El Catoblepas · número 210 · enero-marzo 2025 · página 1

Reivindicación de los «Rasguños» de Gustavo Bueno como género filosófico
Marcelino Suárez Ardura
Parte de este escrito fue leído en la celebración del Centenario de Gustavo Bueno, en el Club La Nueva España, Oviedo, el día 3 de octubre de 2024
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La celebración, en este espacio, del centenario del filósofo Gustavo Bueno, nacido en Santo Domingo de la Calzada el 1 de septiembre de 2024 y fallecido el 7 de agosto de 2016, en Niembro, no debe ser considerada como un acto casual. En efecto, no debe de ser casualidad que sea esta sala el lugar que se elija, en Oviedo, para conmemorar el centenario de su nacimiento, porque este es el espacio desde el que muchos hemos podido escuchar de su propia boca numerosas charlas, conferencias y exposiciones de todo tipo, es el lugar desde el que la ciudad de Oviedo ha podido escuchar al filosofo disertar numerosas veces sobre los más diversos asuntos, aparentemente desconectados, pero en todo caso cargados de finura, originalidad y acierto. En suma, fue el lugar desde el que habló –para decirlo con las palabras de Tomás García López– no solamente a la ciudad sino también al resto del mundo en la medida en que determinados problemas le conciernen, claro está, a través de España.
Seguramente, muchos de los asistentes a esta celebración, aquí, hoy, podrían corroborar estas palabras; pero también podrían confirmar el hecho según el cual también el propio Gustavo Bueno ocupó más de una vez los asientos de esta sala en calidad de oyente –de oyente activo– y no solo de ponente o conferenciante. Digamos esto para subrayar que el filósofo en cuanto tal sabía encontrar su lugar no solo en las tarimas sino, por decirlo así, al ras del aula.
Esta sala es, no cabe duda, una de las instituciones más conspicuas de la ciudad de Oviedo y viene a desempeñar algo así como una suerte de pórtico privilegiado del ágora urbana desde el que el filósofo ha podido presentarnos sus reflexiones. Sin embargo, esto no bebe hacernos olvidar que, recíprocamente, el privilegio lo fue también de la propia institución al contar entre sus personalidades con una figura de la talla del filósofo Gustavo Bueno. Una figura que, como es evidente, no se fue conformando en exclusiva, reductivamente diríamos, según la horma de los recintos desde los que reflexionaba, porque esos recintos, esas instituciones, estaban contemplados, atravesados y desbordados por la potencia universal de aquellas reflexiones vertidas en lengua española. Vendría a cuento traer aquí el relato de Heródoto, cuando nos narra las críticas recibidas por Temístocles en Atenas, a pesar de haber sido el vencedor de Salamina: «al llegar de Atenas, procedente de Lacedemonia, fue cuando Timodemo de Afidnas –un enemigo suyo que, sin embargo, no era un ciudadano destacado– empezó a injuriarlo, loco de envidia, echándole en cara su viaje a Lacedemonia, ya que, según él, las distinciones que le habían concedido los lacedemonios las había obtenido por representar a Atenas, y no por sus méritos personales. Entonces Temístocles, como Timodemo no cesaba en sus críticas, le dijo: “Mira, eso es verdad. Si yo fuera de Belbina, no habría recibido tantos honores de los espartiatas; pero, aunque eres ateniense, tú tampoco, amigo mío.”» (Heródoto, Libro VIII, 125, 1-2). Mutatis mutandis podríamos decir, en efecto, que esta sala ha sido el lugar desde el que Gustavo Bueno ha disertado sobre los más diversos asuntos humanos, naturales y divinos, pero, a la vez, en cuanto que institución, ha tenido el privilegio ella misma de contener entre sus paredes, en su vacío arquitectónico, el desbordante magisterio del filósofo calceatense. Esa es la dialéctica: el reconocimiento a su singularidad refrenda el privilegio y agradecimiento por haber contado con su magisterio filosófico.
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Muchos han querido adelantarse a toda celebración, diríamos, «oficial». Así, ya desde casi inicios de este año 2024, se han seguido homenajes, presentaciones de libros, artículos, charlas, conferencias, &c., mediante los que se ha pretendido decirnos quién era este filósofo, cuál el significado de su obra, en qué consiste, en fin, el materialismo filosófico, bien buscando fallas, ya quiebros, pretendiendo con ello el mejor y más fiel homenaje a la figura de Gustavo Bueno. Pero todos estos lances no han agotado ni agotan la figura del filósofo ni su obra. Por otro lado, estas no han sido las únicas veces en que se ha tratado de ofrecer una imagen suya. Alguna vez se llegó a ver en don Gustavo una suerte de humorista, una caracterización que a mi juicio se torna extremada en suma, porque Gustavo Bueno es antes un continuador de Platón –y a su través de Sócrates– que de Aristófanes. Gustavo Bueno, en todo caso, no persigue el humor ni las situaciones risibles sino la verdad como corresponde al verdadero discurso; a las situaciones de humor llega por la ironía antes que por la parodia; por las contradicciones que aparecen en la confrontación de los distintos cursos que convergen o divergen dialécticamente. Pero la ironía tiene un trasfondo serio al poner de relieve las contradicciones objetivas entre los fenómenos o las situaciones de falsa conciencia. Es cierto que se pueden citar, incluso, anécdotas que parecen poder dibujarnos a don Gustavo según la imagen de una persona simpática y ocurrente; como, cuando ante el inicio de una cena tras una de sus conferencias, en Sama de Langreo, no estando presentes todos los comensales porque se demoraban, alguien planteó qué hacer, si comenzar la cena o esperar, y Gustavo Bueno dijo que se podría esperar mientras se cenaba. Pero esta anécdota no es un chiste, ni una mera ocurrencia más o menos afortunada, porque tiene un trasfondo lógico que, a quien lo sepa ver, disuadirá de su interpretación en términos de pura comicidad. La vis irónica de Gustavo Bueno debe verse en el contexto de sus argumentos y de la dialéctica que estos involucran, es decir, entretejida diaméricamente en el discurso filosófico, en la inagotable búsqueda de la verdad; y es en este contexto en el que queda inserta, en el que tiene lugar el cierre de la argumentación. Otras veces se ha querido ver en Bueno a un sabio, un erudito o incluso un polímata. Pero, a nuestro juicio, ninguno de estos intentos de delineación de la figura de Gustavo Bueno parece el más acertado. Se dirá que Bueno en Estatuto gnoseológico de las ciencias humanas, en cualquiera de los cinco volúmenes de Teoría del cierre categorial, en España frente a Europa o en El mito de la izquierda, por citar tan solo cuatro ejemplos, muestra tal abundancia de conocimientos geométricos, físicos, geológicos, etnológicos, históricos, económicos, tecnológicos, musicales, pictóricos, &c., que en modo alguno cabría rechazar conceptos como los de erudición o polimatía para caracterizarlo. Ahora bien, todos estos conceptos, conónimos entre sí, están relacionados con el tipo de actitud que desarrolla nuestro filósofo, no solo en los rasguños, de los que hablaremos a continuación, sino en sus clases, en sus libros y en sus exposiciones orales. La erudición desplegada en sus escritos, la diversidad de saberes que dominaba –y aun podemos decir que domina, porque sus obras están ahí para ser recorridas en presente–, en fin, la polimatía desplegada en sus intervenciones, todos ellos, vienen exigidos en virtud de una concepción de la filosofía como implantación política y como reflexión de segundo grado. Una concepción gnóstica se conformaría con un dominio de determinados saberes y, entonces, Gustavo Bueno aparecería como sabio o como polímata, con gran acopio de conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas, o como erudito. Sin embargo, la filosofía entendida como saber de segundo grado exige que el filósofo recorra los campos de las ciencias y en general los saberes en que están involucradas aquellas ideas que tienen que ver con su reflexión trituradora. Es el mismo recorrido de regressus y progressus que Platón propuso en el libro VII de la República con el mito de la caverna. Recordemos, así mismo, que el propio Gustavo Bueno representó esta distancia dialéctica entre la sabiduría –o la polimatía, o la erudición– y la filosofía ya en el mismo comienzo del opúsculo titulado Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial: «es probable que nos acordemos del cuento indio, que nos transmite Algazel; el de los ciegos que hablaban del elefante, según la experiencia que de él habían tenido: el que palpó su oreja, decía que era un cojín; el que palpó su pata, decía que era una columna, y el que tocó el colmillo, aseguró que era un cuerno gigante» (Gustavo Bueno, 1976, pág. 9). Empero, la reflexión filosófica se da a otra escala, en otro plano, lo que no significa que no haya de tener en cuenta la gran variedad de saberes que constituyen el entorno en el que se halla inmersa.
Sobre la figura y la filosofía de Gustavo Bueno, se han dicho y publicado, pues, a lo largo de este año, muchas cosas, por lo que en una ocasión como la presente, será muy difícil añadir algo con acierto y novedad que no haya sido recorrido. Se ha hablado ya sobre el sistema del materialismo filosófico, sobre su ontología y sobre su gnoseología, desde diferentes vertientes; se ha intentado ofrecer visiones sobre cada una de las doctrinas y partes que lo constituyen. Se han vertido opiniones, como se ha dicho más arriba, con intencional sentido corrector o crítico, sobre su sistema filosófico, unas veces con un alcance general y otras de forma más específica. Ya se han dado opiniones sobre sus distintas obras; solamente por mencionar algunos de sus trabajos, y sin ánimo de agotarlos, mencionaré obras como Teoría del cierre categorial (en cinco volúmenes), Ensayos materialistas, El Ego Trascendental, El animal divino, El mito de la cultura, El mito de la izquierda, El mito de la felicidad, El mito de la derecha, España frente a Europa, y esto sin referir los innumerables artículos de la revista El Basilisco, como el titulado «Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones» o «España»; precisamente el contenido de este último constituyó la materia de la magnífica lección impartida en esta misma sala el 14 de abril de 1998. Cabe mencionar particularmente cómo a propósito de este último se ha llegado a hablar, aún en vida del propio Gustavo Bueno, de cambios de dirección del materialismo filosófico. Sin embargo, a mi juicio todos estos intentos han quedado en agua de borrajas porque o bien han sido desbordados por el propio hacer del maestro o parten de supuestos que ya no estaría en el materialismo filosófico.
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No descubrimos nada si afirmamos –una vez más– la condición políticamente implantada del materialismo filosófico. La naturaleza comprometida en un sentido específico de la filosofía de Gustavo Bueno, como no podría ser de otra manera si hablamos de la filosofía académica en sentido estricto. Cabe traer aquí una anécdota que el autor de estas líneas presenció, si quiero acordarme con precisión, en una conferencia que tuvo lugar, otra vez, en Langreo, y en la que la persona que oficiaba de presentador de don Gustavo en la mesa desde la que hablaba agradecía el desinterés con que el filósofo Gustavo Bueno había accedido a intervenir aquella tarde. Inmediatamente, don Gustavo tomó el micrófono para advertir al público con una corrección significativa, señalando que él había accedido a venir sin cobrar pero no desinteresadamente. He aquí otro ejemplo de una actitud irónica cuyo alcance va más allá del simple chiste u ocurrencia y cuyo sentido se contempla sobre todo si tenemos en cuenta el concepto de implantación política de la filosofía. La filosofía de Gustavo Bueno es así un constante enfrentamiento a la actitud característica de la implantación gnóstica. Hace poco, un periódico de los que se dicen de tirada nacional informaba de un evento relacionado con la filosofía. Al parecer, las calles de la capital de España iban a ser ocupadas entre el 18 y el 21 del septiembre por una suerte de celebración filosófica rotulada con el nombre de Festival de la filosofía. Algo así, si no hemos entendido mal, como una toma de las calles por la filosofía, como un descenso y salida del intelectual de su confortable torre de marfil. Pero más allá del mercadeo editorial, cuál puede ser el verdadero significado de operaciones como las de este tipo. En el fondo, hay que responder con un argumento similar al empleado por Sócrates en el Protágoras, porque, en efecto, si la filosofía ya está implantada políticamente, cuál es el sentido de este tipo de festivales y, si no, entonces, estaríamos hablando de una implantación gnóstica, por no hablar de pura sofistería corporativa. A nadie debe extrañar que Gustavo Bueno haya clasificado a estos sofistas como impostores. Otras veces ocurre, pero ya no propiamente los filósofos profesionales sino los periodistas, que, por ejemplo, se hacen eco de noticias que se mueven enteramente en un plano ideológico como cuando leemos la noticia según la cual los polinesios habrían llegado a América antes que Colón, ergo todo el mundo a pedir perdón. Nada de crítica. A buen entendedor pocas palabras, por lo que la cuestión no merece mayor comentario. Solo la desidia de lectores de poco recorrido y una rendición indolente ante el esfuerzo y atención exigidos explica estos extremos.
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Seguramente, aparte de sus numerosos libros, sus artículos de El Basilisco y otras revistas y publicaciones, las teselas, las intervenciones en la Escuela de Filosofía de Oviedo, las grabaciones del Taller de Filosofía de Oviedo, la participación en las sucesivas convocatorias de los Encuentros de Filosofía y de los Cursos de Santo Domingo de la Calzada, amén de sus numerosas entrevistas radiofónicas y grabaciones de su intervención en distintos programas de TV, me parece de gran relevancia destacar, especialmente, la edición de la revista digital El Catoblepas porque en ella, entre marzo del año 2002, en que se publica el primer número, y julio de 2016, en que se incluye en el numero 173, su última colaboración, hemos podido asistir, mes a mes, a la mirada del filosofo Gustavo Bueno sobre los más variados asuntos en la sección bautizada con el nombre de Rasguños.
Hay que reconocer que las cuestiones tratadas en los Rasguños han sido algunas veces escritos recogidos de otras partes e incluidos aquí según el interés del momento, pero ello no es óbice para verificar la novedad y originalidad de la sección. Podríamos decir que los ensayos introducidos en esta sección, aun proviniendo de otras partes de su obra, toda vez que algunos ya habían sido escritos tiempo antes, sin embargo podrán ser reconsiderados como rasguños en un sentido propio del término.
«Rasguño» nos remite, desde luego, a un plano objetual en el contexto de las categorías artísticas de la pintura: se trata de un dibujo en apuntamiento o tanteo. Pero, por lo mismo, nos pone también ante la operación de rasguñar lo que nos reenvía ahora al plano subjetual. Plano subjetual y objetual se entreveran diaméricamente. «Rasguñar» es tanto como bosquejar, apuntar o abocetar, es decir, plantear un esquema trazando los primeros rasgos (cortes) de algo, de ahí que a este planteamiento abocetado se le denomine rasguño. La red léxica de los conónimos de «rasguño» en español, a este respecto, es riquísima. Desde luego, indica algo inacabado (in fieri) –como los Bocetos y rasguños de Jose María Pereda, publicados en 1881–, pero ese algo objetual en todo caso ya está apuntado en el boceto, aunque no este perfilado. Podríamos decirlo así: el rasguño en cuanto apunte o boceto de algo contiene de alguna manera los rasgos generales –los del contorno tanto como los del dintorno– que ese algo posee o debe contener como totalidad. En todo caso, el rasguño no adquiere su sentido exclusivamente en virtud de la obra acabada. Debemos añadir que el rasguño tiene también sentido por sí mismo en virtud de los asuntos a los que va referido sin esperar a verlo constituido en una obra plenamente finalizada (perfecta) a la que no cupiera denominar ya rasguño sino obra maestra. Este rasgo del rasguño según el cual involucra constitutivamente de alguna manera a la obra en cuanto que totalidad lo encontramos en los distintos ensayos publicados en la serie de los rasguños de Gustavo Bueno en El Catoblepas. No importa su extensión, ni que un rasguño sea expuesto en varias entregas. Un rasguño como el titulado «Secretos, misterios y enigmas» (El Catoblepas, número 41) no alcanza más allá de los cinco folios, pero en su especie se puede decir que ya está cerrado; sin embargo, otro, como «En torno a la distinción “morfológico/lisológico”» (El Catoblepas, números 63, 64 y 65), se ofrece en tres entregas y en aproximadamente veinticinco folios. Por otro lado, cada rasguño parece tener autonomía con relación a los demás, dicho sea sin perjuicio de que las ideas de un rasguño aparezcan involucradas con las de otro. Esto se explica fácilmente por el principio de la symploké y demuestra la trabazón y engranaje del sistema filosófico de Gustavo Bueno. A mi entender, el rasguño constituye una modalidad de ensayo sumamente original, y acertada en la elección del nombre, porque denota una pieza filosófica acabada y a la vez involucrada en el sistema resultado de las operaciones actualistas, de cisión, del filosofo en la polis.
Conviene advertir del hecho según el cual no cabe confusión con el «aforismo» ni con el «pecio». El aforismo es otra cosa, por la estructura, extensión –pues exige la brevedad– y por el contenido. Muchas veces su significado es indeterminado, mientras que el rasguño esta dado dentro del sistema –reconocemos los rasguños de Gustavo Bueno como reconocemos las sanguinas de Leonardo o de Miguel Ángel–. El rasguño tiene autonomía respecto a otro rasguño del sistema lo que significa que aquel se puede leer o escuchar con independencia de este pero no con independencia del sistema filosófico. El aforismo requiere de su inserción o involucración en un contexto de sentido, y fuera de este contexto de sentido, es completamente vacío. Una institución distinta es la del pecio, al menos en el concepto. Pecio es el resto de la nave naufragada y nos remite a una situación ex post facto. En España, este término ha sido elegido por cierto escritor para agrupar determinados escritos propios de extensión variable, pero, a mi juicio, con poca fortuna, pues «pecio» sugiere, como es evidente, resto de un naufragio o de una embarcación ya abandonada, ya recubierta por calcificaciones o comida por el orín; y, en todo caso, si bien hace referencia a la nave en cuanto que totalidad, el pecio apunta más bien a la idea de parte y por lo tanto de algo incompleto. Se verifica en cualquier caso un rastro de destrucción cínica, al considerar los propios escritos como pecios.
Hay en El Catoblepas 173 entregas de la serie de los Rasguños; en rigor, menos rasguños que entregas de la serie si tenemos en cuenta que algunos se realizaron en dos, tres y hasta cuatro entregas. Ya hemos dicho que algunos de los ensayos publicados aquí habían aparecido con anterioridad en otros lugares, pero se vuelven a publicar formando parte del conjunto de la serie. Sin embargo, insistimos en la importancia de estos escritos por la originalidad de muchos de los planteamientos, aun tratándose de temas recurrentes, así como por su actualidad –actualidad que traspasa la fecha del propio fallecimiento de don Gustavo, y si no reléase el titulado «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural» (El Catoblepas, número 2) o «Las ideologías armonistas del presente», publicado en dos entregas (El Catoblepas, números 43 y 44), por citar tan solo dos casos. El rasguño muchas veces supone el retorno sobre asuntos tratados, pero encontramos siempre nuevas modulaciones. En algunos casos, podría suponerse que estamos ante rasguños que tratan de temas menores, acaso «La canonización de Marilyn Monroe» (El Catoblepas, número 9) o el titulado «La Idea de Fama» (El Catoblepas, número 21), pero una lectura atenta y una comparación con lo expuesto por otros autores al respecto pondrá las cosas en su sitio desvelando el profundo calado filosófico de los mismos
Lo difícil es acertar con el criterio o criterios para clasificar la serie de los rasguños de Gustavo Bueno. Seguramente, se podría plantear un criterio de tipo cronológico, distinguiendo entre rasguños escritos o publicados con anterioridad a la aparición de la propia página, «Rasguños», de El Catoblepas y rasguños escritos y publicados una vez que esta página ya fue abierta; y esto con independencia de si el rasguño en cuestión se escribió o no ex profeso para esta sección. Téngase en cuenta que los rasguños no se deben de agotar en la serie de las 173 entregas y que no es descartable la circunstancia de que entre los escritos inéditos de don Gustavo puedan aparecer otros rasguños. Diré, de paso, que un rótulo como este no debió de ser elegido al azar y que de alguna manera don Gustavo ya habría pensado en él con anterioridad. Otro criterio podría ser de naturaleza semántica. Según esto, y a tenor de lo que el propio Gustavo Bueno escribió en ¿Qué es la filosofía?, debemos tener en cuenta que el conjunto del saber, utilizando como criterio los ejes del espacio antropológico, estaría formado por los saberes políticos, los saberes científicos y tecnológicos y los saberes religiosos. Consecuentemente, cabría clasificar los rasguños entre aquellos que se dan en el horizonte político, los que se dan en el horizonte científico y tecnológico y los que están pensados desde un horizonte religioso, y ello sin menoscabo de aquellos que estén dados en más de un eje del espacio antropológico. Un tercer criterio supondría tener en cuenta las distintas secciones del eje pragmático del espacio gnoseológico, a saber, el sector de las normas, el sector de los dialogismos y el sector de los autologismos. Sin embargo, este criterio no debe considerarse como separado del plano semántico con el que estará siempre engranado. La disociación que hacemos aquí tiene el sentido de reconocer que los rasguños entrañan el discurso filosófico, dirigidos a la verdad y, por ende, presuponen un pensar contra alguien. Un rasguño como el titulado «Noetología y Gnoseología» puede ser entendido sin duda en un horizonte autológico pues el mismo Gustavo Bueno dice, «Unos alumnos de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense me han pedido que haga memoria sobre el origen del término «Noetología», que incorporé al vocabulario filosófico hace más de treinta años. Las siguientes líneas son el resultado de mi anamnesis» (El Catoblepas, número 1), pero no debemos descartar que simultáneamente se esté dando también como un dialogismo. Sin embargo, en «Nota sobre las seis vías de constitución de una disciplina doctrinal en función de campos previamente establecidos» asistimos, sin duda, a un rasguño dado en un horizonte dialógico: «me piden que haga explícitos los criterios de la enumeración de las seis vías de constitución de una disciplina que figuran en ¿Qué es la Bioética? (Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs. 33-46), supuesto que esta enumeración no fuera meramente empírica» (El Catoblepas, número 8); pero hay que tener presente cómo este rasguño engrana con las normas de la clasificación atingentes a la teoría del cierre categorial. Proponemos interpretar el rasguño «Propuesta de clasificación de las disciplinas filosóficas» (El Catoblepas, número 28) en un horizonte normativo, pero sin exclusividad.
En una ocasión como esta, no puedo resistirme a referirles algunos de los rasguños que aparecen en El Catoblepas y que considero no sólo piezas de gran originalidad, como el resto, sino, particularmente, obras antológicas en su género, sobremanera si las comparamos con lo que se escribe ordinariamente sobre las mismas cuestiones ya no solo entre las heterogéneas tribus que deambulan por la ciudad sino también en los teatros y en los diversos foros urbanos. Relacionemos, pues, entre los cerca de 170 rasguños que aparecen en El Catoblepas los siguientes: «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural» (2002), «Filosofía y Locura» (2003), «El español como “lengua de pensamiento” » (2003), «La Idea de Fama» (2003), «La viscosa ideología pacifista de la farándula socialdemócrata» (2004), «Secretos, misterios y enigmas» (2005), «Notas sobre el concepto de populismo» (2006), «Conónimos» (2007), «Sobre la institucionalización de la “violencia de género”: el “asesinato de género” » (2008), «Enlaces covalentes» (2009), «Sobre la transformación de la oposición política izquierda/derecha en una oposición cultural (subcultural) en sentido antropológico» (2010), «Albigenses, cátaros, valdenses, anabaptistas y demócratas indignados» (2011), «El mapa como institución de lo imposible» (2012), «Ojos claros, serenos: ¿“Madrigal” o “Problema”?» (2013), «Cultura y contracultura» (2014), «Democracia de ciudadanos y democracia de súbditos» (2015), «Sobre la “filosofía oracular” y la “historia oracular de la filosofía”» (2016). El pensamiento en español de Gustavo Bueno se convierte así en el programa de la verdadera crítica filosófica.
He de concluir mi intervención en esta mesa no sin antes exponer algunas líneas sobre cinco de los rasguños que acabo de mencionar. En primer lugar, «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural» (El Catoblepas, número 2). Aún hoy, en los tiempos hegemonizados por las denominadas «epistemologías del sur» que orientan los planes disolventes del legislador en España, ocho años después del fallecimiento de Bueno, sigue siendo un rasguño imprescindible y revolucionario que habrán de tener en cuenta todos aquellos que quiera huir, a velas desplegadas, de toda forma de cultura. No puede ser de otra manera si convenimos en la presencia del mito de la cultura funcionando a toda máquina desde los tratados más sesudos hasta los dominicales más ligeros y las páginas tenidas por más criteriosas de los periódicos más modestos. No estamos ante un escrito muy extenso pero, por ejemplo, constituye un canon de la crítica filosófica tanto a la idea de «guerra de civilizaciones» como a la de «alianza de civilizaciones». En segundo lugar, «Filosofía y Locura» (El Catoblepas, número 15) que fue compuesto con el fin de abordar las cuestiones involucradas por el tema «Filosofía y Locura», propuesto para el Congreso de Filósofos Jóvenes que se celebraría en Barcelona en la Semana Santa del año 2004. Debemos destacar aquí la puesta en funcionamiento de la metodología de las clases lógicas, que empleó en muchos otros escritos, a fin de obtener un criterio sistemático con el que poder recoger las distintas posiciones filosóficas existentes con relación a los nexos entre Filosofía y Locura. Este rasguño, a nuestro juicio, constituye una pieza acabada en sí misma, pero me atrevería a decir que, a la vez, es el boceto de lo que podría haber sido un tratado de la misma envergadura y densidad que El mito de la felicidad. En tercer lugar, el rasguño titulado «El español como “lengua de pensamiento”» (El Catoblepas, número 20). Se trata de un escrito que también fue publicado en El Español en el Mundo, Anuario del Instituto Cervantes 2003 (págs. 35-56). Digamos tan solo que es este un rasguño que encaja perfectamente con las tesis de España frente a Europa yde España no es un mito. Tengo una especial querencia, en cuarto lugar, por el titulado «La Idea de Fama» (El Catoblepas, número 21), porque en él don Gustavo se interna en el contexto de las barreduras de tantos periodistas y comentaristas de la vida social en el marco de las cadenas televisivas del presente. Sin embargo, en este ensayo vemos cómo la reflexión de Gustavo Bueno tiene una potencia que es capaz de desvelar esos errores comunes –digámoslo con lenguaje feijooniano–, sobre la fama y los famosos, que hacen de la ignorancia virtud. En quinto y último lugar, el rasguño titulado «Conónimos» (El Catoblepas, número 67). Aquí, introduce Gustavo Bueno un nuevo concepto de un calado, podríamos decir, verdaderamente revolucionario como él mismo reconoce: «Ahora bien, la introducción de un nuevo concepto, como el de conónimo, en un sistema más o menos formalizado en el que figuran conceptos ya acuñados (tales como homónimos o sinónimos, en el texto citado, a los que cabe agregar, por descontado, conceptos tales como los de parónimos, denominativos, unívocos, análogos de proporcionalidad, &c.) no tiene por qué ser una operación inocua. Por el contrario, tal introducción podría alterar el sistema preexistente, sobre todo si este implicase algún criterio sistemático (si, por ejemplo, fuese una constelación semántica establecida por criterios claros, es decir, si no fuese él mismo un simple conjunto de yuxtanónimos)» (El Catoblepas, número 67). No vamos a explicar ahora las implicaciones ontológicas de este rasguño, pero como piedra de toque invito a consultar el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares a la luz del concepto de conónimos de Gustavo Bueno.
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En fin, terminaré reiterando esta reivindicación de los rasguños como pieza filosófica singular, acaso como un género filosófico, en la producción filosófica de Gustavo Bueno. Mediante los rasguños el filosofo ovetense se involucra en la sociedad política española del presente histórico y, como hemos dicho, a su través, en el mundo. La estela es la inaugurada por Platón. Los rasguños son en todo comparables a cualquiera de las piezas de los Discursos o las Cartas eruditas del también filosofo ovetense Jerónimo Feijoo, que, igualmente, escribió desde la ciudad de Oviedo para «desengaño de errores comunes». Gustavo Bueno y sus Rasguños se insertan así en una tradición que no es otra que la de la filosofía académica y el pensamiento público español.
Oviedo, 3 de octubre de 2024