El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 210 · enero-marzo 2025 · página 3
Artículos

La cientificidad de las ciencias humanas desde la Teoría del cierre categorial

Daniel Alarcón Díaz

La especificidad del «cierre» de una ciencia humana


Resumen:
motivo

Las ciencias humanas presentan una situación institucional característica, en la que su cientificidad aparece cuestionada. Debe explorarse si esta peculiaridad es un hecho únicamente sociológico, o si consta de un fundamento objetivo, capaz de delimitarlas frente a las ciencias canónicas. Para ello, se ofrece un análisis de los componentes de las ciencias humanas en tres clases – el de los componentes técnicos, el de los componentes propiamente científicos y el de los componentes filosóficos– , a través de diferentes ejemplos, para posteriormente emitir un juicio global.

§ 1. Introducción: naturaleza filosófica del problema

¿Son las ciencias humanas «ciencias» en el mismo sentido como predicamos esta palabra de la física, la química o la biología? En la presente publicación, trataremos de ofrecer una respuesta a esta pregunta, partiendo de los presupuestos de la Teoría del cierre categorial (Bueno, 1992). El término «sentido», en su formulación, significa que si interpretamos, ab initio, la cientificidad de las ciencias humanas como la propia de otro sentido de ciencia que el propio de las ciencias canónicas (las ciencias humanas son ciencias humanas), entonces su alcance crítico quedaría disuelto; porque de lo que se trata es de tomar esas ciencias, consagradas institucionalmente como disciplinas «rigurosas», cuyo progreso e independencia están fuera de discusión, como canon para el análisis de esas otras disciplinas, como la etnología, la economía, la sociología o la psicología, cuya objetividad aparece cuestionada. No se plantea, bajo un desplazamiento inverso del canon, si la física o la química tienen cientificidad en el sentido como la tiene la psicología; por ello, la difusión del problema puede tomarse como ya indicativa de una peculiar situación institucional de las ciencias humanas en la «república de las ciencias».

Sin embargo, para que este problema se transforme en filosófico es necesario que esa situación no la concibamos como una cuestión únicamente subjetual (sociológica ella misma), «poniendo entre paréntesis» la verdad de las ciencias humanas, sino que procuremos determinar si ese «hecho social» tiene, además, un fundamento objetivo, si las ciencias humanas tienen algún rasgo inherente, que las distinga de las ciencias canónicas. Para que sea significativo, ese rasgo no puede consistir únicamente de una oposición de objeto, ya que, si la ciencia fuese «una», con la salvedad del objeto sobre el que se proyecta –si se trata de un fenómeno natural (ciencias naturales), de una forma ideal (ciencias formales) o de un fenómeno social (ciencias humanas)–, entonces la pregunta quedaría respondida afirmativamente, y no admitiría mayor discusión. Pero si, como supondremos, el campo de las ciencias humanas, por su estructura, impide que éstas alcancen la «objetividad» en que se mantienen las ciencias canónicas, por incluir entre sus términos a ciertos sujetos, que actúan, están dotados de intenciones, y con los cuales el científico social tiene que compararse, en el momento de comprender y explicar sus acciones, entonces la distinción resultará haber sido más profunda.

§ 2. Principios del enfoque que adoptaremos

Toda resolución del problema implicará una serie de principios implícitos, surgidos in medias res del análisis, relativos a una concepción de la cientificidad de las ciencias canónicas, es decir, de aquellas cualidades que nos permiten llamarlas «científicas» en un sentido distintivo. Los tres principios fundamentales que seguiremos en este caso son los siguientes:

(1) Aunque asumiremos que el grado de «certidumbre» y «objetividad» vinculado a las ciencias es mayor que el que corresponde al resto de saberes, evitaremos entender esta diferencia como una dicotomía, al modo del fundamentalismo científico (Bueno, 2010). Por tanto, evitaremos el dilema, relativo al estatus de una disciplina, según el cual o bien es científica, y entonces debiera constituir una totalidad perfectamente armónica y uniforme, que se desarrolla según una dinámica acumulativa lineal de verdades, o bien no es científica, y entonces se trata de algo meramente «subjetivo» o arbitrario, carente de criterios objetivos que permitan dirimir los conflictos entre teorías. De un lado, porque las ciencias canónicas no son todos armónicos, sino preñados de todo tipo de polémicas y problemas abiertos, donde los componentes sociológicos (corporativos, ideológicos) no pueden ser considerados algo «externo», en el momento en que afectan y son la «condición de posibilidad» del propio «hacer» de los científicos, aunque puedan abstraerse en el momento de considerar la «verdad» de un teorema. De otro lado, porque también disciplinas no científicas, al menos en el sentido de las ciencias canónicas, como la filosofía, tienen cierta «sustantividad», y criterios objetivos propios, a pesar de que su «progreso» únicamente pueda determinarse según premisas partidistas, es decir, situados desde la plataforma de un sistema filosófico determinado, capaz de explicar a los otros sin que se dé la contrarrecíproca, y que funciona, por tanto, como canon de medida.

(2) No entenderemos las ciencias humanas como todos enterizos, cuya cientificidad puede ser determinada de una vez y sin distinguir previamente sus partes, sino como complejos de partes heterogéneas, de naturaleza muy diversa (institucional y teórica), y entreveramientos constitutivos con otras disciplinas, en un vórtice sui generis, unificado conforme a cierta pauta distintiva, donde, según el aspecto que consideremos, la respuesta a la pregunta titular puede arrojar un resultado positivo o negativo, sin que por eso renunciemos a ofrecer, también, una solución «global», para la ciencia humana in toto, de carácter más abstracto, pero no por ello superfluo.

(3) Finalmente, supondremos que cada ciencia humana, así como toda ciencia canónica, está dotada de una estructura propia, que tiene que estudiarse «por sí misma». Pero esta «mismidad» no la entenderemos en un sentido absoluto o nominalista, porque la estructura «interna» de una ciencia requiere, a su vez, para ser entendida, de su comparación con otras, para establecer ciertas analogías, y principalmente la que permite formar los dos grupos consabidos de ciencias (humanas y canónicas). Por la misma razón, no es necesario comparar siempre las ciencias uno a uno, sino que es posible comparar ambos grupos conjuntamente (humanas frente a canónicas), mediante la abstracción de las diferencias internas (las que median entre la etnología y la historia, o entre las matemáticas y la física), siempre y cuando no perdamos de vista las determinaciones que conciernen a cada ciencia, considerada individualmente. Para evitarlo, ilustraremos nuestro análisis a través de diferentes ejemplos: economía política, geografía, sociología, psicología, gramática, filología, historia, etc.

§ 3. La heterogeneidad en las ciencias humanas

En consonancia con los principios propuestos, debemos distinguir ahora las diferentes partes de las ciencias humanas, tanto individual como colectivamente, que sean significativas para afectar a los términos del problema, para solo después regresar hacia una consideración de carácter más global en torno a su cientificidad. En esta primera línea, distinguiremos tres grupos de componentes: el grupo de las partes técnicas, que se corresponde con el nivel metodológico β2-operatorio (Bueno, 1978), y en menor medida con el nivel β1-operatorio, en el cual las «agencias» de los sujetos que forman parte del campo, comparables a las del propio científico, no pueden ser abstraidas o segregadas, por la estructura del nivel técnico mismo; el grupo de las partes científicas, que se corresponde con el nivel α2-operatorio, en el cual ya no consideramos tanto la agencia, como tal, cuanto el producto objetivado de ésta arroja, y que acerca la estructura de las ciencias humanas a las canónicas; y el grupo de las partes filosóficas, que se corresponde con la «capa metodológica» de la disciplina, como el conjunto de aquellas Ideas (filosóficas en sentido estricto, pero también metafísicas o teológicas), implicadas, particularmente, en la «autoconcepción» que el científico realiza de su propia actividad, y que trascienden el campo de la ciencia humana, pero que, sin embargo, son imprescindibles para orientar su trabajo como tal científico, por oposición a la «capa básica», en la que se insertan los resultados positivos (Bueno, 1973, pp. 673-680). Consideremos ahora cada una de estas tres clases por separado:

(1) Partes técnicas. Al igual que las ciencias canónicas, en las ciencias humanas pueden encontrarse precedentes técnicos, que se encuentran en su génesis histórica como disciplina. La diferencia fundamental cabe cifrarla, en este sentido, en que, mientras que en las ciencias canónicas, su origen técnico queda totalmente abstraido en la estructura de la disciplina posterior, en las ciencias humanas ese origen queda refundido, y transformado, al ser incorporado, en el «vórtice» de la disciplina posterior (Alarcón, 2023). En este punto caben diversos grados de intrincación, desde ciencias en las que el momento técnico se mantiene prácticamente indisociado de los niveles científicos, como la economía, hasta ciencias en las que éste casi ha desaparecido, en la estructura constituida, como la gramática y la filología. Vamos a ver algunos ejemplos:

En el caso de la psicología, esta «dimensión técnica» reside en la psicoterapia, entendida como la manipulación de la conducta del paciente, orientada a conformarla a un canon biomédico de salud humana. En el caso de la gramática, podría cifrarse en la traducción e interpretación, surgida en el contexto de sociedades, como las ciudades-Estado de la Antigua Grecia, que han entrado en contacto con otras de su entorno, y requieren la determinación de ciertas estructuras invariantes, que permitan comparar las lenguas de los diversos pueblos. En el caso de la economía, en tanto que se refiere en alguna medida al Estado, como economía política, parece evidente que no se la puede desligar de la planificación productiva o la regulación del mercado laboral. En el caso de la sociología, ya desde sus inicios Durkheim tuvo que responder a las acusaciones que Gabriel Tarde le formulaba, por sus pretensiones, heredadas del positivismo, de practicar una suerte de ingeniería social, orientada a la recuperación de las organizaciones gremiales, para hacer frente a la «anomia» de la sociedad capitalista de su tiempo. En el caso de la geografía, su orientación en torno al «paisaje», por sí misma muy oscura, podría interpretarse de un modo positivo si vinculamos éste a la cartografía, es decir, a la produccción de mapas, para establecer establecer rutas comerciales, organizar a los ejércitos en una guerra, y mantener, en general, el control sobre cierto territorio. En el caso de la historia, podrían apreciarse componentes técnicos ligados a la práctica política en el hecho de que las primeras «historias» –Heródoto, Tucídides– hayan sido análisis de las causas de alguna guerra (las Guerras Médicas y la Guerra del Peloponeso, respectivamente), o en las «genealogías» e «historias nacionales», por sus funciones de legitimación. Desde esta perspectiva, la tardía aparición de la sociología y la psicología como disciplinas podría explicarse también si atendemos al hecho de que, con anterioridad al siglo XIX, sus funciones públicas eran suplidas por las instituciones públicas del cristianismo (el catequista, el moralista político), mediante una ambivalencia que, de un lado, «bloqueaba» ese surgimiento, por su paradigma moralista, pero, de otro, sentaba las bases sobre las que éstas se constituirían.

(2) Partes científicas. Son los componentes que se pueden analogar a las ciencias canónicas, aunque de un modo imperfecto, si es que el nivel α1-operatorio, que corresponde al grado de segregación objetiva propio de éstas, conllevaría la supresión total de las acciones del campo de la disciplina donde éste se alcanza, y por tanto su pérdida de la condición de «ciencia humana». Por ello, no puede decirse que en las ciencias humanas se den «teoremas», como los que conforman la física o las matemáticas, aunque sí pueden encontrarse ciertas construcciones teóricas que sobrepasan, desde luego, el nivel propio de las técnicas, y que permiten su refundición desde una nueva óptica. Se trata del nivel α2-operatorio, y puede alcanzarse de dos modos distintos: bien mediante métodos que se han constituido específicamente en el campo de la ciencia al que se aplican (situación II-α2-operatoria), bien mediante métodos genéricos a las ciencias humanas, y que dotan, por tanto, de cierto grado de «cientificidad» a éstas no ya de un modo directo, sino oblicuo, es decir, a través de alguna ciencia canónica (situación I-α2-operatoria).

Como ejemplos de la primera situación, podríamos citar el uso de «métodos estructurales», como en la lingüística estructural o en la gramática generativa de Chomsky. La psicología evolutiva, como sucampo de la psicología, en la versión de Piaget o en la de Vygotski, no se encuentra desconectada de la manipulación de la conducta, al requerir de todo tipo de experimentos con niños en diferentes fases de desarrollo; pero, a su vez, las fases en el desarrollo ni siquiera tienen una aplicación técnica directa, por ejemplo, al desarrollo del aprendizaje, salvo cuando esas fases han sido previamente retraducidas. En sociología, el análisis por funciones sociales, que puede encontrarse no solo en la escuela llamada «funcionalista», u otras veces «estructural-funcionalista», en su rama francesa (Durkheim) o en su rama norteamericana (Parsons, Merton), sino también por sociólogos de otras escuelas (como Weber o Berger), si bien resulta fundamental para la ingeniería social, tampoco se deja reducir a esa dimensión técnica, que no está requerida por la propia explicación, que, cuando se involucra con la historia, es, incluso, retroducción, sobre hechos que ya no pueden ser cambiados.

La segunda situación se alcanza, en geografía, cuando involucra la geología – dependiente, a su vez, en su origen, de la técnica de la minería– o las matemáticas, mediante el cálculo de escalas. En el caso de la sociología, refiere el uso de métodos estadísticos, orientados a establecer correlaciones y regularidades en los fenómenos históricos que se dan en cierto contexto. Lo que interesa resaltar, en este aspecto, es que la estadística social, por sí misma, no es explicativa, sino descriptiva; es decir, se limita a refinar, orientándose por ciertas premisas teóricas, lo que debe ser explicado, encontrando las variables significativas, pero manteniéndose en un terreno aún abstracto, que únicamente cuando es puesto en relación con la praxis efectiva de los sujetos, puede alcanzar algún sentido gnoseológico, como parte de una construcción más amplia.

(3) Partes filosóficas. Una diferencia que media entre las ciencias canónicas y las ciencias humanas es el peso relativo que desempeña la filosofía en ellas. No se trata, en este sentido, de que los economistas o los sociólogos hagan filosofía, con Ideas que trascienden su campo de estudio, y que, sin embargo, son fundamentales en la orientación de su ejercicio constructivo, ya que este rasgo, en efecto, es compartido con disciplinas como la física o, especialmente, la biología, con polémicas tan fundamentales como la del vitalismo y el mecanicismo; sino de que ese campo se encuentra totalmente preñado de esas Ideas.

En economía, es el caso de la Idea de valor, que, si bien hoy tiende a ser considerada como prescindible, contituyó la clave central de teorías económicas como la de Ricardo, Marx o Jevons. En psicología, puede citarse el modelo computacional de la mente, decisivo en la psicología cognitiva, o las discusiones en torno a la naturaleza de la mente y la conducta, a raíz de la crítica skinnerista. En sociología, todo tipo de reflexiones sobre la naturaleza de la sociedad, del individuo, de la subjetividad, de la reflexividad, de la religión, de la clase social, etc., se entretejen junto con las explicaciones de instituciones y regularidades concretas. Así se entiende, asimismo, que las diferentes escuelas sociológicas hayan estado, desde el comienzo, ligadas a alguna escuela filosófica determinada: la rama francesa (Durkheim), por el positivismo, la rama alemana (Simmel, Weber, Berger, Luckmann), por el idealismo, la rama rusa (el materialismo histórico soviético), por el marxismo, o la rama estadounidense (Parsons y Merton, influidos por Pareto, además de Coleman, Elster o Goldthorpe), primeramente por el pragmatismo, y después por la filosofía analítica, o el postmodernismo (teoría crítica de la raza, estudios de género).

Lo que importa destacar, en este punto, es la relativa disociabilidad entre los productos más positivos de una escuela en las ciencias humanas, y las teorías filosóficas que han orientado la producción teórica; porque, de un lado, Ideas filosóficas «falsas» (metafísicas o idealistas) pueden conducir a construcciones «verdaderas», así como construcciones erróneas pueden ampararse en Ideas muy precisas. De nuevo, esta cualidad es compartida con las ciencias canónicas, si atendemos a los presupuestos teológicos que subyacían en la concepción del mundo que inspiró a Newton, y sirve, a un tiempo, como dique de contención al «imperialismo» mutuo de unas escuelas sobre otras, en el seno de una disciplina, si es que participar de filosofías distintas no puede ser considerada una justificación suficiente para despreciar o considerar refutados «en bloque» los resultados arrojados por el resto de escuelas. Esta disociabilidad no consiste, por tanto, en que puedan existir resultados «puros» en las ciencias humanas, que podamos considerar de un modo absoluto, separado de toda filosofía, sino en que una misma explicación de carácter «empírico» puede ser interpretada desde filosofías diversas.

§ 4. Conclusión: el «cierre» en una ciencia humana

Una vez ya discriminadas las partes «morfológicas» de las ciencias humanas, podemos ahora regresar hacia el problema de su cientificidad, no ya referida a las que hemos considerado, ya, sus «partes científicas», sino predicada de cada una de esas ciencias, como un todo. A fin de delimitar la situación efectiva, utilizaremos la Idea gnoseológica de «cierre», que entenderemos, en un sentido funcional, como la relativa independencia que se establece en el vórtice de operaciones (teóricas, experimentales) que se realizan en el seno de un campo (técnica, ciencia), frente a los componentes «externos», de los campos de su entorno.

Esta definición general se despliega inmediatamente en tres modos de «cierre» distintos: el cierre fenoménico, que entenderemos como la convergencia en el estudio de algún fenómeno o conjunto de fenómenos de diversas disciplinas, independientes las unas de las otras; el cierre tecnológico, propio de las técnicas y tecnologías, que se articula en torno a la transformación de ese entorno; y el cierre categorial, propio de las ciencias canónicas, como la física, la química o las matemáticas, que se articula en torno a sus «teoremas». Si utilizamos una distinción binaria, que únicamente distinga entre el «cierre categorial» y el «cierre fenoménico», como dos clases complementarias, cuyo criterio de distinción se pusiese en correspondencia con la oposición entre «fenómenos» y «esencias», resultaría que tanto el cierre fenoménico, en el sentido como lo hemos definido, como el cierre tecnológico, también en este sentido, serían ambos «fenoménicos».

Como primera advertencia, puede remarcarse que la filosofía no tiene un «cierre» en ninguno de los tres sentidos, ni en ningún otro; y esto porque no se refiere a categorías determinadas, sino que, por definición, su saber, consistente en el entretejimiento de las Ideas, las trasciende, consideradas individualmente, partiendo de ellas, y es, por tanto, un «saber de segundo grado» (Bueno, 1970); o, dicho de otro modo, su campo es el universo, lo que equivale a decir que no tiene un campo propiamente dicho, por no estar acotado frente a un entorno.

Como segunda advertencia, no se trata de una clasificación de tipos estancos, sino de diferentes «grados de inmanencia», o de segregación respecto del entorno, en las operaciones del campo de la disciplina. El cierre fenoménico implica una inmanencia límite-mínimo, ya que impide hablar de una «disciplina» propiamente dicha, sino de un conjunto de disciplinas independientes. Un ejemplo podríamos cifrarlo en el sintagma «ciencias del mar» (biología marina, geología marina, etc.), entre las cuales el «científico del mar» se va moviendo, saltando de una a otra, o trascendiéndolas, en la dirección de la filosofía. El cierre tecnológico, por su lado, es más imperfecto que el categorial: las técnicas, según esto, no pueden abstraerse unas de otras, o de todo tipo de condicionantes sociales y políticos, componentes ideológicos y estéticos, filosóficos, etc. Finalmente, el cierre categorial no es tampoco un modo uniforme, sino que admite diferentes densidades: las matemáticas tienen, en este punto, la densidad máxima, frente a, por ejemplo, la biología, donde la teoría evolutiva implica, en ciertos momentos, componentes β-operatorios, al tener que contar, para hablar de «selección natural», con las agencias de los organismos animales, en su «lucha por la vida», a través de las cuales se da la replicación del genoma.

En el esquema por grados que hemos establecido, las ciencias humanas, por lo dicho, se sitúan «a medio camino» entre el cierre tecnológico, si es que la dimensión técnica, frente a las ciencias canónicas, no queda totalmente abstraida de la disciplina a que ha dado origen, sino que queda refundida en un nuevo vórtice distintivo; y el cierre categorial, si es que otros componentes trascienden ese plano, si no alcanzando el nivel α1-operatorio, sí alcanzando el nivel α2-operatorio. Sin embargo, la fórmula «a medio camino» no debe ser interpretada en el sentido de un continuum entre estructuras uniformes, ya que las ciencias humanas no presentan estructuras de este tipo, sino precisamente en el sentido de la heterogeneidad de sus partes, donde los mayores niveles de objetividad de los componentes científicos se contrapensan con su dimensión técnica. En suma, las ciencias humanas, en tanto en cuanto aglutinan componentes tanto técnicos como científicos y filosóficos, no son meras técnicas, ni tampoco ciencias, ni filosofías, sino simplemente eso: ciencias humanas.

Referencias bibliográficas

Alarcón, Daniel (2023). Lección «La “sociología en general” y la sociología de la religión como especialidad suya».

Bueno, Gustavo (1970). El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Madrid: Ciencia Nueva.

Bueno, Gustavo (1992). Teoría del cierre categorial. Volumen 1. Oviedo: Pentalfa.

Bueno, Gustavo (1993). Teoría del cierre categorial. Volumen 2. Oviedo: Pentalfa.

Bueno, Gustavo (1978). En torno al concepto de 'Ciencias Humanas'. La distinción entre metodologías α-operatorias y β-operatorias. El Basilisco, 2, 12-46.

Bueno, Gustavo (2010). Fundamentalismo científico y Bioética. El Catoblepas, 97, 2.


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