El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 204 · julio-septiembre 2024 · página 6
La Buhardilla

Cooperador necesario y totalitarismo

Fernando Rodríguez Genovés

Colaboracionistas, cómplices, encubridores, consentidores, parásitos sociales y otros beneficiados en el totalitarismo

Alegoría

«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál es el contenido de este «no»?»
Albert Camus, El hombre rebelde (1951)

Tomo del lenguaje jurídico el concepto «cooperador necesario» a fin de examinar en esta Buhardilla el papel de los colaboracionistas, cómplices, encubridores, consentidores, parásitos sociales y beneficiarios pasivos en el totalitarismo. No dejaré de lado el ámbito del Derecho en la presente exploración por tierras pantanosas, si bien, aclaro ya en sus primeros compases, la perspectiva ética y política es la primordial en la misma. Ello no significa, en efecto, que desdeñe ni deprecie el tratamiento legal a propósito del problema número uno de la humanidad en el momento actual, a saber: «Agenda 2030», «Gran Reseteo» o, según suelo denominarlo, totalitarismo pandemoníaco. Ojalá fuese tratado dicho asunto con rigor y valentía por juristas, aunque, desgraciadamente, no parece ser asunto prioritario en los profesionales del ramo, quienes, cabe decirlo así, se van por las ramas cuando son emplazados a definirse sobre la cuestión, como hábiles leguleyos que, en estos tiempos de legalidad fangosa, se ponen de perfil. Son emplazados, pero se inhiben porque no desean ser reemplazados… Cierto es que no todos los letrados son iguales, pero, ¡ah!, cómo se parecen, sobre todo en su inclinación a meterse en pleitos entre sí –práctica que acaban pagando los clientes–, aunque no en política, especialmente, cuando ello afecta negativamente a su statu quo o cuando incomoda sin más al Poder Judicial, realmente existente.

Ocurre, con todo, que hasta un abogado novel no ignora lo siguiente:

«Son autores quienes realizan el hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de otro del que se sirven como instrumento.

También serán considerados autores:

a) Los que inducen directamente a otro u otros a ejecutarlo.

b) Los que cooperan a su ejecución con un acto sin el cual no se habría efectuado.»

Artículo 28 del Código Penal vigente en España

Así pues, se es «autor», a la vez que cooperador necesario, por activa y por pasiva; en el segundo caso, no esquiva la responsabilidad quien profiere sin más «yo no he hecho nada», a modo primario de disculpa o intento de eximir culpabilidad, porque sería, precisamente, culpable de inacción, y lo que esto conlleva de dejación, subordinación y callada aceptación.

«Sólo bajo esta condición de dejadez [por parte de la gente] es posible que se sostenga el débil entramado del poder ejercido por hombres flojos [políticos y gobernantes], a veces por sólo Uno, por medio del cual se creen fuertes, aunque nunca lleguen a serlo: sienten la fuerza por la poca resistencia que se les ofrece»{1}

Dicho de otro modo: es cooperador necesario en la dominación –y en el totalitarismo, es decir, cuando la corrupción está generalizada, universalizada o practicada unánimemente por las mayorías sociales– tanto el agente ejecutor de acción infame y maliciosa, cuanto el que sin su definitiva connivencia no podría ésta cometerse, o sería mucho más difícil de cometer. En la sociedad actual, global, interactuante e interconectada, y tocante al asunto aquí expuesto, no sólo tienen papel en este escenario de tragicomedia los cómplices explícitos y conscientes. De hecho, puede hablarse, asimismo, de complicidad tácita, implícita o virtual, mas no por ello menos cierta. En dicho totum revolutum, conviven, hasta confundirse, beneficiados y beneficiarios, favoritos y favorecidos, agraciados y estómagos agradecidos, sostenidos y sostenibles, asistentes y asistidos.

«Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice».
George Orwell

A este respecto, adviértase de una singular derivación –que transita desde el ámbito de la economía al de la moralidad– en el denominado «juego de suma cero». He aquí una muestra de este fenómeno:

«Medios de comunicación preguntan a los cuatro vientos del pueblo, abierta y descaradamente, si ya es hora de que el ciudadano se conciencie de una vez, cambiando automóvil por bicicleta{2}, como sucede en China, donde se sabe mucho de intercambiar y poco de cambiar. Lo cual lleva a preguntarme si, los carriles bici y los ciclistas que de ellos se benefician, mientras desplazan a peatones y cocheros, dejados al margen, no forman un conjunto que encaje en el modelo de juego de suma cero.»{3}

El problema de la moralidad del caso, a mi entender, no proviene del hecho mismo de que el beneficio de unos favorezca el perjuicio de otros, como efecto de la libre competencia y el afán de mejoramiento, sin los cuales desfallecen el emprendimiento y la meritocracia. Es más bien consecuencia de un aprovechamiento vegetativo, cuando no chulesco o gorrón, sea personal y/o grupal, a la sombra del disimulo y con mucha trastienda, producto de determinadas acciones políticas, ideológicas y posideológicas, sectarias, deliberadas y aun programáticas de los aparatos del Estado y de organismos oficiales. «Vegetativo», digo, o también parasitario.

¿Qué es un parásito, socialmente hablando?

Un ser que no produce ni hace ni dice nada propio, sino que subsiste y se reproduce por otro; o, mejor dicho, por otros, son conminados a mantenerle y a cederle el paso. «Parásito», según leemos en la tercera acepción del término para la RAE, es, sencillamente, aquel que «vive a costa de otro».

«parásito, ta

Del lat. parasītus, y este del griego parásitos 'comensal', 'gorrón'; el acento de la forma española actual se basa en el étimo griego.

1. adj. Dicho de un organismo animal o vegetal: Que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo. U. t. c. s.

2. adj. Dicho de un ruido: Que perturba las transmisiones radioeléctricas. U. t. c. s. m. pl.

3. adj. Dicho de una persona: Que vive a costa ajena. U. t. c. s.

4. m. piojo (insecto parásito del hombre).»{4}

Michel Serres, en el ensayo{5} que consagró a examinar el caso del parásito social, afirma sobre este espécimen que, por definición, anula el principio de individuación. Es capaz de actuar, moverse y beneficiarse solo, aunque, bien entendido, siempre sucede tal en representación, apoyo y cobertura del grupo en el Poder, merced al cual obtiene provechos, prebendas o beneficios particulares.

Antonio Escohotado ha relacionado, a su vez, el parasitismo con la tutela. El parásito social es un tipo protegido y sostenido por otros, para lo cual es preciso alterar el orden de las cosas (verbigracia, el orden social adopta la forma de desorden), según un proceso que conlleva doblez; de ahí que para ser favorecido haya sido necesario perjudicar, por ejemplo, a quien ejercía sus derechos anteriormente a la usurpación, esto es, a ser apartado, anulado o sacrificado, permitiendo así ponerse aquél en el lugar de éste (el perverso principio de empatía no podía tampoco ser ajeno a la dramatización de este capítulo de la historia de la infamia, la miseria subhumana y la dominación).

«Impensable hace apenas medio siglo, el botín universal es ahora gestionar dinero o votos de otros, un insólito cuerno de la abundancia que invita a replantear la cuestión del parasitismo. Durante milenios, ser capataz del dueño era un oficio mal pagado, y dedicarse a la política costaba dinero (bien por daño emergente o bien por lucro cesante). La novedad del ahora –que el administrador [o gestor] sea el verdadero dueño, y que el verdadero representado sea el representante– supone un cambio de grandes e inagotadas consecuencias.» (la cursiva es mía).

Antonio Escohotado, El mito de la tutela (2003)

¡Y qué decir de aquellos internautas que, inocentemente o no, aceptan por sistema o consienten las condiciones de acceso exigidas por la mayor parte de páginas web en la Red de redes, permitiendo así que las rutas de navegación pasen a ser no de libre tránsito sino virtuales autopistas de peaje! ¿Cómo denominarles? ¿«Consentidores», tal vez, variante terminológica de colaboracionista o cómplice? Recuérdese que su elección, su displicente acatamiento y sumisión al dictado general, es voluntaria, porque perfectamente puede cerrar la página con arancel (por lo general, en datos personales del navegante digital), no pagar el impuesto y seguir adelante, en la accidentada travesía en que se ha convertido circular en Internet, hasta encontrar vías libres o intermedias (las abiertas a la «negociación» o las que sólo cierran algunos carriles de paso), porque haberlas haylas, al menos, de momento?

Y es, precisamente, dicha arbitrariedad a la hora de consumar una acción lo que evidencia el falsario recurso de ampararse en decretos y normativas oficiales, que pescan en la ciberesfera mediante el mecanismo del arrastre…, técnica prohibida en algunas zonas de los mares y océanos por no selectiva, invasiva y depredadora, tornando sospechosos a los gestores de espacios en la Red no menos complacientes con las medidas coactivas e impositivas que sus claudicantes visitantes. ¿Cómo juzgar esta práctica, en su afición y/o profesión de pescar en río revuelto, sino como trampas y tretas de colaborador necesario en la villanía y la dominación?

¡Y cuánto (se) crecen los encubridores en este fresco de la realidad asaltada en forma de caos y de alteración social a escala global! En el idioma español, llamamos «cubrir» a la acción de poner un objeto encima de otro a fin de ocultarlo o resguardarlo, pero también de satisfacerlo (o violentarlo). En este segundo caso, se dice de un sujeto que «cubre» a otro en el sentido de que lo monta o acaballa. Salta a la vista, pues, que la labor de encubrimiento que opera como cooperador necesario en el desarrollo del desorden, el revoltijo y la anomalía totalizante adquiere el sentido de una genuina violación del statu quo previo a la consumación del delito.

El avance del totalitarismo deja tras de sí un reguero de interrogantes, con aroma de interpelación, que han sido justamente sintetizados por los célebres requerimientos de respuesta esbozados por Hannah Arendt: «¿Qué pasó? ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Cómo fue posible?». (Los orígenes del totalitarismo, 1951). Pues, pasó y pasa lo de siempre en estos casos. Véase, a modo de muestrario, el probo ciudadano alemán que a la sombra protectora del nazismo ocupa una vivienda confiscada a un sacrificado judío. O aquel mediocre profesor universitario que usurpa la cátedra de un disidente, o simple crítico, bajo el cielo protector del comunismo. O, en suma, esos individuos anónimos que llegan a ser alguien y afirmarse a costa de negar al otro, incapaces de decir abiertamente «no» a la usurpación y el despojo. Esos tipos que son puro humo, gritan «¡fuego!» en el gran teatro del mundo a fin de alarmar al público, de hacer que abandone la sala y quedarse así con los mejores asientos. Esos valientes, hechos un hacha merced a la protección gubernamental y la impunidad jurídica, junto a la pusilanimidad general, hacen leña de la arboleda devastada donde antes había ciudades y ciudadanos.

——

{1} Etienne de la Boétie, De la servidumbre voluntaria o el contra Uno. Texto citado y contextualizado en Fernando Rodríguez Genovés, «Participación voluntaria en la dominación».

{2} Cfr. «Cost of living: Is it timeto ditch your car for a bike?». Crónica de  Cormac Campbell en BBC News (08/03/2022. Consultado ese día).

{3} Cfr. Fernando R. Genovés, La masa sumisa. Totalitarismo pandemoníaco y Nuevo Desorden Mundial (2022)

{4} Cfr. Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española (RAE).

{5} Michel Serres, Le parasite (1980), pág. 272.


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