El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 197 · octubre-diciembre 2021 · página 9
Artículos

Una introducción al pensamiento jurídico y político de Eduardo Bernstein

Jorge Morán Huelga

A vueltas con el revisionismo y la socialdemocracia
 

Bernstein

Presentación ❦ 1. Contexto histórico • 1.1. Situación previa al revisionismo • 1.2. Esbozo biográfico de Bernstein ❦ 2. Fuentes del revisionismo bernsteniano • 2.1. El Materialismo Histórico • 2.2. El socialismo fabiano • 2.3. Otros revisionistas ❦ 3. La teoría bernsteniana • 3.1. El reformismo • 3.2. El socialismo • 3.3. El neokantismo • 3.4. Crítica a la dialéctica • 3.5. La historia • 3.6. La economía ❦ 4. El Derecho y el Estado

 
Presentación

En su obra El mito de la izquierda (2002) el filósofo Gustavo Bueno señala el origen de la izquierda política coincidiendo con el nacimiento de la idea de nación política, durante la Revolución francesa, siendo su primer exponente (primera generación) los propios revolucionarios franceses, esto es, el género generador a partir del cual surgen las demás generaciones. Ésta nace en oposición al Antiguo Régimen, a la unión del Trono y del Altar y a la soberanía regia emanada del derecho divino, tratando de transformar el Estado de dicho régimen en un Estado nuevo, la nación política. Así pues, el elemento en torno al cual se sostienen las distintas corrientes de izquierda es el Estado, ya sea para transformarlo o destruirlo.

Según Bueno, no se puede hablar de la izquierda en sentido unívoco sino de varias y diferentes izquierdas, las cuales comparten ciertos elementos comunes pero cuyos planes y programas son distintos e incluso incompatibles entre sí. Además de las generaciones de izquierdas definidas con respecto del Estado, Bueno identifica otras corrientes de izquierda que no tienen dicho proyecto definido en relación al Estado, las izquierdas indefinidas.

Volviendo a las primeras, a las definidas, todas ellas participan de un mismo momento histórico, esto es, se sitúan dentro de una misma época, la Edad Contemporánea. Como acabo de comentar, la primera generación surge tras la revolución de 1789 y se caracteriza por reclamar la soberanía nacional, la aconfesionalidad y la patria frente a las estructuras del Antiguo Régimen, transformando la monarquía absoluta en nación política de ciudadanos libres e iguales, en un proceso que el propio Bueno denominó racionalización por holización, a saber, la descomposición de la sociedad política en sus partes, los individuos humanos, que es donde pasa a apoyarse la soberanía política y que es otra particularidad compartida por el resto de generaciones de la izquierda definida. Además, todas ellas tienen en común el racionalismo universalista, esto es, entienden que cualquier sujeto puede conocer cualquier tipo de realidad, sin importar ningún tipo de cuestión como su clase, su sexo, origen, &c.

Ahora bien, pese a haber características comunes entre todas las generaciones existen dos diferencias fundamentales entre ellas. La primera es el lugar y el momento de la Edad Contemporánea en la que cada una se desarrolló y la segunda es el contenido de sus planes y programas concretos respecto del Estado.

Así pues, en función de estos criterios Bueno identifica seis corrientes de izquierdas políticamente definidas. En primer lugar, la ya mencionada izquierda jacobina que se enmarca dentro del periodo de la Revolución francesa (1789-1815) y tiene como proyecto la construcción de una nación política de ciudadanos libres e iguales ante la ley; en segundo lugar, la izquierda liberal, con un proyecto similar a la anterior pero que nace en España durante la Guerra de Independencia (1808-1814) y se enfrenta además de al Antiguo Régimen, precisamente, a la Invasión Napoleónica; en tercer lugar, la izquierda anarquista, que se enmarca dentro de la I Internacional (1864-1871) y que tiene como plan y programa la destrucción del Estado; en cuarto lugar, la izquierda socialdemócrata, la primera generación que deriva del Materialismo Histórico y que se relaciona con la II Internacional (1889-1914) y cuya principal característica es utilizar el Estado democrático capitalista para alcanzar el socialismo, entendido éste como Estado del Bienestar; en quinto lugar estaría la izquierda comunista, generación absolutamente influenciada por el marxismo y cuyo acontecimiento político de referencia lo podemos identificar con la Revolución Rusa (1917) pero que a diferencia de la anterior generación tiene como proyecto la dictadura del proletariado, para luego pasar al socialismo y finalmente la extinción de todos los Estados en el comunismo; por último estaría la izquierda asiática, también derivada de las tesis de Marx y que se identifica históricamente con la Revolución China (1949) basando su propósitos en la alianza entre el proletariado y el campesinado{1}.

A esta clasificación se añadirían para completar el cuadro de las izquierdas las corrientes indefinidas  (extravagante, divagante y fundamentalista) y también se podrían sumar otras generaciones consolidadas con posterioridad como la izquierda populista.{2}

Lo relevante de esta categorización es hacer notar la importancia del pensamiento de Bernstein si lo ponemos en concordancia con el resto de ideologías transformadoras ya que, como se acaba de señalar y como posteriormente se tendrá ocasión de comprobar, la izquierda socialdemócrata es la única izquierda con un proyecto político definido respecto del Estado que busca de manera democrática y gradual la consolidación del Estado del Bienestar. Si bien es cierto que hay otras generaciones como la comunista cuyo desarrollo trajo consigo el establecimiento de instituciones propias de dicho Estado del Bienestar o que en la Derecha existen ideologías que tratan de satisfacer de esa manera reivindicaciones ciudadanas, principalmente del movimiento obrero, lo cierto es que es la cuarta generación y, como se expondrá a continuación, a partir del revisionismo bernsteniano la única que tiene esta cuestión como plan y programa determinante.

Desde un punto de vista jurídico la importancia de la socialdemocracia en general y de Bernstein en particular se puede apreciar sin ir más lejos en la propia Constitución española, que en el mismo artículo 1 hace una clara referencia a esta generación, al afirmar que España se constituye como un Estado Social y democrático de derecho. O en el artículo 2 donde está presente ese elemento de racionalización por holización común a todas las generaciones de izquierdas y que tiene su origen en el género generador anteriormente señalado: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (CE). Más ejemplos de la influencia del pensamiento de Bernstein en nuestro ordenamiento jurídico los podemos encontrar en el sometimiento de la propiedad privada a la función social o en la obligación de los poderes públicos a garantizar la protección de la salud de los ciudadanos.

Así pues, parece pertinente, dada la influencia de esta generación en nuestro sistema, realizar un estudio de uno de los personajes más decisivos en la construcción de esta ideología. Para ello haré un repaso de la historia de la socialdemocracia y de la  biografía del autor, examinaré las fuentes del pensamiento de Bernstein, expondré  los principales puntos de su teoría y, más concretamente, su teoría del Estado y del Derecho.

 
1. Contexto histórico

 
1.1. Situación previa al revisionismo

La trayectoria de política y filosófica de Eduardo Bernstein se desarrolla entre finales del siglo XIX y principios del XX. La Europa de esta época está marcada por el final de un de un ciclo económico depresivo y el inicio de una tendencia alcista que supuso un aumento en el nivel de producción, disminución del desempleo y un crecimiento de los salarios durante toda la década de 1890 que se tradujo, a su vez, en un progresivo crecimiento del nivel de vida. Además se consolidó definitivamente el proceso de industrialización que había alterado en gran medida las condiciones del desarrollo económico; en este sentido, se iban desplegando procesos de concentración empresarial, apareciendo las grandes corporaciones pero sin que llegasen a evaporarse las pequeñas compañías. Al calor de estos procesos se estaba fortaleciendo una nueva capa social, la clase media, muy relacionada con trabajos de alta cualificación (y por tanto con un mayor bagaje intelectual que el proletariado lo que también redundó en una cierta tendencia de los miembros de este estrato hacia el reformismo) y mutando la composición de la militancia de los partidos socialdemócratas, especialmente el alemán, el cual estaba empezando a nutrirse en mayor medida de funcionarios, a quienes no les afectaban las represalias tomadas por los capitalistas contra los trabajadores por sus actividades políticas, con lo que tenían una mejor propensión a participar en las tareas del partido. Las posturas contrarias a la revolución de éstos las expresaba Max Weber en los siguientes términos: “La Socialdemocracia está hoy evidentemente en trance de convertirse en una poderosa máquina burocrática dando ocupación a un ejército de empleados, en un estado dentro del estado (…) sólo entonces correrá la virulencia revolucionaria verdaderamente serios peligros y se mostrará que por ese camino a la larga no será la Socialdemocracia quien conquiste las ciudades o el estado sino, al contrario, será el estado quien conquiste al partido. Y no veo a la sociedad burguesa cómo ha de ver un peligro en esto”{3}. Estas cuestiones junto con un relevo generacional al frente de las ejecutivas de los partidos socialdemócratas provocaron en dichas organizaciones una serie de debates que, como más adelante se verá, terminaron conformando el núcleo de la teoría bernsteniana.

Otro hecho de notable importancia fue la inclusión en el parlamentarismo burgués de los partidos socialistas. Si bien en el país de Bernstein, Alemania, estas organizaciones, con diferentes denominaciones, existían desde los años 1860, habían sido objeto de una fuerte represión por parte del Gobierno con la aprobación de leyes antisocialistas (es cierto que no se llegaron a prohibir los partidos como tales y  podían participar en las elecciones pero no constituir asambleas, periódicos o cajas de socorro, además se llegó a encarcelar a más de mil quinientos de sus miembros y se expulsó del país a cerca mil durante los años setenta y ochenta de siglo XIX) lo cual, paradójicamente, había contribuido a su crecimiento así como al el de sus sindicatos afines. Para evitarlo el emperador alemán Guillermo II nombró como canciller a Caprivi en lugar de Bismarck quien inició una serie de reformas que incluían puntos concretos para dar satisfacción a las reivindicaciones del proletariado como, por ejemplo, la limitación de la jornada laboral o el aumento de inspectores en los centros de trabajo. Como señalé en la Introducción, pese a que hay determinadas generaciones o corrientes tanto de izquierdas como de Derecha que adoptan medidas que suponen la inclusión de derechos de contenido social en los ordenamientos jurídicos o que contribuyen a construir o fortalecer el Estado del Bienestar, la verdad es que dichas actuaciones no son su proyecto definido, que sí lo es el de la socialdemocracia a partir de Bernstein, sino un medio o un resultado coyuntural para sus propios fines, como en este caso, donde lo que buscaban los dirigentes germanos era evitar la proletarización de las capas pequeño-burguesas, en este sentido: “La verdadera tendencia de las ideas social-políticas de los próximos años consiste en impedir por una vía indirecta el avance del movimiento obrero intentado detener a través de medidas estatales el proceso en marcha de proletarización de amplias capas pequeño-burguesas del artesanado que se ven acosadas por el rápido desarrollo de la industria”.{4}

Así pues, esta nueva situación supuso un giro en la práctica de los partidos socialistas. Ya dentro de los parlamentos comenzaron a desplegar políticas de contenido reformista y alianzas con partidos liberales pese a que en sus programas seguía predominando el componente revolucionario propio del marxismo.

El inicial éxito de la vía parlamentaria por la cual la socialdemocracia alemana había llegado a conseguir más de tres millones de votos y  que fue incluso saludada por Engels (punto sobre el que se volverá más tarde) hizo surgir ya a principios de los años 1890 (antes del revisionismo bernsteniano) voces amables con la idea de activar mejoras dentro del estado burgués e incluso rechazando la vía revolucionaria como las de  Liebknecht, Kampffmeier o sobre todo las de los socialistas del sur de Alemania, especialmente Georg von Vollmar.

Como se puede ver, existía un caldo de cultivo a finales del siglo XIX dentro del movimiento obrero alemán (y europeo, como se analizará en el siguiente punto) que hacía propicia la aparición nuevas proposiciones que le dieran la vuelta del revés a  las tesis fundamentales del marxismo, sistema que entonces inspiraba los postulados de la II Internacional.

Respecto a esta última cuestión, la del marxismo, como apunté en la Introducción la cuarta, quinta y sexta generación de izquierdas definidas señaladas por Bueno en su ensayo tienen en común su relación con este sistema que, además, supone el punto de partida de la teoría de Bernstein (en el siguiente epígrafe analizo este tema en profundidad). Ahora bien, es conveniente poner en contexto la situación real del Materialismo Histórico dentro del partido de Bernstein, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD). El recibimiento del Materialismo Histórico en el SPD no se produjo hasta la publicación de “Anti-Dühring” (1877) por Engels, obra muy influyente en el propio Bernstein, que era de, hecho, seguidor de Dühring, o en Kautsky. Así pues durante los primeros dieciséis años de vida de la organización su programa fue el aprobado en Gotha en 1875 tras la fusión de la Unión General de Trabajadores  (ADAV) y el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania. Este programa de inspiración lassalleana y que fue duramente criticado por Marx en “Crítica al Programa de Gotha” (1891) se sustituyó por el adoptado en el Congreso de Erfurt que incorporaba los dictados de Engels, Bebel, Kautsky y Bernstein. Si bien este segundo programa sí tenía mucho más que ver con el marxismo lo cierto es que la formación en su conjunto distaba mucho de serlo. Por un lado estaba el ala derecha del partido, integrada precisamente por parlamentarios y que eran abiertamente contrarios al marxismo y por otros dirigentes como el antes mencionado Liebknecht que pese a que se decantaban por los fundamentos de esta teoría coqueteaban con dicha facción del partido. Respecto a la militancia, estimaba Kosiol que escasamente un diez por ciento de los afiliados tenían conocimientos sobre marxismo.{5}

Por lo que se refiere al contenido del programa cabe destacar una serie de puntos, redactados por Kautsky, que contienen parte de los materiales a los que Bernstein se opondrá más tarde: la decadencia de la pequeña empresa en favor de la concentración y la consolidación de los monopolios, lo que se traduciría según su autor en el aumento de la miseria y la explotación de los trabajadores, así como en un incremento de la cantidad de proletarios, que junto a las crisis recurrentes  ahondaría en el conflicto irresoluble entre las clases capitalista y proletaria, siendo la única salida la transformación social (revolucionaria)  hecha por los mismos trabajadores.

Cabe mencionar que pese al giro marxista del partido, Engels criticó algunos puntos del programa de Erfurt como la afirmación sin paliativos del aumento de la pobreza de los trabajadores o la indefinición respecto a la forma de estado una vez la clase obrera se hiciera con el poder.

 
1.2. Esbozo biográfico de Bernstein

Bernstein nació en Berlín en el año 1850, en una familia de clase trabajadora de origen judío. Se formó en contabilidad y trabajó como cajero y en banca, además de dar conferencias y escribir poemas. En el año 1872 entró en el Sozialistische Arbeiterpartei Deutschlands (SADP) de Bebel y Liebknecht. En 1878, con la adopción por parte del Gobierno de las antes mencionadas leyes antisocialistas se fue de Alemania  a Suiza, donde empezó a trabajar junto con Carlos Höchberg. Intelectualmente el Bernstein de esta época estaba notablemente influido, como acabo de señalar, por las tesis de Eugen Dühring quien tenía una visión del socialismo que incluía, según el propio Bernstein, elementos del liberalismo. Por su parte Höchberg, del que fue secretario en Lugano, era discípulo del neokantiano Federico Alberto Lange. En este sentido, el concepto manejado por aquel era el de un socialismo ético. Curiosamente ambas visiones, la de un socialismo marcado por el liberalismo y con un contenido ético aparecerán en Bernstein a la hora de formular su teoría revisionista. Durante este tiempo trabajó en “Jahrbuch für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik”, revista que llegó a publicar artículos extremadamente críticos con Marx y Engels.

Como dije más arriba, la publicación de  “Anti-Dühring” por Engels supuso un impulso para el marxismo dentro de la socialdemocracia alemana. El propio Bernstein dijo: “Me pareció irrebatible en todos los puntos esenciales y se convirtió así en mi credo socialista”{6}. En 1880, Bernstein y Bebel viajaron a Londres donde conocieron personalmente a Marx y a Engels. Tras este contacto Bernstein es nombrado redactor de la publicación del partido “Der Sozialdemokrat”. A partir de entonces comienza  una nueva etapa en el autor que pasa a ser un marxista ortodoxo. Entre sus artículos de esa época destacan aquellos en los que expresa sus puntos de vista teóricos que pueden resumirse en los siguientes aspectos:

  1. Daba importancia a la lucha sindical pero siempre como tarea secundaria, subordinada a la lucha política.
  2. No se podía construir el socialismo desde posturas lassalleanas (desde el cooperativismo), la única vía era la expropiación de la sociedad burguesa.
  3. No se podía construir el socialismo mediante la vía parlamentaria, ésta solo era útil para conseguir mejoras parciales y como elemento propagandístico
  4. El camino hacia dicha expropiación solo podía recorrerse a través de la revolución.
  5. El socialismo no era ningún ideal utópico (rechazaba expresamente el neokantismo) sino una etapa posterior al capitalismo consecuencia de su propio desarrollo y una necesidad.

En 1888, tras la prohibición por parte de las autoridades suizas de la revista “Der Sozialdemokrat” se mudó definitivamente a Londres, donde permaneció hasta 1901. Es en este periodo cuando entra en contacto con la Sociedad Fabiana que, como se verá en el siguiente punto, resultó ser uno de los principales apoyos sobre los que se construyó la obra de Bernstein. En esta época intensifica su relación con Engels (del que fue albacea literario) pero es curiosamente cuando empieza a publicar  artículos donde puede apreciarse un distanciamiento claro con algunos de los puntos anteriores. Ya en 1891 empieza a publicar textos donde reconoce la labor reformista del liberalismo inglés (mejora del nivel de vida de los trabajadores, descenso de la desigualdad, disminución de la conflictividad social, &c.). En esta línea comenzaba a admitir la posibilidad de lograr soluciones en el marco de la propia legalidad existente: “Si por ´solución pacífica´ se entiende un desarrollo que se realice continuamente en el marco de la lucha legal entonces sólo se puede contestar que por lo menos no cae fuera del dominio de la probabilidad” y reconocía la operatividad de la inclusión de políticas en beneficio de la clase obrera dentro de los ordenamientos jurídicos no tan solo de manera instrumental como antes: “Con el derecho de reunión y la libertad de prensa de que disfrutan los trabajadores británicos y con el sufragio universal, cuya consecución para ellos es cosa tan sólo de pocos años, pueden dar una expresión tan enérgica a sus reivindicaciones y aspiraciones que éstas tarde o temprano se han de convertir en ley (…) el curso de la evolución económica hará necesarias medidas de tipo radical, pero en ningún sitio está escrito que éstas no puedan realizarse también en el marco de la legalidad”{7} . Otro aspecto significativo que puede apreciarse en este Bernstein de entretiempos es que pese a seguir defendiendo la “teoría del derrumbe” pensaba que esta crisis no se produciría de manera inmediata, por lo que era necesario colaborar con los liberales reformistas dentro del propio sistema burgués. En 1893 se produce un intenso debate por parte de los socialdemócratas austriacos sobre la utilización de la huelga como mecanismo para la consecución de determinados objetivos. Mientras Engels lo desaconseja por no considerarlo tácticamente acertado pero sin llegar a descartar esa posibilidad, Bernstein va más allá y vuelve a dar muestras de una tibieza llamativa para quien había apostado poco antes por la vía armada: “La ´huelga general´ en el sentido de que un día todos los trabajadores dejen quieto el arado, &c., poniendo con ello un rápido fin al ordenamiento social actual, es un sueño poético, una utopía. Como medio de llevar a los trabajadores a las barricadas es algo demencial”{8}.

A partir de la muerte de Engels en 1895, Bernstein exacerba sus posiciones y se pone de manifestó su ruptura con el marxismo ortodoxo. En 1901 publica la obra “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” en la que, de manera sistemática, expone lo que serán los puntos claves de su teoría revisionista (que se tratará más adelante). Ese mismo año regresa a Alemania, donde es elegido miembro del Reichtag en varias legislaturas desde 1903 a 1928. Durante este tiempo, además, redactó en Görlitz el programa que sustituyo al anteriormente mencionado programa de Erfurt. Continuó sus tareas como editor y teórico socialista hasta su muerte en 1932.

 
2. Fuentes del revisionismo bernsteniano

Como he comentado en el apartado anterior, la coyuntura económica y política y la praxis de las organizaciones obreras a finales del siglo XIX propició la aparición de nuevos presupuestos teóricos que no eran otra cosa que la adaptación de dicha teoría a la práctica de los partidos socialistas en Europa durante aquella época. Si bien el revisionismo de Bernstein es ante todo coyuntural (no hay que olvidar que era un político) lo cierto es que en su obra se fundamenta en un suelo doctrinal ciertamente fecundo y variado, el cual es pertinente analizar si se quiere comprender el revisionismo bernsteniano en su conjunto. Así pues, las fuentes principales de este autor son, según Gustafsonn en “Marxismo y revisionismo” (1975) los propios escritos marxistas, el fabianismo inglés y el resto de revisionismos que iban surgiendo a la par en otros países europeos, en concreto los de los autores italianos y franceses.

 
2.1. El Materialismo Histórico

El propio término “revisionismo” presupone que existe algo anterior, un objeto que es el que se revisa. Si bien es cierto que la obra de Bernstein no puede considerarse marxista stricto sensu puesto que, como se verá más adelante, Bernstein le da la vuelta a gran parte del Materialismo Histórico contradiciendo en muchos puntos sus principios, no se puede negar que el autor partió del propio sistema. Por tanto, parece claro que para poder dar una salida a sus tesis desde dentro tenían que existir en éste los elementos básicos sobre los que construir el revisionismo, ya que si esto no fuera así no se hablaría de una revisión sino de la construcción de un sistema ex novo.

Como vengo diciendo, no se puede entender la teoría de Bernstein al margen del movimiento socialista realmente existente, esto es, de la actuación y el desenvolvimiento de los partidos obreros en general y del SPD (en el caso de este autor) en particular. Así pues, a la muerte de Engels en 1895 tres eran los focos de debate en la socialdemocracia alemana, los cuales son los tres pilares del revisionismo bernsteniano dentro del propio Materialismo Histórico. En primer lugar, su teoría de la historia, en segundo lugar, la interpretación del tercer tomo de “El Capital” (1894) y, en tercer lugar, la cuestión de la reforma y la revolución. En lo que al Derecho propiamente dicho se refiere son sin duda relevantes la primera, en concreto el papel del Estado y el Derecho en la teoría de la historia del Materialismo Histórico, y la tercera de las cuestiones, en la disputa entre la concepción de dichos elementos como meros instrumentos de dominio de una clase frente a otra o como vehículo para la construcción del Socialismo.

En cuanto al tema de la teoría de la historia el germen del revisionismo se encuentra en el propio Engels. Gustafsonn señala su origen en la disputa entre Paul Bath y Mehring, cuando en 1890 Bath reprochó a los marxistas el haber reducido todos los fenómenos sociales (incluido, por supuesto, el Derecho) exclusivamente a factores económicos, considerando  errónea dicha teoría e instando a su reelaboración basada en la existencia de una reciprocidad entre economía y política, en pie de igualdad, sin estar supeditada la una a la otra, así como el reconocimiento de la autonomía del Derecho, la moral, la religión y la filosofía y su total independencia de la economía. Ante el ataque de Bath respondió el marxista Franz Mehring, quien oponía una visión bastante coherente con lo expuesto por Marx en la obra “Contribución a la crítica de la economía política” (1859). Así pues, Mehring defendía que “[los elementos citados por Bath] están determinados en última instancia por otras fuerzas, por las fuerzas económicas”{9}. Esta postura, que era la dominante en la II Internacional, subsumía todos los procesos históricos a causas puramente económicas y negaba la autonomía del resto de esferas (entre las que se encuentra el Derecho).

Al paso de esta disputa salió el mismo Engels exponiendo una teoría de la historia del Materialismo Histórico que es, en última instancia, el fundamento de la teoría de la historia sobre la que Bernstein edifica su revisionismo y que puede resumirse en los siguientes puntos: “(1) que los distintos elementos de la sobrestructura –estado, derecho, ideologías- se han desarrollado a partir del desarrollo de la base económica, a partir de ésta, y simultáneamente, junto a ella; (2) que la sobrestructura es dependiente de la base: a largo plazo ésta determina el desarrollo de aquélla; (3) que a pesar de su dependencia con respecto a la base, la sobrestructura posee autonomía relativa, condicionada, porque se desarrolla a partir de la base pero se singulariza con lo que crea sus propias estructuras características que obedecen a leyes específicas; (4) que la base y la sobrestructura se han de influenciar mutuamente porque, por un lado, se encuentran en una dependencia recíproca y por otro poseen, no obstante, cierta independencia la una respecto de la otra; (5) que la autonomía relativa de la sobrestructura puede ser tan grande, bajo ciertas condiciones, que puede convertirse temporal o parcialmente en factor primario y determinante de todo desarrollo”{10}.

La segunda de las fuentes de Bernstein dentro del sistema marxista fue la disyuntiva planteada en torno a las aparentes discrepancias que existían entre lo expuesto por Marx en el primer tomo de “El Capital” (1867) y el tercero (1883). Para muchos la solución dada por Marx en estas obras no era convincente puesto que no revelaba ni la naturaleza de los precios ni de los beneficios empresariales, lo que afectaba también a la cuestión de la plusvalía.  En este punto, la crítica más importante fue la de Böhm-Bawerk, que fue expresamente recogida y asumida por Bernstein, para quien los precios dependían de otros factores como la demanda, la escasez o la valoración subjetiva de los agentes económicos. Para otro referente de Bernstein como Sombart no existía empíricamente la noción de valor ni de plusvalía o Schmidt quien lo veía como mero punto de partida.

Lo relevante aquí tiene que ver, sobre todo, con el advenimiento del socialismo. El capitalismo, según los marxistas, necesitaba aumentar el grado de explotación, esto es, la tasa de plusvalía, “hasta el punto de que la desvalorización de la fuerza de trabajo como mecanismo para el aumento de la explotación exigido adopta formas cada vez más extremas”{11} quedando como “la única vía de solución para la clase trabajadora la expropiación del capital”{12}. Por tanto, la necesidad del socialismo devenía del propio desarrollo de las leyes que según Marx rigen en el sistema económico capitalista, al margen de consideraciones morales o de un supuesto desarrollo del socialismo sin alterar la base económica, simplemente introduciendo elementos socializantes dentro de los ordenamientos jurídicos. Este punto, el económico y el de la fundamentación del socialismo en esta clase de razonamientos, terminó resultando clave, como luego se verá, a la hora de configurar la teoría bernsteniana.

La tercera de las fuentes marxistas del revisionismo de Bernstein la constituyen los textos en los que Marx y Engels matizan ciertas posturas en lo tocante a la cuestión de la revolución.

Antes de esta reformulación, los marxistas de la socialdemocracia alemana tenían unas posiciones teóricas claramente revolucionarias, de manera coherente con lo dispuesto en el “Manifiesto Comunista” (1848) pese a que de facto  actuasen como partidos reformistas. Frente al contenido eminentemente revolucionario de esta y otras obras de Marx y Engels, Bernstein rescató otros pasajes de los mismos autores que según su interpretación validarían desde el propio sistema su propósito, a saber, recubrir teóricamente la acción reformista de los partidos socialdemócratas. Estos textos son el prefacio del “Manifiesto Comunista” del año 1872, el prefacio de “Las lucha de clases en Francia” del año 1895, el prefacio de “El Capital” del año 1887 y el prefacio de “La miseria de la filosofía” del año 1884. Sin embargo, pese a que estas obras constituyen parte de la fórmula reformista del revisionismo bernsteniano existen por parte del autor ciertas licencias interpretativas de dichos textos, ya que las correcciones escritas en ellos tienenían más que ver con una adaptación táctica respecto de la toma del poder por parte de los partidos socialistas que con un supuesto giro doctrinal de carácter reformista.

 
2.2. El socialismo fabiano

Como se dijo en el punto 1, durante su paso por Inglaterra, Bernstein mantuvo un estrecho contacto con la Sociedad Fabiana. Los fabianos concebían el socialismo como “una continuación coherente del liberalismo democrático que iría avanzando progresivamente por la fuerza ética y por su vinculación racionalizadora con el avance de la modernización industrial”{13}. Un socialismo, además, “que no era una meta en sí mismo sino, más bien, un proceso que se desarrollaría gradualmente”{14}. Visión que como se verá luego, Bernstein asume y completa con elementos del neokantismo y que es coherente con su posicionamiento histórico, económico que, en gran medida, también estaba condicionado por el fabianismo, y reformista. Los puntos del socialismo fabiano se resumen en la obra “Ensayos fabianos” (1889), de la que Gustafsonn destaca respecto de Bernstein los siguientes puntos: (1) no existe ninguna meta final del socialismo; (2) no habrá revolución socialista; (3) el socialismo se construye desde el seno del propio capitalismo de manera gradual a través de estatalizaciones y de la política fiscal (4) las contradicciones del capitalismo no concluirán por la agudización de la dialéctica de clases sino “por el aumento de la comprensión mutua de las clases sociales”; (5) la única forma que tiene la clase obrera de lograr sus fines es a través de los instrumentos parlamentario-constitucionales del sistema liberal burgués.

También cabe destacar en este punto la inspiración fabiana de Bernstein en relación a la construcción de su teoría económica, en concreto respecto de Shaw y Wallas quienes le daban la misma validez a la teoría del valor trabajo y a la de la utilidad marginal y que trataban de demostrar con los datos de la época que el capitalismo no iba a colapsar a causa de sus contradicciones internas dando paso al socialismo, como proponían los marxistas, es decir, eran contrarios  a la idea de que se fuera a producir cualquier cambio de tipo cualitativo derivado de las condiciones económicas existentes. Así pues, abogaban por la acumulación de cambios cuantitativos sucesivos, sin que existiera una meta final a la que aspirar, dentro de la sociedad presente, a través de la extensión de la democracia, el poder del Estado y de los municipios, los sindicatos y las cooperativas de consumo como elementos con los que alcanzar el concepto de socialismo de los fabianos, es decir, mediante la transformación de la realidad, no mediante la destrucción del ordenamiento jurídico burgués, sino a través de la introducción, de forma democrática, de elementos de carácter social. Como se tendrá ocasión de comprobar más adelante, estas propuestas fabianas no distaban mucho de las que formuló Bernstein posteriormente.

 
2.3. Otros revisionistas

Al mismo tiempo que Bernstein construía su teoría, en otros países de Europa los partidos socialistas iban adaptando su teoría a las condiciones de la época y a su actuación puramente reformista.

Si bien es cierto que teóricos de otros países llegaron a conclusiones similares a las de Bernstein incluso antes que éste, lo cierto es que la influencia de estos autores en el alemán no es tan determinante como la de los fabianos. Pese a ello existen evidentes conexiones (en algunos casos referencias explícitas del propio Bernstein), con las obras de algunos autores como Croce, Merlino, Sorel o Jaures.

El primero, Croce, pensador eminentemente liberal, hablaba de una autonomía total (no relativa como Engels) respecto de la economía de factores como el Derecho, la moral o la filosofía en el desarrollo histórico. Por otro lado, decía que de los descubrimientos hechos por Marx y Engels no se podían derivar consecuencias políticas como estos mismos defendían. Es destacable en Croce la cuestión del desarrollo social a lo largo de la historia, la cual se explicaría para el italiano gracias al imperativo categórico de Kant  y sostenía que la lucha obrera era básicamente una lucha moral, por lo que Croce formulaba su teoría de la historia dando una importancia principal a los factores ideológicos y éticos. Este elemento neokantiano se expresa al poco tiempo de aparecer en Croce en el propio Bernstein y constituye uno de los puntos fundamentales del socialismo bernsteniano y de su concepción del Derecho. En este sentido “Croce significó un apoyo para la aspiración de Bernstein de reinterpretar el marxismo desde un espíritu idealista (neokantiano)” y respecto a la teoría de la historia un impulso para abandonar  la “teoría unitaria (monista) y el paso a una teoría factorial positivista (realista)”{15}

Por su parte, Merlino separaba el socialismo del marxismo (idea que defienden posteriormente otros autores italianos muy importantes como Carlo Roselli, quien tuvo mucha influencia en el pensamiento de Bobbio{16}) y consideraba al socialismo como una vía para alcanzar la “Justicia Social” dentro de la sociedad actual (dentro del sistema liberal-burgués reformado). Veía la lucha de clases como un elemento de la lucha por la esa justicia social, que no se circunscribía solo a los obreros, por lo que era necesaria la colaboración con otras clases sociales (elemento muy importante dentro de la teoría bernsteniana).

Para Merlino el socialismo consistiría en la construcción de nuevas instituciones y en el avance democrático, sin que se produjera ninguna catástrofe, sobre la base de una economía mixta (ideas cercanas a los fabianos) y una nueva moral que aún había de ser creada.

En cuanto a Sorel y en la misma línea que Croce, separaba la cuestión del marxismo de lo que él consideraba los elementos científicos su teoría; así convirtió la dialéctica en blanco esencial de su crítica y considerando que Marx y Engels, sometidos a la influencia de Hegel, estaban completamente enfrascados en métodos analíticos que podían ser aplicados sólo para determinados periodos históricos.  Como se verá más adelante, esta oposición a la dialéctica estaba plenamente presente en Bernstein y determinó en gran medida su concepción del Estado y del Derecho. En este punto, rechazaba por tanto, igual que el revisionista alemán la tendencia hacia el determinismo histórico del marxismo, arguyendo que  el acontecer histórico no podía estar ligado las leyes. Así Sorel no veía  en la historia ni estadios ni progresos, y no consideraba que ni el capitalismo ni el socialismo fuesen estadios sociales sino, que estaban relacionados, más bien, con principios jurídicos y era ahí donde radicaba su principal distinción. Siendo lo relevante que estos principios garantizasen la “Justicia Social”. No existía tampoco, igual que para los fabianos ninguna meta, cuestión que recuerda al socialismo evolucionista de Bernstein que luego se tratará. Para Sorel el socialismo era más bien una cuestión moral que económica que había de ser incorporada al Derecho.

Igual que Bernstein tomaba una postura escéptica en relación a la teoría marxista del valor trabajo y pensaba que la concentración del capital no conducía con necesidad propia de una ley natural a una polarización de las clases y, por tanto, que tampoco resultaba evidente que el capitalismo llegase a su derrumbe como consecuencia de sus contradicciones internas, por lo que incidía en la necesidad de revisar los postulados marxistas{17} (esto, como se dijo antes y se verá luego resulta de especial relevancia en Bernstein). Rechazaba, por tanto, la tesis del derrumbe e insistía en transición social que debía de ser de carácter moral.

Por su parte Jaures que tenía una visión holística del socialismo e intentaba conciliar distintas sensibilidades, abordaba la cuestión desde un punto de vista idealista.  Presenta, pese a sus posturas revolucionarias alejadas totalmente del revisionismo bernsteniano algunas similitudes con el autor alemán.

En este sentido más que de “fuente” hay que hablar de “coincidencia” entre los dos autores, de hecho Gustafsson pone en duda la conexión  directa entre ambos, sobre todo en lo tocante al elemento neokantiano existente en ambos, destacando una idea de Jaures, similar a la de Croce y que luego aparece en Bernstein a la hora de fundamentar el socialismo desde coordenadas éticas, a saber, que el desenvolvimiento histórico venía definitivo por el anhelo de justicia y de lo bueno.

En definitiva, del estudio de Gustafsson sobre el revisionismo y de lo expuesto en el apartado 1 sobre el contexto histórico y biográfico del autor se pueden extraer las siguientes conclusiones respecto de la teoría de Bernstein.

En primer lugar, existía un caldo de cultivo en el movimiento obrero para dar el salto a fórmulas reformistas. Un salto que ya se había producido en la práctica, donde en la mayoría de países europeos los partidos socialistas ya trabajaban en la elaboración de normas y en la incorporación a los ordenamientos jurídicos de puntos de sus programas.

En segundo lugar, la teoría de Bernstein surge de la adaptación de esa práctica a la teoría. Para ello acude a los elementos dentro del marxismo que pudieran justificar sus posturas pero esto le lleva a salir los presupuestos del Materialismo Histórico a fin de encontrar cierta coherencia en su discurso.

En tercer lugar, la mayor parte de los elementos constitutivos de su teoría, sobre la que se volverá luego, ya estaban presentes en los fabianos y en otros teóricos de su tiempo tanto en Italia como en Francia.

Si bien Bernstein no aporta ningún elemento novedoso su importancia radica en haber dado una cierta sistematicidad y coherencia a diversas posturas y en haberlas incorporado primero a los programas socialistas y luego a los ordenamientos jurídicos de varios países, pudiendo ponerlo como la gran figura de una nueva generación de izquierdas políticamente definidas, la Socialdemocracia, tanto por sus aportaciones teóricas como por su peso dentro del SPD.

A nivel jurídico esto se traduce en que Bernstein fue uno de los grandes actores en el paso a los Estado Sociales y Democráticos de Derecho, como a continuación se expondrá.

 
3. La teoría bernsteniana

Antes de pasar al análisis de los elementos que constituyen la obra revisionista de Bernstein y respecto a lo dicho en el apartado anterior es importante hacer una diferenciación, señalada por Alfonso Ruiz Miguel en “Historia de la teoría política” (1992) entre los conceptos “revisionismo” y “reformismo” a menudo confundidos a la hora de hablar de este autor. El revisionismo hay que entenderlo como una categoría dentro del marxismo, mientras que el reformismo es una vertiente del socialismo que se opone a los métodos revolucionarios. En este sentido, volviendo a las fuentes, podemos identificar autores como los fabianos que no son revisionistas puesto que no parten del marxismo y proponen un socialismo de carácter reformista. Por el contrario hay otros como Sorel que formulan una teoría distinta a la marxista, partiendo de ella, pero que siguen siendo revolucionarios. En Bernstein concurren, como se verá a continuación, ambos elementos.

Como se hizo mención a la hora de repasar la biografía del personaje, a principios de los años 1890, cuando aún era considerado un marxista ortodoxo, empezó a ver con buenos ojos la implementación de políticas de contenido reformista, no como un mero apéndice táctico dentro de la estrategia revolucionaria que por aquel entonces defendía. También se posicionó a favor de la colaboración con los liberales reformistas poniendo en duda la inmediatez del colapso del sistema capitalista. Poco tiempo después estas posiciones evolucionan hacia un contenido que ya no se puede considerar estrictamente marxista.

Así pues, los dos primeros puntos de la teoría revisionista de Bernstein vendrían a estar relacionados, en primer lugar, con la cuestión del reformismo y la revolución y en segundo, con el desarrollo del capitalismo que a su vez, como se señaló antes, incide directamente en el contenido del concepto de socialismo. Esta cuestión le obligaba a ampliar su teoría a otros ámbitos, como la historia, la economía o la filosofía, para mantener una coherencia discursiva con dichos elementos, lo cual termina siendo una revisión total del marxismo.

 
3.1. El reformismo

Como dije anteriormente, Bernstein hizo una lectura de los textos de Marx y Engels donde estos vienen a defender posiciones de carácter reformista. Esta misma lectura la hace sobre la Revolución de 1848, primero en el epílogo a la obre de Luís Héritier “Historia de la revolución francesa de 1848” (1895) y luego en “Problemas del socialismo” (1896)  que publicará nuevamente en 1921 con motivo de la Revolución rusa{18} y que supone uno de los elementos fundamentales para diferenciar la cuarta y la quinta generación de izquierdas políticamente definidas.

En estos textos Bernstein se enfrenta directamente a la lectura hecha por Marx en “Las luchas de clases en de Francia de 1848 a 1850” (1850) en la que el segundo discurría que las posturas reformistas de Luis Blanc eran utópicas y consideraba a los seguidores de Blanqui (el cual estaba inspirado por Babeuf, quien en tiempos de la Revolución francesa defendía una revolución violenta y la instauración de una dictadura temporal, lo cual recuerda, por otro lado, a la izquierda comunista){19} como los verdaderos dirigentes del proletariado (los verdaderos socialistas). Veía a la Asamblea Nacional surgida tras las elecciones del 23 de abril 1848 y a la II República francesa como un régimen provisional producto de la alianza entre la clase obrera y la burguesía pero insostenible a largo plazo, un régimen en el que el contenido real de las relaciones sociales no se veía afectado. Decía, además, que “hasta el más mínimo mejoramiento de su situación [la de los obreros] es, dentro de la república burguesa, una utopía”{20} y alababa la insubordinación obrera de junio, considerando que ésta había sido producto inevitable de la dialéctica de clases y que era la precursora de las revoluciones modernas, la cual debía servir de guía para la futura emancipación de la clase obrera.

Por su parte Bernstein expresa en este tiempo ya de manera clara la posibilidad de la transición del capitalismo al socialismo en el marco de los ordenamientos jurídicos vigentes, sin necesidad de una quiebra con el estado burgués. Este punto del revisionismo se enuncia en los escritos más arriba nombrados, al explicitar su visión sobre dicha revolución y al interpelar directamente a Marx, a quien consideraba absolutamente condicionado por su labor como “hombre de partido en lucha”, cuestión por la que carecía de la objetividad necesaria para desarrollar labores de historiador. En este sentido, Bernstein pensaba, al contrario que Marx que los blanquistas no eran los verdaderos socialistas sino un grupo de meros terroristas, que la insurrección de junio no había sido resultado de la agudización de la lucha entre proletarios y burgueses sino de la pelea entre dirigentes de partidos contrarios a quienes no les convenía el  triunfo de los trabajadores y que habían instado a éstos a una lucha baladí contra un enemigo muy superior. Opinaba que los obreros habían cometido un error a la hora de adherirse a los revolucionarios y no a los reformistas como Albert y el propio Blanc. Por otro lado, mientras que Marx había dicho que la  república burguesa no tenía visos de prosperar en el tiempo dadas sus propias contradicciones internas, Bernstein pensaba que ésta, al contar con el consenso de toda la nación, podía desarrollarse y expandirse, al revés que la revolución, la cual estaba condenada al fracaso por no darse los condicionantes económicos necesarios. En este punto Bernstein, que había sido defensor de la teoría del derrumbe, ahora opinaba que la construcción del socialismo había de hacerse en el seno de una economía próspera y que cualquier intentona revolucionaria en otras condiciones daría pie a una contrarrevolución (esta cuestión, como se verá más adelante, es importante a la hora de configurar el contenido de lo que entendía por socialismo). En definitiva, Bernstein sostenía por todas estas razones que la actividad de los obreros durante los años 1848 y 1850 no debía haber salido de los márgenes de la legalidad republicana y que sus conquistas tenían que haberse realizado, en la línea de lo que sostenían los seguidores de Blanc, dentro los cauces democráticos siendo lo más beneficioso para los trabajadores el gobierno provisional entre aquel y Rollin. Así pues, a diferencia de Marx y Engels quienes veían a la Revolución de 1848 como guía para los socialistas, Bernstein pensaba que las tendencias del capitalismo llevaban a una estructura social más compleja (sin que las capas medias fueran a desaparecer como preveían los marxistas) y a un escenario donde las diferencias entre las clases se vieran cada vez más reducidas, no dándose los presupuestos revolucionarios enunciados por aquellos, sino una situación donde lo propio fuera la colaboración con los liberales y la actuación reformista dentro legalidad.

Decía, en definitiva que la teoría marxista había quedado obsoleta en este punto, afirmando que tanto Marx como Engels “sobrestimaron enormemente el estado de evolución industrial alcanzado”{21} y que era tarea de sus discípulos estudiar las condiciones realmente existentes y actualizar la estrategia socialista: “seguiríamos siendo pésimos marxistas si nos negamos a reconocer aquellos cambios en la evolución económica que contradicen los supuestos anteriores”. Esta actualización de la estrategia se basaba en una lectura, como se dijo en el punto 2, de los textos de Engels donde según Bernstein aparecía en los últimos escritos de este autor una apuesta decidida por la vía reformista: “Engels está convencido de que las tácticas orientadas a una catástrofe han pasado a la historia, tanto que considera que es necesaria una revisión para abandonarlas{22}. Un espíritu reformista que Bernstein también apreciaba en Marx: “es justo desvincular su nombre [el de Marx] del culto a la fuerza bruta y el uso no provocado de la fraseología sanguinaria. Marx fue un apasionado luchador revolucionario, pero su pasión no lo cegó ante las enseñanzas de la experiencia. En 1872 admitió que, en países como Inglaterra, era posible lograr la emancipación de los trabajadores por medios pacíficos”. En ese mismo párrafo sigue con una referencia a lo que, como luego se verá, constituía su concepto de socialismo: “Hoy, sin duda, esto es más cierto que nunca, ya que la influencia de los trabajadores en la legislación se ha multiplicado por más de tres”{23}. Este sentido reformista buscado por Bernstein en Marx y Engels lo deja claro cuando, tras citar un pasaje de “La guerra civil en Francia” (1871) dice: “Estas palabras bastan por sí mismas para disipar la idea de que Marx esperaba la realización de una sociedad socialista a partir de un gran cataclismo”{24}.

Esta actualización de la táctica socialista pasaba para Bernstein por “encontrar la mejor forma de ampliar los derechos políticos y laborales del trabajador alemán”{25}. Esto es, de actuar dentro del propio sistema liberal burgués para introducir las oportunas reformas que llevasen al socialismo. Así, frente a otros miembros de la socialdemocracia como Kautsky para el que el socialismo era una línea de pensamiento contraria al liberalismo: “[la Socialdemocracia] ha de vencer al liberalismo; no puede contentarse con ser un partido que limite a las reformas democrático-socialista; debe ser el partido de la revolución social{26}, para Bernstein,  el socialismo no se oponía al liberalismo, al contrario, según él “por lo que respecta al liberalismo como gran movimiento histórico, no cabe duda de que el socialismo es su heredero legítimo”. En este sentido, defendía que el socialismo no era contrario a la libertad, al revés: “Cada vez que una demanda económica del programa socialista iba a ser satisfecha de una manera, o bajos circunstancias, que parecían poner en grave peligro el desarrollo de la libertad, la socialdemocracia no ha dudado en manifestar su oposición. Para la socialdemocracia, la defensa de la libertad civil siempre ha prevalecido sobre el cumplimiento de cualquier postulado económico”. E iba más allá al afirmar que “el objetivo de todas las medidas socialistas, incluso de aquellas que parecen ser medidas coercitivas, es el desarrollo y la protección de la personalidad libre”{27}.

Como dije en la Introducción, las generaciones de izquierdas políticamente definidas surgen a partir de un género generador, esto es, de la Primera generación de izquierda políticamente definida, la izquierda jacobina. Cabe recordar que uno de los elementos comunes a todas las izquierdas es el procedimiento de racionalización de la sociedad política. Estas ideas parece tenerlas en mente Bernstein al afirmar que el liberalismo era “en su origen un movimiento contrario a la opresión de naciones bajo instituciones impuestas sin justificación o teniéndolo sólo por la tradición” que “buscó su realización como principio de la soberanía de la edad y del pueblo (…) Rousseau estableció su Contrato social como condición fundamental de la legitimidad de toda constitución proclamándola la Revolución Francesa –en su Constitución democrática de 1793, infiltrada por el espíritu de Rousseau- como derecho inalienable de los hombres” y finalizaba diciendo que “no hay ninguna idea realmente liberal que no pertenezca también a los elementos de las ideas del Socialismo”{28}. Para Bernstein el liberalismo había tenido la misión histórica de deshacer los límites que el orden del Antiguo Régimen había impuesto al desarrollo de la sociedad pero opinaba que en la época contemporánea este ideario liberal no era suficiente para continuar con dicho desarrollo y que debía ser completado con el Socialismo: “El Socialismo no creará ningún nuevo género de esclavitud. El individuo ha de ser libre, no en el sentido metafísico, como sueñan los anarquistas –es decir, libres de todo derecho hacia la comunidad-, sino libre de toda obligación económica en ejercicio y elección de un oficio. Tal libertad sólo es posible para todos por medio de la organización. En ese sentido puede decirse que el Socialismo es <liberalismo organizado>”{29}.

Según Bernstein el sistema buscado por los socialistas y la manera en la que lo buscaban se diferenciaban del feudalismo, precisamente, en que incorporaban ese elemento liberal que para él se concretaba, en este punto, en “su constitución democrática y su apertura”, por tanto de lo que se trataba no era de promover actuaciones violentas sino de lograr “acuerdos graduales mediante la organización y la legislación” no destruyendo las instituciones liberales sino profundizando en su desarrollo{30}.

Queda claro por lo expuesto hasta ahora que Bernstein no solo defendía una postura pasiva o neutral ante el sistema burgués frente a la oposición de algunos socialistas, sino que apostaba por incidir en él, en concreto por desarrollar el sistema democrático. En este sentido, “la democracia dejaba de ser un simple instrumento de lucha para constituir un fin en sí mismo, constituyendo la forma en la que el socialismo debería instaurarse gradualmente”{31}. El autor entendía que la democracia no era solo “el gobierno del pueblo”, definición que consideraba extremadamente formal y superficial, sino “algo más”, como “la ausencia de todo gobierno de clases, indicando con ello una condición social en que los privilegiados políticos no pertenecen a una clase contra el resto de la comunidad”{32}. Idea, la de democracia, que incluía para él  “una noción de justicia” e “igualdad de derechos para todos los miembros de la comunidad” y entendía que cuanto más se penetrase en ese concepto más libertad se lograría. Ahora bien, como se dijo antes, el liberalismo había encontrado una serie de límites dentro del capitalismo que habían convertido el derecho a participar en la toma conjunta de decisiones en algo “virtual”, por tanto, la socialdemocracia debía tratar de convertir dicha participación en algo “real”, mediante el socialismo (concepto al que se volverá luego).

Así, pensaba Bernstein, la extensión de la democracia a través de la introducción del sufragio universal había permitido a la socialdemocracia, de manera lenta pero constante, transformar sus reivindicaciones en medidas positivas, por lo que constituía una alternativa mucho más eficaz que la revolución violenta: “la democracia social no puede proseguir mejor su labor que ocupando su puesto sin reservas en la teoría de la democracia, en el terreno del sufragio universal, con todas las consecuencias resultantes de su táctica”{33}. Consiguientemente impugnaba la interpretación que algunos marxistas habían dado a la idea de Marx y Engels de la dictadura del proletariado, como gobierno del proletariado sobre la burguesía, que para él “carece de todo sentido cuando se garantizan cauces de democracia parlamentaria y los derechos del hombre”{34} y afirmaba que había que darle una interpretación diferente, rechazando (en consecuencia con su idea de democracia) la prevalencia de una clase sobre otra y redefiniéndola como la actividad de la socialdemocracia dirigida a “la creación de circunstancias y condiciones que hagan posible y aseguren una transición (libre de conmociones convulsivas) del orden social moderno a otro superior”, lo que para él se materializaba, respecto de la democracia, en “elevar al obrero de la posición social de proletario a la de ciudadano, haciendo así universal la ciudadanía”{35}.

En definitiva, Bernstein descartaba (como se indicará en el apartado sobre sus tesis económicas) la posibilidad del derrumbe, también critica desde un punto de vista filosófico (crítica a la dialéctica) la idea de revolución y desde un punto de vista práctico su conveniencia y posibilidad, por lo que sugería a la socialdemocracia modificar su táctica hacia la conquista de la democracia, la cual considera “condición preliminar indispensable de la realización del Socialismo” a través de la que realizar de manera gradual, pacífica y dentro de los cauces del ordenamiento liberal burgués el socialismo.

 
3.2. El socialismo

Como se acaba de señalar, Bernstein se oponía a la idea marxiana de que el desarrollo del capitalismo estaba entrando en una fase próxima a su derrumbe que hacía inevitable un estallido revolucionario que diera como resultado una nueva base económica sobre la que se erigiera una nueva estructura política y jurídica, el socialismo. Al contrario, no creía que se dieran las condiciones de concentración empresarial y homogeneidad previstas por Marx y, por tanto, descartaba dicha teoría catastrófica, en este sentido: “el error [de Marx] es haber sobrevalorado considerablemente la velocidad y unilateralidad de la evolución de la sociedad moderna (…) El desarrollo del orden económico burgués ha requerido mucho más tiempo y ha mostrado que esta forma de sociedad es capaz de una expansión y un desarrollo mucho mayores de lo que Marx y otros contemporáneos habían supuesto”{36}. Esta postura la expuso en una sucesión de artículos publicados en 1896 agrupados bajo el título “Problemas del socialismo” en los que recogía un aumento del número de grandes empresas pero sin que se produjera una rápida concentración, resistiendo las medianas, el incremento del nivel de vida y la capacidad de adaptación del sistema a los cambios debido a la elasticidad sistema creditico, la formación de cárteles y en incremento de la densidad del sistema de comunicaciones en todas las ramas de la producción, lo que según él, dotaba al capitalismo de nuevos elementos que alejaban la posibilidad de su colapso{37}. A esto había que sumar la extensión de la democracia burguesa que se estaba produciendo por aquel entonces, basada en el sufragio universal, el sistema de partidos y la actividad sindical. Así pues, Bernstein dejaba claro que a su juicio, la realización del socialismo no devendría del derrumbe del capitalismo: “Existe una gran probabilidad de que con el progreso del desarrollo económico debamos dejar de considerar habituales las crisis económicas que hemos conocido hasta ahora y que tengamos que tirar por la borda todas las especulaciones que contaban con ellas en tanto que prólogos de la gran transformación social”{38}. Se apartaba así, también, y en coherencia con lo señalado en el punto 2.1 del determinismo característico de la II Internacional que tendía a reducir la historia a factores económicos.

Esta cuestión obligaba al autor a plantear no solo la forma de realizar el socialismo, sino el contenido mismo de éste, puesto que el concepto de socialismo ya no obedecía a criterios puramente económicos, “tras las teoría de la crisis y del ´derrumbe´ se filtraba el problema de la teoría del Estado y la tensión entre el espacio de ´lo político´ y de la economía. En otras palabras, el problema de la política como variable autónoma (autonomía de lo político) o dependiente de la esfera económica”{39}. Bernstein pensaba que en el capitalismo estaba empezando a gestarse el propio socialismo, donde de manera gradual (incorpora el elemento evolucionista de los fabianos a su teoría del socialismo), se estaban extendiendo derechos sociales y, mediante el propio estado, la sociedad iba implementando medidas de control de la vida económica a través del movimiento sindical y las cooperativas de consumo y de ampliación de la democracia a cada vez más ámbitos de la misma.

En relación con esa posición Bernstein decía: “si tenemos que abandonar la idea de la catástrofe, es entonces cuando lo que se llama trabajo socialista actual recibe, evidentemente, un valor añadido. Pues ese trabajo ya no tienen un mero valor paliativo, en la medida en que resulta adecuado para mantener a los obreros preparados para la lucha hasta la gran catástrofe” y concreta lo que será el núcleo definitorio de los planes y programas de la cuarta generación de izquierdas: “Este es un punto capital, en el que el revisionismo se distingue de la antigua concepción de la socialdemocracia, es decir, en la elevada valoración de lo que pertenece ahora al trabajo socialista actual: una elevada valoración del trabajo parlamentario, no tanto como movilización, aunque ésta también tenga su justificación, sino con relación a resultados legislativos positivos; con relación a leyes dirigidas a producir las más profundas modificaciones posibles en el derecho y en la economía”{40}. Y en la misma dirección decía: “en una buena ley industrial puede haber más socialismo que en la nacionalización de centenares de empresas y fábricas”{41}.

En este sentido, el socialismo ya no era para Bernstein un estadio posterior al capitalismo, un objetivo final, sino que se trataba de la introducción de reformas dentro del sistema, “una orientación hacia el progreso humano como elemento subyacente del proceso evolutivo”{42}. A este respecto, se expresaba el autor en los siguientes términos: “Reconozco abiertamente que lo que normalmente se entiende por ´meta final del socialismo´ tiene muy poco sentido para mí, me interesa muy poco. Esa meta, sea cual sea, no es nada para mí, el movimiento lo es todo”{43}. Esta postura era coherente además con lo señalado en el punto anterior puesto que el socialismo se concebía como un fruto de la propia actividad reformista.

Por otro lado, Bernstein también pensaba que las crisis económicas no se agravarían, sino al contrario, cada vez serían menores y pese a considerar que “no hay ninguna razón urgente para concluir que semejante crisis [derrumbe] ocurrirá por razones económicas” decía que “las depresiones locales y parciales son inevitables”{44} pero defendía que a través de la intervención del Estado, mediante una socialización gradual y la expansión de la democracia, el sistema podría dar salida a las mismas. Este es otro de los puntos, que constituirán el proyecto definitorio de la socialdemocracia, a saber, un proceso que “conduciría a una más firme decisión de ´gobernanza´ del capitalismo organizado a través de la forma política de Estado Social contemporáneo (Estado del Bienestar) y la regulación del capitalismo internacional a través de incipientes instituciones político-económicas internacionales”{45}, o sea, un socialismo que se concreta en un estado regido por una constitución jurídico-política basada en un compromiso entre los ámbitos jurídico-económico y jurídico-social.

Como indique en apartado introductorio, la inspiración socialdemócrata de las constituciones de los países europeos es fácilmente apreciable. En la Constitución española de 1978, sin ir más lejos aparece, además del citado artículo 2.1 donde están presentes los elementos propios de una constitución liberal referidos al elemento racionalizador característico de los sistemas surgidos después de la Revolución Francesa, en el mismo artículo 1 una referencia al socialismo bernsteniano, es decir, al Estado Social: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” (CE).

Pese a que el socialismo español se situó notoriamente en contra del revisionismo bernsteniano{46}, postura que queda clara en la introducción que Pablo Iglesias hace de la obra “La doctrina socialista” (1909), donde éste se adhiere a las posiciones de la ortodoxia marxista encabezadas por Kautsky, lo cierto es que el propio Bernstein hace una referencia al histórico político ferrolano destacando sus posturas reformistas y propensas al respeto a las instituciones liberales: “La burguesía, cualquiera que sea el matiz de su opinión –declaraba últimamente el socialista español Pablo Iglesias-, debe convencerse de que no deseamos tomar posesión del gobierno por los mismo medios que un día se emplearon, por la sangre y la violencia, sino por los medios legales con que cuenta la hoy civilización”{47}.

Sin entrar en más detalles sobre esta cuestión baste decir que “el socialismo español tiene una larga tradición libertaria, que ciertamente es más cercana al socialismo liberal que al de cuño marxista”{48}. Por tanto, no resulta extraño encontrar entre sus dirigentes e ideólogos una fuerte impronta bernsteniana, bien por influencia directa o bien por compartir determinadas fuentes.

En este sentido y pese a sus vaivenes el mismo Largo Caballero en su etapa en el Ministerio de Trabajo “se mostraba como un auténtico reformista; en fin, como un socialdemócrata  seguidor de Bernstein”{49}. Besteiro, por su parte, pese a declararse más cercano a Kautsky que a Bernstein “defendía como camino al socialismo la libertad y la democracia, y rechazaba la revolución y la violencia”{50}. De los socialistas de “segunda generación” probablemente el que más podríamos asimilar a Bernstein sería a Indalecio Prieto, quien “rechazaba la lucha de clases y la revolución, y defendía una política de reformas que aspirase a la igualdad, en la que el Estado corrigiese los desequilibrios económicos, a que eliminase los privilegios, a que redistribuyese la riqueza más justamente y a que garantizase la plena igualdad de oportunidades. En fin, don Inda era un socialista reformista o socialdemócrata” cuyos “planteamientos coincidían con los de los mencheviques en la Revolución Rusa y con el revisionismo de Bernstein”{51}. Así Prieto “entendió el socialismo como la culminación del liberalismo [igual que Bernstein], como su perfeccionamiento, nunca como su negación”. Esta postura queda clara en la siguiente cita del ovetense: “Soy socialista a fuer de liberal. Es decir, que yo no soy socialista más que por entender que el socialismo es la eficacia misma del liberalismo en su grado máximo y el sostén más eficaz que la libertad puede tener (…) El socialismo es la perfectibilidad liberal”{52}.

Aunque probablemente más influyente en lo tocante a nuestra constitución actual que cualquiera de los anteriores sea Fernando de los Ríos quien “se adscribe a un socialismo no marxista de inspiración neokantiana [elemento presente en Bernstein y sobre el que se volverá en el siguiente apartado] próximo –sin hacerlo explícito- a Bernstein y al socialismo fabiano, pero fuertemente impregnado por el krausismo liberal-social”{53}. Un socialismo concebido como imperativo moral (al igual que Bernstein) que se concretaba para de los Ríos en la forma jurídica, política y económica del “Constitucionalismo Social”, esto es, en el Estado Social y Democrático de Derecho. Un autor que imaginaba una España cuya “estructura social” fuera un fuerte Estado Social y Democrático de Derecho, donde existiera una separación entre la Iglesia y el Estado, donde tuviera especial primacía la cuestión educativa y donde dicho Estado Social se vertebrase a través de los partidos políticos (elemento coincidente con Bernstein como después diré){54}.

Pero más destacables son sin duda las aportaciones hechas por Elías Díaz en el periodo anterior a la aprobación de la Constitución, que tanto por el momento temporal como por su influencia en el socialismo de aquella época y con posterioridad podemos relacionar con la infiltración en nuestro ordenamiento jurídico de las ideas socialdemócratas y del concepto de socialismo manejado por Bernstein. Díaz al igual que el alemán considera insuficiente al liberalismo y concibe el socialismo como fruto maduro de aquel (por expresarlo en la terminología bernsteniana): “la superación correcta de aquéllas [insuficiencias del liberalismo] se encuentra, por el contrario, en su prolongación a través de un proceso de ampliación que conduce precisamente a la democracia y al socialismo”{55}. En este sentido: “El liberalismo clásico, con su trasfondo de individualismo burgués, constituye insuficiente garantía para esa realización y protección de los derechos y libertades de todos los hombres”{56}. Otro punto común con Bernstein es el avance en la idea de democracia y el rechazo a cualquier clase de absolutismo o totalitarismo, siendo imposible ésta dentro del capitalismo: “Frente a la imposibilidad de compatibilizar coherentemente democracia y neocapitalismo, la correspondencia entre los términos democracia y socialismo puede hoy estimarse, creo, como algo en el fondo mucho más ajustado a la realidad”{57}. Así para este autor, como para el berlinés, tampoco existiría una meta final: “sin querer llegar con esto apresuradamente a ´la gran síntesis final´ o a cualquier otra forma de ´culminación de la Historia´ (esto debe quedar bien claro), cabe decir que el estado democrático de Derecho aparece como la fórmula institucional en que actualmente y, sobre todo para un futuro próximo, puede llegar a concretarse el proceso de convergencia en que tal vez vayan concurriendo las diferentes concepciones actuales de la democracia y el socialismo”{58}. Entiende también el socialismo a la forma bernsteniana, el cual no puede disociarse de la idea de democracia y que se institucionaliza “en un Estado de Derecho, es decir, que la realización de la democracia y el socialismo se lleve a cabo respetando las mencionadas exigencias fundamentales del Estado de Derecho”{59}.

Como vemos los planes y programas de la cuarta generación de izquierdas y, por tanto, el concepto de socialismo incorporado por los partidos socialistas a partir de la obra revisionista de Bernstein están presentes en la identidad del socialismo español y, por extensión e influencia de éste, en la actual constitución. Pero el influjo de la teoría del autor alemán no se agota en este artículo. Son otros los elementos que acompañan su idea de socialismo y que incorpora nuestro ordenamiento jurídico.

En este sentido  otro punto de la teoría de Bernstein era la sustitución de la toma violenta de los medios de producción que caracterizaba el ideario de los marxistas ortodoxos por la participación de los trabajadores en la producción a través de cooperativas de consumo y de asociaciones de trabajadores o sindicatos (que hasta entonces jugaban un papel subsidiario en la estrategia socialista), idea esta última puramente fabiana proveniente de los Webb plasmada en su obra “La democracia industrial” (1897). En este sentido, decía sobre las cooperativas que eran “un instrumento por el medio del cual la clase trabajadora puede apoderarse de una parte considerable de la riqueza social”{60}. Por su parte el sindicato actúa, según los Webb y Bernstein, como un elemento socializador mediante el que se produce la democratización de la economía: “las sociedades obreras son el elemento democrático de la industria. Su tendencia es destruir el absolutismo del capital y procurar para el obrero una influencia directa en la administración de una industria (…) son órganos indispensables de la democracia y no sólo coaliciones pasajeras”{61}.

Este punto también tiene acogida en nuestra Carta Magna, en concreto en el artículo 28.1: “Todos tienen derecho a sindicarse libremente. La ley podrá limitar o exceptuar el ejercicio de este derecho a las Fuerzas o Institutos armados o a los demás Cuerpos sometidos a disciplina militar y regulará las peculiaridades de su ejercicio para los funcionarios públicos. La libertad sindical comprende el derecho a fundar sindicatos y a afiliarse al de su elección, así como el derecho de los sindicatos a formar confederaciones y a fundar organizaciones sindicales internacionales o a afiliarse a las mismas. Nadie podrá ser obligado a afiliarse a un sindicato” (CE).

Como se vio en el apartado anterior, Bernstein defendía la instauración del socialismo mediante el respeto y la profundización en la idea de democracia, la cual se materializaba, también para él, a través de los partidos políticos, por lo que el respeto a la pluralidad política y neutralidad del Estado ante las distintas alternativas era otro componente de su concepción.

Cuestión esta de los partidos de nuevo presente en la Constitución, en el artículo 1, citado antes y en el 6: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos” (CE).

También le da especial importancia a la autonomía municipal como elemento para de socialización: “el municipio está destinado a ser ahora más que nunca la palanca más importante de la emancipación social”. Aunque ponía límites a dicha autonomía basados en los intereses generales: “El municipio es una parte componente de la nación, y por consiguiente tiene obligaciones hacia ella y derechos en ella”{62}.

Dicha autonomía municipal se consagra igualmente en nuestro ordenamiento, en el artículo 137 de la Constitución: “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses” (CE).

Por último cabe destacar como componente de la idea socialista de Bernstein, que si bien penetrará más fuerte en el programa socialdemócrata a través del austromarxismo, la autonomía provincial o federal, distinta de la autonomía local y del poder estatal: “otras asambleas y cuerpos representativos se volverán cada vez más importantes, con el resultado de que haya o no una revolución, las funciones del organismo representativo central disminuirán y, de ese modo, se reducirá el peligro que él y otras autoridades similares representan para la democracia”{63}.

Idea establecida en la segunda parte del artículo 2 de la Constitución: “[la Constitución] reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas” (CE).

 
3.3. El neokantismo

Como se dijo más arriba, para los autores del Materialismo Histórico el socialismo no se realizaba a través de a ningún tipo de criterio moral. Su teoría del socialismo estaba vinculada a la realidad práctica. Marx y Engels justificaban el socialismo en criterios económicos, no éticos. La concepción marxista a este respecto se aprecia claramente en la siguiente cita de Engels: “como indica Marx en las líneas citadas, esta conclusión [se refiere a la interpretación de Rodbertus sobre la teoría de Ricardo] es formalmente falsa en el sentido económico, ya que representa una simple aplicación de la moral a la economía política. Según las leyes de la economía burguesa, la mayor parte del producto no pertenece a los obreros que lo han creado. Cuando decimos que es injusto, que esto no debe ocurrir, esta afirmación nada tiene de común con la economía política. No decimos sino que este hecho económico se halla en contradicción con nuestro sentido moral. Por eso Marx jamás basó sus reivindicaciones comunistas en argumentos de esa especie, sino en el desmoronamiento inevitable del modo capitalista de producción (…) Si la conciencia moral de las masas declara injusto un hecho económico cualquiera (…) esto constituye la prueba de que el hecho en cuestión ha caducado y que han surgido otros hechos económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en pie”{64}.

Ahora bien, como comentaba anteriormente, Bernstein había renegado totalmente de la tesis del derrumbe, con lo que había de justificar el socialismo (con el contenido explicado en el punto 3.2) en otros motivos. Cabe recordar que durante su estancia en Suiza Bernstein había trabajado para Carlos Höchberg, quien era discípulo del neokantiano Federico Alberto Lange. Así, escribía en 1899: “Si no temiera ser mal interpretado, traduciría la frase Volvamos a Kant, por Volvamos a Lange{65}. Por tanto, Bernstein busca el fundamento del socialismo en los neokantianos, principalmente en los socialdemócratas Woltmann, Vorländer, Cohen (quien decía de Kant que era verdadero autor del socialismo alemán) y, sobre todo, el propio Lange (quien al igual que los fabianos proponía un socialismo de carácter liberal, gradual y reformista introduciendo en los ordenamientos “principios jurídicos y ordenaciones estatales”), aunque también incorporaba elementos presentes en Merlino y Croce.

Su justificación neokantiana del socialismo está presente en el artículo “Das realistische und das ideologische Moment im Sozialismus” (1897). En este punto Bernstein apelaba directamente a Kant, para quien, cuando la razón traspasa los límites de la experiencia produce apariencias, ensoñaciones, pero nunca verdaderos conocimientos y dichas ensoñaciones son una tendencia natural de la razón que intenta sobrepasar los citados límites de la experiencia. En este sentido, decía que solo los juicios cuyo predicado no está compuesto en el concepto del sujeto y cuya verdad puede ser conocida independientemente de la experiencia (sintéticos a priori) proporcionan verdadero conocimiento y que la única forma que tenemos los humanos de relacionarnos directamente con los objetos es mediante el conocimiento sensible cuyo objeto son los fenómenos, “la cosas en mí”. Por tanto, las categorías solo tienen para Kant validez cognoscitiva cuando se aplican a fenómenos de la experiencia sensible, aquellos que se muestran.  Así pues, nuestro conocimiento se halla limitado a los fenómenos. Los que no se muestran que llama “la cosas en sí” o “noúmeno” no pueden conocerse, no es posible un estudio científico de los mismos. Respecto a la capacidad de la razón humana para obtener una conclusión a partir de unas premisas y hallar así el principio de las cosas, la Razón, cuyo dinamismo reduce a unas reglas generales denominadas Ideas (Alma, Mundo, Dios) y que son objeto de la Metafísica racionalista y dogmática, Kant dice que no pertenecen al ámbito de “las cosas en mí” sino de las “cosas en sí”, por lo que no es posible un estudio científico de las mismas. Cuando la Razón va más allá de los fenómenos se dan los errores o contradicción, las “antinomias”. Ahora bien, que no podamos conocer estos noúmenos no implica que no podamos creer en ellos y esto tiene un papel importante en nuestro ámbito cognoscitivo ya que gracias a dichas Ideas ordenamos nuestros conocimientos (a pesar de que no nos aportan conocimiento objetivo). Estas “ideas reguladoras de la razón” no encuentran su justificación en el ámbito del conocimiento científico sino de la Razón Práctica, como fundamentos de la moral. Estas ideas responden según Kant a una tendencia natural de la razón y sirven para impulsar el pensamiento en una dirección (“función reguladora de la experiencia”) y que pueden ser útiles como “ideales normativos” pese a que la meta en sí sea irrealizable por estar fuera de la experiencia.

Este esquema kantiano lo aplica Bernstein diciendo que si la verdadera naturaleza de las cosas, “la cosa en sí”, no podía ser conocida, el socialismo, por tanto, tampoco podía ser objeto de un conocimiento pleno, esto es, no podía ser objeto de conocimiento científico, negaba, por tanto, el concepto marxista de socialismo científico: “[el socialismo] no es ni puede ser solamente ciencia, pura ciencia (…) El simple concepto, tal como lo expresa la misma palabra, ya lo excluye. Ningún ´ismo´ puede ser ciencia. (…) El socialismo, en cambio, es la doctrina de una sociedad venidera, y precisamente por ello lo que le es característico es que escapa a toda rigurosa comprobación científica (…) En lugar de la denominación de socialismo científico, yo preferiría (…) el nombre de socialismo crítico –interpretando el calificativo de crítico en el sentido de criticismo científico de Kant”{66}. El socialismo era, por ende, una ideología, que tenía su fundamento en elementos ideales. Cuando tras citar la “Crítica de la razón pura” (1787) de Kant en “Socialismo Democrático” (1898) se pregunta qué es el socialismo, Bernstein responde: “el socialismo incluye siempre un elemento idealista, y ello tanto si se considera a él mismo como el ideal deseado, como si se lo considera como el movimiento que camina hacia él” y continúa: “el socialismo tienen necesariamente un algo utópico (…) lleva en sí una cierta porción de idealismo especulativo, que contiene un elemento no demostrado científicamente, o que no es científicamente verificable”{67}. Según Gustafsonn “entre estas fuerzas motrices ideales que estaban en la base del socialismo, las más importantes eran para Bernstein ´la consciencia moral o la concepción jurídica´”{68}.

Así pues, la vuelta de Bernstein al idealismo y en concreto a Kant le hace encontrar el fundamento del socialismo en éste último. Para el autor el socialismo debía considerarse como “una parte del más allá –por supuesto, no del más allá en que vivimos, pero sí del más allá del cuanto abarca nuestra experiencia positiva-. Es algo que debe ser, o que está en marcha hacia lo que debe ser”{69}. Para Ruiz Miguel, tanto los neokantianos como Bernstein manejaban un concepto de socialismo al que solamente se podía llegar si era “complementado por ´una llamada a la moral, a la dignidad del hombre´, que, precisamente, puede suministrar el imperativo categórico de la ética kantiana”{70}.

Cabe señalar que además del neokantismo de los autores alemanes más arriba citados, Bernstein también fundamenta el socialismo en las aportaciones señaladas antes de Croce y en el concepto de “Justicia Social” de Merlino, esto es, con las aspiraciones morales de la clase obrera (ver punto 2.3).

 
3.4. Crítica a la dialéctica

Otro punto de la teoría de Bernstein, estrechamente vinculado a la cuestión del reformismo es su crítica a la dialéctica de Hegel y de Marx. Se refería a ésta como “el elemento infiel de la doctrina marxista, la insidia que embrolla cualquier consideración coherente de las cosas”{71}. Según Abellán, para Bernstein la dialéctica hegeliana “permite saltos lógicos brillantes, radicales y geniales, pero como el fuego fatuo, nos deja entrever perspectivas ilimitadas rodeadas de contornos indefinidos”{72}. Así pues, decía Bernstein sobre la obra de Marx y Engels que lo relevante de sus aportaciones “no ha sido con la ayuda de la dialéctica hegeliana, sino a pesar de ella. Y si por otra parte han pasado impávidos ante el error más craso del blanquismo, la culpa ha sido, en primer lugar, del elemento hegeliano de su teoría”{73}. Esto le llevó a dudar de la de la existencia de la lucha de clases como tal,  considerando a los conceptos “burguesía” y “proletariado” como generalizaciones carentes de sentido, dentro de las cuales también existían elementos en disputa: “Lo que llamamos burguesía es una clase muy compleja, formada por todo tipo de grupos con intereses diversos o discordantes”{74}. En este sentido, Bernstein rechazaba que de la aplicación del método dialéctico se pueda prever la marcha de la historia sin llegar a conclusiones arbitrarias, ya que dicho método no puede abarcar la heterogeneidad de los elementos y dinámicas que influyen en la evolución social. Por esa razón según Bernstein, Marx, que como vimos antes procuraba construir su teoría en base al método científico, se contradecía en “El Capital” al tratar de demostrar una tesis que el autor ya había enunciado previamente en el “Manifiesto Comunista”, o sea, intentaba justificar un resultado que ya había discurrido antes de realizar el análisis{75}.

Para dar salida a su crítica de la dialéctica Bernstein recurría de nuevo a Cohen y Lange. Este último aplaudía a Hegel al decir que las nociones básicas de su método “-el desarrollo a través de contradicciones y su antítesis- casi se podría decir que son un descubrimiento antropológico” pero que para la previsión este método no era del todo válido ya que “ni en la historia ni en la vida de cada uno, tienen lugar el desarrollo a través de contradicciones de manera tan fácil y radical ni tan precisa y simétricamente como en la construcción especulativa”{76}. El problema para Bernstein era que Marx y Engels no tenían en cuenta esa complejidad y deducían con valor científico la necesidad de la revolución de la contradicción dialéctica, lo cual no se podía justificar en base a la experiencia. Cohen se refiere a esta cuestión del siguiente modo: “De esta visión de la concreción real de la historia según la cual el derecho y el estado se convierten en sombras y espectros se desprende el siguiente peligro: que las aspiraciones de reforma del estado y del derecho pasen a deslizarse por el plano inclinado de la revolución. El materialismo cree encontrar una base científica en estos conceptos realistas de la sociedad pudiendo considerar por ello al derecho y al estado como meras realidades ficticias sin más”{77}. Por tanto, para Cohen, si al socialismo se le extirpaba dicha noción marxista y se consideraba que tanto el derecho como el estado descansaban no sobre una base material como proponía el Materialismo Histórico, sino sobre una base moral y se dotaba a aquel de un fundamento idealista, era prescindible cualquier elemento revolucionario. Así pues, como se señaló en el punto anterior, el propio Bernstein propone un socialismo evolucionista,  basado precisamente en la ética kantiana. No se trata, por tanto, del ser (del desarrollo de la historia en basado en leyes científicas) sino, como indiqué antes del deber ser.

 
3.5. La historia

Como se indicó en el punto 2 ya Engels había hecho una serie de variaciones en las tesis que venían siendo utilizadas por los marxistas respecto a la teoría de la historia. En este sentido, decía este autor que los distintos elementos de la sobrestructura se desarrollan a partir de la base y que son dependientes de ella aunque señalaba que tienen una autonomía relativa y que, además, son capaces de llegar a influir sobre sobre la base, pudiendo ser algún elemento de la misma (como el Derecho o el Estado) el factor determinante en algún momento. A este respecto escribía Bernstein: “quien hoy emplea la teoría materialista de la Historia está obligado a emplearla, no ya en su forma original, sino en la más ampliada [se refiere a los puntos que acabo de mencionar], es decir, que además del desarrollo e influencia de las fuerzas productivas y de las condiciones de producción, está obligado a considerar las ideas jurídicas y morales, las tradiciones religiosas e históricas de cada época, las influencias geográficas y demás circunstancias de la Naturaleza a la cual pertenece el mismo hombre y su disposición espiritual”{78}. Pero Bernstein iba más allá incluso de los postulados de Engels, y en la línea del fundamento de su socialismo decía que a la hora de interpretar la historia se debía dar “a los factores ideológicos, y especialmente a los éticos, más espacio que antes para su actividad independiente”{79}. Así pues, al renunciar a la dialéctica Bernstein decía que la teoría materialista de la historia había de completarse con factores de carácter ideológico y ético. Por otro lado y por la misma razón, veía el desarrollo histórico al estilo fabiano, esto es, de manera evolutiva, como un desarrollo gradual en el que no se producían saltos ni cambios de carácter cualitativo, simplemente cuantitativo: “según mi opinión, la teoría marxista ha eliminado realmente la idea de objetivo final. Para una teoría social basada en la idea de evolución, no puede haber ningún objetivo final; según ella, la sociedad humana estará continuamente sometida al proceso de evolución; sobre la base de esa teoría puede haber grandes líneas directrices y objetivos, pero no puede haber un objetivo final. Incluso lo que podría denominarse objetivo final no debe construirse a priori con la cabeza, sino que debe elaborarse a partir de luchas prácticas del movimiento mismo”{80}. Por tanto, el socialismo no sería ningún estadio distinto del capitalismo al que se llegaría de manera brusca, sino poco a poco, introduciendo en los ordenamientos las convenientes reformas para alcanzarlo, al igual que había ocurrido antes (las revoluciones eran dentro de ese esquema simples perturbaciones de ese avance). Para Bernstein, en la línea de Jaures, la historia era el resultado de la lucha de los hombres por la realización de ideales morales, de lo que en cada época se consideraba justo, en definitiva una lucha por la justicia.

 
3.6. La economía

Como dije antes, en este punto Bernstein hacía suyas las tesis de Schmidt, Sombart, Croce, Sorel, Wallas y Böhm-Bawek. Así pues, también intentaba una conciliación entre las teorías utilitaristas y la ley del valor-trabajo y afirmaba que ambas teorías se basaban en abstracciones, que actuaban en el seno de determinados contornos, no siendo aplicables con carácter general{81}. En este sentido, decía que el valor y la plusvalía de la teoría marxiana eran constructos de carácter puramente conceptual y que la plusvalía no se podía verificar. Así afirmaba: “No puede darse una base científica al socialismo o comunismo por el hecho de que el trabajo no recibe el valor total del producto de su trabajo”{82}. Esta cuestión le llevaba a tener que justificar el socialismo no en criterios económicos basados en el aumento de la explotación capitalista (plusvalía) sino de otra índole (ética) y a darle al socialismo otro contenido distinto del económico (moral y jurídico).

Por otro lado, Bernstein investigó otro punto fundamental de la teoría de Marx y Engels sobre  la distribución de la riqueza. Según estos últimos, el capitalismo debía entrar en una fase de concentración de los capitales y un aumento de la plusvalía. Ahora bien, según Bernstein estaban actuando otras fuerzas que Marx no había previsto y que hacían que estas tendencias no se cumplieran, sino al revés, la diferencia en la distribución de la renta no estaba incrementando, sino disminuyendo. En este sentido las clases medias cuya desaparición Marx había pronosticado no hacían sino aumentar, las medianas empresas (no solo las grandes) estaban incrementando en número, las crisis estaban disminuyendo su fuerza y como antes mencioné ese habían introducido ciertos elementos correctores en el capitalismo que lo habían hecho más flexible y capaz de adaptarse a los cambios. Así pues, como vengo diciendo, Bernstein rechazaba la tesis marxiana de que el capitalismo fuera a derrumbarse y por tanto la teoría y el trabajo de los socialistas debía actualizarse en consecuencia, en el sentido que acabamos de ver.

 
4. El Derecho y el Estado

Según Monereo Pérez, históricamente se han identificado en el marxismo ortodoxo el Estado y el Derecho, desde un punto de vista interno como ordenes axiológico-normativos de reglas e instituciones y desde un punto de vista externo, al Estado como un órgano de represión{83} (monopolio de la violencia legítima y organizada) y al Derecho como un instrumento a través del cual se ejercía esa represión de unas clases a otras, surgidos a lo largo de un proceso histórico, es decir, como un producto de la historia, y en continuo cambio. En este sentido, el Estado y el Derecho quedaban sometidos a la voluntad de una clase como reflejo de sus intereses económicos: “El poder estatal moderno no es más que una junta administradora que gestiona los negocios comunes de toda la clase burguesa”{84}. Desde esta perspectiva el Estado era, además, un elemento necesario para sostener y reproducir el orden establecido, garantizando las condiciones jurídico-materiales que sirvieran como sostén del funcionamiento del sistema económico y sus necesidades de acumulación. Estos elementos quedan reducidos (de igual manera a lo señalado al exponer la cuestión de la teoría de la historia) con una autonomía relativa, a la base económica: “el gobierno es el órgano de la sociedad para el mantenimiento del orden social; detrás de él vienen las distintas clases de propiedad privada, con sus pretensiones respectivas, pues las distintas clases de propiedad privada son las bases de la sociedad, &c.”{85}

Esta visión clasista llevaba a que, tras la superación revolucionaria del capitalismo y tras un proceso de transición, el socialismo (entendido como dictadura del proletariado, donde los trabajadores imponen sus intereses como clase dominante y donde ese instrumento que es el Derecho es utilizado en su favor: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de transformación revolucionaria de la primera a la segunda. A este período le corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado{86}) y la posterior desaparición de las clases sociales en el comunismo también se extinguieran dichos órganos represivos, esto es, la liquidación del Estado y del Derecho eran también la del dominio del hombre por el hombre, el fin de “lo político”, “del gobierno sobre las personas” y “aparece la administración de las cosas y la dirección de los procesos de producción”. En este sentido, dice Engels: “El estado no “se suprime”, sino que se extingue{87}.

Como se expondrá a continuación, el revisionismo bernsteniano respecto del Estado, que no es sino la aplicación de los puntos su teoría antes mencionados a esta cuestión, constituye en el esquema de Bueno citado en la Introducción el punto definitorio de la cuarta generación de izquierdas políticamente definidas (respecto al Estado, precisamente) y donde radica su distinción en relación con la quinta, la Comunista, que sigue, en lo principal, el esquema de la ortodoxia marxista en este aspecto, identificando el socialismo, la dictadura del proletariado, como fase previa al comunismo, donde “el <derecho burgués> no se suprime completamente, sino sólo parcialmente (…) sólo en lo que se refiere a los medios de producción (…) Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado”{88} que posteriormente será sucedida por otra, el comunismo, que, en la misma línea de lo escrito por Engels, es considerado por Lenin como un estadio donde se produciría “la extinción inevitable del Estado, subrayando la prolongación de este proceso, su supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo”{89}.

Comúnmente se tiende a ver a Bernstein como una especie de marxista que propone alcanzar el socialismo de manera democrática sin una revolución, lo que más allá de aspectos tácticos no debería presentar ningún tipo de especificidad, con lo que no existirían grandes diferencias en lo tocante a la teoría del Estado y del Derecho con las visiones ortodoxas que se acaban de resumir. Pero los principios constitutivos de su teoría tienen una influencia absoluta en su concepción del Estado y del Derecho hasta el punto de hacerla irreconciliable con la ortodoxia dentro de la socialdemocracia de su tiempo y con el posterior marxismo-leninismo.

Bernstein reconocía, como también hicieran Marx y Engels, la tarea de la burguesía en lo tocante a esta cuestión: “la burguesía, junto con sus logros económicos y políticos, también ha operado muy importantes avances en las instituciones y conceptos jurídicos, e incluso en la ética”{90} y destacaba la introducción del principio de la igualdad de todos ante la ley y a las libertades fundamentales: “la moderna burguesía estableció, cuanto menos, el respeto a la libertad personal”{91}, pero como vimos antes, iba más lejos y concibía al socialismo como producto del liberalismo, como su “heredero legítimo”, cuyo ideario quedó reflejado para el autor en la “Declaración de los derechos del hombre” (1789). Bernstein destacaba de este texto el derecho a la “propia libertad” y el derecho “de cada generación a su soberanía”: “Ninguna generación puede imponer sus leyes a la siguiente, se dice en la Declaración. Ésta es una idea extraordinariamente revolucionaria”{92}. Bernstein admitía que en este principio subyace la idea de que ninguna generación está sujeta a la “noción de derechos adquiridos” elaborada por otras generaciones y que cada nueva generación, especialmente en un periodo revolucionario, podría llegar a la conclusión de que “<Porque tenemos el poder, hacemos lo que nos parece>”{93}. Pero para Bernstein este principio de la libertad de la persona iba más allá, hacía suya las apreciaciones de Lassalle en la obra “El sistema de los derechos adquiridos” (1861), en la que éste, según Bernstein, llegaba a la siguiente conclusión: “incluso en el poder revolucionario puede y debe haber sitio para el principio de legalidad. Él califica su obra de reconciliación con el derecho positivo, esto es, con el derecho expresado en leyes, con la filosofía de derecho, es decir, con el derecho natural, que determina cuándo se ha de indemnizar de acuerdo con la idea del derecho y cuándo se puede confiscar simplemente”{94}. Esta reconciliación entre el derecho positivo y el derecho natural era para Bernstein una de las grandes aportaciones de la burguesía y del liberalismo y, consecuentemente, debía ser un punto del ideario socialdemócrata.

Como dije antes, Bernstein termina buscando el fundamento de su socialismo en los neokantianos y en la ética kantiana. Así, afirma respecto del derecho natural que los obreros no están ligados a una forma concreta de Estado, sino a la “dedicación al bien general”, que era el núcleo de “lo ético”. Según Bernstein el socialismo se podía resumir en la palabra “solidaridad”, “el sentido de hermandad, la trabazón de los hombres en cuanto sociedad”{95}. Esta solidaridad debía realizarse a través de la lucha política dentro del Estado, siendo solamente posible a través de la democracia, entendida como vimos, como la eliminación de cualquier prerrogativa que tuviera que ver con la clase social.

Esta realización del socialismo (del socialismo bernsteniano), mediante la profundización en los ideales liberal-burgueses y en concreto en la idea de democracia, que rompe con la concepción del marxismo ortodoxo, donde el Estado no es para Bernstein un simple órgano de represión coactivo y el Derecho tampoco es un mero instrumento al servicio de las clases hegemónicas. Al contrario, Bernstein entiende el Estado como “conjunción del conglomerado de todo de la nación”, cuya función es la de “legítimo guardián del interés general de la colectividad”{96}.

Frente a la concepción instrumentalista que, como se vio, reducía el Estado y el Derecho a la base económica, en Bernstein estos elementos tienen una autonomía total, hasta el punto (aunque quizá sea forzar mucho la interpretación) de que es la economía la que está subordinada al Derecho y no al revés o de que existe, al menos, un condicionamiento recíproco: “[la socialización] puede ser llevada a cabo a base de que la colectividad intervenga cada vez más intensamente en la marcha de las empresas mediante leyes y decretos”{97}.

Como se vio al hablar de la revolución y de la dialéctica, Bernstein negaba la existencia de la lucha de clases e incluso dudaba de la corrección de los conceptos de “burguesía” y “proletariado”, por lo que no tenía sentido para él la concepción clasista del Estado, por el contrario, tenía una visión de corte organicista, donde la sociedad debía avanzar hacía el ideal ético antes señalado: “el socialismo conduce (…) a la cada vez más plena realización de la solidaridad entre todos los miembros del organismo social, a la consecución de la armonía social”{98}. Un organicismo distinto, por otro lado, a los propuestos por las teorías que se apoyan en modelos de racionalización anatómica como los de Platón o Menemio Agripa{99} y, por supuesto, de los modelos propios de las teorías fascista y nazi{100}, más cercano, por ejemplo, al de los krausistas. Así, sin negar el conflicto, Bernstein entendía que el Estado en condiciones democráticas debía tener una función de conciliación de los distintos intereses contrapuestos, esto es de integración, para avanzar en el progreso social.

Como se dijo más arriba, Bernstein tenía una visión evolucionista, no aspiraba tampoco a la consecución de ninguna “meta final”, por lo que no tiene sentido para él la idea de Marx, Engels y Lenin de extinción del Estado y del Derecho, según Bueno: “El socialismo se asienta, en resumidas cuentas, en el Estado como plataforma imprescindible para llevar adelante el proceso revolucionario de la transformación social. Por ello, todo movimiento tendente a debilitar al Estado, o a extinguirlo, tendrá que verse como irracional”{101}.  En este sentido, el socialismo de Bernstein se concreta en el Estado Social y Democrático de Derecho o Estado del Bienestar, es decir, en la integración del conflicto a través del Derecho en el marco de un sistema caracterizado por las notas de imperio de la ley, división de poderes, legalidad de la Administración y Derechos y libertades fundamentales{102} lo que necesariamente trae consigo un entramado jurídico e institucional que de salida a los conflictos sociales para avanzar en “en el camino hacia una sociedad construida sobre el principio de una solidaridad general basada en la abolición de las clases”{103}.

 
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{1} Véase ARMESILLA CONDE, S: La política en 100 preguntas, Nowtilus, 2020, págs. 218 y ss.

{2} Véase ARMESILLA CONDE, S.: Escritos de la disidencia disidente, LBDP, Raleigh, 2012, págs. 77 y ss.

{3} WEBER, M.: Schriften des Vereins für Socialpolitik, vol. 123. Actas de la Asamblea General de 1907, Leipzig, 1908, págs. 296 y ss. citado en GUSTAFSSON, B.: Marxismo y revisionismo. La crítica bernsteniana del marxismo y sus premisas histórico-ideológicas, Barcelona, Grijalbo, 1975, pág. 32.

{4} RITTER, G.: Actas del VIII Congreso Evangélico-Social 1897, pág. 29 citado en GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 43.

{5} Véase KOISOL, A.: Organisationen für die theoretische Bildung der Arbeiterklasse, NZ, vol. 24/2 (1905-06), pág 65 en GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 45.

{6} BERNSTEIN, E.: Entwicklungsgang eines Sozialisten, Leipzig, 1924, pág. 9, citado por GUSTAFSSON B. op. cit., pág. 153.

{7} BERNSTEIN, E.: Cartyle und die sozialpolitische Entwicklung Englands, NZ, vol 9 (1891), pág 734, citado por GUSTAFSSON B. op. cit., pág 111.

{8} BERNSTEIN, E.: Der Strike als politisches Kampfmittel, NZ, vol 12 (1893/94), pág. 694 citado por GUSTAFSSON B. op. cit., pág 157.

{9} MEHRING, F.: Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos, Fundación Federico Engels, Madrid, 2009, pág. 49.

{10} GUSTAFSSON B. op. cit., pág. 58.

{11} ARRIZABALO MONTORO, X.: La crítica de Marx al modo de producción capitalista, en GUERRERO, D. y NIETO, M. (EDS.): Qué enseña la economía marxista. 200 años de Marx, El Viejo Topo, Barcelona, 2018, pág. 129.

{12} Ibid., pág. 133.

{13} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis de la socialdemocracia europea. Eduard Bernstein y las premisas del socialismo democrático, El viejo topo, Barcelona, 2012, pág. 107.

{14} GUSTAFSSON B. op. cit., pág. 202.

{15} GUSTAFSSON B. op. cit., pág. 279.

{16} Véase ROSSELLI, C.: Socialismo liberal, Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 1991, en particular Introducción de Norberto Bobbio, págs. 6 y ss.

{17} Véase SOREL, G.: Las ilusiones del progreso [estudios sobre el porvenir social], Comares, Granada, 2011 y en particular el estudio preliminar de Monereo Pérez, págs. XXI y ss.

{18} Véase GUSTAFSSON B. op. cit., págs. 114 y ss.

{19} Véase ARMESILLA CONDE, S.: Breve historia de la economía, Nowtilus, Madrid, 2019, pág. 273.

{20} MARX, C. y ENGELS, F.: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, Obras escogidas Vol. 1, AKAL, Madrid, 2018, pág. 160.

{21} BERNSTEIN, E.: Karl Marx y la reforma social. El socialismo democrático como fruto maduro del liberalismo, Página Indómita, Barcelona, 2018, pág. 66.

{22} Ibid., pág. 91.

{23} Ibid., pág. 66.

{24} Ibid., pág. 82.

{25} Ibid., pág. 93.

{26} KAUTSKY, C.: La doctrina socialista (respuesta a la crítica de Ed. Bernstein), Maxtor, Valladolid, 2012, pág. 332.

{27} BERNSTEIN, E.: Karl Marx…, op. cit., pág. 96.

{28} BERNSTEIN, E.: El socialismo evolucionista, Comares, Granada, 2011, pág. 84.

{29} Ibid., pág. 85.

{30} BERNSTEIN, E.: Karl Marx…, op. cit., pág. 116.

{31} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit. pág. 131.

{32} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 80.

{33} Ibid., pág. 82.

{34} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 131.

{35} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 83.

{36} BERNSTEIN, E.: Socialismo democrático, Tecnos, Madrid, 1990, pág. 94.

{37} Véase GUSTAFSSON B. op. cit., pág. 132.

{38} BERNSTEIN, E.: NZ, vol. 16 (1897/98), pág. 553 citado por citado por GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 132.

{39} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 123.

{40} BERNSTEIN, E.: Socialismo…, op. cit., pág. 117.

{41} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 113.

{42} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 124.

{43} BERNSTEIN, E.: Die Zusammenbruchstheorie und die Kolonialpolitik, NZ, vol. 16 (1897/98), pág. 555 citado por GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 134.

{44} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 54.

{45} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 124.

{46} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 224.

{47} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 87.

{48} BOBBIO, N.: Teoría general de la política, Trotta, Madrid, 2003, pág. 391.

{49} MÁRQUEZ HIDALGO, F.: Los sucesores de Pablo Iglesias. Largo Caballero, Besteiro y Prieto. Tres socialistas muy diferentes, Biblioteca Nueva, Madrid, 2011, pág. 42.

{50} Ibid., pág. 122.

{51} Ibid., pág. 125

{52} MIRALLES, R.: Indalecio Prieto y el movimiento socialista. Reforma, revolución y reconciliación nacional, Tecnos, Madrid, 2021, pág. 351.

{53} MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 228.

{54} Véase Zapatero, V.: PSOE (12 de noviembre de 2012), Grandes figuras del socialismo español: Fernando de los Ríos [Archivo de Vídeo]. Youtube. https://youtube.com/watch?v=YUn84VcLLT4

{55} DÍAZ, E.: Estado de Derecho y sociedad democrática, Taurus, Madrid, 1998, pág. 42.

{56} Ibid., pág. 52.

{57} Ibid., pág. 132.

{58} Ibid., pág. 136.

{59} Ibid., pág. 177.

{60} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 70.

{61} Ibid., pág. 79.

{62} Ibid., pág. 85.

{63} BERNSTEIN, E.: Karl Marx…, op. cit., pág. 116.

{64} ENGELS, F. en el prefacio de a la primera edición alemana de  MARX, C.: Miseria de la filosofía. Respuesta a la filosofía de la miseria de P.-J. Proudhon, siglo veintiuno, México, 1987, págs. 170 y 171.

{65} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 111.

{66} BERNSTEIN, E.: Socialismo…, op. cit., págs. 60 y 62.

{67} Ibid. págs. 43 y 46.

{68} GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 136.

{69} BERNSTEIN, E.: Socialismo…, op. cit., pág. 43.

{70} RUÍZ MIGUEL, A.: La socialdemocracia, en VV.AA.: Historia de la teoría política 4, Alianza Editorial, Madrid, 1992, pág. 224.

{71} BERNSTEIN, E.: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Siglo veintiuno, México, 1982, pág. 132.

{72} ABELLÁN, J. en el estudio preliminar de BERNSTEIN, E.: Socialismo…, op. cit., pág. 23.

{73} BERNSTEIN, E.: Las premisas…, op. cit., pág. 140.

{74} BERNSTEIN, E.: Karl Marx…, op. cit., pág. 115.

{75} Véase BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., en particular el estudio preliminar de Joaquín Abellán, págs. XXIV y ss.

{76} LANGE, F.: Die Arbeiterfrage, Winterthur, 1879, pág. 349 citado por GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 140.

{77} COHEN, H.: Einleitung mit kritischen Nachtrag, Leipzig, 1896, pág. 26 citado por GUSTAFSSON, B. op. cit., pág. 139.

{78} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág.7.

{79} Ibid. pág. 9

{80} BERNSTEIN, E.: Socialismo…, op. cit., pág. 91.

{81} Véase GUSTAFSSON, B. op. cit., págs. 147 y ss.

{82} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 23.

{83} Véase  MONEREO PÉREZ, J.: La crisis…, op. cit., pág. 148.

{84} MARX, C. y ENGELS, F.: Manifiesto Comunista, Alianza editorial, Madrid, 2017, pág. 52.

{85} MARX, C.: Crítica al programa de Gotha en Escritos sobre materialismo histórico, Alianza editorial, Madrid 2018, pág. 211.

{86} Ibid., pág. 232.

{87} ENGELS, F.: Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Fundación Federico Engels, Madrid, 2014, pág. 376.

{88} LENIN, V.: El Estado y la revolución, Alianza editorial, Madrid, 2017, pág. 161.

{89} Ibid., pág. 164.

{90} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 121.

{91} Ibid., pág. 122.

{92} Ibidem.

{93} Ibidem.

{94} Ibidem.

{95} Ibid., pág. 129.

{96} Ibid., pág. 128.

{97} Ibid., pág. 133.

{98} Ibid., pág.135.

{99} Véase BUENO, G.: El mito de la izquierda, Pentalfa, Oviedo, 2021, pág. 110.

{100} Véase DÍAZ, E.: Estado…, op. cit., pág. 68 y ss.

{101} BUENO, G. op. cit., pág. 182.

{102} Véase  DÍAZ, E.: Estado…, op. cit., pág. 44.

{103} BERNSTEIN, E.: El socialismo…, op. cit., pág. 137.

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