El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 210 · enero-marzo 2025 · página 9
Artículos

Philosopharum navis:
fisionomía de una muerte civil

Nicolás Marín Pareja

Lenin y el “Barco de los filósofos”


resumen. Entre el verano y otoño de 1922 el gobierno bolchevique decide expulsar de Rusia a un conjunto de académicos y pensadores representantes de la intelligentsia prerrevolucionaria, bajo el pretexto de anular toda corriente reaccionaria que pudiese servir de apoyo a las posibles alternativas políticas a las que se tendría que enfrentar el comunismo soviético. Dicho hito histórico, conocido como el «Barco de los filósofos», fue programado por Vladímir Lenin, en consonancia con sus ideas sobre la lucha de clases y el terror ejercido por el Estado. Este artículo pretende ahondar en las fundamentaciones filosóficas que movieron a los bolcheviques a aniquilar civilmente a la antigua élite intelectual rusa, la cual fue afín inicialmente a muchos de los presupuestos de la Revolución de 1917.

«Nuestras débiles almas intelectuales [intelligentsia] son simplemente incapaces de concebir abominaciones y horrores a una escala bíblica y solo pueden caer en un estado de entumecimiento e inconsciencia. Y no hay salida, porque ya no hay más patria. Occidente no nos necesita, ni Rusia tampoco, porque ya no existe. Hay que retirarse a la soledad de un cosmopolitismo estoico, es decir, empezar a vivir y respirar en el vacío.» (Boobbyer: 1992, 175). Semyon Frank

 
1. Un sueño de Platón ampliado y realizado

Lenin Lamenta Anatoly Lunarchasky (1975, 89-98), Comisario del Pueblo para la Educación, principal cargo bolchevique para gestionar la educación pública y la propagación de cultura, la pobre y perniciosa influencia que el lejano Occidente, concretamente a raíz de la «Gran Revolución Francesa»,había ejercido en una más aún lejana Rusia, que, sin embargo, antagónicamente a ojos de Vladímir Veĭdle (1950, 62-63), ya había experimentado su primera auténtica revolución, a la «occidental», a manos del tecnócrata zar Pedro el Grande.

Veĭdle, insigne historiador liberal emigrado en 1924, diagnostica en Rusia ausente y presente (1949) que la русская душа (ruskaya dusha), noción popular de «alma rusa», se configuró desde sus inicios en contraposición con los reiterados intentos de europeización de su clase dirigente, ora el «Proyecto Griego» de Catalina II, ora el paneslavismo imperialista, interpretado como mera «rusificación» depredadora por los pueblos afectados, que reclamó su soberanía sobre otras naciones históricas como Polonia, Chequia o Eslovenia, pertenecientes al Imperio Austrohúngaro.

El negativo de la zarista ilustración pétrea, a su vez, también provino de esta neonobleza que los reinados de Isabel I y Catalina II desarrollaron prodigiosamente, a pesar de que su impulso iniciático se orientase a una catábasis, en sentido convergente, con el resto de Europa. La reacción antieuropea, ensalzada desde mediados del siglo XVIII bajo los mimbres de un nacionalismo espiritualista de corte eslavófilo, se erigió frente a la supuesta figura nacional que, estrategias aparte, buscaba desde la «ventana de Rusia» la confluencia de una nueva identidad que resolvería los procesos anteriores entre Rusia y Occidente (Weidlé: 1949, 20-21).

Pero esta vocación europea de Rusia, inclinación que es interpretada por Dostoyevsky como condición de posibilidad de rejuvenecimiento y regeneración de la cristiandad occidental, irá cambiando de orientación a través de las ideas de los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, los cuales, lejanos no de la clase nobiliaria pero sí de las ideas que representaban esa élite dirigente ligada al Estado y la Iglesia, tomarán, en oposición, el nombre de intelligentsia, y se compondrá de una heterogeneidad de personalidades cuyo mínimo denominador común será su actitud reaccionaria frente al aparato del Estado, gobierno y emperador inclusive (Weidlé, 1950, 96), conjunto que en el campo filosófico ha recibido el nombre de nihilismo ruso.

Europa, como totalidad, se confecciona, al igual que «occidente», como arquetipo de civilización, no obstante, «occidente» como entidad ambiguamente pretendida desde el prisma ruso, alude a una realidad inexistente, o más bien complejamente relativa, contradictoria, de la cual no cabe tomar cualquier préstamo. Fue común que la élite rusa, al conectar Europa con Occidente, tendiese a glorificar en exceso los éxitos de otras naciones, adoptando posturas anglófilas, francófilas, germanófilas, &c. Los nihilistas y espiritualistas reaccionarios, al dudar de la pertinencia de los valores occidentales, caracterizarán el «alma rusa» con los atributos místicos del enigma, el misterio, la inmensidad o la amplitud, en definitiva, por vía apofática. El propio Martin Heidegger (2006, 97), citando la teosofía de Vladímir Soloviev como heredera de las tesis del idealismo alemán (Hegel, Schelling) en su conferencia del 27 de junio de 1945 en el Castillo de Wildenstein, donde se encontraba refugiada la Facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo en vísperas de la resolución de la Segunda Guerra Mundial, conecta inesperadamente la idea filosófico-teológica de «alma rusa» (espíritu) con las pretensiones del comunismo ruso, que, en su apariencia superficial, presenta un materialismo formalista, ramplón, grosero.

Tras la revolución de 1917, la política de cooperación bolchevique con la burguesía estatal y la intelligentsia plateada se prolongó durante el siguiente lustro (1918-1922), años duros, historiográficamente denominados por muchos historiadores como «Terror Rojo», empapados de persecuciones políticas y violencia policial, cristalizados en la Cheka (Vecheka, VChK), de las cuales, milagrosamente, se libraron por su unidad y «espíritu» la comunidad académica y el clero.

Maxim Gorky, laureado en aquel lustro como el «escritor del proletariado», ayudaría a los intelectuales y académicos a través de la fundación de diversas organizaciones (Casa de los escritores, Casa de las Artes, Casa de los eruditos) que proporcionaron no solo unos espacios de encuentro para una clase marginada y vigilada, sino, en un sentido puramente fisicalista, raciones y leche en polvo para los bebés o medicinas para los enfermos (Chamberlain: 2007, 56). Cabe decir que tras sus ensayos críticos de 1918, publicados en época postsoviética bajo el título Pensamientos inoportunos (1917-1918), su lealtad y fidelidad al proyecto bolchevique se fue deteriorando hasta el punto de ser, como el resto de nuestros protagonistas, exiliado en el extranjero.

Toda la intelectualidad rusa de las últimas décadas del siglo XIX compartía los presupuestos reformistas respecto al régimen zarista, no obstante, si bien los compromisos contra la autocracia era una constante en el pensamiento ruso, la forma en la que se desarrollaron las diversas corrientes nos hacen clasificar, bajo los mimbres de la filosofía de Marx, auténtico pionero de un análisis materialista de los intereses de clase, entre burgueses tendentes al misticismo religioso y al liberalismo político, ligados a la Rusia tradicional aristócrata con poder y capital, y universitarios marxistas, populistas en muchos casos, que simpatizaron con el proletariado desde una calculada perspectiva sentimental. Ambos grupos, los expulsados y los marxistas, compartieron el mismo propósito, sólo que los últimos fueron los que, efectivamente, transformaron la realidad rusa tras aniquilar todo tipo de oposición en el ámbito social o político. De ahí que pensadores como Berdiáyev, Semyon Frank o Serguéi Bulgákov combinasen en sus obras trazas de liberalismo, idealismo, y socialismo, barnizadas con una espiritualidad cristiana particular y aislacionista.  

El pensamiento ruso de fines del siglo XIX, más afín a la concepción de la historia poco heroica y escéptica de Tolstoi, viró hacia el proceso histórico decisivo, revolucionario e impersonal que supuso la irrupción del marxismo. El nuevo régimen totalitario, que impondría policialmente un nuevo destinodesde su visión ciclópea, tomaría por sorpresa a estos pensadores que representaban todo tipo de variedades de creencias e ideas disidentes. La modernización forzosa de un país atrasado, tal como programó Lenin, acabó con la imagen de la vieja intelligentsia plateada, cuyo exilio, bajo las coordenadas de las pretensiones de racionalización estatal de Rusia por parte de los bolcheviques, era comprensible solo bajo el proyecto totalitario de destruir todas las corrientes filosóficas que, hipotéticamente, pudiesen entrar en conflicto con la ideología dominante.

 
2. 1922, un año jánico y bifronte

Según Trotsky (1964, 44) una determinada corriente, pensando en la evolución de la literatura rusa específicamente, no puede desarrollarse al margen de las condiciones inherentes a la época que le ven nacer, con independencia del partido que tome dicha corriente con la serie de hechos, sucesos y acontecimientos cruciales de unos años concretos. En resumen: para Trotsky, la literatura defendida por un estado implica la ejercitación e implantación de una filosofía determinada, y toda «filosofía alternativa» es, más bien, una alternativa a la filosofía oficial, la cual, necesariamente, hará referencia a los hitos históricos de su presente, al «espíritu de su época». Esta tensión dialéctica se hace más patente en el artículo de 1910, Socialismo e Intelligentsia, en donde Trotsky presagia, con ocasión de refutar las tesis de Max Adler sobre una supuesta catábasis convergente entre los intelectuales, ligados a las condiciones de necesidad impuestas por una economía capitalista y burguesa, y los nuevos socialistas, la posibilidad rupturista de luchar de forma directa e inmediata por el poder que representa esta clase acaudalada a través de las instituciones del estado.

En la misma línea, Lenin (1987a, 32) ya había avisado que aquellas ideologías, corrientes filosóficas o posiciones políticas que fuesen en contra de la lucha revolucionaria bolchevique debían de ser expulsadas inmediatamente del país. En una comunicación fechada el 19 de mayo de 1922 dirigida a F.E. Dzerzhinsky, principal dirigente de la Cheka y comisario de Transportes desde 1921, Lenin (1988, 301-302) ordena examinar y recopilar sistemática y cuidadosamente por escrito todos los datos profesionales sobre aquellos literatos (filósofos, historiadores, científicos, poetas, &c.) que tuviesen publicaciones «no comunistas», a fin elaborar los preparativos para una futura expulsión del país de los intelectuales que albergasen pensamientos o actitudes antisoviéticas.

Lenin (1973, 111), parafraseando a Joseph Dietzgen, compara a los catedráticos de filosofía con «lacayos titulados del clericalismo», ya que sus corrientes de pensamiento, centradas en justificar los intereses de clase, sirven para legitimar su posición hegemónica como burguesía. En un artículo publicado en marzo en la revista Pod Známenem Marxizma (1922, nº3), Lenin esboza de modo programático el papel que deben cumplir las corrientes filosóficas materialistas no comunistas en el conjunto del proceso revolucionario: haciendo gala del carácter partidario de la filosofía (Frolov: 1984, 328), ya que toda filosofía, como «concepción del mundo», se desarrolla a partir de determinadas coordenadas desde las que refutará, según su potencia argumentativa, las filosofías, ideologías o corrientes políticas contrarias, Lenin subrayará la relevancia histórica de los filósofos soviéticos rusos de desplegar unas tareas y actividades concretas, desde la cosmovisión marxista del mundo, a fin de divulgar internacionalmente las tesis comunistas, ateas y materialistas que les definen.

Lenin (1973, 112) señala como principal impedimento para el desarrollo del materialismo dialéctico a los prejuicios religiosos, producidos por los «oscurantistas religiosos dominantes». Esta alianza debe extenderse hacia los núcleos científicos, principalmente los representantes de las ciencias naturales, siempre tendentes al materialismo frente a las desviaciones escépticas, idealistas o espiritualistas que caracterizan la postura reaccionaria a la revolución. De este modo las ciencias se presentan como la base y fundamentación del materialismo dialéctico. No obstante, lo que nos interesa y compete en esta ocasión es la afirmación que en los últimos compases del artículo se deja traslucir, no de forma transparente, sino, más bien, a la manera del lapis specularis romano, cuando se expone la necesidad de enviar «con la mayor cortesía posible» (Lenin: 1973, 115) a los intelectuales que, como Pitirim Sorokin (1965, 1033-1035), eran tildados como pseudocientíficos porque sostenían ideológicamente corrientes intelectuales a favor del régimen capitalista y de los intereses de clase burgueses, o de oscurantistas religiosos, afines a políticas reaccionarias y tradicionales. El destino de estos profesores y académicos, según Lenin, debe ser las democracias parlamentarias occidentales.

La insinuación traslúcida, paradójicamente poco nítida pero transparente, que Lenin plasmó en El significado del materialismo militante (1922), el artículo anteriormente mencionado, nos hace intuir que el suceso de deportación en masa de la intelligentsia que acaeció entre los meses de septiembre y octubre del mismo año, organizado por la élite soviética, no fue un acontecimiento fruto de la improvisación, de la resolución caótica y frenética de problemas, sino que estaba ya prefigurado como parte indispensable de los planes y programas políticos bolcheviques. Anticipadamente, Lenin había previsto la incompatibilidad de unas élites intelectuales que, sin ser deliberadamente contrarias al materialismo, incluso habiéndose educado muchos de sus integrantes en las ideas marxistas de la lucha de clases (como Nikolái Berdiáyev), podrían ser impedimentos en el despliegue del proyecto comunista.

Durante los días 15, 16 y 17 de mayo Lenin (1987b, 201-203) envía a Dmitri I. Kursky (1874-1932), Comisario del Pueblo de Justicia de la RSFSR (República Socialista Federativa Soviética de Rusia) e integrante del primer gobierno bolchevique, una serie de cartas con el propósito de adicionar unas modificaciones para el proyecto de ley de la reforma del Código Penal acordada por el CEC (Comité Ejecutivo Central). En estas comunicaciones Lenin insta a Kursky introducir unas determinadas enmiendas en torno a la pena de muerte por fusilamiento, ampliando los artículos de su aplicación, y, como innovación, incluyendo el derecho a conmutar el fusilamiento por la expulsión del país, agregando la disposición del fusilamiento en caso de regreso sin previa autorización jurisdiccional. El nuevo Código Penal, aprobado en el III periodo de sesiones del CEC el 1 de junio de 1922, puso en funcionamiento el vehemente deseo de Lenin de expulsar a los intelectuales de un modo «humanitario» (al menos, más humanitario que el fusilamiento), y, como dejó patente la carta del 19 de mayo a Dzerzhinsky, nos reveló a Lenin como el auténtico arquitecto del exilio.

Cabe mencionar, antes de entrar en los vertiginosos acontecimientos que con rapidez pasmosa se sucederían tras la aprobación de la reforma del Código Penal, que este año de 1922, al que Lesley Chamberlain (2007, 80-101) brinda una jaculatoria en loor del Dios Jano, por el carácter bifronte y agónico del mismo, se ve antecedido, como ya se ha comentado, por impactantes hechos de terror institucionalizado, a lo que algunos historiadores, siguiendo al pionero Serguei Melgunov, han denominado Terror Rojo.

A imitación de los jacobinos revolucionarios, que pretendieron desmantelar las estructuras religiosas tradicionales para reemplazarlas por cultos seculares a la razón, al «Ser Supremo», los revolucionarios bolcheviques adoptaron una postura profundamente atea y anticlerical, ya que la destrucción de la religión en Rusia implicaba no sólo la aniquilación de las supersticiones irracionales, sino la eliminación real de la Iglesia como institución y fuente de autoridad independiente al Estado. Por otro lado, el ambiente cismático y agitado de la Iglesia ortodoxa rusa, que fue percibido y diagnosticado a la perfección por Berdiáyev (1990, 207-215), cristalizó en la conocida «Iglesia viva» o Iglesia Renovacionista, movimiento controlado en la sombra por los servicios secretos bolcheviques para dividir y debilitar a la Iglesia rusa.

El ateísmo imperante se fue percibiendo paulatinamente de forma tan evidente, nos cuenta Chamberlain (2007, 58), que, por ejemplo, en un concierto de Rájmaninov dispararon a un solista que entonaba una canción religiosa. Tal crispación se representó teatralmente a fin de mostrar la ruptura del nuevo régimen con las tradiciones religiosas del pasado: el «juicio y fusilamiento de Dios» fue una acción simbólica organizada por Anatoly Lunarchasky que tuvo lugar en Moscú en enero de 1918, y por la cual el régimen bolchevique quiso promover un estado ateo. Conscientes de la eficacia de la propaganda, se organizó un juicio simbólico en el que «Dios» fue acusado de numerosos crímenes contra la humanidad. Lunarchasky presidió el proceso legal que terminó con la «condena a muerte» y el fusilamiento (simbólico) de Dios con el propósito de erradicar la influencia de la Iglesia ortodoxa.

Este fusilamiento simbólico y fanático de 1918 debe ser conectado con el fusilamiento real de los implicados de la falsa conspiración monárquica de 1921, inventada para estrangular cualquier posible disidencia de la intelectualidad. Vladímir Tagantsev fue un geógrafo de la Universidad de San Petersburgo que fue utilizado por los servicios policiales secretos (Cheka) como chivo expiatorio para justificar una fraudulenta e inexistente conspiración monárquica y antibolchevique. Es verano de 1921, y la sequía ha provocado unas malas cosechas que han afectado a grandes zonas y regiones del país; es en este contexto de hambruna incipiente en donde se funda el 21 de julio, bajo la supervisión de Lenin y el instigamiento de Gorky y otros intelectuales y académicos, el doble Comité Público Panruso para el Alivio a los Hambrientos (VKPG), más conocido como POMGOL, con el objetivo de recaudar financiación internacional (estadounidense específicamente) para cubrir las necesidades más perentorias de la población rusa durante la hambruna.

Tanto la experiencia resultante de esta nueva institución contra el hambre, en la que Lenin señaló a ciertos miembros integrantes de ideología no comunista, principalmente por sus vínculos con el extranjero, como en el «Caso Tagantsev», con el que se aprovechó para limpiar, dirigidos por la (falsa) información de Dzerzhinsky y la policía secreta, la casta académica al fusilar, al menos (ya que varían las cifras de ejecutados según las fuentes bibliográficas), a 58 profesores de universidad miembros de la Academia Rusa de Ciencias, entre los que se encontraba el laureado poeta Nikolái Gumilyov, líder del movimiento acmeísta (Finkel: 2007, 17-19), suponen las primeras persecuciones directas al heterogéneo sector de la intelligentsia.

La auténtica conspiración bolchevique en torno al irreal y prefabricado complot monárquico de Tagantsev, y de los cientos de académicos de la Universidad de Petrogrado –desde 1914– y de otras instituciones que fueron arrestados en junio de 1921, sirvió como presagio de lo que un año más tarde estaría por suceder (Pipes: 1980, 344).

 
3. «El barco de los filósofos»

Como hemos esbozado, las diferencias ideológicas con el régimen soviético fueron una constante para la intelligentsia que, reviviendo el rechazo que experimentaron con la administración zarista y manteniendo siempre sus propias tendencias respecto a la revolución, muchos terminaron, de nuevo, por abandonar su tierra natal. Son de sobra conocidos los exilios voluntarios de los compositores Rajmáninov y Prokófiev en 1917 y 1918 respectivamente, o los de Nabokov (1920), Iván Bunin (1921) o Kandinsky (1922) entre muchos otros.

Cuando la guerra civil estaba llegando a su fin Lenin, en los textos citados anteriormente, comenzó a proponer y debatir con su círculo más cercano sobre las posibles razones y justificaciones de la expulsión de la intelectualidad. Es más que evidente que dicha idea no surgiría exclusivamente en los planes de Lenin, pero sí que cabe reconocer la autoría y promoción de dicho proyecto al revolucionario ruso. El artículo El significado del materialismo militante (1922) marca el inicio de un revisionismo histórico, ideológico, cuyo propósito es mermar las posiciones de clase de la burguesía, cristalizadas filosóficamente, como indicamos, en toda suerte de espiritualismos, idealismos germanófilos, o materialismos de corte no comunista. Esta lucha ideológica reproduce, bajo otra forma, la dialéctica de clases, extendiendo dicho choque al campo de la filosofía y las disciplinas académicas.

La POMGOL ya se reviró de modo programático contra aquellos miembros del comité que, a su parecer, aprovecharon la coyuntura para trenzar conexiones con gobiernos extranjeros bajo la excusa de negociar el suministro de alimentos. La propuesta de Lenin para reformar el código penal y sustituir la pena de muerte por la expulsión, al igual que la correspondencia con Kursky y Dzerzhinsky, revela el interés de exiliar a todo integrante de cualquier corriente contrarrevolucionaria, desde los blancos mencheviques hasta los cómplices de la Entente.

Por otro lado, había una motivación especial en anular a la intelligentsia reaccionaria, comprendida en el heterogéneo movimiento conocido como «vejoísmo», que, contrarios a la causa proletaria y populista, releyeron la desastrosa experiencia de la Revolución de 1905 en términos de fracaso, un fracaso que no solo se debió, según sus interpretaciones, a las fuerzas de represión zarista, sino también a la incapacidad de los intelectuales y académicos en proponer programas políticos constructivos para la nación (Berdiáyev et. al.: 1994, xx-xxii). Este movimiento surge a raíz de una obra recopilatoria de ensayos, publicada bajo el título de Vekhi (Вехи, «Hitos»), en donde siete pensadores rusos conservadores o liberales (reaccionarios a la revolución), entre los que se encuentran N. Berdiáyev, S. Bulgákov o P. Struve, revisan el papel de la intelligentsia en un momento crucial en la historia de Rusia.

Promovido por el filósofo erudito Mikhail O. Gershenzon, la colección fue publicada en marzo de 1909, y alcanzó un relativo éxito comercial al reeditarse hasta en cuatro ocasiones en su primer año, inflamando más de una polémica en torno a las críticas vertidas por estos filósofos. La obra fue rechazada con indignación por toda la intelectualidad prerrevolucionaria, y, por supuesto, por los bolcheviques, principalmente por la visión negativa que se ofrecía en los diferentes artículos sobre las actividades revolucionarias del pasado. Vekhi significó una autoevaluación de la intelligentsia a sí misma, sin embargo, el carácter particular de la intelectualidad, a saber: su inclinación por la comprensión teórica y la percepción crítica de los procesos sociales, les hizo ser menos susceptibles y sumisos respecto a las pautas ideológicas oficiales. Este amor por la libertad y la disidencia, dado a escala de las represiones y persecuciones políticas (tanto zarista como bolchevique), muchas de ellas injustificadas, los señaló como un grupo indeseable para cualquier régimen autoritario (Berdiáyev: 1994, 6). Aún así, en el artículo Verdad filosófica y verdad de la intelligentsia (1909) el filósofo Nikolái Berdiáyev insiste en la culpabilidad de la élite intelectual al suscribirse crítica y dialécticamente, pero también de modo utilitarista e interesado, en todas las polémicas y agitaciones políticas, siendo ambigua con sus principios y verdades sobre el estado, la sociedad o la religión. 

Todos estos acontecimientos, acotados en esta ocasión en el lustro de 1918-1922, fueron dirigiéndose a justificar la expulsión de una parte de la intelectualidad que se presentó como un enemigo de la clase proletaria, debido a los privilegios derivados de su origen social y a su situación financiera. En este contexto se incardina el hito que nos compete, lo que historiográficamente se ha denominado el «Barco de los Filósofos» o el «Barco de Vapor de los Filósofos», copiando la expresión rusa «философского парохода» (filosofskogo parohoda), traducida al francés como «Beteaux des philosophes», y en inglés como «Philosophers’ ships», del cual, en español, la bibliografía especializada es escasísima, por no decir nula. Debe mencionarse que el sintagma «barco de vapor filosófico» o «barco de vapor de los filósofos» apareció por primera vez en 1990 por sugerencia del famoso filósofo Serguéi Khoruzhiy, quien publicó un artículo en la revista Literaturnaya Gazeta exponiendo exhaustivamente las causas de las deportaciones masivas bolcheviques (Chumakov: 2022, 9).

El «Barco de los Filósofos» es, en realidad, el nombre colectivo que recibieron dos viajes de los buques alemanes de pasajeros deportados por la nueva intelligetsia comunista. El primero de los buques, el Oberbürgermeister Haken, partió entre el 29 y 30 de septiembre, y el Preussen entre el 16 y 17 de noviembre, expulsando de su país de origen a, aproximadamente, 160 personas (junto a sus familiares) de Petrogrado a Szczecin, Polonia. Estas expulsiones también se dieron en Odessa y Sebastopol, y a través de la red ferroviaria, desde Moscú a Letonia, Alemania y Finlandia. Entre los deportados en el verano y otoño de 1922 (en el extranjero y en zonas remotas del país), el mayor número eran profesores universitarios y, en general, personas con profesiones académicas. De 225 personas: médicos: 45; profesores: 41; economistas, agrónomos y/o cooperadores: 30; escritores: 22; abogados: 16; ingenieros: 12; políticos: 9; figuras religiosas: 2; y estudiantes: 34 (Sokolova & Panikar: 2021, 196).

Esta acción política, «humanitaria» para los criterios de muchos revolucionarios como Lev Trotsky (Glavatsky, Ed.: 1994, 265-268), fue anunciada por el periódico Pravda el 31 de agosto de 1922, en cuyo número 194 se afirmaba en una noticia que colmaba la portada entera, de título «Primera advertencia», las pretensiones, decretadas jurídicamente, de exiliar de manera forzosa a los «elementos contrarrevolucionarios» más activos entre los profesores de universidad, escritores, médicos e ingenieros (Glavatsky: 2002, 4).

Las listas de las que disponemos para analizar aquellos pensadores y filósofos que, por ser contrarios de forma expresa, o por poder prestar sus servicios intelectuales en un hipotético futuro a los diversos grupos de poder contrapuestos a los bolcheviques, iban a ser deportados y exiliados de un modo forzoso, son, al menos, cuatro listas de pasajeros diferentes, archivadas como documentos burocráticos, los cuales quedaron recopilados después de 1991, y custodiados actualmente en el Archivo Estatal Ruso de Historia Socio-Política (RGASPI), en el Archivo Presidencial de la Federación Rusa (APRF), en el Estudio de Documentos de Historia Contemporánea (RTsKhlDNI), y en el Servicio Federal de Seguridad, institución que ha resguardado la documentación proveniente de las instituciones de seguridad soviéticas como la Checa, sucesora de la Ojrana zarista, o la Administración Política del Estado (GPU) (Chamberlain: 2007, 306-314).

Como es bien sabido, las listas se agrupan conforme a los tres lugares de residencia de los deportados (Moscú, Petrogrado y «Ucrania»), además de variar su número entre los diferentes documentos de los archivos mentados, oscilando entre los 174 y los 200 nombres aproximadamente. No obstante, la fiabilidad de estas listas tiene que ponerse en entredicho, ya que desde las primeras comunicaciones de Lenin con Félix Dzerzhinski en mayo de 1922, hasta los operativos policiales llevados a cabo en agosto de 1923, varían el número de deportados. El reporte del 7 de septiembre, realizado para Dzerzhinski, jefe de la Checa, cita las cifras del día 23 de agosto de 1922 (Chamberlain: 2007, 301-305).

Stricto sensu debemos matizar que, aunque el suceso recibió el mencionado título del «Barco de los filósofos», el número de verdaderos filósofos académicos que fueron tripulantes deportados en los buques bolcheviques, provenientes de astilleros alemanes, fue la reducida cifra de nueve. Entre los arrestados, de las listas de actuaciones fechadas entre las noches del 16 y el 18 de agosto de 1922, encontramos un total de 21 arrestados de la lista de Moscú que, debido a su compromiso coactivo, son puestos en libertad por emprender su exilio de forma «voluntaria», aparte de aceptar el pago de los costes por su propia cuenta; entre ellos encontramos a Semyon Frank, Berdiáyev o Aikhenvald (Chamberlain: 2007, 103). En las listas de las intervenciones policiales de dichos días en Petrogrado, dadas a la manera de un «resumen», no se especifican quienes fueron realmente expulsados, indultados o detenidos, al igual que en las listas de Moscú o «Ucrania». Estas indeterminaciones recalcan nuestra afirmación de la falta de exactitud y precisión en el número de deportados.

Los nueves filósofos exiliados forzosamente fueron Fyodor Stepun, Vladímir Lossky, Ivan Lapshin, Lev Karsavin, Nikolái Berdiáyev, Serguéi Bulgákov, Borys Vysheslavtsev, Ivan Ilyín y Semyon Frank. Además de estas nueve insignes figuras, cabe mencionar la expulsión de Yuly Aykhenvald, crítico literario y primer traductor de Schopenhauer en ruso. Todos estos pensadores, influenciados por la filosofía de Vladímir Soloviov, coincidieron en regresar de un marxismo juvenil con la forma del vejoísmo antizarista a los presupuestos del idealismo alemán, abogando por diversas interpretaciones del paneslavismo orientalista y el cristianismo ortodoxo, el liberalismo en el terreno económico, y el revisionismo histórico en cuanto a la cuestión nacional rusa: la búsqueda de una «tercera vía» entre los incipientes totalitarismos y las jóvenes democracias europeas.

 
4. La ideología bolchevique bajo el prisma de Nikolái Berdiáyev

Tenía cuarenta y ocho años cuando Berdiáyev fue expulsado de Rusia junto a su esposa, su hermana menor y su suegra (Berdiáyev: 1962, 232-233). Proveniente de una familia militar aristócrata, era hijo de un oficial de caballería, y a su vez nieto del teniente general de la aristocracia militar en el distrito de Kiev, sede de la casa familiar. Su madre, de ascendencia francesa, era heredera del condado de Choiseul. A la manera de Kropotkin, u otros aristócratas conscientes de su condición y privilegios, rechazó la formación militar al abandonar en sexto curso el Cuerpo de Cadetes de Kiev para prepararse los exámenes de ingreso a la universidad, a fin de estudiar filosofía. No obstante, sus problemas con las autoridades no habían hecho más que empezar: en 1897 es arrestado por participar en disturbios estudiantiles, y en 1898, tras iniciarse en su actividad como librero, por posesión y distribución de literatura ilegal. A raíz de esta última detención es expulsado de la universidad, a la que seguirá una nueva expulsión, siendo exiliado internamente por las autoridades zaristas en 1900 durante dos años en Vológda y once meses en Zhytomyr (Chamberlain: 2007, 25-27).

Berdiáyev era un pensador de difícil catalogación, en muchas ocasiones se expresaba deliberadamente de forma ambigua y mística, con afán de negar su pertenencia a una época o corriente determinada. En la misma situación que la familia de Berdiáyev se encontraron las del filósofo Nikolái Lossky, la del científico y novelista Vladímir Nabokov, cuyo padre había formado parte de la fundación del partido de los kadetes (Partido Democrático Constitucional, KD), o la de un joven Dmitri Shostakóvich. Berdiáyev, junto a la intelectualidad emigrada, y a pesar de la increíble heterogeneidad de los miembros de la misma, mantuvieron sus propias tendencias anteriormente expuestas frente a la revolución soviética.

La filosofía de Karl Marx, auténtico armazón ideológico de los revolucionarios, se apoya en una concepción universalista de la antítesis proletariado-burguesía, sin embargo, para el filósofo ruso esta postura construye una idea de clase social totalmente simbólica e inexistente en un sentido histórico-material. Berdiáyev subraya el grave error de Marx al querer hallar ambas clases sociales antagónicas en cualquier época histórica, y definiendo la idea misma de historia desde las coordenadas de dicha contienda perpetua. De este modo, se asocia esencialmente a cada clase social determinados atributos y orientaciones, a saber: ateísmo, materialismo, moral colectiva, socialismo, &c., estarán ligados al proletariado, mientras que la religión, el espiritualismo (o idealismo), el individualismo o el capitalismo aparecen naturalmente ligados al la burguesía. Berdiáyev expone a filósofos como Max Scheler o Martin Heidegger a la manera de ejemplos que escapan a la estructura lógica dual marxista.

La sociedad en su conjunto, y cada clase que compone el puzzle social, es hipostasiada por Marx con atributos que la definen como «proletaria» o «burguesa», hecho que, a ojos de Berdiáyev, supone un razonamiento de insólita e inaudita ingenuidad e inocencia. Resumiendo: no es posible dar un juicio absoluto (y simple) sobre una sociedad y su cultura. La estructura y organización de las sociedades tribales a través del totemismo, o el sistema de castas indio, reflejan para Berdiáyev (1936, 23) que los criterios de Marx, basado en la lucha de clases, no siempre son operativos.

La desventaja de las tesis de Marx es que pretende analizar la realidad económica bajo los términos de explotados y explotadores, obviando que tal combate entre clases, con la consabida conexión con la teoría de la plusvalía, tiene una connotación ética y axiológica. De este modo, y atravesando la mencionada teoría, la economía deviene ética y la ética deviene economía. Berdiáyev señala el carácter pendular de las clases, en tanto que el proletariado se aburguesa conforme mejora sus condiciones socioeconómicas:

«Los comunistas se alzan indignados contra este estado de cosas; pero ellos mismos son los burgueses de mañana o pasado. (…) Esto lo podemos verificar hasta en la Rusia soviética, en cuyo seno empieza ya a destacarse una nueva burguesía, más cruel y más ansiosa de vivir que lo era la presente.» (Berdiáyev: 1936, 34).

Para Berdiáyev (1936, 37) el análisis materialista de la dialéctica histórica entre explotadores y explotados sintoniza con los principios cristianos de liberación de los hombres del pecado original, de las formas penosas de existir, al apreciar la individualidad y el alma de cada ser humano. Sin embargo, las categorías sociales y económicas de las que se vale Marx no pueden erigirse como rasgos absolutos que trascienden los casos históricos, dándose en todos ellos transversalmente. El capitalismo, caracterizado en transformar al hombre en objeto y al trabajo en mercancía, al igual que la teoría marxista, olvida que el origen del trabajo no es material, sino espiritual, y que el hombre es un ser que espiritualmente está destinado a trabajar desde la libertad (de espíritu) y la actividad, pero que choca con las fuerzas materiales de la necesidad, propias del mundo fenoménico y de la economía de mercado. Desde un punto de vista «axiológico» el ser humano no puede supeditarse a ninguna categoría, y mucho menos la de «clase». El marxismo erige la clase por encima del individuo (Berdiáyev: 1936, 44), por otro lado, el capitalismo despersonaliza a los hombres, constriñéndolos a los planos fenoménicos de lo material y lo económico. 

La existencia es, principalmente, dinamismo, movimiento, y ser un «yo» (microcosmos) es ser un «núcleo extra-temporal» (ser un yo es tener cierta invariabilidad en el cambio). Al nacer, el yo («caída») se aleja de la existencia, del espíritu, para incrustarse en el mundo fenoménico, natural y objetivado (no-yo), y en esta confrontación dolorosa el yo toma conciencia de sí mismo (Klimov: 1979, 56). La conciencia simbólica se encuentra orientada hacia el interior, hacia el misterio que «rodea el yo profundo» (conexión microcosmos-cosmos), y supera la aparente realidad de este mundo fenoménico para captar las referencias simbólicas, los signos, de otro mundo. Por su parte, la conciencia realistaes incapaz de llegar a la aprehensión de los signos que ocultan la naturaleza, por eso queda presa de los fenómenos. La conciencia de los profetas («verdaderos aristócratas»), en su búsqueda de «otro-yo», trata de no alienarse en el mundo natural decadente de la objetivación y la exteriorización. Esta conciencia es compartida por los revolucionarios de espíritu, por los innovadores, incomprendidos, &c., quienes sin ser genios poseen la «genialidad», es decir, una actitud creadora frente a la vida. Por otro lado, la conciencia realista, propiamente burguesa, «carece de soledad», y tiene como acicates la glorificación acrítica e irreflexiva de la técnica y la acumulación de riquezas (en el caso de la burguesía y la élite bolchevique), además del rechazo a la tradición religiosa y las costumbres nacionales, avatares propios del capitalismo.

Según Berdiáyev, filósofo de la libertad, la existencia (el espíritu) es dinamismo, y el yo oscila constantemente entre la conciencia simbólica (conciencia de sí) y la conciencia realista encadenada al mundo fenoménico (no-yo). La primera permitirá la superación (Aufhebung) del estado en el que se nos presenta el mundo, precisamente por la actitud creadora que caracteriza a esta conciencia simbólica, la cual aspira alcanzar los principios espirituales superiores. La conciencia realista se encarna tanto en el «espíritu burgués» como en el «espíritu comunista», cuyos ideales están inextricablemente unidos a la lógica de la servidumbre del mundo actual, desarrolladas, según el pensador ruso, a través de la técnica industrial entendida como un fin en sí misma. (Klimov: 1979, 60)

De este modo, el comunismo, aunque se presenta superficialmente como una alternativa liberadora completamente nueva, materialista y atea, reincide en el vetusto carácter místico y mesiánico, espiritualista, de la religión de Israel (Berdiáyev: 1968, 101), principalmente en el hecho de determinar una clase elegida, el proletariado en el caso marxista, como responsable de una revolución sin precedentes que haga desaparecer las auténticas relaciones sociales y económicas de dominio que rigen estructuralmente nuestra realidad antropológica. Para el filósofo ruso, el comunismo de Lenin replica el capitalismo y la tecnocracia estadounidense, bajo la forma de socialismo estatal, además de comportarse en materia social como cualquier gobierno despótico al espiar, controlar, mentir y manipular sistemáticamente a su población (Berdiáyev: 1939, 164).

 
5. Conclusiones

Como es bien sabido, los líderes bolcheviques transformaron la filosofía de Marx en el materialismo dialéctico leninista, erigiéndose como doctrina oficial de la Unión Soviética a la vez que el complejo sistema del filósofo alemán se simplificaba en pos de su aplicabilidad y adaptabilidad. La idea del liderazgo del proletariado en el proceso revolucionario acabaría asentándose como dogma, mientras que su genuina comprensión iría evaporándose entre los planes y programas de la élite bolchevique, la cual justificaba sus procedimientos políticos totalitarios por medio de la resolución de los problemas más inmediatos.

«El rigor de la dictadura del proletariado», según afirmaría Trotsky (1977, 39) en su famosísima obra Terrorismo y comunismo (1920), justificaría las medidas represivas, intimidatorias y censoras contra las partes adversas que impedirían la consecución de tal fin. En ¿Qué hacer? (1902) Lenin expresa sus críticas a la estructura democrática que años más tarde defenderá una porción considerable de los mencheviques; en este texto Lenin se presenta como un discípulo de Engels, al seguir sus observaciones sobre la posible dictadura de un gobierno proletario que, habiendo barrido al Estado burgués, organice Rusia no en virtud de la libertad y la igualdad, sino de la realización del comunismo a través de la autocracia, la sumisión y el autoritarismo coactivo. Esto impide apostar por la democracia, régimen que obstaculizaría la revolución social.

El «Barco de los filósofos», la deportación masiva y forzosa de gran parte de la élite académica y la intelligentsia representante del renacimiento argénteo ruso, supuso el desmantelamiento «humanitario» de las capas reaccionarias y críticas de la revolución bolchevique. Este episodio de arrestos, detenciones, encarcelamientos y exilios cumplía el programa leninista de reducir al máximo las posibles fuerzas contrarrevolucionarias. Como ya hemos indicado, los filósofos solo compusieron una ínfima proporción del numero de deportados, pero su producción literaria reflejaba a la perfección no tanto un posicionamiento contrarrevolucionario, sino peri-revolucionario, en tanto que la defensa de corrientes como el idealismo o el espiritualismo en ontología y gnoseología, el paneslavismo y el socialismo en política, o la ortodoxia en materia religiosa, los situaba en unos márgenes indeterminados y confusos, ambiguos, respecto al compromiso revolucionario tomado por el reducido grupo bolchevique.

 
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