El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 190 · invierno 2020 · página 1
Artículos

A vueltas con la clarividencia

Rufino Salguero Rodríguez

Notas en respuesta a la crítica de Rafael Vázquez en “Fotografía: apariencia y verdad” (El Catoblepas, 2019, 188:3)

clarividencia

Prólogo

El artículo presente no pretende un análisis exhaustivo de las Ideas expuestas en el escrito de Rafael Vázquez donde critica a Tomás García y al que esto firma desde la postura mantenida por Pablo Huerga en el ensayo “Once notas para una teoría materialista de la Fotografía” (El Catoblepas, 2007, 67:10), como reconoce el autor al comienzo de su artículo. No obstante, a través de estas notas sí cuestionaremos la premisa de la que parte Vázquez, la de que tanto la interpretación de Pablo Huerga como la suya se mantienen coherentemente en torno a los postulados del materialismo filosófico y que, aunque esto no está nada claro, coinciden con el autor de Televisión: Apariencia y Verdad (Gedisa, Barcelona 2000).No está nada claro, y esto es importante, porque Vázquez no acaba de distinguir explícitamente entre las coordenadas del materialismo filosófico y las tesis de Gustavo Bueno que, reconocemos, aunque sea el autor, el constructor fundamental y primario del sistema en el que nos pretendemos mover los contendientes, no tiene por qué ser el que tenga la última palabra en cuestiones específicas como las que nos traen aquí (como el propio Gustavo Bueno, como luego comentaremos, explicitó). No obstante, Vázquez es en este punto ambiguo, pues a veces cita a Bueno para confirmar sus tesis sobre la fotografía y la televisión (dando a entender que se sigue aquí al maestro), pero otras se dice que Bueno no pudo defender ciertas tesis sobre la misma porque fueron formuladas hace veinte años, cuando la fotografía digital o Internet no estaban tan difundidas. En mi caso he de explicitar desde el principio que mis tesis quieren ser las de Bueno, y me adelanto ya a las posibles críticas a esta posición que pueden tildarla de ortodoxa, seguidista, dogmática o de simple autoridad: la defensa que hacemos de Bueno la realizamos por la convicción de que es la más certera y razonada, así que se nos podrá tachar de poco original o, como mucho, de no entender, como Vázquez nos achaca, o malinterpretar las tesis de Bueno; pero, en todo caso, esto sólo lo podrán juzgar, si el autor que nos hace la crítica sigue sin quedar convencido, los lectores que tengan a bien leer las siguiente líneas. También hemos de recordar que la polémica ya tiene bastante bibliografía y videografía, y a los autores mencionados habría que añadir a José Luis Pozo Fajarnés.

Sabedor, por otro lado, que Tomás García responderá por su cuenta a las críticas que de él hace Vázquez, voy a limitarme por mi parte a responder a las objeciones que pone puntualmente a mi escrito “Desactivar el vacío” de hace ya casi dieciocho años (El Catoblepas, 2002, 7:14) y que apareció al poco tiempo de publicarse el libro de referencia de Gustavo Bueno Televisión: Apariencia y Verdad, constituyéndose, pues, en uno de los primeros artículos en hacerse eco de las tesis de Bueno en torno a la televisión, y donde se utilizaban para realizar una crítica al artículo de Ignacio Castro Rey, aparecido en la misma revista, “Desactivar la cercanía” (El Catoblepas, 2002, 5:26). Vázquez se refiere también a una reciente intervención mía en la Escuela de Filosofía de Oviedo, “Determinación formal de las artes y las técnicas (apariencia y verdad)” (21 enero 2019).

Dado que Vázquez se basa en Bueno, al menos, como decimos, en ciertos tramos, se me disculpará un argumento de autoridad para que sirva de primer muro de contención al reproche, condescendiente y un tanto prepotente (en todo caso psicologista y ad hominem), que Vázquez me arroja al afirmar que ciertas interpretaciones de mi artículo provienen seguramente “tras una lectura apresurada o superficial de TAV.” Seis años más tarde de la publicación de su libro, Gustavo Bueno escribió para El Catoblepas unos escolios sobre los asuntos tratados en él: “El milagro de Santa Clara y la Idea de ‘Televisión Formal”” (El Catoblepas, 2006, 55:2). En este artículo Bueno reconocía, frente a la general indiferencia e impermeabilidad de la mayoría de profesores universitarios, mi prematuro y vivo interés por la teoría vertida en su obra y veía, en la “corrosiva crítica” al artículo de Ignacio Castro, cómo se desenvolvían consecuencias extremas de la “teoría crítica” de la televisión, así como encontraba en nuestro artículo “también la mejor exposición del alcance y las consecuencias implicadas en la consideración de la estructura del cine como contrapuesta a la estructura misma de la televisión.”

No queremos, ni mucho menos, remitirnos tan sólo a un argumento de autoridad como el anterior, por mucho que esa autoridad provenga del autor de la teoría de la televisión en la que pretendemos movernos y, por ello, a continuación expondremos nuestra crítica a la crítica de Vázquez, ya que la superficialidad que nos achaca sólo se podrá comprobar, como decíamos, por terceros lectores que lean su escrito y el mío. Esta crítica quiere poner en evidencia que es su lectura la que es más fallida que la nuestra.

Vázquez insiste que la tesis de Huerga que él defiende sobre la fotografía es más acorde con el materialismo filosófico que la de Tomás García o que la mía, por los análisis que hace Bueno sobre la misma en algunos artículos. Insistimos en esto porque Vázquez, en este punto, fundamenta sus afirmaciones hablando de materialismo filosófico en general y otras refiriéndose a Gustavo Bueno en particular, creando una cierta confusión. ¿Es la interpretación de Bueno la correcta y, por ello, la sigue? ¿Se parte de sus afirmaciones para extender su tesis hacia otras técnicas? ¿Se quiere apartar de esta tesis y corregirla porque se cree que otras tesis son más acordes con el materialismo filosófico como sistema?

Vázquez afirma:

Un ejemplo de teoría transgenérica de la fotografía lo constituye la concepción de la fotografía de Pablo Huerga, quien a partir de los análisis de Bueno sobre la tv, afirma que la característica específica de la fotografía es la clarividencia, entendida como visión a través de cuerpos opacos. Ahora bien, la clarividencia puede ser entendida de dos modos, nos recuerda el autor: como visión en directo a través de cuerpos opacos, o como visión en diferido (a través de cuerpos opacos). Mientras que la tv formal es visión en directo, la fotografía puede ser tanto en diferido (en las fotografías analógicas) como en directo (en las fotografías digitales). Sea como fuere parece claro que la fotografía permite la visión a través de cuerpos opacos, puesto que por medio de ella, cuando es compartida o en nuestros desplazamientos, podemos ver a los objetos reales obstaculizadas por todo tipo de cuerpos opacos. Aunque una fotografía se toma en presencia real del objeto fotografiado, cuando esa imagen se comparte, o se percibe ya alejados del objeto fotografiado, permite verlo a través de cualesquiera cuerpos opacos interpuestos.

Este texto, que es la tesis central de Vázquez y el que da cuerpo a su artículo es ya, en sí mismo, contradictorio. Si la clarividencia es la característica específica de la fotografía, no podrá serlo de la televisión y si lo es de la televisión (como defiende Bueno y defendemos nosotros) no podrá serlo de la fotografía, pues dejaría de ser transgenérica y específica para ser común a ambas. Esta contradicción no es salvada por la división que se hace de dos tipos de clarividencia: en directo y en diferido, pues se sigue hablando de clarividencia y se insiste en que la clarividencia en directo sería común a la televisión y a la fotografía digital (Luego hablaremos de cómo lo propio, por cierto, de la televisión no reside tanto en el directo como en el presente dramático, que no es lo mismo, aunque el directo sea una condición necesaria, aunque no suficiente, para que haya clarividencia). Como le decía Bueno a Pablo Huerga en la presentación de su libro sobre el cine (“Pablo Huerga y Gustavo Bueno-Poética Materialista del cine”, en fgbuenotv a partir del minuto 53), él (Bueno), cuando, por ejemplo, habla de la teoría del cierre no tiene más autoridad que ningún otro, es un hecho objetivo, que está ahí y puede discutirla cualquiera. Bueno se considera un elemento más y no es quién para poner trabas a Pablo Huerga, al contrario, reconoce que su análisis es muy interesante y abre campos y problemas para la teoría del cine del materialismo filosófico. Pero, a continuación, se distancia de Huerga específicamente en sus posiciones (filológicas) en torno a la poética, pues entrañan ciertos peligros (A esta posiciones nos referimos críticamente en nuestra lección en la Escuela de Filosofía de Oviedo y no vienen ahora al caso). Esas afirmaciones de Bueno no se deben a falsa modestia, una virtud nada espinosista, sino al afán de Bueno de que sus argumentos sean tenido como objetivos y no meramente emanados de una subjetividad que sea considerada incontestable. Nosotros también partimos de esta posición, pero habrá que explicitar, cosa que Vázquez no hace, que cuando, tanto él como Huerga, afirman que la fotografía es también clarividente, van contra la línea principal de flotación de aquello que se explica en abundancia en Televisión: Apariencia y Verdad, no va contra mi tesis sino contra la de Bueno, pues como ya comenté en mi artículo nuestra interpretación no era nada original, pero tampoco, como pretende Vázquez, es una interpretación que malentiende a la de Bueno, sino que la sigue de forma estricta, con todas sus consecuencias. Si la interpretación de Vázquez fuera verdadera, el libro de Bueno se derrumbaría, pues no es un mero complemento o adenda al mismo, sino su destrucción. Será libre Vázquez de proponer otra tesis y creer que está dentro de las coordenadas del materialismo filosófico, pero esa libertad la consideramos errada, y esto es lo que pretendemos mostrar en las siguientes líneas, una vez señalada, en todo caso, la contradicción del punto de partida Huerga-Vázquez. Pasaremos, pues, a continuación a detallar las respuestas a las críticas que Vázquez nos realiza para, de paso, apuntalar la tesis de que la clarividencia sólo es característica esencial de la televisión formal.

I
Televisión formal y verdad

En primer lugar, Rafael Vázquez nos achaca el realizar una afirmación “extravagante” como la siguiente: “es por esto, por lo que la televisión, como tal televisión, nos remite continuamente, no a la ilusión y a la apariencia, sino necesariamente a la verdad, y no por razones éticas, sino por razones ontológicas”, que, según Vázquez, consiste en defender “sin más” que la clarividencia implica la verdad. Pero con esto Vázquez crea un hombre de paja al que golpear, pues no es eso lo que decimos, y basta con leer el artículo completo y el contexto del párrafo que él cita para darse cuenta de que estamos de acuerdo con él en que la clarividencia no implica, sin más, a la verdad. Por el contrario, comenzábamos nuestro artículo afirmando, con Bueno, que “habrá que concluir no sólo que la contraposición Verdad/Apariencia se da siempre a través de una realidad determinada, sino que la Verdad implica siempre la Apariencia, pero que, en cambio, las apariencias no implican siempre a verdades correlativas, aunque no sea más que porque las apariencias, como veremos, pueden ser veraces o falaces”. Y añadíamos que al poder ser las apariencias veraces o falaces, el término “Apariencia”, no tomado en sentido absoluto, pierde su sentido exclusivamente negativo y su desconexión con el término “Verdad”, al que tantas veces se opone, erróneamente, de forma radical. Pero antes de insertar la frase que cita Vázquez en el conjunto de las tesis de nuestro artículo y de la polémica con Castro, traigamos a colación el texto de Bueno de donde yo extraje la afirmación que Vázquez realiza de mi artículo:

En cualquier caso, la televisión, en su existencia real y en su desarrollo histórico, o en las diversas rutas posibles de su desarrollo futuro, no puede entenderse de un modo que sistemáticamente se sitúe al margen de la verdad. Esta tesis está propuesta en el terreno ontológico, es decir, en el terreno de la causalidad (del “ser”), y no en el terreno axiológico, por ejemplo, en el terreno ético (del “deber ser”). Quiere decirse con esto, ante todo, que si la televisión no hubiera estado determinada, en una gran medida, por los valores de la verdad, no habría llegado a ser lo que es; quiere decirse que también se transformaría en otra cosa (mejor o peor, según criterios dados), de alcances, sociales e históricos, imprevisibles, en el momento en que se dispusiese a “quedar al margen de la verdad”. (Televisión: Apariencia y Verdad, pág. 323).

Entender la televisión “de un modo que sistemáticamente se sitúe al margen de la verdad” es lo que hacía Castro en su artículo y contra el cual polemizábamos. La conexión necesaria con la verdad de la televisión se da en tanto que televisión, y no ya en función sólo de sus contenidos y, por tanto, su desvinculación llevaría a la televisión a no ser televisión. Y, por supuesto, como dice Vázquez siguiendo a Bueno, la verdad queda establecida, y no hay que darla por supuesta, cuando se prueba la efectiva causalidad entre las realidades exteriores y las imágenes de la telepantalla, pero lo que queríamos subrayar frente a Castro es la siguiente tesis de Bueno, que explicita en la pág. 326:

Pero es justamente en la estructura mediática de la televisión formal en donde se desvanece la distinción (o, si se prefiere, la posibilidad de un uso hipostasiado de los términos de esta distinción) entre contenidos y forma mediática. Las razones, como hemos dicho, son que la forma mediática de la clarividencia por la que se constituye como tal (suponemos) la televisión formal es indisociable de los contenidos respecto de los cuales es posible hablar de clarividencia. Por eso, en la televisión formal, la oposición entre la verdad y las apariencias se nos impone por encima de cualquier otra oposición. La verdad televisiva va ligada a la clarividencia, aunque la recíproca no se cumple necesariamente.

En la última frase de este párrafo reside el quid de la confusión de la interpretación que Vázquez nos atribuye. Vázquez no tiene en cuenta en el párrafo que cita de nuestro artículo, el que afirma que “la televisión, como tal televisión, nos remite continuamente, no a la ilusión y a la apariencia, sino necesariamente a la verdad” y, sobre todo en otros párrafos de nuestro artículo, que lo que hacemos es subrayar la vinculación de las imágenes de la pantalla con objetos exteriores a la pantalla y, por ello, remiten una y otra vez no a apariencias meramente falaces sino también, muy probablemente, veraces. Esto está dicho contra tantos críticos de la televisión y, en este caso, especialmente contra el artículo y las tesis de Ignacio Castro, que asocian una y otra vez las imágenes de la pantalla a su inmanencia. Para Castro “la televisión es la cinematografía del planeta entero, un cine que ha perdido la conciencia de la exterioridad, (...)”, pero esto decíamos nosotros, es todo lo contrario a lo que sucede en la televisión formal, ya que la televisión formal es necesariamente exterior, pues remite a cuerpos fuera de la pantalla en el momento mismo de ser televisados. Esta referencia a la exterioridad en el momento de la emisión es la que nos exige una y otra vez preguntarnos sobre si lo que se ve en pantalla es verdadero, no que lo sea, como interpreta torticeramente Vázquez, cogiendo con pinzas la frase y aislándola del contexto del párrafo, del artículo y de nuestra polémica con Castro, puesto que en todo el artículo tenemos también en cuenta la segunda parte de las palabras de Bueno, es decir, que, aunque la verdad televisiva va ligada a la clarividencia, la clarividencia no va ligada necesariamente a la verdad televisiva. . Por cierto, sería tan necio por nuestra parte afirmar que la clarividencia y las apariencias televisivas van ligadas directamente a la verdad como defender que la caverna platónica es reflejo directo de la misma.

Pero, añadíamos en nuestro artículo, que esto no ocurre en el cine y es, insistimos, lo que queríamos subrayar: que el problema de la verdad en el cine es meramente adventicio, como lo es en otras artes, por ejemplo en la música, pero no lo es en la televisión donde su importancia tiene un carácter ontológico, debido a su estructura lógico-material, que, como veremos al final, es el mismo que tiene el mito de la caverna de Platón. El cine, decíamos en el artículo, nos remite también a cuerpos externos pero no en el momento de la proyección y es por esto por lo en el cine tampoco el problema de la verdad es perentorio: lo será el de la verosimilitud, el de la poética de sus imágenes, &c. Habrá que aclarar aquí (como en ciertas discusiones que hemos tenido en Facebook con grandes amigos) que no se trata de valorar a la televisión por encima del cine, como descubridora de más profundas o rotundas verdades. Si se nos pregunta sobre nuestras valoraciones personales, mi afición y aprecio al cine son mucho mayores que a la televisión y, podríamos además añadir argumentaciones más allá de preferencias subjetivas de cómo el cine ha construido impresionantes obras maestras que ofrecen visiones sobre realidades antropológicas, políticas, sociales, éticas, &c. que les dan mil vueltas a los productos televisivos, pero no se trata de esto.

Sobrarían estas matizaciones si no fuera porque en estas discusiones se suele confundir una aproximación de ciertas definiciones específicas de las artes y las técnicas con su carga axiológica. Pero, una vez aclarado este punto, tenemos inmediatamente que añadir que aunque no se deben confundir (y hay, por tanto, que distinguirlas) estas definiciones llevan finalmente a dar una carga más positiva o negativa a estas artes o técnicas (y, por ello, no se pueden separar) pero siempre habrá que hacerlo específicamente en relación a valores y criterios muy concretos que habría que ofrecer en cada caso y con argumentaciones precisas. De hecho, en nuestro caso, el artículo que escribimos objeto de crítica de Vázquez estaba dirigido muy en concreto al desprecio de Castro por el medio televisivo al vincularlo a la desconexión de la televisión con la realidad exterior y conectarla con el “poder”, la manipulación, la ideología dominante y una falsa cercanía. Pero este desprecio estaba basado en una argumentación falaz y maniquea, que es la que pretendíamos desmontar. Sin embargo, lejos estábamos de mantenernos en un maniqueísmo paralelo pero inverso, del que ya Bueno advertía también en su obra:

Por supuesto, no se trata de postular le necesidad de que la televisión formal mantenga en todos sus frentes “la disciplina de la verdad”. En muchos de estos frentes esta disciplina no tiene la posibilidad siquiera de ser aplicada. Incluso puede concederse que la mayor parte del volumen total de apariencias televisivas que fluyen de las telepantallas se mueve al margen de la disciplina de la verdad, porque no la necesita. Y si es cierto que la verdad de muchos contenidos televisivos implica una televisión formal que los constituya, sin embargo, es tan cierto que la televisión formal no implica la constitución de la verdad del presente complejo que ella promete a veces ofrecer (Pág. 328).

Por ello, inmediatamente, después de resaltar la necesidad de apariencias veraces en la televisión dada su propia estructura, añadíamos cómo la televisión ofrecía también grandes posibilidades de apariencias falaces debido a esa misma estructura (contrariamente a lo que Vázquez dice que defendemos), pero no en el sentido de Castro. Éste denunciaba que la televisión, entre otras apariencias falaces, ofrecía una falsa cercanía, de ahí el título de su artículo, pero lo que nosotros afirmábamos, siguiendo a Bueno, era que lo que había que “desactivar” era la apariencia falaz de la existencia del vacío (una apariencia falaz típicamente parmenídea) debido a la capacidad de la televisión de ver (y oír) a través de cuerpos opacos, de abstraerlos, de eliminarlos, y de ahí el título en paralelo a Castro, de nuestro artículo, “desactivar el vacío”.

II
Televisión y estilos estéticos

Y aquí nos “aventurábamos” a defender una hipótesis que puede ser discutida, pero que no era caprichosa en el contexto de una polémica donde era Castro quien afirmaba que el formato televisivo no se había distinguido por buscar un objetivo estético, para pasar a despreciarla como forma de arte. De nuevo, Vázquez hace abstracción de la polémica en donde está inserta nuestra hipótesis, una hipótesis apagógicaque tendría la siguiente forma: si la televisión no hubiera alcanzado un estilo o estilos estéticos definidos, ello se debería a su conexión con los problemas en torno a la verdad (frente al cine, por ejemplo, pero también respecto a otras formas artísticas). Pero Vázquez nos objeta que “no tiene sentido hablar del estilo propio de la tv, o del cine, en general, sino que hay que hablar del estilo de las diferentes cadenas de tv (cadenas nacionales, autonómicas o locales) y de las diferentes compañías de producción y distribución de películas en particular. Cuando hablamos en este último sentido, particular, es evidente que sí tiene sentido hablar de un estilo propio de tal o cual cadena de televisión”. Pero el planteamiento lisológico que nos achaca Vázquez no es nuestro, sino de nuestro contrincante en la polémica, Ignacio Castro, que en todo su artículo utiliza ese estilo fenomenológico-analítico tan propio del ensayo francés, frente al cual, en nuestro artículo, pretendíamos mostrar que la virtualidad crítica de la propuesta de Bueno consistía en su especificidad, en su definición de la televisión formal, en su clasificación precisa que permitía distinguirla de la televisión material y de otros géneros de telepantallas. Para ser justos con Castro, pero también para ajustar a su vez nuestra hipótesis para poder entenderla, reproduzco el texto del artículo de Castro que pretendíamos criticar:

A pesar de importantes tentativas que a menudo procedían de grandes cineastas, lo televisual no ha encontrado su especificidad en ningún objetivo estético, sino en una función colectiva de dominio, un reino del plano medio que rechaza cualquier aventura perceptiva en beneficio del ojo especialista. Hay una masiva formación (Bildung) profesional del ojo, un orbe de controladores y controlados que comulgan en su admiración por la técnica; por eso quizá es tan fascinante asistir a la elaboración en vivo de un programa. La audiencia social de la televisión, los concursos, el entretenimiento, la información, asfixian toda posible meta estética, que ha sido despojada de su profundidad. Aunque se trabaje con “exteriores”, todo es estudio, “studium”. En tales condiciones, la televisión es el consenso por excelencia, la identificación colectiva convertida en imagen. Por eso los contenidos se simplifican y tensan en función de este único objetivo de eficacia mayoritaria, reflejada en los índices de audiencia. Se trata de una pantalla de la técnica inmediatamente social, que no permite ninguna des-sincronización con respecto a la doxa del momento. Es la sociotécnica en estado puro, su esencia metafísica anterior, pero ahora en cadena.

Ciertamente aquí no se habla de “estilo” pero sí se está diciendo implícitamente que el llamado “cine de autor”, sí tenía un objetivo estético y por ello estaba conformado por diferentes estilos, muchas veces denominados de forma análoga a los estilos literarios: expresionista, realista, neorrealista, surrealista; o géneros, como el western, el thriller, &c. Probablemente uno de esos “grandes cineastas” a los que alude Castro incluya a Roberto Rossellini, que, creyendo que el cine se deterioraba como espectáculo de masas, se volvió hacia la televisión, poniendo en ella sus esperanzas pedagógicas, haciendo películas para este medio sobre grandes filósofos como Sócrates. Como se puede ver en el fragmento que citamos, Castro enumera una serie de géneros televisivos a los que mezcla con funciones de la televisión: concursos, entretenimiento, información, y a los que suma el objetivo del mayor índice de audiencia social de la televisión. Esto haría imposible que la especificidad de la televisión (en nuestros términos, la televisión formal) haya sido la estética, es decir, en el imaginario de Castro, que la televisión haya podido alcanzar el rango artístico que sí alcanzaron esos grandes cineastas en el formato que los catapultó como insignes autores, pero que habrían encontrado en la televisión un escollo insalvable para poder producir arte. Y nuestra hipótesis quería engranar con esta afirmación: si la televisión no había conseguido el rango estético del cine (con todas la prevenciones que para un materialista ha de tener la idea de “estética”, por ello sería mejor referirnos a altura o rango artístico) era debido precisamente a que esa especificidad no se debe a la vulgar que le otorga Castro (la del dominio, el poder, &c.). Sin negar esa cualidad (como tampoco se puede negar la fuerza del cine para controlar a las masas, para distribuir ideologías y mitos, &c.) la característica formal de la televisión, subrayábamos con Bueno, es la clarividencia, y ese ver a través de los cuerpos opacos le llevaría, por su misma estructura esencial, a tener como objetivo, más que el “cómo” estético, el “qué” ver a través de esos cuerpos, y por ello la gran fuerza de la televisión estaría en el presente dramático de una noticia, de un suceso, de un fenómeno que está aconteciendo en ese momento (ya sea un concierto, una revuelta callejera, una misa, un atentado terrorista….) y de ahí la vinculación de la televisión al plano medio, ese que sería según Castro el estilo dominante, debido a que es el que mayor claridad ofrece en la percepción de lo que está aconteciendo.

Concluimos este punto. Dando por supuesto lo que afirma Vázquez, que cada cadena tiene diferentes estilos, esto en nada afecta a lo que afirmábamos a partir de Castro y, al mismo tiempo, frente a él: que es mucho más fácil encontrar en el cine formatos o estilos estéticos, como los que hemos enumerado anteriormente, que en la televisión, pues se podría afirmar que la televisión formal, en tanto que formal, tiene vocación casi exclusivamente realista, y debe dejar de lado cualquier ornato estético como objetivo fundamental. Castro ligaba su afirmación a que la televisión no había encontrado su modo específico de ser o de hacer en ningún objetivo estético (decir esto en un esteticista como Castro, envuelto en el mito de la cultura, y en la concepción del arte no como producción o técnica, sino como sublime creación era, desde luego, una nueva nota denigratoria hacia el medio) sino en una presunta función colectiva de dominio (en la más rancia tradición de la Escuela de Frankfurt) que la encadenaría a casi un único estilo visual: el plano medio, frente, añade Castro, a “cualquier aventura perceptiva en beneficio del ojo especialista”. Finalmente, Castro concluía con la presunción de que la televisión desposeía de una presunta “profundidad” a la meta estética para sustituirla por la superficialidad, por la inmanencia de unas imágenes, síntoma del consenso colectivo, que aunque se ruede en exteriores es estudio, permanece en un interior que no permite la desincronización (desconexión) de la doxa del momento, es decir, de la caverna. La sutileza de nuestra argumentación (su ironía) consistía, precisamente, en señalar la contradicción de esta argumentación: la información, efectivamente, limita las posibilidades estéticas, pero lejos a deberse a la desincronización de las imágenes (doxa) con el exterior, lo específico de la televisión, su clarividencia, es lo que permite la conexión de las imágenes con los cuerpos externos que, por supuesto, nos adelantamos a Vázquez, habrá que demostrar y entender, añadimos, a través de Ideas y del mapamudi del espectador. La verdad como identidad sintética hace imposible esa correspondencia directa entre fenómenos (ya sean televisivos o no) y las verdades, que tienen que ser reconstruidas por cada sujeto. Pero la ironía de nuestra dialéctica argumentativa se pierde en Vázquez que, de nuevo, con su escalpelo analítico y cum grano salis, la aísla del juego de la polémica con Castro.

III
La clarividencia, característica específica de la televisión formal, no se debe confundir con la visión de reverso retornado, característica de la fotografía

Volvemos con esto a la característica específica de la televisión formal y a la tercera crítica de Vázquez, pues éste considera que no acertamos al proponer la distinción entre fotografía y televisión cuando la ponemos en que mientras la tv emite apariencias sinalógicas en directo y presente dramático, la fotografía no lo hace de este modo. Según Vázquez “olvidamos” dos cosas: “Olvida Rufino que la actual fotografía digital se comparte al instante. Pero olvida además que desde el materialismo filosófico el presente dramático no es el nunc puntual, sino el “ámbito de presente, dado a escala social, como resultado de la interacción o interinfluencia de las diversas personas cuyas líneas dramáticas intervienen en la trama del drama televisado formalmente” (TAV, pág. 221). Pero también porque no hay un solo presente dramático, sino múltiples: “El intervalo de un presente político no tiene por qué superponerse al intervalo de un presente económico o meteorológico” (pág. 222).

Afirma Vázquez que su concepción de la fotografía “está en consonancia, creemos, con el materialismo filosófico, tal como se desprende de los análisis que Gustavo Bueno hace de la fotografía en artículos como “¿Qué es la Democracia?”, al que ya nos hemos referido, o “Imagen símbolo y realidad””.

Y, sin embargo, Gustavo Bueno defiende, en confrontación directa con lo que afirma Vázquez, lo siguiente:

Pero es evidente que la clarividencia sólo alcanzará su verdadero sentido, cuando lo que vemos a través de los cuerpos opacos interpuestos lo estemos viendo en el momento mismo de mirar (con los desfases de milésimas de segundo derivados de la velocidad de la transmisión de las ondas electromagnéticas y de los mecanismos de la transmisión o de la digitalización).
Clarividencia es ver lo que ahora mismo (en el presente práctico, que no cabe confundir con el instante adimensional) está ocurriendo detrás de un cuerpo opaco o de ciertos cuerpos opacos. Yo puedo ver lo que hay detrás de un cuerpo opaco contemplando una fotografía hecha desde el otro lado, que me sea aportada, pero esto no es clarividencia, sino visión de “reverso retornado”. (Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 108.)

El que se comparta al instante no es argumento para Vázquez, ya que según él mismo no se trata de la instantaneidad de la transmisión pues el presente dramático, no es el “aquí y ahora” puntual, pero es que tampoco es ese nuestro argumento, luego no entendemos por qué lo trae aquí a colación, pues no se ve dónde confundimos ese presente con el hic et nunc puntual, es él quien sólo tiene en cuenta el presente y se olvida del drama. Pero tampoco es objeción a nuestra tesis el hecho de que haya varios presentes dramáticos, dado que tampoco entendemos qué relación puede tener esto con lo que afirmamos: que la clarividencia es la característica que distingue formalmente a la televisión de la fotografía. Cuando, efectivamente, Bueno habla de que el presente dramático no es puntual (y en el texto citado anteriormente se encarga de distinguir entre el presente práctico y el instante adimensional, lo que no es óbice para que niegue la clarividencia a la fotografía), se refiere a que para entenderlo hace falta remitirse a un pasado y un futuro que rodea a ese presente: para entender el alunizaje del Apolo XI hacía falta saber todas las operaciones tecnológicas que Estados Unidos y la Unión Soviética estaban ejercitando en competencia durante la llamada Guerra Fría; para entender todo el dramatismo del atentado contra las Torres Gemelas, era preciso estar al tanto de los conflictos de Estados Unidos y otros países de su entorno frente a cierto países musulmanes. También en mi artículo, cuando hablo del presente dramático no me refiero al momento puntual, por ello la instantaneidad de una foto no es clarividencia, pues el presente dramático se refiere a una cadena de acciones que está ocurriendo en el transcurso de la transmisión televisiva. Y aquí está el quid de la cuestión: una acción, no una foto fija por muy instantánea que sea que, como dice Bueno, podrá conseguir percibir el reverso de los cuerpos opacos pero, ni mucho menos el presente práctico de lo que está ocurriendo en el mismo momento de la percepción, pues se trata de que a través de la televisión percibimos (vemos y oímos, la fotografía, recordamos, no tiene sonido) lo que está ocurriendo como si estuviéramos en el escenario de la acción.

Dice Bueno en otro pasaje de Telebasura y democracia:

La televisión formal es, por tanto, prácticamente, la televisión en directo, aunque conceptualmente no puedan identificarse ambos conceptos. La televisión formal ha de ser, desde luego, televisión en directo, pero no toda televisión en directo ha de ser televisión formal. Al menos específicamente formal, si los escenarios ofrecidos carecen del “dramatismo del presente” determinado por la visión. No hay televisión formal cuando sea irrelevante, en los contenidos, un tal dramatismo, sobre todo si además no median cuerpos opacos entre la cámara y la telepantalla. La televisión que nos ofrece en directo un escenario celeste natural que se puede ver a simple vista simultáneamente es televisión en directo, pero no es formal-específicamente formal (aunque pueda considerarse genéricamente como formal): esta televisión se parece más a un telescopio. Cuando nos referimos a escenarios del espacio antropológico (o cultural), el “presente dramático” se convierte en una condición relevante de la escena, y entonces la televisión en directo será siempre televisión formal. (Pág. 109)

La fotografía no puede transmitir esta acción, tan solo su foto fija. Vázquez considera tan sólo la característica de ver a través de los cuerpos opacos y señala que la clarividencia sería la característica de la fotografía analógica en diferido y la de la fotografía digital en directo. Pero el directo, aunque sí es una condición de la clarividencia (por ello el diferido ya no sería clarividencia), no es la única condición, pero ha de cumplirse otra fundamental, que este directo este mostrando un presente dramático a través de los cuerpos opacos. Tampoco, pues, la fotografía, digital, por muy rápida que sea puede mostrar ese dramatismo. Y, claro, esa acción puede tener una cariz económico (la bolsa), meteorológico (información sobre el tiempo climático), político (reunión parlamentaria, &c.). Debido a que la acción puede no ser tan fundamental en el cine, Castro se deshacía en elogios con las grandes panorámicas de paisajes que había conseguido frente a la vulgar televisión, pero una cámara televisiva que enfocara continuamente a un paisaje donde no pasara nada no tendría ningún sentido, como sí lo tiene la fotografía paisajística.

Acción, pues, que se da en un intervalo de tiempo que no es un hic et nunc, pero tampoco en un arco indeterminado. Preguntamos a Vázquez: ¿tendría sentido que un espectador siguiera un partido de fútbol, una corrida de toros o una misa a través de fotografías digitales? La respuesta es obviamente negativa, debido a que las fotos, por muy rápida que sea su difusión, no dan cuenta de la acción dramática, sólo de escenas fijas (y mudas). Puestos a defender la clarividencia por la rapidez de la transmisión, ¿por qué no defenderla en lugar de en la fotografía digital en el video digital, dado que éste sí que graba el transcurso de la acción? Pues porque por muy rápida que fuera la transmisión todas las ceremonias que se pudieran ver a través de él habrían llegado a su fin, perdiendo el interés dramático, es decir, no dejaría de ser televisión material. Pero a esto ni se acerca la fotografía no por la falta de instantaneidad (recuérdese que Bueno tiene ya en cuenta la digitalización), ni tampoco porque el presente dramático no se reduzca a un aquí y ahora, sino porque no puede transmitir la acción tal cual se está produciendo. En la fotografía, como incide Vázquez siguiendo a Bueno, el sujeto no forma parte directa de la relación de semejanza entre la misma y el objeto, o se puede decir que es una reproducción “natural” o física, pero no deja de ser una visión del reverso ocultado por el anverso, que retorna hacia nosotros, nunca una realidad procesal, un presente práctico o dramático. Vázquez tiene en cuenta sólo el presente, no el drama.

Concluimos apuntalando nuestra tesis con una afirmación taxativa pero consecuente con nuestra tesis: en el caso límite en que las instantáneas fueran tan rápidas que trasmitiera la acción en movimiento la fotografía ya no sería fotografía, sino que se convertiría en televisión formal como, de hecho, los fotogramas en movimiento encapsulados en sus bobinas se convierten en cine en el momento de la proyección.

IV
La televisión formal y el mito de la caverna

Concluye Vázquez su artículo afirmando que “cuando Platón habla de sombras no se refiere solo a las apariencias que recibimos en directo y que están vinculadas causalmente a los objetos que proyectan esas apariencias, como parece deducirse de la comparación entre el mito y la tv y añade que “no se refiere sólo a apariencias sinalógicas que se ven en directo, sino a todo tipo de apariencias, sean veraces o falaces, sean pintadas, habladas o escritas, sean en directo o en diferido”. Todo esto para defender que ni las sombras, ni el muro, ni el mito como tal de Platón tienen un sentido unívoco. Pero con esto Vázquez lucha, de nuevo, contra un fantasma inventado por él, pues ni Gustavo Bueno ni el que esto escribe decimos tal cosa. El propio Gustavo Bueno relaciona el cine y el mito de la caverna en escritos anteriores, pero en la obra Televisión: Apariencia y Verdad es donde subraya que frente al tópico del cine como ilustración de la caverna platónica (lugar común justificable por la semejanza entre la oscuridad de la caverna y la oscuridad de las salas, y por la proyección en la pared de las imágenes), su estructura lógico-material y topológica se corresponde mucho mejor (que no, atención, únicamente) con la estructura lógico-material y topológica de la televisión, por la conexión de las imágenes con el exterior y esto es lo que Vázquez, definitivamente no ve.

Vázquez nos dedica, a este respecto, a Tomás García y a mí el siguiente párrafo:

“Pero la tecnología que hoy produce las apariencias más variadas y heterogéneas, en cuanto ha subsumido a todos o la mayor parte de medios de comunicación (comics, revistas, periódico, radio, televisión, radio, libro, periódico (sic), revistas, cine…), y que además incorpora las aplicaciones más avanzadas para generar nuevas apariencias y compartirlas, tanto en directo como en diferido, es internet. Internet no es solo una pantalla que se ve y se oye, sino una pantalla a través de la cual se comparten documentos, planos, contratos, libros… Pero no solo eso sino que además internet permite el espionaje masivo entre individuos y grupos, por lo que la manipulación y la mentira alcanzan unas cotas que superan no solo cuantitativamente sino cualitativamente a las de la tv. Incluso el tiempo de exposición de los usuarios a internet es considerablemente mayor que el dedicado hoy a la tv. Por todo ello es difícil de entender la insistencia de Tomás García o Rufino Salguero en la tesis según la cual la televisión es la tecnología que mejor sigue representando hoy (y no hace 19 años, cuando Gustavo Bueno escribió TAV) al mito de la caverna”.

Pues si insistimos en ello es porque Internet no es una tecnología que haya “subsumido” como tal a la mayoría de los medios de comunicación, sino que es una tecnología altamente lisológica que se ha convertido en medio para otras técnicas o artes. Vázquez afirma que el tiempo de exposición de los usuarios a Internet es muy superior al que dedica a la televisión, pero no se preocupa de distinguir entre televisión material y televisión formal, pues mucho de estos usuarios dedican el tiempo a ver vídeos pero también a seguir a los llamados “youtubers”, cuya retransmisión en directo no es otra cosa que televisión formal. Vázquez confunde el soporte de transmisión (Internet) con la técnica, el arte, el producto específico (libros, fotografías, documentos, películas, videos, televisión formal…). El tiempo dedicado a Internet no puede ponerse, sin más, como tiempo que se reste a ver la televisión, pues mucho de ese tiempo es televisión formal: noticiarios, conferencias, partidos de fútbol, intervención de “youtubers”…

Al insistir en que la manipulación y la mentira alcanzan cotas insuperables por la televisión, se delata Vázquez en su concepción de la televisión como medio manipulativo y transmisor de apariencias falaces (la hipótesis de Castro que nosotros criticábamos), que ahora sería sustituida por Internet y también refleja una interpretación del interior de la caverna platónica como mero depósito de mentiras, manipulaciones, falacias… Se pierde, pues, la relación dialéctica entre apariencia y verdad, en su regressus y progressus. Pero como hemos querido subrayar en estas líneas, y en nuestro trabajo contra Castro, la conexión de la televisión formal con el mito de la caverna hace, muy probablemente, si no traiciona esa estructura, que la televisión formal sea deudora de apariencias veraces. Como dice Bueno en Telebasura y democracia:

La televisión formal no es una reproducción, más o menos, fiel de la realidad, sino la realidad misma ante nuestros ojos, de la misma manera que la Luna que veo en una noche clara, o el segundo avión estrellándose contra la segunda torre de Nueva York, visto directamente por millones de personas gracias a la televisión formal, no es la reproducción que mi retina hace de los hechos, sino la realidad misma ante mis ojos. Y muchas veces, las realidades procesales que percibo a miles de kilómetros de distancia, las percibo mejor, o de un modo más global y completo, que quien las está mirando de cerca. (Pág. 110)

Y esto es independiente de nuevas tecnologías que puedan aparecer, pues si la clarividencia es su característica formal lo será aparezca en el soporte en el que aparezca. Es por ello que la tesis de Bueno, en este aspecto no puede, necesariamente, quedar anticuada, so pena de que, como decíamos, esté errada, pues este es el núcleo del ensayo de Bueno: la novedad de la televisión es, precisamente, la clarividencia, esa es su esencia específica, la que la diferencia de otros medios, por ello esa novedad no se la podrá arrebatar nunca ninguna otra tecnología.

El Catoblepas
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