El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 2
Artículos

Contra el oxígeno de Atapuerca

Héctor Enrique González

Intervención en la disputa sobre el hiperrealismo de la Teoría del cierre categorial

motivo

Saber si el hombre de Atapuerca respiraba oxígeno hace casi un millón de años es una cuestión pertinente, aunque aparezca formulada como una extravagancia. Solo hay que recorrer superficialmente sus implicaciones dentro de la ontología materialista para entender que no se trata de una de las ocurrencias con que nos castigan a diario los programas doctrinales de las redes sociales. En una de ellas encontré hace tiempo una invitación a pensar si es «ético referirse con un pronombre de género equivocado a un ángel del que ya se ha confirmado su sexo». Al contrario que esta majadería, lo de Atapuerca y el oxígeno es un problema planteado sobre términos que no están en absoluto vacíos. Además, es una cuestión aún en disputa dentro del materialismo, como lo demuestra el debate que tuvo lugar hace unos meses en Nódulotv durante el programa titulado «Disputa por el realismo materialista - Hiperrealismo: entre ontología y filosofía de la ciencia», presentado por Joseba Pascual y con las intervenciones de David Alvargonzález, Carlos Madrid, Íñigo Ongay y Lino Camprubí, en el que se evidenció que la pregunta es una piedra en el engranaje entre la ontología materialista y el sentido común. Efectivamente, no hay mucha gente que se atreva a negar que los hombres prehistóricos respiraban oxígeno, pero observando el asunto desde el punto de vista de la ciencia química, un hombre prehistórico o medieval no respiraba oxígeno si había que esperar hasta el siglo XVIII para que este elemento fuera constituido como tal en el laboratorio de Lavoisier.

Disputa por el realismo materialista - Hiperrealismo: entre ontología y filosofía de la ciencia (2h 23m)

Joseba Pascual, David Alvargonzález, Carlos Madrid, Íñigo Ongay y Lino Camprubí ❦ 18 de junio de 2020

La Teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno no concibe el descubrimiento científico como un descubrir, si entendemos descubrir como apartar lo que cubre la cosa. Una ciencia no puede «descubrir» nada si no es a través de un aparataje técnico o tecnológico del cual surge lo «descubierto» como un elemento producido en su proceso y cubierto por una estructura de herramientas y aparatos denominada contexto determinante{1}. Cuando hablamos de moléculas solo podemos referirnos a construcciones en el mundo antrópico, es decir, la parte del mundo que las ciencias han podido filtrar e incorporar a estructuras conocidas. Hasta 1776 solo existían los fenómenos provocados por ciertos componentes incomprensibles del mundo anantrópico que aún no podían merecer el nombre de oxígeno. Si pudiéramos viajar en el tiempo hasta el Paleolítico para analizar el aire, obtendríamos las moléculas de oxígeno, pero sería así porque habríamos llevado un conjunto de aparatos y una serie de datos propios de la ciencia química como listas de elementos, pesos atómicos, puntos de ebullición y otras propiedades, sin los que tampoco podría existir el oxígeno, y esto se puede entender de una forma análoga a como no existe tampoco el color verde sin una persona que descifre las ondas electromagnéticas con sus ojos y su cerebro. Es necesario insistir en el constructivismo. Las ciencias obtienen verdades, pero son franjas de verdades{2} que se superponen al originarse en la ejecución de diferentes intervenciones sobre los cuerpos. Solo tiene sentido un elemento químico a través de la consolidación de estas superposiciones, que no dejan intactas las cosas del mundo, como haría una descripción, sino que las intervienen. Afirmar que el oxígeno era contemporáneo del Homo antecessor contradice esta idea de ciencia porque implica que la química no constituyó el oxígeno, sino que simplemente le quitó la cobertura que nos impedía verlo.

Al género de juegos de anacronía científica también pertenece el conocido caso de la muerte de Ramsés II por tuberculosis, enfermedad de la que no pudo morir porque Koch no descubrió su bacilo hasta 1882, un caso incorporado también al debate de Nódulotv y analizado por Bruno Latour desde planteamientos sociológicos. Con Ramsés, la situación quizá sería diferente si hubiera muerto en combate en alguna de las numerosas campañas militares que emprendió. A diferencia de la tuberculosis, el tratamiento médico de las heridas y los traumatismos se conocía en el antiguo Egipto. Así lo sabemos por el Papiro de Edwin Smith del 1600 a.C., posiblemente el tratado de medicina quirúrgica más antiguo de la historia. Los egipcios, obviamente, sabían que un golpe podía matar a un hombre o a un animal, si no fuera así, no habrían conocido las instituciones militares. Las esencias científicas de estas dolencias eran desconocidas, pero sus fenómenos eran percibidos y un médico podía actuar con efectividad dependiendo de la capacidad que tuvieran los fenómenos para servirle de guía, aunque no estuvieran envueltos por un cierre científico o tecnológico. De la misma manera, una manzana oxidada en una naturaleza muerta barroca es un fenómeno que apareció ante el pintor muchos años antes de que el oxígeno fuera conducido a sus contextos determinantes.

Por otro lado, existen otras esencias científicas ajenas al hombre prehistórico cuyos fenómenos también le son ajenos. Las composiciones de los cuerpos físicos que conducen al Teorema de Pitágoras no existían muy probablemente antes de la civilización egipcia o babilónica. Es absurdo decir que el teorema de Pitágoras existiera antes de su descubrimiento en el siglo VI a.C., pero ni siquiera los cuerpos que sirvieron de guía en su construcción pudieron darse en la prehistoria. Las formas triangulares y otros dibujos geométricos que aparecen en el arte parietal no se representaron con la intención de explorar sus propiedades, como puedan ser las relaciones de igualdad y proporción entre lados o ángulos.

La trasposición de las esencias científicas al pasado es un procedimiento inevitable porque constituye una fase fundamental en la construcción de modelos y su alcance no puede prolongarse sino dentro de la duración de los fenómenos. Pero su duración puede haber quedado interrumpida en algún momento del tiempo dejando solamente sus vestigios para el presente. Un fenómeno como un fósil puede ser, al mismo tiempo, la reliquia de otro fenómeno desaparecido sobre el que alguna vez habría existido la posibilidad de obtener esencias de un ser vivo. Acerca de la reconstrucción del pasado, Bueno llega a la siguiente conclusión en «Reliquias y relatos»{3}:

Reliquias y relatos se presuponen mutuamente, y no podríamos formar el concepto de unas al margen de las otras. Toda la Historia científica se basa, según esto, en la «tecnología» (lingüística) del relato –del «mito»–, y del relato mediado precisamente por las reliquias. El pasado histórico es, literalmente, el contenido de ese mito (un contenido mitemático), la prolongación ideal y recurrente de la estructura del presente anómalo, y no una «dimensión globalmente anudada (en virtud de una «Intuición o sentido histórico») a un presente, también globalmente considerado. El «pasado» es, así, un concepto regresivo a partir, no del presente, sino de unas partes de este presente hacia otras partes del mismo presente.

El reconocimiento de la reliquia en el relato es una situación análoga al reconocimiento de un fósil presente en un fenómeno también presente, como si el fenómeno contemporáneo contara la historia de un objeto que responde a las señas del fósil encontrado. La trasposición de una esencia no sería un viaje al pasado, sino al presente, igual que viaja al presente para confirmar que respiro oxígeno en este momento, trasponiéndose en el aire de mi casa sin necesidad de montar un contexto determinante. A partir de aquí parece posible la descripción del mecanismo que permite este abuso de las construcciones antrópicas. Y será especialmente interesante su aplicación a la paleontología, que es precisamente la ciencia capaz de unir al Homo antecessor con los elementos químicos.

Ante un conjunto de huesos dispersos sobre una mesa, solo se puede hablar de un hombre por efecto de una metonimia, como resultado de la construcción de modelos prototípicos de alguna especie del género homo. Las producciones paleontológicas y paleobiológicas afirman la persistencia de la idea de hombre, en cuyo interior se van reuniendo las reconstrucciones de cráneos y costillas prehistóricas articulables en forma de cajas torácicas a las que pueden conectarse sinalógicamente las series de tráqueas, bronquios o pulmones que desembocan en los órganos de los hombres contemporáneos. Estas operaciones conforman un proceso de totalización sobre un entramado de relaciones isológicas y sinalógicas, conectando partes de individuos hasta formar una clase. Entre las especies de homo, así como entre sus pulmones y los que se van sucediendo durante miles de años hasta llegar a los nuestros hay nexos que quedaron rotos a nivel corpóreo, pero que ya no son separables una vez reconstruidos. Los órganos y la carne ausentes vuelven a aparecer conectados a los restos esparcidos para completar la identificación del homínido.

Al afirmar que las moléculas de oxígeno entraban en sus pulmones o circulaban por su sangre, se pone metonímicamente un elemento de nuestro mundo antrópico al lado de aquel aire o aquella sangre perdida. En rigor, cuando se hace referencia al oxígeno en épocas remotas no se hace referencia a la molécula, sino a otros elementos que sí existían, como cráneos, costillas, cauces de ríos, restos de plantas, elementos que hoy perduran y se conectan y relacionan por el oxígeno. Este proceso metonímico es un reconocimiento a los fenómenos que permanecían sueltos, a los que se les agracia con una conexión con las esencias. Solo así parece posible engranar partes de aquel mundo anantrópico con las del mundo antrópico actual. Cuanto mayor sea el número y la fuerza de las conexiones que sostienen a las partes, tanto más enérgicas serán las exigencias de los vacíos. Pero las conexiones resultarán imposibles sin los elementos que rodean esos vacíos. Como queda dicho, el color verde exige una conexión con un ser vivo provisto de ojos y cerebro, pero esa exigencia fracasa al entrar en el Precámbrico, en el que están ausentes las partes del mundo que apuntan a la existencia del color. En cambio, la extrapolación de las radiaciones solares tendrá éxito en función de los compromisos que establezcan con ellas los restos fósiles y los indicios geológicos. En este mismo período, las bacterias que formaron estromatolitos capturaron el dióxido de carbono para formar láminas de carbono liberando el oxígeno y propiciando así una atmósfera favorable para el desarrollo de la vida compleja. La identificación del carbono del que están formadas esas láminas exige una vía que lo conecte con el oxígeno, si se pretende explorar una explicación de esas formaciones.

La consecuencia de todo lo dicho es que la construcción de los modelos y su expresión metonímica parecen capaces de prolongar el efecto de las verdades armadas en los contextos determinantes, ahora bien, hay que considerar cuándo este procedimiento deja de ser científico y pasa a ser filosófico, metafísico o directamente fabuloso. La idea de que los trilobites veían colores es una idea metafísica o fabulosa si no hay rastros fósiles que permitan pensar que reaccionaban ante ellos. Los ejemplos de las desviaciones metafísicas son especialmente abundantes en la cosmología, como ha advertido Carlos Madrid Casado. El Big Bang no es sino una extrapolación sin una base fenoménica sólida, dado que se apoya en dos marcos incompatibles entre sí, la teoría general de la relatividad y el modelo estándar de la física de partículas{4}. Por el contrario, decir que el Homo antecessor respiraba oxígeno es una afirmación urdida entre fenómenos o entre sus reliquias y tiene un alcance científico y filosófico.

Este procedimiento derrama sobre la materia anantrópica del pasado una cobertura antrópica que no tuvo, pero cuyo molde nosotros sí tenemos. El uso de las conexiones sinalógicas impide interpretarlo como una metáfora o un juego literario para hacer una concesión al sentido común. Y lo más importante, no es una simple suposición de la esencia, sino su verificación y, al mismo tiempo, la delimitación de los alcances de cada uno de esos dos niveles de conocimiento.

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{1} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial 1, Pentalfa Ediciones, Oviedo 1992, págs. 135-138.

{2} Íbid., págs. 164-172.

{3} Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos: construcción del concepto de “historia fenoménica”», El Basilisco, n° 1, 1978, págs. 5-16.

{4} Carlos M. Madrid Casado, Filosofía de la Cosmología. Hombres, teoremas y leyes naturales, Pentalfa Ediciones, Oviedo 2018, pág. 314.

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