El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (4): naturaleza y límites del Imperio turco

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (IX). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (72)

Quijote

El expansionismo universalista del Imperio otomano

Y, para terminar ya con el tratamiento cervantino de la dilatada contienda entre el Imperio español y el otomano por la supremacía en el Mediterráneo, planteamos unas observaciones finales. La primera sobre el afán expansionista del Imperio otomano ya no sólo por el Mediterráneo sino por la Europa suroccidental, del que Cervantes es muy consciente, como bien se patentiza en una pasaje de La gran sultana, en el que uno de los bajaes, especie de gobernadores de provincias del Imperio turco, que Cervantes considera equivalentes a los virreyes españoles de la época, le pide al Gran Turco que se lleve la guerra hasta Roma, para cumplir así un viejo sueño de los turcos de conquistar la capital de la cristiandad occidental, y que sus galeras recorran las riberas de España:

“Que se oiga el son del belicoso Marte
no en Persia, sino en Roma, y tus galeras
corran del mar de España las riberas”{1}.

En cuanto a la conquista de Roma, se trataba de una vieja aspiración otomana, desde al menos el sultanato de Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, quien, con su ataque a Otranto, al que ya nos referimos, inició su conquista de Italia, pero lo que era un primer paso de un ambicioso plan de conquistar la mismísima Roma se malogró por su muerte. También Solimán acarició la posibilidad de invadir Italia y tomar Roma, un plan del que formaba parte su apoyo a los protestantes europeos, con los que compartía su rechazo al Papa. Además, se consideraba justificado su proyecto, porque, en cuanto conquistadores del Imperio romano de Oriente, se veían como herederos de Roma y de hecho, después de la conquista de Constantinopla, los sultanes otomanos desde Mehmed II adoptaron los títulos de César, Basileo (principal título de los emperadores bizantinos) y Emperador de Roma{2}. En realidad, todo esto era parte de un plan imperial universalista de elevar el Imperio otomano a la categoría de suprema potencia mundial. Esas pretensiones de supremacía mundial se hallan cabalmente atestiguadas por partida doble en La gran sultana: por un lado, en las palabras con las que el embajador persa se dirige al Gran Turco como “señor universal”:

“Prospere Alá tu poderoso Estado,
señor universal casi del suelo;
sea por luengos siglos dilatado,
por suerte amiga y por querer del Cielo”.{3}

Y, por otro lado,en la declaración de uno de los bajaes del Gran Turco, en presencia de éste, en La gran sultana:

“Alá, que el mundo entre los dedos tiene,
te entregue dél la rica y mayor parte”.{4}

Límites del Imperio otomano

Pero el Imperio otomano, tal es la segunda observación, tenía sus limitaciones y dificultades en su periferia, de lo que Cervantes era también harto consciente. Los mayores obstáculos, al menos a inicios del siglo XVII, son, aparte de los que representaba el Imperio español en el Mediterráneo como freno al poder imperial otomano, son los que surgieron en su flanco oriental ante la crecente expansión del Imperio persa bajo la dinastía safávida, la cual convirtió a Persia en un Estado unificado e independiente por vez primera desde la conquista árabe de Persia y luego la transformó en el más grande Imperio persa desde la conquista musulmana del país; es más, durante el reinado de Abbás o Abás I de Persia, más conocido como Abás el Grande (1588-1629), al que, como veremos, Cervantes alude indirectamente, sin mentar su nombre, Persia se elevó a la categoría de gran potencia imperial, entre otras cosas por sus victoriosas campañas de Abás contra los turcos, quien, tras la victoria de Basora (1605), llegó a extender su Imperio, en detrimento de los otomanos, por Oriente Próximo más allá del Éufrates.

1. Los límites del Imperio turco en su flanco oriental

Pues bien, Cervantes nos suministra varias interesantes pinceladas sobre el choque entre los dos Imperios, el otomano y el persa, precisamente en la época de Abás el Grande, en una escena del segundo acto de La gran sultana, en la que asistimos a la audiencia del embajador de Persia en la corte del Gran Turco en presencia de cuatro bajaes suyos. Es conveniente no olvidar, para entender bien el contexto histórico, que la acción de la comedia cervantina discurre en 1606 o 1607 en Constantinopla, en el centro del Imperio turco y en la corte del Gran Sultán. La primera de esas pinceladas entraña un reconocimiento explícito de los problemas del Imperio turco con Persia, cuando uno de los bajaes admite, en presencia del Gran Turco, que Persia les causa un gran daño, que compara con el que a España le causa Flandes; en realidad, el problema del Imperio otomano era mucho mayor que el del Imperio español en Flandes, pues mientras éste último concernía sólo a asuntos interiores dentro de una provincia, en el otro caso se trataba del choque entre dos grandes potencias imperiales por el control de Oriente Próximo y en ese momento los otomanos habían ya perdido un territorio importante, que pasó a manos de los persas. Y aunque las dos potencias imperiales eran musulmanas, ello no servía para unirlas, sino para dividirlas, ya que mientras los otomanos representaban a la rama sunnita mayoritaria del islam, los safávidas establecieron el chiismo como la religión oficial de Persia. A estas diferencias religiosas que les oponían alude uno de los bajaes del Gran Turco, quien maldice, en la persona del propio rey persa, la desviación religiosa persa del verdadero islam del que se toma y se rechaza según los dictados de su depravado apetito:

“Ese cabeza roja, ese maldito,
que de las ceremonias de Mahoma,
con depravado y bárbaro apetito,
unas cosas despide y otras toma”.{5}

Este hecho por sí mismo le hace desconfiar a uno de los bajaes de que la supuesta paz que el rey de Persia propone a través de su embajador sea lo que convenga al Gran Turco y no más bien una paz infame. 

De hecho, y esta es la segunda pincelada, hay una disputa entre los bajaes ante el Gran Turco en presencia del embajador de Persia, acerca de la política más conveniente con el Imperio safávida, que refleja la tensión existente en aquel entonces entre las dos grandes potencias musulmanas. La ocasión para la disputa la genera el embajador persa que ha venido a la corte otomana, según dice él mismo, a pedir la paz en nombre del soldán de Persia, en ese momento Abás el Grande, pero antes de pedirla se atreve a provocar a los bajaes de la corte turca con sus encendidos elogios al rey de España Felipe III como cabeza de un gran Imperio. La molestia de los bajaes turcos es manifiesta, pues lo echan a empujones, y ante el Gran Turco discuten sobre la oferta del embajador persa, esto es, si lo más conveniente es pactar la paz con ellos, dando por perdido lo arrebatado por Abás, o continuar la guerra.

Uno de los bajáes, Mustafá (Bajá 2 en la comedia), aunque reconoce el daño que Persia ha causado a Turquía, defiende la conveniencia de la paz y, en cambio, llevar la guerra hacia Occidente, a Roma y a las costas españolas. Por su parte, otro bajá, Braín (Bajá1), prefiere centrarse en el problema de Persia y aconseja la guerra al Gran Turco, pues, según él, hacer paces con los persas sería algo infame.{6} La realidad histórica se ajusta más a la postura belicista contra Persia de este último bajá, pero no a sus propósitos de doblegar a los persas: la guerra, en efecto, prosiguió entre otomanos y persas, pero de forma desfavorable para los primeros, quienes fueron derrotados una y otra vez por las tropas de Abás logrando arrebatarles amplios territorios, como el kurdistán, y ciudades importantes, como Bagdad, y forzándoles a firmar una paz muy beneficiosa para Persia.

La tercera pincelada se refiere a la búsqueda de entendimiento o de una entente entre Persia y España. Tal es lo que el bajá Braín reprocha acremente, ante el embajador persa, al rey de Persia, al que acusa de malas mañas por intentar una alianza con un rey cristiano:

“Su mendiguez sabemos y sus mañas [las del rey persa],
por quien con él de nuevo me enemisto,
viendo que el grande rey de las Españas
muchos persianos en su Corte ha visto.
Éstas son de tu dueño las hazañas;
pedir favor a quien adora en Cristo”.{7}

El embajador persa naturalmente no concede que su rey busque una entente con Felipe III y que le pida ayuda; justifica el interés de su rey simplemente por las virtudes del rey español y la grandeza de su Imperio. Pero sí admite la existencia de una relación diplomática entre la corte persa y la española, a la que aludía el bajá turco; es más, reconoce que él mismo tiene encargada una embajada de su rey ante el de España, lo que, nada más oírlo, enfurece a los bajaesotomanos. La realidad histórica, bien conocida por Cervantes, es que hubo, en efecto, un activo intercambio diplomático entre 1601 y 1611 entre Abás el Grande y Felipe III y que, en efecto, había una intención de hacer un pacto contra los turcos, enemigos comunes de ambos, pero, a la postre, no fue mucho lo que se consiguió de las embajadas persas a la corte española, pues a causa de las distancias, los acuerdos concluidos entre ambas partes eran un tanto vagos y no se tradujeron en un programa de actuaciones bien coordinadas, si bien, según algunos historiadores, contribuyeron a disminuir la presión otomana en el Mediterráneo y en la frontera danubiana.{8}

2. Los límites del Imperio turco en su flanco europeo septentrional

Pero también tenía problemas el Imperio otomano en su flanco noroccidental de la Europa Central, en la zona fronteriza entre el Imperio de los Habsburgo y los principados de Transilvania, Valaquia y Moldavia, de un lado, y el Imperio otomano, del otro, aunque quizá no de la envergadura de los habidos en su flanco oriental. Y una vez más Cervantes se hace eco de ellos; específicamente a cuenta de las fricciones con el principado de Transilvania habla de las guerras de Transilvania en dos ocasiones. La primera de ellas en el Persiles, donde Sinibaldo, el hermano del anciano caballero, retirado con su hermana como ermitaño en la isla septentrional de las Ermitas, a petición de los presentes de dar nuevas de lo que sucedía en Europa, les complace contándoles, amén de hechos ficticios pertenecientes al escenario literario, hechos históricos como las “guerras del de Transilvania”,{9} es decir, del príncipe de Transilvania, que, habida cuenta de que la acción de la novela se desarrolla entre la primavera o el estío de 1557 y julio-agosto de 1559, no pueden ser otras que las guerras mantenidas por el príncipe transilvano Juan Segismundo Zapolya (1541-1571), con la ayuda de los turcos que lo habían puesto en el cargo, contra las fuerzas de Fernando de Habsburgo, hermano del rey Carlos I de España y emperador de Alemania y más tarde, tras la renuncia de éste a este último título, emperador, quien, reclamándose rey de Hungría, había intentado varias veces ocupar, entre 1552 y 1556, Transilvania, pues Transilvania había formado parte del que había sido reino de Hungría  y ya no lo era.

Para entender esto es menester remontarse a la batalla de Mohacs de 1526, en la que los otomanos, bajo el mando de Solimán el Magnífico, derrotan a Luis II, rey de Hungría, pero, tras la victoria, los otomanos mantienen aún la integridad del reino de Hungría, bien que como vasallo y tributario de ellos, y para ello el propio Solimán hace coronar como rey al voivoda de Transilvania, el conde húngaro Juan Zapolya, que pasa a ser Juan I de Hungría (1526-1540), padre de Juan Segismundo Zapolya. Pero las hostilidades casi constantes entre Fernando de Habsburgo, que, como marido de la hermana de Luis II de Hungría, reclamaba el trono húngaro e incluso, con el apoyo de algunos nobles enfrentados a Juan I, se había proclamado rey en 1527, y el nuevo rey impuesto por los otomanos, Juan I, llevaron, a petición de éste,  a Solimán el Magnífico a intervenir en 1529; reanudadas las hostilidades, tras la muerte de Juan I en 1540 dejando como heredero a su hijo recién nacido Juan Segismundo, forzaron a Solimán a intervenir de nuevo con sus tropas en 1541 para pacificar el reino, llegando a ocupar Buda.

Sin embargo, Solimán tampoco logró imponerse en todo el territorio de lo que había sido el reino de Hungría, de forma que, a la postre, el territorio húngaro acabó dividido en tres partes, pero, eso sí, los otomanos se quedaron con la mejor parte, la fértil llanura central y la capital, Buda, mientras que los Habsburgo se apropiaron de la región occidental y norteña, limítrofes de sus territorios, que constituían la llamada Hungría Real, y finalmente, la región oriental, Transilvania, que correspondió a Juan Segismundo Zapolya, pero hasta su mayoría de edad fue su madre, Isabela Jagellón de Hungría, tutora y regente, la que, con la ayuda del arzobispo y cardenal Jorge Marinucci, se ocupó del gobierno. Progresivamente, Transilvania, bajo la protección de los turcos y tributaria de ellos, emergería como un Estado independiente, de cultura y lengua húngaras, constituida en la forma de principado o monarquía electiva, que algunos denominaron “El Reino de Hungría de Oriente”, cuyo primer príncipe fue precisamente Juan Segismundo Zapolya y, muerto él sin herederos, sus sucesores lo serían por elección en una asamblea o dieta de nobles. 

No obstante, el camino a la independencia de Transilvania durante la minoría de edad de Juan Segismundo no fue fácil, pues Fernando de Habsgurgo no renuncia a integrar Transilvania en sus dominios, lo que le lleva, como dijimos más arriba, a ocuparla varias veces entre 1552 y 1556. Así que los turcos, antaño protectores y valedores de su padre Juan I y ahora de su hijo Juan Segismundo, se ven involucrados otra vez en la guerra contra los Habsburgo para imponer su paz en la zona; la cosa es tan grave que el mismísimo sultán tiene que intervenir en la contienda, que en esta época sigue siendo Solimán, quien inicia una victoriosa, pero terrible, campaña en 1556, que será la última suya, tras la cual, Juan Segismundo, que había tenido que exiliarse en 1551, regresa para ser repuesto como príncipe de Transilvania en 1557. En realidad, esto no fue el fin de las hostilidades, sino que continuaron, con resultados alternos, hasta 1562, más allá, pues, del tiempo cronológico de la novela y, por tanto, esto ya no pudo contarlo a los circunstantes Sinibaldo. En esa fecha Fernando I, ya emperador (en la práctica lo venía siendo desde la abdicación de su hermano Carlos V, aunque formalmente no lo fue hasta 1558, en que fue coronado como tal), firma una tregua, en la que acepta la renuncia a Transilvania y el pago de un tributo a los turcos, que será rota por su sucesor, Maximiliano II, quien apenas un año después de la muerte de su antecesor en 1564, reinicia la guerra para no interrumpirla hasta la nueva tregua de 1567. La independencia definitiva de Transilvania respecto a los Habsburgo llegó, por fin, con la firma del Acuerdo de Spira en 1570, en el cual Maximiliano reconocía a Transilvania como una entidad política independiente y a Juan Segismundo como su príncipe, a la vez que éste renunciaba al título de rey de Hungría, título que quedaba reservado para los monarcas de la casa de los Habsburgo.

Los problemas, empero, no terminaron ahí, sino que se reactivaron en las últimas décadas del siglo XVI, pero esta vez con un sesgo diferente: no se trata ahora de que los turcos intervengan en ayuda de Transilvania contra los Habsburgo, que ambicionaban controlar Transilvania, sino al revés, de la guerra de Transilvania, con la alianza de los Habsburgo, contra los turcos; en realidad, esta guerra encabezada por Transilvania contra los turcos fue un episodio de la llamada Larga Guerra Turca o Guerra de Hungría de los Trece o Quince Años, o simplemente Guerra de los Quince o Trece Años, según se considere que se inició en 1591, con la campaña turca de 1591-2, o con la reacción de los Habsburgo en 1593, y que duró hasta 1606, la cual fue a su vez una parte de las guerras entre los Habsburgo y los otomanos; esta Guerra de los Trece Años tuvo como principales escenarios los territorios de los principados de Transilvania, Valaquia y Moldavia.

Pues bien, a esa fase de la Guerra de los Trece Años en que la batuta la llevó Transilvania es a la que se refiere Cervantes en una segunda ocasión en que alude a las guerras del transilvano. La alusión se halla en un pasaje ya citado, para otros menesteres, de la novela Las dos doncellas, en la que, en un mesón de Castilblanco, cerca de Sevilla, un alguacil del pueblo, invitado a cenar por un caballero, del que luego sabremos que es don Rafael, hermano de Teodosia, se lo paga preguntándole nuevas sobre diversos asuntos de actualidad en aquel momento, entre los cuales está el que ahora nos interesa, que es el de “los sucesos del Transilvano, que nuestro Señor guarde”.{10}

¿Quién es ese “Transilvano” del que habla el alguacil? ¿Y qué “sucesos” son ésos? Teniendo en cuenta que las Novelas ejemplares se publican en 1613 y que la acción de Las dos doncellas se desarrolla probablemente en la primera década del siglo XVII e incluso a finales del siglo anterior{11} y que, a partir de la abdicación de Segismundo Báthory en 1602, los príncipes de Transilvania hasta 1613 fueron protestantes, su sucesor inmediato Moisés Székely (príncipe durante sólo tres meses en 1603) fue unitarista y los siguientes, Esteban Bocskai (1605-6), Segismundo Rákóczi (1607-8) y Gabriel Báthory (1608-1613), calvinistas, es muy improbable que ninguno de éstos sea el transilvano al que se refiere el alguacil; y más todavía lo es que lo sea alguien anterior, como Juan Segismundo Zapolya, quien, aunque educado como católico, también fue protestante, primero luterano, luego calvinista y finalmente unitarista{12}.

Recordemos que el alguacil le desea la protección divina. Una cosa así no es verosímil, no es sensato pensar que un español católico del tiempo de Cervantes le desee buenos augurios a un príncipe que es un hereje unitarista o calvinista. Lo más lógico es pensar, habiendo como lo hay un buen candidato católico, en un príncipe transilvano católico y, en tal caso, el mejor candidato no es otro que Segismundo Báthory, príncipe de Transilvania entre 1588 y 1602, quien no sólo fue católico, sino que además se distinguió por su apoyo al catolicismo, en lo que tuvo el respaldo del papado y del rey de España Felipe II, en un país que estaba, desde el punto de vista religioso, fragmentado en cinco confesiones religiosas: luteranos, calvinistas, católicos, unitaristas y ortodoxos, siendo los católicos una minoría. Es más, uno de sus principales consejeros y confesor fue el jesuita español Alfonso Carrillo, que sin duda le impulsaba a recatolizar Transilvania.

Por otro lado, los sucesos de que habla el alguacil no pueden ser otros que aquellos que en las “relaciones de sucesos”, publicadas en Sevilla, se le atribuían a Segismundo, algo que los primeros en señalarlo fueron Schevill y Bonilla, pero lamentablemente sin ofrecer argumento alguno en pro de su tesis sobre la verdadera identidad del “transilvano” en la mención cervantina, que al parecer dan por obvia, ni tampoco se dice mucho sobre la clase de sucesos realizados por Segismundo Báthory, salvo que se trata de “sucesos prósperos y victorias”.{13}

No cabe duda de que esas relaciones, que también recibían el nombre de nuevas, noticias, avisos, cartas, gacetas e incluso pronósticos, tuvieron que ir a parar a las manos de Cervantes y que las conocía. Recuérdese que la gran mayoría vio la luz en Sevilla entre 1596 y 1599, y en esos años Cervantes residía en la populosa y dinámica ciudad andaluza.

Pero ¿cuáles eran esos “sucesos” que mienta Cervantes? Pues no son otros que “los hechos y victorias”, en la mayor parte de las relaciones, del mentado príncipe de Transilvania, calificados a veces como “sus hazañas y proezas”, o bien, en algunas, de los ejércitos imperial y del príncipe transilvano en la guerra contra los turcos.{14}

En dos de ellas no está en primer plano Segismundo Báthory, sino las victorias sobre los turcos del voivoda de Valaquia, Miguel el Valiente (o el Bravo), pero como capitán general del príncipe transilvano. Y sólo en una de ellas se habla únicamente de los capitanes del emperador, de una victoria en la guerra contra los turcos. Así que el protagonista en la mayoría de las “relaciones de sucesos” es, pues, el príncipe de Transilvania y en ellas se le presenta como un cabal príncipe católico inmerso en una guerra heroica contra los turcos, una guerra que se pinta como una cruzada contra los enemigos de la cristiandad y se ensalzan sus victorias contra ellos como las victorias de un príncipe que encabeza esta cruzada contra el islam. En las relaciones predomina el tono heroico y la loa a Segismundo como príncipe victorioso sobre los turcos enemigos, de lo que es una muestra harto ostensible el título y presentación de una de las relaciones de 1596, publicada en Valencia:

“Relación muy cierta y verdadera de las grandes y maravillosas victorias que a tenido Segismundo Príncipe de Transilvania contra el gran Turco, donde se da cuenta de las Ciudades y fortalezas que le a ganado en toda una Provincia, donde le a muerto en vezesmas de ochenta mil Turcos y Genizaros, y los muchos despojos que le ha tomado, que son de innumerable precio”.{15}

Y en el inicio de esta misma relación:

“Del más notable guerrero/ que tiene noticia España/ que humanos ojos han visto/ y a celebrado la fama/ quiero contar las grandezas/ dignas de eterna alabanza/ que ha sido del Turco fiero/ tal desprecio y tal infamia”.{16}

Ahora se entiende que, habida cuenta de la imagen del príncipe transilvano en las relaciones como un perfecto príncipe católico que cosecha victorias en la guerra contra los turcos, suscite la aprobación y respaldo del alguacil al desearle la protección de Dios. Sin embargo, la imagen de Segismundo que nos transmiten las relaciones de sucesos sevillanas, que Cervantes, como hemos dicho, debió de conocer, es muy exagerada, aunque contiene un fondo de verdad. La hay en su retrato como príncipe católico lanzado a una cruzada contra los enemigos de la cristiandad, como se habrá de ver. Segismundo Báthory, en un primer movimiento, se alejó de la órbita otomana,  rompiendo en 1593 su relación de vasallo con los turcos y mandando ejecutar a los nobles húngaros partidarios de los turcos;  y, en un segundo movimiento, se aproximó a los Habsburgo y se alió con ellos, tras la decisión, el 5 de octubre de 1594, de Segismundo de entrar, junto con Miguel el Valiente, voivoda de Valaquia, y Aarón el Tirano, voivoda de Moldavia, en la Santa Liga, organizada por el papa Clemente VIII (1592-1605) contra el Imperio otomano, lo que se concretó en la firma, a finales de enero de 1595, de un tratado con el emperador Rodolfo II (1574-1612) en virtud del cual Transilvania ingresaba como miembro de la Santa Liga, que, por iniciativa del papa, imprimió a la guerra contra el turco un carácter de cruzada contra el islam, con la condición de que Rodolfo II reconociera la independencia de Transilvania de la corona húngara; y conseguida esta alianza y convertido también en príncipe de Valaquia y Moldavia, en un tercer movimiento, movilizó sus tropas y las lanzó a la guerra contra los turcos, que inicialmente le deparó varias victorias, como la toma de Lippa y de otras fortalezas otomanas en agosto de 1595, pero su mayor triunfo como príncipe católico cruzado fue en la batalla de Giorgiu el 25 de octubre de1595, donde las fuerzas unidas de la Santa Liga conformada por Transilvania, que aportaba el mayor contingente de tropas, Valaquia,  Moldavia y el Sacro Imperio, cuya aportación era la menor, con tan sólo 1500 soldados mercenarios, derrotaron al ejército otomano, aunque la victoria no fue definitiva. Es todo esto lo que se explota en las relaciones de sucesos aludidas por Cervantes para tejer la imagen triunfal de Segismundo.

Pero lo sucedido después la pulveriza. Pues tras unos meses de éxitos militares a lo largo de 1595, empezaron a llegar los reveses. Ya en marzo de 1596 fracasó en el sitio de Temesvár (la actual Timisoara en Rumanía), que tuvo que levantar cuando un ejército otomano de 20.000 soldados se acercó a la fortaleza, pero lo peor estaba por llegar y llegó con la derrota de sus tropas y las del emperador Rodolfo II en la batalla de Mezökeresztes o simplemente de Keresztes (Agria en las “relaciones de sucesos” sevillanas) el 26 de octubre de 1596, una batalla en la que, por cierto, hubo participación española, si bien con un pequeño contingente de tropas. Segismundo, un hombre en el fondo de personalidad muy inestable y con grandes altibajos, no pudo digerir la derrota y no se le ocurrió otra cosa que abdicar (enero de 1597), aunque no se hizo oficial hasta marzo de 1598; retornaría de nuevo como príncipe de Transilvania a finales de agosto de 1598 a la cabeza de fuerzas militares polacas, pero nuevos fracasos (un ejército otomano invade el principado sin que lo pueda evitar y sus intentos de hacer la paz con el sultán se frustran), le conducen de nuevo a abdicar (21 de marzo de 1599) y, tras un intervalo en el que se suceden como príncipes de Transilvania su primo, el cardenal Andrés Báthory (29 de marzo de 1599-3 de Noviembre de 1599) y su jefe militar Miguel el Valiente, voivoda de Valaquia y ahora príncipe de Transilvania (1599-1601) retorna otra vez como príncipe de Transilvania (2 de octubre de 1601), pero de una forma que para él debía de ser humillante, pues una parte del ejército a cuya cabeza volvió a tomar las riendas del poder eran tropas otomanas y tártaras, para volver a abdicar, esta vez definitivamente, en 1602, abandonar Transilvania e instalarse, hasta su muerte en 1613, cerca de Praga, aunque aún se produjo un intento fallido de retomar el poder en 1605.

A la postre, el reinado de Segismundo no supuso ningún avance en la guerra contra los enemigos de la cristiandad, pues “los sucesos del Transilvano” a que se refiere Cervantes, durante un corto periodo de tiempo “sucesos prósperos y victorias” se trocaron en sucesos desventurados y derrotas, y Transilvania continuó siendo un principado vasallo del Imperio otomano. Ni tampoco lo fue en general la Guerra de los Trece o Quince Años, en la que se encuadra la guerra del Transilvano contra los turcos, ni para los turcos ni para los Austrias, que ni siquiera pudieron sacudirse el yugo de ser vasallos del Imperio otomano, aunque sí que se le reconociese a Rodolfo II el título de emperador.

En España hubo interés por la figura del príncipe transilvano, como bien se revela en la publicación y difusión de sus hechos en las relaciones de sucesos, en la propia mención de Cervantes, no sin cierta simpatía, y, más aún, en la comedia que le dedicó Lope de Vega, El prodigioso príncipe transilvano, cuyas fuentes de inspiración fueron también las relaciones de sucesos sevillanas{17} y con las que coincide en ofrecer un retrato de Segismundo Báthory como un príncipes cristiano ejemplar consagrado a la guerra contra los turcos. El príncipe transilvano era un aliado de los Austrias alemanes y, por tanto, de los Austrias españoles, que atraía no solo por su firme compromiso en la contienda con el turco, sino por su resolución en la defensa del catolicismo en una región en que estaba en peligro ante el avance del protestantismo. Además, hubo cierta relación entre España y Transilvania, incluso presencia española allí, pues uno de los principales consejeros de Segismundo fue el ya mentado jesuita Alfonso Carrillo, quien, además de su labor de consejero, realizaba embajadas a su servicio y  una de ellas le trajo en mayo-junio de 1996 ante Felipe II para solicitarle ayuda económica para financiar su campaña contra los turcos y para tal fin el rey español le concedió 80.000 ducados que bien pudieron servir para los preparativos de la batalla de Keresztes. Segismundo ansiaba ser miembro de la orden de caballeros del Toisón de Oro y finalmente  consiguió de Felipe II, soberano de la orden, en 1996, cuando estaba en su momento más dulce de su reinado tras la serie de victorias sobre los turcos y aún estaba por llegar la fatídica derrota en Mezökeresztes, gracias a la mediación del Papa, el nombramiento de caballero de la prestigiosa orden de caballería, con cuyo distintivo, el collar dorado, que Felipe II le envió, le gustaba aparecer en sus retratos.

Hubo intentos de involucrar por parte del papado a Felipe II en la guerra austro-transilvana contra el Imperio otomano, pero fracasaron. En efecto, el papa Clemente VIII puso en marcha la diplomacia pontificia con dos embajadas en enero y febrero de 1595 para presionar a Felipe II a que respaldase o entrase en la Santa Liga contra los turcos, que inicialmente el papa pretendía que fuera una liga de la Cristiandad contra éstos, pero, a la postre, sólo se unieron el Sacro Imperio, Transilvania, Valaquia y Moldavia contra los turcos; el papa pretendía que España se involucrara en su plan de gran liga cristiana y que Felipe II pusiera en pie un ejército y la armada mediterránea al servicio de la Santa Liga contra los otomanos en los campos de lo que había sido el reino húngaro, pero Felipe II se liberó de la presión alegando que estaba muy empeñado en Flandes y Francia, donde tenía grandes gastos, y no estaba en condiciones de meterse en una nueva guerra, aunque autorizó al papa a alistar 8.000 infantes y 1.000 jinetes en sus reinos. Pero, a la postre, el proyecto papal de gran liga de la cristiandad contra los otomanos, tras la negativa de España y otras naciones europeas, como Francia, Venecia y Polonia, quedó reducida a la liga que conformaron el Sacro Imperio, Transilvania, Valaquia y Moldavia, cuyo liderazgo político recayó en el emperador Rodolfo II, si bien compartido con su aliado el príncipe transilvano Segismundo. Naturalmente, el papado no se conformaba con impulsar la liga cristiana, si bien en esta versión reducida, contra los turcos en Europa central para conseguir un objetivo meramente político, sino que aspiraba a ejercer un liderazgo religioso, que, amén de revestir la contienda contra el turco de cruzada contra el islam, proyectaba volcarse en la recatolización de la región.

Todo esto último fue perfectamente entendido por los autores de las relaciones de sucesos del Transilvano, lo que no es de extrañar pues esos autores, que eran jesuitas, no sólo comulgaban con el proyecto papal de recatolización de la Europa oriental, sino que formaban parte de él como ejecutores. Fue, en efecto, en un círculo jesuita donde se redactaron las relaciones en Roma en italiano y luego, un jesuita español, el padre Mosquera, se encargó de traducirlas al español y enviarlas a Sevilla, quizás por ser la ciudad española más dinámica y sede de la más importante comunidad jesuita en España, para su publicación, aunque se publicaron como anónimas, sin la firma del padre Mosquera. Hacía años que los jesuitas, como vanguardia del papado en aquel tiempo en la defensa del catolicismo en Europa y de la recatolización de Europa oriental, se habían asentado precisamente en Transilvania, donde justamente la reconquista católica ante los embates del protestantismo en sus diversas confesiones (luteranismo, calvinismo y unitarismo) era más necesaria.

Y allí, en Transilvania, estaban los jesuitas para cumplir esa misión, a donde habían llegado en 1579 llamados por el católico príncipe de Transilvania (y también rey de Polonia) Estaban Báthory, tío de Segismundo; fundaron un colegio, elevado a universidad en 1581, en Koloszvar, donde el futuro príncipe Segismundo se formó e incluso un buen número de alumnos de familias protestantes. Al igual que su tío, cuando Segismundo se convirtió en príncipe, fue un valedor y protector de los jesuitas, por los que sentía una gran estima, hasta el punto de elegir a uno de ellos, al ya nombrado Alfonso Carrillo, que había sido su educador, como consejero y embajador de misiones importantes (por ejemplo, ante el Papa y Felipe II). La posibilidad de reconquista para el catolicismo del terreno perdido a favor del protestantismo en Transilvania e incluso de la presencia de los jesuitas en tierras transilvanas dependía, pues, del mantenimiento en el poder de los Báthory católicos, como Segismundo, pues también los había protestantes. Si querían aprovechar la oportunidad de recatolizar Transilvania, era esencial apoyar a su principal protector, el príncipe Segismundo, un hombre ambicioso que aspiraba a colocar al principado de Transilvania en el primer plano europeo, y ese apoyo entrañaba, tal como ha escrito González Cuerva, “publicitar sus campañas y popularizar su figura con las ‘relaciones de sucesos’”,{18} incluso ensalzarlo y ocultar sus debilidades y defectos, bien conocidos tanto por la diplomacia pontificia como por los jesuitas.

De hecho, la necesidad de apoyar a un príncipe, del que dependía tanto la presencia misma de los jesuitas en Transivania como su misión de catolización, les lleva a construir en las relaciones de sucesos una imagen propagandística del príncipe como campeón victorioso en la guerra contra el turco un tanto distorsionada y falseada. Una buena muestra de ello es el tratamiento de la batalla de Mezökeresztes (llamada allí Agria), la más importante habida en la Europa oriental entre un ejército cristiano y el otomano desde la de Mochács en 1526, en una relación de sucesos de 1597, en la que no figura en el título y presentación resumida de la misma ninguna mención a la derrota de la alianza cristiana y a la victoria otomana. Es más, si el lector no tuviera más datos que los que en ella se ofrecen, pensaría que se trata de una victoria más del príncipe transilvano y del ejército imperial. Véalo el lector por sí mismo:

“Relación séptima de la gran batalla que ubieron iunto a Agria cidudad de la Vngria Superior, los exercitos de la Megestad del Emperador, y el Serenísimo Principe de Transilvania, con el gran Turco. En donde se auisa auer muerto setenta mil Turcos, y el saco de sus alojamientos, y los bagajes, con sola perdida de cinco mil infantes y quinientos caballos de los nuestros”.{19}

La omisión de la derrota de la alianza austriaco-transilvana y el hincapié en las gravísimas bajas de los turcos y en el saqueo inducen a pensar que los derrotados fueron los turcos. Pero incluso estos últimos datos están falseados; no cayeron 70.000 turcos, sino entre 20.000 y 30.000; y entre los imperiales y los transilvanos, las bajas no fueron de 5.000, como se dice en la relación, sino que oscilan entre 13.000 y 23.000 o 30.000, pero, habida cuenta de que el ejército otomano estaba formado por unos 100.000 soldados, mientras que el imperial-transilvano por unos 45.000, las pérdidas de ambos bandos están bastante equilibradas e, incluso en términos relativos, desequilibradas en perjuicio del bando imperial-transilvano. Y ciertamente hubo saqueo, pero no al final de una batalla ganada como recompensa del ganador, sino durante el curso de la batalla, que inicialmente iban ganando las fuerzas cristianas aliadas: un contingente de las tropas aliadas dejó de combatir para entregarse al pillaje y al botín en la tienda del sultán Mehmed III, lo que contribuyó a la derrota del ejército cristiano. 

El Imperio otomano como Imperio depredador, belicista y despótico

La tercera y última observación concierne al retrato del Imperio otomano como un Imperio depredador, belicista, violento y, en definitiva, despótico. La imagen de los turcos que se desprende del Quijote y del conjunto de su obra es la de uno seres bárbaros, despóticos, violentos, crueles, feroces, belicosos e inhumanos, una imagen que se extiende a sus vasallos los moros argelinos{20}, la cual responde al estereotipo habitual sobre los turcos y sus aliados dominante en aquella época en toda Europa; y en España también estaba muy arraigado y un buen ejemplo de esta imagen tópica de los turcos es el que nos ofrece Joanot Martotell en su Tirante el Blanco, una obra escrita poco después de la caída de Constantinopla en manos de los turcos, donde se les retrata como un pueblo guerrero, cruel y salvaje: “Hábiles en la guerra y gente muy crudelísima y feroz”{21}; y sin desmerecer de tal visión tan negativa, el Imperio otomano aparece retratado correspondientemente como un poder belicista y depredador, entregado al saqueo, al botín y  a la captura y trata de esclavos, las cuales Cervantes debía de considerar como una característica especialmente atribuible al Imperio turco.

Su carácter belicista se halla plasmado en la obra de Cervantes de dos maneras. Primeramente, como ya vimos, en la presencia de los turcos en sus novelas, cortas y largas, y piezas de teatro como un pueblo entregado a la guerra, tanto en su forma mayor como menor contra España, y al saqueo y el botín en las costas mediterráneas españolas, una presencia belicista que forma parte del marco en que se desenvuelven muchas historias o episodios relatados por Cervantes. Pero también se halla perfectamente recogido expresamente en declaraciones, tales como aquella, en que, hablando de la amenaza que suponía el Imperio otomano para Europa, tras la reciente conquista de Chipre, hasta entonces bajo dominio de Venecia, especialmente para los países del sur, ribereños del Mediterráneo, el cautivo Ruy Pérez de Viedma alude al turco como “el enemigo común” (I, 39, 402) contra el que los países concernidos han de unirse; o aquella otra, aún más fuerte, en que, en referencia a los sospechosos movimientos militares del turco, éste es tachado no ya de enemigo de España o de un parte de Europa o  de la Cristiandad, sino de “enemigo común del género humano”,{22} una fórmula tópica en la época, pero cabal reflejo del pensamiento común acerca de los turcos como un pueblo volcado a la guerra, bien fuera a la guerra en sentido canónico o a la guerra menor como la piratería o las incursiones en zonas costeras; o aquella otra en que, yendo más lejos de la atribución del belicismo, se resalta el carácter criminógeno y sanguinario del Imperio turco cuando se retrata en el Quijote, por parte del ya mentado cautivo Pérez de Viedma, la condición natural de los turcos como la de “ser homicida de todo el género humano” (I, 40, 410).

Pero Cervantes, además de presentar al Imperio turco como depredador y belicista en su proyección exterior, también parece atribuirle un carácter violento en su proyección interior. Se trata del pasaje de su novela corta El amante liberal en que se declara, por boca de Mahamud, un renegado cristiano (finalmente reintegrado en el redil cristiano), taxativamente que “todo este imperio es violento, señal que prometía no ser durable”{23}. Dejemos aparte el atrevido pronóstico sobre la corta duración del Imperio turco, que ha resultado ser erróneo, pues el Imperio turco ha sido uno de los más duraderos de la historia, y centrémonos en la mera observación sobre su carácter violento. Podría alegarse que quizás se aluda a la violencia hacia fuera,  en las relaciones exteriores, pero Cervantes parece referirse a la violencia como rasgo del poder turco en su dimensión interior, pues el contexto en que aparece la declaración es el de la descripción por parte del personaje que la hace de la ceremonia de cambio de bajaes o virreyes de Chipre, lo que le lleva a referirse a algunos aspectos del funcionamiento del gobierno, con menciones de algunas de las instituciones políticas, y a la corrupción de la administración del Imperio turco,bien manifiesta en la compraventa de cargos. Pero desgraciadamente no se respalda la declaración con caso alguno o muestra patente de violencia en el interior del inmenso Imperio turco, como si ello fuera evidente para el lector y no fuera menester probarla con hechos.

Es indudable que Cervantes estaba al corriente de ello, pues esa violencia en el interior del Imperio otomano era algo muy conocido en la época y muy citada por muchos autores de toda clase de entonces, desde al menos la primera mitad del siglo XVI. Erasmo alude a la lacra de los turcos de la bárbara y cruel costumbre del parricidio de hermanos como medio de adquisición del poder,{24} esto es, a la eliminación sistemática de los hermanos del sultán elegido para impedir posibles reivindicaciones sucesorias, una costumbre que perduraría hasta casi el siglo XVIII{25}; y Sepúlveda se refiere al  secuestro de los hijos de familias cristianas para ser educados como fanáticos soldados mahometanos, los jenízaros, al servicio de la tiranía del rey turco, esto es, convertidos en “ministros de su tiranía”{26}; lo que Sepúlveda describe así es la práctica institucionalizada del llamado “impuesto de leva” o “impuesto de sangre”, en turco “devshirme”, consistente en la práctica generalizada de las levas periódicas de niños y adolescentes, en los países cristianos de los Balcanes bajo dominio turco, arrancados por la fuerza por los otomanos de sus familias cristianas (estaba prohibido hacerlo entre musulmanes), los cuales, después de ser intensamente islamizados mediante una especie de fuerte lavado de cerebro que los convertía en unos fanáticos musulmanes e incondicionalmente leales al sultán, pasaban a ser funcionarios de la administración o miembros del cuerpo de elite militar, el de los jenízaros, que constituía el núcleo más sólido del ejército,sin duda la principal institución del Imperio turco, cuyos recursos estaban volcados mayormente a la guerra y de ahí la principalidad institucional del ejército.

Cervantes no menciona ninguna de estas dos prácticas que ilustran muy a las claras su caracterización del Imperio turco como internamente violento, aparte de serlo externamente, pero no está lejos de aludir a la primera, pues varias veces mienta en su obra a los jenízaros, los soldados de infantería pertenecientes a la elite militar del ejército turco, aunque sin mencionar la forma despótica y violenta de su reclutamiento. En el Quijote los menciona el cautivo en el curso del relato de su historia como soldados de infantería de marina en la armada turca (I, 39, 403); también se alude a ellos en El amante liberal, concretamente a un destacamento de genízaros, ocupados de la guarnición de Nicosia tras la conquista turca;{27} y en El trato de Argel, donde, por medio de un moro, se nombran varios de los grados militares desempeñados por los jenízaros en el ejército,{28} pero aún más se les mienta en Los baños de Argel, donde se testimonia la presencia de un contingente de genízaros en Argel, algunos de los cuales causan una matanza de cautivos cristianos, e incluso un cautivo español tiene como amo precisamente a uno de ellos.{29}

Es evidente que Cervantes, que tan bien conocía hasta los grados militares de los jenízaros y que, siendo cautivo en Argel, había obtenido mucha información sobre la vida, costumbres e instituciones de los turcos y había sido testigo de la presencia de los genízaros allí, no podía ignorar el origen de éstos en la práctica del impuesto de leva o “devshirme”{30} y que si no la menciona es porque no lo ha creído necesario.

Para Sepúlveda, la práctica del rapto de niños cristianos para convertirlos en genízaros constituía una prueba palmaria de la naturaleza esclavista y tiránica del Imperio turco, que consideraba un perfecto ejemplo ilustrativo de lo que él llamaba Imperio heril o despótico que contraponía al Imperio civil o político, una distinción que toma, según el mismo confiesa, de los griegos.{31} Es obvio que, en virtud de los rasgos examinados que Cervantes atribuye al Imperio turco y a los turcos, compartía este diagnóstico sobre la naturaleza del régimen político turco, un diagnóstico prácticamente compartido por todos los tratadistas políticos y conocedores europeos del Imperio otomano. Incluso, por si cupiera alguna duda, hay referencias expresas en su obra al sultán turco en las que se le tilda de tirano. En la comedia La gran sultana hay dos pasajes en los que se califica de ese modo al Gran Turco o Gran Señor. En el primero de ellos el eunuco y cristiano cautivo Rustán, que se halla al cuidado del serrallo del sultán, califica a éste de tirano; y en el segundo de ellos, es el padre de la protagonista, la española asturiana Catalina de Oviedo, que de niña cautiva pasará a ser esposa del sultán y, como tal, la gran sultana, el que así lo califica.{32}

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{1} Op. cit., II, vv. 1095-7,en Teatro completo, pág. 404.

{2} Sobre todo esto véase Krishhan Kumar, “El imperio otomano”, Imperios. Cinco regímenes imperiales que moldearon el mundo, Ediciones de Pasado y Presente, 2018, págs. 97-243, especialmente pág. 113.

{3} Op. cit., II, vv. 1002-5, en Teatro completo, pág. 402.

{4} Op. cit., II, vv. 1092-3, en Teatro completo, pág. 404.

{5} Op. cit., II, vv. 1026-9, en Teatro completo, pág. 402.

{6} Cf. op. cit., II, en Teatro completo, págs. 402-4.

{7} Op. cit., II, vv. 1034-9, en Teatro completo, págs. 402-3.

{8} Véase, por ejemplo, José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, “La Monarquía Hispánica en 1605”, en La España y el Cervantes del primer Quijote, libro colectivo coordinado por el autor del citado artículo, Real Academia Española, 2005, pág. 32, donde, aunque reconoce la vaguedad de los acuerdos y las acciones poco coordinadas entre ambas potencias, España y Persia, sostiene que las embajadas persas “sí debilitaron, una vez más, los ataques europeos de los otomanos, al obligarles a emplear sus mayores recursos humanos y financieros en el frente persa, aliviando así su presión en el mar latino y el Danubio”.  

{9} Persiles, II, 21, pág. 422.

{10} Novelas ejemplares, II, pág. 203.

{11} Hay quien piensa, como Carlos Romero Muñoz, que se desarrolla en algún momento entre 1610, tal vez en 1611 y comienzos de 1612, basándose para ello en los argumentos de Martín de Riquer en “Los episodios barceloneses de Las dos doncellas”, en Cervantes en Barcelona, Sirmio, 1989, págs. 83-89, y recogido también, junto con el librito del que forma parte, en Para leer a Cervantes, Acantilado, 2003, págs. 353-358. Pero, a nuestro juicio, esto es una interpretación infundada del artículo de Martín de Riquer, que se ciñe a dar una serie de datos cronológicos sobre personajes y hechos históricos aludidos en la novela, pero, sin atreverse a comprometerse con una datación de la novela en un plazo tan limitado como el indicado por Carlos Romero. No hay nada que impida suponer  que la acción sucede antes de 1610; Cervantes se refiere a un tumulto y pendencia en el puerto de Barcelona y Martín de Riquer señala que está documentado un hecho así ocurrido el 29 de julio de 1610, pero Cervantes también afirma que tales pendencias en el puerto de Barcelona a la llegada de galeras eran habituales y Martín de Riquer concede que esto también es históricamente cierto, por lo que no cabe descartar que la acción se sitúe años antes de esa fecha; se menciona a don Pedro Vique, que se corresponde con el histórico don Pedro Vich, general de las galeras de España, muerto en 1607, lo que podría inducir, como admite Martín de Riquer, a suponer que la novela se escribiera antes de 1607, pero tampoco se puede asegurar, porque el novelista pudo tener interés en introducirlo en la ficción, aunque ya hubiese muerto.

{12} Sin embargo, esto es lo que ha sido propuesto, en una exégesis verdaderamente desacertada, por Frances Luttikduizen, “Cervantes y ‘el transilvano’”, Peregrinamente peregrinos, Actas del Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Lisboa, 1-5 Sept. 2003, coord. por Alicia Villar Lecumberri, Vol. 2, 2004, págs. 1543-1558, disponible en la red en el Centro Virtual Cervantes, www.cvc.cervantes.es y en Dialnet, www.dialnet.unirioja.es. Haciendo gala de técnicas hermenéuticas que no desdicen del estilo de Benjumea y Américo  Castro, la autora se inventa un Cervantes obsesionado por los movimientos religiosos heterodoxos y abogado de la tolerancia religiosa; el viaje de Tomás Rodaja a Italia en El licenciado Vidriera se transforma en un viaje en clave religiosa por las ciudades en que había grupos o comunidades heterodoxas y su viaje a Flandes pasa a ser el de Cervantes entre 1566 y 1568, que se habría quedado conmovido por las atrocidades en la represión religiosa del Duque de Alba  contra la rebelión calvinista; aunque confiesa que no se propone probar que Cervantes estuviera en Flandes, la autora prosigue su fantástica reconstrucción como si Cervantes hubiera estado en Flandes, simplemente por el hecho de que ello no está en contradicción con lo establecido por los biógrafos; pero todo esto no es más que una preparación del terreno para terminar conjeturando la identificación del “Transilvano” de Las dos doncellas con Janos Sigismund, es decir, Juan Segismundo Zapolya, cuyo edicto de tolerancia se decretó en 1568, es decir, el mismo año, se apresura la autora a alegar, en que en Flandes  Egmont y Horns fueron ejecutados por el Tribunal de Sangre instaurado por el Duque de Alba, ejecuciones de las que supuestamente Cervantes habría sido testigo y le habrían dejado profundamente impresionado. La autora dice que hizo bien Cervantes en referirse a él con la frase “que nuestro Señor guarde”, olvidando que esa frase nos remite a alguien, como bien viera Martín de Riquer en su estudio sobre Las dos doncellas, que se supone que está vivo, pero cuando Cervantes escribió la novela hacía muchos años que había muerto el rey transilvano, en 1571. La autora admite que tiene mucho peso la hipótesis de que el “Transilvano” pueda ser Segismundo Báthory y sus sucesos, los relativos a su encarnizada guerra contra los turcos. Pero la distancia de esta hipótesis el que este príncipe fuera fanático, intolerante e inestable, olvidando ahora que durante su reinado se mantuvo vigente el edicto de tolerancia de su antecesor (y lo seguiría estando después de él) y que, en cualquier caso, las relaciones de sucesos sevillanas, que serían la fuente de información de Cervantes, ocultan la inestabilidad de su carácter.

{13} Véase su edición de la Las novelas ejemplares de 1922-1925, donde escriben: “Es casi seguro que alude Cervantes a Segismundo Báthory, al cual se refieren seis Relaciones, impresas en Sevilla por Rodrigo de Cabrera en 1596 y 1597, donde constan sus “prósperos sucesos y victorias”.  Ahora bien, esas relaciones sevillanas publicadas por el impresor Rodrigo de Cabrera no son seis, sino, según se sabe hoy, quince y se publicaron más allá de 1597 hasta 1599. Un catálogo de “relaciones” sobre sucesos  concernientes a la guerra que tuvo como escenario a Transilvania, que incluye, amén de las quince relaciones publicadas por Rodrigo de Cabrera, una publicada por otro impresor sevillano en 1604, después del reinado de Segismundo y por tanto ya no trata de él, sino de la victorias del emperador contra los turcos, y dos en una imprenta de Valencia, se encuentra en el apéndice del magnífico trabajo de Rubén González Cuerva, “El prodigioso príncipe Transilvano”: la larga guerra contra los turcos (1593-1606) a través de las “relaciones de sucesos”, Studiahistorica, Historia moderna, 28, 2006, págs. 277-299. Disponible en www.dialnet.unirioja.es y en www.gredos.usal.es. Añadamos que cada relación tiene un largo título, que viene a ser una síntesis muy comprimida de los hechos que se van a relatar.

{14} Nos parece errónea la exégesis de “los sucesos del Transilvano” en Las dos doncellas, que propone Carlos Romero Muñoz, “Novelas ejemplares: cuestiones ectópicas (V)”, en Cervantes. Essays in Memory of E. C. Riley on the Quarter Centenary of don Quijote, editado por Jeremy Robbins y Edwin Williamson, Routledge, 2005, págs. 226-235, especialmente págs. 229-233, aunque argumenta muy bien en contra de la identificación del “Transilvano” con príncipes posteriores a Segismundo Báthory por su condición de protestantes. Sostiene que los “sucesos del Transilvano” no son, como pensaban Schevill-Bonilla y otros, entre los que nos incluimos nosotros, los hechos protagonizados por Segismundo en los últimos años del siglo XVI, sino los hechos del príncipe transilvano posteriores a 1602, es decir, a su abdicación definitiva en esa fecha. Acusa a los autores citados de olvidar que “los restantes indicios cronológicos presentes en la novela (que no especifica) sugieren al lector pensar en los de los últimos años de la vida del príncipe. Hechos (o sucesos) que, a partir por lo menos de 1602, si no ya antes, nada en absoluto tienen de triunfales y, sobre todo, carecen del alcance general europeo de los precedentes, y que, a pesar de todo, siguieron suscitando cierto interés en España (op. cit., pág. 230). Lo que ya hemos dicho y lo que viene en las páginas siguientes constituye una refutación de esta tesis; así que en esta nota simplemente nos limitamos a decir que afirmar, de un lado, que los hechos de finales del XVI, que son los triunfales de Segismundo y los de alcance europeo no son a los que se refiere Cervantes, y, de otro, que los que carecen de este alcance, los sucesos de Segismundo a partir de 1602, son, en cambio, los que suscitan cierto interés en España constituye un despropósito. ¿Dónde está la prueba documental de esto? Las relaciones de sucesos sevillanas abarcan los años 1594-1599 del reinado de Segismundo, presentando sus hechos y los de sus aliados, el emperador Rodolfo II y Miguel el Valiente, capitán general de Segismundo, como triunfales. No hay relaciones de sucesos de Segismundo posteriores a 1599, salvo una, publicada también en Sevilla en 1604, en la que, en el mismo espíritu triunfalista, se cantan las victorias, no ya de Segismundo, que había dejado de ser príncipe desde 1602, sino las del emperador Rodolfo II en 1604. Y es que, después de la abdicación de Segismundo en 1602 y con ella el abandono de la vida política, ya no hay sucesos de Segismundo que contar de interés ni para España ni para nadie, pues dejó Transilvania para llevar una vida retirada cerca de Praga y no volver jamás a su patria. Y esto ya no podía interesar a nadie, salvo a él mismo.

{15} Cf. el mentado catálogo de relaciones en Rubén González Cuerva, op. cit., pág. 296; hemos modernizado la grafía y escritura en algunos casos.

{16} Citado por Rubén González Cuerva, op. cit., pág. 285, n. 31.

{17} Sobre la estrecha relación entre éstas y la comedia de Lope de Vega en el marco histórico de la guerra de los Habsburgo y Transilvania contra el Imperio otomano a finales del siglo XVI, véase el artículo citado de Rubén González Cuerva.

{18} Op. cit., pág. 195.

{19} Citado del catálogo de Rubén González Cuerva, op. cit., pág. 297.

{20} Sobre este retrato de los turcos véase nuestro estudio precisamente titulado “La violencia y crueldad de los moros y los turcos”, El Catoblepas, nº 121, 2012.

{21} Op. cit., pág. 300.

{22} Persiles, II, 21, pág. 422.

{23} Novelas ejemplares, I, pág. 141.

{24} Véase su Utilísima consulta sobre la declaración de guerra al turco (1530), en Obras escogidas, Aguilar,1956, pág. 1006, col. izda.

{25} Véase Martínez Laínez, op. cit., pág. 17.

{26} Véase su Exhortación al emperador Carlos V para que, hecha la paz con los príncipes cristianos, haga la guerra contra los turcos (1529), en Tratados políticos de Juan Ginés de Sepúlveda, Instituto de Estudios Políticos, 1963, pág. 9.

{27} Novelas ejemplares, I, pág. 155.

{28} Op. cit., II, vv. 1143-6, pág. 876.

{29} Véase Teatro completo, I, vv. 762, pág. 214; II, vv. 1188-1191, pág. 227; III, vv. 2337-2346, págs. 261-2.

{30} Véase Diego de Haedo, Topographia, e historia general de Argel (1612), disponible en www.archive.org, caps. XVI-XX, quien, en su magnífico informe, preciso y verídico, sobre Argel, basado en testimonios de cautivos españoles -e incluso algunos sostienen que el verdadero autor de la obra no es Haedo, un abad benedictino, sino Antonio de Sousa, también monje benedictino (Haedo se habría limitado a darle su últimaforma), que fue compañero de cautiverio de Cervantes y amigo suyo, a quien también se menciona en la obra- corrobora y amplía la información de Cervantes sobre los genízaros en Argel  y además, a diferencia de Cervantes, no omite la referencia a la práctica del impuesto de leva como método de reclutamiento de los genízaros en este pasaje del capítulo XVI: “Los genízaros son el cuerpo de la gente  de guerra allá en Turquía […] y no pueden ser sino aquellos hijos de cristianos, que el turco cada tres años manda coger  de tributo, por las provincias de Europa, a que los turcos llaman Romania”. Fol. 11, r, col. a. No obstante, en Argel estaba permitido, como se encarga de informar el autor de Topographia, fuera quien fuera éste, a los turcos de origen musulmán ser genízaros. Digamos finalmente que muchos años antes, en 1557, también el anónimo autor del Viaje de Turquía de Pedro de Urdemalas también se refiere a la costumbre turca del “devshirme” en su segunda parte, “Diálogo del segundo día” (en la edición de Cátedra, 2019, pág. 521).

{31} Para esta distinción véase su Sobre el reino y los deberes del rey(1571), en Tratados políticos de Juan Ginés de Sepúlveda, I, 3, pág. 33.

{32} Teatro completo, I, vv. 269-271, págs. 380-1 y III, v. 1975, pág. 428, respectivamente.


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