El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 35
Artículos

Las pandemias como parte de nuestro presente en marcha

Humberto González Briceño

Paralizar todo un país ante el azote de una pandemia puede crear un problema más grave que el que se trata de combatir

pandemia

El coronavirus no es la primera pandemia que se ha propagado con su efecto letal por el planeta, ni será la última. Si convenimos que la anterior afirmación es cierta, entonces no se entiende la reacción de gobiernos y medios de comunicación a escala planetaria, como si se tratase de un evento extraño que ocurre por primera vez.

Inclusive si se toma en cuenta la velocidad de propagación, la forma de hacerlo y el efecto mortal de esta versión de coronavirus, aun así se puede comparar con otras enfermedades mortales y otros virus similares que aparecen cada año y no generan la misma histeria política y mediática que hemos visto.

Para poner este punto en perspectiva examinemos algunos números.

Según el sitio web https://www.worldometers.info/ basado en datos de la Organización Mundial de la Salud, las principales causas de muerte en el mundo en 2019 y sus números fueron las siguientes:

Muertes por Enfermedades transmisibles: 3.572.380
Muertes por Gripe estacional: 133.828
Muertes por Abortos: 11.697.570
Muertes de madres durante el parto: 85.059
Muertes de personas infectadas con el virus del SIDA: 462.616
Muertes a consecuencia de cáncer: 2.260.154
Muertes causadas por la Malaria: 269.936
Muertes causadas por fumar: 1.375.723
Muertes causadas por el consumo de alcohol: 688.299
Muertes por suicidios: 295.111
Muertes por accidentes de tránsito: 371.494

Al día de hoy (10 de abril de 2020) el mismo sitio web reporta los siguientes números en el mundo sobre el coronavirus:

Casos (personas infectadas): 1.632.577
Personas recuperadas: 366.584
Muertes: 97.583

Sin ánimo de restarle importancia a esta pandemia ni de ignorar su impacto, se puede observar que el coronavirus no ha sido más letal que otras infecciones, gripes y causas de muerte en el mundo. Sin embargo, la histeria y el caos han sido superiores.

Los medios de comunicación, más interesados en “predecir el futuro” que de informar de la realidad, comenzaron a propagar (cual virus…) desde enero de 2020 resultados de modelos matemáticos con cifras que sugerían una pandemia de proporciones incalculables. Algunos con ligereza la han querido comparar con la mal llamada “gripe española” en 1918. La pandemia de influenza de 1918 afectó aproximadamente a 500 millones de personas, dejando un saldo de aproximadamente 50 millones de muertos en todo el mundo según el Centers for Disease Control and Prevention. Con numerosas instituciones avalando estas proyecciones como “verdades científicas”, la escena quedaba montada para crear pánico colectivo y paralizar casi por completo a todo el planeta.

En los últimos días, con más datos disponibles, se comienza a admitir que posiblemente la cifra de afectados y fallecidos no será tan alta como lo habían anunciado los tempranos modelos matemáticos. Estos cambios que indican una posible disminución de personas infectadas y fallecidas se pueden atribuir al resultado de las medidas agresivas de separación y confinamiento aplicadas por los gobiernos, pero también podría ser consecuencia del sobredimensionamiento de las predicciones de los modelos matemáticos.

En todo caso, el coronavirus ha puesto de manifiesto múltiples problemas que deberán ser abordados por la Biopolitica, la Biomoral y la Bioética. Y sobre esta última diremos, siguiendo las coordenadas del materialismo filosófico, que como es una disciplina no científica que toca múltiples problemas prácticos que giran en torno a la vida orgánica de los hombres no es posible ofrecer una unidad doctrinal sino más bien diferentes versiones de la Bioética, según los principios que se adopten, y que el filósofo Gustavo Bueno ha identificado como Bioética Materialista.

Incapacidad de las entidades supranacionales frente a la pandemia

Entidades supranacionales como la Comunidad Europea y la Organización Mundial de la Salud quedaron reducidas a meros trámites burocráticos y de relaciones públicas en medio de la pandemia. Estas organizaciones emblemáticas de una ideología global probaron su inutilidad para articular una respuesta coordinada para beneficio de sus estados miembros. Y es que la realidad impostergable del virus obliga a tomar acciones inmediatas, por improvisadas que sean, para salvaguardar la integridad de los estados sin esperar por las promesas de una idea metafísica de armonía y solidaridad globales.

En la práctica cada país tuvo que lidiar con sus propias realidades y sus propias limitaciones. Nadie iba a dejar de comprar máscaras o insumos sanitarios para ayudar al vecino. No al menos hasta que la crisis estuviese controlada, como hizo China al término de su cuarentena en Wuhan ofreciendo ayuda a otros países.

El problema de la democracia y la pandemia

La democracia concebida como un estado de partidos en la mayoría de los países del hemisferio occidental se monta sobre estructuras clientelares y burocráticas ineficientes que colapsan el presupuesto público. Las políticas sanitarias y de salud pública son el resultado de complejos procesos de negociación entre gobiernos, sindicatos, partidos y grupos de interés.

La respuesta tardía y mediocre de varios gobiernos frente a la crisis del coronavirus se puede atribuir en buena medida a las trabas burocráticas y a la urgencia de ocultar la incapacidad con una supuesta voluntad democrática de consultar a todos los sectores de la sociedad. No defiendo ningún tipo de totalitarismo, pero subrayo que frente a futuras pandemias los estados tienen que pensar formas más eficaces para defenderse y defender a sus ciudadanos.

El confinamiento como forma de destruir el estado

El confinamiento, obligatorio o voluntario, es una de las recomendaciones que hacen los médicos sanitaristas para mitigar y detener la propagación del virus. Pero esto tiene que ser debatido. Aunque no suene políticamente correcto, salvar al 1% de la población no puede justificar el sacrificio del resto. Paralizar todo un país para detener la pandemia, que podría ser como cualquier otra que hayamos enfrentado o que enfrentaremos en el futuro, puede ser más letal en sus consecuencias que el virus que intentamos combatir.

El confinamiento ha sido asumido por la mayoría de los países como la mejor forma para detener la propagación del virus. Esto se ha traducido en la paralización casi completa de toda la actividad productiva, lo cual va a provocar el cierre de empresas, el desempleo y el aumento de deuda pública, todo lo cual entre muchos otros factores terminará por afectar los ya debilitados sistemas nacionales de salud pública, esos mismos que deben ocuparse de la preservación de la vida de los individuos. Millones de personas que dependen de esos sistemas de salud en el mundo se verán impactadas por recortes presupuestarios y la disminución de servicios a causa del parón del coronavirus.

En países con menos recursos se pueden anticipar graves situaciones de desabastecimiento de comida y fallas en los servicios sanitarios, como daños colaterales de esta crisis. El costo humano y económico de paralizar actividades para detener el virus es algo que se debe discutir sin prejuicios.

Vivir con la pandemia

Reglas sanitarias más estrictas, distancia social, lavarse las manos más frecuentemente, aislar y proteger a los individuos más vulnerables podrían ser medidas más efectivas para combatir la pandemia que paralizar toda la actividad productiva de un país y provocar mayores muertes por otros factores, por hambruna por ejemplo.

Quizás hay algo positivo que queda como costosa lección del confinamiento planetario por esta versión del coronavirus. Ahora sabemos que muchos empleos se pueden perfectamente ejercitar desde casa. Trabajos de tipo administrativo, en algunos casos académicos, y aquellos que no requieran contacto físico, bien podrían ejecutarse a distancia desde las casas, como teletrabajos. Esto plantea el debate de si en esas condiciones habrá más explotación de los trabajadores, menos salarios, etc. Pero es otra discusión.

Tenemos que aprender a vivir en un mundo con olas sucesivas de virus y pandemias, como ocurre todos los años, unas más fuertes –¿y mediáticas?– que otras. El coronavirus no es la primera ni será la última. Y no podemos detenernos cada vez que una de ellas azote. Los países que decidan paralizarse para atender la pandemia de turno están condenados a desaparecer, por una causa u otra, para dar paso a nuevas realidades de poder como resultado de esa inevitable dialéctica de estados.

Viernes, 10 de abril de 2020

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