El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org

logo EC

El Catoblepas · número 190 · invierno 2020 · página 6
La Buhardilla

Avance del ensayo DINERO S.L.

Fernando Rodríguez Genovés

Prefacio del ensayo Dinero S.L. De la sociedad de propietarios a la comunidad de gestores, cuya publicación está prevista para la primavera de 2020

1
portada

Del año 2016 es la publicación del ensayo La riqueza de la libertad. Librepensamientos, libro que cabe entender como precedente del presente, aunque no su continuación o segunda parte. En aquel trabajo reflexiono sobre la veracidad del siguiente aserto: la riqueza es condición necesaria para ejercer la libertad, del mismo modo que la libertad es condición necesaria para generar riqueza. Ha sido para mí un placer leer y estudiar la obra intelectual de solventes pensadores de la libertad que dieron cuerpo y alma, fundamento y comprensión, a esta línea de entendimiento, los principios y argumentos de los cuales resumí en sucesivos capítulos de la obra.

Aspirar hacerse rico es propósito cabal, digno y encomiable, de gran valor personal, social y moral, siempre que se procure sin salirse de la senda misma del valor. Ser rico y tener dinero son objetivos universalmente compartidos, si bien en público raramente reconocidos en lo que valen. Todo lo contrario. Por medio de la ideología, la religión y la creencia bruta, ha crecido en el cerebelo del sujeto racional venido a menos, como manifiesto tumoral y postulado pobrista, la versión evangelista, leninista y costumbrista del asunto: el dinero es cosa mala y mal vista; se mira pero no se toca; hablar de dinero es de pésima educación; el pobre es el actor del Estado comunista y la víctima de la sociedad clasista, sin igualdad ni empatía ni humildad, por eso de él será nada menos que el reino de los cielos.

Poderoso caballero es Don Dinero, misterioso y esquivo; por casi todos anhelado, por muy pocos alabado. El asunto merece un examen. O dos, de momento.

Bien administrado y protegido al máximo, el dinero da bastante de sí, un tema con bastantes cuestiones sobre las que meditar, examinar y razonar. Dinero S.L., las retoma y amplía con nuevas vistas. Dinero y propiedad privada son conceptos tan próximos y dependientes entre sí, como riqueza y libertad: el estornudo de cualquiera de los dos provoca el catarro del otro. Sucede que la sociedad basada en la propiedad privada (la sociedad de los propietarios), con el paso del tiempo, ha ido transformándose en un cuerpo des-comunal en el que el propietario ha perdido autoridad y control sobre su dominio, para ser sustituido por gerentes, gestores, apoderados, administradores, ejecutores, intendentes y otras especies que aspiran a ponerse en su lugar (la comunidad de gestores).

En la perspectiva de este ensayo, el fenómeno representa una escena crucial en esta comedia humana de decadencia y degeneración. Literalmente hablando, escenifica la devaluación de la propiedad, el dinero y la libertad. Un apreciable número de estudios ha detectado y examinado dicho síntoma desde hace décadas, centrando la atención sobre su impacto en el espacio burocrático y la actividad económica y empresarial. Tal demarcación analítica precisaba, a mi juicio, de la pesquisa de un correlato del asunto, apenas reconocido y recorrido, aunque de considerable importancia: el hecho detectado no se circunscribe al área productiva y corporativo-empresarial, e incluso a la gubernamental y política, sino que se ha extendido al conjunto de la sociedad.

Ha llegado a consumarse el sentimiento y el proceder según los cuales quien paga no manda sino que ha pasado a ser un mandado. ¿Por quién? Por quien gestiona la demanda y aun la orden. El que recibe dinero a cambio de un producto, bien o servicio ha acabado siendo el verdadero protagonista de la interacción social, aquel que evidencia quién tiene, en realidad, la autoridad y el control sobre la misma. Acaso no sea justo afirmar que el asunto abarca a la sociedad en su totalidad (con aliento totalitario), pues hay –honrosas– excepciones. Pero, aquí señalo tendencias y propensiones sobrevenidas que han adquirido el rango de corrientes, comportamientos y “vigencias colectivas” (Ortega y Gasset), cada día más generalizadas, de modo consciente o inercial. Sea a propósito de una actuación o labor profesional identificada en un acto médico, una asesoría fiscal, un procedimiento judicial o un servicio técnico en el domicilio. Por citar alguna muestra, que no ejemplo, de lo que señalo. Examino a lo largo de este ensayo bastantes más.

En juego están el valor de la libertad, el contenido de la soberanía y el porvenir de la propiedad privada (única propiedad en sentido estricto). He aquí unos valores esenciales en el proceso de civilización que sólo son sostenidos si se cree en ellos, si se aseguran, si se practican, si se predica con el ejemplo. La historia de la humanidad registra una lucha permanente entre quienes los defienden y los que los atacan. Unas veces triunfan los primeros; otras ocasiones, los segundos. La rehabilitación de esos valores esenciales no acontece por sí misma, sino que es el resultado de un constante esfuerzo de ejercicio y recuperación. Se trata, en suma, de una perpetua pugna entre la civilización y la barbarie.

“ […] la barbarie que retorna en nuestros días no es necesariamente la del socialismo, sino la del totalitarismo en su conjunto –que tiene al socialismo como una de las cabezas del cancerbero.”
Alberto Benegas Lynch (h) y Gustavo D. Perednik, El retorno de la barbarie, Ediciones Instituto Amagi, Buenos Aires (Argentina), 2019

2

dinero

Los representantes políticos en una democracia (diputados, senadores, etcétera) sustituyen de facto a los ciudadanos que les han votado; esos mismos ciudadanos que, en la práctica, están a las órdenes de los funcionarios, en vez de al contrario, según relata la leyenda de la “democracia representativa”. Gerentes de empresas y sociedades de naturaleza económica, delegados sindicales y burócratas variados, tienen, en no pocos casos, más voz y voto que los nominales dueños, esto es, los propietarios de la compañía, del negocio, ésos que pagan el sueldo y sufragan los gastos de aquéllos. En las relaciones comerciales y de servicios, el cliente depende en la práctica de quien debe realizar la prestación, verbigracia, del dependiente de un comercio, empleado de ventanilla o teleoperador, y no a la inversa, según lo establecido en las sociedades respetuosas con el sentido de la propiedad, las buenas costumbres, el libre mercado y lo que el buen sentido y la significación del lenguaje exigirían.

El médico manda al paciente hacerse una prueba clínica, pues él es el que entiende, y no hay más que hablar. El abogado diseña la estrategia de defensa de su cliente, y ¡ay de quien se atreva a contradecirle y sugerir siquiera una alternativa de actuación! Las fuerzas de seguridad dicen estar al servicio del ciudadano, pero no le busque usted las cosquillas a un agente del orden en caso de observar en su actuación negligencia o simple desgana. Profesionales, todos ellos (paciencia, veremos más casos, en lo que se sigue), que, en el ejercicio de sus funciones, acertando o no en su tarea, independientemente del resultado y el grado de satisfacción del usuario, cliente o contribuyente, hacen llegar, indefectiblemente, al cliente la factura correspondiente o reciben su sueldo a cuenta del erario público. Lo único seguro cuando uno lleva el automóvil a un taller de reparaciones o intenta contactar con un fontanero para una urgencia en la vivienda es que el cliente deberá pagar la factura sin rechistar. Tan seguro como la muerte y los impuestos (Benjamin Franklin).

Examinaremos en las páginas sucesivas más situaciones parejas, pues no son exclusivas de profesiones u oficios determinados, sino síntomas de una afección general: los gestores han suplantado al cliente y al pagano en cuanto a efectos de preponderancia, decisión, autoridad y mando. He aquí una auténtica conmoción en la sociedad de propietarios y en la sociedad de libre mercado, categorías que, según adelanto al lector, tienen ya más de denominación de origen y de pasado que de presente y –me temo también que– de futuro.

La consecuencia es que el dinero ha perdido valor; y no me refiero sólo a la inflación o a la devaluación. El pago de un producto o servicio actúa más de generador de deberes que de derechos. Véase, como muestra, que el abono económico anticipado crece en uso y hábito de intercambio comercial, no limitándose a aquella clase de transacciones que, por su naturaleza, así lo exigen o aconsejan: adquirir un billete de tren o avión, una compra on-line, etcétera. Ya veremos, si me digna el lector con su compañía, en qué queda, a fin de cuentas, el Servicio de Atención al Cliente; los años de garantía en la compra de un producto o bien; los “Presupuestos sin compromiso”; la Oficina de Defensa del Consumidor; los Libros de Reclamaciones; el cuento de “usted no se preocupe de nada, nosotros nos ocupamos de todo” etcétera. Sea de modo intencional o inercial, siguiendo un orden evolutivo, el dinero se ha depreciado, dejando de ser poderoso caballero, elemento sustancial en la sociedad libre, para tornarse obediente vasallo a la vez que paciente pagano, hasta que ya no tenga con qué pagar.

El escenario resultante informa de un mensaje neto. El uso del dinero y el estatus de propietario han perdido vigencia en beneficio de otras fuentes de poder, categoría e influencia, lo cual significa una revolución integral, que avanza paso a paso, ganando espacio hasta su victoria final: la sociedad de propietarios decrece a medida que avanza la comunidad de gestores.

El recado y la lección que queda en la sociedad apuntalan la creencia y el sentimiento según los cuales con las armas de la política puede tenerse más crédito y poder, puede conseguirse más cosas y mejor, que con dinero; que es preferible y rentable, en fin, posicionarse a la sombra de los aparatos políticos que planear negocios y abrir empresas, invertir y ahorrar, emprender y trabajar.

Se trata, entonces, de un intercambio de potentados, cual relevo de partidos en el poder, en la medida en que se pretende que todo sea, al cabo, asunto público y político, de los agentes políticos. La coacción y la violencia, inherentes a la política, desbancan así al ingenio, el emprendimiento y la seducción, propios del mercado. Como he dicho, más que de intercambio de papeles o relevo ejecutivo, nos hallamos ante una auténtica revolución.

“Y el poder que un multimillonario, que puede ser mi vecino y quizá mi patrono, tiene sobre mí, ¿no es mucho menor que el que poseería el más pequeño funcionario que manejase el poder coercitivo del Estado, y a cuya discreción estaría sometida mí manera de vivir o trabajar? ¿Y quién negará que un mundo donde los ricos son poderosos es, sin embargo, mejor que aquel donde solamente puede adquirir riquezas el que ya es poderoso?”
Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre (1944)

3

dinero

¿Supone esto el paso del “capitalismo” al “socialismo”? Analizo este tremendo asunto en lo que sigue. Mas sí avanzo, para información y comprensión del lector, que el presente ensayo se esfuerza en emplear los términos convenientes y en sentido estricto, no dejándose llevar por la fuerza de la costumbre, la repetición o el recurso al pragmático y acomodaticio ya me entienden ustedes… El hecho de usar términos equívocos, como los entrecomillados en la primera línea de este párrafo, fomenta la confusión y favorece, en bastantes sentidos, la trágica transición económica, social y moral de la sociedad de propietarios (legítimos dueños de sus bienes) a la comunidad de gestores (intermediarios técnicos, apoderados, medianeros posicionados y terceros, en general), que es el tema específico de este libro. Tal desorden lingüístico afecta a las esferas de realidad, sin excepción, enlazadas en la era de la globalización.

En el presente momento histórico, si bien el tema arrastra un largo pasado, gran parte de los conceptos y categorías económicas, morales y políticas han perdido –o modificado bruscamente– su significación habitual. Precisamente, la alteración –cuando no, descomposición– de la naturaleza comprensiva y comunicativa del lenguaje representa un primer síntoma de la decadencia y desintegración del orden civilizatorio.

En unos casos, resultado del proceso de evolución, en el que los cambios en la sociedad en todos los aspectos, exigen poner al día el diccionario. En otros casos, producto de un proyecto de revolución y deconstrucción, un proceso de trastorno del lenguaje no espontáneo, sino proyectado, planificado; un proceso que denomino de palabras trampa, en referencia, por ejemplo, a términos como “guerra”, “paz”, “cultura”, “progreso”, “social”, “igualdad”, “género”, “dinero”, “propiedad”… Hoy, el hablante competente y decente se ve forzado, constantemente, a matizar, afinar, aclarar, puntualizar, entrecomillar (pero, no con los dedos de las manos, por favor), ajustar al máximo las palabras que emplea, para hacerse entender, si es que lo consigue. Lo contrario de lo que suele hacer el hablante común y ordinario: repetir una y otra vez lo que escucha, la lengua oficial. Como consecuencia advierto una especie de lenguaje encadenado, el cual en el contexto de la corrección política traza un panorama desolador, catastrófico, ruinoso.

Ya veremos, en fin, en qué ha quedado esto del “capitalismo” y el “socialismo”, entre otros “ismos”, porque no da lo mismo. En la actual sociedad de la información y del “estamos en contacto”, la palabra y la imagen cuentan y valen más que los hechos, si no constituyen los hechos en sí. Sí diré de este punto prologal que el panorama que describo y analizo a continuación significa el declive de la sociedad de libre mercado en favor de la progresión de una sociedad dirigida, intervenida y dependiente de la política y de los poderes del Estado, bajo cuya tutela, amparo e inspiración avanzan y se generalizan hábitos y usanzas en la sociedad.

¿Cómo está, entonces, el “capitalismo”? Regular, demasiado regulado. Mal, en realidad, malogrado. Capitulado.

¿Y la sociedad “capitalista”? Entre todos la mataron y ella sola se murió…

4
dinero

Una vez leído el libro, el lector podrá enjuiciarlo, desaprobándolo, si acaso, por no estar de acuerdo con lo aquí expuesto. Nada que objetar al respecto, seguiremos siendo igual de amigos que antes. Podría ocurrir que la objeción esté asentada en una supuesta falta de rigor científico que en estas páginas pueda apreciar; después de todo, diríase, el autor no es experto economista, sino un simple filósofo…

Sé que no es fácil despejar afectos ni desafectos en un escenario y una sensibilidad social en el que se emplean expresiones de este tenor en el habla ordinaria. Hoy, se califica de “comités de expertos” a reuniones de amiguetes próximos a las administraciones de turno; se matriculan miles de jóvenes (y no tan jóvenes) en las universidades –con variados motivos, menos el de estudiar– en un tiempo en el que todavía no ha sido patentada ni comercializada la vacuna contra la titulitis y en que el plagiar tesis doctorales y toda clase de textos ha llevado a convertirse en un deporte nacional; en el que los sabios y los entendidos no son reconocidos por su condición sino por el seudónimo que usan en las redes sociales o su participación como tertulianos en programas de radio y televisión; en el que, en fin, un ministro de Economía (todo un señor catedrático en la materia) promete al presidente del Gobierno enseñarle economía en dos tardes.

En tales casos, estaríamos hablando, más que de afectos, de afecciones. Comoquiera que no muchas afecciones acaban en molestas infecciones, y, por tanto, contagiosas, pondré distancia entre ellos y yo como medida profiláctica.

Sólo añadiré, para terminar este prefacio, que Dinero S. L. no es un libro de economía ni su autor está versado en dicha ciencia, ni en ninguna otra, en verdad. El ensayo contiene una disertación de aliento ético tan personal como subjetivo. Ya lo afirmó con palabras justas José Bergamín: si fuese objeto, sería objetivo; como soy, sujeto, soy necesariamente subjetivo.

De manera que, en mi ignorancia, especialista en nada y ensayista in toto, no me acompleja ni atemoriza trajinar con asuntos propios de la ciencia “lúgubre”, como así ha sido definida la economía en los tiempos modernos. Porque en el tiempo antiguo –cuando cada día que pasa estoy más persuadido que es donde, en verdad, existo– se entendía por economía el saber de aquello que atañe al plano doméstico, es decir, saber ocuparse uno de sus asuntos y organizarse la vida de la mejor manera posible.

“Sin duda, hablo a veces de cosas que han tratado mejor y con más verdad los maestros de los respectivos oficios. Yo aquí me limito a ensayar mis facultades naturales y no las adquiridas, quien me coja en ignorancia nada hará contra mí, porque nada alegará otro sobre mis discursos que no me haya alegado yo; y añado que no estoy satisfecho de ellos. Quien ande en busca de ciencia, cójala donde se aloje, que yo no profeso tenerla. Éstas son solamente mis fantasías, con las que no pretendo hacer conocer las cosas, sino hacerme conocer yo.”
Michel de Montaigne, Ensayos, Tomo II, “De los libros”

Sea como fuere, valga decir que la economía es demasiado importante para dejarla en manos de economistas y profesores de economía.

“El efecto de un buen gobierno es una vida más valiosa y el de un mal gobierno una vida menos valiosa. Podemos permitirnos que el ferrocarril y todas las reservas meramente materiales, pierdan parte de su valor, pues eso nos obligaría a vivir con mayor sencillez y economía, pero ¡suponed que el valor de la vida misma disminuyera! ¿Cómo podríamos exigir menos de los hombres y de la naturaleza, cómo viviríamos con más economía respecto a la virtud y las nobles cualidades de lo que hacemos?”
Henry David Thoreau, Esclavitud en Massachusetts

Si este aperitivo introductor te ha servido, lector, de tentempié y todavía te queda apetito para saber más sobre lo hasta aquí presentado, sentémonos, pues tengo a bien transmitirte algunas cogitaciones que en las páginas siguientes sacaré a colación.

El Catoblepas
© 2020 nodulo.org