El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 6
La Buhardilla

El mito de la cibercaverna

Fernando Rodríguez Genovés

Prólogo de autor del ensayo El laboratorio del doctor Faustus publicado en otoño de 2022

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«Y a continuación –dije–, compara nuestra naturaleza, en lo que respecta a la educación y la carencia de educación, con la escena que voy a describirte. Imagina unos hombres que habitan una vivienda subterránea en forma de caverna.»
Platón, República, Libro VII
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Mientras redacto (otoño del año 2022) este Prólogo que, según revela el subtítulo del libro, trata, entre otros asuntos, de las llamadas «nuevas tecnologías», enmarcadas y publicitadas dentro del plan general de la Agenda 2030 y el «Nuevo Orden Mundial», que prometen un futuro sin enfermedades, sin problemas, automatizado, cómodo y feliz, mientras tanto, digo, el mundo, simplemente, procura sobrevivir. Crece la «pobreza energética» y la ruina agrícola y ganadera; aumenta «misteriosamente» el índice de mortalidad entre la población; prospera la inflación a un ritmo acelerado. El Alto Mando Global, por medio de los Gobiernos nacionales, anuncia restricciones en la distribución de electricidad y gas en los hogares y el uso social de cartillas de racionamiento, al tiempo que anima a la población a habituarse a la carestía de la vida y al desabastecimiento de productos de primera, segunda y tercera necesidad –sustituyendo así el antañón «consumismo salvaje capitalista» por el posmoderno «consumo responsable y sostenible»–, a reducir los desplazamientos, la movilidad y, sobre todo, el uso del vehículo particular (próxima estación: su prohibición), quedarse en casa, ducharse con agua fría, familiarizarse con una dieta rica en proteínas a base de insectos y en este plan.

Bajo los últimos estertores del «Estado de Bienestar», la humanidad espera progresar en la guerra de las galaxias y en «Inteligencia Artificial», al tiempo que retrocede de hecho hacia la economía de supervivencia y la Edad de Hierro, volviendo a calentar las estancias con leña y a iluminarlas con velas, cuando las encuentran. En estos tiempos audaces, el paso regresivo de la poshistoria a la prehistoria se realiza en un santiamén.

Hay países, entre los que se cuenta España (a la cabeza), donde sigue activada la «emergencia sanitaria» a cuento de la «covidpandemia»; el uso de la mascarilla sigue siendo obligatorio en múltiples espacios civiles y militares (si bien no por ello civilizados). La industria farmacéutica se inclina hacia la facturación de productos tóxicos y blandiendo, abiertamente y con mano dura, su no responsabilidad por los posibles daños para la salud que sus productos facturados puedan causar en las personas (luego, reconocen la posibilidad…; Ortega y Gasset ya hablaba en el primer tercio del siglo XX del «terrorismo de los laboratorios»). El sistema sanitario, que absorbe, según datos oficiales, en algunos países el 10% del Producto Interior Bruto (PIB), a cargo del presupuesto general del Estado, y está dotado de ultramodernas instalaciones y sofisticadas máquinas de última generación, no puede evitar ni explicar, por lo visto este verano de 2022, el mencionado crecimiento espectacular en los índices de mortalidad en la población, y en el que los hospitales superdotados adquieren cada día más la traza de territorio hostil, de lugares de encierro, de terapias agresoras aplicadas, de violencia al «paciente» y, en suma, de escenarios de suplicio, muerte, anonimato e impunidad...

He aquí un panorama singular que compagina la ciencia ficción, el ultraposmodernismo, las megatecnologías rompedoras y el relato de una utopía deslumbrante con una realidad trágica y penosa que evoca la gráfica descripción del primitivo «estado de naturaleza», realizada por Thomas Hobbes en el Leviatán, cuando pintaba la existencia del hombre como una experiencia «solitaria, pobre, desagradable, bruta y corta.», una estadía, en fin, que presagia el retroceso de la humanidad al estadio del hombre de las cavernas.

2
«No nos ocupamos del transhumanismo por gusto; nos vemos obligados a ello.»
Olivier Rey, Daño y engaño del transhumanismo (2018/2019)

Es por ello que resulta aconsejable tomarse con sumo escepticismo y gran sospecha la aventura espacial y temporal de las nuevas tecnologías, especialmente, en el contexto del presente (¿y del futuro?) pandemoníaco, y comenzar preguntándose, como hace Olivier Rey en su ensayo Daño y engaño del transhumanismo (2018/2019), ya en el primer capítulo, lo siguiente: «¿Hay que tomarse en serio el transhumanismo?» Es decir, ¿hay que tomarse en serio la Doctrina Oficial a propósito de las nuevas tecnologías publicitadas por los voceros y portavoces de la Agenda 2030 y del covidismo que no cesa, así como por los jinetes del clima climático y quienes convocan un apocalipsis iluminado en cinemascope por el 5G, las máquinas superinteligentes, la cibernética de último grito, las maravillas de la ciencia politizada, los robots, los hombres maquinados, los cíborgs…, asesorados todos por mujeres liberadas a cargo de Gobiernos y empresas y por hombres de negro con bata blanca, o al revés?

La disputa sobre –o la simple consideración de– las nuevas tecnologías es inseparable del contexto que las cobija y/o alienta: el denominado «Nuevo Orden Mundial».

Inmemorial es la tendencia en los hombres de huir de la realidad, refugiándose en la apariencia. O de enmascararla. Hoy, escuchamos o leemos apologías genéricas de las nuevas tecnologías, envueltas en celofán propagandístico, recordando que gozan de un largo pasado. Más que nada, representarían una posibilidad abierta al progreso y la mejora en la vida de las personas, y que están limitadas y condicionadas al consenso social, a la voluntad de los individuos, custodiadas por el Estado de Derecho, en conformidad con la moralidad reinante, la deontología profesional y la crítica desde perspectivas científicas, filosóficas, religiosas y, sobre todo, éticas, allí donde las innovaciones y creaciones a la vista (y prevista) rebasan lindes firmemente asentados en la tradición y la concordia social, allí donde los riesgos que comportan son mayores que los potenciales beneficios, allí, en suma, donde la libertad del hombre tendría la última palabra. Pues bien, esta exposición, de cariz cínicamente liberal, es farsante, dado que, siendo generosos en la apreciación, remite al mundo de ayer, no a la rabiosa actualidad ni al inquietante futuro, si es que de futuro puede hablarse.

Bajo el imperio intergaláctico de lo «híbrido» en que vivimos paritariamente, es preciso descartar, de entrada, la equidistancia y las divinas palabras, lo que en otro lugar he denominado «discursos funambulescos»: un asunto, digo allí en las primeras líneas del texto, que en la teoría y en la práctica, se remonta, como casi todo, a la antigua Grecia, a las disputas entre sofistas y Sócrates. Hablo del discurso público como vehículo funcional de opinión y pseudosaber, de la actitud, en fin, de quien articula un habla y una escritura para persuadir, sin desear convencer, para impresionar y quedar bien. Hoy, como ayer, en el ágora o la plaza pública, abundan los sofismas y las argucias, en forma de artículos de opinión, columnas periodísticas, editoriales, pláticas radiofónicas, comentarios varios y no menos ensayos y discursos de vocación académicos, de sentencias judiciales, leyes, de disposiciones y actos de inserción obligatoria publicadas en el Boletín Oficial del Estado, que se mueven campanudamente en la cuerda floja, aunque también con el tiento, y aun el disimulo, de quien camina sobre ascuas sin querer quemarse.

Juzgo inadecuado, amén de indecente, a la hora de tratar los temas candentes que afectan a la vida, la libertad y la propiedad privada de las personas, mantenerse en un terreno neutral, que siempre beneficia o acaba en el estómago de lo «newtral». Sin comprometerse ni definirse, dando la razón a todos y a ninguno (siempre sin incomodar ni desagradar al Poder vigente), manteniendo el tipo y el perfil de «buena persona»{1}, de tolerante, imparcial y demás. Es hábito común en las referidas actitudes escudarse en tópicos, como es el distinguir, a propósito de un asunto cualquiera (ahora tratamos sobre las nuevas tecnologías, el transhumanismo, etcétera), entre la versión «moderada» y la «radical», situándose el farsante funambulesco, obviamente, en la primera. Siguen, con todo, sin explicar convincentemente dichos charlatanes el criterio diferenciador, por ejemplo, entre «terrorismo moderado» y «terrorismo radical», «maldad moderada» y «maldad radical», «colaboracionismo moderado» y «colaboracionismo radical» y en este plan.

Señalaré a continuación otros errores e imposturas a la hora de examinar los temas de nuestro tiempo, que, por lo que a mí respecta, me esfuerzo en no cometer.

De las nuevas tecnologías, en términos generales (generalizo no por gusto, sino porque me veo obligado a ello…), afirmo en paralelo lo que sostuve en un ensayo anterior de la presente serie sobre la «batalla de las ideas», a saber: la extensión y la seducción que el doctrinario dominador y liberticida ha apuntalado en las sociedades no se neutraliza y combate (o no principalmente) mediante una labor de debate cultural con sus artífices y difusores, sino esforzándose por quitarles el glamour y la fascinación que atrae a la masa sumisa. Ocurre, en efecto, que la propaganda posmoderna se pinta de cosa muy mona, para esclavizarte mejor… El tirano posmoderno cuida ante todo la apariencia y el arte de la presentación social: sonríe y halaga al público, apela a la empatía y la solidaridad, ofrece productos atrayentes y fascinantes, de esos que nadie se podría resistir, excepto el contumaz y el insurrecto –he aquí, indirectamente caracterizado el enemigo a batir, los escasos obstáculos críticos a destruir, en una misma jugada.

Una vez las gentes han sido desarmadas de su identidad, de su individualidad, del amor propio y la dignidad, del criterio moral, del poco sentido común y crítico que podían tener, conformada, en fin, la masa sumisa, ¿quién rechaza, entonces, el regalo (envenenado) que ofrece el Poder de un presente y futuro más confortable en el que la Inteligencia Artificial solucione todos los problemas sin necesidad de usar la propia y natural, articule un florido y multicolor Internet (que lo tiene todo) y el imprescindible smartphone (que lo hará todo),  robustezca una «Sanidad pública», dotada de las más modernas, punteras y nuevas tecnologías, las cuales eliminarían, como por ensalmo, el proceso de envejecimiento, las enfermedades y aun la misma muerte, en un horizonte de inmortalidad, bienestar, solidaridad y todo lo que uno quiera o pida, disfrutando además de buen clima? ¿Quién es el guapo que critica el «biomejoramiento» y el vivir eternamente en ese mundo feliz, que, además, es inexorable porque ya está anotado en la Agenda…?

Después de todo, es conocido (para quien desee conocer) el esquema básico de exposición (de presentación en sociedad) de las novedades tecnológicas que revolucionarán de raíz el mundo y la vida desde sus mismos orígenes, hace miles de millones de años –¡son tan modestos los científicos posmodernos y transmodernos!

He aquí un diseño multiusos aplicable a no importa qué nueva ocurrencia, aunque siempre en función de apuntalar el plan de la Agenda de la prebenda. Por lo demás, poco original, al estar inspirado de lejos en la triada dialéctica hegeliana de la tesis, la antítesis y la síntesis, la cual avanza según el grado y nivel de la recepción –incluidas, las posibles críticas– que reciba.

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1) La nueva pieza técnica a promocionar comienza  inexcusablemente por ser exhibida con todas sus mejores galas y adornándose en mil florituras: es el no más de la invención (les gusta decir, con ánimo competitivo, «creación»), todo perfección y progreso. Aquí la «tesis».

2) En el segundo paso, aparece una corrección en la defensa, sin renunciar a servir de apoyo a la postura previa, aunque la niegue de hecho (la lucha de contrarios), y suele ofrecerse como «argumento de continuidad». Ocurre, vienen a decir, que la novedad, en realidad, no es novedosa, sino algo ya usado y experimentado en el pasado, sólo que ahora con mayores prestaciones y puesta al día («actualizada»; activándose con un simple reinicio del sistema…). Aquí la antítesis.

3) El tercer momento concluyente, ejecutivo y expeditivo: el proceso de la imposición del nuevo ingenio (los neoaprendices de brujo dicen «implementación») es completamente necesario e imparable; de hecho ya está en proceso, mientras se proponía su viabilidad y conveniencia... Quienes, a la postre, lo rechacen o impugnen, tipos insociables y enemigos del progreso, serán eliminados sin más.{2} Aquí la síntesis.

Hasta aquí un resumen del debate científico y tecnológico (de cualquier conversación interpersonal, en definitiva) que no tiene enmienda, no buscando convencer, sino vencer, si bien pretenda salvar las apariencias de lo que no es.

Pero hay más: otra estratagema oculta tras la publicitación a bombo y platillo del transhumanismo –así como del resto de las novísimas tecnologías–, y que pone de relieve el fútil esfuerzo por desarrollar la «batalla de ideas» que pretenda cuestionarla (consiste en una estrategia, como se verá, muy antigua y fogueada, y no por ello menos eficaz en su empleo). Se trata, sencillamente, de concentrar la atención de la crítica en los proyectos futuros a modo de cortinas de humo y tácticas de distracción que velen o ignoren los programas activos en el presente.

Ocurre que el abuso de «viejas tecnologías» justifica la necesidad de usar otras nuevas. Y así sucesivamente. Porque el progreso y el progresismo, por propia definición, llaman a más progreso y más progresismo, en un proceso peligrosamente imparable e incontrolable. De modo semejante a como el activismo no es otra cosa que hacer por hacer, reconstruir tras destruir para alimentar un nuevo destruir.

La sustancia de los peligros en el momento actual –y los previstos en lo porvenir– vienen de lejos, cuando menos desde mediados del siglo pasado en que despegó el doctrinario posmoderno de desconstrucción contra la civilización. La contracultura y el multiculturalismo, el desmontaje de las estructuras del «capitalismo», del libre mercado y los ataques a la propiedad privada, la sustitución de la sociedad de propietarios por la comunidad de gestores, el pensamiento único y la corrección política, el crecimiento de la Política en perjuicio de la economía, el acoso a lo occidental y en beneficio de las culturas colectivistas y anti-individualistas, el acorralamiento de la libertad de las personas y el crecimiento del prohibicionismo gubernamental, los cuentos del «Estado de Bienestar» (el «ogro filantrópico»: Octavio Paz), la división de poderes en los Estados, el clima climático y las cuestiones de género, etcétera, etcétera, etcétera, constituyen veteranos pilares centrales en las vigentes comunidades de vasallos que antaño fueron sociedades civiles y de ciudadanos caminando inexorablemente hacia su corrupción y descomposición.

Todo esto apenas se cuestiona, y cualquiera es tomado por demente si, digamos, pone en cuestión la obligatoriedad de llevar el «cinturón de seguridad» en automóviles y otros vehículos; o si opta por la homeschooling, manteniendo lejos a los niños y jóvenes de los colegios y escuelas; o si se niega a firmar el consentimiento a priori de someterse a pruebas médicas que eximen de responsabilidad a la casta sanitaria; o no acepta ¡las cookies!y todo lo demás en la cada día más aventurada navegación en Internet.

En el contexto del poscapitalismo, en el que la libertad y la competencia en el mercado han sido eclipsadas por el intervencionismo de la Política, las novísimas tecnologías no son impulsadas por criterios de racionalidad económica, ni por la ley de la oferta y la demanda, sino por las necesidades marcadas por la agenda de la Gobernación mundial a través de los Gobiernos nacionales. Necesidades patentemente artificiales, aceleradas cuando es menester por los planes de emergencia (sanitaria, ambiental o de cualquier tipo; la humanidad zozobra ya en un estado de Emergencia General y Global) y que pasan sin perder la sonrisa por encima de los valores y los derechos humanos –innecesarios, por otra parte, porque lo que preocupa es lo transhumano y tener en el smartphone amplia cobertura gracias al 5G, al 6G, al 7G y así sucesivamente. Fracasadas las maniobras especulativas de las .com, ahora toca eso del punto G

Empresas, compañías y particulares promueven sin cesar innovaciones tecnológicas por encargo de los Gobiernos, a cargo de los presupuestos generales –y especiales– del Estado. O bien son animadas las nuevas creaciones de temporada por la esperanza de ser subvencionadas y/o adquiridas por dichos Gobiernos locales y regionales, así como muy aprovechadas por corporaciones privadas (ya se mezclan y confunden unos y otras en un totum revolutum). El consumismo «capitalista» era condenado y vilipendiado por el progresismo por seguir la lógica de mercado, pero ahora es distinto: ahora manda la otra lógica del happytalism y del programa mundial de Progreso. ¿De qué y para qué cabría debatir, pues?

En resolución, la partida en la que la humanidad se juega la vida, la libertad, la propiedad privada y su futuro, el actual pulso de la barbarie a la civilización, no remite, ni puede plantearse y menos resolverse, a una «batalla de ideas», porque ni hay batalla ni hay ideas en litigio. El empuje del totalitarismo pandemoníaco no ha encontrado resistencia apreciable, si acaso todo lo contrario. Por lo demás, ni es de «derechas» ni de «izquierdas», ni actúa en nombre de la libertad, la igualdad o la fraternidad, que niega la Potestad reinante en cada movimiento que ejecuta, y hasta el más sumiso advierte, si bien para, a continuación, esconder la cabeza bajo tierra. En la era pos-pos-ideológica en que vivimos provisionalmente, no abundan ideas ni ideillas, tan sólo sentimientos y sensaciones, pasiones e impulsos, tendencias y modas, consignas y mandatos, obediencia y sumisión, miedo y esperanza.

3
«Primer indicio de lo que se preparaba fue para mí el descubrimiento casual un día, sobre su mesa, de una hoja de papel de música en la cual había escrito Adrián con grandes caracteres:
“Esta desgracia fue causa de que el Doctor Fausto escribiera su lamento.”»
Thomas Mann, Doctor Faustus (1947)

Llegado a un punto extremo de su vida, el doctor Fausto deja de trabajar en su laboratorio y, dormitando en la butaca, sueña despierto. Se siente incompleto e insatisfecho. Quiere más tiempo, que el instante se detenga; estos anhelos le angustian. En el fondo del gabinete, entre sombras y tinieblas, fantasea con la posibilidad de la inmortalidad y del poder absoluto. Imágenes reflejadas en el muro le devuelven a la retina y al cerebelo escenas de juventud y plenitud, de potencia y placer. Comoquiera que la imaginación llama a la representación, su ensoñación delirante, de fauno, convoca a las fuerzas demoníacas. Dios no escucha su plegaria, porque suena a blasfemia. La recoge el Diablo, Metistófeles, que siempre está a la escucha. Todo lo que quiera y más le ofrece al doctor ansioso de esplendor: dominar el misterio de la vida y la muerte, reinar sobre los humanos y más allá de la humanidad. Fausto sólo debe aceptar, dar su consentimiento, autorizar y someterse al mandato de Mefistófeles, aunque crea, por el contrario, erróneamente, que éste se somete a él. Mas, así actúa la ilusión. Los fastos de Faustus. ¡Que comiencen los juegos! El laboratorio del doctor Fausto es su cueva.

El Fausto de nuestros días también vive de apariencias e imágenes. Y el poder que le tienta llega por fibra digital. Sólo tiene que esperar la llamada ilusionante y firmar el pliego de condiciones, mero formalismo, rápido y cómodo, le dicen las sirenas en su canto. Una vez en línea y en la Red, ya no tiene que preocuparse de nada, ni escapatoria. El sistema operativo se actualiza automáticamente. Los ojos que todo lo ve tienen la cualidad de la mirada de la serpiente: fascina.{3}

Otoño, 2022

——

{1} Cfr. Capítulo 12. «Biointegrismo y buenecinismo» del ensayo La masa sumisa (2022).

{2} Para un mayor detalle de esta estratagema posdialéctica, véase Olivier Rey, Daño y engaño del transhumanismo (2018/2019).

{3} «La culpa tiene sobre los ojos del espíritu el poder que se dice ejerce la mirada de la serpiente: fascina». Søren Kierkegaard, El concepto de la angustia (1844).

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