El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 19
Artículos

Sin rey filósofo ante el Covid-19

Ángel Campos Martínez

De cómo los políticos se escudan tras los científicos

Simón

«Yo igual que el resto de los griegos opino que los atenienses son sabios. Y es que veo que, cuando nos reunimos en la asamblea, si la ciudad necesita acometer obras públicas se llama mandar a los constructores como consejeros sobre las obras; si se trata de construcciones navales llaman a los constructores de naves, y así obran en todos los casos en los que consideran que puede aprenderse o enseñarse. Y si algún otro a los que ellos no tienen por experto intenta darles consejo, por muy guapo, rico o noble que sea, no se lo van a aceptar mejor, sino que se reirán y patalearán hasta que el que se propone hablar se marche abucheado, o los arqueros lo arrastren fuera o lo expulsen por orden de los magistrados. Ése es, pues, su proceder con respecto a las cosas que consideran dependientes de las artes. Pero si se debe tratar algo sobre la administración de la ciudad, sobre esto les aconseja el que se levanta, da igual que sea carpintero, herrero, zapatero, comerciante o armador, rico o pobre, noble o villano, y nadie les recrimina, como a los de antes, que, sin haber aprendido en ningún sitio y sin maestro, aún se pongan a dar consejos…» (Platón, Protágoras, 319 b,c,d,e.)

De este modo, en busca de qué fuera la virtud y de si esta podría enseñarse, polemizaba Sócrates con el sofista Protágoras en la casa de Calias. Así, el maestro de muchos, Gustavo Bueno, realizó un prólogo a esta obra en 1980 y supo ver en la estructura de la misma un combate de pugilato con 12 pasos.

Como es bien conocido por todos, en estos días de marzo de 2020 nos encontramos en plena crisis sanitaria, no solo en España sino en muchos países, por lo que la OMS ha declarado el día 11 del presente mes el estado de pandemia por el virus conocido popularmente como Coronavirus. Esta circunstancia entre otras ha llevado al gobierno español a decretar el estado de alarma en todo el territorio nacional desde el 14 de marzo. Para realizar sus comparecencias y comunicados a la ciudadanía, se han utilizado los medios radiofónicos, televisivos e internet –televisión formal–, haciendo uso de la “clarividencia” que, al parecer, no ha estado del lado de nuestros gobernantes.

Es por lo que en el presente escrito pasamos a analizar, utilizando las coordenadas del Materialismo Filosófico, ciertos aspectos, partiendo del fenómeno de las comparecencias del Presidente de Gobierno Pedro Sánchez, que sin duda han seguido millones de españoles.

Pues bien, es al modo de los atenienses como el presidente ha llamado a los expertos. En este caso, no son constructores o armadores, sino epidemiólogos encarnados en la figura ya televisiva del Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón. Desde la primera comparecencia en relación con la “crisis del Covid-19” el día 10 de marzo, nuestro Presidente ha hecho ver que sus decisiones, y las del Consejo de Ministros, han sido siempre amparadas por las indicaciones de los científicos, haciendo gala de un infumable fundamentalismo científico, que ya ha sido tratado por Carlos Madrid Casado en este número 191 de El Catoblepas. De este modo, ya no serán los atenienses, virtuosos o no, los que tomarán las decisiones administrativas sobre la ciudad o, lo que es lo mismo, ya no será el Gobierno de España, más o menos virtuoso –el poder ejecutivo de la capa conjuntiva–, el que tome las decisiones, sino que por una especie de vuelta del revés pasarán a ser los epidemiólogos los que comiencen a administrar la polis.

Este asunto, por supuesto, merecería un tratamiento más amplio desde nuestras coordenadas gnoseológicas, pero me limitaré a hacer un pequeño esbozo. Ante la insistencia de que es la investigación científica la base de las decisiones políticas, mostrada en diversas comparecencias de representantes de nuestro ejecutivo nacional, como por ejemplo el Ministro de Sanidad Salvador Illa, o el Ministro de Ciencia Pedro Duque y, por supuesto, el ya mencionado Presidente Pedro Sánchez, es por lo que habrá que realizar la siguiente crítica gnoseológica.

En primer lugar, habrá que decir en respuesta que no hay Ciencia con mayúscula sino ciencias, que son soberanas en sus campos e inconmensurables entre sí; en segundo lugar, habrá que concretar qué ciencias son en las que se están apoyando nuestros políticos: la Física, la Matemática, la Biología… Pues bien, nuestro Presidente responde: es la epidemiología. Pero, ¿qué es realmente la epidemiología? Sería una intersección entre las ciencias biomédicas y las ciencias sociales, es decir, un complejo de ciencias y praxis distintas, que se deslizan hacia la Estadística cuando trata aspectos demográficos propios de las “Ciencias Sociales”. Al igual que la Bioética, sería una disciplina, que no una ciencia in stricto sensu, que contendrá disciplinas internas propias de las ciencias sociales y de la biomedicina (esta última, por ejemplo, estará a su vez compuesta por la biotecnología y la medicina), es decir, ciencias y praxis bien distintas, entre las que se darán estados alfa operatorios con sus gradientes (el análisis molecular de la estructura de un virus) y beta operatorios (la praxis prudencial del doctor que decide intervenir a un paciente y no a otro según su situación de riesgo).

Pero si en algo se resume la epidemiología, según Rich la describió en 1979, será en el estudio de la dinámica de la salud en las poblaciones, siendo precisamente la palabra “dinámica” repetida innumerables veces por nuestro Presidente estos días. Es decir, que tendrá como quehacer principal la realización de estudios estadísticos sobre la incidencia demográfica que tienen las enfermedades infecciosas y no infecciosas en un conjunto de población determinada, lo que desde nuestras coordenadas nos indicará que los individuos de esas poblaciones y, más concretamente, sus operaciones se nos presentarán como fenómenos que en el progressus quedarán subsumidos en un horizonte cogenérico a otros fenómenos que caen bajo la retícula de las estadísticas (en el estado 1 alfa2).

Diremos, entonces, que nuestros mandatarios arguyen que las operaciones políticas que han llevado a cabo han sido siempre conforme a los datos que proporciona la Estadística. Es aquí donde nos queda preguntar, a día 25 de marzo de 2020, con 47.610 infectados y 3.434 fallecidos a esta fecha: ¿Qué investigaciones se han hecho? ¿Desde cuándo se han hecho? ¿Qué estadísticas se han manejado? ¿Qué muestras se han tomado? ... Por ello, y con ánimo de aclarar este embrollo entre la política y las ciencias en que se apoyan, habrá que remarcar que las ciencias desde la TCC tienen campo pero no objeto, que los científicos operan con términos como células, partículas, grafos, &c., y llevan a cabo esas operaciones a través de contextos determinantes –por ejemplo, aparatos– en los que cristalizan identidades sintéticas sistemáticas cuyas relaciones entre términos serán ineluctablemente necesarias, pudiendo segregarse las operaciones previas de los sujetos “científicos”. Además, solo en su aplicación a las técnicas de las que proceden estas ciencias o a otras técnicas podrán encontrar un objeto que ya no será propiamente el suyo, sino, por ejemplo, el de técnicas ingenieriles que para levantar un puente recurren a la Física o a la Geometría.

Consecuentemente, y regresando a la política, dando por supuesto que su objeto sería el buen funcionamiento y permanencia en el tiempo del estado, es decir, su “eutaxia”, solo por metonimia se podría llamar ciencia a la política ejercida por los gobernantes y, en todo caso, en sentido lato, sería aplicable a las disciplinas que se encarguen de su estudio, si no queremos eliminar las operaciones de los sujetos y con ello la propia política. No pasaremos a valorar ideas de autores como el primatólogo holandés Frans de Waal en su libro La política de los Chimpancés, pero sí diremos que es un reduccionismo etológico, porque si por algo se caracteriza la política es por la complejidad de sus instituciones y por las anamnesis y prolepsis de los individuos políticos –ciudadanos– más allá de su escala individual y biográfica, todo ello enmarcado dentro del Estado en sus diversas formas históricas.

No quisiera cerrar este escrito, una vez que hemos caracterizado el estado como marco de la sociedad política, pasando por alto una serie de expresiones que ha vertido el Presidente desde la comparecencia del 13 de marzo, cuando anunció la declaración del Estado de alarma, y que fue iniciado a partir de la comparecencia del 14 de marzo. En ellas fueron utilizadas frases como: combate o batalla contra el virus, si bien muchos zoólogos o microbiólogos no resistirán la tentación de hacer un reduccionismo etológico o biológico, como si se tratase de la lucha de seres vivos inherente a su biocenosis, nosotros, desde el Materialismo Filosófico, no pretendemos obviar esto sino desbordarlo. No podemos ignorar que los combates y batallas se dan en categorías biológicas, zoológicas o psicológicas, pero también en categorías políticas, teniendo como institución constituyente de la misma, entre otras, a la guerra. Como saben, Gustavo Bueno nos dejó una taxonomía filosófica sobre la guerra con cinco géneros, y remarcó que la guerra se dibujaba a la escala de estados y no de individuos. Así, cuando Pedro Sánchez nos habla de combates o de un enemigo agresivo, caracteriza al Covid-19 como un conjunto de individuos biológicos, un ejército, o quizá una tribu (una totalidad atributiva) con rasgos etológicos y psicológicos como la agresividad, cuyas campañas bélicas, si las hubiese, podrían ser encuadradas como guerras de género dos; una tribu bárbara que intenta derrocar a la civilización, que sin la institución de las armas –las vacunas entre otras- no sería tal civilización. No podemos dejar de ver, en esta analogía que hemos desarrollado sobre las expresiones del presidente, una falacia que encubre una burda filosofía, pues el Covid-19 ni realiza planes estratégicos, ni tiene programas establecidos para derrocar a nadie, y en la misma medida carece de sensaciones psicológicas agresivas. Por lo que todo intento de justificar las medidas políticas establecidas por el Gobierno, apelando a un ataque de sujetos con características antrópicas, será un mero espejismo que obviará que las operaciones son de los sujetos operatorios, y que solo sus propias operaciones y la de los componentes de una sociedad política en tiempo y modo son o no prudentes, racionales o irracionales.

En conclusión, mantendremos la tesis, por otro lado nada original, de que las decisiones que se toman respecto al Estado solo pueden ser políticas de manera genética y estructural, por lo que las operaciones de los sujetos en esta escala nunca podrán ser eliminadas a la manera de las Matemáticas o la Fisiología. Así, solo en un ejercicio de mala fe o de ignorancia filosófica, haciendo muestra de un mapa filosófico raquítico, un gobernante intentará eliminar sus operaciones como parte de su prudencia y racionalidad política, atribuyendo a las identidades sintéticas, dadas en las estadísticas, la capacidad de guiar sus acciones cual entendimiento agente aristotélico.

Y siguiendo a Platón terminamos, al igual que empezamos, diciendo que este rey –entiéndase rey como presidente del Gobierno de España– no es el Rey Filósofo de La República.

Miércoles, 25 de marzo de 2020.

Bibliografía

Bueno, G. Primer Ensayo sobre las categorías de las ‘Ciencias Políticas’, Biblioteca Riojana, 1991.

Bueno, G. Teoría del Cierre Categorial, volumen 1, Introducción General, Siete enfoques de la Ciencia, Pentalfa, 1992.

Bueno, G. ¿Qué es la Bioética?, Biblioteca de Filosofía en español, 2001.

Bueno, G. La Vuelta a la Caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Sine Quanon, 2004.

De Waal, Frans. La política de los Chimpancés, Alianza Editorial, 1993.

Platón: El Protágoras, Alianza Editorial, 1998, traducción de Javier Martínez García.

Platón: Protágoras, Pentalfa, 1980, edición bilingüe con comentario de Gustavo Bueno

Platón: La República, Alianza Editorial, 2015, traducción de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano.

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