El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 196 · julio-septiembre 2021 · página 6
La Buhardilla

Doblez y realidad

Fernando Rodríguez Genovés

Sobre la «concepción confusa» de la doblez o la ilusión de ser uno mismo y otro, a la vez

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El fenómeno que expongo en las páginas que siguen puede identificarse, a falta de más feliz denominación, como el caso del «asiento no reservado». Remite a una anécdota ocurrida hace bastantes años, cuando todavía asistía a reuniones académicas. En una especie de simposio o congreso, uno de los ponentes de la mesa redonda había tomado la palabra y no la soltaba, actitud que les sonará familiar a quienes hayan conocido de primera mano eventos de esta índole. El orador había sido interpelado por uno de los asistentes al acto, quien estaba recibiendo una larga respuesta para parte de aquél. Abstraído en su discurso no advirtió que el interpelante había decidido ausentarse del foro –cuyo motivo desconozco, aunque sí puedo barruntar. Dejado así el asiento libre, fue ocupado de inmediato por otro de los presentes, quien esperando de pie en el pasillo lateral una butaca donde sentarse, halló en ese momento la ocasión propicia. Sin percatarse de tal circunstancia, el conferenciante continuaba su réplica como si nada hubiese acontecido en torno suyo. Llegado a cierto punto su alegato, concentró la mirada en el lugar de donde había provenido la interpelación y señalando con el dedo a quien allí estaba acomodado, espetó muy retórico: «¿Contesto con esto a su pregunta?» El interrogado de ocasión, mostrando perplejidad, miraba a su alrededor como pidiendo a la concurrencia una explicación al requerimiento público que encajaba, y exclamó pocos segundos después: «¿Es a mí? Pero si yo no le he preguntado nada…»

Rememoro a menudo este hecho, que me suscitan incesantes situaciones  percibidas personalmente o leídas en no menos incontables sitios; muy en especial en estos tiempos tan alterados. El fenómeno al que aludo tiene visos de síndrome, de indicio de realidad tornado sintomático y muy generalizado, que gira y gira en nuestros temblorosos rotatorios días.

Consiste, básicamente, en una pauta tramposa: emplear los mismos significantes para referirse a significados que han cambiado de fundamento, de asiento, de bando, de chaqueta, de coordenada espacio-temporal, aunque sigan siendo aludidos por los mismos nombres y descritos de igual manera a como lo que eran (o estaban) anteriormente, y han dejado de ser (y estar), ocupando otro su lugar. Fenómeno, en fin, que sigue la pista y la larga sombra de las vicisitudes del otro y del doble.

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Este error referencial y situacional, fenomenal y garrafal, sólo en contadas ocasiones es fruto de la ignorancia y la desorientación de las personas, que no son pocas. Pero, en la mayor parte de los casos la transferencia se antoja intencional, procurando nada menos que confundir y despistar al público (conjunto espeso antes conocido como «sociedad civil»), y pescar en el río revuelto de las palabras escamadas, a ver si pican. He aquí un patente acto de doblez, de actuar con segundas: llamada que convoca lo distinto, «malicia en la manera de obrar» (RAE), queriendo dar a entender lo contrario de lo que se dice.

Una clásica permuta entre apariencia y realidad, expuesta ya por Platón en la célebre escenificación del Mito de la Caverna. Lo que el filósofo de la Academia fijaba como sombras al fondo de la cueva, hoy adopta la forma de reflejos en la pantalla del ordenador y de los dispositivos móviles. Para la conciencia contemporánea, desgraciadamente maltrecha, estas imágenes y sonidos de rebote constituyen su realidad (en sustitución de objetos y hechos objetivos), en ella conviven y en ella los encadenados articulan el lenguaje de las sombras en su existencia cavernosa, ese mundo ilusorio, país de las maravillas, en el que se penetra a través del espejo.

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El filósofo francés Clément Rosset llevó a cabo un análisis impecable del asunto en el ensayo Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión (1993), a mi parecer, no superado hasta ahora en rigor y precisión expositiva. Rosset comienza, desde la primera frase del libro, por situar la cuestión en sus justos términos: «Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real.» Hasta el punto que «lo real no se admite sino bajo ciertas condiciones y sólo hasta cierto punto: si abusa y se muestra desagradable, se suspende la tolerancia.» Aceptar las cosas según se nos antoje y plazca ha adquirido el rango de actitud normal y nada extraordinaria, mientras situarse en la posición contraria (la racionalidad, la veracidad, la objetividad) conduce irremediablemente a exclusión y segregación social, a ser fichado con membrete oficial como sujeto peligroso. Y eso es lo que nos pasa.

Por lo común, la realidad no se niega de manera radical y rotunda, a las claras, porque hay que guardar las apariencias… A medida que han avanzado en refinamiento y complejidad, los modos de expresar las creencias vigentes, las excusas y la manera de evadirse de lo real resultan más variados. Aunque permanezca un elemento común: la ilusión. Mediante el recurso a la ilusión, la realidad no se rechaza sino que desplaza, se la coloca en otro lugar. O bien es el perceptor quien se cambia de sitio o de asiento a fin de obtener distintas perspectivas y aceptar la más gratificante, según el momento y la circunstancia. La base del relativismo, verbigracia, no se sostiene en otra muleta que ésta.

Constatada «la profunda conexión que une la ilusión a la duplicación, al Doble» –así como que más confusa dolencia que la ceguera es el ver doble y la doblez que la esquizofrenia–, Rosset caracteriza con fina precisión el (sin)sentido de dicha «concepción confusa»: la ilusión de ser uno mismo y otro. La repercusión de tamaña impostura tiene consecuencias individuales y de conjunto, como puede percibirse en la apoteosis social de la empatía y el cómodo avance del altermundismo (también conocido con la etiqueta «Nuevo Orden Mundial»), del «transhumanismo» en sus variados géneros y del colectivismo en la conciencia desgraciada de la congregación mundial.

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Llamo la atención sobre una anormalidad generalizada, elevada a la máxima potencia, de un suceso global, en fin, con efectos contagiosos (totalitarismo pandémico); y que afecta, a menudo, a nociones genéricas y de amplio espectro, como puedan ser «capitalismo», «sociedad», «legalidad», «verdad», «igualdad».

No cabe, por tanto, en esta ocasión, reunir a todos los sospechosos, por ser este espacio limitado, a pesar de tratarse de un caso común, que invitaría a una «causa general». Y el caso es hablar y actuar como si no pasara el tiempo, como si nada hubiera cambiado, como si todo fuese igual de normal que antes, como si lo que vale para uno, vale lo mismo para el otro. A esto nos ha llevado decenios de dominio mental de la barra libre y la negación de las diferencias, el perder la costumbre de reservar mesa y asiento en establecimientos y eventos (siendo sustituidos por la administrativa fórmula de «cita previa» y situados según protocolos de locos), porque, se dirá, donde comen dos, comen tres, y el que se fue a Sevilla perdió su silla. Acaso sean convocados muchos de ellos a declarar en el banquillo de los acusados en sucesivos procesos, según aconseje el buen juicio y la recta disposición del ánimo del espíritu crítico. Concentrémonos ahora, pues, en algunos pocos casos.

He oído y leído cosas que no creeríais, aunque la mayoría del personal se las cree a pie juntillas. Se habla y escribe de «minorías», al margen de las matemáticas y la lógica formal, del género, el lugar o el motivo, porque manda la ideología, la propaganda, los intereses creados y la doblez, hoy más que ayer pero menos que mañana. ¿A qué responde el concepto «minoría»? La proporción de hombres y mujeres es, en la actualidad, prácticamente semejante y las personas de raza negra suman más miembros que los de otras razas en África y en bastantes lugares de América, de norte a sur. Si piensa que los mormones también forman una comunidad confesional esencialmente minoritaria, vaya usted una temporada a Salt Lake City (Utah, EE.UU). ¿Que los homosexuales y compañía conforman una Gran Parada minoritaria? Pásese por San Francisco o frecuente determinadas zonas urbanas de cualquier ciudad del mundo o repare en ciertas profesiones y oficios, y me cuenta.

De un tópico se pasa a otro de un saltito, como en el tradicional juego infantil de la rayuela. Las «minorías sociales» (concepto más ideológico que factual) invitan a la causa que anima a los movimientos en pro de los «derechos sociales», no importa que los afectados de antes sean los dominadores de hoy. Mas, establecido el patrón, dispone el estándar dominante la distribución de papeles y asientos, y donde antes mandaba capitán, hoy manda marinero. Y donde uno veía una fisura, otros ven brechas. Los ciudadanos de clase media, los heterosexuales y los individuos de raza blanca no son minoría, pero han visto mermados los derechos sociales, porque se dice que ya han tenido su oportunidad histórica… Ahora se impone el cambio de turno, el cambio de pareja, la vuelta de la tortilla y el quítate tú para ponerme yo.

Que si los «ricos» y que si los «pobres». Ha llegado el momento en que un «pobre» con «Renta Básica», subvención y protección oficial vive más holgadamente que un empresario sólo subvencionado. A la sombra del Impuesto de Sucesiones y Donaciones, los privilegiados ya no son los herederos, sino los desheredados de la Tierra.

Se dice que las «multinacionales», los bancos y el gran capital se enseñorean por el mundo emulando la autoridad y el poderío del Gran Capitán. No se dice que a marchas forzadas, emulando la carrera del siglo, esos potentados han cedido su asiento a otros (los gestores), quienes, buscando acomodo en las primera filas para estar cerca el poder de los Gobiernos, se suman al Gran Reseteo, al Nuevo Orden Mundial, a la Agenda 2030 –y al 2001, una odisea en el espacio–, al tiempo que adoptan el Over the Rainbow como sintonía y banderín publicitario. Hasta piensan. Y nada menos piensan que el capitalismo hay que «repensarlo»… Mientras tanto, a efectos de propaganda y doctrina, como intranscendente ilusión, los «capitalistas» siguen sentados en las poltronas reservadas a los opresores; son y serán los eternos enemigos de la clase obrera que frenan el Progreso, la Solidaridad y esas cosas. Señalados allí con el dedo acusador de la Conciencia Colectiva y la Voluntad General son culpados –como antes, como siempre, mientras funcione la trama trampa– de todos los males de Universo. «¿Es a mí? Pero si yo no he hecho nada políticamente incorrecto y, además, soy uno de los vuestros...» Esto afirman los más sinceros o desinhibidos; el resto es silencio.

Las soflamas de los movimientos progresistas de la posmodernidad denuncian sin parar la «brutalidad policial», apuntando a las filas del lugar global que venían ocupando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (a diferencia, por cierto, de los conservadores, quienes los alaban y aplauden, incondicionalmente…). Este supuesto soporte armado –según el dogma antisistema largo tiempo amartillado, de los intereses-del-neoliberalismo-salvaje–, continúa siendo sinónimo de Represión, pero sólo en el plano propagandístico, no en la realidad doblada por el Credo Dominante. Desde hace tiempo, han cambiado de asiento y reclinatorio, muy especialmente a partir de la eclosión del covidismo. Las Fuerzas del (nuevo) Orden, reprimen con dureza las infracciones y los incumplimientos de la Ordenanza de la globalista Gobernanza que nos traerá la Bonanza, pero no están ni se les espera cuando actúan los Antifa contra un ilusorio fascismo (o los eternos desheredados okupan las viviendas de los propietarios, etcétera). La ocupación del Capitolio, en plena campaña de antiTrump, por parte de grupos de choque Antifa disfrazados de tribus salvajes con banderas USA, no sólo no fue frenada por el dispositivo policial encargado de la seguridad del sagrado recinto, sino que trataron a los atacantes como visitantes en grupo y turistas de viaje cultural en Washington. En el supuesto de ser recriminados por BLM y compañía, simplemente, responden según el reglamento del momento: rodilla en tierra ante los ídolos de la nuestra era.

América… En fin, América no deja de constituir el chivo expiatorio por antisistema y el Hombre del Saco por antonomasia, ocurra lo que ocurra y mande quien mande, en la Casa Blanca y en la realidad. No importa que, hace mucho tiempo, Estados Unidos haya dejado de ser América, lo mismo que el capitalismo, el FBI, la CIA y demás Grandes Relatos de la Posmodernidad ya no sean lo que el Gran Relato decían que eran. Permanecen ad infinitum sentados en el trono de los juegos reunidos como el Rey de Bastos y el payaso que recibe las bofetadas. A un amplio número de estadounidenses tampoco esto parece importar. Porque, como es sabido, son como niños, no saben geografía, sólo hablan inglés y comen hamburguesas.

Bajo el totalitarismo pandémico en la era de la globalización, la realidad no remite a fiables estadísticas ni a valores cuantitativos, sino a infames estratégicas y a «saltos cualitativos».

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América… Alexis de Tocqueville escribió un notable ensayo clásico, justamente, sobre La democracia en América (1835). En esa obra esencial, que trasciende las fronteras nacionales para adquirir relevancia universal, el autor previene acerca de los peligros de la tiranía de las mayorías, que llegan a herir de muerte el valor de la democracia, así como rebaja las esperanzas que hayan podido ponerse en ella como constructo civilizatorio. «Relevancia universal» no significa también «eterna» o «intemporal». Acaso Tocqueville, limitado necesariamente a la perspectiva histórica en que vive y escribe, no pudo percibir una particular corrupción de dicha categoría: su derivación indirecta (o tal vez transformación interna) en la tiranía de las minorías, fenómeno dominante en las maltrechas democracias contemporáneas y posmodernas –algunos de sus mejores lectores, como, por ejemplo, Isaiah Berlin, sí tuvo tiempo para advertirse de ello. Lo cual demuestra que los enemigos de la libertad no son determinados Gobiernos ni determinados instrumentos de Poder, sino el Gobierno y el Poder en sí mismos, en sus distintas variantes de actuación.

Ocurre que es un hecho patente la facilidad con la que los aparatos de Propaganda y la manipulación dirigida por los gestores del saber son capaces de persuadir a la población, haciendo que las categorías y los fenómenos que ayer distinguía por sus denominaciones, hoy las confunde y entrelaza por la misma razón.

Para que la masa se fanatice hasta llegar a acariciar la barbarie, no es preciso convencerla de que haga el Mal: basta con que al Mal se le llame «Bien» y al Bien, «Mal»; a lo incorrecto, «correcto», y al revés; y así sucesivamente. Que, en suma, lo que se tenía por ley de las mayorías, hoy actúa como regla de (seleccionadas) minorías. Parece lo mismo, aunque no lo sea. Porque a la muchedumbre poco le interesa lo real. Prefiere cuidar las apariencias y hacerse ilusiones, apostando la realidad a la carta de la doblez, como quien juega a doble o nada.

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