El Catoblepas · número 207 · abril-junio 2024 · página 6
“Yo, también”
Fernando Rodríguez Genovés
Del egotismo primario e infantiloide al movimiento “Me Too”, con el igualitarismo y la empatía de por medio
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Empecemos por diferenciar entre «egoísmo» y «egotismo». El egoísmo equivale, en síntesis, al cuidado de uno mismo.
«El cuidado de sí mismo supone la constitución y perfeccionamiento del yo por medio de una especie de “práctica ascética” –que no mística– en el hombre. El ascetismo comporta el desarrollo de la autodisciplina y la instrucción personal –un llegar a ser lo que uno es, según proclama la voz arcana del oráculo–, pero no, necesariamente, la renuncia a uno mismo, a la vida y a las inclinaciones naturales del ser humano.»
Este cuidado de sí conlleva una singular atención y precaución: conocer los límites, esto es, los límites de la naturaleza humana y los límites de cada cual, según su constitución, temperamento y carácter. Vivir bien y cuidarse significa, sencillamente, contenerse; motivo por el cual suelo definir la vida buena como una expresión práctica de la «ética del contento».
En términos de prioridad, el cuidado de sí exige desertar de otras ocupaciones secundarias, quedando uno, de este modo, vacante para sí mismo (sibi vacare). Lo relevante en este aspecto es que los deberes públicos (o para con los demás) no socaven la atención debida a uno mismo, ni atenten bruscamente contra la propia integridad: «si alguna cosa te detiene, expúlsala o córtala» (Séneca, Cartas morales a Lucilio).
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«Se distingue a veces entre 'egoísmo' y 'egotismo'. Con este último término se designa el afán inmoderado de afirmar la propia personalidad, especialmente hablando excesivamente de sí mismo. El egotismo equivale en este caso a un inmoderado subjetivismo. En este sentido ha usado el vocablo Santayana en su libro Egotism in Germán Philosophy (1915).» (José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía. Entrada: «Egoísmo»).
Como exceso subjetivista define «egotismo» Joseph Addison –considerado el introductor del término, en el diario Spectator (1714)–, al reprobar el «excessive usse of I, me, my» en la literatura. No podría asegurar si remarca tal reprobación en cuanto afecta, preferentemente, al uso del lenguaje, pues en lengua inglesa no es extraño decir «I» para indicar afirmación, es decir, como quien dice «Yes» u «OK» (fórmula que parece proceder del lenguaje marinero).
Por su parte, en la lengua española observamos mayores restricciones al empleo de fórmulas lingüísticas de identidad. Sin ir más lejos, se enseña al hablante desde niño a evitar el uso de la fórmula «yo» y sustituirla por eufemismos del corte «quien les habla», «un servidor», «el que suscribe» y aun modos de hablar o escribir todavía más indirectos y rizados, cuando no cursis. Tampoco es considerado correcto poner el yo delante de una enumeración de personas; por ejemplo, «yo, mi mujer y mis hijos venimos de la playa». A modo de ejemplaridad, el refranero recoge dicha amonestación con chanza, asestando a quien así se expresa el siguiente dardo: «el burro delante para que no se espante.» Si bien, todo sea dicho, la RAE no juzga incorrecto el empleo de frase citada más arriba.
Ciertamente, es este un tema muy serio. Lo que no implica que no estén permitidas las ocurrencias ingeniosas ni las bromas, a fin de poner las cosas en contexto.
En un episodio de la serie televisiva Frasier, Niles, hermano del protagonista y psiquiatra igual que éste, relata –sin nombrarla ni incluir datos que puedan identificarla, claro está– el caso de una cliente/paciente que acude a su consulta y cuyo caso define como una apasionante historia de cantante de ópera narcisista. Con gesto de orgullo, añade el vanidoso loquero que el síndrome clínico que arrastra lo ha definido como Síndrome Me, Me, Me, Me («Yo, Yo, Yo, Yo»).
En resumen: el egoísmo consiste en poner el yo en su lugar, sin prescindir de la circunstancia, que diría Ortega y Gasset, o sea, el yo en primer lugar. El egotismo, por el contrario, es la corrupción del yo, ponerse en lugar del/lo otro, de la circunstancia y de lo circunstancial.
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Por mi cuenta y riesgo, defino el síndrome de egotismo como «Síndrome “Yo, también”». El egotismo supone algo así como un sumarse a lo otro. No conlleva un yo creativo, como ocurre con el egoísmo, sino parasitario, dependiente, aunque exigente y hasta impertinente. El egotista precisa respirar el oxígeno de los demás, como uno más… Porque él también cuenta (un globo, dos globos, tres globos…) y no permite ser ninguneado, aunque no venga a cuento. No importa por qué ni para qué. El caso es que él también desea estar y participar en lo que sea, a saber: «yo también quiero jugar», «yo también tengo derechos», «yo también soy importante»; en fin, «yo soy como todos los demás». Especialmente, cuando tiene interés en ello…He aquí uno primores derivados del igualitarismo y del denominado «agravio comparativo».
Comoquiera que el egotista es de baja altura moral, necesita ponerse de puntillas sobre los pies para ser visto; gritar y exigir para ser oído; mostrarse muy indignado para demostrar tener razón; poner caras feas de cabreo para hacer evidente su singular belleza interior; exhibir intolerancia para protestar por ser discriminado u olvidado; pretender ser también un sujeto necesario para actuar cuándo y cómo quiera; ser respetado a la fuerza; todos somos X (la víctima o el héroe del día); y en este plan.
Totus tuus (Soy todo tuyo). Según el prontuario empático-egotista, comoquiera que yo me pongo en tu lugar, tú también debes ponerte en el mío. Resulta portentoso ver la manera descarada mediante la cual «yo, también» se transforma en «tú, también», evidenciando un equilibrismo circense bendecido por el agua milagrosa de la solidaridad, desfilando en plan soldado del Ejército de Salvación al son de música marcial (mezcla de desfile y charanga). En ocasiones, asimismo, el asunto reviste caracteres bastante tenebrosos. He aquí una muestra encontrada por azar: el libro subtitulado «Guía para los acompañantes que acompañan al paciente», exhibe el lóbrego título Tú también tienes cáncer. He aquí un tosco ejemplo prototípico de la exageración, así como la desmesura de la empatía en estado impuro.
Según dicta el dominio público y la opinión pública, todos somos iguales. Y digas lo que le digas al egotista, añadirá inmediatamente, imperturbablemente, «Yo, también». Y si no, también.
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Leo en wikipedia que una tal Tarana Burke, «activista social» o algo así, comenzó a usar «Me Too» en 2006, en la red social Myspace (¿qué mejor sitio que éste, con semejante rótulo?) con el fin de promover el «empoderamiento a través de la empatía» entre las mujeres «racializadas» [sic] que han sufrido abuso sexual. A modo de sección especial del feminismo (o sea, de sección femenina), la mujer no es mujer si no manifiesta públicamente haber sido violada por un hombre al menos una vez en la vida. Y si no es así, también puede inventarse el hecho o fantasear sobre él. Henos ante una forma frívola e irresponsable de devaluar el verdadero significado y la verdadera tragedia de una fechoría (por lo demás, no dicen una palabra sobre las organizaciones pedófilas asociadas al globalismo de los poderosos ni los casos de violación perpetrados por minorías o agrupaciones protegidas e intocables). O todos o ninguno, no hay punto intermedio ni casos particulares, sino un «fenómeno social»; colectivo al gusto del colectivista; racial según paladea el racista; marchoso, en fin, al son del rock and roll:
«I see a red door
And I want it painted black
No colors anymore
I want them to turn black.»
Veo una puerta roja
y la quiero pintada de negro.
Ya no hay colores,
quiero que se pongan negros.
Canción de los Rolling Stones, Paint It Black (1966, Jagger & Richards)
«Me too» es too much, es decir, demasiado me, demasiado tú, o sea, demasiado de todo, una salida de tono y de madre, una demasía extremista. El colmo de en su lugar me pongo. En resumen, el «Yo, también» es demasiado para mí…