El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 192 · verano 2020 · página 14
Libros

Ingenuos y sobornados

Carlos M. Madrid Casado

Sobre el libro Nuestro hombre en la CIA. Guerra Fría, antifranquismo y federalismo de Iván Vélez (Encuentro, Madrid 2020)

cubierta

“La idea europea puede y debe ser una de las ideas salvadoras en contra del franquismo y de la penetración comunista.” Julián Gorkin en 1957 (cit. Iván Vélez, pág. 79).

“Uno de los puntos fundamentales de la doctrina carlista que más contribuyó a movilizar las masas populares en el País Vasco y en los Países Catalanes: el federalismo.” Josep Benet en 1973 (cit. Iván Vélez, pág. 138).

Esta obra recoge la minuciosa investigación que, según cuenta Gustavo Bueno Sánchez en un enjundioso prólogo, Iván Vélez ha realizado durante la última década. Una investigación consistente en la consulta de mil y un legajos, la visita a desperdigados archivos y la entrevista a los protagonistas aún vivos.

No resulta fácil desenredar la madeja de la historia y seguir los múltiples hilos que condujeron a una serie de escritores e intelectuales de distinta procedencia a converger, en la España de los años 60, bajo el paraguas del Congreso por la Libertad de la Cultura, desarrollando planteamientos críticos con el franquismo que gravitaban en torno a dos ideas fuerza: el federalismo y el europeísmo.

Iván Vélez se remonta al inicio de la Guerra Fría Cultural, cuando las acciones auspiciadas por la CIA (y su predecesora, la OSS), destinadas a promocionar la ideología capitalista de la libertad frente al totalitarismo comunista, condujeron a la financiación –a través de las fundaciones Ford, Fairfield o Rockefeller– de un abanico de entidades culturales y, en especial, del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), creado en 1950 y entre cuyos presidentes de honor se contaría el español Salvador de Madariaga (Bueno Sánchez: 2012).

Después, situados ya en el contexto de la España de los 50, Vélez relata la filantropía de la Fundación Ford, que estaría detrás de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, así como las diversas lecturas que se hicieron esos años de las figuras de Machado y Ortega. Dentro de este panorama, marcado también por los disturbios universitarios de 1956, el autor desgrana cómo el poeta francés Pierre Emmanuel –del que Cela hablaba como “conocido asalariado de los americanos” (pág. 182)–, así como otros personajes –Ignacio Iglesias y el ex trotskista Julián Gorkin– que también sirvieron de enlace con el CLC (y con la inteligencia norteamericana a través de John C. Hunt), fueron infiltrándose en el mundo literario español, contactando con autores y colectivos críticos con el franquismo oficial, pero que compartían un depurado anticomunismo. De toda esta cadena de cartas, encuentros y favores, cristalizó, tras unas jornadas en el castillo de Lourmarin, el comité español del CLC, con Pablo Martí Zaro (o Pablo Martí y CIA, según lo bautizaron algunos) como secretario. Un comité que tendría un papel fundamental en la gestación del Contubernio de Múnich 1962, donde participaron elementos pertenecientes a todo el espectro de la oposición antifranquista, con la exclusión –claro– de los comunistas.

Iván Vélez estudia con escrupuloso detalle la lista de instituciones e intelectuales españoles que estuvieron, gracias al CLC, en la órbita del dinero estadounidense. En la nómina se cuentan el exfalangista Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Aranguren, Julián Marías, José Luis Sampedro, Tierno Galván o Ferrater Mora, entre otros.

Al tiempo que quedaban embelesados por la Europa sublime, los miembros del comité español del CLC coquetearon con personajes entre la cruz y la señera, como Josep Benet –partidario ya en 1969 de la creación de un Instituto de Historia del Carlismo en los Países Catalanes– o Félix Millet, presidente de los Jóvenes Cristianos de Cataluña (no es de extrañar con tanto olor a sacristía que Carles Puigdemont u Oriol Junqueras sean, por tanto, devotos cristianos y que, incluso, el líder de Esquerra Republicana apelara a los valores cristianos tras proclamar la efímera república catalana en 2017). A la postre, el primer Coloquio Cataluña-Castilla, celebrado en 1964 en la mansión que Millet poseía en La Ametlla del Vallés, significó que la parte castellana asumiera los exaltados postulados de la parte catalanista, con el modelo federal y europeísta del CLC como telón de fondo, un modelo que los norteamericanos proyectaron para Europa, pero que nuestros hombres proyectaban para una futura España democrática.

Sorprende sobremanera al lector leer los resúmenes que Iván Vélez hace de las conversaciones del coloquio, que quedaron grabadas en cintas magnetofónicas, por la actualidad que tienen los planteamientos allí pergeñados: “plurinacionalidad”, “nacionalidad catalana”, “comunidades diferenciadas”, “la situación de la lengua catalana”, “la balanza fiscal entre Cataluña y el resto”… Es, en suma, lo que Vélez recoge, por oposición al nacionalcatolicismo oficial, bajo los términos nacionalfederalismo o federalcatolicismo (pág. 163). No hay que olvidar que la Iglesia comenzaba a ver con buenos ojos el empleo de lenguas vernáculas como el catalán o el vascuence en la liturgia (que terminarían siendo incluidos en la educación mediante un decreto firmado por el general Franco en 1975), llegando a rechazar la presencia de prelados forasteros: “¡Queremos obispos catalanes!”, era el grito que coreaban muchos compañeros de viaje del CLC.

Cuando en 1966 se reveló en las páginas del New York Times la tutela que la CIA realizaba sobre el CLC, nuestros próceres burgueses se indignaron al conocer que los servicios de inteligencia norteamericanos dedicaban millones de dólares a convertirlos en otros soldados más de la Guerra Fría, bien que en las trincheras de la cultura y por medio de generosas dietas e invitaciones a publicar en revistas o asistir a congresos. La retórica de la libertad, de la autonomía y de la independencia intelectual de que hacían gala en reuniones o revistas como Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura quedó en entredicho cuando se supo la procedencia de los fondos (y ello pese a que con anterioridad Indalecio Prieto ya había denunciado desde el exilio que este anticomunismo mercenario era fruto de una turbia maniobra estadounidense). No obstante, tras una tranquilizadora carta de Pierre Emmanuel a Pablo Martí Zaro (pág. 187), todos siguieron –con la única excepción de Buero Vallejo- disfrutando de los verdes dólares, sin que ello conllevara la demolición de la red hasta avanzada la década de los 70.

En esta coyuntura, el comité español se reestructuró en torno a Seminarios y Ediciones S.A., que publicaría múltiples e influyentes libros durante el tardofranquismo, pues la Guerra Fría no sólo se jugó en el tablero político, sino también en el tablero cultural. De hecho, por esas fechas, la filosofía analítica anglosajona iría haciendo acto de presencia en España frente al neotomismo franquista y al marxismo-leninismo (Madrid Casado: 2016). La Guerra Fría Cultural no fue sino la continuación de la política por otros medios. Otra estrategia, como el Plan Marshall o las operaciones encubiertas, para alejar la amenaza ideológica del comunismo del continente europeo. Se alentó a los sectores más socialdemócratas, europeístas y capitalistas dentro del franquismo. A esos individuos flotantes que no se casaban con el franquismo pero tampoco se decantaban por el comunismo, incluyendo aquí a los futuros secesionistas catalanes, vascos, gallegos y valencianos. Desde el bloque anticomunista liderado por EE.UU. se prefería, por así decir, una España rota a una España roja, donde el PCE pudiera cobrar demasiada fuerza y alinearse con el bloque soviético, perjudicando los intereses estratégicos norteamericanos que el franquismo había consolidado. En esta circunstancia, y no tanto en la lejana y mitificada II República, estaría el punto de arranque de ideologías tan en boga a día de hoy como el europeísmo o el federalismo, sostiene Iván Vélez. No apuesta por una interpretación conspiranoica de la historia reciente de España, sino que la enmarca en el mapa geopolítico.

La principal virtud del libro radica no sólo en que Iván Vélez reconstruya con gran rigor los hechos, sino en que ofrece una interpretación de los mismos –gracias, creemos, a las coordenadas del materialismo filosófico de Gustavo Bueno– más potente que otras que se han ofrecido. No se trató de una “ocasión perdida”, como han sugerido algunos autores (Jordi Amat), sino de una “ocasión ganada”, como subraya Vélez (pág. 270), toda vez que las ideas fuerza del europeísmo y del federalismo, incubadas por el CLC, han florecido con inusitada vehemencia en el régimen del setenta y ocho, hasta culminar en el golpe de Estado secesionista de Cataluña. Los pensadores –liberales, socialdemócratas y democristianos– que sembraron esas ideas y arroparon a nacionalistas de diversa estirpe gracias a la generosa ayuda monetaria estadounidense se nos revelan, cincuenta años después, como ingenuos y sobornados.

Referencias citadas

Bueno Sánchez, Gustavo (2014): “Congreso por la Libertad de la Cultura“, sitio Filosofía en Español.

Madrid Casado, Carlos M. (2016): “En la trinchera cultural. Transición, Guerra Fría y Filosofía de la Ciencia en España”, El Catoblepas, 170, pág. 8.

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