El Catoblepas · número 193 · otoño 2020 · página 12

¿Visegrado, espejo para la Iberosfera? ¿O viceversa?
Enrique García Riquelme
Dialéctica de Estados e Imperios en el este y el sur de Europa

(hoc est in Hispania: quam caput Europae, etsi illa triam dignissima est, caput orbis terrarum fateri licet…, decía el humanista romano Lorenzo Valla, medio siglo antes de que existiera América: España, cabeza de Europa, y del orbe terreno en tanto que la más digna de sus tres partes)
En el extremo occidental y oriental de Europa asistimos a la consolidación de dos instituciones geopolíticas muy diferentes. En el oeste la institución de la “Iberosfera” se rearma a ojos vista en España mal que les pese a sus adversarios; en el este eslavo la institución del “Visegrado” es un contrapeso fuerte de la política europea.
Ambas guardan una simetría que, en una táctica de “ataque en tenaza”, podría aplastar la centralidad del eje franco-alemán en Europa e imponer un nuevo equilibrio de fuerzas en el ámbito internacional. Irrumpen como una amenaza real con suficiente fuerza para destruir el ortograma globalista{1} y deshacer los programas de la Europa sublime{2} impuestos desde Bruselas.
Como tales han de ser tenidos en cuenta, porque el futuro nadie lo conoce pero se abre paso en el presente mediante instituciones con suficiente capacidad transformadora socio-política, económica y militar. El pensamiento de coartada y las acusaciones estereotipadas de la Real-Progre-politik y su agitprop mediático en televisión, internet y prensa, no consiguen detener estos procesos de consolidación política. Lo cual demuestra que ambas instituciones son procesos materiales masivos (histórico-políticos, jurídico-estatales, comerciales, industriales, financieros, demográficos y culturales) altamente complejos de la dialéctica entre estados que rigen la secular historia universal{3}.
La Iberosfera resiste desde hace décadas en España pese a los ataques de sus enemigos internos (secesionismo independentista, nacionalismos periféricos, posmodernismo delirante, leyenda negra antiespañola) mientras que el Visegrado avanza imparable desde el extremo oriental, sin que sus detractores consigan entender la razón de su pervivencia o su avance. Ambas instituciones resultan ser temibles precisamente porque no son, como “piensan” (o “piensan de que”) sus adversarios, fenómenos reductibles a fenómenos psiquiátricos (xenofobia, islamofobia, homofobia y otros rasgos de la “personalidad autoritaria” acuñada adhoc por la Escuela “ad maiorem gloria del socialfascismo” de Frankfurt) o ideológicos (euroescepticismo, conservadurismo, ultra-nacionalismo, populismo extremo-derechista) y cualesquiera ismos que pretendan reducir los determinismos histórico-materiales a una batalla de ideas, doctrinas o pensamientos (es decir, a “pensamos de que”).
La iberosfera es un término que, en paralelo al término de anglosfera, recupera con otro nombre la denominación más antigua de la hispanidad o el hispanismo{4}, por lo que podría usarse el neologismo “hispanosfera” como sinónimo perfecto. Correlativo con la Iberofonía, la iberosfera es la comunidad de países, territorios, personas e instituciones, que utilizan el español y el portugués, lenguas internacionales e intercontinentales de origen ibérico.
La idea de iberosfera admite tres modalidades analógicas en atención a su composición geopolítica: 1) La primera iberoesfera puede identificarse con el concepto de Iberoamérica, espacio bicontinental formado por los países americanos y europeos de lengua española y portuguesa. 2) La segunda iberoesfera es una generalización del concepto de lo iberoamericano, y se identifica con el conjunto de todos los países y territorios del mundo de lengua española y portuguesa sin exclusiones geográficas, conformando así un espacio pluricontinental panibérico; incluye a Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial, Macao, Mozambique, la República Árabe Saharaui Democrática, Santo Tomé y Príncipe, Guam y Timor Oriental. Muchos de estos países son miembros de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), o en general la Lusofonía. 3) La tercera iberoesfera corresponde con todos los países del mundo que utilizan las lenguas española y portuguesa de forma no oficial y donde existen además ciertos vínculos históricos-territoriales o culturales con las naciones de lengua española y portuguesa. Incluye a los Estados Unidos y los países con Academias de Lengua Española adscritas a la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y con presencia de lengua española masiva.
Santiago Abascal, el presidente del partido político español Vox, reivindica frecuentemente esta idea para designar un tratamiento político de la hispanidad iberoamericana más cooperativo con la plataforma angloamericana, tanto para contrarrestar la infiltración de corrientes anti-hispanas en Sudamérica como para desactivar el control que el “socialismo del siglo XXI” ejerce en el cono sur. La Iberosfera propuesta por Vox propone, por tanto, la recuperación de una antigua estrategia diplomática española tras la revolución de las Trece Colonias: la de mantener a los Estados Unidos de Norteamérica como aliado de la hispanidad y no como rival suyo. Pese a lo problemático de esta alianza (los hechos históricos mandan), hay que reconocer que los EEUU pueden considerarse tanto cultural como históricamente como parte de la tercera, y hasta de la segunda iberosfera, convicción que favoreció el pronunciamiento de la Corona Española sobre la independencia estadounidense en 1779. Habida cuenta de que dos terceras partes del actual territorio de los EEUU fue civilizado por españoles en sus inicios resulta bastante conforme a la materialidad de los hechos esta propuesta del presidente de Vox, por lo demás una constante de la diplomacia española secular desde 1779, realizada con mayor o menor fortuna, con sus éxitos y sus derrotas, con sus luces y sus sombras, a tenor de las anexiones territoriales que arrancaron en 1820 en La Florida.
En el extremo oriental de Europa encontramos la pujante institución política del Grupo de Visegrado. El Grupo de Visegrado, o V4, es una realidad bastante insignificante y de escaso peso en términos poblacionales, militares o económicos. Entre los 4 países apenas suman 64 millones de habitantes en el conjunto de 446 millones de ciudadanos europeos. La suma de sus respectivos PIB apenas reunen el 5,4% del PIB de la suma total europea. Su inversión en gasto militar es inferior al 5% de la inversión europea. Su única fuerza reside en su número de eurodiputados pues cuenta con 106 eurodiputados de los 645 miembros de la eurocámara, con lo que controla un 16,4% de la eurocámara, lo que supone un importante contrapeso político -y geopolítico- en la inercia de la Europa occidental dentro de la Unión Europea. Se han convertido en un freno y foco de rebeldía política para las iniciativas y proyectos emprendidos desde Bruselas. Ellos mismo no se declaran como “euro-escépticos”, sino como “euro-exigentes” o “euro-dogmaticos” opuestos a las posiciones multiculturalistas y globalistas que Bruselas trata de imponer al conjunto de la UE tanto en lo referente a cuotas de inmigración, como vulneración de la soberanía nacional o la injerencia de la Unión Europea. El V4 critica las pretensiones actuales de la UE como institución supranacional y meta-estatal que interfiere en las decisiones jurídicas, económicas o geo-estratégicas de cada estado miembro. Los estados de Visegrado, incluyendo a Eslovaquia, cifran su alianza en la protección del estado-nación y su identidad histórica frente a la aculturación del modelo liberal occidental, que debilita este estado con agresivas políticas de inmigración (principalmente de área musulmana) y de destrucción del tejido industrial o el auto-abastecimiento energético.
El Grupo Visegrado posee un antecedente honorable en el pacto de Visegrado de 1335, cuando el rey Carlos Roberto de Hungría convocó a una reunión en el palacio de Visegrado (en húngaro “torre alta”) al rey Casimiro III de Polonia y al rey checo Juan I de Bohemia. En aquel entonces, los tres reyes acordaron un pacto de no agresión y colaboración mutua para una mejor relación política y económica. El moderno grupo V4 tuvo su origen en una cumbre de los jefes de Estado y gobierno de Checoslovaquia, Hungría y Polonia el 15 de febrero de 1991: Václav Havel, por parte de Checoslovaquia; Lech Wałęsa, el presidente de la República de Polonia; y József Antall, el primer ministro de la República de Hungría. El encuentro se llevó a cabo 656 años después del organizado por Carlos Roberto de Hungría en la misma ciudad de Visegrado, con el fin de establecer una cooperación entre estos tres Estados (cuatro, con la posterior división de Checoslovaquia en 1993) para acelerar el proceso de integración europea. Con la entrada de estos países en la UE el Grupo de Visegrado se encontró en 2004 con que su objetivo original estaba cumplido, y que tenía que optar entre reinventarse o desaparecer, y eligió la primera opción. Los primeros ministros de los cuatro países volvieron a firmar una declaración conjunta en la que acordaban mantener los proyectos de cooperación entre sí, con la Unión Europea y con terceros países. El Grupo de Visegrado se compone de cuatro miembros desde la división de Checoslovaquia. Los cuatro tienen en común pertenecer a la plataforma eslava, desde su ubicación en Centroeuropa hasta su historia, que se remonta a la reunión real de 1335. La pertenencia a la plataforma eslava es la que confiere unidad e identidad en la diversidad del V4, ya que comparten un pasado histórico común, pese a las notorias diferencias entre sus miembros.
El soporte material que hace posible el sostenimiento del V4 es la pertenencia de todos sus miembros a la plataforma geopolítica eslava. Santiago Armesilla ha expuesto en dos artículos canónicos{5} la importancia y el alcance que posee este modelo de las plataformas geopolíticas en la dialéctica entre estados como motor fundamental de la historia universal, con el estado-nación como unidad básica de su composición.
Esta inserción de los miembros del V4 en la plataforma eslava es la que da cuenta y razón de su unidad, dado que la identidad de estos cuatro estados existe a pesar de su heterogeneidad e incompatibilidad irreconciliable. Su unidad no es armónica, como lo demuestra el hecho de que Rusia no sea un aliado del V4 pese a pertenecer a la misma plataforma geopolítica. La ruptura de los países del V4 con la URSS forma parte de esta composición por oposición que determinó su entrada en la OTAN en 1999 y en la UE en 2004. Sin embargo, la incompatibilidad entre los estados es muy anterior al choque con el ortograma imperial soviético, pues esta incompatibilidad no surge de una polaridad idealista maniquea convertida además en pseudo-categoría histórica (comunismo contra anti-comunismo, capitalismo de mercado contra capitalismo de estado, libertad europea contra despotismo asiático). La incompatibilidad deriva necesariamente de la pluralidad de estados políticos que luchan a muerte entre sí (por el ejemplo el Imperio polaco que invadió el imperio ruso en la guerra polaco-moscovita, 1605-1618, lo cual no ha vuelto a conseguir nadie, ni Napoleón ni Hitler), pero que se unen entre sí para luchar contra un tercero que se manifiesta como enemigo común y amenaza para todos ellos. Esta eficiente totalidad política es la idea de la plataforma geopolítica que unifica a cada una de sus partes sin anular sus diferencias internas, y sin hacer desaparecer las incompatibilidades inter-estatales en un armonismo internacionalista, en una alianza pánfila de civilizaciones o en la utopía multi-culturalista.
Es esta pertenencia de los miembros del V4 a la plataforma eslava la que confiere unidad e identidad a estos países pese a las contradicciones internas entre ellos. Y estas contradicciones no son contradicciones superables dialécticamente en beneficio de la revolución socialista como podría pretender el marxismo ortodoxo clásico. No hay reconciliación posible para esta incompatibilidad. Jamás se disolverá la contradicción mientras existan los estados que las originan. Porque estas contradicciones no son meramente técnico-económicas, sino inherentes a la unidad de composición inherente a cada estado frente a otros estados. Esta composición unitaria incluye ciertamente estos fenómenos tecno-económicos (división social del trabajo, lucha de clases intra-estatal), pero la unidad deriva del hecho de la dialéctica de estados: la lucha de unos estados contra otros, de la lucha inter-estatal de las clases sociales de unos estados contra las clases sociales de otros estados para la mejora de sus condiciones tecno-económicas, a costa del perjuicio de las clases sociales de los estados derrotados, intervenidos, controlados, subordinados o colonizados (aunque luego se los denomine “estados aliados” o “estados amigos” en la propaganda). Pero es que además la reconciliación tampoco es posible al modo neomarxista porque las contradicciones no se reducen a las simples contradicciones por el control del poder económico, sino a la pluralidad de oposiciones que cabe establecer entre las diversas ramas y capas del poder político, intra e inter-estatal, donde las cuestiones meta-políticas (religiosas, filosóficas, teológico-políticas, nematológicas) están engranadas como contextos determinantes suyos sin que quepa reducirlas a “ilusión superestructural” al modo soviético (Diamat o Hismat), “ideología” superable mediante la “revolución cultural” al modo maoísta o como meros “significantes vacíos” que el populismo debería aprovechar para llegar a la hegemonía cultural y política (Gramsci, Laclau, Podemos). Todas estas dimensiones del poder político y meta-político originan una ramificación infinita de contradicciones posibles, que la realidad fehaciente se limita a actualizar, hic et nunc, materializando unas contradicciones y no otras, y no siempre las mismas ni de la misma manera, imponiendo diversos cursos eutáxicos{6} (o anti-eutáxicos) en los estados de referencia que combaten en el seno de la dialéctica de estados que define la historia universal, esa symploké de múltiples contradicciones entre unidades esenciales diversas, en este caso entre los estados políticos históricamente consolidados.
Esto es lo que la élite progre de la izquierda indefinida actual es incapaz de entender, porque para ellos pensar no es hacer y deshacer el mapamundi de la realidad tal y como nos impone cada verdad (científica alfa o beta, técnica, política, religiosa), sino mero discurso, narrativa performativa de la post-verdad, retórica erística, mera palabrería posmoderna, es decir, sofística de y para idiotas.
A pesar de las diferencias internas, el Grupo de Visegrado prosigue unido y en marcha. La unión de los cuatro países intensifica las voces de sus Gobiernos en el seno de la Unión Europea. Aunque no se compartan todas las premisas, los miembros del V4 son conscientes de lo que ganaron cuando eligieron aliarse tres décadas antes y de la fuerza obtenida gracias a su unión. Porque la unidad por composición que los consolidó en su conflicto con la URSS es la que los une en su conflicto contra las élites globalistas y las pretensiones franco-alemanas de la Europa Sublime. Y esta unidad es tan rotunda que sorprende a sus mismos adversarios. Lo sorprendente a nuestro entender es que les sorprenda, ya que es fácilmente comprensible para cualquiera que no esté inmerso en la locura objetiva, o simple papanatismo, en que desemboca la educación de la izquierda indefinida actual.
El problema que deja perplejo a la intelligentsia progre se disuelve con facilidad, y con ello también su perplejidad. Para ellos resulta incomprensible que Chequia no sólo sea el aliado de “países ultra-católicos” (sic!), carcundas y ultranacionalistas como Hungría o Polonia, sino que esté secundando su política migratoria opuesta a los refugiados, opuesta a la inmigración musulmana, o incluso asimilando su oposición a la ideología de género. No entienden cómo un país avanzado como Chequia, tan progresista, tan cool, tan imbuido de fundamentalismo democrático, tan rabiosamente liberal en sus costumbres sexuales (crucial para el sujeto esférico segundo genérico de las democracias homologadas del capitalismo pletórico) y con un estado laicista envidiable (un 79.2% de la población se define ateo o irreligioso), “caiga” bajo el ascendente de la política clasificable como “fóbico-fascista-autoritaria” (de nuevo el cliché para crear “hombres de paja” de la Escuela “sociata” de Frankfurt) de Polonia o Hungría.
Lo que demuestran con su perplejidad es que son incapaces de entender, por ejemplo, que la teología política es una dimensión fundamental e inseparable de la sociedad estatal en su lucha contra otros estados. Esta dimensión meta-política no implica para nada la dimensión subjetiva emic de la fe (fides qua) ni es tampoco una mera utilización hipócrita de la misma (o de la fides quae) en función de los intereses estratégicos del estado o de la institución religiosa. Por el contrario, la teología política implicada en la dialéctica de estados se funda en una dimensión etic, objetiva, tales como libros, trazados de ciudades y edificios, estructuras y ritmos sociales, costumbres económicas y culturales, relaciones de producción y parentesco, que proceden de estos delineamientos religiosos y que determinan el contexto donde se fundan, se desarrollan y consolidan los diversos estados realmente existentes{7}. La noción de teología civil de Varrón, pero también la noción de “cristianismo positivo” de Comte, heredado posteriormente por el agnóstico Charles Maurras, apuntan de modo imperfecto a una realidad que Gustavo Bueno ha cartografiado perfectamente en sus principales líneas maestras.
Chequia forma parte de la plataforma geopolítica eslava que se desarrolló en una guerra a muerte contra la plataforma islámica. Por eso, aunque el 80% de checos sean ateos existenciales, son ateos cristianos y no por ejemplo, ateos musulmanes o ateos judíos o ateos neutros. El ateísmo neutro de la ideología multi-culturalista no les defenderá cuando los inmigrantes musulmanes radicalizados impongan la sharía en sus barrios o tomen el mando del estado. El agnosticismo que postula el relativismo multicultural no deja de ser un ateísmo vergonzante, como decía Engels, un ateísmo comodón, que no milita ni hace proselitismo, que teóricamente se difunde en virtud de sus cualidades armonistas de prosperidad económica y social. El agnosticismo, como el imperio británico, no se impondría por la coacción ni las armas, sino “por su mera presencia” (por su “charm”). El problema es cuando este ateísmo no penetra en alguna de las culturas que sí son proselitistas y militantes y que amenazan con cortar el cuello a los infieles e idólatras que lo profesen. Entonces los Checos acaban entendiendo que pueden ser ateos, pero desde luego no son ateos neutros, ni ateos armonistas, porque el islam no les deja serlo. Son ateos que deben tomar partido contra los que quieren matarlos. No cabe la neutralidad. Gajes de la dialéctica entre estados. El checo calcula que su ateísmo es, a fin de cuentas, un ateísmo cristiano, donde se come cerdo (el plato nacional es el vepřo-knedlo-zelo, cerdo asado acompañado de pasta y col), se bebe alcohol (tercer país con mayor índice de consumo según OECD), su fundamento jurídico es el derecho romano y la idea de persona cristiana. Y al fin y a la postre su “liberalidad sexual” es mayormente una poligamia alterna y laxista más incompatible con la familia islámica y con la umma que con la familia tradicional cristiana de la que procede su estructura social secularizada.
Por eso, el checo que quiere seguir viviendo como checo, o seguir viviendo a secas, pasa a actuar como un ateo cultural y socialmente cristiano, defendiendo formas de vida y acciones políticas contra la inmigración islámica, por ejemplo, por la simple razón de que no quiere ser islamizado ni vivir bajo la servidumbre de la dhimmitud. Por eso prefiere que se levanten campanarios en sus ciudades más que minaretes. No es una unidad estratégica o coyuntural, es una unidad esencial y necesaria, inevitable, para la supervivencia de la República Checa. El checo pertenece a la plataforma eslava y se defiende de la plataforma islámica. Por eso no le resulta difícil secundar las políticas similares de Hungría y Polonia, sin que el progre perplejo entienda la unidad de esta similitud, que no es un “aire de familia” sino una unidad esencial compartida por todos los estados conformados históricamente en el seno de esa plataforma geopolítica de referencia, que nació precisamente en oposición a otras plataformas tales como el islam. Esta unidad de composición no elimina la incompatibilidad de los estados dentro de la plataforma compartida. Pero la incompatibilidad contra el enemigo común refuerza la unidad en la diversidad sin que esta desaparezca. Esto genera un contraste tan fuerte entre unidad y diversidad que confunde al “progre-medio”, a causa de su empanada mental y su maquinaria lógica tan hecha polvo, habida cuenta de que es incapaz de usar la “incompatibilidad lógica” y las “múltiples dicotomías” en sus razonamientos, tanto en la disyunción débil inclusiva, como en la barra de Scheffer o la flecha de Peirce.
La incapacidad de comprensión de la izquierda indefinida actual es la que lleva a interpretar los patrones de comportamiento del Gobierno checo de los últimos años como una “hungarización” o “polonización” del grupo de Visegrado. La prensa progre interpreta en clave sociologista o psiquiátrica que Chequia (Ella, nada menos, “la” legendaria hembra liberada del este) ha cambiado, acercándose más a las posturas iliberales de Hungría (Ella, la hembra carca alienada por el patriarcado ultraderechista, cuando no por el ultranacionalista y fascista Viktor Orbán). De nuevo el mito infantil de la casa de Bernarda Alba tan del gusto de la izquierda extravagante española. También aducen la explicación sociológica: en Chequia el primer ministro Andrej Babiš es el Berlusconi del este, un oligarca que posee mayor fortuna que Donald Trump, y controla de facto los medios de comunicación del país, esto ha supuesto la introducción del Populismo en Chequia, &c, &c. Como si lo que fuera causa necesaria bastase por sí sola para ser causa suficiente. Es decir, interpretan bajos las simplonas coordenadas feministas, sociológicas o psicoanalíticas, al modo de Slavoj Zizek, que sus pobres mentes sin mucha RAM les permiten soportar una coyuntura geopolítica altamente compleja, pero analizable con todo rigor si se cuenta con un sistema filosófico a la altura de las ciencias y las técnicas de siglo XXI, como por ejemplo ofrece el hiperrealismo de Gustavo Bueno, aun cuando uno no acepte todas sus premisas y conclusiones.
Por su parte, la iberosfera, o como Santiago Abascal denominó el 8 de marzo de 2020 en su mitin de Vistalegre: la “hispanosfera”, supone la reivindicación de otra plataforma geopolítica diferente. La unidad Hispanoamericana que posibilita este acercamiento se basa en las siguientes instituciones culturales, incompatibles con otras tradiciones, tales como la cultura islámica, la budista o la protestante anglosajona:
1 Lengua española (y portuguesa): antes de la llegada de los españoles la lengua separaba y no unía al continente.
2 Derecho: compartimos las mismas bases jurídicas, privada: códigos mercantil, civil, penal, procesal, laboral, tributario; y pública: mismas estructura política, derecho administrativ, &c.
3 Religión católica: aunque con el paso de las generaciones cada vez sean más los que se consideran ateos, la religión es un fenómeno trascendental que sigue determinando nuestras conductas y en este sentido el catolicismo permite en gran medida la expansión del socialismo. Si definimos al socialismo por el racionalismo universalista habrá que concluir que el catolicismo (es decir, lo definimos por la potencia institucional para absorber a los grupos conquistados) es un socialismo frente al protestantismo individualista.
4 Pluralidad racial: otro hecho incontrovertible de la realidad cultural hispana es la mezcla racial característica del continente, mezcla que sólo podía llevarla a cabo un individuo específico que la articulara tomándose como referencia. El Imperio católico ejerció el antirracismo más contundente de la Historia Universal, trayendo al mismo redil razas que si por los protestantes fuera (WASP: White Anglo-Saxon Protestant), seguirían incomunicadas. Demostraron entonces aquellos hombres, independientemente de si eran conscientes o no (al menos sabemos que no tenían ciertos reparos), que la pureza racial no es valiosa, quizá porque ya lo sabían, aunque no quisieran reconocerlo, razones tenían (la morisma acechaba).
Marion Maréchal, nieta de Jean-Marie Le Pen y sobrina de Marine Le Pen, en una visita a España propuso literalmente la creación de un Visegrado del Sur. Fue el 27 de enero de 2020 cuando acudió a Madrid para constituir una fundación que servirá para abrir en España una sucursal de su Institut des sciences sociales, économiques et politiques (ISSEP), una escuela de formación de élites. En una entrevista para el periódico El Mundo declaró:
“P. ¿Cómo debería ser la UE?
R. Para mi gusto, Francia, España, Portugal e Italia deberían formar un eje mediterráneo frente al poder de Alemania que, evidentemente, es un país exportador y tiene unos intereses diferentes a los nuestros.
P. ¿Una suerte de Visegrado del sur?
R. Exactamente. Los estados nación pervivirán como prueba EEUU, que cada vez se asienta más sobre la conciencia de soberanía de la nación. El mito económico-político-social de Europa es precisamente la anomalía, porque Europa ha dejado de lado sus raíces y los ciudadanos se sienten lejanos del poder. Esa es una de las fuerzas del ISSEP: el aprendizaje y la conciencia de que somos parte de una civilización (judeocristiana) es finalmente emancipatorio. No queremos formar ciudadanos del mundo, esas élites internacionales sin raíces, mundializadas, que son las que ahora mandan en Bruselas y se han probado ineficaces. Nosotros formamos personas conscientes de dónde han nacido. Se trata de aclarar el presente a través del pasado. El problema de la UE es que no existe un poder legítimo porque no existe un pueblo europeo, sino muchos pueblos. La democracia funciona cuando se expresa en un marco afectivo que es lo que se da en los estados nación. No me refiero a que renunciemos a la mundialización, porque es inevitable. De lo que se trata es de cómo adaptamos la nación para que sobreviva a este proceso sin perder soberanía”{8}.
De esta manera se insiste en que España debe mirarse en Visegrado, constituir un Visegrado del Sur junto a los países europeos mediterráneos y Francia. Visegrado sería el espejo en que España debería mirarse a sí misma para aprender de ellos e imitarlos. Desde el punto de vista de una estrategia política multilateral en el área europea esto resulta admisible. Pero como ortograma fundamental de la política internacional española sería un error garrafal. La gran baza de España no es Visegrado sino la hispanidad.
Si España quiere consolidar con realismo una empresa con oportunidades históricas universales el bloque en que España debería volcarse como su programa fundamental es el bloque de la hispanidad, las naciones de área hispanoamericana, de tradición cultural católica y mayoritariamente hispanohablantes. Sólo esta plataforma hispana tendría suficiente potencia para contener el capitalismo salvaje liberal, por sus características demográficas (400 millones de almas), lingüísticas (el español como tercera lengua más usada en internet en 2010 con 154 millones de usuarios), históricas (la historia común de cuatro siglos) y por su esencia católica, comunitaria, incompatible con los usos individualistas del mercado capitalista de corte calvinista. Sólo este bloque está ya unido por la lengua y la cultura, comparte estructuras sociales fuertemente comunitarias, y posee instituciones políticas o económicas consolidadas (OEA, Mercosur, CELAC, ALBA).
Además, las diferentes naciones de esta plataforma geopolítica están vinculadas en su totalidad por la institución metapolítica de la Iglesia católico-romana a través de la sucesión apostólica de los obispos en las diferentes diócesis hispanoamericanas, lo que asegura la perpetuación de estas estructuras comunitarias mediante el munus docendi eclesiástico y su labor pastoral intensa y ampliamente extendida por toda la masa social. La unidad de estos obispos se robustece además gracias a la CELAM, y el Documento de Aparecida.
A nadie se le escapa que hay grandes diferencias sin embargo entre la realidad de la Iberosfera y Visegrado. Este está más consolidado que aquel. Pero esto no es un signo de debilidad de la Iberosfera, sino de la insignificancia de Visegrado en comparación con la hispanidad. Es sencilla en una molécula de agua la solidaridad ente sus dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno unidos por un enlace covalente. La solidaridad entre ellos es más fuerte y más estable que la solidaridad entre los órganos de un organismo humano, por ejemplo. La simplicidad del agua es inconmensurable con la complejidad del cuerpo humano, por lo que éste se encuentra más expuesto a su descomposición. También la reproducción de su unidad en diversos individuos es más compleja, mientras que la del agua es simplicísima. Por eso el agua admira por su sencillez y su capacidad de unidad. Pero los logros y las variaciones del cuerpo humano sorprenden por sus posibilidades infinitas (el “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, de Spinoza). Si a Visegrado corresponde la sencillez del agua, a la hispanidad le corresponde la complejidad de lo infinito.
Es Visegrado quien debería mirarse en el espejo de la hispanidad y apoyar su consolidación, y no al revés, porque los enemigos globalistas del estado español no son tan sencillos como el agua ni están tan unidos como ella. Será la complejidad de la plataforma hispanoamericana quien podrá marcar la diferencia.
Pero para ello España no debe mirar hacia Visegrado, sino hacia la Hispanidad. Y si Visegrado sabe a lo que se enfrenta, entonces es prescriptivo que mire en la misma dirección y se apreste a colaborar con un aliado más poderoso que él. Porque si este barco se hunde, nos hundimos todos los que vamos en él, tanto los grandes sin consolidar como los consolidados pero pequeños.
Si algún español mira a Visegrado como “Espejo de Príncipes” se equivoca y no ha entendido nada del peligro y la ocasión que una empresa política verdaderamente universal requiere.
——
{1} Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004. Daniel López, “¿El fin del globalismo?”, Lección en la Escuela de Filosofía de Oviedo, lunes 20 de enero de 2020: http://fgbueno.es/act/efo207.htm
{2} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Obras completas, 1, Pentalfa, Oviedo 2019.
{3} Gustavo Bueno, “Dialéctica de clases y dialéctica de Estados”, El Basilisco, nº 30, 2001, páginas 83-90.
{4} Cfr. Rótulo “Hispanidad”: http://filosofia.org/ave/002/b033.htm
{5} Santiago Javier Armesilla Conde, “Las plataformas continentales”, El Catoblepas, nº 75, mayo 2008, página 14. Idem, “Apéndice al artículo Las plataformas continentales: la analogía de la formación de las plataformas con la tectónica de placas’”, El Catoblepas, nº 81, noviembre 2008, página 10.
{6} Voz “Eutaxia”, en Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico: http://www.filosofia.org/filomat/df563.htm
{7} Gustavo Bueno, La fe del ateo. Las verdaderas razones del enfrentamiento de la Iglesia con el Gobierno socialista, Temas de Hoy, Madrid 2007.
{8} Por Emilia Landaluce, El Mundo, Lunes, 3 febrero 2020 [https://www.elmundo.es/espana/2020/02/03/5e37377bfc6c835a728b4602.html].