El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 9
Artículos

La intervención de Antonio Luna García en el “golpe” contra Hedilla

Jeroni Miquel Mas Rigo

Sobre la destacada pero prácticamente ignorada intervención de este falangista en los sucesos de 1937

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Portada y dedicatoria del libro Cartas a un amigo antifascista, de 1936

En este ensayo pretendemos dar a conocer la destacada intervención –y hasta ahora prácticamente ignorada– del falangista Antonio Luna García en la génesis del proceso que desembocó en la unificación de Falange Española y la Comunión Tradicionalista. Es decir, en la creación del partido franquista denominado Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Donde la Falange –sobre todo a partir de 1942– puso la fachada y los neotradicionalistas la ideología (el nacionalcatolicismo).{1}

Algunos datos biográficos de Antonio M. Luna García{2}

Nació en Osuna (Sevilla) en 1900{3}. Se casó con Margarita Roldán Aguilar y tuvieron cuatro hijos: Antonio, Margarita, Isidoro y María Rosa.

1927: Era juez de entrada y ejercía, interinamente, en el Juzgado de Primera Instancia de Guadix (Granada). Al mes siguiente, es declarado juez excedente, a petición propia, para poder a ocupar la plaza de jefe del Servicio Provincial de Presupuestos Municipales de Córdoba.

1930 y 1931: Estuvo en el extranjero con una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios, y frecuentó las universidades de Berlín, Halle, Leipzig, Bolonia, Padua, Florencia y Roma.

1932: El 10 de agosto, participó en el fracasado intento de golpe de Estado del general Sanjurjo.

1933: Era secretario del Juzgado núm. 2 de Chamberí (Madrid) y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Jurisprudencia de Madrid. Desconocemos cuando ingresó en el cuerpo de secretarios judiciales, pero podemos afirmar que fue durante el primer bienio republicano. En el mes de febrero, fue el promotor, juntamente con Ramón Jiménez Salguero, de la Asociación provincial de secretarios de juzgados municipales de Madrid. El 29 de octubre, asiste al mitin del Teatro de la Comedia, considerado el acto fundacional de Falange Española, y se fotografía con José Antonio a quien ya conocía desde mucho antes.

1935: Con el seudónimo de Antonio Dávila publicó, clandestinamente, el libro Cartas a un amigo antifascista, que está dedicado a José Antonio Primo de Rivera y donde recoge extractos de sus principales discursos. La segunda edición, legal y última, sería al año siguiente.

1937: Al comenzar el año era secretario territorial (Salamanca, León y Zamora) de Falange, siendo el jefe Rafael Garcerán. En el mes de marzo la Junta de Mando Provisional anuló la territorial, pasando las provincias afectadas a depender directamente de Hedilla. El 2 de junio fue nombrado secretario interino del Juzgado municipal del distrito de la Izquierda de Córdoba. El 1 de septiembre, fue designado delegado nacional de Justicia y Derecho de FET y de las JONS. En diciembre, reingresó en el servicio activo de la carrera judicial y fue nombrado, también con carácter interino, Juez de Primera Instancia e Instrucción de Garrovillas (Cáceres).

1938: En su calidad de delegado nacional de Justicia y Derecho, presentó a la consideración del ministro de Justicia cinco anteproyectos de ley relativos a: Código penal, Ley orgánica de la Administración de justicia, Ley de enjuiciamiento criminal, Ley de enjuiciamiento civil y ley de prisiones. No fueron objeto de tramitación por la oposición del ministro de Justicia, el tradicionalista Rodezno, que los consideraba demasiado totalitarios. Estos anteproyectos constituían lo que él denominada la «Revolución judicial».

El 23 de julio fue nombrado juez de Primera Instancia e Instrucción de Tetuán. En el mes de agosto, fue asimilado a la categoría de capitán honorario del Cuerpo Jurídico Militar, y afecto a la Sexta Región, «sin perjuicio de su actual cargo de Consejero Nacional de F.E.T. y de las JONS, y del de Delegado Nacional de Justicia y de Derecho de tal organización.» Semanas después, denunció a un teniente de infantería por maltrato de obra a un superior; el tribunal militar, atendido los motivos escabrosos que motivaron la agresión del teniente, decretó el sobreseimiento del caso. Esto fue la causa de que no fuera nombrado fiscal del Tribunal Supremo, cuando ya estaba así decidido.

1939: El 13 de febrero se dispuso su cese, a petición propia, en el cargo de delegado nacional de Justicia y Derecho. En mayo, fue declarado excedente voluntario, por motivos de incompatibilidad, de su cargo de Juez de Primera Instancia. Publicó el libro Justicia.

1940: En el mes de junio fue designado vocal letrado del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo (TERMC). Se publica la segunda edición de Justicia, que incluye un estudio de la Ley de represión de la masonería y el comunismo.

1941: En enero, fue designado miembro del Consejo de la Hispanidad. El 31 de marzo, se decretó su cese como vocal del TERMC.

1945: Publica, juntamente con otro autor, el libro Justicia Municipal y Registro Civil. En esta época ocupaba de nuevo su plaza de secretario del Juzgado Municipal número 2 y del Registro Civil de Chamberí (Madrid).

1949: Boda de su hijo Antonio con Pilar Suárez y Álvarez de Pedrosa. Actuaron de padrinos, entre otros, Rafael Garcerán (procurador en Cortes) y Castejón (magistrado del Tribunal Supremo). También asistió a la ceremonia Alejandro Gallo Artacho (presidente de la Sala Cuarta del Tribunal Supremo).

1968: Se jubiló como secretario del Juzgado Municipal núm. 2 de Madrid.

1971: Falleció en El Rubio (Sevilla), el 5 de diciembre.

La intervención de Antonio Luna en la unificación de Falange con la Comunión Tradicionalista

A partir de noviembre de 1936, se creó en Salamanca un departamento de prensa al servicio de la Junta de Mando Provisional de Falange, que empezó siendo una mera oficina de correspondencia. Rafael Garcerán, jefe territorial del Reino de León, fue el encargado de actuar de enlace entre ese departamento y el Cuartel General del Generalísimo y la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda de Falange, domiciliada en San Sebastián y dirigida por el jovencísimo e inteligente Vicente de Cadenas. Según Hedilla:

«[Garcerán] Llevó como adjunto, a un amigo suyo, llamado Antonio Luna. Hubo que prescindir para la tarea de la correspondencia de los dos, por su incapacidad manifiesta en el estilo y la forma de redactar. De la tarea se encargaron Martín Almagro Basch, Felipe Ximénez de Sandoval, quien había redactado en Arriba la sección de política internacional y Nicolás Martín Alonso»{4}

Este departamento de prensa, que en realidad era una delegación de la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda de FE, se denominada Agencia de Información, Control y Colaboraciones y estaba bajo la bajo la dirección de García Venero. Según Vicente Cadenas: «El origen de esta Agencia era una oficina de correspondencia, atendida por Antonio Luna de quien se prescindió pocas semanas después. Luna había sido colocado por Rafael Garcerán».{5} El falangista Alcázar de Velasco nos informa que Luna fue separado de la Agencia por su amistad y obediencia a Garcerán y añade: «De aquella separación arrancó la agresiva enemistad Garcerán-Hedilla.»{6} La Junta de Mando Provisional, en el mes de marzo, había acordado –con seguridad a propuesta de Hedilla– la supresión de la territorial dirigida por Garcerán y Luna, pasando las provincias comprendidas en su ámbito a depender de los mandos centrales del Movimiento (o sea, de Manuel Hedilla). Cabe suponer que eso fue muy mal aceptado por los afectados, pues, amén de perder el cargo y el poder que ello podía conllevar, también afectaría a sus recursos económicos. Si bien en la Falange los jefes territoriales y provinciales no cobraban un sueldo,{7} no había ningún control sobre los fondos puestos a su disposición (según el consejero nacional Francisco Bravo, se podía oír: «He gastado quince o veinte mil pesetas y basta mi palabra y mi prestigio para justificarlas.»){8} Es de destacar que Garcerán tenía a su cargo cinco mujeres y una niña.

Creemos que ha llegado el momento de dar algunos datos sobre Garcerán, que pasa por ser el ideólogo de la conjura contra Hedilla; aunque el verdadero organizador de la conjura, como veremos, fue Antonio Luna.

Rafael Garcerán Sánchez (1906-1991). Procedía de un hogar humilde (su padre era un jornalero murciano). A los 22 años (en 1929, no en 1927 como suele escribirse) empezó a ejercer de abogado, en calidad de pasante, en el bufete de José Antonio Primo de Rivera. Vivía en el domicilio de su jefe (a quien trataba de usted). El 6 de abril de ese mismo año, fue nombrado secretario del Comité Paritario de Artes Blancas (Panadería) de Madrid. Dimitió de dicho cargo en agosto de 1932. Admirador de Julián Besteiro, perteneció a la Agrupación Socialista de Madrid de la que se habría dado de baja en 1933, después del mitin del Teatro de la Comedia, considerado el acto fundacional de Falange Española. Actuó de enlace entre José Antonio, preso en Alicante, y el general Mola. El 18 de julio de 1936, desde el Cuartel de la Montaña, participó en el golpe de Estado de los militares sublevados. El 10 de agosto, huyendo de la España frentepopulista, salió de Alicante en un buque alemán con destino a Génova. Estuvo en esa ciudad hasta el día 21 del mismo mes y el 5 de septiembre, desde Roma, marchó en coche hasta Pamplona. El 6 de octubre, la Junta de Mando Provisional de Falange lo nombró jefe territorial del Reino de León (León, Zamora y Salamanca) y secretario de la propia Junta. Sin duda pesó en el nombramiento el hecho de que alegase de que Fernando Primo de Rivera –el hermano menor de José Antonio–, el día de su detención –13 de julio de 1936–, le delegó la jefatura del partido en Madrid. Como de eso no existía ningún documento, muchos dirigentes falangistas no le daban ninguna credibilidad. Es más, alegaban, con razón, que no había ocupado ningún cargo en el partido e incluso se afirmaba que ni siquiera era falangista.{9}

A raíz de los sucesos del 17 de abril de 1937, acontecidos en Salamanca y con el resultado de dos muertos, pasó unos meses encarcelado. En marzo de 1938, Garcerán publicó un folleto (de apenas 16 páginas, en pequeño formato), que no lleva nombre de editorial alguna ni pie de imprenta, titulado Falange, desde febrero de 1936 al gobierno nacional, donde hacía loas del Caudillo.{10} Estos elogios resultan más llamativos si tenemos en cuenta que Garcerán, que intervino en algunos de los fallidos intentos de liberación de José Antonio, estaba convencido de que Franco no tuvo interés en salvar a José Antonio, según manifestaron sus hijos María y Rafael.

En 1938 ocupaba el cargo de secretario general de la Delegación Nacional de Justicia y Derecho de FET y, con fecha 22 de diciembre, fue nombrado vocal de la «comisión encargada de abrir un gran proceso encaminado a demostrar, en forma incontrovertible, que los detentadores del Poder adolecían de tales vicios de legitimidad y ejercicio que no se puede tildar al Alzamiento Nacional de rebelión contra la Autoridad.»

En octubre de 1945, siendo ministro de Justicia Raimundo Fernández-Cuesta, le fue concedida la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort. Entre 1943 y 1958 fue procurador en Cortes y de 1943 a 1946 fue, además, miembro del Consejo Nacional del Movimiento. Después de la guerra, se dedicó a actividades empresariales relacionadas con cabarés y restaurantes nocturnos.

Continuamos con el tema de la Unificación. El día 2 septiembre de 1936, en Valladolid, ante la decapitación de la Falange (sus principales dirigentes estaban en la cárcel o habían sido asesinados), se acordó, en una reunión de dirigentes falangistas, la constitución de una Junta de Mando Provisional presidida por Manuel Hedilla{11} e integrada por José Sainz, Andrés Redondo, Agustín Aznar, José Moreno. Hedilla designó a Francisco Bravo secretario de la Junta. El 6 de octubre, una vez incorporado a la España nacional, Sancho Dávila, jefe territorial de Andalucía, pasó a formar parte de la Junta. Al trasladarse la Junta a Salamanca, Bravo se quedó en Burgos representando a la Falange cerca de la Junta Técnica (en funciones de Gobierno), por lo que se decidió nombrar a Rafael Garcerán para secretario de la Junta, que acumuló dicho cargo al de jefe territorial del Reino de León. El Consejo Nacional, reunido en Burgos el 21 de noviembre, ratificó la confianza en la Junta de Mando. En enero de 1937, la Junta destituyó, «por conspirar contra la Junta de Mando», a Andrés Redondo{12} de su cargo de jefe territorial de Castilla la Vieja y causó baja como miembro de la Junta.

A partir del traslado de la Junta de Mando a Salamanca, empezó lo que sus enemigos llamaron el culto a la personalidad de Hedilla. Con la sola excepción de José Saiz, los miembros de la Junta de Mando, que consideraban que el presidente solo era un primus inter pares, empezaron en el mes de febrero, movidos por Garcerán y Antonio Luna y la aquiescencia de Pilar Primo de Rivera, a conspirar para desplazar a Hedilla.{13} En un documento inédito, datado el 18 de julio de 1937, el falangista Esteban Roldán Oliarte escribe:

«El grupo de inescrupulosos aduladores que siguen a todos los vencedores del momento se apoderó de este hombre sencillo y bueno [Hedilla] para elevarlo por encima de toda altura y ponderarlo fuera y por encima de toda ponderación y medida. […]

Frente a Hedilla y a sus concupiscencias se situó seguidamente el Secretario General{14} Rafael Garcerán, abogado experto, primer pasante de José Antonio, sindicalista convencido, perseguido y preso muchas veces bajo la República, honesto a carta cabal y en plena juventud. Pero sin amigos ni turiferarios. Garcerán, hosco y desconfiado, no supo echar raíces en el corazón de la masa. Creía que bastaba saber y proceder con limpieza para vencer o prevalecer. Estaba condenado al fracaso.

Sancho Dávila, jefe territorial de Andalucía, primo y compañero de José Antonio, luchador de las primera hora, caballero y señor en toda la extensión de la palabra, no podía, incluso por razones de estética, estar de acuerdo con la política ridícula y oscura de Hedilla. Pero desconfiaba de Rafael Garcerán y recelaba de la ambición de este.

Agustín Aznar, con la aureola de sus hazañas en Madrid durante el período persecutorio de la República, la leyenda de sus tentativas para libertar a José Antonio, su ascendiente sobre las mujeres Primo de Rivera{15} y sobre todo por su exultante juventud y decisión gozaba de simpatías generales y de adhesiones sinceras. La Juventud y el S.E.U. estaban con él. Aspiraba también a la jefatura suprema, pero aguardaba su hora a fuerza de perpetuar el desgaste de sus rivales y sin malquistarse ni oponerse claramente a ninguno de los tres anteriores. Los restantes constataban los hechos y divisiones sin encenderlas en espera de la toma de Madrid y en la esperanza del retorno próximo de Raimundo Fernández-Cuesta de cuya personalidad y autoridad se esperaba el milagro de la “unificación en los de arriba”, puesto que la de los de abajo permanecía firma y arrolladora frente a todos los obstáculos. Y es que nuestras masas ignoraban todavía el fusilamiento cierto de José Antonio y creían en su segura reaparición cabe [sic] a nosotros en el momento oportuno y necesario.

A la luz de esas experiencias y síntomas, inquieto por el porvenir de la Falange y el de España y atento al prestigio de Franco dentro del partido que ya declinaba ostensiblemente, el camarada Antonio Luna se dispuso a realizar por propios medios la tan deseada unidad en el mando, labor en la que colaboré y de la cual fui el artífice constante y supremo.{16} Hoy, vencidos en toda línea por las arterías del Cuartel General, puedo revelar mi intervención. No puede producirse beneficio ni daño. Y queda la constancia a los efectos del futuro. Y apelo al testimonio del propio Luna. Puedo hablar en público «cara al sol y con la camisa nueva» que no he manchado ni traicionado, porque la lealtad en mi espíritu es consubstancial con mi naturaleza y con mis actos.

Antonio Luna, escapado de Madrid y a la muerte por haber escrito una obra clandestina sobre la Falange y su fundador, que apareció en los sótanos de su juzgado, fue amigo íntimo de José Antonio, su compañero y confidente en la dirección de los primeros tiempos, su mejor auxiliar e intermediario cerca de la justicia republicana para salvar a nuestros presos y procesados en los días heroicos de la irrupción en la vida pública. A excepción de Hedilla, por ignorancia y, tal vez de Aznar por ligereza, los restantes creían en su consejo y aceptaban cuantas sugestiones les hacía. Cuanto supo y pudo lo puso al servicio de la Falange y de su unidad [como siempre, Roldan es parcial].

A falta de cargo oficial disponible logró meterse de Secretario de Rafael Garcerán, que lo era el General de la Falange. Y el continuó humilde y casi esfumado, en la Secretaría Territorial de Salamanca. Sin despertar recelos ni sospechas ni poner en peligro ninguna ambición ajena nos habíamos instalado en el mejor observatorio, con vistas a todos los campos y horizontes. Nuestra consigna fue esta: “salvar a la Falange, encauzarla de nuevo sin traicionar en lo más mínimo a Garcerán ni a Sancho. Buscar entre todos coincidencias, limar asperezas, calmar impaciencias y desarrollar el programa del futuro gobierno nacionalsindicalista. Depurar el ambiente y evitar a los indeseables que la «Ceda» iba destacando en nuestras entidades al calor de la insinuación del grupo intelectual que ya controlaba a Hedilla.”

El propio Luna dio cima a su proyecto de Revolución Judicial mientras se aguardaba, sin dejar el trabajo de zapa, llegar a la solución apetecida. Como llegamos. Hedilla empujado por sus áulicos, seguro de su banda de valientes, empezó a nombrar, sin autorización de la Junta de Mando, consejeros de su incondicional amistad [otra mentira] para hacerse elegir, en próximo Consejo Nacional, Jefe Único. Mientras de otra parte amenazaba y sometía a los vacilantes [antes ha dicho que Hedilla era «sencillo y bueno»]. Personalmente salió en gira de captación de votos de algunos jefes provinciales a primeros de abril dejando en Salamanca órdenes para proceder a la convocatoria del Consejo e instrucciones para evitar la presencia de contrincantes y competidores.

El 9 de abril celebré una conferencia con Rafael Garcerán en su casa de la Avenida Mirat nº 15, en la cual me expuso los temores que abrigaba con relación a la Falange dado el rumbo que iba a darle Hedilla y las complicidades con que contaba. A las dos de la madrugada en plena oscuridad salmantina a causa de la aviación roja que de vez en cuando se asomaba por los alrededores, me fui a dormir. Y al día siguiente ordené al camarada Luna que regresara urgentemente para estudiar un plan defensivo ya que no obtuvimos éxito en nuestros primeros intentos. Inmediatamente obtuve contestación telegráfica en estos términos textuales: cumpliendo tus órdenes amaneceré lunes esa abrazos.{17}

El 12, en la madrugada, llegó a Salamanca y trabajamos durante todo el día. Vista la desconfianza de los anti-hedillistas era preciso buscar una fórmula conciliatoria de sus aspiraciones. Y Luna, por su ascendiente, personal y no obstante las resistencias de todos, los puso en la forzosa solución que preconiza el art. 48 de nuestros Estatutos: elección de un triunvirato, designación de todos los cargos vigentes e integración de los organismos políticos, a fin de ir cuanto antes al Consejo Nacional que resolvería, con plenitud de poderes y legalidad de función, el arduo problema de la Jefatura Suprema.

La fórmula se concretó en los nombres siguientes: Sancho Dávila, Agustín Aznar, José Moreno y para Secretario General: Rafael Garcerán.»{18} [Las cursivas son subrayados en el original.]

Para resolver, de una vez por todas, la tirantez que existía entre los miembros de la Junta de Mando, Hedilla –el 15 de abril– convocó una reunión extraordinaria del Consejo Nacional, para el día 25 del mismo mes, con el objeto de disolver la Junta de Mando y elegir un jefe nacional de Falange (el segundo, después de José Antonio); si bien, se especificaba que cuando se incorporase a su puesto Raimundo Fernández-Cuesta, secretario general del partido y preso en la zona gubernamental, «el Consejo se reunirá, automáticamente, para resolver entonces lo que proceda.»

Como respuesta, al día siguiente, los miembros de la Junta de Mando, Aznar, Moreno, Sancho Dávila, Muro y Garcerán se reunieron, convocados a iniciativa de Aznar, en los locales de la Administración General de Falange. Al salir de la reunión se presentaron en despecho de Hedilla.{19} Se avisó a José Sainz, y presente este, Garcerán leyó el pliego de cargos que traía consigo y se acordó, con los votos en contra de Hedilla y Sainz:

  1. Destituir a Hedilla de la presidencia de la Junta de Mando
  2. Designar un triunvirato que asumía las funciones que los estatutos conferían al jefe nacional del Movimiento. Este triunvirato estaba integrado por Agustín Aznar, Sancho Dávila y Jesús Muro,{20}que tomaría sus acuerdos por mayoría de votos.
  3. Convocar al Consejo Nacional dentro de un término de cincuenta días.
  4. Nombrar secretario (aunque no se dice, hay que entender que secretario general del partido) a Rafael Garcerán.

Esos acuerdos se intentaron justificar en un pliego de cargos contra Hedilla, que fue redactado por Esteban Roldán{21} y que consistían, resumidos, en lo siguiente:

  1. No informar a fondo a la Junta de Mando de sus gestiones, conversaciones y orientaciones políticas.
  2. Resistencia a cumplimentar los acuerdos de la Junta.
  3. Propaganda desmedida e impropia de su persona.
  4. Convocar el Consejo Nacional sin dar cuenta a la Junta.
  5. Excluir de la convocatoria del Consejo Nacional a Miranda y Rafael Garcerán.
  6. Ineptitud manifiesta de Hedilla por su analfabetismo.

Según Hedilla:

«Una vez leídos, pedí explicaciones a estos cargos y me dieron como única explicación la lectura del cargo primero o sea que había circulado insistentemente por Salamanca, hace dos meses, el rumor de que se iba a formar un Gobierno presidido por el General Mola, del que yo formaría parte.»{22}

Esteban Roldán explica la actuación de los antihedillistas:

«Convencidos de la necesidad de poner freno a la marcha que seguía la Falange dirigida por Hedilla y ya copada por los politiqueros de todos los matices, el 15 [sic, por 16] de abril la Junta de Mando Provisional, convocada por su Presidente y Secretario y con asistencia de todos los competentes a excepción del vocal Francisco Bravo, acordó destituir a Manuel Hedilla de todos sus cargos en la Falange por inepto y traidor y de acuerdo con la facultad que tenía de actuar al mismo tiempo de Junta Política, autodisolverse, designando el triunvirato cuyos nombres anteceden y señalando la fecha de la celebración del Consejo Nacional correspondiente. El acuerdo fue tomado por mayoría absoluta de votos ya que Hedilla solo obtuvo el suyo propio. El Jefe Territorial de Castilla se limitó a protestar de la designación por no habérsele otorgado uno de los cargos de triunviro.»{23} [La cursiva en el original es subrayado].

Si prescindimos del último cargo, los conjurados tenían bastante razón, en especial en lo relativo a la convocatoria del Consejo Nacional. Así el artículo 41 de los Estatutos de Falange disponía que:

«Con diez días de anterioridad y haciendo constar en la convocatoria los temas acerca de los cuales se va a consultar, podrá el Jefe del Movimiento, oída la Junta Política, convocar al Consejo Nacional con carácter extraordinario cuando lo considere preciso.»

Al haber asumido la Junta de Mando Provisional las funciones de la Jefatura Nacional, correspondía al órgano colegiado la convocatoria de la reunión extraordinaria del Consejo Nacional. Hedilla manifestó en la reunión del Consejo Nacional, celebrada el día 18 de abril, que:

«En conversación sostenida con el camarada Aznar le hice ver la necesidad de convocar, según los Estatutos y con carácter urgentísimo, el Consejo Nacional extraordinario señalado para el día 25. Aznar me expuso su deseo de que antes se reuniera la Junta de Mando y yo, por estimar que este Consejo no podía demorarse, le hice ver que no debía sometérsele al trámite dilatorio de una reunión de la Junta de Mando.»{24}

Hedilla pudo haber convocado una reunión urgente de la Junta Mando para dar cumplimiento a los Estatutos, pero sabía que no tenía el apoyo mayoritario de sus camaradas. Vicente Cadenas que, juntamente con Hedilla y Gaceo, intervino en la convocatoria, casi treinta años después, se pregunta:

«¿Era o no facultad del Jefe de la Junta de Mando, sin consultar a ésta, la de convocar el Consejo Nacional? Esto quizá pueda ofrecer alguna duda, pero no parece lo natural cuando el Consejo era Superior a la Junta de Mando?»{25}

Eso es no querer ver que la convocatoria no se ajustaba a lo dispuesto en los Estatutos, donde incluso el jefe nacional para convocar el Consejo necesitaba oír previamente a la Junta Política. ¿Hubiese dicho lo mismo si la convocatoria la hubiera hecho otro miembro de la Junta de Mando? Por otra parte, en ningún lugar se dice que el Consejo Nacional sea un órgano superior al jefe nacional. Al revés, de los Estatutos (arts. 4, 42, 45 y 47) se desprende más bien todo lo contrario. Falange no era, huelga decirlo, un partido con una estructura y funcionamiento democráticos. Las atribuciones del Consejo Nacional, fuera de la aprobación de las cuentas, se reducían a las que el jefe nacional les quisiera conceder. El Consejo no podía destituir al jefe nacional, sólo podía, con el voto favorable de tres cuartas partes, no renovarle el mandato, que era de tres años.

Pero tampoco los antihedillistas fueron muy respetuosos con las normas de funcionamiento de la Junta de Mando, que, al no tener normativa específica, se regía por las normas de la Junta Política, cuyas funciones, también, había asumido aquella. Así, la reunión extraordinaria del día 16 de abril estaba viciada por no haber sido convocada por el presidente. El artículo 34 de los Estatutos establecía que: «La Junta Política se reunirá por lo menos una vez al mes y siempre que la convoque su presidente o el Jefe del Movimiento.» Roldán, que debía conocer la ilegalidad de la reunión, miente cuando dice que la Junta se reunió previa convocatoria del presidente. Además, al no haber orden del día, se creaba una indefensión total a Hedilla para defenderse de las acusaciones de los disidentes. Según el presidente destituido:

«Ante esta actitud, apoyada en la coacción de la fuerza armada con bombas de mano y fusiles ametralladores que habían concentrado ya en los locales de la Jefatura de Mando y en mi deseo de evitar allí una escena sangrienta, decidí retirarme de la Junta de Mando [hay que entender de la sede de la Junta de Mando] acompañado del miembro de la misma camarada José Sainz.»{26}

Por otra parte, la Junta de Mando al haber sido creada por el Consejo Nacional no podía autodisolverse sin la autorización previa de ese órgano, ni mucho menos nombrar un triunvirato que asumiese las funciones del jefe nacional. Es más, la composición y atribuciones de la Junta de Mando Provisional había sido ratificada por el Consejo Nacional en la reunión celebrada, en Salamanca, el 21 de noviembre de 1936.

La destitución de Hedilla tenía una finalidad espuria; ya que no tenía sentido nombrar un triunvirato si, precisamente, el objeto de la convocatoria era para que el Consejo Nacional se pronunciase sobre la conveniencia de elegir un nuevo jefe nacional, de acuerdo con los Estatutos. Es obvio que los triunviros no creían disponer de mayoría entre los consejeros y querían ganar tiempo para modificar la composición del Consejo a su conveniencia. Luna se valió de su condición de juez para convencer a los disidentes, que no veían claro la legalidad del «golpe», e interpretó de forma interesada el artículo 48 de los Estatutos. Este artículo disponía que:

«Cuando el Jefe del Movimiento tenga que ausentarse temporalmente del territorio nacional, designará de entre los componentes de la Junta Política un Triunvirato que, colegiadamente y adoptando sus resoluciones por mayoría de votos, desempeñe las funciones del Jefe durante su ausencia.»{27}

La idea del artículo era evitar, mientras el jefe estuviera ausente, que el substituto se aprovechara de la ocasión para hacerse con el mando único del partido. Primo de Rivera ya había sido objeto de intentos de «golpes» para ser desplazado de la jefatura. Pero ese artículo no era de aplicación al caso, porque: i) no había ausencia temporal del jefe (todos los consejeros nacionales sabían perfectamente que José Antonio había sido fusilado), de ahí la convocatoria del Consejo Nacional, y ii) porque ya existía un órgano colegiado provisional que asumía las funciones del jefe nacional, que era precisamente la Junta de Mando, creada y ratificada por el Consejo Nacional. El artículo aplicable no era, pues, el 48, sino el anterior, el 47, que determinaba que:

«Cuando el jefe no fuese ratificado por el Consejo Nacional o cuando la Jefatura quedare definitivamente vacante por muerte o dimisión, el Consejo, convocado por el Presidente de la Junta Política para reunirse antes de los quince días de producida la vacante, procederá a elegir nuevo Jefe.»

Eso es lo que pretendía hacer Hedilla; pero Antonio Luna y Esteban Roldán, ante el temor de que el Consejo Nacional lo eligiera jefe nacional, fraguaron el «golpe». Para ello se sirvieron de la ambición de Garcerán (son muchos los testimonios de la época que coinciden en señalar que quería ser el jefe nacional), así como de su enemistad personal con Hedilla, acentuada por el hecho de que había perdido la jefatura territorial y, obviamente, perdería también el cargo de secretario de la Junta. Pero Garcerán tenía un hándicap, no era miembro de la Junta Política ni del Consejo Nacional ni había ocupado ningún cargo en el partido; es decir, carecía de la legitimidad de haber sido elegido por José Antonio. Además, era persona de trato difícil y no gozaba de simpatías en los ambientes falangistas. Por otra parte, hemos visto que Sancho Dávila recelaba de la ambición de Garcerán, y Dávila era amigo íntimo de Luna. Por ello, se le reservó el cargo de secretario general del partido. Lo cual fue aceptado por Garcerán, en la creencia de que él, que era más inteligente que los triunviros, sería de facto el líder del partido.

Aznar, que solo tenía 25 años, se dejó llevar por el resto de los conspiradores: «En mis primeros disentimientos con Manuel Hedilla, tuvo gran parte la incitación que dos o tres personas me hacían. En lenguaje llano, pero gráfico, “me calentaron”».{28} En cambio, en la actitud de Dávila, además de su ambición{29}, seguro que influyeron motivaciones políticas. Para él, y para su amigo Luna, Hedilla era un demagogo (no era monárquico, quería la separación del Estado y la Iglesia, se proclamaba partidario de reformas en favor de los obreros y estaba en contra de la represión indiscriminada contra los «rojos»){30}

Cadenas y Sainz se reunieron con Aznar y Dávila para evitar el enfrentamiento entre los dos sectores, pero cuando ya habían alcanzado un principio de acuerdo, «llegó Garcerán, quien se opuso a todo, seguramente en la creencia que de llegar a un acuerdo, el primer separado de su cargo sería él».{31} Naturalmente, Hedilla no aceptó su destitución ilegal y ordenó la detención de Dávila y Garcerán (Aznar se hallaba pernoctando en el cuartel de las milicias falangistas, que le eran adictas). Vamos a ver cómo lo cuenta Esteban Roldán:

«A las dos de la madrugada del 17 en plena Plaza Mayor, siempre exageradamente plena de guardias y agentes, un grupo de doce dirigido por el Jefe de Milicias de Santander, paisano y amigo íntimo de Hedilla, el camarada José Alonso Goya llamó a la puerta de la pensión que abrió la sirvienta Simona a la cual hicieron guardar silencio apuntándole sus armas. Y mientras el grupo, armado y con bombas de mano, guardaba la salida, Goya y Daniel, subjefe de milicias, penetraron en la habitación en donde dormían Dávila y Luna.

Es de advertir que se hicieron abrir por orden del Generalísimo a nombre y por autoridad del cual iban a prender y fusilar a los antedichos camaradas. (En las declaraciones que prestó en el Juzgado Militar el Daniel –puesto que Goya halló la muerte en la pensión que asaltaron– se ratificó en el hecho concreto de haber manifestado que iban por orden de Franco. Y cuando en el careo con Luna este, apiadado, quiso atenuarle su culpa diciendo que luego se desdijo y manifestó que fue Hedilla quien les dio la orden, el Daniel volvió a insistir en su primera declaración firmándola nuevamente.)

Despertados violentamente con el consabido: ¡manos arriba!, y alumbrada la habitación, Goya y su compañero conmináronles para que se vistieran rápidamente.

—Y eres tú, Goya, que hemos estado juntos en la cárcel, ¿quién viene a asesinarme? ¡Si nos viese José Antonio!

Goya, el semblante demudado, ya perdida la serenidad:

—No hago más que cumplir órdenes del jefe.

—¿Y este? –pregunta a Goya su acompañante señalando a Luna.

—Dice el jefe que es el peor de todos.

—Pues ya puede darse por muerto.

En esto la sirvienta había ido disimuladamente a despertar al ayudante Peral quien al ver desde donde dormía (el comedor) que el corredor estaba invadido empezó a disparar en dirección a la habitación despejando el corredor y matando al jefe de los asaltantes Goya quien cayó desplomado al pie de Dávila y Luna. Daniel a su vez disparó sobre Peral hiriéndole e inutilizándole. El grupo regresó al interior de la pensión disparando en todas direcciones y lanzando las bombas de mano que, si no hicieron nuevas víctimas, destrozaron el local y mobiliario.

Dueños de la situación ordenaron a Dávila y Luna que salieran del cuarto, inundado de sangre de las víctimas, situándolos de cara a la pared del descansillo de la escalera para fusilarlos. En esto asomó por el piso tercero un sacerdote quien dándose cuenta de la situación pidió permiso para otorgar los auxilios oficiales [sic, por espirituales]{32} a los que iban a morir. Y esta fue la circunstancia que salvó la vida a mis dos amigos, porque a poco llegaron algunos oficiales italianos, paisanos y finalmente la policía y no pudo consumarse el crimen.

Son de notar las siguientes anomalías. En la pensión estaban, en sus respectivas habitaciones por supuesto,{33} Don Francisco Bonmatí de Codecido, uno de los jefes de propaganda del Cuartel General, su primo Antonio Bremón, teniente del cuerpo jurídico militar, que ni siquiera asomaron la cabeza, fuese por cobardía, miedo, etc. y el hijo del republicano-maurista Gregorio Arranz, accidentalmente en Salamanca, quien, curioso salió de su cuarto, fue detenido sin tener directa o indirectamente conexión con el asunto. Los demás pasajeros, salvo el enorme susto, ni siquiera [fueron] molestados.

Dos horas de gritos, tiroteo y bombas sin que apareciera un solo agente de la autoridad en sitio tan céntrico y vigilado como la Plaza Mayor. Y al comparecer se llevaron a Dávila, Luna y al muchacho Arranz a la Delegación pasándoles en calidad de detenidos a la Comandancia de la Guardia Civil.

Los agresores, al observar que Rafael Garcerán no se hospedaba allí, como creían, exigieron su domicilio adonde fueron acompañados de un agente de policía. Llamaron a la puerta del Secretario General y este asomándose al balcón al oír los golpes y voces, se negó a las pretensiones de la cuadrilla. Viendo luego que forcejeaban para violentar la puerta que da a la calle, tomó un revólver de salón –única arma existente en la casa– para disparar a fin de dispersarlos y mientras llegaba algún socorro que a voces pedían las cinco mujeres y una niña de cinco años –toda su familia– que con el convivían.

Es de notar que la refriega, tiros y voces de auxilio se oyeron de todas partes. La ronda especial nocturna de aquel sector no hizo detención ninguna. Y después de una hora acudió la Guardia Civil para llevarse detenido a quien había, sin daño para nadie, defendido su vida y la de los suyos.

Estos son los hechos en su escueta realidad.» [Las cursivas son subrayados en el original].

Dejando al margen algunas pequeñas inexactitudes (como que eran doce los que acompañaban a Goya, cuando en realidad eran cinco o que Garcerán utilizó un revólver de salón, cuando se trataba de una pistola Savage del 7,65),{34} hay una afirmación de Roldán que merece un comentario. Nos referimos a la aparición de un sacerdote «quien dándose cuenta de la situación pidió permiso para otorgar los auxilios espirituales a los que iban a morir». La intervención de este sacerdote no aparece documentada en el sumario que se instruyó sobre esos hechos. Lo cual nos induce a pensar que se trata de otra afirmación falsa de Roldán, interesado en demostrar que los enviados de Hedilla pretendían asesinar a Dávila y Garcerán.{35} Es cierto que Dávila, en el sumario, declaró que oyó a uno de los asaltantes, Daniel López Puertas, decir: «Vamos a matarlos Goya»; pero en el libro que escribió dice noblemente otra cosa (y si no es verdad, todavía es más de alabar): «Es público y fehaciente que Manuel Hedilla nunca quiso que corriera sangre. Lo originó la tensión del momento, derivada del clima político exacerbado en que estábamos viviendo.»{36}

Lo que nos interesa resaltar del relato de Roldan, es que el compañero de cuarto de Dávila era Antonio Luna, y que este –de creer a al susodicho–, era conceptuado por Hedilla como «el peor de todos». Ya Thomàs, en su interesante libro, había señalado que:

«Tal y como ha quedado manifiestamente claro, quien se alojaba en el cuarto de Sancho Dávila junto a él era Antonio Luna García, y no Manuel Peral, como se afirma repetidamente en el libro sobre Hedilla y los sucesos de Salamanca de Maximiano García Venero escrito por encargo del primero, así como en la versión posterior titulada Testimonio, producto de una reelaboración del anterior por parte de Hedilla y sus colaboradores. Y en otros, como el de Ángel Alcázar de Velasco, Los siete días de Salamanca, utilizados profusamente no sólo por la propia falangística a la que pertenecen, sino aun por historiadores profesionales.»{37}

Debemos mencionar que Luis Pagès Guix (es decir, Esteban Roldán) en su folleto la Traición de los Franco, tampoco menciona que el compañero de habitación de Dávila era su amigo Antonio Luna. Lo cual resulta muy sospechoso. Aquí tenemos, pues, otro enigma, relacionado con el jurista falangista, al que más tarde nos referiremos.

A consecuencia de los luctuosos acontecimientos, Hedilla –el mismo día 17– adelantó la reunión del Consejo Nacional, prevista para el día 25, a la tarde del día siguiente y que se prorrogó a la mañana siguiente. A esta reunión asistieron 22 consejeros, no pudieron hacerlo Sancho Dávila y Garcerán (aunque los hedillistas negaban que este pudiese ser considerado consejero nacional, ya que no había sido nombrado por José Antonio ni elegido por las juntas provinciales), por hallarse detenidos por los hechos del día anterior. Es de resaltar que nadie los defendió, ni siquiera Aznar y Moreno. Es más, se otorgó la Palma de Plata al «caído» Goya. Hedilla dio las oportunas y convincentes explicaciones con relación a los cargos formulado por los «golpistas».

Seguidamente, hubo intervenciones de diversos consejeros y, finalmente, se propuso por Sainz proceder a la elección de un jefe nacional. La propuesta fue aprobada, en votación nominal, por 12 votos a favor y 10 en contra. A continuación, se votó, mediante papeleta, para elegir a la persona que ocuparía la Jefatura Nacional. Resultando elegido Hedilla por diez votos a favor, ocho en blanco y otros cuatro consejeros obtuvieron un voto cada uno. El elegido solo obtuvo la mayoría simple; pero en los Estatutos no se establecía nada al respecto. Sin duda, en la decisión de elegir un jefe influyó el hecho de que se sabía que era inminente la promulgación del Decreto de Unificación. Como dijo Sainz (el único de los asistentes que era miembro de la Junta Política anterior a la guerra, y el único de los miembros de la Junta de Mando que apoyaba a Hedilla):

«Sigamos discutiendo y a las once nos disolverán aquí los de Asalto. Estamos sin Jefe. Vamos a nombrarle para que dé una orden que se pueda cumplir. Si hay un Jefe no se atreverán a hacer nada en contra de Falange Española.»

Era el canto del cisne de unos ingenuos. Dos días después (el 20 de abril) se publicaba en el BOE el Decreto núm. 255 que establecía:

«Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos se integran bajo mi jefatura en una sola entidad política de carácter nacional que de momento se denominará Falange Española Tradicionalista y de las JONS.»

Es de advertir que los requetés solo eran la rama paramilitar de la Comunión Tradicionalista (su equivalente eran las milicias de Falange) y que, como tales, no gozaban de personalidad jurídica. En puridad, la Comunión Tradicionalista no fue integrada en FET y de las JONS, sino que simplemente fue disuelta como los demás partidos y organizaciones. Si tenemos en cuenta que el Decreto fue redactado por Serrano Suñer, eminente jurista, se nos escapa cuál era la intención buscada de no aludir expresamente a la Comunión Tradicionalista.

Como este trabajo no es un estudio completo sobre la Unificación, sino que solo trata sobre la participación que tuvo en ella Antonio Luna, prescindimos de relatar los motivos por los cuales Hedilla no aceptó el decreto de Unificación; así como de la represión que se desencadenó contra los opositores.{38} Solo mencionaremos que:

«Cuando a finales de 1937 pasan a Franco la estadística de detenidos y procesados por los incidentes [de la Unificación] esos suman entre falangistas y requetés 1.521, de los cuales 1.459 eran falangistas y 62 requetés, 21 requetés fueron condenados y 192 falangistas; de estos últimos 48 a cadena perpetua.»{39}

Como es sabido, Hedilla tuvo dos condenas: cadena perpetua y pena de muerte, aunque esta última fue conmutada por cadena perpetua. En 1941 saldría de la prisión para ser confinado en Mallorca y en 1947 recobraría la libertad completa.{40}

Como premio a su intervención en la Unificación, el 1 de septiembre de 1937, Antonio Luna fue nombrado delegado nacional de Justicia y Derecho de F.E.T. y de las J.O.N.S. En ejercicio de ese cargo, el día 19 de abril de 1938, pronunció un extenso discurso sobre «La revolución judicial» en el convento de San Esteban, de Salamanca, para conmemorar el aniversario del Partido Único.{41} En el discurso de presentación del conferenciante, el teólogo dominico Ignacio Menéndez-Reigada{42} dijo:

«Después de nuestro glorioso Movimiento sacrificando su tranquilidad y su bienestar, y aun poniendo en peligro su vida, con tesón y constancia, ha sabido librar a España y al Caudillo del peligro de un mal irreparable. Mas todo esto debe permanecer en el silencio, porque ni su modestia consiente la publicidad ni nuestra prudencia nos lo aconseja.» (p. 7)

Obviamente, «el peligro de un mal irreparable», a que hace referencia el fraile, no puede ser otro que el peligro que representaban Manuel Hedilla y sus colaboradores (¿o tal vez se referiría a un pacto de Hedilla con Mola?).{43} No nos interesa, en este momento, la veracidad o no de lo afirmado por el teólogo de la guerra santa; sino la importancia que él atribuye a la intervención de Luna, así como a la prudencia de no comentarlo.

Luna, al terminar su discurso, alude la as palabras pronunciadas por el dominico:

«En esta Casa, además, se conoce, como en su cariñosa presentación ha recordado el Padre Ignacio M. Reigada, por ciencia cierta, y no por referencias que dicte la pasión y encharque la aldea, la intervención que [me] correspondió tomar en esa fusión que hoy celebra la España liberada. Luego de decretada la unificación de las Milicias, también consta en esta Casa la firmeza con que, pese a mi insignificancia personal, hube de enfrentarme con algunos descontentos que, más o menos conscientes, no pueden faltar nunca.»

Después de todo esto, no es de extrañar que el discurso de Luna empezase así:

«Cúmplese hoy el primer aniversario de la exaltación del Caudillo a la Jefatura Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. Su caudillaje es un derecho de conquista que cuenta con el apoyo del pueblo español{44} y arranca de la voluntad tácita pero inequívoca de Dios, de la voluntad presunta de nuestros Caídos y manifiesta de nuestros combatientes y, finalmente, de la voluntad expresa de la minoría dirigente del Nacional-Sindicalismo.»

Podemos colegir, en definitiva, que Luna, a través de Reigada,{45} informaba a Franco de todo lo que se cocía con relación a las divergencias entre falangistas (de ahí la conveniencia de no comentarlo). Por otra parte, Esteban Roldán Oliarte, el amigo y colaborador de Luna, también actuaba de confidente del Generalísimo:

«Yo he sido un lealísimo servidor de España y de S.E, desde el principio del movimiento –y huelgan ahora pruebas puesto que S.E. conoce la mayor parte de ellas– y tengo fe plena en su honestidad y rectitud.»; «Conoce S.E. mi pensamiento por mis cartas y mensajes.»; «mi condición de leal servidor y amigo de S.E.»; «inquebrantable servidor y amigo semper ídem».{46}

No son de extrañar, pues, las palabras que Franco dirigió al obispo auxiliar de Isidro Gomá, y que este, que era el cardenal primado y obispo de Toledo, se apresuró a trasladar al Vaticano:

«Las declaraciones del Sr. Hedilla{47} no tienen autoridad ninguna. Sus palabras no reflejan la mentalidad de Falange, que propiamente está sin jefatura. [...] y apunta [Franco] que se irá a la unificación de las dos tendencias [Falange y Requeté].»{48}

Hay que señalar que llovía sobre mojado; pues a Franco tampoco le había gustado el discurso que el líder falangista había pronunciado el 14 de marzo, en conmemoración del aniversario de la detención de José Antonio. Este discurso tenía unos tonos obreristas y antiburgueses que chocaban con el tradicionalismo del Generalísimo.{49}

El enigma de Antonio Luna

Hemos visto que Antonio Luna, como amigo íntimo de Dávila y mano derecha de Garcerán en la Territorial del Reino de León, ejerció una influencia decisiva en el proceso de Unificación. Pero ignoramos si su relación con Franco se limitó a tenerle informado de las discordias entre los gerifaltes falangistas, o si también actuó siguiendo órdenes del Cuartel General al objeto de provocar el enfrentamiento y así, ante el caos e indisciplina de los falangistas, justificar la intervención de Franco unificando las dos fuerzas políticas que más hombres proporcionaban al frente. El siempre ponderado Cadenas escribe:

«Diferentes, distintos y múltiples motivos fueron los que originaron los que históricamente han quedado conocidos como sucesos de Salamanca. Sin embargo, ninguno de ellos fue accidental, y aunque determinadas situaciones se apartasen de cuanto en líneas generales se había premeditado, cada una de las circunstancias y el desarrollo parcial de ellas obedecía a un plan perfectamente concebido y al cual, inconscientemente, unos y otros falangistas nos prestamos para seguir un juego muy alejado de nuestras ilusiones.»{50}

Desde del lado contrario, Roldán opina igual:

«De esas relaciones y de esa tirantez la Secretaría General [del Generalísimo] iba a sacar el gran partido. Nicolás [el titular de la Secretaría y hermano mayor de Francisco Franco] escogía a las dos tendencias opuestas y se entregaba en confianza a cada uno asegurándole de la estima en que le tenía el general, etc., etc. … pero el mimado fue Manuel Hedilla quien, a su vez, pensó en substituir al propio Franco en la Jefatura del Estado.»{51}

Dejando al margen la mentira de que Hedilla quería substituir a Franco, vemos que el hermano del Generalísimo estimulaba la división entre los falangistas. Es significativo que el 5 de abril, el embajador Cantalupo, ya en Roma, envía al conde Ciano un importante informe que dice así: «Nicolás Franco está de acuerdo con los secesionistas [los golpistas] para eliminar a Hedilla y sustituirlo por un jefe dispuesto a hacer la fusión.»

Aunque no era cierto que Franco pensara en eliminar a Manuel Hedilla, sino más bien en neutralizarlo dándole una apariencia de número dos del Partido (que no del Gobierno). Todo indica que la proclamación de la substitución del líder falangista por otro iba dirigida a contentar a los disidentes. Franco, que sabía que Hedilla aceptaba la Unificación –a la fuerza ahorcan–, no quería desprenderse del jefe de la Junta de Mando. Y ello por varios motivos: i) sabía que gozaba del favor de una gran parte de los falangistas, entre ellos el sector más intelectual, así como de las autoridades italianas y alemanas; ii) consideraba a Hedilla una persona carente de carisma y manejable i iii) como militar, valoraba por encima de todo la lealtad y la disciplina, virtudes que no podían predicarse de los conjurados.{52} En definitiva, Hedilla era la opción más prudente y segura de cara a la Unificación.

La importancia de Luna en el «golpe» se pone de manifiesto en un documento de los triunviros, donde se incluía su nombre en una lista de los futuros consejeros nacionales y miembros de la Junta Política.{53} En este sentido, Roldán no miente cuando, el 28 de abril de 1937, escribe al cardenal Gomá:

«Todo ha sido encauzado y dirigido por mi compañero Antonio Luna (de quien le he hablado y por quien suscribe esta carta). Estamos satisfechos de nuestra labor aun cuando no hayamos podido llegar al logro de nuestro objetivo. Estaba en nuestra mente y en nuestro plan llegar a la unión con los tradicionalistas y hecha ésta solicitar la Jefatura suprema de la Unión al Generalísimo.»{54}

Ahora bien, nadie –ni falangistas ni historiadores– mencionan la actuación destacada de Antonio Luna. Como mucho, le atribuyen ser el amanuense de Garcerán o, en el mejor de los casos, su asesor. Es más, ya hemos señalado que el profesor Joan María Thomàs puso de manifiesto que nadie –salvo en el sumario del juez instructor– menciona que el compañero Dávila, en el cuarto de la pensión no se desarrollaron los sucesos del 17 de abril, era Antonio Luna. No solo eso, en algunos libros –caso, por ejemplo, del de García Venero/Hedilla– se dice que el compañero del jefe territorial de Andalucía era Peral, que era de su escolta y que fue una de las dos víctimas mortales que hubo que lamentar esa madrugada.

No obstante, Luna, por discreto que fuera, era conocido de los dirigentes falangistas, puesto que había sido el secretario territorial del Reino de León y que, como tal, tenía su sede en Salamanca. Por otra parte, era «camisa vieja» y, además, según Roldán, «compañero y confidente de nuestro José Antonio en la dirección.» Ya hemos mencionado que, en 1935, publicó el libro Cartas a un amigo antifascista.{55} El libro lleva esta dedicatoria:

«A José Antonio Primo de Rivera, Grande de España, con Grandeza autónoma de su alcurnia.

Ante quien siento el mismo temor infantil de ser reprobado con que, de niño, me acercaba al maestro con mi plana de palotes, llena de borrones.»

La primera edición del libro fue clandestina. Desconocemos los motivos de esa clandestinidad, pues, como queda dicho, el libro se publicó bajo el seudónimo de Antonio Dávila,{56} por tanto la personalidad del autor, que recordemos era funcionario público –secretario judicial– ya estaba protegida. Por otra parte, en aquel año el gobierno era de centroderecha (radicales con la participación de la CEDA){57}. En cambio, la segunda edición –que no era clandestina–vio la luz bajo el Gobierno del Frente Popular.

Ningún autor –falangista o no– cita el libro de Luna. Es más, en El yugo y las letras, de José Díaz Nieva y Enrique Uribe Lacalle, exhaustiva bibliografía sobre el nacionalsindicalismo con más de 5.800 referencias de libros, artículos, folletos, etc., no se le menciona. En Arriba, semanario falangista (marzo de 1935-marzo de 1936), tampoco hemos encontrado ninguna referencia de la obra. En cambio, del libro de otro falangista, Pérez de Cabo Arriba España, prologado por José Antonio, y también editado en 1935, encontramos anuncios publicitarios, incluso en la primera página. También podemos leer recomendaciones de la obra de E. Álvarez de Perán La riqueza en el régimen liberal, comunista y fascista, también de ese año.

Todo esto resulta de lo más extraño, sobre todo si tenemos en cuenta que en el libro –que tiene un capítulo dedicado a los discursos de José Antonio Primo de Rivera– son frecuentes las referencias expresas al líder falangista. Pero también hay un gran elogio del personaje –aunque sin mencionar el nombre– que demuestra la veneración que sentía Luna por su amigo. Copiamos:

«Pero hay un hombre en quien yo cifro grandes esperanzas. Sería difícil clasificarlo, porque más que un gran político, paréceme un gran no político. Auténtico Grande de España, habría que clasificarlo entre los grandes pensadores. Es orador insigne y escritor brillante. Tiene tanto de filósofo, como de poeta. Jurista por el estudio, es militar por la sangre. Es, en fin, un Príncipe, en quien yo he descubierto, y la Historia lo comprobará, el auténtico sucesor de D. Álvaro de Luna. Para mayor semejanza, hoy, que es su Santo, está en la cárcel.» (p. 43).

Curiosamente, Luna previó la muerte próxima de José Antonio y, con ello, el fracaso de la resurrección de España:

«Pero para mí tengo que será posible la mañanita alegre en que España haya logrado encontrarse a sí misma. Sólo preveo una probabilidad contra noventa y nueve. Una sola. Tan triste, que ni quiero enunciarla. Porque Primo de Rivera es incapaz de cumplir la primera obligación que todo jefe revolucionario tiene de permanecer en prudente posición de triario en vez de actuar en la temeridad de arditi.

Pero pase lo que pase, mientras él viva yo confiaré en nuestra resurrección. Si antes de lograrla él muriese, con su vida física se extinguirían también mis esperanzas. Por eso he dicho a usted que es un Príncipe. […] Y no es que el Jefe español reúna todas las virtudes y no tenga defecto alguno. Tiene tantos como pueda tener cualquier otro hombre. Lo que ocurre es que Dios está de nuestra parte, y José Antonio Primo de Rivera exactamente tiene todos los defectos a la par que todas las virtudes que un buen Príncipe debe tener.» (p. 64).

En el capítulo dedicado al líder falangista podemos leer:

«Y de su visión clara [del jefe Nacional] es de donde arranca ese atisbo de compasión y de lástima que él me inspira, mezclado con la devoción y el cariño que usted sabe le profeso, no ahora que está en la cárcel, sino muy de antiguo,{58} aunque siempre a la distancia que me dicta el deseo de no confundirme con cierto linaje de delfines.» (p. 72).

En el capítulo dedicado a «la posición de Benito Mussolini», vuelve a manifestar su admiración por José Antonio:

«Pero si usted se decide a comparar uno y otro pensamiento convendrá conmigo, en que está más seguro de sí mismo y siente menos preocupación y además está mejor sistematizado el pensamiento de Primo de Rivera que el de Benito Mussolini. Luego de estudiarlo bien, por arriba y por abajo, por la vertiente de delante y por la de atrás, desde el ángulo ideológico y desde el ángulo vital, creo que hemos de coincidir en que Primo de Rivera ha logrado superar el pensamiento mussoliniano.» (p. 116).

No obstante, nuestro protagonista apenas es citado –y siempre de pasada– en la bibliografía falangística. García Venero/Hedilla y Alcázar de Velasco lo citan dos veces; Sancho Dávila y Dionisio Ridruejo, una; Pilar Primo de Rivera y Serrano Suñer ninguna. El caso de Serrano merece ser destacado porque Luna era –o si no, lo sería poco después– un agente serranista, según cuenta Fernández-Cuesta, que los acusa de prepararle lo que podríamos denominar una trampa saducea.{59} Curiosamente Esteban Roldán, ni en el documento al que antes hemos mencionado ni en el folleto que firmó con el seudónimo de Luis Pagés, se refiere nunca a Serrano. Pero hay una carta, de 23 de octubre de 1937, de Roldán a Ossorio y Gallardo, embajador de la República en París, en la que le dice: «Ah! Luna se queda de consejero junto a Ramón Serrano Suñer.»

Siempre nos chocó que todas las diatribas y ataques del falangista catalán fueran contra Nicolás Franco y, en cambio, el «cuñadísimo» no apareciera por ninguna parte. Ahora pensamos que no puede descartarse que Luna trabajase para Serrano. Curiosamente este, en su primer libro, no asume ningún protagonismo en relación con la Unificación y se limita a escribir: «A mí me correspondió la tarea de redactar el Decreto.»{60} Pero, treinta años después nos informa que:

«Mi deseo hubiera sido prolongar y profundizar las negociaciones con las partes interesadas, pero a ello se opusieron los confusos incidentes que tuvieron lugar especialmente en la noche anterior. Sucesos aquéllos que nadie ha explicado aún de modo completo […]»{61}

Es decir, que admite que alguna intervención tuvo en las negociaciones, aunque se guarda muy bien de explicar el contenido de dichos contactos. Y, por supuesto, la culpa de que estos no continuaran la tuvieron los falangistas. Pero resulta que el día 12 de abril, lunes, Franco notificó a los dirigentes tradicionalistas la decisión de unificar a las dos fuerzas políticas.{62} Sorprendentemente, al Generalísimo se le olvidó notificar esta decisión a los dirigentes falangistas. ¿A todos? Es curioso que Garcerán –que, en su condición de enlace, era visitante asiduo en el Cuartel General– se reuniese el día 9, viernes, con Roldán,{63} y que este diga: «al día siguiente, ordené al camarada Luna que regresara urgentemente.»

 Lo de que «nadie ha explicado aún de modo completo los sucesos», nos suena a una manifestación de cinismo por parte del «cuñadísimo». Por otra parte sabemos por Pedro González-Bueno, que este y Serrano fueron los que idearon y planificaron la Unificación.{64} Este último era un diputado de la CEDA, y el otro, un monárquico de Renovación Española que, un tanto sospechosamente, en octubre de 1936, se afilió a FE.

Seguidamente, vamos a intentar desvelar el misterio que rodea a Antonio Luna. Para ello acudimos a lo que cuenta Vegas Latapie en el tercer tomo de sus memorias:

«El nombramiento de Blas Pérez como Fiscal causó sorpresa.{65} Estaba preconizado por la Falange un camarada apellidado Luna, pero su nombre nunca apareció en el Boletín Oficial. Era de la carrera judicial y un buen día llegó de visita a África. Allí se enteró que los Magistrados de la Audiencia de Tetuán cobraban el doble que sus compañeros de la Península y se gestionó el traslado, aunque nunca volvió a aparecer por allí.

Como he dicho, fui a ver a Blas Pérez que se alojaba en el Hotel París de Burgos. Me recibió con gran cordialidad y en la conversación le pregunté:

—¿No iban a nombrar a Luna en tu cargo?

Y me contó la pintoresca historia que dejó a Luna sin fiscalía. Estaba el camarada preconizado para Fiscal en el vestíbulo del Gran Hotel de Salamanca. Sentado en un tresillo con una botella de whisky ante él y un vaso en la mano. Con uniforme de capitán jurídico estampillado. El whisky era prácticamente imposible de encontrar en toda la zona nacional y llamó la atención de unos jóvenes oficiales que entraban en ese momento en el Hotel. Venían del frente a disfrutar un permiso de unos días. Algunos de ellos, al pasar a su lado, le dijo:

—¡Cómo vivís es retaguardia! Con whisky y todo.

Luna les invitó y enseguida acabaron la botella.

—Tengo otra botella en mi habitación. Si queréis subir…

Uno de ellos se animó. Era el teniente Fernández Villa,{66} de familia muy conocida de Burgos. Un hermano suyo o tal vez primo, era secretario de Nicolás Franco. Pero el teniente sospechó algo y les dijo a sus camaradas:

—Estad al tanto, porque igual la copa termina a bofetadas.

Y así fue. Blas Pérez me contó algunos detalles más que omitiré. El hecho es que los compañeros, que estaban en el pasillo, oyeron ruido de riña y cuando entraron en la habitación el teniente abofeteaba al capitán.

El insensato de éste dio parte por insulto de obra. Se forma el sumario. Y en el resumen del Juez Instructor del que Blas Pérez me dijo que tenía una copia parece ser que se decía que Luna, con su temperamento meridional y ardiente dio un golpe en la pierna a Fernández Villa y éste, con una suspicacia norteña creyó que … La causa se sobreseyó provisionalmente, lo que ya en sí era bastante anómalo. Pero el incidente, dadas las influencias de Fernández Villa, llegó a conocerse en las alturas y se frustró el esperado nombramiento del camarada Luna.»{67}

La presunta homosexualidad de Luna es el motivo, según criterio de Eugenio Vegas y el nuestro, por el cual se frustró su carrera política y judicial. Volvió a ejercer de secretario judicial y se jubiló en el Juzgado municipal nº 2 del distrito de Chamberí (Madrid). La última intervención de Luna en la política pudo ser a raíz de la discusión en las Cortes de la Ley de Bases de la Justicia Municipal de 1944. Los procuradores:

«Garcerán, Sancho Dávila y Aznar encabezan una enmienda para mantener en su totalidad el sistema judicial de 1907, introduciendo la participación del Delegado provincial de FET-JONS en la elección de los vecinos que desempeñarían los cargos de juez o fiscal en cada municipio.»{68}

No me cabe duda de que los antiguos conspiradores actuaban, una vez más, siguiendo las instrucciones del secretario judicial. Por otra parte, tampoco su amigo Sancho Dávila se libraría de rumores sobre su orientación sexual. Así, según Vibeke Ostergaard:

«En la primavera del 37 un grupo de leales a José Antonio intentó hacerse con el control del partido y expulsar a Hedilla. El intento terminó con un tiroteo en el que se demostró que uno de los usurpadores, Sancho Dávila, era un sodomita como se rumoreaba cuando fue capturado en la cama con un compañero pervertido.{69} Este asunto dejó a Hedilla como el líder del partido más poderoso y fue elegido Jefe Nacional por los líderes del partido tres días después.»{70} (traducido del inglés).

Por nuestra parte, pensamos que el silencio que rodea la figura de Antonio Luna pretendía tres finalidades: i) ocultar la participación del Cuartel General en el fomento de la discordia entre los falangistas, que acabó en los sucesos trágicos de Salamanca;{71} ii) proteger el honor de la Falange y de los afectados i iii) preservar la imagen de José Antonio. Este último motivo es el mismo por el cual no conocimos las relaciones que el líder falangista mantuvo con la escritora inglesa Elizabeth Asquith, la esposa del príncipe Bibesco, embajador rumano en Madrid.{72} Era otra época, y según que conductas y amistades eran severamente condenadas por determinados sectores de la población.

Epílogo: Antonio Luna y la masonería

El 1 de marzo de 1940, se promulgó la Ley sobre represión de la Masonería y del Comunismo, que en su artículo 5º castigaba con pena de reclusión menor (o reclusión mayor si se daban circunstancias agravantes, como haber obtenido alguno de los grados del 18 al 33) pertenecer o haber pertenecido a la Masonería (a no ser que hubiera sido expulsado de la Orden). En el mes de septiembre se constituyó el Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo, y Antonio Luna –como ya hemos indicado– fue designado letrado de dicho Tribunal, juntamente con Isaías Sánchez Tejerina.{73} Este Tribunal estaba integrado por cinco miembros: presidente (el carlista Marcelino Ulibarri y Eguilaz), y cuatro vocales (el general Francisco de Borbón y de la Torre, monárquico alfonsino, y Juan Granell Pascual, carlista) y los dos letrados.

En la segunda edición de Justicia (Aguilar, Madrid 1940) Luna incluyó un estudio sobre la Ley de Masonería de 1 de marzo de 1940 (pp. 33-57). En dicho estudio, podemos leer:

«Si el Nuevo Estado es el gran baluarte de la civilización cristiana, la Masonería es la artillería ligera y la milicia combatiente que en la vanguardia del judaísmo combaste a esa civilización» (p. 38).

«A pesar de las advertencias que reiteradamente se le hicieron, el General Primo de Rivera nunca creyó en la efectividad de los poderes masónicos; pero su deplorable muerte política y su dolorosa muerte física fueron, sin embargo, obra exclusiva de la Masonería»{74} (p. 39).

«Estos graves daños inferidos a la grandeza y bienestar de la Patria se agudizan durante el postrer decenio y culminan en la terrible campaña atea, materialista, antimilitarista y antiespañola que se propuso hacer de nuestra España satélite y esclava de la criminal tiranía soviética» (p. 51).

Vemos que Luna repite todos los tópicos que la extrema derecha atribuía a la Masonería. Curiosamente, en su libro Cartas a un amigo antifascista, no encontramos ninguna condena de la masonería ni del judaísmo. Sobre este último escribe: «el Fhürer ha construido la doctrina racista con la que nosotros no tenemos, ni podemos, ni queremos tener ninguna concomitancia» (p. 49). Con relación a la masonería, hallamos este único comentario:

 «No conozco Religión, en efecto, que, en última instancia, niegue la existencia de la Divinidad y no postule el amor al prójimo; y, pese a la guerra sin cuartel que se han declarado y a las diferencias de sus ritos, aquí, en España, en lo esencial, yo no encuentro diferencia ninguna entre la Compañía de Jesús, que es la disciplina hecha carne, y la Masonería, que es el libre pensamiento, en lo religioso y en lo político.» (p. 11).

Es más, en este mismo libro, podemos leer una declaración de relativismo filosófico, que es la seña de identidad de la Masonería:

«Mi coincidencia con las conclusiones de José Antonio Primo de Rivera es completa. Y, sin embargo, él parte de las verdades absolutas y yo no creo en ellas, y, como final resultado, él se muestra defensor entusiasta de Europa, mientras que yo añoro como ideal supremo de la vida el de la inacción en la acción, esto es, una síntesis que Keiserling [sic] cree posible entre el dinamismo europeo y el estatismo asiático.» (p. 15).

Este odio a la Masonería tampoco se aviene con su lerrouxismo que, como hemos dicho, le atribuye Vegas Latapie. También su amigo Esteban Roldán Oliarte, en el mes de octubre de 1935, envió su adhesión a Alejando Lerroux. Estamos, pues, ante otro de los enigmas de Antonio Luna y Esteban Roldán.

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{1} Este estudio viene a ser una segunda parte de otro anterior: «Esteban Roldán Oliarte, el falangista que escribió La traición de los Franco», El Catoblepas, núm. 194, enero-marzo de 2021, p.11. Roldán, antiguo “jaimista” catalán, se adhirió a la Falange en el mes de abril de 1936, por carta –pues se hallaba en el Japón–, aunque él se definía como «tradicionalista y monárquico sin “peros”».

{2} No confundir con el granadino Antonio de Luna García (1901-1967), catedrático de Derecho Internacional Público, que desde postulados de izquierda (era amigo de Fernando de los Ríos) evolucionó –ya durante el Frente Popular– hasta el fascismo. En 1963, sería nombrado embajador en Bogotá y murió siendo embajador en Viena. El magistrado Abel TELLEZ AGUILER incurre en este error (confundirlo con nuestro protagonista), en su estudio sobre «La Proyectada Ley de Prisiones de 1938 y la figura de D. Federico Castejón», Revista de Estudios Penitenciarios, nº 257, 2014. También debemos diferenciarlo de José Luna Meléndez (1893-1960), jefe de la Falange de Cáceres, que era conocido por los falangistas como Luna “el bueno” para distinguirlo del otro Luna, al que llamaban “el malo”. (Véase PERALES, Narciso: La historia secreta de la Falange).

{3} Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento, solo sabemos que en abril de 1937 tenía 36 años; por lo tanto, cabe la posibilidad de que naciera en el primer cuatrimestre de 1901.

{4} GARCIA VENERO, Maximiano: Falange en la Guerra de España: La Unificación y Hedilla, Ruedo Ibérico, París 1967 p. 271. (La edición del libro provocó un enfrentamiento con Hedilla que acabó en los tribunales franceses, que dieron la razón a este último. Con algunas supresiones, se publicaría en 1972, en Barcelona, con el título de Testimonio, figurando como obra de Manuel Hedilla). Según el profesor Almagro Basch, «Antonio Luna dirigía la oficina de correspondencia y enlace con prensa y propaganda. […] Cuando Luna cesó, creo que los trabajos fueron más sólidos y más eficaces.»; ibidem.

{5} JEREZ RIESCO, José Luis: El hidalgo de la Falange, Vicente Cadenas y Vicent (2010), Ediciones Nueva República (2010), pp. 253-254.

{6} ALCÁZAR DE VELASCO, Ángel: Los 7 días de Salamanca, Edit. G. del Toro, Madrid 1976, p. 103.

{7} Únicamente Hedilla, como jefe de la Junta de Mando Provisional, percibía 750 pesetas mensuales en concepto de gestos de representación. Es posible que hubiera alguna excepción, ya que, según el testimonio de Ramón Laporta Girón, jefe provincial de Salamanca, Garcerán «cobraba mensualmente cantidades de las jefaturas de Salamanca, Zamora, León… No recuerdo la cuantía.», GARCÍA VENERO, Maximiano: Falange en la guerra…, p. 316.

{8} Véase el acta del Consejo Nacional de 19 de abril de 1937.

{9} García Venero sostiene, en su libro citado, que Garcerán se hizo falangista después del 18 de julio de 1936, pero no es cierto. Garcerán tenía el carné número 14 del partido, según se puede comprobar en una relación manuscrita de José Antonio sobre «Carnets primitivos».

{10} Una muestra: «Los viejos falangistas, los militantes de la primera hora, los amigos personales de José Antonio, cuanto más antiguos mejor, vivimos y seguiremos viviendo unidos en hermandad inquebrantable bajo el mando del Caudillo y de todas las jerarquías designadas por él en la Falange Española Tradicionalista y en el Estado» (p. 16).

{11} Manuel Hedilla Larrey (1902-1970), maquinista naval, jefe provincial de Santander y consejero nacional designado por José Antonio Primo de Rivera. Tuvo una actuación destacada, en Galicia, en los preparativos del golpe de Estado del 18 de julio.

{12} Andrés Redondo Ortega (1901-1964), a la muerte de su hermano Onésimo (1905-1936), fue aclamado jefe territorial de Castilla la Vieja, a pesar de no haber sido falangista. El motivo de su destitución hay que buscarlo en las malas relaciones que mantenía con José Antonio Girón de Velasco.

{13} Véase CADENAS Y VICENT, Vicente: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las J.O.N.S. (Salamanca, 18-19-IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, Madrid 1975, pp. 65-66. Este falangista es el único que destaca, aunque sin darle excesivo protagonismo, la intervención de Antonio Luna en el nombramiento del triunvirato.

{14} Roldán, jugando a confundir, siempre se refiere a Garcerán como el secretario general de Falange, lo cual no es cierto, solamente era secretario de la Junta de Mando, cargo equivalente a secretario de la Junta Política de Falange, cuyas funciones ahora asumía también la Junta de Mando. Las funciones de secretario general eran ejercidas por el presidente de la Junta.

{15} Se casó con una prima de Pilar Primo de Rivera.

{16} Es de destacar la importancia que se atribuye, además de Luna, en la conspiración.

{17} Cómo puede observarse («ordené», «cumpliendo tus órdenes») Roldán se atribuye una autoridad sobre Luna que no está acreditada; pues era Roldán quien, en la Secretaría Territorial, estaba a las órdenes de Luna; aunque: «Tuve que dimitir mi puesto en dicha Secretaría por imposibilidad de hacer labor ninguna eficaz por la Falange ni por España»; carta de Roldán a Franco de 22-IV-1937. Véase José ANDRES-GALLEGO y Antón M. PAZOS (ed.): Archivo Gomá. Vol. 5, CSIC, 2003.

{18} Texto mecanografiado de Esteban Roldán Oliarte, datado el 18-VII-1937, y que se halla en el Archivo Histórico Nacional. El documento, que no lleva título, está dedicado al cardenal Isidro Gomá, al general Gonzalo Queipo de Llano y al camarada Antonio Luna. El mecanuscrito puede considerarse como el primer borrador del folleto que se publicó, a principios de 1938, con el título: La Traición de los Franco. ¡Arriba España!, con el seudónimo de Luis Pagés Guix. Todas las citaciones que hagamos de Roldan, si no se especifica otra cosa, proceden de este documento.

{19} Manifestaciones de Hedilla en el Consejo Nacional celebrado el día 18 de abril de 1937 en Salamanca. Francisco Bravo no asistió a la reunión a pesar de haber sido convocado por Aznar.

{20} Jesús Muro (jefe de Zaragoza) al no querer asumir el cargo fue sustituido en el triunvirato por José Moreno (jefe de Navarra).

{21} Fundamento mi opinión: i) en el estilo bronco del escrito y ii) en la documentación de Roldán consultada, hay frases que coinciden literalmente con el pliego de cargos. En cambio, para García Venero el pliego fue redactado por Garcerán (Falange en la guerra de España, p. 359). Según Alcázar de Velasco (que utiliza a Jesús Muro de fuente), el autor habría sido «Antonio Luna que, como sabes, es una especie de amanuense de Garcerán.» Por mi parte, creo que en la elaboración del pliego intervinieron: Garcerán (en su calidad de jefe), Luna (como asesor jurídico) y Roldán como redactor. En el sumario, Garcerán declaró que había participado en la redacción del pliego, pero no denunció a sus camaradas.

{22} Sobre esa cuestión, véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: «Juan B. Bergua, Emilio Mola y la Falange», El Catoblepas, núm. 192, verano de 2020, p. 8.

{23} Roldán, como siempre, manipula. Sainz alegó que la reunión era ilegal y que si alguien tenía derecho a formar parte del triunvirato era él, ya que era el único que había formado parte de la Junta Política designado por José Antonio. Notas manuscritas de la reunión, tomadas por Garcerán, que fueron recogidas por la policía e incorporadas al sumario por los sucesos del día 17. Agradezco al profesor Joan Maria Thomàs que me haya facilitado copia de dichas notas.

{24} Del acta del Consejo Nacional.

{25} CADENAS Y VICENT, Vicente de: Actas del último Consejo Nacional, ob. cit., p. 72.

{26} Del acta del Consejo Nacional.

{27} En agosto de 1937, Bravo, cuando relata la aprobación de los Estatutos del partido, en el I Consejo Nacional de 1934, con relación al artículo 47 escribe: «Un artículo se nos escapó, al que no quisimos dar importancia […]. Algunas veces, y con evidente desacierto, se esgrimió el citado artículo en estos últimos meses.»; cf.: BRAVO, Francisco: José Antonio, el hombre, el jefe y el camarada, Ediciones Españolas, Madrid 1939, p. 184. Me parece muy interesante lo que dice Bravo, puesto que no faltan autores –entre ellos, Vicente Cadenas– que manifiestan que los conspiradores tenían su aquiescencia. Bravo siempre fue enemigo de los triunviratos, aunque eso no quiere decir que le gustase Hedilla.

{28} GARCIA VENERO, Maximiano: Falange en la guerra…, op. cit., p. 349.

{29} «Tras la crisis de Andrés Redondo, Sancho Dávila no ocultaba su ambición de relevar a Hedilla, aunque fuera el hombre menos capaz del mundo para semejante cometido. Pero tenía eminencias grises dispuestas a mandar por vía vicaria. Entre ellos se distinguían Rafael Garcerán y un tal Luna –el sevillano, no el extremeño–, de ojo nublado y espíritu fiscal. A mí estos dos personajes no me eran simpáticos. Dávila me parecía un ligero.»; cf.: RIDRUEJO, Dionisio: Casi unas memorias, Planeta, Barcelona 1976, p. 91.

{30} Antonio Luna en el sumario, que se instruyó a causa de los sucesos acaecidos en la madrugada del día 17 de abril, manifestó que consideraba «una infamia la especie de que había un complot para matar a Hedilla y al Generalísimo Franco, pues precisamente la pugna entablada entre el bando de Dávila y el de Hedilla era la del orden contra la demagogia dentro de la Falange.» Lo tomo de Joan Maria THOMÀS: El gran golpe. El caso Hedilla o cómo Franco se quedó con Falange, Debate, Barcelona 2013, p. 91. También Roldán acusa a Hedilla de: «exaltar los bajos instintos de los obreros.»

{31} CADENAS Y VICENT, Vicente: Actas del último Consejo…, p. 77.

{32} En el folleto La traición de los Franco, Luis Pagés (es decir, Roldán) escribe correctamente «auxilios espirituales».

{33} El inciso, sin venir a cuento, «en sus respectivas habitaciones, por supuesto», ¿tiene que ver con el hecho de que Dávila y Luna dormían en el mismo cuarto? Puede ser que sí, por lo que diremos más adelante.

{34} Véase THOMÀS, Joan Maria: El gran golpe, oc. cit., pp. 77-78 y 111.

{35} Este parece ser también el criterio de Ángel ALCÁZAR DE VELASCO que escribe: «Pero a mí López Puertas, que en aquella expedición iba de segundo, me confesó que desde su llegada a Pedro Llen [escuela militar de las milicias falangistas] lo que les había dicho era que debían matar a Garcerán, aunque no se tenía acordado el lugar ni la ocasión. Cuando el día 16 salieron de la Escuela ya habían determinado acabar con Garcerán, y si el señorito –Sancho– se ponía tonto, lo que fuese.»; Los 7 días de Salamanca, ob. cit., p. 212. Debemos advertir que Alcázar no es siempre un autor fiable. En cambio, para Raimundo FERNÁNDEZ-CUESTA: «el trágico desenlace fue consecuencia del azar y nunca de un premeditado propósito.», Testimonio, recuerdos y reflexiones, Ediciones Dyrsa, Madrid 1985, p. 141. En el mismo sentido Vicente Cadenas, pero este era contrario al «golpe».

{36} DÁVILA, Sancho: José Antonio, Salamanca… y otras cosas, Afrodisio Aguado, SA, Madrid 1967, p. 132. Lo curioso de este libro es la poca información que da de los sucesos de Salamanca y, encima, se fundamenta en lo que dice la sentencia, como si él no hubiera sido un protagonista de los sucesos.

{37} THOMÀS, Joan Maria: El gran golpe ..., ob. cit., pp. 106-107.

{38} Sobre todos estos hechos, es de consulta indispensable el libro mencionado del catedrático Joan Maria Thomàs.

{39} SUÁREZ, Luis: Francisco Franco y su tiempo, t. II, Fundacional Nacional Francisco Franco, 1984, p. 198, n. 3. Entre las víctimas de la Unificación habría que incluir a Pedro Marciano Durruti, hermano del líder anarquista Buenaventura, que en agosto de 1937 fue condenado a muerte por un tribunal militar nacional por motivos espurios, porque en realidad fue fusilado por llamarse Durruti y ser falangista «hedillista».

{40} En cambio, Sancho Dávila y Fernández de Celis (1905-1972) solo estuvo un mes detenido y en mayo de 1938 fue nombrado delegado nacional de la Organización Juvenil, cargo que ejerció durante dos años. También fue procurador en Cortes y presidente de la Federación Española de Futbol (1952-1954). Agustín Aznar Gerner (1911-1984) tampoco tardó en ser liberado y fue nombrado consejero nacional y asesor del mando de las milicias de FET. También sería procurador en Cortes.

{41} El discurso, junto con la presentación que del conferenciante hizo fray Ignacio Menéndez-Reigada, fue publicado en Salamanca ese mismo año. El programa de la Revolución judicial «puede calificarse de innovador y ambicioso: pretende establecer una estructura judicial personalista, extremadamente jerarquizada, independiente del Ejecutivo y fuertemente influenciada por Falange.»; cf.: LANERO TÁBOAS, Mónica: «Proyectos falangistas y política judicial (1937-1952): dos modelos de organización judicial del Nuevo Estado», Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, 1995, N. 15 p. 362.

{42} En aquella época y según algunes fuentes –García Venero, entre ellas–, Menéndez-Reigada era el confesor de Francisco Franco y partidario, en el invierno de 1937, de crear un partido franquista. Menéndez, en su libro La guerra nacional española ante la Moral y el Derecho (Salamanca 1937), escribe que: «el alzamiento en armas contra el Frente Popular y su gobierno no es solo justo y lícito, sino hasta obligatorio, y constituye por parte del Gobierno Nacional y sus seguidores la guerra más santa que se registra en la Historia.» ¡Ahí es nada!

{43} «Mola no era partidario de la unificación. Pretendía ganar la guerra y, después, “España dirá”. Su muerte en accidente de aviación, cuando iba a ser nombrado Jefe de Gobierno, produjo la unión de las jefaturas del Estado y del Gobierno [en Franco] que duró hasta junio de 1973.» (Testimonio de Garicano Goñi en Ángel BAYOD: Franco visto por sus ministros, Planeta, Barcelona 1981, p. 196). Según manifestó Mola a su asistente: «el Decreto [de Unificación] destrozaba dos organizaciones políticas que fueron base para la puesta a punto del Movimiento nacional.»; cf.: MAIZ, B. Félix: Mola frente a Franco, Laocoonte, Pamplona 2007, p. 432.

{44} Ya se sabe que los que luchaban en la «zona no nacional» no eran españoles.

{45} Según declaró en el sumario Ruiz de la Prada, uno de los acompañantes de Goya, y ahora detenido junto a Sancho: «Dávila y los suyos [Luna entre ellos] fueron visitados aquella madrugada por cuatro frailes dominicos, con quienes conversaron largo tiempo.» Es posible que estos actuaran de emisarios del Cuartel General.

{46} Carta de Roldán a Franco, véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: «Esteban Roldán Oliarte, …», ob. cit.

{47} Se refiere a las declaraciones que Hedilla efectuó al diario italiano Il Messaggero, que fueron publicadas el 27 de marzo de 1937.

{48} La carta del cardenal Gomá es del 20 de abril, cf. MAS RIGO, Jeroni Miquel: «Todos contra Hedilla», publicado en el semanario digital La Razón de la Proa, el día 23 de abril de 2022.

{49} Como escribe un historiador franquista: «A Franco este tono, no podías gustarle.»; cf.: SUÁREZ FERNÁNDEZ, L.: Francisco Franco…, ob. cit., p. 183.

{50} CADENAS Y VICENT, Vicente: Actas del último Consejo…, ob. cit., p. 5.

{51} «En abril se estaba llevando a cabo un «teatro» del absurdo falangista, en el cual agentes del Generalísimo trataban, por una parte, de alentar a Hedilla para que afirmara su autoridad dentro del partido, mientras que por la otra animaban a sus oponentes a que desafiaran abiertamente su autoridad.»; cf.: PAYNE, Stanley G.: Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona 1997, p. 414.

{52} En especial, no soportaba las impertinencias de Aznar. Este solía decir a sus camaradas que «habría que asaltar el Cuartel General con bombas de mano.»

{53} Véase THOMÀS, Joan Maria: El gran golpe, ob. cit., pp-146-147.

{54} José ANDRES-GALLEGO y Antón M. PAZOS (ed.): Archivo Gomá, ob. cit., p. 289.

{55} Todas las referencias que hagamos de ese libro son de la segunda –y última– edición, imprenta La Especial, Barcelona 1936. La obra consta de cinco ensayos: la decadencia del mundo; la decadencia de España; la doctrina del Fascio; la posición de José Antonio Primo de Rivera, y la posición de Benito Mussolini.

{56} Es probable que utilizase el «Dávila» como muestra de aprecio hacía su amigo íntimo Sancho Dávila, primo tercero de José Antonio y jefe territorial de Andalucía. En el libro se dice que el autor va a pasar «la primavera en Sevilla con nuestro gran Sancho Dávila» (p. 25).

{57} Más inexplicable resulta, si hacemos caso a Vegas Latapie, que asegura que Antonio Luna había sido militante del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Véase, VEGAS LATAPIE, Eugenio: Los caminos del desengaño. Memorias políticas (II) 1936-1938 (Madrid 1987), p. 460

{58} No sabemos cuándo inició su amistad con José Antonio. Hay un artículo anónimo, publicado en La Gaceta Regional de Salamanca, el 20 de noviembre de 1938, titulado «No existirá jamás una patria mientras no exista justicia», que Ximénez de Sandoval, amigo y biógrafo de José Antonio, atribuye –«por la exactitud del pormenor y en la cálida admiración»– a Raimundo Fernández-Cuesta. En nuestra opinión, hay motivos para suponer que el artículo pudo ser escrito por Antonio Luna. Si estamos en lo cierto, la amistad dataría, como mínimo, desde los inicios del ejercicio de la abogacía por parte del líder falangista (1925). El artículo se halla recogido en Dolor y memoria de España en el II aniversario de José Antonio, Ediciones Jerarquía, Barcelona 1939.

{59} FERNÁNDEZ-CUESTA, Raimundo: Testimonio…, ob. cit., pp. 150-151. Esta es la única vez que el secretario general de FET cita a Antonio Luna, y eso que, como delegado nacional de Justicia y Derecho, era un subordinado directo suyo.

{60} SERRANO SUÑER, Ramón: Entre Hendaya y Gibraltar, Epesa, Madrid 1947, p. 31.

{61} SERRANO SUÑER, Ramón: Memorias, Planeta, Barcelona 1977, p. 172.

{62} Según el conde de Rodezno, dirigente tradicionalista, en ningún momento de la entrevista «el Generalísimo les dio a entender que les llamaba en plan de consulta, ni siquiera de que otro día continuarían las conversaciones, lo que, a su juicio, significaba que el Jefe del Estado les llamó exclusivamente para notificarles la determinación que había tomado sobre el particular.»; cf.: BURGO, Jaime del: Conspiración y guerra civil, Alfaguara, Madrid 1970, pp. 778-779.

{63} Es curioso que Garcerán se negase a ser entrevistado por la historiadora Sheelagh ELLWEOOD: Historia de Falange Española, Crítica, Barcelona 2001, p. 102, n. 85.

{64} GONZÁLEZ-BUENO Y BOCOS, Pedro: En una España cambiante, Áltera, Barcelona 2005, pp. 100-101. «Treinta años después, González Bueno, ministro del primer gobierno de Franco y permanente «camisa azul», se jactaba, en un hotel de Santander, de haber ideado el exterminio de la Falange joseantoniana, con la fórmula de la unificación.»; cf.: FORMICA, Mercedes: Visto y vivido, Planeta, Barcelona 1982, p. 247.

{65} Blas Pérez González (1898-1978), catedrático de Derecho civil, fue nombrado fiscal del Tribunal Supremo el 10 de noviembre de 1938. A raíz de la Unificación, había ingresado en FET y de las JONS; pero se le consideraba un «franquista puro». Fue ministro de la Gobernación de 1942 a 1957.

{66} Se trata del teniente Santiago Fernández-Villa y Dorbe, miembro de una importante familia burgalesa.

{67} VEGAS LATAPIE, Eugenio: La frustración en la Victoria, pp. 125-126

{68} LANERO TÁBOAS, Mónica: «Proyectos falangistas…», ob. cit., p. 371.

{69} López Puertas, el camarada de Goya que mató a Peral, en su declaración en el sumario por los sucesos de Salamanca, dijo que el compañero de cuarto de Dávila era Peral (!). Seguramente, atendida su situación procesal, mintió a cambio de la promesa de algún beneficio.

{70} wsd.matriots.com/trisk/pages/Flangism.html. El artículo se titula (traducido): «Sobre el falangismo: Una fuente de inspiración y lecciones para el nacional revolucionario de hoy». También Mercedes de PABLOS escribe, citando el libro de Vibeke Ostergaard: «Tensiones en las que se llegará a utilizar contra Dávila una supuesta relación homosexual con un soldado tal como transcribe en su libro [Amerixcan NR] el noruego Vibeke Ostergaard»; cf. La hoz y las flechas. Un comunista en Falange, Oberon 2005, p. 173. Queremos dejar constancia que no afirmamos nada, que nos limitamos a recoger información –que, hay que señarlo, no está contrastada– y lo hacemos porque puede explicar determinadas ocultaciones, que pueden tener importancia histórica; pero, para nosotros, la orientación sexual de las personas es un asunto meramente privado.

{71} Hay autores que niegan esa participación; por ejemplo, Luis Suárez: «[El Caudillo] en cuanto al hecho mismo de la contienda se mantuvo neutral. No existe ningún documento que permita afirmar que Franco jugó en favor o en contra de Hedilla acción alguna.» SUÁREZ FERNÁNDEZ, L.: Francisco Franco…, ob. cit., p. 191. Los documentos son fuente primaria, pero no son la única fuente de la Historia. Nosotros nos quedamos con lo que escribió el general Mola en su cuaderno: «¿Golpe Hedilla? Ni por asomo. Todo amañado. El “golpe” ha sido mortal para carlistas y falangistas.»; cf.: MAÍZ, B. Félix: Mola frente a Franco, ob. cit., p. 432.

{72} Véase MARTÍN OTÍN, José Antonio: El hombre al que Kipling dijo sí, Ediciones Barbarroja, Madrid 2005.

{73} Isaías Sánchez Tejerina (1892-1959), catedrático de Derecho penal de las universidades de Salamanca y Central de Madrid. A finales de 1938, en la Universidad de Salamanca, pronunció una conferencia en el «acto-lección en memoria del Mártir del Glorioso Movimiento Nacional, José Antonio Primo de Rivera.»

{74} La imputación a la Masonería de la muerte física del Dictador es un infundio del policía Mauricio Carlavilla, que firmaba sus libros con el seudónimo de Mauricio Karl, en su libro El enemigo (1934). José Antonio, según su biógrafo Ximénez de Sandoval, nunca creyó la patraña de Carlavilla. Por otra parte, cuando cesó el Dictador era gran maestre del Gran Oriente Español Demófilo de Buen, hijo del científico Odón de Buen, también masón y buen amigo del general Primo de Rivera. Curiosamente, Odón de Buen fue canjeado por la hija (Carmen) y la hermana del Dictador.

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