El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 196 · julio-septiembre 2021 · página 11
Artículos

La teoría cromosómica de la herencia

José Alsina Calvés

Una peligrosa doctrina fascista

motivo

Reconozco que, en ocasiones, había hecho broma al respecto. Llevando las cosas al extremo y en tono jocoso, había afirmado en alguna conversación que algún día la teoría cromosómica de la herencia seria declarada “anatema” por chocar frontalmente con esa cosa delirante llamada “ideología de género”.

Es cierto que ya ha habíamos visto a un profesor de filosofía ser expedientado por sus afirmaciones sobre la homosexualidad (afirmaciones discutibles, pero, en ningún caso punibles). También habíamos visto, en Barcelona, a un profesor de historia expedientado por que su versión de la historia no coincidía con la versión oficial del separatismo en el poder (por cierto, durante la aplicación del 155 y, por tanto, bajo la responsabilidad del ministro Méndez Vigo, del PP). Pero pensábamos que esto nunca ocurriría en una disciplina científica.

Ya ha ocurrido. José Luis Barrón López, profesor de biología y geología del IES Complutense de Alcalá de Henares, ha sido expedientado y suspendido de empleo por la directora del centro y por la inspectora… por explicar a sus alumnos de primero de ESO la teoría cromosómica de la herencia. Hay que advertir que los directores de centros públicos se han convertido en estos últimos años (y en parte gracias a la ley Wert), no solamente en jefes de personal, sino en auténticos comisarios políticos, que se atreven impunemente a pisotear la libertad de cátedra y decirle al docente lo que puede y lo que no puede enseñar. Los inspectores, salvo honrosas excepciones, son unos seres abyectos que han huido de la tiza para hacer carrera en la administración.

Al citado profesor se le asigna una asignatura (¿) llamada “educación sexual” (¿Cómo se puede hablar de educación sexual cuando se niega la existencia de sexos?). Nuestro hombre advierte que los “apuntes” que le han facilitado contradicen la biología más básica, y en ejercicio de su libertad de cátedra prescinde de ellos. Algunos alumnos, o sus familias se quejan (la biología les ofende), y la dirección, con el apoyo de la inspección, proceden al expediente.

En la historia de la educación española, la defensa de la libertad de cátedra siempre había sido una reavivación progresista. De hecho, fue esta reivindicación la que llevó a muchos profesores de universidad y de instituto, en el siglo XIX, (los krausistas inicialmente, pero también otros que no eran krausistas), a rebelarse contra el decreto del ministro Orovio y a fundar la Institución Libre de Enseñanza. Hoy día, cualquiera que reivindique (o que ejerza) la libertad de cátedra en un centro público es catalogado de reaccionario y de fascista por la nueva inquisición. A lo mejor los krausistas engañaron a todo el mundo, y no eran más que unos criptofascistas.

Pero vamos a ver: ¿qué dice esta peligrosa teoría cromosómica de la herencia que hay que desterrar, pues contradice los delirantes dogmas del lobby LGTBY no sé cuántas letras más? Vamos a verlo.

La genética, ciencia de la herencia biológica, nace a finales del siglo XIX, de la mano de Gregorio Mendel, un monje agustino (¡la Iglesia Católica siempre contra la ciencia!), profesor de ciencias naturales en el Instituto de Brünn, localidad que hoy día es checa, pero que entonces pertenecía al Imperio Austro-Húngaro. Mendel desarrolló una nueva hipótesis (posteriormente llamada “hipótesis del gen”) según la cual, cada carácter biológico se heredaba de padres a hijos por una partícula material. En la década de los sesenta realizó una serie de experimentos de hibridación con el guisante común (Pisum sativum) que vinieron a confirmar su hipótesis y a deducir las famosas “leyes de Mendel”.

Al ser Mendel un personaje periférico en la comunidad científica, sus descubrimientos cayeron en el olvido. Unos diez años más tarde, el botánico holandés Hugo de Vries redescubrió los trabajos de Mendel, y los divulgo en su obra Pangénesis intracelular, publicado en 1889.

Mendel había trabajado con un único organismo, pero había supuesto que sus descubrimientos eran válidos para todos los seres vivos. A partir del año 1910 un grupo de investigadores norteamericanos, dirigido por Thomas H. Morgan (primero en la universidad de Columbia y después en la de Pasadena), empezaron a trabajar sobre los fundamentos materiales de la herencia, con un nuevo material, la mosca del vinagre Drosophila melanogaster{1}. Estos investigadores revalidaron las dos primeras leyes de Mendel (uniformidad de los híbridos y segregación), pero advirtieron que las partículas materiales (genes) de Mendel no se heredaban de forma independiente (tercera ley) sino en unos paquetes llamados “grupos de ligamiento”. El número de estos paquetes coincidía con el número de unas estructuras observadas en el núcleo de la célula: los cromosomas. Así nació la teoría cromosómica de la herencia.

En el caso de la biología humana, que es la que nos interesa, nos dice que en las células humanas encontramos 46 cromosomas, dispuestos en parejas, los llamados cromosomas homólogos. Los miembros de cada pareja son iguales en forma y tamaño, y llevan los mismos genes (aunque pueden ser portadores de variedades distintas llamadas alelos), y proceden uno del padre y otro de la madre. Pero hay una pareja de cromosomas, los llamados heterocromosomas, que determinan el sexo del individuo: en la mujer son los dos iguales XX, en el hombre son distintos XY. Todos los gametos femeninos, óvulos, son portadores del cromosoma X; el 50% de los gametos masculinos, espermatozoides, son portadores de X, el otro 50% de Y. Cuando el zigoto, la célula que resulta de la fusión de los gametos, recibe XX se desarrollará dando lugar a una mujer; cuando recibe XY lo hará dando lugar a un hombre.

La combinación cromosómica, el sexo genético, determinará, durante el desarrollo embrionario, al sexo gonádico, es decir, la diferenciación de ovarios y testículos. Estas glándulas no solamente producen gametos, sino también hormonas sexuales: testosterona en los hombres, progesterona y estrógenos en las mujeres. Es lo que llamamos sexo hormonal. A su vez estas hormonas determinaran el desarrollo de los aparatos reproductores y de los caracteres sexuales secundarios.

En las operaciones de “cambio de sexo” (“transito” en la demencial palabrería LGTBY no sé cuántas letras más) se altera quirúrgicamente el aspecto de los órganos reproductores, y se somete al sujeto a un tratamiento hormonal. Pero como no se altera ni el sexo genético ni el gonádico, el tratamiento hormonal debe ser de por vida. Parece ser que ha sido esta afirmación, totalmente ortodoxa desde los presupuestos de la biología humana la que ha sido “anatema” y ha desencadenado el “auto de fe”.

Pienso que el fenómeno, cualquiera que sea su desenlace, merece una reflexión a dos niveles: filosófico y político. A nivel filosófico confirma nuestra tesis de que el neoliberalismo (pues esto es neoliberalismo y no marxismo) sigue teniendo al individuo como sujeto político, pero este individuo ya no es el mismo que el individuo racional-cartesiano del liberalismo clásico. En este, como en toda concepción idealista, el pensamiento es lo que conforma la realidad exterior. En el postindividuo neoliberal ya no es el pensamiento, sino el deseo y el sentimiento el que conforma la realidad. Así, si un sujeto humano “se siente mujer” y “desea ser mujer” (aunque tenga cromosomas XY, testículos, pene y barba) “es” automáticamente mujer, y cualquiera que le señale lo absurdo de su pretensión se convierte, automáticamente, en un fascista opresor.

En la misma línea, si el postindividuo decide emigrar, las fronteras, que dificultan (no impiden) la “libre circulación de personas” se convierten en estructuras fascistas. Si un conjunto de postindividuos deciden autodeterminarse para formar la “Republica catalana” no solamente el Estado español se convierte en fascista, sino que también son fascistas los catalanes que no están por la labor.

Visto así, la teoría cromosómica de la herencia se convierte en fascista, pues señala la imposibilidad de cambiar el sexo genético y gonádico, en contra del “deseo” y del “sentimiento” de los LGTBY no sé cuántas letras más.

A nivel político es interesante señalar que esto ocurre en la Comunidad de Madrid, gobernada por Ayuso, la gran esperanza blanca de la derechona liberal. En esta comunidad sigue vigente la ley LGTBY… promulgada bajo el gobierno de Cristina Cifuentes, del Partido Popular. Tampoco debe extrañarnos mucho, pues en la campaña electoral vimos banderas arcoíris y transexuales en los mítines de Ayuso. Debe ser por aquello de “comunismo o libertad”.

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{1} Ver mi libro Humanos a la carta y genes privatizados: una reflexión crítica sobre las nuevas biotecnologías. Tarragona, Ediciones Fides, 2016, pp. 97-99.

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