atropelladamente –como haría años después otro ilustre político gallego– lo que hacía que, a veces, sus frases perdieran el sentido. Primo de Rivera se muestra injusto con el colaborador de su padre.

{43} Jorge Vigón, tampoco sin nombrarle, desde las páginas del diario La Época (1-VII-1936) responde a José Antonio: «Pero cuando el ensayista le aflige además un deseo incontenido de mando, deja de ser un ejemplar literario pintoresco, para ser un peligro nacional en potencia. Peligro tanto más grave cuanto más le adorne esas cualidades accesorias que son la simpatía, la fluidez verbal, la prestancia física y el valor. Por eso cuando ellas se acumulan en el ensayista, si la cultura, la inteligencia y un verdadero amor a la patria no sirven de correctivo a la frivolidad de su espíritu inquieto y disperso, es preciso vigilar muy de cerca a este futuro portador de daños irreparables.» Alusión irónica a la expresión joseantoniana de que «el hombre es portador de valores eternos». El artículo de Vigón se halla reproducido íntegro en GIBSON, Ian: En busca de José Antonio, Planeta, Barcelona, 1980, p.124-127.

{44} Cuando estalló la guerra, Hernández Barba estaba destinado en Valencia.

{45} MAÍZ, B. Félix: Mola, aquel hombre. Diario de la conspiración 1936. Planeta (Barcelona 1976), p. 88.

{46} Fernando Primo de Rivera (1908-1936), militar de caballería y aviador (dejó el servicio activo de la carrera con la «Ley Azaña») y también médico. Al parecer, no se afiló al partido hasta después de las elecciones de febrero de 1936. También se dice que era pesimista con relación a la sublevación militar. Fue detenido el 13 de julio y sería asesinado en la cárcel de Madrid, el 22 de agosto de 1936. Según el monárquico y laureado aviador Ansaldo, que conspiró en 1934 para apartar a José Antonio de la jefatura de FE, Fernando era un «magnífico oficial de aviación y ejemplar extraordinario de hombre, el más completo en la ya selecta serie masculina de Primo de Rivera.»; cf. ANSALDO, Juan Antonio.: ¿Para qué…? (De Alfonso XIII a Juan III), Editorial Vasca Ekin, Buenos Aires, 1951, p. 180. Su hijo, Miguel (1934-2018), amigo del Rey Juan Carlos I, defendió en las Cortes franquistas el Proyecto de ley de reforma política de 1976, que permitió al presidente Suárez desmantelar el Estado franquista. Su actitud fue decisiva para arrastrar el voto de los francofalangistas en la aprobación de la ley.

{47} BRAVO MARTÍNEZ, Francisco: Historia de Falange Española de las J.O.N.S., Ediciones FE, Madrid 1940, pp. 201-202.

{48} Ibidem, p. 205-206.

{49} En cambio, para Aróstegui: «Falange había acabado aceptado las condiciones de Mola». Se trata de una afirmación gratuita; ARÓSTEGUI, Julio: Por qué el …, ob. cit., 170.

{50} Para los motivos de dudar de la autoría, véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: De los Sindicatos Libres…, ob. cit., pp. 201-202; o bien, «Documentos atribuidos a José Antonio y cuya autoría presenta dudas», La Razón de la Proa, 31-03-2022, larazondelaproa.es, también del mismo autor.

{51} Según Ángel Viñas, el historiador militar y piloto civil Carlos Blanco Escolá (1933-2019), autor de una biografía de Emilio Mola, estaba convencido de que este había muerto víctima de un sabotaje. De la misma opinión era Juan Bautista Bergua, amigo del general, que seguramente se basaba en confidencias del ayudante de Mola.

{52} MAESTÚ BARRIO, Ceferino: Los enamorados de la Revolución. La Falange y la C.N.T. en la II República, Plataforma 2003, Madrid 2012, p. 682.

{53} GIL ROBLES, José María: No fue posible…, ob. cit., p. 736.

{54} VALDÉS LARRAÑAGA, Manuel: De la Falange al Movimiento (1936-1952). Fundación Nacional Francisco Franco (Madrid 1994), pp. 13-14. Según un autor argentino y peronista: «La opinión refrendada por Julio se mostraba partidaria de una demora en el Alzamiento, “hasta tanto quedase asegurado nuestro predominio y participación preponderante de nuestras fuerzas ante las demás organizaciones armadas.”» PAVON PEREYRA, Enrique: De la vida de José Antonio. Ediciones F. C., Madrid 1947, pp. 159-160. El sector conservador, encabezado por Raimundo Fernández-Cuesta y el catalán Robert Bassas, respaldó la opinión de Manuel Valdés. Este tenía razón, los nuevos militantes, que se habían adherido al partido más por su odio al Frente Popular que por su adhesión a los principios del nacionalsindicalismo, se hubieran unido automáticamente al «movimiento».

{55} GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936. Alianza Editorial, Madrid 2011, pp. 366-367. Este autor tiene razón en lo que afirma; pero, como la mayoría de autores, no cree que hubiese un pacto entre Primo de Rivera y Mola.

{56} MAÍZ, B. Félix: Mola, aquel … p. 224. El problema que había con los carlistas era la forma de gobierno, la bandera nacional (bicolor o tricolor) y la separación Iglesia y Estado. «La mayor parte del Ejército, hoy, es republicano y Falange Española también –decía Mola a Fal [Conde] en Irache– […] el futuro Directorio se comprometerá a no cambiar en la nación el régimen republicano […] la separación de la Iglesia y el Estado, sin que esto implique divorcio. Libertad de cultos y respeto para todas las religiones.» Ibidem, p. 237.

{57} Véase LIZARZA, Antonio de: Memorias de la conspiración, Ediciones Dyrsa, Madrid 1986, p. 80-81 y 85.

{58} «He cambiado mis viejas alternancias de depresión y entusiasmo […]», carta dirigida a Marichu de la Mora, el 6 de junio de 1936. (OC, II, 1497]. Además, como ya hemos mencionado, José Antonio padecía ataques de ira, que se pueden relacionar con la ciclotimia y también con fobias o TOC.

{59} Carta dirigida a Marichu de la Mora. Esta amiga íntima de José Antonio era nieta de Antonio Maura y hermana de Constancia, que estaba casada con Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación republicana, y los dos ingresaron, en 1936, en el partido comunista. Marichu ocuparía cargos en la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera.

{60} GIL ROBLES, José María: No fue posible…, ob. cit. p. 736.

{61} Véase nota 50.

{62} Durante su cautiverio le dijo a su hermano Miguel: «Todas las guerras son, en principio, una barbarie y una guerra civil, además de una barbarie, es una ordinariez.»; Prólogo a: MANCISIDOR, José María: Frente a Frente. José Antonio frente al Tribunal Popular, Editorial Almena, Madrid 1975, p. 12.

{63} Para Portela, el día que se armó al pueblo, «quedó cavada la fosa de la República», cf.: Dietario de dos guerras. Una opinión contraria (que Aróstegui, poco sospechoso, califica de no atinada), la tenemos en F. Espinosa, que asevera que los sublevados tenían plena conciencia de que el 18 de julio «derivaría en un conflicto civil generalizado.»; ARÓSTEGUI, Julio: Por qué el…, ob. cit., p. 267.

{64} Véase nota 62.

{65} PAYNE, Stanley G.: Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona, 1997, p. 330.`h5

{66} Esta carta, que no figura en las OC, está recogida en MARTÍNEZ DE BEDOYA, J.: Memorias desde mi aldea, Ámbito, Valladolid 1996, pp. 90-91.

{67} Aunque el documento no parece que sea un original, sino una copia, su contenido material sí parece auténtico; véase nota 51.

{68} El punto 8 del programa que propuso, en agosto de 1936, para un Gobierno de reconciliación nacional (al que antes hemos hecho referencia), decía así: «Implantación inmediata de la ley de Reforma agraria.»(OC, II, 1541).

{69} SAÑA, Heleno: El franquismo sin mitos. Conversaciones con Serrano Suñer, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1982, p. 50. Según Serrano, «Mola estimaba muchísimo a José Antonio. Ambos se hubieran entendido perfectamente.»; ibidem, p. 52. También, SERRANO SUÑER, Ramón: Memorias. Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue. Planeta (Barcelona 1977), pág. 159. Félix MAÍZ igualmente nos informa de que el general era «tachado de izquierdista y muy avanzado en lo social», ob. cit., p. 216. Todo esto contradice la aseveración gratuita de que Mola «no simpatizaba con el nacionalsindicalismo», en GIL PECHARROMAN, Julio: José Antonio Primo de Rivera, Temas de Hoy, Madrid 1976, p. 473.

{70} MAÍZ, B. F.: Mola frente a Franco. Guerra y muerte del General Mola, Planeta, Barcelona, 2007, p. 396-397. En cambio, el discurso obtuvo la aceptación de Gil Robles: «Como simple ciudadano, permítame le exprese una total conformidad con sus ideas.» Ibidem, p. 142.

{71} Juan Bautista BERGUA (1892-1991), estando detenido en la cárcel de Ávila, publicó en mayo de 1937, con el seudónimo de Juan Bautista España, un libro intitulado Nueva Aurora (en la cubierta llevaba el yugo y las flechas y en la contracubierta la bandera de FE) donde hay continuas referencias a la similitud de las directrices expuestas por Mola con el programa nacionalsindicalista. Bergua, que era escritor y editor, profesaba un comunismo sui generis. Salvó la vida gracias a su amistad con Mola. Meses después, el libro, que contaba con el visto bueno del general, sería prohibido. Para más información, MAS RIGO, Jeroni Miquel: «Juan B. Bergua, Emilio Mola y la Falange», en la revista digital El Catoblepas, nº 192 (verano de 2020), p. 8. Gracias a la amabilidad de una nieta del escritor, he podido leer una carta de Mola a Bergua donde le hace saber que el seudónimo Juan España ya lo utilizaba otro escritor, entonces Bergua añadió su segundo nombre: Bautista.

{72} GIBSON, I: En busca de José Antonio (Barcelona 1980), pág. 237.

{73} Lo tomo de REDONDO, Gonzalo: Historia de la Iglesia en España 1931-1939, tomo I, Rialp, Madrid 1993, pp. 509-510. También en: MERINO, Ignacio: Serrano Suñer, historia de una conducta, Algaba, Barcelona 1996, p. 166.

{74} KINDELÁN, Alfredo [hijo]: «Contrastes», ABC, Madrid, 15-V-1976.


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