El Catoblepas · número 203 · abril-junio 2023 · página 6
La civilización en deconstrucción
Fernando Rodríguez Genovés
Prólogo del libro La civilización en deconstrucción. Compendio (2022){1}
I
La vida, la libertad y la propiedad privada conforman los tres principales pilares de la civilización. Principios que alumbran el florecimiento de la humanidad, están en permanente peligro de languidecer, de retroceder, hasta la extenuación y el desfallecimiento. La civilización ha generado sus glorias, pero también sus miserias; sus aliados y defensores, pero también sus enemigos y agresores. El Mr. Hyde de la civilización adquiere el perfil de la barbarie, la otra cara del buen sentido, del sano juicio y la bondad. El bárbaro: faz fachosa del Otro oculto, del alter ego, del yo caído, saliendo de sí mismo, se pierde en la selva oscura de la multitud y lo múltiple, de lo grupal y lo colectivo, de la otredad y la doblez. El bárbaro se desdobla y fracciona hasta torcer la identidad y desintegrarse (la pérdida de la integridad es uno de los síntomas de la decadencia en la civilización).
El proceso que aquí sintetizo es tan antiguo como la propia especie humana. En sentido amplio, es posible calificarlo como «deconstrucción», aunque el término haya adquirido un sentido particular y estrecho a la sombra del auge del posmodernismo, doctrinario simplista de asalto a los principios civilizatorios que imprimió en la segunda mitad del siglo XX una aceleración gradual a la acometida general, y así hasta nuestros días.
La deconstrucción significa desmontaje de lo real, algo así como un cubismo sociópata, descomposición de lo existente, desestructuración estructuralista, desintegración de lo conocido y experimentado, corrupción de la tradición y disgregación de lo vigente por medio de la transfiguración; arte, en fin, de dispersión y distracción, que generando desorden y desconcierto, crea apariencia de nuevo orden, de renovada realidad, de revolucionaria transgresión.
No debe confundirse deconstrucción con destrucción. La deconstrucción es una labor de zapa, de corrosión, tarea colectiva de zapadores y gastadores de la información y la deformación. No aspira a anular sujetos ni objetos ni instituciones, sino a hacerlos encajar en insólitas categorías sustitutorias, cual si fuesen tumbados en el lecho de Procusto. El resultado es práctico, fáctico y emocional, en la medida en que causa confusión y galimatías, atracción fatal, amasijo lingüístico y doctrinal: la materia prima de la masa sumisa. Los jinetes de la deconstrucción no se conforman con triturar el mundo de ayer, el legado de nuestros antepasados, la tradición y la historia. Ansían envenenarlo y celebrar públicamente su destripamiento obsceno.
Carne de odio y resentimiento, son incapaces de crear nada, en verdad, nuevo. Desde la perspectiva nietzscheana, diríase que su objetivo consiste en la transmutación de los valores, empezando por la corrupción del lenguaje. Los tipos falsos, farsantes y «malos» nada bueno pueden crear, pues esa es labor de los veraces y los afirmadores de la vida buena. Llaman «nuevo» a aquello que han tomado por atraco del pasado, y ha sido retorcido para amoldarlo a un presunto renovador esquematismo doctrinario. Es tarea de dioses el dar nombre a las cosas; de los endemoniados, el renombrarlas, o sea, el maldecir. Los pobres diablos ofician así el aquelarre de la desnaturalización.
Entiéndase la maniobra: deformar y alterar el ser de personas y cosas, tratando en régimen de igualdad o semejanza entes y entidades distintos, de manera que quepan en ellos (achicados, arrugados, desmochados, trincados, como sea…) cualquier sujeto u objeto.
Odian el matrimonio y la familia, pero no lo suprimen sino que lo deforman{2}, a fin de travestir las categorías con sucedáneos y mezclar actores con figurantes. Destruyen la esencia del cine clásico y lo sustituyen por una patraña de imágenes en movimiento que siguen llamando «cine» (a menudo con adjetivos muy atrevidos). En vez de derribar los templos de ópera, los emplean para representar en la escena farsas de la misma, como si fuese lo mismo, o para programar variaciones de «música popular», como una manera peculiar de luchar contra el elitismo musical. Algo similar puede decirse del teatro, la literatura, las artes plásticas, la ciencia, la arquitectura, etcétera. En fin… Recusan la historia e inventan la «narrativa». Desmontan el «capitalismo» y el libre mercado, mientras continúan achacando a su espectral permanencia todas las injusticias y desigualdades del mundo. La verdad queda reducida a «posverdad», la acción a representación. Sustituyen el conocimiento por «Interpretación» y a otra cosa. Es decir, en este plan…
Es por este motivo (no casual, sino pretendido), entre otros, que la gente no vislumbra en la deconstrucción indicios de guerra. La civilización, la humanidad, el Estado de Derecho y la sociedad bien ordenada han pasado a la historia, y con ella, canceladas. Vale, se dirá, pero no hay tanques en las calles, ni reclutamiento general (ni siquiera «mili»), ni trincheras, ni bombardeos; no hay nada de eso, de eso que nuestros mayores llamaban «guerra» (con algunas excepciones trucadas que sirven de decorado de fondo, como si fuesen transparencias). Aunque haya muertos sin combate, por causas desconocidas (o demasiado conocidas…), en mayor número incluso en las «nuevas guerras» que en las antiguas. Mas, de eso no se puede hablar ni se informa. Tampoco los parientes y amigos de los fallecidos (o de los usados como cobayas de laboratorio, de hospital, de reclusión y confinamiento) pueden ser tildados de «deudos»: nada se les debe, nada reclaman, nada ha pasado. El resto es silencio y miedo: el silencio de los corderos.
La deconstrucción basa su esencia y existencia, básicamente, en el lenguaje, la desinformación y las estadísticas manipuladas. De ahí que jugase un papel trascendental en esta tramoya la «corrección política», que como ha podido comprobarse, hubiese bastado por sí sola para herir de muerte a la civilización.
II
La vida, la libertad, la propiedad privada. ¿Qué ha sido de estas categorías primordiales? Sin salvarlas, no se salva la civilización. La civilización y la ciudad son términos que provienen de la misma raíz etimológica. Ambas comparten a su vez el mismo destino. Por ello para los bárbaros es objetivo preferente deconstruir la ciudad y el estatuto de ciudadano, a cuento del clima climático, la bicicleta o el patinete. En un ensayo de hace años escribía lo siguiente, atreviéndome a corregir al sabio: «Aristóteles afirmaba que sólo en la ciudad podía asegurarse la vida buena, el vivir bien o el vivir feliz, y a esa vida la denominaba to eû zên. Pero la vida humana no es zên sino bios. El término zên remite a la vida animal, vida para animales, no importa que se digan políticos.»{3}
La vida, la libertad y la propiedad privada han sido sacrificadas en provecho y cohecho de la Política, que todo lo cubre, todo lo abarca y todo lo controla. De ahí, hemos desembocado en el totalitarismo pandemoníaco. La deconstrucción de la civilización no comenzó en 2020, disfrazada de virus enmascarado, sino que viene de mucho antes. Lo que sucedió en aquel infausto año fue la ejecución de un Golpe de Estado Global, a escala planetaria, mediante una acción concertada de los Gobiernos nacionales al dictado de un Alto Mando con funciones de Gobierno Mundial; es decir, la puesta de largo y la presentación oficial en sociedad de la deconstrucción. Un plan previsto y planeado a la luz pública, y publicitada una y otra vez en los más poderosos e influyentes foros internacionales. No se busque sensu stricto un Gabinete gubernamental a la sombra ni un laboratorio del doctor No al que atribuir los sumos poderes de decisión y acción. En la era de Internet y de la globalización mandan el directorio, la gerencia y el dominio en Red, motivo por el que tantísimos (incontables, en verdad) organismos, instituciones y compañías en el ámbito político, económico y social están involucrados en la gobernación bajo el «Nuevo Orden Mundial», bajo las más variadas formas. Si bien, ciertamente, lo estén con distintos rangos y grados de jefatura, pues, donde manda el Mandarinato no manda marinero en la barca de Caronte.
Hoy, ya no cuenta la vida sino que se cuentan los muertos, aun sin autopsia o certificado de defunción, que los médicos, lavándose las manos, ni realizan ni firman. Hoy, la libertad es el nombre que en la neolengua pandemoníaca significa esclavitud. Hoy, la propiedad privada ha quedado confiscada por el imperio de lo público.
Que nadie se asombre ahora ni cambie de tema ni se dé la vuelta o cambie de acera ni se burle ni chancee ni insulte la inteligencia de algunos hombres buenos que todavía quedan, cuando se ha vegetado durante años y años a la sombra de la mentira, el miedo, la apariencia, el disimulo, el cinismo, el colaboracionismo.
Nada nuevo bajo el sol que más calienta.
III
El siglo XX sucedió como una progresión de paradojas, sobre la que uno siente más perplejidad y desorientación que admiración. Si tomamos en serio que el siglo XIX había pensado lo que al siglo XX tocaba realizar, cabe concluir que del conflicto de facultades en la teoría se ha pasado a una contienda violenta, que excede el terreno de las ideas. Nietzsche acertó en su vaticinio: el siglo XX ha sido escenario de una guerra por la dominación del mundo en nombre de unos principios filosóficos. Por su parte, el siglo XXI comenzó con la demolición de todo principio en pie, especialmente, si es de raíz y aliento filosófico, o es bueno y hermoso; en el paisaje lunático y de transmundo resultante, el mito ha sobrepasado al logos, la pasión a la razón, la apariencia a la realidad.
La fuerza del proyecto universalista ha cedido ante el empuje de alegaciones globalistas. El reconocimiento del hombre por el hombre se ha revelado como fruto de la historia, y no de la naturaleza, dictamen predicho por Claude Levi-Strauss, quien no casualmente fue uno de los responsables del retroceso de la antropología en beneficio de la etnología. Total, ¿para qué? En nuestros días, la historia y la etnología también han sido canceladas por los «expertos» y los aprendices de brujo. Con estos mimbres se tejió una red estructuralista que entiende el problema humano como asunto cultural, de enfrentamiento de culturas (o sea, contracultural), no sujeto a la universalidad en los valores de la humanidad sino al acontecer de los hechos definidos por la particular (y caprichosa) percepción que se tiene de los mismos. Conclusión: la Guerra Civil Global.
El estructuralismo y el posmodernismo se decantaron por una actitud que aspira ahondar en estratos más profundos, y así promueven una idea de filosofía como arqueología, la cual ya no ve la historia como algo respetable sino revocable, a la vista de los códigos internos que exhuma, liberando así (Libération!) «otras historias», sectoriales y por racimos, lotes o colectivos en lista de espera, en las que el «hombre», como concepto y ser, ya no cumple papel alguno, más bien todo lo contrario: su sola mención es motivo suficiente para que acabe ocupando el lugar de las reliquias desenterradas para volver a enterrarlas.
Según la tradición filosófica y culturalista así establecida, el hombre está desposeído de toda entidad, reducido a la condición de «hombre perdido», sustancia impura, puro significante. El «transhumanismo» estaba ya preparado para su lanzamiento publicitario como oferta especial, fin de temporada.
«¿De dónde procede en el hombre el deseo de deshacerse de su humanidad? ¿Qué hay pues en la humanidad del hombre tan insoportable?» se pregunta (nos pregunta) Alain Finkielkraut en el ensayo L´Humanité perdue. Essai sur le XXe siècle (1996){4}. El filósofo francés acomete este grave asunto en el capítulo III de su ensayo, «El triunfo de la voluntad», es decir, las «razones» del totalitarismo. Porque lejos ha quedado el simplista expediente que reduce y sanciona el nazismo y el comunismo (cualquier clase de totalitarismo, incluido el pandemoníaco) como delirios de mentes enfermas. La perspectiva del caso se torna más dramática cuando advertimos que tales criaturas son monstruos creados por las «razones del corazón», que urde planes desde su atalaya donde todo se comprende en una imaginativa procesión de acontecimientos, en la que el Mal es necesario cuando se somete a un plan superior benefactor para toda la humanidad, resumida en la «solución final», «la lucha final» o el «Nuevo Orden Mundial», sintetizado, como producto de laboratorio, en la denominada «Agenda 2030». La voluntad de poder se ha trocado en el poder de la voluntad: del cacareado «si quieres, puedes» hemos llegado al universo woke, o sea, siento, luego soy. Las estatuas de Nietzsche y de Descartes son derribadas mientras se levantan utopías, castillos en el aire, mundos de fantasía.
Hitler y Lenin asumieron sus hazañas como un destino histórico, como un deber hacia la humanidad, como una práctica de la política entendida cual lucha por la vida que fomenta la supervivencia y la mejora de la especie humana, sea en forma de raza aria u «hombre nuevo soviético» (grosera y zafia manera de apropiarse de la ciencia de Darwin; de ello el totalitarismo sabe mucho: lo mismo hizo con la filosofía de Nietzsche).
El totalitarismo pandemoníaco es más pragmático; frío y afilado como un bisturí de cirujano. Sus voceros se espantarían de sólo escuchar la expresión «destino histórico». ¿Las «razones descorazonadoras» del totalitarismo pandemoníaco? El mero poder y la dominación total, la extensión de un poder teledirigido en red, expandido en poderes de segundo y tercer orden hasta llegar al último mono: la guerra de los contaminados contra los inmunizados. El Gran Desastre no ha llegado, ni se mantiene, por efecto de la corrupción en la sociedad, sino porque la sociedad está corrompida desde hace mucho tiempo. Para localizar a los culpables del mismo, suele dirigirse la mirada al Gobierno nacional de turno. Error, producto de un hábito adquirido que ha poseído a la muchedumbre y no lo suelta. Mírese, en cambio, alrededor, hasta lo más próximo, allí donde lo extraño y la sospecha se erigen en lo siniestro. O al espejo…
En el mes de julio de 2020, publiqué un tuit en una red social, el cual desde ese mismo día he dejado «fijado». Sucede que, desde entonces, poco ha cambiado el panorama general respecto a lo esencial del problema. En realidad, poco más tendría que añadir.
FRG, a las puertas del invierno de 2022
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{1} El libro La civilización en deconstrucción. Compendio (2022), como su propio subtítulo indica, reúne una breve antología del contenido de los títulos arriba enunciados.
Edición no venal, está disponible en descarga directa y gratuita, en formato de archivo PDF, EPUB y MOBI.
{2} Cfr. Ignacio Ruiz Quintano, «Todo este teatro ¿para qué?», ABC, 9 de diciembre de 2022.
{3} Fernando R. Genovés, La hora moral. Para una ética del presente (2019)
{4} Traducción española: Alain Finkielkraut, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, Anagrama, 1998. Traducción de Thomas Kauf.