El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org

logo EC

El Catoblepas · número 189 · otoño 2019 · página 9
Artículos

Manuel Tuñón de Lara, ¿historiador del pueblo?

Pedro Carlos González Cuevas

Sobre las falacias de la izquierda historiográfica

1. Marxismo e historiografía en España

Manuel Tuñón de Lara

La difusión del marxismo{1} ha sido en España asombrosamente pobre. Por ello, autores como Fernando Claudín, entre otros, señalaron la “extrema debilidad teórica” del movimiento obrero español{2}. A la hora de explicarlo, se ha recurrido a factores como el arraigo del anarquismo, especialmente en Levante, Cataluña y Andalucía. Al mismo tiempo, era necesario señalar el atraso de la industria en la sociedad española a lo largo del siglo XIX; y añadir factores de carácter cultural, sobre todo la ausencia de una importante tradición de pensamiento filosófico sistemático en España. Ni el idealismo ni el positivismo disfrutaron de un gran predicamento en nuestro suelo. Las polémicas intelectuales se dirimieron, durante el siglo XIX, entre el tradicionalismo, la escolástica y el krausismo. A diferencia de Italia, por ejemplo, España no tuvo su Benedetto Croce y su Giovanni Gentile y, por lo tanto, tampoco su Antonio Gramsci{3}. El socialismo español careció de su Labriola, su Kaustky, su Pléjanov, o su Mariátegui. Pablo Iglesias no podía compararse ni tan siquiera a August Bebel o el inefable Jules Guesde. No hay un solo pensador español estimable de los siglos XIX y primera mitad del XX que pueda ser propiamente calificado no ya de marxista, sino de socialista. Por otra parte, como señaló en su día el filósofo Manuel Sacristán, los análisis de Marx sobre España están centrados en factores que, desde la propia perspectiva marxista, podemos denominar “superestructurales” –tradición, cultura, política, religión, &c.- en detrimento de los infraestructurales. Llamaba la atención igualmente de que el filósofo alemán apenas menciona los procesos desamortizadores de las tierras eclesiásticas y comunales{4}. Además, los escritos de Marx y Engels fueron traducidos tardíamente al español. La primera traducción corrió a cargo del heterodoxo Andrés Nin; y los escritos fueron comentados por el historiador conservador maurista Manuel Ballesteros y Beretta. Manuel Sacristán realizó, en 1960, una traducción más completa, pero tampoco exhaustiva, porque todavía no eran conocidos la totalidad de esos escritos. Sólo en 1998 Pedro Ribas publicó el grueso de los artículos{5}.

No obstante, existió una historiografía socialista y obrera española, de escasa calidad, muy tributaria de la de carácter progresista y liberal. Así, Francisco Mora, en su Historia del socialismo obrero español desde sus primeras manifestaciones hasta nuestros días, expresó una postura internacionalista desmitificadora de la historia de España, relacionada sobre todo con el descubrimiento de América, las campañas militares de los Austrias y la guerra antinapoleónica. Por el contrario, Juan José Morato, en sus Notas sobre la historia de los modos de producción en España, se mostraba más identificado con la historia nacional, siguiendo, en general, las pautas de la historiografía liberal de Modesto Lafuente, Picatoste, Seignobos, Buckle, Dozy, Menéndez Pelayo y Joaquín Costa. En esa obra, se escribe positivamente de la presencia árabe y judía en España. Se somete a crítica la lectura tradicional de la Reconquista y sus motivaciones. Relajaba el entusiasmo en las instituciones políticas de la Edad Media, como los concejos, las cortes, los fueros, las franquicias y las libertades. Los Reyes Católicos eran presentados como fautores de la unidad nacional, pero igualmente de la decadencia de España. El descubrimiento de América fue, a juicio de Morato, una gloria nacional, pero que trajo aparejados graves efectos como una profunda crisis industrial, comercial y demográfica, incidiendo en la ruina del país y en la explotación de las poblaciones indígenas. Su valoración de las Comunidades y de las Germanías era presentada como consecuencia de la lucha de clases. Los reinados de Carlos I y Felipe eran catalogados de desastrosos, al igual que los de sus sucesores. La dinastía Borbón causó, a su entender, menos males y algunos de sus miembros se preocuparon, con buenos resultados, del bien público. Juzgaba “necesarias” las revoluciones liberales. En la guerra de la Independencia, distinguía Morato entre los grupos liberales y los “fanatizados” por curas y frailes; en consecuencia, valoraba positivamente las Cortes de Cádiz y de forma absolutamente negativa el reinado de Fernando VII. Morato interpreta las guerras carlistas como un enfrentamiento entre los partidarios del Antiguo Régimen y los elementos avanzados. La desamortización civil era sometida a crítica en cuanto privó de medios de vida a sectores importantes de la población. El triunfo del liberalismo convirtió a la alta burguesía en clase dominante, dando lugar a un nuevo ciclo revolucionario protagonizado por la pequeña burguesía en 1868. Finalmente, Morato señalaba que “ninguna reforma beneficiosa para los trabajadores ha sido llevada a la legislación durante el tiempo que lleva la dominación burguesa”{6}.

A lo largo de la primera mitad del siglo XX, la historiografía socialista/marxista española siguió siendo intelectualmente poco significativa. Pese a los baldíos esfuerzos del erudito Ángel Viñas no puede considerarse a Antonio Ramos Oliveira como un historiador riguroso{7}. Sus obras del período republicano, como Nosotros los marxistas o El capitalismo español al desnudo, no pasan de ser alegatos de un militante socialista en la coyuntura conflictiva de la II República. Historia de España, escrita ya en el exilio, es un ensayo de síntesis y no producto de una investigación exhaustiva. Ramos OIiveira formaba parte del círculo revolucionario de Luis Araquistain y Francisco Largo Caballero. De hecho, sus obras contribuyeron a la radicalización del PSOE y se declaró partidario de la dictadura del proletariado como “vía socialista” a la revolución proletaria. El hispanista alemán Walter L. Bernecker lo califica de “periodista” y de “autodidacta”. Igualmente, hace hincapié en su equivocado análisis del nacional-socialismo alemán; y que, en su obra, se encuentra ausente una “profunda reflexión teórica sobre la relación entre economía y política”{8}.

Reseñable igualmente es la figura de Manuel Núñez de Arenas y de la Escosura. Biznieto de José de Espronceda, estudió en la Universidad Central de Madrid, en la de Burdeos y de Lausana. En un principio, se afilió al PSOE y colaboró en sus órganos periodísticos, al igual que en la revista España. En 1921, fue uno de los fundadores del Partido Comunista de España y creador del periódico La Internacional. Fundó La Escuela Nueva. Tras la guerra civil, se exilió en Francia y fue el autorde unas Notas sobre el movimiento obrero español, que abarcaba desde la época de los gremios hasta los comienzos del siglo XX{9}. Núñez de Arenas influyó en la obra de otro marxista español, Francisco González Bruguera, Histoire Contemporaine d´Espagne (1789-1950), una tesis doctoral escrita bajo su tutela. A juicio de este autor, la revolución burguesa española se consumó entre 1808 y 1874. La burguesía ocupó de hecho el poder en la etapa de 1833-1843. La obra fue muy criticada por el historiador marxista francés Pierre Vilar en la revista Annales. No creía Vilar que la sociedad española del siglo XIX fuese burguesa. Y es que el fascismo español era, de hecho, un compromiso entre “las fuerzas del Antiguo Régimen” en connivencia con el extranjero. En ese sentido, no podían utilizarse conceptos como “burguesía agraria” o “proletariado agrícola”, porque significaban un tipo de relaciones sociales en el campo que distaban de producirse en amplias zonas de España{10}.

Como tendremos oportunidad de ver, no fue González Bruguera el único discípulo de Manuel Núñez de Arenas. En realidad, su principal seguidor fue Manuel Tuñón de Lara, uno de los historiadores marxistas españoles más carismáticos e influyentes. ¿Quién fue Tuñón de Lara? Veámoslo.

2. Manuel Tuñón de Lara: un historiador con biografía…y hagiógrafos.

Manuel Tuñón de Lara fue un hombre marcado por el conflictivo contexto social y político que le tocó vivir. Significativamente, el historiador liberal Miguel Artola definió a Tuñón de Lara como un “historiador con biografía”, dados los avatares de su trayectoria vital durante la II República, la guerra civil y el exilio en Francia. Vivió, sin duda, esa circunstancialidad de que habla Ortega y Gasset con tal intensidad que necesitó escribir y analizar al hilo del tiempo y de su paso, a la hora de intentar dar razón incluso de su trayectoria personal. Algo que fue captado por aquellos que fueron sus seguidores y amigos. Así, Julio Aróstegui: “Manuel Tuñón de Lara hace historia de su propia experiencia personal (…) pretendió que su testimonio fuese más que una historia, o lo que equivale a decir una crónica, por más que veraz y bienintencionada, una verdadera obra de ciencia”. En ese sentido, su figura era análoga y paralela a la del conde de Toreno, Pirala, Alcalá Galiano o Bermejo cuando escribían sobre la revolución liberal{11}. “Historia y biografía se hacen –afirma Manuel Pérez Ledesma- en Manuel Tuñón de Lara inextricables. La obra de Tuñón de Lara es la racionalización de un testimonio, una racionalización que pretende elevar al grado científico, hace siempre del testimonio, dato”. “Porque no era la construcción de una <ciencia histórica> lo que de verdad le importaba; lo auténticamente importante era evitar que lo más valioso del pasado se perdiera en el olvido. Por esta razón, y a pesar de las prevenciones teóricas contra la historia-relato y de las propuestas metodológicas sobre los modelos y las estructuras, lo que se encuentra en la mayoría de sus escritos de Tuñón son relatos, reconstrucciones narrativas del <mundo que hemos perdido>”{12}. En el mismo sentido, se expresa Santos Juliá Díaz: “Se comprende la pasión con la que discutía de todo lo relacionado con la República. En la reminiscencia las cosas se presentaban por sí mismas. Al discutir, recordaba, retrotraía lo visto. Y por eso, por no ser plenamente pasado, cuando Tuñón escribe de lo visto, se diría que la República mantiene su calidad de expectativa, de promesa abierta con la que fue recibida por los jóvenes como él”{13}. Por todo ello, como tendremos oportunidad de ver, su producción historiográfica tiene, siguiendo los esquemas interpretativos de Hayden White, un marcado carácter trágico. Su narrativa nos presenta los horrores de la historia española contemporánea. Su modo de argumentar fue siempre mecanicista y su enfoque ideológico, radical{14}.

No obstante, sabemos poco de la vida del historiador madrileño, que ha tenido hagiógrafos más que biógrafos{15}. Nacido en Madrid el 8 de septiembre de 1915, Manuel Tuñón de Lara Ramos fue vástago de una familia andaluza de intelectuales y políticos republicanos. Su abuelo Mateo Tuñón de Lara fue ingeniero y catedrático de bachillerato y uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza. Su tío Antonio Tuñón de Lara fue dirigente del Partido Radical de Alejandro Lerroux y vicepresidente de las Cortes de la II República. El joven Manuel realizó sus primeros estudios en la casa paterna, bajo la dirección de don José, un clérigo liberal amigo de la familia y rector de San Francisco El Grande; y pronto manifestó su agnosticismo religioso. Estudió posteriormente Derecho en la Universidad Central: “Para quienes teníamos veinte años en 1935 evocar aquel Madrid se convierte en evocar un fresco de nuestros años mozos. ¡Cómo no pensar en el estreno de Yerma, de Lorca, aquella noche de fines de diciembre de 1934! O en el Premio Nacional de Literatura de Sender por Mister Witt en el Cantón. Ciertamente, la Universidad reflejaba un clima de tensión precursor de la tragedia, pero también se estudiaba con grandes maestros, se reía, se amaba y los domingos se jugaba al rugby y las chicas al hand-ball”{16}.

Desde su juventud fue un hombre muy politizado. Sin cumplir los dieciséis años acudía a la tribuna de invitados de las Cortes, con una tarjeta que le proporcionaba su tío Antonio, para asistir a los debates parlamentarios. Ingresó en el Bloque Escolar de Oposición Revolucionaria, el sector más radical de la Federación Universitaria Española y en las Juventudes Comunistas, ocupando el cargo de secretario estudiantil de su Comité Federal. Fundó igualmente con otros jóvenes comunistas, en 1934, la Unión de Estudiantes Antifascistas. Uno de los militantes de las Juventudes Comunistas, el luego célebre filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez no ocultó, en un esbozo autobiográfico, la ideología extremista y la actividad violenta de la organización juvenil: “Por su culto a la acción, rayano en la aventura apenas si se distinguía de las Juventudes Libertarias (anarquistas) con las que sus relaciones, por otro lado, no eran nada cordiales. A la riqueza de su praxis violenta correspondía su pobreza en el terreno de la teoría. Pero en aquellos momentos esa pobreza no me inquietaba. Me atraía más su acción violenta, un tanto delirante, que los fundamentos de ella. Por otra parte, mi ingreso en las filas de la JC no había sido fruto de una reflexión teórica, sino de un inconformismo creciente un tanto romántico y utópico en el que los grandes ideales desdeñaban medirse con la vara de lo real (…) En aquellos años de la República nuestros sueños de militantes se poblaban de banderas rojas y Palacios de Invierno…”{17}. No muy lejos de estas posiciones se encontraba Fernando Claudín, igualmente militante de las Juventudes Comunistas: “Tres opciones se presentaban a la extensa fracción radicalizada de nuestra generación. Dos de ellas de honda raigambre nacional, atraen a la mayoría de la juventud obrera y a una parte de la juventud intelectual: el anarcosindicalismo y el socialismo iglesiano. La tercera, que tenía la seducción de lo exótico, cautiva a una reducida minoría de la juventud obrera y a unos cuantos estudiantes, entre los que yo me encontraba”. “La <guerra de clases>, el <odio de clases> eran datos auténticos, dramáticos, de una España desgarrada por antagonismos sociales irreconciliables, que difícilmente podían concentrar cauce resolutorio en el marco parlamentario”{18}.

Manuel Tuñón de Lara formó parte del comité central de las Juventudes Comunistas como secretario estudiantil. Participó en el asalto al rectorado de una Universidad Central y puso una bandera roja con la hoz y el martillo. Cuando el canciller austriaco Dollfuss reprimió a los socialistas, las Juventudes Comunistas declararon la huelga, sacando los bancos de clase y los plantaron en medio de la calle de San Bernardo sobre el riel de tranvías. Mientras tanto, entró en contacto con la obra de juristas como Hans Kelsen y Hermann Heller y con la del fascista Giorgio Del Vecchio. Leyó a Marx y Lenin, Mathiez y Jaurès, Menéndez Pidal, Malraux y Barbusse. Entabló amistad con el filósofo Carlos Gurméndez. Descubrió la poesía de Antonio Machado, que, como veremos, se convirtió en un auténtico fetiche para el joven comunista. Sus lecturas favoritas eran Octubre y Nuestra Cultura{19}. Durante la huelga general revolucionaria de octubre de 1934, como miembro de las Juventudes Comunistas, estuvo ayudando a parar tranvías cuando salían los coches, armado con porras y palos{20}. En febrero y marzo de 1936, Tuñón de Lara acudió, en representación de la FUE, al Congreso Mundial de la Paz, celebrado en Bruselas. Poco después viajó a Ginebra. En París tuvo oportunidad de contemplar los prolegómenos del Frente Popular francés, donde conoció al historiador comunista Noël Salomon y al escritor Max Aub. El 16 de julio viajó a Oxford, para asistir al Congreso Internacional de Estudiantes Socialistas, donde le sorprendió el alzamiento cívico- militar. En agosto, pasó a formar parte del grupo “Cultura Popular”, una especie de Frente Popular de la Cultura. Luego, fue movilizado en el Quinto Regimiento a través de las Juventudes Socialistas Unificadas; y dirigió el periódico Guardia Roja. Según sus discípulos y hagiógrafos De la Granja y Reig Tapia: “De la matanza de Paracuellos no se enteraron en su momento los combatientes, aunque la percepción de ciertos desmanes (sic) en la obsesiva persecución antifascista estaba presente. La expresión <quinta columna> la oyó en los primeros días de noviembre y recuerda haber visto en la Puerta del Solo una mesa reservada al general Mola, quien anunciaba su inmediata entrada en Madrid”. Según ellos, Tuñón de Lara “nunca aprendió a manejar un fusil”; y además, atemperó su fervor revolucionario. Y es que los jóvenes comunistas no defendían ya, eso dicen estos hagiógrafos, “la dictadura del proletariado”, sino el “frente antifascista”{21}. Un alegato que, al menos en mi opinión, hay que creer bajo palabra de honor, siendo, por supuesto, totalmente escéptico sobre el “honor” de estos supuestos historiadores. Su actuación durante la guerra estuvo vinculada a tareas de carácter cultural y de enseñanza, en la Escuela de Cuadros de la Juventudes Socialistas Unificadas. Esta experiencia marcó para siempre su interpretación del fenómeno fascista/nacional-socialista, en la línea marxista-leninista más tradicional y acrítica, predicada sobre todo por la III Internacional. Hasta en sus libros de madurez, siguió defendiendo que el fascismo/nacional-socialismo reflejaba “el descontento de la pequeña burguesía y el campesinado”. Significaba, en fin, y al mismo tiempo, la resolución de la crisis de hegemonía por parte del bloque social dominante; y el paso “del capital industrial al capital monopolista”. En el caso alemán, expresaba los intereses de la industria pesada: “Stinnnes y Thyssen son los grandes patronos”. Y fue financiado “por los más oligárquicos del gran capital”. La huella del viejo Georg Lukács tampoco podía faltar: “Para ello se ha echado mano (sic) de una mística irracional; no en vano el irracionalismo filosófico ascendía desde quince años atrás. Desfiles, campos de trabajo, guerras de invasión y toda una mística”{22}. Entre sus lecturas al respecto, nunca estuvieron no ya los revisionistas Renzo de Felice, Zeev Sternhell, Stanley G. Payne o George L. Mosse, sino la de los marxistas más serios como Timothy Mason, quien, como es sabido, no tuvo inconveniente en reconocer, tras una exhaustiva investigación empírica, la colaboración del conjunto de la clase obrera alemana con el nacional-socialismo y la autonomía de éste respecto a la alta burguesía{23}. Claro que Mason acabó suicidándose.

Todavía en 1984, Tuñón de Lara recordaba y celebraba la constitución en 1934 del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas, en el que veía un ejemplo a seguir por “nuestra democracia”{24}. No menos crucial fue, para él, la experiencia del Frente Popular francés, que recordaba épicamente en los años noventa: “Se trataba de cerrar el paso al fascismo. Salía a relucir la más variopinta tradición desde Juana de Arco hasta Jean Jaurès, pero todo con la canción, las banderas multicolores, la alegría. Las manifestaciones de aquellos años (hasta septiembre del 36, los gritos de Des avions et canons pour l´Espagne recordando que la sangre se derramaba más allá de la frontera sur), la ocupación de las fábricas en mayo y junio de 1936…”{25}. Tuñón de Lara nunca fue capaz, en ese sentido, de distinguir, desde el punto de vista histórico, entre un social-católico y un fascista. A su entender, en 1934 el gobierno radical en España se hallaba cada día “más a merced de un filofascismo clerical (sic) y la correlación de fuerzas en el sector agrario era de nuevo favorable a una patronal arcaica”. Incluso veía en republicanos radicales como Salazar Alonso “poseídos por una ideología autoritaria cercana al fascismo, que condicionaba su comportamiento”. De ahí a la legitimación histórica de la insurrección de octubre sólo había un paso, y, por supuesto, lo dio: “No es, pues, extraño que en muchos casos parte de la izquierda española cayera en el voluntarismo de afirmar un hipotético socialismo frente al peligro fascista, de creer que no quedaba nada que defender de la República parlamentaria y democrática (lo cual no era rigurosamente cierto, aunque la base de sustentación democrática fuese un frágil)”. Y lo mismo ocurrió cuando analizaba el contexto internacional. Dolffuss equivalía a un Mussolini o un Hitler. Al canciller austriaco lo consideraba un “fascista clerical”, en quien Hitler “no veía un aliado seguro”{26}. Lo que ocurre es que Hitler nunca consideró a Dollfuss un aliado, sino como un enemigo radical de, entre otras cosas, su proyecto de unión con Austria. Por cierto, ¿quién asesinó a Dollfuss? Curiosamente, nunca hizo mención a Oliveira Salazar.

En cualquier caso, cuarenta años después, Tuñón de Lara interpretaba los sucesos de octubre de 1934 como “una verdadera revolución socialista en España; durante casi dos semanas hubo centros decisorios de poder, ejército, administración, materia de transportes y abastecimientos, mantenimiento de la industria siderúrgica bajo control obrero, organización de los servicios sanitarios, tendidos y líneas telefónicas”. A su entender, lo más significativos de aquellos episodios no fueron los asesinatos de policías, empresarios, militares o sacerdotes, sino “el hecho que probablemente la historia retendrá con más fuerza es esa capacidad de estructuración (con todos sus defectos) de un nuevo poder y de un sistema de servicios”{27}.

Retornando a la trayectoria vital del comunista madrileño, en Valencia se casó con Nieves Arrazola, de cuyo matrimonio nació su hijo Sergio. No obstante, la esposa le abandonó por el también comunista Ricardo Muñoz Suay. Posteriormente, Tuñón de Lara, cuando se exilió en Francia, reclamó a su hijo. En 1956, Nieves Arrazola tuvo que pedir a su antiguo conyugue la autorización necesaria para obtener el pasaporte que le permitiera acompañar a Muñoz Suay en su viaje a Francia, donde volvió a ver a su hijo Sergio{28}. De su segunda esposa, Carmen Villanueva, Tuñón de Lara tuvo dos hijos, Manuel y Paloma. Luego, una tercera esposa, María Cruz Mina, profesora especialista en temas de foralismo vasco.

Según los militantes de la FUE, el comunista madrileño destacó, a lo largo de la guerra civil, por “su inteligencia y capacidad de trabajo”. Colaboró en la revista Frente Universitario, junto a Ricardo Morales, Jacobo Muñoz, Vicente Gaos y Ricardo Muñoz Suay. Con éste último, organizó el Congreso de la Unión Federal de Estudiantes Hispánicos, al que asistieron Jesús Hernández –ministro de Instrucción Pública-, José Puche, Pedro Carrasco, Santiago Carrillo, Serafín Aliaga, Carlos Álvarez y Manuel Tagueña. Como secretario, presidió, junto a José Alcalá Zamora Castillo, el nuevo Comité de la Unión Federal de Estudiantes Hispánicos{29}.

Durante el golpe del teniente-coronel Segismundo Casado, Tuñón de Lara fue arrestado unos días. En vísperas del final de la contienda, huyó a Valencia y luego a Alicante. Cayó prisionero y fue internado en el campo de concentración de Albatera, donde permaneció hasta noviembre de 1939, junto a Manuel García Pelayo y Víctor Claudín, entre otros. En ese sentido, nunca olvidará la presencia del escritor Ernesto Giménez Caballero en el campo y la arenga que dedicó a los prisioneros{30}. En noviembre, fue trasladado a la cárcel valenciana de Porta-Coeli, donde pasó un mes. Conducido a Madrid, se le recluyó en el centro de clasificación de prisioneros “Miguel de Unamuno” y aprendió el oficio de albañil, haciendo casas baratas en el barrio de Comillas. Gracias a la recomendación del falangista Jiménez Millas fue enviado a cuidar jardines al Campo del Moro. No tuvo que pasar por consejo de guerra y quedó en situación de “libertad condicional”. Cumplió el servicio militar en Madrid, en el arma de Artillería. Luego, marchó a León y aprendió el oficio de panadero. La panadería fracasó como negocio y retornó a Madrid. Marchó luego a Salamanca para cursar en la Universidad dos asignaturas que se le exigían y no las tenía: Historia Universal y Bibliografía. Se examinó y convalidó sus estudios de Derecho. Trabajó en la academia de “Estudios Civiles”, donde impartió clases de francés, historia y geografía en el colegio San Estanislao de Kostka; y organizó otra academia en la calle San Bernardo, coincidiendo con la apertura de la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Empresariales. Incluso hizo guiones de cine documental para una sociedad anónima y trabajó de asesor jurídico{31}.

No por ello abandonó sus actividades políticas, a través de la denominada Unión de Intelectuales Libres, creada en diciembre de 1944. La asociación clandestina procedía de un núcleo reconstituido de la FETE –sección de profesionales de la enseñanza de UGT-, compuesto por maestros nacionales, profesores y de algunas organizaciones intelectuales como la Agrupación de Intelectuales Democráticos. La UIL declaró desde un principio luchar por la libertad y contra el régimen político que “tenía sumida a España en una <Edad de Tinieblas>”. Desde enero de 1945, publicaba Demócrito, cuya tirada era de ochenta ejemplares. A finales de aquel año comenzó la publicación de Cuadernos de Estudios, considerados expresión de la política cultural de la UIL, y que fue dirigida por el propio Tuñón de Lara. En la organización predominaba la influencia del PCE. En Valencia, se reeditó Nuestro Tiempo. Según algunos autores, llegó a tener en 1947 unos setecientos afiliados en Madrid y unos dos mil en toda España. Los maestros formaban el grupo más numeroso; abundaban igualmente los profesores, los escritores y artistas, y de las profesiones liberales como los médicos. La organización fue disuelta en 1947, cuando propagaba el “Programa Cultural de la Resistencia”{32}. No fue posible la coordinación con la nueva FUE, representada por Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, ya que éstos se negaron a acatar la hegemonía del PCE, que deseaban Tuñón de Lara y Muñoz Suay{33}.

Acosado por la policía, Tuñón de Lara huyó a Francia en noviembre de 1946, donde se adhirió a la Unión de Intelectuales Españoles, en cuyo Boletín colaboró{34}. Poco después de su llegada a París, pronunció una conferencia, como representante de la UIL, en la que describía acremente la situación cultural española, bajo la hegemonía del clero, la Iglesia católica y la Falange. Según él, lo que dominaba era “la esterilidad de la investigación científica, el desierto panorama de la literatura actual, el rigor de la censura en cuanto a la publicación de libros y la terrible situación económica del profesorado y de los intelectuales”. En contraposición, la UIL “agrupaba absolutamente a todos los intelectuales antifranquistas”{35}. Lo cual, como sabemos, no era cierto.

Entró en contacto con el Instituto Francés de Derecho Comparado y consiguió el Diploma de Estudios Superiores de Derecho Público en La Sorbona. Contactó, además, con Manuel Núñez de Arenas, a quien ya había conocido durante la guerra civil en Valencia. En una nueva edición de la Historia del movimiento obrero español, de Núñez de Arenas, Tuñón de Lara publicó una introducción, en cuyas páginas expresaba ya su concepción materialista de la historia. Por movimiento obrero había que entender “una superestructura de la división de la sociedad en clases”. En esta obra reflexionaba, además, sobre la historia moderna de España, destacando, desde una óptica histórica próxima a los tópicos regeneracionistas, el fracaso del proyecto imperialista español de los Austrias y el “regalo envenenado” que supuso la colonización americana. Igualmente, hacía hincapié en el papel negativo de la Mesta y la quiebra del desarrollo de una burguesía industrial a lo largo del siglo XVI. La centuria posterior se caracterizó por el “caos económico” y la “pobreza”. Sin embargo, en las postrimerías del siglo XVII se registraron signos de “renacer económico” en la periferia levantina y catalana, que consiguieron desarrollar una “burguesía autóctona comercial e industrial”. El siglo XVIII se caracterizó por un “neto resurgir de los factores materiales que transformaron la vida española: significó el primer esfuerzo de modernización de España y forzó los primeros jalones de una coyuntura prerrevolucionaria que más adelante había de quebrarse”{36}.

El repentino fallecimiento de Núñez de Arenas en septiembre de 1951, fue la ocasión para conocer al historiador Pierre Vilar. Según señaló años después el historiador francés: “Dos días más tarde, en ese horrible lugar que son los depósitos de cadáveres de los hospitales parisienses estuvimos diez o doce personas, alrededor de féretro. Un hombre joven, esbelto y de una distinción muy española se acercó a mí; se llamaba Manuel Tuñón de Lara. Estábamos los dos sobrecogidos por la emoción del momento. Cuando le relaté las últimas palabras de Núñez me pareció haber encontrado mi relevo”{37}.

Marxista-leninista convencido, admirador de Enver Hoxha y de Stalin, cuya edición de obras completas en español prologó{38}, Vilar fue el representante de un marxismo objetivista y cientificista, influido igualmente por los historiadores de la escuela de los Annales más próximos al materialismo histórico{39}. Para Vilar, la historia es una ciencia en construcción; y sólo el marxismo podía revelarnos –según los criterios de la ciencia- los resultados de la acción humana. Entre otras cosas, creía que los éxitos económicos de los países socialistas eran consecuencia de una “estructura social cualitativamente superior”{40}. Sin embargo, Vilar insistía sobre todo en la originalidad del concepto de modo de producción, que en la obra de Marx era “el primer objeto teórico que expresó un todo social, en tanto que los primeros balbuceos teóricos de las ciencias humanas se habían limitado a lo económico y habían visto en las relaciones sociales o bien inmutables datos (la propiedad de la tierra en los fisiócratas), o bien condiciones ideales a conseguir (como eran para los liberales la libertad y la igualdad jurídicas)”. Además, el concepto de modo de producción, como objeto teórico, tenía la virtualidad de ser “una estructura de funcionamiento y desarrollo ni formal ni estática”, porque implicaba “por sí mismo el principio (económico) de la contradicción (social) llevando en su seno la necesidad de su propia destrucción como estructura, de su desestructuración”. El modo de modo producción era, en fin, una estructura con diferentes niveles –económico, jurídico, ideológico-, pero interdependientes”, “una estructura en movimiento, recurrida por contradicciones que generan crisis y luchas de clases”{41}.

A propuesta de Vilar, Tuñón de Lara se inscribió, en 1951, en la Ecole Pratique des Hautes Etudes; y, al mismo tiempo, se matriculó en la Facultad de Letras de La Sorbona, donde cursó historia del colonialismo francés y civilización española. Su director de estudios fue Vilar, a cuyos cursos sobre la historia moderna de España asistió. Luego tradujo al español la Historia de España escrita por Vilar. Tras dos años de estudios, Tuñón de Lara presentó como tesina un trabajo sobre los movimientos obreros catalanes y consiguió el Diploma de Historia Económica y Social{42}. Al mismo tiempo, ejerció de agregado de prensa en la embajada de Guatemala hasta 1954. Y comenzó a colaborar en diversos órganos de la prensa parisina como Cahiers Internationaux, Le Tribune des Nations, Témoigne Chrétien, Frères du Monde, Independencia, &c., bajo los pseudónimos de “Claudio Juárez”, “Marc Toudelas” y “Telmo Lorenzo”. Igualmente, colaboró en la revista Ibérica, dirigida en New York por la exiliada Victoria Kent; y ejerció de traductor de la UNESCO.

Según José Antonio Piqueras, Tuñón de Lara mantuvo su filiación comunista hasta los años sesenta, cuando afirmó haber abandonado la militancia a causa del distanciamiento práctico y de la amenaza de las autoridades francesas de expulsarle del país, ya que el partido había sido declarado ilegal en Francia. Sin embargo, no dejó atrás la amistad de sus camaradas y mantuvo una línea ideológica muy próxima a la seguida hasta entonces por el PCE. En opinión del historiador valenciano, las claves de su interpretación de la España contemporánea no pueden ser comprendidas sin tener en cuenta esa circunstancia y su lealtad al marxismo y a la alternativa defendida por los comunistas españoles{43}. Su relación con algunos exiliados, como Jorge Semprún, nunca fue buena. Significativamente, en su polémica Autobiografía de Federico Sánchez. Semprún relaciona al madrileño con los soviéticos, en particular con la KGB, al hacer referencia al proceso del antiguo comunista Laszlo Rajk, acusado de colaboración la Gestapo: “Pues bien, en aquella época un camarada de tu célula Manuel Tuñón de Lara –que ahora se nos presenta como un historiador objetivo y liberal-, te dijo, en el curso de una conversación personal, en la que expresabas algunas dudas sobre el asunto Rajk, que todas las acusaciones eran ciertas. Te dijo, para convencerte de la culpabilidad de Rajk, que él mismo había visto, con sus ojos, las fotocopias de las fichas de la liberación. Le preguntaste, como es lógico, quién le había enseñado esta ficha. Puso Tuñón de Lara cara de misterio y te dijo en voz baja que eran los camaradas soviéticos. Moviste la cabeza, impresionado. Luego, naturalmente y aunque no lo comentara con nadie, tuviste que preguntarte a ti mismo qué tipo de relaciones tendrías Tuñón de Lara con sus <camaradas soviéticos>. Luego, una serie de indicios, entre los cuales el hecho mismo de que Tuñón se alejara sin conflictos del PCE para hacer el papel de historiador objetivo y liberal, te hicieron comprender que dichas relaciones eran especiales. Mejor dicho, que debían de ser relaciones con los Servicios Especiales”{44}.

Como era de esperar, Tuñón de Lara recibió muy mal aquel testimonio de su antiguo camarada, calificándolo, en una carta a su amigo Eloy Fernández Clemente, de “ignominiosa puñalada trapera que me ha asestado el apuesto autor de Planeta, sin otra razón no fundamento que sus viscerales odios”. “¿Qué te parece? Pásate una vida de sacrificios luchando días y días por sobrevivir, hazte encima veintiún libros enteritos, varios miles de artículos, siembre seminarios y discípulos y a los sesenta y dos años recibes esto. Comprenderás que la cosa me ha sacado de mis casillas”{45}. Sin embargo, Semprún nunca se desdijo de ese testimonio, que sigue apareciendo en las últimas ediciones de su Autobiografía de Federico Sánchez, publicadas en francés{46}. Tuñón de Lara consideraba, por otra parte, a Semprún un mal escritor en español y un buen escritor en francés{47}.

Y es que Tuñón de Lara nunca fue socio de la editorial Ruedo Ibérico, aunque sí, al menos durante algún tiempo, amigo de su promotor José Martínez. Es significativo que recibiera muy mal la publicación por la editorial del libro de Hugh Thomas, La guerra civil española. En una carta al parecer muy violenta al editor, calificó de “concesión” el haber publicado dicho libro. Para Martínez, sin embargo, la posición del historiador madrileño reproducía “la estrechez de miras en la que tropezaban una y otra vez tantos antifranquistas inteligentes, y desde luego muchos militantes del Partido Comunista”. En una carta a su amigo Max Aub, Tuñón de Lara expresaba gráficamente las razones de su posición: “Es un cuco <objetivo> que al socaire de ese cuento facilita argumentos al enemigo. Chico, todos estos muchachos, aunque magníficos, ven la Gran Cosa con otra víscera”{48}.

Participó, no obstante, en el jurado del Premio Antonio Machado de novela, junto a Carlos Barral, Antonio Ferres, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Manuel Lamas y Eugenio de Nora. El premio fue otorgado al escritor comunista y representante del realismo social Armando López Salinas. Fue, por otra parte, Tuñón de Lara quien presentó a José Martínez al periodista Luciano Rincón, autor de una polémica y mediocre biografía de Francisco Franco publicada por Ruedo Ibérico. Sin embargo, las buenas relaciones acabaron pronto. Tuñón de Lara fue propuesto, al lado de otros intelectuales exiliados, como miembro del consejo de administración de Ruedo Ibérico, lo que Martínez rechazó{49}. Siguiendo las directrices del PCE, Tuñón de Lara criticaba, a la altura de 1965, los Cuadernos de Ruedo Ibérico, a los que acusaba de “anticomunismo”{50}. Y es que en la polémica de la dirección del PCE con Fernando Claudín y Jorge Semprún, Tuñón de Lara acabó decantándose por la línea Carrillo/Pasionaria{51}. El fundador de Ruedo Ibérico acusó a Tuñón de Lara de mantener en su libro La España del siglo XX “todas las características del new look franquista sobre la guerra civil, como correlato de su defensa de posiciones políticas vergonzantes, del tipo de enterrar la guerra civil para reconciliar a todos los españoles que por entonces ya propugnaba el PCE”{52}. Cuando el historiador madrileño accedió a que La España del siglo XX fuese publicada en España, Martínez lo denunció como una grave concesión al régimen de Franco: “Tuñón de Lara ha contribuido con su grano de arena al despego de las armas históricas del sometido, de las armas que puede utilizar para combatir al régimen franquista en uno de sus flancos más vulnerables: su historia”{53}.

Tuñón de Lara entabló relaciones con los discípulos de Enrique Tierno Galván, Elías Díaz y Raúl Morodo, así como con José Antonio Novais, corresponsal de Le Monde en Madrid{54}. Y pronto colaboró en Cuadernos para el Diálogo y Triunfo.

3. Entre el marxismo “frío” y el marxismo “cálido”: Pierre Vilar y Antonio Machado

A partir de su experiencia universitaria en Francia, Tuñón de Lara pretendió dotarse de una sólida metodología histórica de cara a su investigación sobre la trayectoria contemporánea de España. La metodología tenía por base el materialismo histórico interpretado por Pierre Vilar y el legado más cercano al marxismo de la escuela de los Annales, de Lucien Febvre y Fernand Braudel. Sin embargo, en el pensamiento de Tuñón de Lara existieron otras influencias como la de Antonio Gramsci, Nicos Poulantzas, Louis Althusser, Charles Wright Mills, Hermann Heller, Norberto Bobbio, Paul Baran, &c. No obstante, otra influencia importante es la del poeta Antonio Machado, al que, como tendremos oportunidad de ver, interpretó como “el poeta del pueblo”. En ese sentido, el marxismo profesado por Tuñón de Lara es una curiosa amalgama de lo que el filósofo Ernst Bloch denominaba marxismo “frío” y marxismo “cálido”. El filósofo alemán distinguía así en el marxismo entre una corriente “fría” y otra “cálida”, que precisamente por estar separadas dieron como resultado una injusta hegemonía de la primera sobre la segunda. La corriente “fría” anulaba el libre albedrío del hombre, al remitir toda acción a las influencia externas, mientras que la corriente “cálida” hacía hincapié en la acción consciente a partir de la esperanza y de la utopía{55}. En ese contexto, Tuñón de Lara intentó atemperar la rígida perspectiva “fría” de su maestro Pierre Vilar mediante el recurso a la obra y la figura de Antonio Machado, cuya poesía servía de portavoz al “hombre sencillo” y su acción histórica frente a las injusticias del capitalismo, dando así paso a un marxismo más “cálido”. Al mismo tiempo, destacaba en la producción de Tuñón de Lara una perspectiva que, siguiendo la crítica del historiador británico Edward Palmer Thompson al filósofo francés Louis Althusser, podemos denominar “althusserismo”, dominante en el marxismo de los años sesenta y setenta{56}. Para Thompson, el “althusserismo” era sinónimo, en el ámbito de la investigación histórica, de la primacía de la teoría sobre los datos empíricos. A su juicio, Althusser incurría en una nuevo “idealismo” que despreciaba la labor investigadora de los historiadores{57}. Como tendremos oportunidad de ver, Tuñón de Lara fue un teorizante nato, si bien su formación filosófica resultó absolutamente deplorable. En algunos casos, nos recuerda a Georges Politzer o al peor Lukács, el autor de El asalto a la razón. No, desde luego, el de Teoría de la novela o El alma y las formas. Y no fue Tuñón de Lara, como puede verse en su obra, un visitante asiduo de archivos.

Su primer libro fue escrito junto a la ensayista francesa Marie Louise Labiste, más conocida por el pseudónimo de “Dominique Aubier”, traductora de clásicos españoles del Siglo de Oro al francés y defensora de una curiosa interpretación esotérica del Quijote{58}, y se titulaba Espagne, aunque más bien podría haberse titulado Guía Michelín de la España negra. Y es que, en realidad parecía, por su contenido, una actualización de la conocida obra de Émile Verhaeren y Darío de Regoyos, España negra, que tanto inspiró a los noventayochistas como Pío Baroja, que, por cierto, prologó la obra{59}. Se trata de un libro sombrío, repleto de fotografías en las que quedaba retratada una España profundamente atrasada, folklórica, pintoresca, casi fuera de la historia contemporánea. Y en cuyas páginas aparecen campos mal cultivados, palurdos de aldea, boinas, carros tirados por burros, la guerra civil, imágenes religiosas de carácter barroco, mujeres enlutadas que parecían sacadas de algunos cuadros de Zuloaga o de José Gutiérrez Solana, sacerdotes y guardias civiles, Leyenda Negra, el Guernica, Picasso y García Lorca con su poema contra la guardia civil, pinturas negras de Goya, tauromaquia sangrienta, &c., &c. En fin, toda la visión de España del noventayochismo más primario y del conjunto de la izquierda intelectual española del siglo XX. Significativamente, el primer capítulo llevaba por título “La dificultad de ser español”. Y se señalaba al público francés: “España exige de su visitante ciertas virtudes. Porque es preciso ver hasta el dolor”. Palabras como “hambre”, “tierra”, “castizo” y “alma” eran las palabras que contribuían a definir el “gran secreto” de España. Un país, en fin, dominado por la aristocracia terrateniente, el clero y el Ejército. Las críticas hacia la aristocracia eran radicales: “La aristocracia para salvar o garantizar sus intereses, después de cinco siglos, se encuentra enfrentada a los intereses nacionales”; y es que este estamento social había rechazado la industrialización del país, la reforma agraria y la ayuda a los campesinos. Tuñón de Lara ya comenzaba aquí su crítica a la desamortización de Mendizábal, porque se centraba en el factor financiero y no en la reforma social; su exaltación de la Institución Libre de Enseñanza, la crítica de la Monarquía de la Restauración y su mitificación de la II República{60}. Eso sí, fue un libro que gustó mucho a Ángel Viñas{61}; lo cual, desde luego, no deja de ser significativo. En sentido negativo, por supuesto.

Cuatro años después, con motivo del aniversario de la muerte del poeta andaluz, Tuñón de Lara publicaba en francés, traducido por Alice Gascar, una especie de opúsculo titulado Antonio Machado, para la colección Poètes d´aujourd´hui, seguido por una serie de textos del autor de Campos de Castilla traducidos por Pierre Darmangeat, Juan Marey, Robert Marrast, Pradal-Rodríguez, Rolland-Simon y Ventura Gassol. Como ya hemos adelantado, la identificación de Tuñón de Lara con Antonio Machado es total, sin ambages ni ambigüedades. Desde el principio, resalta su condición de discípulo de Francisco Giner de los Ríos y de la Institución Libre de Enseñanza. En esta obra, hacía por vez primera una curiosa lectura de la “intrahistoria” unamuniana como “defensa de los hombres sencillos que hacen cada día la historia sin saberlo”. Relacionaba sus reflexiones machadianas sobre la muerte con la filosofía de Martin Heidegger. Sin embargo, lo fundamental era su apoyo a las clases populares: “Buenas gentes, hombres sencillos, hombres del pueblo, campesinos con aspectos de señores, hombres que ocuparon rápidamente el primer plano en la poesía de Machado”. “No concebía la sensibilidad como un fenómeno solitario. Machado no está nunca aislado en el plano del pensamiento”. Celebraba su crítica al “señorito”. Y es que su poesía tenía por fundamento una “visión dialéctica de la historia contemporánea de España”, en la que al “señorito” opone el pueblo. Su apócrifo Abel Martín era presentado como un precursor nada menos que de Max Scheler, por su crítica a la presunción de objetividad en el conocimiento. Sin embargo, lo defiende de la acusación de irracionalismo, a través de la influencia de Henri Bergson, si bien critica su ignorancia de la obra de Hegel y Marx. No obstante, piensa que “el discípulo de Giner es siempre fiel al ejercicio de la razón por descubrir cada día la verdad y en el sentido común, en la razón de las gentes sencillas”. Destaca su “humanismo”, que contrapone, por primera vez, al elitismo de Ortega y Gasset. Y es que Machado cree en España “porque cree en el pueblo”. Por ello, destaca su compromiso con la II República a lo largo de la guerra civil. Al final de la obra, Tuñón de Lara celebraba la vigencia del “humanismo” machadiano en la sociedad española, ya que había arraigado en sus elites intelectuales, al igual que en sus poetas más jóvenes como Blas de Otero{62}. Años después volvió a ocuparse de la figura del poeta andaluz, a quien declaraba “una adhesión emocional, al que fue, ante todo, Don Antonio el Bueno, aunque también ganó en buena lid el apelativo de Don Antonio de España”. Incluso lo ve, frente a Menéndez Pelayo, como un precursor del “ecumenismo”. Machado, según él, había llegado a un “realismo nacional”, cuando identificaba “lo nacional y lo popular”, “signo premonitorio de una nueva hegemonía”. Por ello, se convirtió en la antítesis del elitismo representado por Ortega y Gasset: “Masas, no; hombre, sí; pueblo, sí”. En definitiva, Machado era el superador del legado noventayochista: “Del criticismo pesimista pasa a la confianza en el porvenir; de la ignorancia del protagonismo popular, la valoración del pueblo que trabaja; del <problema de España> como abstracción ideológica o estetizante, a la vinculación del problema de España y el problema social”{63}.

La mención al poeta Blas de Otero, en la primera de sus obras dedicada a Machado, no era, por otra parte, accidental o fortuita, porque, en el fondo, la historiografía de Tuñón de Lara es heredera igualmente de la corriente de realismo social defendida, entre otros, por sus amigos Gabriel Celaya y Blas de Otero. En una significativa carta a José García Nieto, Celaya defendía que “la poesía como cualquier otra actividad del hombre está determinada por las bases materiales de la sociedad en que se produce”{64}. Y, como veremos en Tuñón de Lara, Celaya defendía el “compromiso” del poeta con las clases trabajadoras. La neutralidad resultaba “perniciosa”, porque la poesía era necesaria “como el pan de cada día”, para los pobres y explotados{65}. En el mismo sentido se expresaba Blas de Otero –el cantor de los países de socialismo real: Unión Soviética, China y Cuba-, ya que el poeta se dirigía a la inmensa mayoría: “Estoy viviendo y viviendo en esta Isla/la Historia en toda su grandeza: cierro/ los ojos y oigo caminar al pueblo./ Palpo la nueva vida./Cuba, Vietnam, América Latina./ Una reunión es como un viento/embridado en el brazo de los pueblos/Aquí se sienten restallar las bridas”{66}.

Como diría otro poeta, Jaime Gil de Biedma los realistas sociales eran poetas de “recetario”. “Lo malo de los poetas de posguerra es que se les conoce el recetario enseguida, y que no tiene demasiada gracia ni interés”{67}. Y lo mismo podemos decir de la historiografía de Tuñón de Lara. Su “recetario” fue elemental. La historia era, en su opinión, siguiendo el modelo de Pierre Vilar, una ciencia en construcción, basada en “modelos” y estructuras, siguiendo la perspectiva del materialismo histórico: “El <modelo> se caracteriza porque consta de una representación formal de un conjunto cuyos elementos están en relación unos con otros, son inexplicables cada uno sin todos los demás; y porque naturalmente esta relación supone un movimiento. Lo mismo si se trata de modelos de tiempo histórico <largo>, <medio>, que coyuntural, el movimiento existe de una u otra forma”{68}. La historia social consiste en “un estudio específico y hasta, si se quiere sectorial, ya que las clases y fracciones, los distintos grupos sociales, las categorías socioprofesionales, &c., se encuentran en el mismo corazón de la historia, que no se puede explicar sin ellas”{69}. Como en el caso de Vilar, el concepto y modelo por excelencia es el de “modo de producción”, entendido como “una totalidad histórica y que comprende una serie de niveles e instancias en las que están las instituciones, el poder político y las relaciones que engendra, las ideas, incluso la cosmovisión, sin cuya transformación no se opera por completo la transición de fuerzas y relaciones de producción”, “el conjunto de acciones y relaciones políticas y jurídicas, de toda la vasta gama ideológica, a distintos niveles, guardando cada nivel su autonomía y especificidad, pero todo articulado entre sí, formando parte de una totalidad”. El “modo de producción” se concreta como modelo abstracto en “formaciones sociales”, entendidas como “unidad de una totalidad social, es decir, la totalidad de las relaciones que se establecen en un grupo de hombres de una época determinada, reunidas bajo un mismo poder político y, en lo que llamamos tiempos modernos, con un mercado único dominante”{70}.

En ese sentido, se consideró siempre una especie de historiador del pueblo. Como dijo en una de sus últimas obras: “La historia es un asunto que nos concierne a todos. El historiador no investiga para solazarse comunicando sus hallazgos a un cenáculo de iniciados: <construye la historia>, recupera el pasado como conciencia colectiva, para devolverlo a la colectividad; y la historia se escribe, igual que Blas de Otero escribía su poesía, para la inmensa mayoría. Po eso, existe un segundo nivel de la creación histórica, que es su extensión y divulgación. No en el sentido peyorativo de esos términos; no es la historia deformada ni envilecida, sino más sencilla, sin el aparato instrumental que exige la presentación de unos resultados concediendo más al relato, pero sin caer en la devaluación científica”{71}. A su entender, el sujeto de la historia no son exclusivamente las masas, como sostenía Louis Althusser, sino “el hombre sencillo, el hombre-pueblo del que hablaba Machado, esta es la base de todo quehacer histórico”. Sin embargo, al lado de este “hombre sencillo” se encontraban siempre las elites, las “vanguardias”, en cuya ausencia las masas “pueden perderse en la espontaneidad estéril o caer en la apatía”. “Esas vanguardias o elites no mandan por sistema en la base social de la que emergen; pero tampoco sin meros instrumentos de las masas, como suele decirse. La oposición elite-masa es una falsa antinomia de los ideólogos de nuestro tiempo. Entre elite y muchedumbres hay una tensión dialéctica, única capaz de poner a las masas en movimiento por objetivos claros: cuando esto ocurre estamos ante una coyuntura de cambio”{72}. En la concepción de Tuñón de Lara, las elites no tienen como en Ortega y Gasset o Pareto y Mosca una carga de valor positiva, sino estrictamente sociohistórica, “instrumental”, un “grupo reducido de hombres (o mujeres) que ejerce de una manera permanente y constante una actividad de dirección en el Estado, en las organizaciones políticas y sociales, en la economía, la cultura, en la Iglesia, &c.”{73}. En el fondo, las elites son las minorías que orientan a las clases sociales en el desarrollo de sus proyectos y conflictos con otras clases sociales: “(…) cada elite tiene su base social, así como cada grupo social tiene su elite”{74}. En ese sentido, se trata de una realidad distinta a la de, por ejemplo, un grupo de presión, que aspira a actuar sobre el poder “para influenciarlo, pero sin aspirar al ejercicio directo del mismo”{75}. La clase social se define, ante todo por “la propiedad de los medios de producción y en la posición con respecto a la producción”{76}. Sin embargo, las clases sociales no son entidades homogéneas; existen “fracciones de clase”, porque existe “una manera específica de intervenir o una especificidad en la percepción de las rentas o un nivel técnico preciso en las relaciones de producción y organización del trabajo”{77}. La nobleza no era, propiamente hablando, una clase social en el contexto de una sociedad capitalista, sino una “categoría social”, “un vestigio de la sociedad estamental desaparecida, pero no es una clase social, muchas veces hemos llamado la atención sobre el error de confundir la nobleza con los grandes terratenientes, que podían ser nobles no serlo y que, a fines del siglo XIX, eran todos burgueses agrarios, en la óptica de las clases sociales”. “Sin embargo, la nobleza está ahí, con su homogeneidad, sus relaciones, su comportamiento, su escala de valores, sus modos de vida y, en resumen, su <techo ideológico>. Cuando la revolución burguesa se ha realizado ya, la nobleza es, sin duda, un residuo de la sociedad estamental, pero es también una categoría social”{78}.

Las relaciones entre las clases sociales se caracterizan por la conflictividad como “constante histórica”, que se expresa en la lucha “a través de la protesta o la huelga, el despido o el reforzamiento de cadencias, &c.”{79}.

El historiador comprometido no puede ser, por ello, objetivo e imparcial; es un militante político-social: “Porque el historiador que pretende estar por encima de las ideologías y de las clases, tomar <los hechos y sólo los hechos> está aceptando, virtualmente, el peor de los conformismos: el de los poderes establecidos”{80}. Y es que el historiador marxista tenía, a juicio de Tuñón de Lara, la ventaja sobre el conservador o el liberal de ser el portavoz de “las fuerzas sociales que protagonizan el ascenso histórico” y, en consecuencia, “no tiene el menor interés en <ideologizar> su contenido, mientras que aquellas clases (o fracciones de clase social) que intentan perpetuar su dominación tienen la absoluta necesidad de un repertorio ideológico deformante del saber histórico”{81}. La historia representa, en consecuencia, “una batalla que suele librarse a nivel de diversos aparatos ideológicos del Estado, la escuela, la Iglesia, la universidad, la prensa, la edición, la radio-televisión y cualquier medio de comunicación de masas; penetra, directa o indirectamente, en el discurso de los órganos deliberativos de la política; forma parte esencial de la educación total del hombre, de la formación de las mentalidades, &c.”{82}. En concreto, la historia servía para denunciar “la existencia de unas oligarquías y su función dominadora, el papel de <las grandes familias>, el sentido clasista de una serie de aparatos del Estado (…) o la formación de los grandes bancos, o la preponderancia de la gran burguesía agraria sobre las restantes burguesías incluso en el decenio de los treinta, o el papel de las Facultades de Derecho forma por personal político, los <cuadros> de la gran burguesía hace un siglo, o las manipulaciones de la <Mano Negra>”{83}.

En ese sentido, su animadversión hacia la derecha fue, en todo momento, radical. De un modo harto simplista y mecanicista, la identificaba, sin matices, con “las clases o fracciones de clase, capas y categorías sociales que se benefician de su situación dominante o privilegiada en orden a la distribución de la renta nacional, propiedad de los medios de producción y de otros bienes o de situaciones de privilegio residuales de anteriores regímenes”{84}. En otro lugar, volvió a identificar la derecha con “el bloque socioeconómico dominante y las capas sobre quienes influía ideológicamente”{85}. A nivel propiamente historiográfico su opinión no era mucho mejor: “La derecha ignora la Historia, La ignora o la deforma”{86}.

El historiador marxista ha de defender su propio concepto de tradición. En ese sentido, Tuñón de Lara distinguía entre “tradición” y “tradición tradicional”; ésta última es “la de las clases dominantes; la que recuerda y quiere perpetuar los <acontecimientos> de sus gobernantes, de sus guerreros, de sus diplomáticos; se ha tratado siempre de trasmitir la <gloria> de sus batallas coloniales o de invasión en los campos de Europa, el poder de la realeza al alba del Estado moderno encarnado en Isabel y Fernando; la religión como <ideología> de la clase dominante cubriendo, por ejemplo, la batalla de las Navas de Tolosa, la tradición jacobea o la expulsión de los judíos”. Y es que la nación se identifica, en el fondo, con las clases sociales que, en un momento dado, ejercen su hegemonía: “Si utilizamos la conceptualización de las clases sociales (más precisa, pese a los pesares, que la de pueblo), en cada ciclo histórico encontramos varias clases sociales (y dentro de ellas, una clase hegemónica, cuya ideología <penetra> a las demás) que representa los intereses, los fines y hasta la voluntad de lo nacional. Pero nunca su protagonismo histórico es sin conflicto (la no-conflictividad, hasta ahora, es la no-historia)”{87}. “Las naciones han sido creadas por un esfuerzo hegemónico de la clase directora en un momento dado, son mantenidas y desarrolladas por la hegemonía de esa clase o de otra que tomó el relevo de acuerdo con las circunstancias históricas. Hay períodos en que la hegemonía se quiebra en el plano de la conciencia (y también en el del Poder, pero ese es otro fenómeno) y puede llegar a la ruptura, como ha sido el caso de España”{88}. Y es que las viejas clases dominantes y sus aliados se convierten en “no-pueblo”, ya que su permanencia en el poder es “un freno al desarrollo histórico y cuya <ideología> por consiguiente ya no es nacional, sino egoístamente minoritaria”{89}. Igualmente Tuñón de Lara se mostró muy crítico con la interpretación unitaria de la historia de España, a la que definía como “una multiplicidad de pueblos con sus lenguas, sus culturas, sus tradiciones, sus luchas, su voluntad de afirmación de personalidad, que han ido labrando auténticas nacionalidades”. “No descubrimos un hecho nuevo al recordar que muchas incomprensiones sobre los pueblos de las nacionalidades han tenido su origen en la ignorancia de la historia, sustituida con frecuencia por explicaciones <ideológicas> e incluso por manipulaciones emanadas del centralismo que ha caracterizado durante siglos al bloque dominante”{90}. Por lo visto, los nacionalistas vascos y catalanes o los gallegos no inventaban su tradición.

A ese respecto, desconfiaba del concepto de “tiempo largo” defendido por Fernand Braudel, ya que contribuía a “dar prioridad a los elementos estables, seculares y multiseculares” y, en consecuencia, resulta un “factor equilibrante para enjuiciar los hechos históricos, pero en el debate <ideológico> no es menos un factor que tiende a dar seguridades a las clases dominantes de una formación social histórica concreta”{91}. El “tiempo largo” de Braudel o la “historia serial” de Pierre Chaunu favorecían, en ese sentido, el “conservadurismo” y el “inmovilismo”{92}. De ahí que, para Tuñón de Lara, el momento fundamental de análisis histórico era la coyuntura”, porque reflejaba “un antagonismo estructural”{93}.

Su concepción del movimiento obrero era la clásica del marxismo, “la serie de instituciones en que sea agrupan los trabajadores y todos aquellos que optan por militar a su lado, conscientes unos y otros de su solidaridad y de la utilidad que para ellos tiene organizarse a fin de precisar sus objetivos comunes y de proseguir su realización”; “el órgano de formación y de expresión de la conciencia colectiva, a la vez que el instrumento de la praxis histórica del obrero y, en general, de los trabajadores”. “Nuestro estudio (…) parte de la estructura socioeconómica para llegar a la estructura obrera y a su protagonismo coyuntural”. Así es necesario, en primer lugar, conocer “la base socioeconómica”, a partir de ella es posible entender “las relaciones humanas laborales”, que son, a su vez, “la base del movimiento obrero”. Concretamente, “hay que partir del trabajo; saber, en cada momento, cómo y cuánto se trabaja, en qué condiciones se trabaja, con cuáles instrumentos y técnicas; hay que conocer la producción y sus etapas, así como la empresa y sus formas” {94}.

Sin embargo, el concepto más elaborado e influyente de Tuñón de Lara fue el de “bloque de poder”, heredero de las especulaciones sociológicas y metodológicas del sociólogo althusseriano Nicos Poulantzas. Un “bloque de poder” o “bloque hegemónico” es un “poder real”, una especia de alianza de fuerzas económicas, sociales, políticas e ideológicas que “dirige” al resto de la sociedad. Un concepto que, como tendremos oportunidad de ver, servirá al historiador madrileño para analizar la España de la Restauración, la II República y el régimen de Franco{95}.

4. En torno a la historia contemporánea de España.

En 1961, Manuel Tuñón de Lara sacaba a la luz en París su libro La España del siglo XIX, cuyo objetivo, a decir del autor era abordar el tema desde “un enfoque de historia global o total”, “un nuevo planteamiento de nuestro inmediato anteayer, de contribuir a la inexcusable labor de desmixtificación , de sugerir temas, de avivar temas intelectuales, levantando al mismo tiempo la losa de silencio que, por razones comprensibles pero que ahora dejo a un lado, había gravitado durante veinte años largos sobre nuestra historia decimonónica”. La narración comenzaba con la Guerra de la Independencia y finalizaba con el estallido de la Gran Guerra, haciendo hincapié en “la crisis manifiesta del sistema de Sagunto”. El Antiguo Régimen español era eminentemente agrario, en el que la nobleza y la Iglesia detentaban la mayoría de las fuentes de riqueza, con “verdaderas relaciones de vasallaje”, “mayorazgos”, “régimen de aduanas”. Sus intentos de reforma los juzgaba “insignificantes”. Y es el sistema borbónico de centralización administrativa “no había quebrado, sino más bien consolidado el régimen de fragmentación medieval de las regiones”. Era, en fin, la España oficial que estaba en “bancarrota”. Ante la invasión francesa, el clero y la nobleza no ofrecieron resistencia. En cambio, la rebelión fue “realmente popular”. “Por primera vez se expresa una conciencia nacional que no está reducida a una minoría de clase, de casta, de sangre o de oficio, que crea las bases de un nuevo Estado, de un nuevo poder”. Sin embargo, esta nueva conciencia nacional y esa acción espontánea no se encontraba tejida uniformemente en el mismo cañamazo ideológico”. Una parte respondía a “la ideología del antiguo régimen” y otra estaba inspirada por “ideas avanzadas y quiere transformar el país”. Las Cortes de Cádiz acertaron a “expresar el programa de revolución social de las fuerzas interesadas en cambiar la estructura jurídica absolutista y feudal y abrir el paso al desarrollo social y político del país”. La Constitución de Cádiz de 1812 traslucía “el espíritu de muchas ideas de la Revolución Francesa (y concretamente de la Constitución de 1791) sin abandonar la tradición nacional y el reconocimiento de las realidades de la época como la catolicidad de todos los españoles”. Era el programa de “la parte más avanzada de la sociedad española de la época”. Sin embargo, en enero de 1814 murió “sin pena ni gloria” a “manos de los sicarios de Fernando VII”, el país “seguía en la Edad Media”. Sobre el Trienio Liberal, Tuñón de Lara considera que posee “indudable alcance histórico”. Destaca la influencia de las “sociedades secretas patrióticas” y de la “francmasonería”. No obstante, su labor fue ineficaz por la inexistencia de una auténtica administración. Y es que los gobiernos liberales “no tienen poder, no disponen de una estructura organizada para la aplicación y actualización cotidiana de las decisiones de los órganos formales de dicho poder”. Entre sus grandes errores se encontraba “la ausencia de política revolucionaria agraria y el anticlericalismo estéril”. La división entre moderados y exaltados reflejaba, según el autor, distintos intereses económicos y sociales. Los exaltados se encontraban vinculados a elementos populares: artesanos, comerciantes modestos, militares de origen popular, hidalgos arruinados y la capa de intelectuales más radical; mientras que los moderados estimaban posible “un arreglo con la Corona sin mayores cambios de los de una Constitución formal”{96}.

El autor describía el retorno del absolutismo como “los años negros”, “una de las represiones más desenfrenadas que ha conocido nuestra historia (¡y no son pocas!)”. “Diríase que la vida nacional estaba obligada a petrificarse por real decreto”. Sin embargo, al final del período fernandino se perfiló “el dilema entre el absolutismo más intransigente y el espíritu de reforma”. María Cristina fue apoyada por los sectores menos intransigentes en una frase intermedia de “despotismo ilustrado” representada por Cea Bermúdez. El carlismo expresaba, por su parte, “los intereses de la mayor parte de la opinión del País Vasco y Navarra, hostil a la dinastía que les había privado de sus libertades peculiares”. El liberalismo de Martínez de la Roa le parecía “harto moderado”. Su Estatuto Real no pasaba de ser “una Carta otorgada”, “el intento por parte de la nobleza de mantener su hegemonía política”. El carlismo era “una ideología de aristocracia nostálgica de otros tiempos”, y que englobaba a un “sector de la nobleza” y a “hidalgos arruinados”. Su base social radicaba “en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y parte de Cataluña”, “una sociedad arcaica”{97}.

Mendizábal se presenta como “el hombre salvador”. La ley electoral de 1836 disminuía “la cantidad de renta necesaria para obtener el derecho al sufragio, de tal modo que todos los comerciantes, industriales y pequeños burgueses adquirían el derecho de voto”. La adopción de distritos contribuyó a “consagrar el poder de la aristocracia y del clero apoyados en los ricachos (sic) de cada pueblo”, “una de las bases del caciquismo”. Sin embargo, su objeto de interés de centró en las leyes de desamortización. Señalaba que las preocupaciones de Mendizábal eran mucho más financieras que económicas, “en ninguna manera puede asemejarse a una revolución agraria”. “Los especuladores o los ya propietarios de tierras, que poseían títulos de Deuda y facilidades de inversión fueron los beneficiados de las subastas y en modo alguno los campesinos modestos”. Consideraba la Constitución de 1837 “un avance sobre la situación de los años anteriores y sus primeros artículos constituían una declaración de derechos individuales”, pero “era menos avanzada que la de 1812”, ya que establecía un senado “fiel reflejo de la importancia conservada por la nobleza”. Caracterizaba a los moderados como “portavoces de los privilegios semifeudales, de la política de <orden>, del miedo a las ideas de la Revolución francesa” y formados por “antiguos liberales atemorizados al ver el giro radical que podía tomar la evolución española y por aquellos que están influidos por las teorías políticas del <doctrinarismo> francés”. Socialmente eran “la expresión de las clases poseedoras que temen verse desposeídas”. Los progresistas son el partido de “las reformas apoyados por las clases medias, por cierta burguesía de las ciudades más desarrolladas”. Se oponen al absolutismo y al moderantismo. Su filosofía es el utilitarismo de Bentham. En lo referente al tema cultural, Tuñón de Lara interpreta el romanticismo como producto de “la añoranza de la nobleza (o de las clases modestas avasalladas por el desarrollo económico), por la sociedad medieval, en otra es un grito de los proletarios, de desacuerdo de un importante sector pequeñoburgués e intelectual que abraza la causa liberal y democrática, o que critica sencillamente la situación”{98}. A ese respecto, celebra la figura de José de Espronceda por sus cantos a la libertad y contra el absolutismo, así como por sus críticas a la nobleza. Larra es uno de los “más severos críticos de la España arcaica, pero están más aislado de su pueblo”, “tiene conciencia de que es preciso barrer la estructura medieval que impide el desarrollo nacional”. Presenta a Flórez Estrada en la línea de “los colectivistas agrarios” y como “precursor de los teóricos del socialismo”, muy influido por las doctrinas de Say, Quesnay y Smith{99}.

La Regencia de Espartero representa “los balbuceos de una sociedad capitalista”. Con los moderados en el poder se desarma la Milicia Nacional, se pone freno a la libertad de prensa y se crea la Guardia Civil. La Constitución de 1845 consagra la “soberanía compartida”. Califica a Bravo Murillo de “semiabsolutista”. Y es que moderado era “sinónimo de antidemocrático”. Este partido, a su entender, nunca llegó a comprender “la convivencia con la burguesía industrial y comercial”. “Sólo concibieron la especulación y el agio”. “El Ejército era para ellos fuerza de represión”. Presenta a Donoso Cortés como teórico del “neocatolicismo” y enemigo del régimen constitucional. Jaime Balmes, en cambio, “tuvo una visión más realista de los fenómenos sociales y políticos de su tiempo”, por su defensa de las “asociaciones profesionales”. “Su catolicismo ferviente no le impedía desligar la religión de las formas políticas de los Estados”. La crítica de Tuñón de Lara al moderantismo es, pues, sumaria y radical: “No se moderniza el Estado ni la vida ciudadana; la Constitución de 1845 es todo lo contrario. No se moderniza la economía, a despecho de los esfuerzos de empresarios catalanes y de los primeros adelantados del País Vasco. La sociedad moderada de Madrid (terratenientes andaluces, beneficiarios de la desamortización, nobles cortesanos, militares de fortuna, abogados) concibe el capitalismo como especulación, pero ignora la acumulación del capital”. Los tecnócratas de la época sólo lo son “para remozar las fachada de las más viejas estructuras, creyendo ingenuamente que con la Ley de Contabilidad del Estado, telégrafos y luz de gas, lo demás podrá seguir como siempre”. “Y los negocios de Bolsa son una especie de regalo del cielo. Todo con mucho orden, que ahora asegura la Guardia Civil, con mucha censura y con los destierros a Filipinas o a cualquier otra isla, para quienes se atrevan a <conspirar> por la democracia”. Claro que el liberalismo progresista no era mucho mejor, ya que el posterior gobierno de Espartero “no supo nunca desembarazarse de la influencia del trono y la nobleza latifundista”. Y fue, además, incapaz de promover la reforma agraria “esencial al desarrollo de España”. Por ello, es muy crítico con Madoz, cuya desamortización adoleció de “defectos análogos a los de la primera e incluso agravó la situación de los hombres del campo”, “no sirvió para crear una clase de nuevos propietarios, de campesinos acomodados, sino para acrecentar los bienes de los ya propietarios”, “la venta de los bienes de los pueblos, hecho muchas veces en términos abusivos, aumentó las dificultades y relajó el nivel de vida de los campesinos pobres”, “un golpe de muerte contra los bienes comunales de los pueblos”, “frenó el desarrollo económico al atraer a la compra de fincas una masa dineraria que hubiera podido invertir en industria”{100}. La Unión Liberal de O´Donnell y Ríos Rosas no era “sino un gobierno oportunista para evitar el desgaste de la extrema derecha en el poder y salvar la Corona”{101}. El krausismo de Sanz del Río aportaba “la inquietud intelectual y el deseo de abrir los cauces de la cultura nacional al intercambio con otros países”. Lo decisivo era, en ese sentido, “su oposición al oscurantismo, su actitud de libre examen y también su simpatía –un poco difusa- a lo popular”{102}.

Antes del estallido de la Gloriosa en 1868 Tuñón de Lara sostenía que “la principal contradicción que existía en la sociedad española seguía siendo la de los grandes propietarios (nobleza, Iglesia, financieros ligados al capital extranjero, comerciantes coloniales, &c.) y el conjunto del país, cuya principal masa humana y factor superlativo de la población activa eran los campesinos y trabajadores agrícolas (jornaleros, gañanes, &c.)”. Y continuaba: “Sin duda dicha contradicción esencial estaba doblada por otra que oponía la burguesía industrial y comercial (concentrada en Cataluña y un poco en el País Vasco) a la nobleza terrateniente apoyada en el aparato del Estado”. El gobierno de Isabel II “dejaba incluso de representar a las clases dominantes para convertirse exclusivamente en órgano de una camarilla y en primer obstáculo para el desarrollo de la vida nacional”. La revolución de 1868 fue, a juicio de nuestro historiador, “el momento propicio para que la burguesía relevara en el poder a la nobleza terrateniente, para destruir los poderes económicos e ideológicos de la aristocracia y de la Iglesia”. “La cuestión clave de España seguía siendo la de la gran propiedad agraria y, en general, la estructura agraria semimedieval”. Sin embargo, el gobierno salido de la insurrección “no parecía tener demasiada conciencia de esa empresa histórica que se llama revolución burguesa”, ya que tan sólo adoptó medidas anticlericales. Las estructuras arcaicas permanecieron en píe “tras seis años de choques y conmociones”. “Desde ese momento, la burguesía renunció a su revolución para pactar con las clases tradicionalmente dominantes”. Con todo, la Constitución de 1869 fue “la más liberal de cuantas se habían promulgado en España”. Los liberales fueron dominados por “el miedo al pueblo y más precisamente a los trabajadores de la ciudad y del campo, aunque su peso político aún fuera incipiente”. Amadeo de Saboya pudo haberse convertido en el rey de una “monarquía burguesa”. Y es que la reacción española “no transigía; exigía don Carlos o los Borbones”. Tampoco la I República supuso cambio alguno: “Los republicanos de 1873 no supieron llevar a cabo esa revolución burguesa que hubiese desarraigado el poder material de la nobleza y las instituciones de carácter medieval, democratizando el Estado y sus instituciones, apoyándose en todas las clases sociales que estuviesen interesadas en la desaparición del viejo régimen”. Siguiendo a Engels, atribuye al “extremismo bakuninista” el fracaso de la colaboración de los obreros con el nuevo régimen. Su político favorito fue, lógicamente, Pi y Margall, “el único dirigente político de la Primera República que veía más allá de los simples cambios de forma de gobierno y que no se había quedado en la Declaración de Derechos de 1789 ni en nuestra Constitución de 1812”{103}.

La Restauración de 1874 significó el retorno del orden moderado. Su mecanismo constitucional no pasaba de ser un “remedio caricatural del británico” y “consolidó el poder de las antiguas clases dirigentes y con ello la base económica, la gran propiedad agraria”. El hecho sociológico esencial de la época fue “el entronque de las familias de la alta burguesía en la aristocracia, lo que tiene lugar bien por el procedimiento de ennoblecer sistemáticamente a esas familias (los Comillas, Urquijos, Ussía, Romanones, &c.) y por los enlaces matrimoniales”. El caciquismo era posible en un país fundamentalmente agrario. El cacique era el “ricacho (sic) del pueblo, él mismo terrateniente de alcurnia que reside en la Corte, de él depende que los obreros agrícolas trabajen o mueran de hambre, que los colonos sean expulsados de las tierras o que las puedan cultivar, que el campesino medio pueda obtener crédito”. Es, en definitiva, “el nuevo feudal, es el señor omnímodo”. Frente al “tingladillo político de Cánovas y Sagasta” se encontraba la Institución Libre de Enseñanza, vinculada a fuerzas políticas burguesas que se enfrentan al “viejo régimen”. Según él, la obra de Gumersindo de Azcárate demostraba que la Restauración era, en realidad, un régimen “preliberal”. El krausismo era “un arma dirigida contra la estructura ideológica del <viejo régimen>”, pero un “arma limitada, sin raíces en el pueblo”. Por su parte, Joaquín Costa “apuntó certeramente a los males de la España de la Restauración”, “el sistema agrario”, “el hambre española corroyendo a los mejores hijos del país y originando el deficiente nivel de cultura”. La obra de Galdós era “el reflejo de las clases que aspiran al relevo del poder, Quijote de todo el pueblo”. Ángel Ganivet, en cambio, es un reaccionario, “católico a ultranza”, que “añora el viejo mundo”, “no ve más allá de un reflejo conservador de clases”. Menéndez Pelayo contribuyó a “dar a conocer aspectos de la cultura española de otros tiempos que las orientaciones oficiales han tendido siempre a asfixiar”. Era “tradicionalista”, pero no un ideólogo de primer orden. La crisis del 98 fue una crisis de carácter ideológico, que supuso una clara deslegitimación del régimen político. El problema catalán era fruto del distinto desarrollo económico, “la Cataluña comercial y productora era sometida al centralismo que estaba lejos de representar la modernización del Estado”. Pi y Margall no supo comprender el problema catalán. Si lo hicieron Valentí Almirall y Prat de la Riba, que nunca fueron separatistas. Apenas menciona a Sabino Arana, aunque estimaba que su concepto de raza era más sociológico que antropológico; o al galleguismo. Y, en fin, denunciaba que la España de la Restauración seguía manteniendo la “eterna cuestión agraria”, “una agricultura no capitalista”{104}.

Desde España, el economista Juan Velarde sometió a crítica esta interpretación de la historia contemporánea española. Velarde consideraba a Tuñón de Lara superior a Ramos Oliveira, pero su libro le parecía “confuso, parcial, lleno de errores y de erratas”. Ante todo, destacaba su “agronomía” y, sobre todo, su ignorancia absoluta del contenido de las obras de economistas españoles como Flores de Lemus, Bernis, Perpiñá Grau, Bernaldo de Quirós, Bermúdez Cañete, &c. “Todos estos olvidos son imperdonables si se quiere abordar nada menos que un análisis del papel que desempeña la producción rural en el marco histórico español”{105}.

Cinco años después, el historiador madrileño publicaba La España del siglo XX, que, en la introducción, presentaba como “un libro apasionado, pero no deja por eso de ser un libro que concede prioridad a los hechos; una de las enseñanzas de la historia es que la razón de estos hechos termina imponiéndose a todas las inexactitudes “. “En todo caso, pasión y razón de esta obra tienen un solo objeto: España”. El siglo XX español era presentado como “una exacerbada pugna entre el pasado y el porvenir”, siendo España “un caso particular de supervivencias del pasado y de la apertura hacia el porvenir, de coexistencia de estructuras de muy distinta naturaleza, de formas del vivir y del pensar así como de corrientes espirituales divergentes, cuando no contrapuestas”. A su entender, el siglo XX comenzaba con las repercusiones de la Gran Guerra en España, donde “los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres más pobres”. Condenaba “la desdichada acción en Marruecos” y el “estancamiento electoral”. Consideraba que las peticiones autonómicas de Cambó buscaban “el Poder para una clase social, la burguesía”. Destacaba la consolidación del PSOE y la atomización de los partidos representantes de la oligarquía{106}.

La crisis de 1917 era presentada como consecuencia del “desarrollo de las fuerzas productivas en pugna con la desigualdad de distribución contradictoria entre terratenientes y burguesía, entre el Poder Central y nacionalidades, presencia ostensible del militarismo”. La Asamblea de Parlamentarios perseguía "lograr el acceso de representantes del sector industrial de la burguesía al Poder”, pero que temían la “intervención de la clase obrera”. La huelga general de agosto sufrió una “represión desenfrenada”. La revolución bolchevique había formado mientras tanto “el primer Gobierno obrero y campesino, apoyado por el Poder de los soviets”. El gobierno presidido por Maura era “un Gobierno en que los intereses del gran capital pesaban ya tanto como los de la aristocracia terrateniente”. Los propietarios de los medios de producción y cambio fueron “los gran beneficiarios de la inflación”, algo que contrastaba con “la dureza de las condiciones de vida hacia 1920”. Destaca al gran entusiasmo de la clase obrera ante la revolución rusa. La patronal, sobre todo en Barcelona, escogió “el camino de la violencia, decidida a impedir todo intento conciliador”. Denuncia “la política suicida de los militares y los políticos a la vieja usanza”. El Somatén de convirtió en “una milicia prefascista”. Frente “al Gobierno reaccionario de guerra de clase”, el movimiento obreros español se mostraba “dividido orgánica e ideológicamente”, oscilando entre “un sindicalismo <apolítico> y violento y un partido socialista más propicio a las <republicanas> que a un examen riguroso de la misión histórica de la clase obrera”. Del PCE tampoco podía decirse “que se caracterizase por un examen serio y objetivo de la realidad española”. El Partido Radical de Lerroux estaba dispuesto “a salvar el orden”. La Liga de Educación Política de Ortega y Gasset se caracterizaba por “un espíritu de rebeldía –o de reforma- frente al orden arcaico existente”, si bien el filósofo madrileño de “sentía separado del pueblo”. Su idea de “razón vital” resultaba “tan brillante como poco desarrollada”; fue impotente a la hora de captar “las fuerzas históricas capaces de tomar el relevo de las que habían desecho España”. Califica a Ramiro de Maeztu de “ideólogo de la derecha “, cuya obra La crisis del humanismo era “camino seguro para justificar más tarde la tiranía”. En cambio, la obra de Antonio machado y la de García Lorca eran “de fina inspiración popular”. Particularmente, Machado buscaba “las razones del porvenir de los hombres sencillos de España y las fuentes de su creación en la entraña de lo nacional concebido como pueblo y no como minoría”{107}.

Su valoración de la Dictadura de Primo de Rivera fue absolutamente negativa. La Unión Patriótica “nacía muerta”. Denunciaba su política “anticatalanista”. “El poder económico se concentraba cada vez más en unos grupos limitado, casi se puede decir que en unas cuantas familias, pero la expansión momentánea permitía vivir a las pequeñas industrias”. Se iniciaba en aquella época un “capitalismo de Estado en favor de las grandes empresas y a una acentuada política de protección industrial”. La Dictadura no sólo dejó incólumes las viejas estructuras, sino que favoreció y estimuló a las grandes empresas y grupos financieros con tendencia al monopolio, y el desequilibrio económico debido al desarrollo irregular de la producción”. A su entender, el Directorio civil fue “bien acogido por la aristocracia terrateniente y financiera”. Veía en la legislación de Eduardo Aunós, ministro de Trabajo, “un neto relente mussoliniano”. A nivel intelectual, condena La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset como un manual de “todo enemigo del poder popular”. Incluso interpreta corrientes filosóficas como el neokantismo y la fenomenología como “grandes intentos de separar a los intelectuales del pueblo, de emprender el <asalto a la razón>, definido por Jorge Lukács, para enturbiar la comprensión de nuestro tiempo, ataque gigantesco contra la <razón histórica> que Ortega y Gasset enarboló a modo de Sanedrín, pero que no asumió como método de trabajo”{108}.

El gobierno Berenguer era fruto de la “aristocracia, el dinero y el ejército aguja en mano para echar un buen remiendo al régimen”. Califica de “partida de la porra” a los Legionarios del doctor Albiñana. En las páginas finales del primer tomo de la obra Tuñón de Lara derrocha entusiasmo por la movilización de los republicanos y socialistas. Destaca su “entusiasmo y disciplina”, “anchurosa riada”, “la autodisciplina de las masas hizo imposible cualquier provocación”, mientras que el gobierno “iba a la deriva”. No obstante hace referencia al “alzamiento” propugnado por los republicanos en Jaca. Destaca el heroísmo de Fermín Galán, “con emocionante entereza, fumó un pitillo y murió mirando los fusiles que disparaban”. Los gobiernos de Berenguer y Aznar eran emanación de la “oligarquía”. Juzga “aplastante” la victoria de los republicanos en las elecciones municipales de abril de 1931. Y concluye: “(…) en España entera, los hombres sencillos apenas durmieron aquella noche”. “A las cuatro de la tarde puede decirse que Madrid entero estaba en las calles, en las que apenas se podía dar un paso. Por todas partes surgían banderas republicanas, retratos de Galán y García Hernández”{109}.

Con la II República, la sociedad española se encontraba en “el umbral de un régimen de democracia liberal, mantenedor del orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción y circulación, es decir, lo que suele llamarse un régimen de democracia burguesa”; una nueva oportunidad histórica como en 1812, 1820, 1843, 1854 y 1868. Frente al nuevo régimen, el conjunto de las oligarquías, la Iglesia católica y el Ejército. La quema de conventos de mayo de 1931 fue, a su juicio, “el mejor regalo que podían esperar los enemigos del nuevo régimen”, aunque se apresuraba a decir nuestro historiador, “sin que, por otra parte, ningún religioso hubiese sufrido daño alguno”. Sin embargo, la derecha aprovechó la cuestión religiosa como “bandera de combate, por conocer que era una plataforma susceptible de prender en grandes masas del país”. Sn duda, el principal peligro para la derecha eran “los artículos democráticos y sociales de la Constitución”. Y es que el texto constitucional de 1931 “hacía legalmente posible el avance político hacia la izquierda”. Califica nuestro historiador la oposición política al Estatuto de Cataluña de “patrioterismo de charanga”. En ese sentido, se mostraba más próximo a Manuel Azaña que a Ortega y Gasset en las discusiones sobre la autonomía catalana; y es que el alcalaíno “suscitó también el entusiasmo de los catalanes”. El pronunciamiento de Sanjurjo fue apoyado por “lo más granado de la aristocracia, las familias que se estremecían al solo nombre de la reforma agraria”, “confundían fácilmente la patria y sus intereses particulares”. No obstante, Tuñón de Lara criticaba el contenido de la ley de reforma agraria propugnada por los republicanos. Y es que, a su juicio, los nuevos gobernantes no tuvieron nunca en cuenta “los instrumentos de poder necesarios para cumplir aquellas promesas y los preceptos legales”. El poder económico seguía en manos de la oligarquía nobiliaria y altoburguesa. Por otra parte, no tenía en cuenta el problema minifundista y tampoco abordaba el tema de los arrendamientos. Por todo lo cual, “se comprende sin dificultad que los trabajadores agrícolas intentaran tomarse la justicia por su mano”. “La verdad pura y simple era que, dos años después de haber sido implantada la República, los <señoritos> eran todavía dueños de la tierra en Andalucía, Extremadura y La Mancha. En la conciencia del trabajador del campo, la República no había venido para que el <amo> y los <civiles> siguiesen intangibles”. En ese sentido, la matanza de Casas Viejas fue “el golpe más duro recibido por el Gobierno Azaña”, “sirvió de ariete para la derecha y desilusión a la izquierda”. La victoria derechista de 1933 fue consecuencia del “descontento y temor de las clases acomodadas, de masas de católicos y de los propietarios minifundistas y los arrendatarios que no habían visto mejorada su situación durante el bienio republicano-socialista”. La CEDA era un partido “arraigado en las poblaciones rurales”; representaba “una base de masas para la oligarquía en los campesinos acomodados y medios de Castilla e incluso de Levante”; “pareció inspirarse en métodos fascistas”. La táctica del partido católico fue “la de penetración por vía legal”; y su política, “neto apoyo a los intereses de la oligarquía”. Su balance del bienio izquierdista era muy pesimista: “no produjo ningún cambio en las estructuras económicas de España”{110}.

De nuevo, la emprendió con Ortega y Gasset, al que califica de “aspirante a <consejero del Príncipe>, en una sociedad que él postulaba vaciada en el molde del poder burgués liberal” y que “sufrió de no poder cumplir esa misión soñada en la situación concreta de la España en la que le tocó vivir”. “Sus cualidades intelectuales y su formación le hicieron rebelarse contra la vulgaridad de las clases directoras de España y no aceptar la pobreza intelectual en que, forzosamente, se movían aún las clases que aspiraba a dirigir”. A Unamuno lo calificaba de “Tancredo heroico”. Por supuesto quien estaba en lo justo era, una vez más, Antonio Machado, quien estimaba que “el saber universitario no podía competir, en España, con el saber popular”{111}.

El bienio radical-cedista era el de “la restauración social”. De ahí, como sabemos ya, la legitimidad de la insurrección socialista de octubre de 1934. A ese respecto, no dudaba en afirmar que en las zonas mineras “se instauró el orden revolucionario”. Fue la asturiana “una verdadera revolución obrera”. Sin embargo, lo que triunfaba era “la derecha, el <orden>”. “La mayoría de los ministros no eran republicanos en abril de 1931, ni siquiera en diciembre del mismo año”. “La oligarquía agraria castellana, la jerarquía eclesiástica, los hombres de negocios estaban allí representados (…) Ya la empresas habían aumentado sus beneficios y los bancos los suyos”. En política internacional, los gobiernos conservadores apostaban por Italia en la crisis abisinia; estrechos lazos con la dictadura portuguesa; y acercamiento a la Alemania hitleriana, para adquirir armas y establecer “una colaboración entre la policía española y la Gestapo”. Las elecciones de 1936, con el triunfo del Frente Popular, reflejaron “cabalmente la división del país en dos frentes hostiles, bastante equilibrados, que representaban fuerzas sociales y políticas antagónicas”. En definitiva, el estallido de la guerra civil fue consecuencia de “las <razones> de unos grupos oligárquicos”. “Cierto que temían la revolución, y tenían sus razones para temerla. Pero no se trataba de una revolución proletaria, ni mucho menos de un golpe armado. Se trataba, ni más ni menos, de la revolución democrática reemprendida en 1931 –fracasados los intentos anteriores –contenida en 1934, que había recobrado toda su pujanza y contaba con las posibilidades de un desarrollo legal (…) Una reforma agraria, impulsada de arriba abajo y de abajo arriba para transformar la estructura agraria y liquidar el poder oligárquico en ese dominio; una mayor participación obrera en la vida económica del país (a través de los Sindicatos) que debía frenar en seco los beneficios del gran capital y obligar a los gobiernos, a que tomasen medidas contra el libre arbitrio de bancos y grandes empresas”{112}. Naturalmente, el concepto de “revolución democrática” no era neutral, ni aséptico; se trataba del defendido por el PCE a lo largo del conflicto civil.

Por entonces, Tuñón de Lara no interpretaba el golpe de Estado tuviera un carácter fascista, ya que los jefes miliares constituían “la fuerza esencial del alzamiento”. Y la mayoría de ellos tenían unas ideas políticas “bastante sumarias”. “Si por un lado se entusiasmaban ante el militarismo de Hitler y Mussolini, por otro ignoraban el aspecto demagógico de sus programas. Rarísimos eran los militares que pertenecían a Falange antes de la guerra y el solo nombre de <Sindicato> creaba en ellos un reflejo de hostilidad”. Por lo tanto, no se trató de un “alzamiento popular”, sino que la dirección recayó en el Ejército. Sin embargo, tampoco se trató de un pronunciamiento clásico, ya que su preparación fue minuciosa. Y quien lo resistió no fue “el Estado endeble apenas existente”, sino “la respuesta popular en masa, que tuvo lugar incluso donde, por falta de miedo, fue a la postre aplastada”{113}.

Tuñón de Lara dedica el tercer tomo de la obra al desarrollo de la guerra civil. A su entender, el terror en la zona republicana fue realizado “al margen de la mayor parte de los partidos y sindicatos”. En el campo, fue consecuencia de haber sido tratados los campesinos como “seres infrahumanos”. Con respecto, al exterminio del clero su interpretación no tiene desperdicio: “Quienes conociesen el comportamiento político de la mayoría del clero español, que había confundido desde hacía mucho tiempo su misión religiosa con la defensa de las más arcaicas estructuras de clase, puede lamentarse, pero no extrañar, aquella tremenda sacudida”. Sin embargo, y no deja de resultar curioso, en las páginas de este libro no se hace referencia explícita a que el régimen de Franco se configurara como un sistema de carácter fascista. Quizá porque, como denunciaba José Martínez, Tuñón de Lara tuvo que pactar con la censura para que pudiera ser publicada en España. Su interpretación iba más bien en la línea de la tesis de Juan José Linz, que luego sometería a una crítica tan grotesca como radical, como régimen de carácter autoritario. En otro orden de cosas, Tuñón de Lara condena la política de “no intervención” de Gran Bretaña y Francia. Es ambiguo respecto a las colectivizaciones. Y, en la línea del PCE, defendía que el problema de la República era “obtener un verdadero Ejército regular, con mando único y reservas y, en general, un verdadera Estado que respondiese a las exigencias bélicas”. Creía, o decía creer, que los ministros comunistas no sabían nada del asesinato de Andrés Nin. Interpreta el discurso de Azaña –“Paz, Piedad y Perdón”-como “un gesto de debilidad”. Y resalta las relaciones tirantes entre el presidente de la República y Juan Negrín, “el enérgico Jefe de Gobierno”. Y es que Tuñón de Lara, como historiador comunista, apoyaba la política negrinista, porque “era la única que podía permitir un repliegue, una evacuación sin desbandada de las personas que corrieran mayor peligro de ser víctimas de represalias” , la posibilidad de “transformación de la lucha de frentes en lucha guerrillera, con unidades de guerrilla” y permitir a las organizaciones del Frente Popular “dejar montados los andamiajes de una actividad clandestina sólidamente organizada”. Por todo ello, la política de resistencia “no era acto de locura, sino el intento de jugar las últimas cartas posibles”. Por supuesto, critica el golpe de Estado de Segismundo Casado, caracterizado por su anticomunismo. Y concluía: “La guerra, la de los frentes, había terminado. Pero no la violencia y el derramamiento de sangre español”{114}

5. De bloques de poder, revoluciones burguesas, franquismo y cultura de izquierda

Tras la publicación de ambos libros, Tuñón de Lara intentó profundizar histórica y metodológicamente en una serie de temas. En 1970, tuvo oportunidad de presentar uno de sus artículos más influyentes, “La formación del bloque de poder oligárquico en la Restauración”, con motivo de un congreso de hispanistas celebrado en la Universidad de Burdeos. Como ya hemos señalado, un “bloque de poder” es un “poder real”, un conjunto de fuerzas políticas, sociales y económicas que “dirige” al resto de la sociedad. En el período de la Restauración canovista, el “bloque de poder” estaba formado por la Monarquía, La Iglesia, el Ejército, la aristocracia terrateniente y financiera, la burguesía catalana y vasca. Frente a este “bloque de poder” existía una burguesía no oligárquica, la “otra burguesía”, y el movimiento obrero. El “bloque de poder” tenía un “techo ideológico” procedente del Antiguo Régimen, que le proporcionaba el catolicismo tradicional. La “otra burguesía” estaba compuesta por “los empresarios de tipo medio, que se daban principalmente en la zona catalana, a nivel aproximado de la llamada <empresa familiar>, sin gran poder para incidir en el mercado” y por sectores “premonopolistas”, una fracción de la alta burguesía no integrada en el “bloque de poder”{115}. El “bloque de poder” entró en una “crisis de hegemonía” a partir del Desastre de 1898; fue incapaz de reformarse tras los sucesos de 1917, y terminó avalando la dictadura de Primo de Rivera, algo que merecía ya el término “crisis de Estado”, que llevó a la caída de la Monarquía en abril de 1931. La II República fue un sistema político modernizador y reformista, regido por los sectores de las clases medias, de la “otra burguesía”, y del movimiento obrero. Un régimen político que sería destruido por las fuerzas políticas defensoras de los intereses del “bloque de poder” oligárquico{116}. A partir de tal concepto, Tuñón de Lara hizo hincapié en otros libros en las relaciones entre poder político y poder económico a lo largo del período de la Restauración y la II República{117}.

De la misma forma, intentó profundizar en el tema de la “revolución burguesa” en España. Tuñón de Lara consideraba, a mediados de loa años setenta, que, a partir de 1836 y durante un período que puede oscilar entre veinte y veinticinco años, se produjo un cambio en las relaciones de producción: libertad de comercio y libertad de industria, abolición de los señoríos jurisdiccionales, desamortización eclesiástica, transformación de los señoríos territoriales en simple propiedad de la tierra, supresión definitiva de los mayorazgos, extensión de la desamortización de los bienes del clero secular, desamortización civil, Ley de Minas, &c. ¿Era eso la “revolución burguesa”? Sin duda, respondía Tuñón de Lara. Sin embargo, era preciso no caer, en su opinión, en un “lamentable esquematismo”. Y es que había que precisar qué tipo de “revolución burguesa”; qué clase de burguesía; y cuánta, al igual que cuestión del poder. En opinión, se trataba de una revolución “alicorta, porque el bloque de grandes terratenientes –alta burguesía (con hegemonía de la primera) la frenará, porque la ideología e incluso las instituciones tendrán más freno que estimulante”{118}. Siempre se mostró escéptico de la efectividad de la “revolución burguesa” en la sociedad española. Bien es verdad que, en el fondo, su modelo era el francés, lo que resultaba ya un anacronismo. Y, contradiciéndose finalmente, el historiador madrileño se mostró muy próximo a las tesis defendidas por el Arno J. Mayer sobre la persistencia del Antiguo Régimen en las sociedades europeas hasta el estallido de la Gran Guerra de 1914{119}. Con lo cual venía a reconocer, aunque no fuera consciente de ello, que el caso español distaba de ser una anomalía en el conjunto europeo.

Con su ya habitual esquematismo, interpretó la crisis de 1898 como una “quiebra ideológica, que no social y política”, de la España de la Restauración y del “bloque de poder” oligárquico. “La oligarquía sufre un rudo golpe, pero las fuerzas sociales que le son hostiles actúan en orden disperso y carecen de madurez”. Tuñón de Lara veía en la obra de Miguel de Unamuno y Joaquín Costa las muestras más palpables de la crisis. Y es que el despliegue intelectual de la denominada “Edad de Plata” fue fruto de la necesidad de “una ofensiva <ideológica> para acceder al poder” por parte de la “burguesía no oligárquica”. “Costa, muy probablemente (sic) llega a expresar una <ideología>de las clases medias, de labradores intermedios y modestos, de comerciantes y pequeños industriales”. “Unamuno, nacido en un medio pequeño burgués, tendrá su primera época –un buen decenio- de sensibilización hacia lo popular. Tanto en sus protestas como en sus oscilaciones expresa bien la problemática del intelectual nacido en ese medio social, que un día cree sinceramente que su puesto está entre los trabajadores y otro se desilusiona o se entrega al misticismo”. Por otra parte, Tuñón de Lara negaba la existencia de un regeneracionismo dinástico, con Silvela o Maura a la cabeza, ya que el regeneracionismo se encontraba vinculado “a la crítica y revisión del régimen político de la Restauración, de sus prácticas caciquiles, de la estructura socioeconómica que le sustentaba”; y lo conceptualiza como “pseudoregeneracionismo”, cuyo objetivo era “neutralizar a buena parte de las clases medias”. Los antecedentes del “verdadero regeneracionismo” se encontraban en la línea Mallada-Isern-Picavea. Según él, en esta línea se hacía una crítica de “los valores <señoriales> del antiguo régimen desde una óptica burguesa, la de la eficacia pragmática, la educación, la exaltación del trabajo”; es “la voz de la burguesía ascendente”. No obstante, al mismo tiempo, sostiene que Macías Picavea defendía Una “no demasiado feliz” resurrección de los gremios”, “un paternalismo corporativista”, “ignora la función de las industrias de cabecera”, “no comprende la coyuntura económica de su tiempo”. En el primer Costa ve una amalgama de “pragmatismo provinciano y ciertas visiones atrasadas propias de una España rural (la de los caminos de herradura) con los temas muy generales y, desde luego, con la obsesión de la política hidráulica”. En la línea de Manuel Azaña, le acusa de no profundizar en el problema del poder político. Y es que Costa, según él, “no llegó a calar hondo en la esencialidad de la constitución real o de hecho: ser una constitución de fuerzas sociales en orden al ejercicio del Poder”. Y es que el caciquismo era “expresión de una realidad estructural y social concreta”. “Costa confunde la causa con la consecuencia; la primera es el poder económico y político de una oligarquía; las consecuencias son la práctica caciquil, la incapacidad para un verdadero parlamento, la existencia de comités del notables con nombres de partidos políticos, &c. A esta confusión hay que añadir la visión elitista que los es común; todos consideran al pueblo español como menor de edad y necesidad de tutor”. Con respeto a la idea de “intrahistoria” de Unamuno, el historiador madrileño se muestra ahora un tanto perplejo, ya que lo mismo podía significar “la historia de la vida cotidiana que a historia de las actitudes mentales”. Y concluye: “¿Leemos un Unamuno contemplativo e inmovilista o un Unamuno que quiere <poner sobre los pies” una historia falseada y aparencial?”{120}.

En 1971, Tuñón de Lara publicó uno de sus libros más ambiciosos, Medio siglo de cultura española (1885-1936). Su objetivo era enfrentarse con “el tema de la cultura como totalidad”. Se trataba de un enfoque sociológico y mecanicista de la vida intelectual española desde finales del siglo XIX hasta el estallido de la guerra civil. Sin embargo, no era un ensayo de historia intelectual exhaustiva; todo lo contrario. El autor hacía un inventario muy selectivo de autores y tendencias que se circunscribían exclusivamente al ámbito de sus preferencias ideológicas y políticas. El hecho hubiera sudo un tanto enternecedor si Tuñón de Lara hubiera titulado el libro Los intelectuales que me gustan o Mi tertulia político-intelectual. Este método tan sesgado presagiaba un comportamiento escasamente liberal en lo sucesivo, que, en el fondo, como luego se vería, perseguía la marginación de una serie de tradiciones político-intelectuales y el enaltecimiento de otras. En el fondo, el objetivo del historiador madrileño era la creación de un canon intelectual de las tradiciones de la izquierda española: Galdós, “Clarín”, el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza, el regeneracionismo, Jaime Vera, Núñez de Arenas, el inevitable Antonio Machado, Azaña, García Lorca, Miguel Hernández, &c. Igualmente, aparecen otras figuras intelectuales, como la de Ortega y Gasset, que, en el fondo, salen muy malparadas. Y no pocas, como el caso de Menéndez Pelayo, simplemente no aparecen, o lo hacen muy tangencialmente. Como tendremos oportunidad de ver, ni los temas ni su interpretaciones eran nuevas; formaban parte de las obsesiones y preferencias del autor.

En su interpretación, Galdós nunca se identifica “con la burguesía que está pactando con la aristocracia bajo el manto de la Restauración; y, en consecuencia, “va siempre en el sentido de la historia” (¡). No obstante, censura su “utopismo”, es decir, “la idea de que por la educación puede bastar para la redención social”; y considera que su anticlericalismo es un “anticlericalismo cristiano”. La Regenta de “Clarín” es “la crítica más profunda de la sociedad española a escala provincial en los años que siguieron a la Restauración de los Borbones”. Como era de esperar desde la perspectiva del autor, “Clarín”, como Galdós, expresaba “la escala de valores de una burguesía que pugna por tomar hegemónicamente las riendas del país”. En lo que se refiere al krausismo y la Institución Libre de Enseñanza repite sus reiteradas y esquemáticas tesis. Ambos persiguen como objetivo “preparar los hombres de dirección –y también de los expertos- para realizar la transformación de la sociedad española, que suponía, en la coyuntura de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el acceso a los puestos decisivos del Poder de una burguesía que (a diferencia del estrato superior de la alta burguesía) no se había integrado en el sistema social, económico y político de la Restauración”. El costismo se encontraba relacionado con “una burguesía media” disconforme, y que no es popular, porque pretende “hacer bien al pueblo sin contar con él”. Tacha a Ganivet de reaccionario; expresa “la nostalgia del tiempo pasado”, que critica el capitalismo “desde los valores de una sociedad patriarcal”. Valora, en cambio, positivamente, la etapa socialista de Unamuno, en la que existe, según él, “una valoración del hombre sencillo que trabaja mucho mayor que la de Costa”. Desde el ángulo catalanista Tuñón de Lara estima que Almirall no es separatista, sino que cree en “la misión de la alta burguesía para renovar España entera”. En Prat de la Riba, la idea nacional “difumina cualquier crítica social, tanto más cuanto se elabora desde la cima de una clase que, con el poder económico privado en las manos, reclama un pacto con un Poder del que se estima injustamente marginada, totalizando para ella la representación del hecho nacional o diferencial”{121}.

En el campo socialista, la única figura relevante es Jaime Vera, cuyo Informe a la Comisión de Reformas Sociales era “una exposición total de la crítica del capitalismo de manera tan sistemática y completa como jamás se había hecho hasta entonces en España”, “una aportación marxiana directa”. Denuncia, por el contrario, el individualismo de los hombres del 98, que desembocó, según él, en “la impotencia, la abulia, para lo que no superaron la desintegración, la no-intervención social del grupo al empezar el siglo”. Baroja era “anárquico en el sentido de extremado individualismo y también en el primado de la crítica demoledora sobre la constructiva”. Apenas otorga importancia a Maeztu. Con respecto a Valle Inclán hace hincapié en que se carlismo era “una manifestación de inconformismo impregnado de sentido heroico” y que evolucionó desde “lo señorial hasta la popular”. No podía faltar a la cita el omnipresente Antonio Machado, portavoz, naturalmente, de “la cultura del hombre sencillo, del pueblo, frente a la cultura de elite”, “la oposición entre <dos Españas>, entre la España del <señorito> y la España del hombre del pueblo”. No menos positiva era su valoración de Núñez de Arenas y su tendencia a la “culturización” de lo popular, pero no con criterios paternalistas, sino partiendo de que “se asigna una función histórica a lo que llama <clases explotadas>; además, la idea de que el intelectual debía entrar en contacto “con el mundo del trabajo y realizar una aportación dentro de su competencia profesional”{122}.

De nuevo muy en la línea del viejo Lukács, Tuñón de Lara estima que la recepción española de autores alemanes como Max Weber, Spengler, Rickert y Husserl supuso un refuerzo con las ideologías del “repliegue social” y de defensa de las clases dominantes tras la crisis abierta después de la Gran Guerra. Significativamente, tomaba partido por Lenin en detrimento de Fernando de los Ríos en un comentario al libro Mi viaje a la Rusia sovietista, en cuyas páginas incurría, a su entender, en una suerte de “humanismo abstracto”. “De los Ríos no podía situarse en la <circunstancia> rusa de 1920, todavía en guerra civil, cercados por el mundo, lanzados a una audaz experiencia que, por primera vez, se intentaba en la historia”. Y, en la línea del marxismo más “frío”, censuraba su “eticismo” y su pertenencia no a la causa revolucionaria, sino al “linaje de los reformistas sociales”{123}.

Sin embargo, como de costumbre, el marxista español la emprendió de nuevo con Ortega y Gasset, sobre todo a causa de su elitismo, fruto, a su entender, de las necesidades de una burguesía no inserta en el “bloque de poder” y que aspira a la hegemonía. Ese elitismo suponía “un dique <ideológico> contra el hecho sociohistórico de la marcha de las mayorías (populares, porque la mayoría de una sociedad es siempre popular) hacia la conquista de decidir sus propios destinos y, en su suma, de cerrar el ciclo histórico en que la cultura era un privilegio minoritario (de clase, guste o no este término)”, “la teoría de la elite es una especie de filosofía social que frena la acción de los hombres encaminados a transformar la realidad social; es también un principio de base para negar que la cultura sea algo que concierne a todo hombre, que es posible para todo hombre, pero que hay que conquistar como la libertad”. Para Tuñón de Lara, el “hombre-masa” orteguiano era “un concepto aplicado al pequeño burgués anodino a remolque de las grandes ideas, poco o nada exigente para sí mismo”{124}.

Por el contrario, no ya Antonio Machado, sino Federico García Lorca se encontraba “enraizado en lo popular y su protesta será siempre de raíz (radical, aunque tampoco en el sentido político del término), estructural y no coyuntural, como tantos de sus amigos de entonces”. “Lo popular en Lorca no es, pues, gratuito ni <estetizante>. Su creación dramática, sobre todo –truncada, pero tan importante-, responde a una temática de sentimentalidad popular. Eso sí, de lo popular-rural”. Es “el combate por el ser humano (hombre o mujer), en la crítica del peso muerto de lo arcaico sobre la sociedad contemporánea”. Por su parte, Miguel Hernández es “pueblo, es él mismo carne y sangre del trabajo del campo”, que llega “a la conciencia de sentirse hombre-pueblo, hombre-trabajo”, “el poeta era desde dentro de su pueblo y de su clase”. Celebra la obra de Ramón J. Sender, pero sobre todo a su amigo Max Aub, “el máximo exponente de nuestra novela histórica”; alguien que “ama la vida, el amor y el prójimo”. En el contexto de la II República, Unamuno no es más que “un nostálgico del liberalismo individualista del siglo anterior”. Manuel Azaña es, en cambio, un demócrata, que, a diferencia de Ortega y Gasset, “cree en los valores morales de lo popular colectivo”, si bien “no deja de temer a esa muchedumbre en más de una ocasión”. Y es que el problema de su trayectoria intelectual y política residía en que “el esquema liberal del siglo XIX no sirve para el XX (…) piensa que la burguesía española no cumplió su misión en aquel siglo y ahora hay que salvarla, y para salvarla se precisan las muchedumbres; pero las fuerzas sociales –clases- representativos de esa muchedumbres quieren acceder al Poder, exigen nivelación económica”. Como en el caso de Fernando de los Ríos, Tuñón de Lara no toma excesivamente en serio a Julián Besteiro, al que no considera un marxista genuino, porque en su obra se encuentra ausente los planteamientos dialécticos. En consecuencia, existía una lara ausencia de “metodología histórico-científica” en su obra; y se queda siempre en “la realidad <aparencial>”. Más que un marxista se trata de un heredero de la Institución Libre de Enseñanza, con su “utopismo educacional” y su “eclecticismo decimonónico”{125}.

Su obra El movimiento obrero en la historia de España fue, básicamente, una especie de manual de la trayectoria político-social de los sindicatos y organizaciones proletarias desde comienzos del siglo XIX (1833) hasta el estallido de la guerra civil. Su perspectiva era rígidamente esquemática y mecanicista que contrastaba con los trabajos que, por aquellas fechas, desarrollaban en Gran Bretaña marxistas como Eric J. Hosbawm o Edward Palmer Thompson. Resulta significativo, y ello le será reprochado posteriormente por los jóvenes historiadores españoles, que fuese absolutamente miope al desarrollo de esta tendencia marxista, que otro de sus representantes Raymond Williams denominó “marxismo de la subjetividad”, siempre atento a los temas culturales e ideológicos{126}. Por el contra, el esquema desarrollado por Tuñón de Lara resultaba excesivamente lineal, simplista, pedagógico en exceso. Su trama narrativa se limita a la exposición del desarrollo de los actores más significativos y a la descripción de lo que denomina “condición obrera”, es decir, salarios, precios y nivel de vida. Los factores subjetivos brillan prácticamente por su ausencia. A su entender, el proceso de aparición del movimiento obrero seguía cuatro etapas: el desarrollo de la producción; acciones obreras de carácter espontáneo y destellos de toma de conciencia; el momento en que el obrero se siente como tal; y cuando otros trabajadores –manuales e intelectuales, &c.- toman conciencia de su vinculación con los obreros y se integran en el movimiento sindical {127}.

Especialmente indigente, historiográficamente hablando, fue su análisis del régimen de Franco. En ese tema, como en tantos otros, fue incapaz de superar su resentimiento personal. Su correspondencia con Max Aub abunda en diatribas e insultos contra Francisco Franco: “viejo caduco”, “siniestro anciano”, “cabrón miserable”, “el enano”, “don Paco el sacamantecas”, “el hijo de puta del Ferrol”, “el enano del Pardo”. A Juan Carlos de Borbón le llamaba “el principito”. Su más ferviente deseo era “echar su cuerpo putrefacto fuera del mapa nacional”{128}. No resulta extraño, por tanto, que a la hora de analizar no ya su régimen, sino la figura de Franco, Tuñón de Lara no fuese excesivamente sutil; en realidad, nunca lo fue en ninguno de los temas que abordó a lo largo de su obra. Tuñón de Lara interpretaba la animadversión del dictador hacia el siglo XIX porque en la centuria se había producido “el desarrollo de la acumulación capitalista, de la agudización de la lucha de clases que se presenta en el modo de producción capitalista, con una nitidez que estaba envuelta antes en las categorías estamentales del modo de producción feudal”, “en que los obreros se organizan en sociedades de resistencia y hacen huelgas frente al <amo>, al <burgués>, el siglo de Marx, del nacimiento de un partido de la clase obrera”{129}. Ni por un momento parece habérsele pasado por la cabeza que para un nacionalista español y militar como Franco, el siglo XIX fue, entre otras cosas, el fin del imperio español en América y la decadencia de España como potencia, tal como señaló en su obra Raza. En alguna ocasión, le acusa de crímenes perpetrados en la guerra de Marruecos{130}.

En ese sentido, uno de sus objetivos fue demostrar el carácter “fascista” del régimen político nacido de la guerra civil. Con su habitual torpeza, intentó resolver el problema planteado por el escaso éxito político de Falange a lo largo del período republicano, mediante el concepto de “fascismo rural”, característico de una sociedad subdesarrollada sin grandes preocupaciones de estabilidad por unidad de producción, de fuerza de trabajo barata y mercado reducido. Este “fascismo rural” estaría representado, según él, no sólo por Falange, sino igualmente por el Bloque Nacional, la CEDA y la Unión Económica Española{131}. En no pocas ocasiones, perdió los estribos, sobre todo cuando pretendió refutar la tesis de Juan José Linz sobre el franquismo como régimen autoritario. A su modo de ver, no podía existir la menor duda de que el régimen de Franco había sido fascista y totalitario; y ello no sólo por su práctica política o por su defensa a ultranza de los intereses materiales del “bloque de poder”, sino, ¡menudo razonamiento!, porque así lo había definido nada menos que “el pueblo”, “ese pueblo cuya lengua, según Machado, es el barro santo con el que Cervantes elaboró su obra”. Para Tuñón de Lara, Linz utilizaba el término “autoritario”, “para hacer menos sospechoso el régimen, incluso para rehacerle cierta virginidad política, llegándose incluso a hablar de pluralismo”. Claro que, para el historiador comunista, el golpe de Estado de Pinochet en Chile era “técnicamente fascismo”{132}. De la misma forma, sostuvo que la crisis del régimen era, en realidad, una crisis de hegemonía y, basándose en la gran autoridad de Antonio Machado en temas socioeconómicos, que, a la altura de la primera mitad de los años setenta, estaba en cuestión la supervivencia del capitalismo en España{133}.

Para Tuñón de Lara, el final de la guerra civil “detuvo drásticamente el desarrollo cultural de España”; fue la derrota de los intelectuales, como lo demostraba, a su modo de ver, la muerte de García Lorca, Machado o Miguel Hernández{134}. Como puede verse, ni una palabra sobre la muerte de Maeztu, Ledesma Ramos, José María Hinojosa o el Padre Zacarías García de Villada. Ni una; lo cual resulta escandaloso. El nuevo Estado era presentado por el historiador comunista como un conglomerado de “una fuerte herencia ideológica procedentes de los fascismos alemán (¡) e italiano”, junto a la tradición que denomina “ultraconservadora”. A ese respecto, califica de “raro personaje” a Manuel García Morente, por su conversión al catolicismo{135}. A ello añadía, sin enterarse demasiado del tema, casi de oídas, el “ascenso tecnocrático” como “recurso fáctico e ideológico del Bloque de Poder, cuando las dos primeras fuerzas ideológicas hubiesen fracasado”. Creía que la revista Escorial representaba una “corriente disidente”, cuando, en realidad, fue la tendencia intelectual más identificada con el fascismo europeo, seguidora de los proyectos intelectuales de Giovanni Gentile para Italia. De la misma forma, estima que La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, “se insurgía contra el conformismo y la mediocridad reinantes y reanudaba las mejores tendencias realistas de la novela española”{136}; cuando en aquellos momentos Cela se encontraba claramente en la órbita falangista. En cualquier caso, para Tuñón de Lara, sólo contaban como figuras intelectuales Buero Vallejo, Celaya, Blas de Otero, Eugenio de Nora, Giménez Fernández, Vicens Vives, Sacristán, Nicolás Sánchez Albornoz, Ramón Tamames o Alfonso Sastre. Naturalmente, ignoraba por completo, siguiendo el ejemplo de Medio siglo de cultura española, a, entre otros, Enrique Jardiel Poncela, Lorenzo Villalonga, Julián Marías, Eugenio D´Ors, Gregorio Marañón, Luis Rosales, Muñoz Rojas, Xavier Zubiri, José María Pemán, Jesús Fueyo, Luis Díez del Corral, Jesús Pabón, Gonzalo Fernández de la Mora, Alfonso Paso, Miguel Cruz Hernández, Gustavo Bueno, Julio Caro Baroja, María Dolores Gómez Molleda, Rodrigo Fernández Carvajal, José García Nieto, Antonio Millán Puelles, José Camón Aznar, Rafael García Serrano, Agustín de Foxá, Rafael Morales, Gonzalo Torrente Ballester, Juan Velarde, &c., &c. Lo que ocurre es que, además, estaba muy mal informado, ya que asociaba a Vicente Marrero y Florentino Pérez Embid con la “tecnocracia”; lo cual es completamente falso. En realidad, el único teórico de la modernización conservadora fue Fernández de la Mora, cuyas ideas fueron muy criticadas por la prensa “oficial”, católica, tradicionalista o falangista{137}. Sin duda, no leyó ni a uno ni a otro. Como en casi todo, hablaba y escribía de oídas. Para Tuñón de Lara, la “tecnocracia” era “uno de los últimos intentos de evacuar al hombre de la historia y la cultura”{138}.

Sin embargo, Tuñón de Lara se mostraba optimista, y en eso no le faltaba razón, con respecto a la evolución de los universitarios, cada vez más influidos por la izquierda, creyéndose unidos, según él, a “una multitud o masa”{139}.

6. Apoteosis

En 1964, un viejo amigo, el historiador comunista Noël Salomon, catedrático de Literatura Española y director del Instituto de Estudios Ibéricos en la Universidad de Burdeos, ofreció a Tuñón de Lara un puesto de profesor de Historia Contemporánea de España en la Universidad de Pau, oferta que el madrileño aceptó; y el 2 de septiembre de 1965 arribó a la localidad francesa, donde conoció, entre otros, al historiador Joseph Pérez. Desde Pau, labor del historiador madrileño adquirió un mayor relieve no sólo historiográfico, sino político y social a través de las reuniones de historiadores celebradas por primavera en aquella universidad, definidas por algún investigador no especialmente lúcido como un “acontecimiento fundador” o “un suceso mítico” en el desarrollo de la historiografía española, ya que constituyeron la plataforma, primero, de difusión de su concepción de la historia de España, y luego de creación de redes de relación personal e intelectual{140}. A los coloquios de Pau asistieron, entre otros, Albert Ballcels, José Carlos Mainer, María Dolores Albiac, Eloy Fernández Clemente, Manuel Pérez Ledesma, Antonio María Calero, Antonio Elorza, David Ruíz, María del Carmen García Nieto, Victoria López Cordón, José Luis Abellán, Gabriel Tortella, Mercedes Cabrera, Alberto Gil Novales, Carlos Blanco Aguinaga, Rafael Pérez de la Dehesa, Santos Juliá, Sergio Vilar, Juan Velarde, Bartolomé Clavero, &c.{141}. Según Rafael Cruz, la mayoría eran militantes y/o simpatizantes del PCE{142}. El éxito de la obra de Tuñón de Lara en las jóvenes generaciones de historiadores resulta indudable. Un fenómeno consecuencia, sin duda, de un contexto existencial de abierta disidencia y radicalidad ideológica y política. En su ejemplar obra Nietzsche en España, Gonzalo Sobejano señalaba, a la altura de 1967, que las promociones jóvenes españolas se encontraban “muy lejos de Nietzsche” y muy próximos a Marx. “Entre los forjadores espirituales del mundo moderno –Marx, Nietzsche- prefieren al primero”{143}. Sin duda, las simplificaciones históricas de Tuñón de Lara, su esquematismo y espíritu partisano, fueron muy útiles a la hora de difundir en la sociedad española un marxismo de muy escasa solvencia intelectual, pero que satisfacía las pulsiones de rebeldía de esas nuevas generaciones. El historiador madrileño supo tocar poderosamente la fibra sensible de la generación radical de los sesenta, la generación del baby-boom de los años de la postguerra, que se beneficiaba de la expansión educativa, de la prosperidad creciente fruto del desarrollismo y de la liberalización creciente del régimen autoritario nacido de la guerra civil. Como señalan José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente: “Más que por la profundidad de sus análisis o por la originalidad de sus posiciones metodológicas, o incluso de la carga subversiva directa que pudieran contener sus obras, Tuñón de Lara destacó por ofrecer la versión del pasado que era el paradigma alternativo perfecto a lo que el régimen había fomentado en su época creativa. Era, por lo tanto, lo que pedían quienes se oponían al franquismo en sus años finales. Fue el hombre adecuado en el momento adecuado, y de ahí que su influjo superara con mucho el campo de la historia contemporánea”{144}. Y es que para muchos de esa generación, la historia era excitante precisamente porque ofrecía una explicación para el presente y una esperanza de futuro. Las revoluciones y los revolucionarios, los agitadores y rebeldes, las huelgas y protestas, los radicales que luchaban contra el autoritarismo y las ortodoxias de la época eran figuras excitantes para redescubrir e identificarse con ellas en el ambiente embriagador de los sesenta y setenta. En cierta forma, la figura de Tuñón de Lara era paralela y complementario no sólo de la de los intelectuales y catedráticos rebeldes, como José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Ramón Tamames, Agustín García Calvo o Manuel Sacristán, sino la de los cantautores como Juan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Pi de la Serra o Manuel Gerena, que popularizaban las figuras y los versos de poetas como Miguel Hernández, Antonio Machado o José Agustín Goytisolo. No en vano uno de los coloquios de Pau, finalizó con un recital de Paco Ibáñez{145}.

El entusiasmo que generó su obra entre los universitarios y los historiadores de izquierda es hoy difícilmente creíble. Para Eloy Fernández Clemente, las obras de Tuñón de Lara resultaban “polémicas para la derecha que se siente incapaz de descalificarlas científicamente y acusa el terrible golpe de una historia sin mitos, sin tópicos, rigurosa”{146}. Tuñón de Lara generó un estilo y una especie de habitus, en cierta forma análogo al que Menéndez Pelayo denunciaba en el krausismo e institucionismo decimononos: “Se ayudaban y protegían unos a otros; cuando mandaban se repartían las cátedras como botín de guerra; todos hablaban igual; todos se parecían en el aspecto interior”{147}. Conceptos como “modo de producción”, “formación social”, “ideología”, “clases dominantes”, “estructura”, “superestructura” y, sobre todo, “bloque de poder” formaron parte de la jerga del profesorado de historia a lo largo de varios años. Y es que, como señala Juan Sisinio Pérez Garzón, en los coloquios de Pau se animó “un discurso universitario en ciencias sociales de carácter alternativo y contrahegemónico, que ha sido dominante hasta los años noventa del pasado siglo XX, con innegables influjos marxistas, aunque nunca con el formato de una escuela de contornos ortodoxos”. “Justo en aquel ambiente fue donde se planteó la más importante disidencia historiográfica, la referida a si la revolución burguesa era una realidad que se había realizado ya en la España del siglo XIX, y si tan conceptualización permitía definir los retos para construir una España socialista”{148}. Así, pues, la izquierda y la extrema izquierda españolas habían encontrado ya, en las obras de Tuñón de Lara dedicadas a la historia contemporánea, su “vulgata” historiográfica. Y pocos historiadores españoles gozaron en vida de un carisma semejante. Uno de sus discípulos franceses, Jean Michel Desvois, hacía hincapié en “su físico, sus gestos, sus modales, el tono de la voz”{149}. Físicamente, era un hombre de un cierto atractivo. No tenía una cabeza de historiador al estilo de la escultura griega. Pero el suyo podía ser el rostro altanero de un senador romano.

Los coloquios se sucedieron entre 1970 y 1979; en total, fueron diez. La temática elegida fue Metodología y fuentes para el estudio del siglo XIX y XX, Ideología y movimiento obrero en los siglos XIX y XX, De la Primera a la Segunda República, Sociedad y cultura en la España de los siglos XIX y XX, Movimiento obrero, Política y Literatura en la España contemporánea, Prensa y sociedad en España: 1820-1936, La cuestión agraria en la España contemporánea, La crisis del Antiguo Régimen y la industrialización en la España del siglo XIX, Ideología y sociedad en la España contemporánea. Por un análisis del franquismo, La crisis del Estado español, &c., &c.{150}. La mayoría de las ponencias de los coloquios fueron publicadas en España por la editorial Cuadernos para el Diálogo.

En España, donde ya algunos de sus libros pudieron publicarse, Ricardo de la Cierva, biógrafo de Franco y exdirector de Cultura Popular, lo consideraba “el historiador quizá oficioso de la izquierda hispana”{151}. El historiador católico José María Jover alababa toda su trayectoria historiográfica: “Su enorme capacidad de trabajo, la extraordinaria densidad de su información, recaen sobre una vocación de historiador servida con ejemplar honestidad; el planteamiento incesante de problemas teóricos y metodológicos; la reflexión y discusión sobre los mismos en coloquios y publicaciones hacen de Tuñón de Lara un historiador que <vive> y extereoriza su vocación en una medida tan fecunda como poco frecuente”{152}.

De hecho la izquierda historiográfica acaudillada por Tuñón de Lara iba a tener un papel de primer orden en la gestación del universo simbólico, una vez muerto Franco, del nuevo régimen político. En un primer momento, los sectores acaudillados por Manuel Tuñón de Lara consiguieron no pocos éxitos y reconocimientos. El marxismo se puso de moda en la historiografía española del momento; era no sólo una especie de toque de distinción, sino casi una obviedad ser historiador y marxista en los primeros balbuceos del Estado de partidos. Las librerías estuvieron saturadas, desde antes de la muerte de Franco, de literatura marxista{153}. Significativamente, Miguel Artola, uno de los patriarcas de la historiografía liberal, no dudó en recurrir a los conceptos vertebrales del materialismo histórico a la hora de analizar el tránsito del absolutismo al liberalismo en su obra Antiguo Régimen y revolución liberal. Para Artola, el marxismo había sido “el empeño más sistemático de elaboración de modelos históricos capaces de tipificar situaciones concretas y verificar la naturaleza de los cambios”. “Modo de producción”, “formas de explotación”, “capital”, “mecanismos de apropiación de la renta” eran conceptos utilizados por Artola a lo largo de su libro{154}. No muy distante de aquella actitud se encontraba entonces José María Jover, quien participó en uno de los tomos de la Historia de España dirigidos por Tuñón de Lara. En su análisis de la España de la Restauración, Jover utilizaría el concepto de “bloque de poder”{155}. Otro historiador liberal, Carlos Seco Serrano, se negó, en cambio, a hacer concesión alguna al marxismo en sus escritos. A ese respecto, se manifestó partidario del “humanismo” característico de su maestro Jesús Pabón, al que presentaba como el “polo opuesto al llamado materialismo histórico”{156}.

De hecho, Jover fue uno de los siete catedráticos que reunidos en la Universidad de Pau, otorgaron a Tuñón de Lara el título de Doctor de Estado en Letras por el conjunto de su obra. Más conflictiva fuela participación de Tuñón de Lara en el tomo de la Historia de España fundada por Ramón Menéndez Pidal y que dirigía el propio Jover, consagrado a Los comienzos del siglo XX. Y es que en el universo de Tuñón de Lara no parecía ponerse el sol. Fue su etapa dorada. No pocos de los participantes en los encuentros de Pau y algunos de sus discípulos lograron cátedras o eran ya profesores titulares en la Universidad. Recién creada la influyente revista Historia 16, fundada por el empresario Juan Tomás de Salas, discípulo de Pierre Vilar, fue nombrado miembro del consejo asesor. En sus páginas, colaboraron no pocos de sus discípulos y seguidores. Formó parte de la comisión de historiadores investigadores del bombardeo de Guernica. Desde 1980, dirigió la Historia de España, de la editorial Labor, en la que colaboraron, entre otros, Julio Mangas, Luis García Moreno, Julio Valdeón, Joseph Pérez, Guillermo Céspedes del Castillo, Emiliano Fernández de Pinedo, Alberto Gil Novales, Gabriel Tortella, Casimiro Martí, Jover, José Luis García Delgado, David Ruíz, María del Carmen García Nieto, José Carlos Mainer, José Antonio Biescas, &c., &c.

Además, Tuñón de Lara fue nombrado miembro del consejo asesor de los programas de TVE “Memoria de España: medio siglo de crisis (1898-1936)” y “España en guerra (1936-1939)”.

Con anterioridad, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, bajo la dirección del socialista Raúl Morodo, organizó en Santander una “Semana de Historia Homenaje a Tuñón de Lara”, clausurado por Pierre Vilar; y se publicó un libro homenaje titulado Estudios de Historia de España, en tres tomos. Entre sus colaboradores estaban historiadores de todas las tendencias políticas y escuelas, marxistas, conservadores, católicos progresistas. Era como la representación del proceso de cambio sociopolítico en la historiografía española, una especie de aparente reconciliación nacional: Santiago Castillo, Carlos Forcadell, María del Carmen García Nieto, Juan Sisinio Pérez Garzón, José Luis Abellán, José Alcalá Zamora, Michel Alpert, José Álvarez Junco, José Andrés Gallego, Gonzalo Anes, Manuel Aragón, Julio Aróstegui, Albert Balcells, Jean Becarud, Francisco Bustelo, José Andrés Gallego, Antonio María Calero, José Manuel Cuenca Toribio, Elías Díaz, Antonio Domínguez Ortiz, Antonio Elorza, Juan Pablo Fusi, José Luis García Delgado, Alberto Gil Novales, José María Jover, Santos Juliá, Manuel Pérez Ledesma, Manuel Ramírez, Jordi Solé Tura, Gabriel Tortella, Julio Valdeón, José Manuel Cuenca Toribio, Edward Malefakis, Juan Velarde, &c., &c. El homenaje fue organizado por los historiadores Santiago Castillo, Carlos Forcadell, María del Carmen García Nieto y Juan Sisinio Pérez Garzón. Se trataba de lograr el “reconocimiento del trabajo intelectual de Manuel Tuñón”. “Es la mejor manera de tributo profesional por parte de los que hemos aprendido con Manuel Tuñón que la historia, si quiere ser científica, debe ser crítica (o la historia-problema, como gusta decir él) y situarse en la continua reelaboración”. Su maestro Pierre Vilar trazó la trayectoria vital del historiador madrileño: su evolución “desde pionero modesto de la historia española contemporánea, a jefe de filas de todos los que se van forjando como historiadores verdaderos, provistos de un mínimo de instrumentos comunes”. “Sabemos de sobra que para muchos de nosotros estos instrumentos son los del marxismo. Tuñón de Lara ha sugerido, implícitamente propuesto, pero jamás lo ha impuesto. Y siempre lo hizo de forma de forma modesta. ¡Un marxismo modesto! Lo que tampoco es tan corriente!”{157}.

Tras su regreso a España, Tuñón de Lara, jubilado de su cátedra de Pau, continuó su actividad docente, primero como profesor en la Universidad de las Islas Baleares y luego en la Universidad del País Vasco, donde fundó la revista Historia Contemporánea.

El balance de los diez años de coloquios historiográficos en la Universidad de Pau resultó triunfal. Eloy Fernández Clemente hizo referencia a Pau como “un camino curiosamente inverso al jacobeo, que muchos hemos realizado año tras año –menos los de la cárcel, retirada de pasaporte u otras dificultades insalubres-, cada vez con la necesidad de oxígeno, con la satisfacción del esfuerzo científico y la pasión por esta nueva, discutidora manera de trabajar”. “Tuñón fue levantando, casi solo, casi a pulso, esa otra manera de ver la historia contemporánea, concepto ciertamente cambiante, y de su periodización”{158}. Por su parte, Alberto Gil Novales hizo un balance de la historiografía española dedicada al siglo XIX. En primer lugar, denunció la pervivencia de las “estructuras de poder” en la Universidad; y luego se dedicó a exaltar a los amigos y a execrar a los enemigos, en particular a los discípulos de Federico Suárez como Ángel Martínez de Velasco, Pedro Pegenaute o Francisco Martí Gelabert. Especialmente duro se mostró con Vicente Palacio Atard, a quien acusó de haber defendido una “interpretación reaccionaria de la Guerra de la Independencia” y de ser “defensor de la Inquisición”. Y lo mismo hizo con Ramón Solís. Curiosamente, acusó a Josep Fontana de “ideologismo” y de no tener suficientemente en cuenta la “disociación entre burguesía y pueblo”. Miguel Artola le parecía un “moderado”{159}.

Juan Sisinio Pérez Garzón expuso un balance historiográfico de las deficiencias en la utilización del concepto de “revolución burguesa”, con su errónea identificación entre feudalismo y sociedad agraria, error en el que habían incurrido, a su juicio, entre otros, Pierre Vilar, Tuñón de Lara y Fontana. Destacó igualmente las aportaciones de otros historiadores marxistas como Enric Sebastiá, Alarcón Caracuel o Bartolomé Clavero{160}. A su vez, Tuñón de Lara realizó un balance sobre la historiografía dedicada al movimiento obrero, descalificando al historiador católico José Andrés Gallego y su libro El socialismo y la Dictadura, “una acumulación de documentos con un propósito unilateral muy evidente”. Es decir, la búsqueda de la génesis histórica de un laborismo español. Con respecto al libro de Andrés de Blas Guerrero, El socialismo radical en la II República, negaba Tuñón de Lara la existencia de un proyecto político largocaballerista. Se equivocaba. De Blas, sin duda, estaba en lo cierto. Consideraba Tuñón de Lara la obra de Santos Juliá La izquierda del PSOE, “un libro fundamental”. Su opinión sobre Política obrera en el País Vasco, de Juan Pablo Fusi era ambivalente. Lo consideraba un “libro fundamental”, pero criticaba su “neopositivismo”. Muy duro, en cambio, se mostró con Ignacio Olábarri por el contenido de su libro Relaciones laborales en Vizcaya, en cuyas páginas percibía un “tufillo de organización sindical del franquismo por encima de las clases”. Según él, al libro le faltaba “algo esencial, junto a los salarios de los obreros, ¿cuáles son los beneficios de los patronos? ¿Cuáles son los balances de las sociedades anónimas y las reservas de capital? Porque naturalmente lo importante es (como decía Vilar un día) saber cuál es el mecanismo según el cual los pobres siguen siendo pobres y los ricos se enriquecen; no las relaciones laborales, sino la relaciones de producción”{161}.

María de Carmen García Nieto analizó la bibliografía relativa a la guerra civil, acusando a Ricardo de la Cierva de “excesivo ideologismo”. No mejor parados salían los representantes de la escuela liberal anglosajona “neopositivista”, representada por Thomas, Payne, Carr o Jackson, para quienes, a su entender, “el fracaso de la Segunda República vehicula en gran parte el análisis de la guerra y les lleva a hacer una serie de afirmaciones que distorsionan la realidad”. El más criticado era Payne, porque adolecía de un “ideologismo mayor”. La alternativa era la interpretación marxista representada por Tuñón de Lara, que, en aquellos momentos, gozaba de “una influencia grande en sectores universitarios y en el conjunto de la sociedad española”. Y concluía: “La verdad de la historia de la guerra no es solo el relato de los hechos militares y de los gobiernos, sino la historia de las relaciones sociales. Hay que llegar a realizar la historia social de la guerra”{162}.

A nivel simbólico, no dejaba de ser significativa su colaboración en la revista Arbor, órgano del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con artículos sobre la II República{163}.

La editorial Siglo XXI publicó los denominados “tuñoncitos”, pequeños volúmenes de divulgación histórica, muy leídos por los universitarios, cuyos autores, aparte del propio Tuñón de Lara, eran discípulos y/o amigos del historiador madrileño: Ángel Bahamonde, Albert Balcells, Jean Becarud, Evelyne López Campillo, Eloy Fernández Clemente, Santos Juliá, José María Garmendia, Jacques Maurice, Juan Sisinio Pérez Garzón, Carlos Serrano, Jordi Solé Tura, Eliseo Aja, Ricard Viñas, &c. Contaba, además, con Estudios de Historia Social, revista dirigida por Antonio Elorza Domínguez. Y las colaboraciones periódicas en Historia 16. Además, los coloquios de Pau tuvieron su continuación en otros encuentros celebrados, por lo general, en Segovia y Cuenca, luego publicados igualmente por la editorial Siglo XXI.

Tuñón de Lara fue permanentemente agasajado por las instituciones del nuevo régimen: Medalla de Oro de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Doctor honoris causa por las universidades de Zaragoza, Palma de Mallorca y Burdeos III. Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, &c.

Pese a todo, no dudó en criticar el proceso de cambio político, porque, a su modo de ver, no había existido una ruptura real, socioeconómica, y garantizó no sólo la continuidad de la elites económicas configuradas a lo largo del régimen de Franco, “con resultado ventajoso a los intereses del bloque socialmente dominante”, sino que “las relaciones de producción (definidas por la propiedad privada de los medios de producción y la participación de una mayoría de personas que venden su fuerza de trabajo como una mercancía) no han cambiado, como tampoco habían llegado a cambiar en julio de 1936”. “¿Cabe hablar hoy de un bloque de poder que sea, al mismo tiempo, un bloque de clase dominante? No es misión del historiador responder a esta pregunta”{164}. Por eso, en más de una ocasión, hizo una llamada a los “centenares de jóvenes catedráticos, agregados de instituto y profesores de EGB” para que socializaran una nueva visión –por supuesto, la suya- de la historia de España{165}.

No es extraño que la II República siguiera siendo una de sus obsesiones. En 1976, dedicó al tema un nuevo libro en dos tomos, que no pasaba de la divulgación y de la repetición de sus viejas tesis que ya conocemos. Tuñón de Lara siguió sosteniendo que el advenimiento de la II República planteaba una “verdadera revolución democrática nunca llevada a cabo en el país, y ello en un momento en que la mayoría de la población activa ya había dejado de ser agraria, en que la función histórica de los asalariados de la producción cobraba nueva importancia”. Significativamente, y de modo presentista, insistía en que los aparatos del Estado se encontraban todavía en manos de las antiguas elites del bloque de poder{166}. Posteriormente, señalaría de nuevo que uno de los talones de Aquiles del régimen republicano fue el de no haber depurado los aparatos del Estado{167}.

7. Ocaso

Sin embargo, pronto pudieron verse los límites metodológicos e interpretativos de este sector de la historiografía española. El propio Tuñón de Lara mostró en más de una ocasión no sólo su talante dogmático, sino el mecanicismo de su metodología histórica. Sin darse cuenta, el historiador madrileño iba sembrando su sentencia de muerte intelectual. En las universidades, este tipo de prédicas paralizaron el espíritu crítico en una generación de historiadores, a la que, en el fondo, había incapacitado para pensar, mediante fórmulas y conceptos estereotipados, afirmaciones sin fundamento, e incluso juegos de palabra. Además, el “tuñonismo” se había convertido en una red de influencias y en un grupo de presión, no sólo historiográfico, sino sobre todo político. Muchos, en el campo historiográfico, sabían, o sospechaban, que “el rey estaba desnudo”; pero muy pocos se atrevieron a decirlo en voz alta, en público.

La primera ofensiva crítica realmente importante contra Tuñón de Lara y sus acólitos vino de la mano de los discípulos españoles de Raymond Carr. Aunque simpatizaba mucho más con el hispanismo galo que con el británico, Tuñón de Lara alabó la obra de Carr, España 1808-1939, sobre todo por la importancia que otorgaba a los factores sociales tales como la reforma agraria o el problema bancario{168}. Sin embargo, Carr era todo lo contario de un marxista: un liberal-conservador; y lo mismo ocurría con sus discípulos españoles. “Yo era entonces –diría José Varela Ortega- un joven aprendiz de historiador que devoraba libros de Tuñón creyendo que el pasado se puede deformar como herramienta de futuro{169}.

De hecho, los discípulos de Carr ya se habían encargado de revisar el concepto de caciquismo dominante en los círculos historiográficos españoles antes de la muerte de Franco. Para Joaquín Romero Maura, el caciquismo era un sistema clientelar basado en el favor personal del cacique, que controlaba la administración. Y era fruto de una sociedad aún tradicional y en vías de modernización{170}. En su famoso libro Los amigos políticos, Varela Ortega presentaba el régimen de la Restauración como un sistema político que, si bien nacido de un golpe de Estado militar, pudo sobrevivir gracias al pacto y a la alternancia entre las élites políticas. El denominado caciquismo no era otra cosa que un sistema de intereses articulados por una dinámica de pactos y acuerdos. El principal objetivo de sus dirigentes era la solución de la falta de alternancia política a lo largo del reinado de Isabel II y la inestabilidad dominante en el Sexenio, eliminando, además, el recurso al golpismo militar. Para ello, llegaron a un pacto de alternancia; y progresivamente introdujeron las libertades políticas clásicas, consolidando el aparato estatal y las instituciones. Varela Ortega cuestionaba el control del Estado por parte de los poderes económicos, es decir, la tesis del “bloque de poder”. A su juicio, existieron coincidencias entre los intereses agrarios e industriales en lo relativo al proteccionismo; pero nunca controlaron ni individual ni colectivamente al Estado, ni podían ser considerados como fuente de poder político. Y es que la política económica de los gobiernos de la Restauración ignoró las demandas formuladas por las elites económicas por lo menos durante veinte años. En ese sentido, los trigueros proteccionistas denunciaron que el librecambio era consecuencia del caciquismo. Y es que las relaciones de patronazgo impedían esa compenetración entre los intereses políticos y económicos{171}. Tuñón de Lara y sus discípulos apenas tuvieron algo que decir frente a dichas tesis.

Otro discípulo español de Carr, el vasco Juan Pablo Fusi sometió a crítica algunos supuestos de Tuñón de Lara en su tesis doctoral Política obrera en el País Vasco, 1880-1923. Fusi presentaba su proyecto como “meramente empírico, por considerarlo más conveniente para un trabajo que es más de historia política tradicional –no hay apuro en afirmarlo- que de historia social”. Este método tenía como objeto de crítica “versiones falseadas del pasado”. Y de la misma manera reaccionaba contra lo que consideraba “una interpretación desenfocada del obrerismo español”, “dominada por un cierto sentimentalismo obrerista más propio de Dickens que de Marx y que concebía la historia española más reciente como una incesante lucha de clases; interpretación desenfocada, por abundar en ella lo que, siempre en mi opinión, no son sino abstracciones lógicas, generalmente falaces ( la clase obrera, la burguesía, cuando en realidad se alude a sectores de una y otra), esquemáticamente ideológicas y apriorismos no contrastados empíricamente”. Fusi aludía implícitamente a la Historia del movimiento obrero de Tuñón de Lara; y continuaba: “La lectura de este tipo de trabajos produce la impresión de que sus autores son más abogados de una causa que los investigadores de un problema. Debería tenerse en cuenta que el progreso es (o a muchos parece que es) una virtud, pero que la historia es otra cosa y si lo que se quiere es escribir una historia verdaderamente crítica –y no sustituir unos tópicos por otros- no parece haber otro camino que la interpretación de los datos hecha con el mayor rigor científico, con el máximo distanciamiento posible y con una absoluta independencia de criterio”. Fusi consideraba que los conflictos abiertos de clase en la sociedad española eran, al menos hasta 1914, marginales, ya que se trataba de “una sociedad profundamente desmovilizada política y socialmente”, porque el escaso desarrollo industrial “disminuía sensiblemente la posible influencia política de sus organizaciones”{172}. La requisitoria era muy dura; pero, como ya hemos señalado, Tuñón de Lara reaccionó de forma más o menos positiva, e incluso escribió una carta elogiosa al historiador vasco{173}.

No menos crítico se mostraría el historiador democristiano Javier Tusell Gómez, quien, a la altura de 1981, hizo un balance negativo de la trayectoria historiográfica de Tuñón de Lara. A su entender, la obra del historiador madrileño era representativa de “una etapa de la historia de España”, la del posfranquismo. Lo más positivo había sido su papel en las reuniones de Pau. Sin embargo, destacaba Tusell que se obra escrita se caracterizaba por su afán divulgativo, careciendo de “una labor monográfica previa”. En ese sentido, estimaba que su libro más valioso había sido Medio siglo de cultura española, “no tanto por su valor en sí como por la carencia de monografías en las que la evolución del mundo intelectual español se explique de forma suficientemente relacionada con otras coordenadas históricas”. Muy duro se mostraba Tusell con España bajo la dictadura franquista, cuyo contenido calificaba de simplificador. El historiador catalán no creía que el régimen de Franco hubiese sido totalitario, porque, en realidad, su principal característica había sido la capacidad de adaptación a circunstancias y contextos diversos. No menos discutible le parecía la centralidad que Tuñón de Lara otorgaba al PCE en la oposición al franquismo; y le acusaba de eludir los “puntos turbios” de la trayectoria política de dicho partido{174}.

Historiadores de izquierda como José Álvarez Junco y Manuel Pérez Ledesma siguieron posteriormente la senda de Juan Pablo Fusi, sometiendo, en su artículo “Historia del movimiento obrero, ¿una segunda etapa?”, a una crítica amable, pero implacable los supuestos metodológicos en que se había fundado la interpretación del movimiento obrero por parte de Tuñón de Lara, abogando por una historia que no estuviera al servicio de causas de carácter político{175}. En ese sentido, el sociólogo Ludolfo Paramio haría referencia posteriormente a la “escuela revisionista madrileña”{176}. Según Rafael Cruz, el texto de Álvarez Junco y Pérez Ledesma “levantó una nube de críticas, muy pocas publicadas, y los autores fueron acusados de traición a los principios más sagrados de algunos de sus colegas”. “Tuñón de Lara los criticó también, pero de manera profesional, y los dos historiadores se cobijaron bajo su protección, de tal manera que pudieran continuar con su participación en los coloquios y congresos”{177}. Y es que las conclusiones del ya célebre artículo fueron interpretadas como que la labor historiográfica de Tuñón de Lara había “producido una suerte de indigencia teórica”{178}.

Frente al objetivismo de Tuñón de Lara, Pérez Ledesma eligió, y no por casualidad, la concepción de la clase obrera defendida por el marxista británico Edward Palmer Thompson a la hora de estudiar la trayectoria histórica del movimiento obrero español como “creación cultural”{179}. La opción thompsoniana no era dudosa. Como señala el filósofo conservador Roger Scruton, Thompson fue “consciente de los problemas planteados por la teoría marxista de las clases y supo que las interpretaciones apresuradas o imprecisas de la misma habían generado confusión sobre la diferencia del en sí y el para sí”; “la clase trabajadora inglesa nace gracias a una diversidad de factores, y no sólo por las condiciones económicas de la industria manufacturera: también influyó en su surgimiento la existencia de formas religiosas inconformistas, que brindaron a la gente el lenguaje para expresar nuevas preferencias, el movimiento en favor de reformas parlamentarias y electorales, las asociaciones creadas en los centros industriales y otros mil factores concretos que ayudaron a forjar una identidad común y a encontrar soluciones que articularan las necesidades y las demandas de la fuerza de trabajo industrial”. “Con ello, Thompson presenta una imagen de la clase obrera con la que no es necesario estar en desacuerdo: un conjunto de personas que se caracterizaban en parte por ganarse la vida mediante el trabajo asalariado, pero también por estar implicados en costumbres sociales, instituciones políticas, creencias religiosas y valores morales, que los vinculaban a una tradición nacional compartida con el resto de los ciudadanos”{180}

Por su parte, José Álvarez Junco rechazó un concepto tan querido por los marxistas como el de “revolución burguesa”, considerándolo escasamente fértil, puramente nominalista. En su opinión, no podía hablarse de “revolución burguesa” en ninguna sociedad contemporánea, sino de un largo proceso de transición, de modernización, desde el Antiguo Régimen a la sociedad liberal-capitalista{181}.

En sus estudios sobre el empresariado español, Mercedes Cabrera y su discípulo Fernando del Rey Reguillo criticaron igualmente las tesis dependientes del concepto de “bloque de poder”, llegando a la conclusión que no había existido una subordinación de la élite política a los dictados de la clase empresarial, sino una interacción recíproca{182}.

Ante aquella avalancha crítica, no hubo, en realidad, respuesta, ni del Tuñón de Lara ni de sus discípulos. El denominado “tuñonismo” terminó diluyéndose; y su pretensión de convertirse en una especie de escuela historiográfica quedó en mera agua de borrajas. Y es que la construcción historiográfica de Tuñón de Lara había entrado en lo que el filósofo Alasdair McIntyre conceptualiza como “crisis epistemológica”, limitándose a repetir las viejas fórmulas sin capacidad de innovación y de repuesta creativa ante los nuevos desafíos{183}. No supo, o no pudo, superar la crisis mediante la elaboración de nuevos conceptos y nuevas síntesis. Paulatinamente, fue convirtiéndose en una tradición “residual” en el seno de la historiografía española. Buena prueba de ello fueron sus últimos libros, en los que se limitó a reiterar lo que había escrito y sostenido veinte o treinta años atrás{184}.

Sin embargo, el problema a que se enfrentaban Tuñón de Lara y sus acólitos no era sólo metodológico o historiográfico; era igualmente político. ¿Podían los planteamientos marxistas de Tuñón de Lara servir de fundamento a un proyecto político respetuoso con las instituciones del nuevo sistema político constitucional-pluralista? En mi opinión, no. Y es que conceptos tales como “lucha de clases”, “estructura/superestructura”, “bloque de poder”, “hegemonía”, “vanguardia”, &c., llevaban, por su propia lógica argumentativa y práctica, a planteamientos de carácter revolucionario/totalitario. Si, por poner un ejemplo palmario, los partidos de la derecha eran meros sirvientes del omnipotente “bloque de poder”, al destruir su hegemonía tales partidos debían de ser erradicados del juego político, tenían, por fuerza, que desaparecer. No conozco en toda la obra de Tuñón de Lara la menor crítica a la situación política de la URSS, incluso, como hemos visto, llegó a burlarse del “humanismo abstracto” de Fernando de los Ríos y Julián Besteiro. Cuando hizo referencia a la democracia nunca mencionó a Montesquieu o a Tocqueville, sino al siempre ambiguo Jean Jacques Rousseau{185}. Y es que la hegemonía del “hombre sencillo” venía avalada por la impronta ideológico-política de las “vanguardias”, es decir, leninismo puro, Como señala el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el concepto de “clase social”, tal como lo utilizan los marxistas, hace referencia a “una realidad estratégica, dado que sólo su contenido se materializa a través de un colectivo en lucha”. “Quien positiva y, eo ipso, performativamente lo utiliza, encuentra finalmente una afirmación de a quién y bajo qué pretexto está justificado eliminar”{186}. Íntimamente unido a ello, se encuentra el recurso al “antifascismo”. Adolf Hitler o, como en el caso español, Francisco Franco, se convirtieron en “salvadores de la conciencia” para la izquierda comunista e incluso para la izquierda en general. “Se inventó –continúa Sloterdijk- una elevada matemática moral según la cual tiene que pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más criminal que él mismo. Gracias a semejante cálculo, Hitler avanzó hasta constituirse para muchos en salvador de la conciencia (…) se intentaron borrar la huellas que delataban qué cerca se había estado de un sistema genocida de clases”{187}.

Por todo ello, no resulta extraño que la influencia de Tuñón de Lara y la de sus acólitos finalizara en la longeva etapa socialista. Sin duda, dirigentes del PSOE como Alfonso Guerra podían simpatizar con él. Pero en la Fundación Pablo Iglesias se daba audiencia a historiadores como Álvarez Junco, Santos Juliá, Juan Pablo Fusi, José Varela Ortega, Mercedes Cabrera o Slhomo Ben Ami, que o habían abandonado sus presupuestos historiográficos o nunca participaron de ellos, o los rechazaron críticamente. El concepto de modernización y no el de lucha de clases sirvió de fundamento a los jóvenes historiadores de izquierda o liberales de la escuela de Carr, que, desde los años ochenta, marcaron el paradigma a seguir por parte del campo historiográfico español. Era ya no sólo su ocaso metodológico, sino político.

Manuel Tuñón de Lara murió el 25 de enero de 1997, en la localidad vizcaína de Lejona. Tenía 81 años. “Se murió de vejez”, señaló su discípulo José Luis de la Granja. Santos Juliá destacó su condición de “animador, casi agitador de historiadores”. Antonio Elorza insistió en la importancia de su papel a lo largo de los años setenta y ochenta. Borja de Riquer señaló la influencia de los coloquios de Pau en los jóvenes historiadores. Javier Corcuera exaltó su talla de “extraordinario historiador”{188}. No deja de ser significativo que El País publicara, como necrológicas, las opiniones de dos grandes adversarios de Tuñón de Lara, Javier Tusell y Juan Pablo Fusi. El catalán se mostró, a la hora de la muerte, más clemente que en otras ocasiones. El historiador madrileño había sido, a su entender, un divulgador de “enorme impacto social” en los años de la Transición{189}. Para el vasco, lo más valioso de su producción no había sido la historia del movimiento obrero, sino su labor en los coloquios de Pau y sus estudios sobre las ideas y las mentalidades durante la guerra civil española{190}. Tres años después el joven historiador Enrique Moradiellos, discípulo de Paul Preston, dio una interpretación más positiva del legado tuñonesco. Con notoria exageración, lo consideró “una de las grandes figuras intelectuales del universo cultural de la España contemporánea”. Nada menos. En ese sentido, destacaba su “estilo ágil y eficaz”, “con una destacada voluntad de ecuanimidad interpretativa (¡sic!)”; su apuesta por “el estudio interdisciplinar”; y su “estímulo a favor de la conceptualización teórica del trabajo histórico”{191}.

Sin embargo, no pocos de sus antiguos discípulos y amigos reconocieron, en privado, pero ya igualmente en público, la obsolescencia de no pocos de sus planteamientos metodológicos e historiográficos. Uno de sus defensores, el catedrático Julio Aróstegui, estimaba, a los dos años de su desaparición, que lo que quedaba de su obra era “el espíritu”{192}. Frase un tanto enigmática, pero que, a mi modo de ver, significaba su concepción de la historiografía como arma política. Pronto tendría oportunidad de verse con las polémicas sobre la “memoria histórica”. A los diez años de su muerte, un grupo de incondicionales le dedicaron un número monográfico en la revista Cuadernos de Historia Contemporánea, de la Universidad Complutense de Madrid, doliéndose del “silencio” en el que se había visto sumido su persona y obra{193}. En 2017, bajo la dirección de José Luis de la Granja, se publicó La España del siglo XX a debate, obra colectiva en la que participaron, entre otros, Álvarez Junco, Juliá, González Calleja, Viñas, Reig Tapia, &c., pero la mayoría de ellos se limitó a recordar tiempos pasados y estudiar el presente. La figura del historiador madrileño era un mero pretexto; nadie reivindicó sus planteamientos ni su metodología. En realidad, Tuñón de Lara tan sólo dejó dos discípulos, muy disímiles en su obra y significación, por cierto. Y es que mientras José Luis de la Granja es un competente y lúcido historiador del nacionalismo vasco, Alberto Reig Tapia se convirtió con el tiempo en un mero polemista, de cuya salud mental resulta lícito dudar{194}. Hoy una escuela de cuadros de las Juventud Comunista lleva el nombre de “Manuel Tuñón de Lara”. Y su legado historiográfico es reivindicado por algún líder de extrema izquierda como Pablo Iglesias Turrión{195}.

El “tuñonismo” es hoy un fósil metodológico, conceptual e historiográfico. Y es que, pese a la exaltación ditirámbica y acrítica de no pocos entusiastas, su impronta fue, en mi opinión, regresiva, un obstáculo a la hora de perfilar, como propugnaba Joseph Schumpeter, una “historia razonada”{196}; en este caso, de España. Un proceso que se había iniciado, con algunas insuficiencias, con Jaime Vicens Vives; y que la irrupción de Tuñón de Lara y luego de sus acólitos supuso un serio obstáculo para su desarrollo y consolidación. Y es que en la obra de Tuñón de Lara, como hemos tenido oportunidad de ver, se impone el pathos sobre el logos; el resentimiento sobre la empatía; y la simplificación sobre la complejidad. Hijo de su siglo, quizá no pudo dar más de sí. Pero, en cualquier caso, su legado no puede ser una propuesta de futuro.

Notas

{1} En este artículo, distinguimos entre marxismo, como proyecto político, y el denominado materialismo histórico, como método de análisis de la realidad. Y es que, como demuestra la obra de Lorenz von Stein, Pareto, Aron o Schumpeter, el materialismo histórico puede ser compatible con diversos proyectos políticos y formas de pensamiento. Ya Joseph Schumpeter señalaba que no es más que “el intento de explicar el proceso histórico por los medios de que dispone la ciencia empírica”. “Debe quedar claro que esto es lógicamente compatible con cualquier creencia metafísica o religiosa, exactamente igual que lo es cualquier imagen física del mundo”. Lo fundamental, según el economista austriaco, era consolidar una “historia razonada” de los procesos sociales y políticos (Joseph A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia. Tomo I. Barcelona, 2015, pp. 59 y 108).

{2} Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista. De la Komitern al komifor. Tomo I. País, 1970, p. 169.

{3} Diego Fusaro, Antonio Gramsci. La pasión de estar en el mundo. Madrid, 2015, pp. 87-97, 97-115.

{4} Manuel Sacristán Luzón, Sobre Marx y el marxismo. Panfletos y materiales. Barcelona, 1983.

{5} Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos sobre España. Extractos de 1854. Madrid, 1998.

{6} Véase Francisco de Luis Martín, “La idea de España en la historiografía obrera a fines del siglo XIX”, en Castilla en España. Historia y representaciones. Salamanca, 2009. Del mismo autor, “España en el discurso historiográfico socialista del primer tercio del siglo XX., en España. Res Pública. Nacionalización española e identidades en conflicto (siglos XIX y XX). Granada, 2013.

{7} Ángel Viñas, Prólogo a Controversias sobre la guerra civil. Tres ensayos sobre la guerra civil, de Antonio Ramos Oliveira. Sevilla, 2015, pp. 7-17. La valoración acrítica de la obra de Ramos Oliveira por parte de Ángel Viñas pone en evidencia no sólo su sectarismo político, sino la mediocridad de los fundamentos metodológicos de su obra.

{8} Walter L. Bernecker, Estudio preliminar a Un drama histórico incomparable. España 1808-1939, de Antonio Ramos Oliveira. Pamplona, 2017, pp. LIII, CXLI, CLIIII.

{9} Véase Robert Marrast, Prólogo a Historia del movimiento obrero español, de Manuel Núñez de Arenas y Manuel Tuñón de Lara. Barcelona, 1970, pp. 7-9. Y María José Salanas Bagües, Estudio preliminar a Ramón de la Sagra, reformador social, de Manuel Núñez de Arenas. Pamplona, 2019.

{10} Véase José Antonio Piqueras Arenas, “El marxismo y los debates en España sobre la crisis del Antiguo Régimen, el liberalismo y el desarrollo del capitalismo”, en Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Del franquismo a la actualidad. Madrid, 2018, pp. 105-108.

{11} Julio Aróstegui, “La obra de Tuñón de Lara en la historiografía española”, en Tuñón de Lara y la historiografía española. Madrid, 1997, pp. 14-15.

{12} Manuel Pérez Ledesma, “La memoria y el olvido: Manuel Tuñón de Lara y la historiografía española”, en op. cit., p. 34.

{13} Santos Juliá Díaz, “Historiografía de la II República”, en op. cit., p. 145.

{14} Hayden White, Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México, 1992, pp. 15 ss.

{15} Véase José Luis de la Granja y Alberto Reig Tapia, Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y su obra. Universidad del País Vasco, 1993. Más datos en Francisco Caudet, “Max Aub/Manuel Tuñón de Lara. Introducción”, en Max Aub/Manuel Tuñón de Lara. Epistolario, 1958-1973. Valencia, 2003, pp. 7-31. José Luis de la Granja (coord.), Manuel Tuñón de Lara, maestro de historiadores. Bilbao/Madrid, 1994. José Luis de la Granja (ed.), La España del siglo XX a debate. Homenaje a Manuel Tuñón de Lara. Madrid, 2017. Paul Aubert, Estudio preliminar a Medio siglo de cultura española (1885-1936), de Manuel Tuñón de Lara. Pamplona, 2018, pp. XI-CVIII.

{16} Manuel Tuñón de Lara, “Madrid y la II República”, en Estudios de Historia contemporánea. Barcelona, 1977, p. 218.

{17} Adolfo Sánchez Vázquez, “Vida y Filosofía”, en A tiempo y a destiempo. México, 2003, pp. 21-22. Sobre este tema véase Sandra Souto Kustrín, Paso a la juventud. Movilización democrática, estalinismo y revolución en la República española. Valencia, 2013.

{18} Fernando Claudín, Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general. Barcelona, 1983, pp. 11 y 19.

{19} Granja y Reig Tapia, op. cit., pp. 30-32.

{20} Ibidem, p. 35.

{21} Ibidem, pp. 42-43.

{22} Manuel Tuñón de Lara, Claves de Historia Social. Barcelona, 1982, pp. 52-53.

{23} Véase Geoff Eley, Una línea torcida. De la historia cultural a la historia cultural a la historia de la sociedad. Valencia, 2005, pp. 162-176.

{24} “Vigilancia intelectual”, El País, 6-VI-1984.

{25} Manuel Tuñón de Lara, “Francia y el Frente Popular”, en Historia 16. Historia Universal nº 13, pp. 55-56.

{26} Manuel Tuñón de Lara, Tres claves de la II República. Madrid, 1985, pp. 266, 307-309.

{27} Manuel Tuñón de Lara, La II República. Tomo II. Madrid, 1976, p. 95.

{28} Esteve Riambau, Ricardo Muñoz Suay. Una vida en sombra. Barcelona, 2007, pp. 104-105 ss, 120. 134, 203.

{29} Ibidem, pp. 55, 78, 79, 80.

{30} Véase Manuel Tuñón de Lara, España bajo la dictadura franquista (1939-1975). Barcelona, 1982, p. 437.

{31} De la Granja y Reig Tapia, op. cit., pp. 48-57.

{32} Felipe Nieto, La aventura comunista de Jorge Semprún. Exilio, clandestinidad y ruptura. Barcelona, 2014, pp. 86-87.

{33} Esteve Riamabau, Ricardo Muñoz Suay.., pp. 122-123.

{34} De la Granja y Reig Tapia, op. cit., p. 60.

{35} “La voz de la resistencia española se dirige a los intelectuales destacados”, Ultramar nº 1, junio de 1947, p. 12. Citado en Francisco Caudet, Marx Aub/Tuñón de Lara. Epistolario 1958-1973. Valencia, 2003, p. 8.

{36} Manuel Tuñón de Lara, Introducción a Historia del movimiento obrero español, de Manuel Núñez de Arenas.Barcelona, 1970, pp, 13, 15, 16, 18.

{37} Pierre Vilar, “Manuel Tuñón de Lara: una vocación, una obra, un creador de encuentros”, en Estudios de Historia de España. Homenaje a Manuel Tuñón de Lara. Madrid, 1981, pp. VII-VIII.

{38} Pierre Vilar, Sobre 1936 y otros escritos. Madrid, 1987, pp. 12, 24, 37, 57 ss.

{39} Rosa Congost, El joven Pierre Vilar, 1924-1939. Las lecciones de la historia. Valencia, 2018. Véase igualmente Pierre Vilar, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos. Barcelona, 2015. Por cierto, en esta obra de perfil autobiográfico, el nombre de Tuñón de Lara brilla por su ausencia. Y es que, para mí, Vilar, que se pretendía un científico de la historia, nunca tomó demasiado en serio a su discípulo español.

{40} Pierre Vilar, “Marxismo e historia en el desarrollo de las ciencias humanas”, en Crecimiento y desarrollo. Barcelona, 1964, pp. 368. 375 ss.

{41} Pierre Vilar, Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser. Barcelona, 1975, pp. 34-35. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, 1982, pp. 67 ss. “Marx y la Historia”, en Historia del marxismo. El marxismo en tiempos de Marx (1). Barcelona, 1979, pp. 113-162.

Véase también Louis Althusser, “Projet de réponse a Pierre Vilar” (1973), en Écrits sur l´Histoire. (1963-1986). París, 2018, pp. 99-102.

{42} De la Granja y Reig Tapia, op. cit., pp. 64-65.

{43} José Antonio Piqueras, “El marxismo y los debates en España sobre la crisis del Antiguo Régimen, el liberalismo y el desarrollo del capitalismo”, en José Gómez Alén (ed.), Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Madrid, 2018, p. 108.

{44} Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez. Barcelona, 1977, pp. 125-126.

{45} Citado en Eloy Fernández Clemente, “Manuel Tuñón de Lara, maestro y amigo”, en La España del siglo XX a debate. Homenaje a Manuel Tuñón de Lara. Madrid, 2017, pp. 341-342.

{46} Jorge Semprún, Autobiographie de Federico Sánchez. París, 2013, pp. 160-161.

{47} Max Aub/Manuel Tuñón de Lara, Epistolario, 1958-1973. Valencia, 2013, p. 333.

{48} Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico. Barcelona, 2000, p. 198. Max Aub y Manuel Tuñón de Lara, Epistolario 1958-1973. Valencia, 2005, pp. 129 ss.

{49} Ibidem, p. 238-239.

{50} Ibidem, pp. 284-285.

{51} José Luis de la Granja, “Disidencias en el exilio…”, en op. cit., p. 296.

{52} Forment, op.cit., p. 320.

{53} Ibidem, p. 480.

{54} Elías Díaz, “Tuñón de Lara y <Telmo Lorenzo>: de la oposición a la transición”, en José Luis de la Granja y Alberto Reig Tapia, Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia, Su vida y su obra. Bilbao, 1992, pp. 305-317.

{55} Véase sobre el tema Diego Fusaro, Filosofía y esperanza. Ernst Bloch y Karl Löwith, intérpretes de Marx. Barcelona, 2018, pp. 63 ss.

{56} Véase Louis Althusser, Écrits sur l´Histoire (1963-1986). París, 2018.

{57} Edward Palmer Thompson, Miseria de la teoría. Barcelona, 1981, pp. 15 ss.

{58} Dominique Aubier, Don Quichotte, prophéte d´Islarël. París, 1966.

{59} Émile Verhaeren-Darío de Regoyos, España negra (1899). Prólogo de Pío Baroja. Palma de Mallorca, 2017.

{60} Dominique Aubier et Manuel Tuñón de Lara, Espagne. París, 1956, pp, 6, 20, 54, 74 ss, 75, 76, 77.

{61} Ángel Viñas, “El profesor Tuñón de Lara: una semblanza personal”, en De la Granja y Reig Tapia, op. cit., p. 317.

{62} Manuel Tuñón de Lara, Antonio Machado. París, 1960, p. 15-17, 19 y 52, 27, 31, 32, 55, 57-59. 60, 75, 77, 101, 106-107, 108, 128 ss.

{63} Manuel Tuñón de Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo. Barcelona, 1967, pp. 14, 142-143, 283, 347.

{64} Gabriel Celaya, “Poesía y verdad. Papeles para un poema”, “Carta a José García Nieto” (1956), en Ensayos literarios. Madrid, 2009, p. 757.

{65} Gabriel Celaya, “A un poeta neutral”, “La poesía es un arma cargada de futuro”, en El hilo rojo (1975).Madrid, 2002, pp, 93, 48 ss.

{66} Blas de Otero, “Historia”, en Poesía completa (1935-1977). Barcelona, 581-582.

{67} Jaime Gil de Biedma, “De regreso a Ítaca”, en Obras. Poesía y prosa.. Barcelona, 2010, p. 94.

{68} Manuel Tuñón de Lara, “En torno a la metodología de la historia de los siglos XIX y XX”, en Estudios sobre el siglo XIX español. Madrid, 1971, p. 23.

{69} Manuel Tuñón de Lara, Metodología de la historia social de España (1973). Madrid, 2009, p. 4.

{70} Manuel Tuñón de Lara, Introducción a Historia de España. Tomo I. Primeras culturas e Hispania romana. Barcelona, 1983, pp. 28-29.

{71} Manuel Tuñón de Lara, Por qué la Historia. Barcelona, 1980, pp. 22-23.

{72} Ibidem, pp. 43-45.

{73} Manuel Tuñón de Lara, Metodología de la historia social de España (1973). Madrid, 2009, p. 102. Historia y realidad del poder. El poder y las <elites> en el primer tercio de la España del siglo XX. Madrid, 1976, p. 15.

{74} Manuel Tuñón de Lara, Historia y realidad del poder…, p. 201.

{75} Ibidem, p. 16.

{76} Manuel Tuñón de Lara, Metodología de la historia social de España (1973). Madrid, 2009, pp. 46 y 52.

{77} Ibidem, p. 49.

{78} Ibidem, p. 56.

{79} Ibidem, pp. 61 y 71. Introducción a Historia de España, p. 17.

{80} Manuel Tuñón de Lara, ¿Por qué la Historia? Barcelona, 1980, pp. 50-51.

{81} Manuel Tuñón de Lara, “La Historia”, en La cultura bajo el franquismo. Barcelona, 1977, pp. 26-27.

{82} Ibidem, pp. 27-28. Introducción a Historia de España, pp. 25 ss.

{83} Manuel Tuñón de Lara, Introducción a Historia de España, p. 19.

{84} Manuel Tuñón de Lara, “Las razones de la derecha en la España del siglo XX”, en Cultura, Sociedad y Política en el mundo actual. Guadalajara, 1981, p. 37.

{85} Manuel Tuñón de Lara, “La II República española”, en Historia 16. Historia Universal 1985, p. 110.

{86} “La derecha y la Historia”, El País, 27-IV-1979.

{87} Manuel Tuñón de Lara, La quiebra del 98. Madrid, 1974, pp. 199 y 208.

{88} Manuel Tuñón de Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo. Barcelona, 1967, p. 126.

{89} Ibidem, pp. 142-143.

{90} Tuñón de Lara, Introducción a Historia de España, p. 20.

{91} Manuel Tuñón de Lara, Metodología…, p. 72.

{92} Ibidem, 71.

{93} Ibidem, p. 70.

{94} Manuel Tuñón de Lara, El movimiento obrero en la historia de España. Madrid, 1972, pp. 7-8, 14-15.

{95} Manuel Tuñón de Lara, “La burguesía y la formación del bloque de poder oligárquico en la Restauración”, en Estudios sobre el siglo XIX español. Madrid, 1971, pp. 155 ss.

{96} Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XIX (1961). Tomo I. Madrid, 2000, pp. 19, 21, 32-33, 36, 79 ss.

{97} Ibidem, pp. 93, 103-104, 107, 113, 116-117.

{98} Ibidem, pp. 124, 126-127, 134, 137, 139, 139-140 ss.

{99} Ibidem, pp. 139-140, 141, 145.

{100} Ibidem, pp. 183, 188, 192, 208, 211.

{101} Ibidem, p. 237.

{102} Ibidem, p. 240.

{103} Ibidem, pp. 256, 266, 275, 279, 393, 301, 324. Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XIX. Tomo II. Madrid, 2000, pp, 23 , 32 ss.

{104} Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XIX. Tomo II. Madrid, 2000, pp. 39, 42-43, 45, 107, 119, 121, 122, 144 ss.

{105} Juan Velarde Fuertes, Sobre la decadencia económica de España. Madrid, 1969, pp. 545-549.

{106} Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XX (1966). Tomo I. Madrid, 2000, pp. 15, 17-18, 42, 48, 49, 52-54.

{107} Ibidem, pp. 72, 79, 84, 96, 107, 116, 124, 128 ss.

{108} Ibidem, pp. 157, 177, 182, 186, 197, 229, 233.

{109} Ibiem, pp. 229, 233, 235, 248, 249, 250, 251 ss.

{110} Tuñón de Lara, La España del siglo XX. Tomo II. Madrid, 2000, pp. 307, 327, 330, 338, 339, 341, 345ss.

{111} Ibidem, pp, 407, 414, 415.

{112} Ibidem, pp, 416, 448, 449, 491, 527 ss.

{113} Ibidem, pp. 529, 550-551.

{114} Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XX. Tomo III. Madrid, 2000, pp. 563, 678, 680, 725, 707, 772, 805-806, 835.

{115} Manuel Tuñón de Lara, “La burguesía y la formación del bloque de poder oligárquico en la Restauración”, en Estudios sobre el siglo XIX español. Madrid, 1971, pp. 155-238. “Sociedad señorial, revolución burguesa y sociedad capitalista”, en Crisis del Antiguo Régimen e industrialización en la España del siglo XIX. Madrid, 1977, pp. 11 ss. En realidad, tal esquema, salvo en la terminología marxista, distaba mucho de ser original. Ya Ramiro de Maeztu, en su etapa liberal-socialista, había descrito al régimen de la Restauración como tributario de los poderes de “Roma”, es decir, de la Iglesia católica; de la “plutocracia madrileña: grandes bancos, grandes monopolios y grandes tenedores de deuda; buena parte de la plutocracia provinciana: industrial y bancaria, en Barcelona; industrial, minera y tenedora de valores en el Cantábrico y en el Mediterráneo; buena parte de la aristocracia terrateniente del Sur y del Centro; otra buen parte ha de encontrarse en la burocracia cívico-militar…” (Ramiro de Maeztu, Liberalismo y socialismo. Madrid, 1984, p. 43). Podrían verse igualmente antecedentes de esa interpretación en la obra de Jaime Vicens Vives.

{116} Tuñón de Lara, “La formación…”, en op. cit., pp. 181 ss. Manuel Tuñón de Lara, La II República. Madrid, 1976.

{117} Manuel Tuñón de Lara, Historia y realidad del poder. El poder y las <elites> en el primer tercio de la España del siglo XX. Madrid, 1975.

{118} Manuel Tuñón de Lara, “Sociedad señorial, Revolución burguesa y sociedad capitalista”, en Crisis del Antiguo Régimen e industrialización en la España del siglo XIX. Madrid, 1977, pp. 14 y 19.

{119} Manuel Tuñón de Lara, “Arno J. Mayer, la persistencia del Antoguo Régimen”, en Alianza Editorial, Novedades nº 12, mayo 1985, pp. 11-14.

{120} Manuel Tuñón de Lara, España: la quiebra de 1898 (Costa y Unamuno en la crisis de fin de siglo). Madrid, 1974, pp. 13, 26, 28, 60, 62, 65-67, 71, 73, 82, 86-87, 149, 154.

{121} Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1886-1936). Madrid, 1971, pp. 22, 32, 43, 57, 67, 69 ss.

{122} Ibidem, pp. 69l 77, 88, 119, 122, 159 ss.

{123} Ibidem, pp. 159, 177, 208, 210, 214, 215.

{124} Ibidem, pp. 226, 228, 230.

{125} Ibidem, pp. 249, 250, 253, 254, 268, 271, 273, 277, 285.

{126} Véase Raymond Williams, Cultura y materialismo. Buenos Aires, 2012.

{127} Manuel Tuñón de Lara, El movimiento obrero en la historia de España. Madrid, 1972, pp. 11 ss.

{128} Max Aub/Manuel Tuñón de Lara, Epistolario, 1958-1973. Valencia, 2002, pp. 80, 215, 129, 274, 292, 309, 370, 398.

{129} Manuel Tuñón de Lara, “La Historia”, en La cultura bajo el franquismo. Barcelona, 1977, p. 24.

{130} Manuel Tuñón de Lara, Prólogo a Discursos, de Niceto Alcalá Zamora. Madrid, 1979, p. 18.

{131} Manuel Tuñón de Lara, España bajo la dictadura franquista. Barcelona, 1981, pp. 18 ss.

{132} Manuel Tuñón de Lara, “Algunas propuestas para el análisis del franquismo”, en Ideología y sociedad en la España contemporánea. Madrid, 1977, pp. 96-97, 98, 100-101.

{133} Manuel Tuñón de Lara, España bajo la dictadura franquista. Barcelona, 1981, p. 522.

{134} Manuel Tuñón de Lara, “El pensamiento español desde 1960”, en Estudios de historia contemporánea. Barcelona, 1977, p. 251.

{135} Ibidem, pp. 252-253.

{136} Ibidem, p. 253.

{137} Véase Pedro Carlos González Cuevas, La razón conservadora. Gonzalo Fernández de la Mora, una biografía político-intelectual. Madrid, 2015.

{138} Manuel Tuñón de Lara, “Acotaciones sobre la cultura española (1940-1970)”, en Estudios de historia contemporánea. Barcelona, 1974, p. 269. Véase, en el mismo sentido, España bajo la dictadura franquista. Barcelona, 1981, pp. 415-522.

{139} Ibidem, p. 275.

{140} Ignacio Peiró, “Historiografía española del siglo XX”, en Antonio Morales Moya (coord.), La cultura. Madrid, 2003, pp. 72-73.

{141} Véase Gérard Caussimont, “Diez años del Centre de Recherches Hispaniques de la Universidad de Pau”, en Manuel Tuñón de Lara (dir.), Historiografía española contemporánea. X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad de Pau. Balance y resumen. Madrid, 1980, pp. 25-43.

{142} Rafael Cruz, “Movimiento obrero”, en Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes (dirs.), Diccionario político y social del siglo XX español. Madrid, 208, p. 822.

{143} Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España. Madrid, 1967, p. 664.

{144} José Álvarez Junco y Gregorio De la Fuente Monge, “La producción del relato histórico”, en La historia de España. Visiones del pasado y construcción de identidad. Barcelona/Madrid, 2013 p. 418.

{145} Pierre Malerbe, “1970-1979, los coloquios de Pau. Diez años de historia y de amistad y también diez años de España, nuestra vida”, en Historiografía española contemporánea. X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad de Pau. Madrid, 1980, p. 5.

{146} Eloy Fernández Clemente, “Hacia un hispanismo total”, en Historiografía española contemporánea. X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad de Pau. Balance y resumen. Madrid, 1980, p. 17.

{147} Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. Tomo II. Madrid, 1968, pp. 949-950.

{148} Juan Sisinio Pérez Garzón, “Experiencias y debates compartidos”, en El historiador consciente. Homenaje a Manuel Pérez Ledesma. Madrid, 2015, p. 78.

{149} Jean Michel Desvois, “El profesor Manuel Tuñón de Lara”, en Manuel Tuñón de Lara, maestro de historiadores. Madrid, 1994, p. 109.

{150} Paul Aubert, Estudio preliminar a Medio siglo de cultura española (1885-1936), de Manuel Tuñón de Lara. Pamplona, 2018, `. XXIV.

{151} Ricardo de la Cierva, Historia básica de la España actual (1808-1973). Barcelona, 1974, p. 529.

{152} José María Jover, “El siglo XIX en la historiografía española contemporánea”, en El siglo XIX español: doce estudios. Barcelona, 1974, p. 54.

{153} Véase Lorenzo Díaz, Jesús Requena, Alberto F. Torres, Violante Demote, Gabriel Albiac, Fini Rubio, Javier Maqua, Bibliografía sobre marxismo y revolución. Madrid, 1978.

{154} Migue Artola, Antiguo Régimen y revolución liberal. Barcelona, 1978, pp. 7 ss.

{155} José María Jover, “La época de la Restauración, panorama político-social, 1875-1902”, en Manuel Tuñón de Lara, Historia de España. Tomo VIII. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1923). Barcelona, 1981, pp. 295-298.

{156} Carlos Seco Serrano, Perfil político y humano de un estadista de la Restauración: Eduardo Dato a través de su archivo. Madrid, 1978, pp. 13-14.

{157} Pierre Vilar, “Manuel Tuñón de Lara: una vocación, una obra, un creador de encuentros”, en Estudios sobre Historia de España (Homenaje a Tuñón de Lara). Tomo I. Madrid, 1981, pp. 1-5.

{158} Eloy Fernández Clemente, “Hacia un hispanismo total”, en Historiografía española contemporánea. X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad de Pau. Balance y resumen. Madrid, 1980, pp. 15-16.

{159} Alberto Gil Novales, “1970-1979, diez años de historiografía en torno al primer tercio del siglo XIX español”, en op. cit., pp. 47-89.

{160} Juan Sisinio Pérez Garzón, “La revolución burguesa en España, los inicios de un debate científico”, en op. cit., pp. 91-138.

{161} Manuel Tuñón de Lara, “Historia del movimiento obrero en España (un estado de la cuestión en los últimos diez años)”, en op. cit., pp. 231-249.

{162} María del Carmen García Nieto, “Historiografía política de la guerra civil de España”, en op. cit., pp. 315-335.

{163} “Un paralelo de dos conflictos sociopolíticos: 1917 y 1934”, Arbor nº 399, marzo de 1979, pp. 7-12. “Historiografía de la II República. Un estado de la cuestión” y “La cuestión agraria durante la República”, en Arbor nº 426-427, 1981, pp. 9-26, 125-137.

{164} Manuel Tuñón de Lara, “Un ensayo de visión global, medio siglo después”, en La guerra civil española. 50 años después. Barcelona, 1989, p. 432.

{165} “Enseñanza y Constitución”, El País, 31-V-1981.

{166} Manuel Tuñón de Lara, La II República. Tomo I. Madrid, 1976, pp. 84 ss.

{167} Manuel Tuñón de Lara, Tres claves de la II República; la cuestión agraria, los aparatos del Estado, el Frente Popular. Madrid, 1985, pp. 280 ss.

{168} María Jesús González Hernández, Raymond Carr. La curiosidad del zorro. Barcelons, 2013, pp. 334, 436-437.

{169} José Varela Ortega, “Del hombre”, en Vicente Cacho Viu, Los intelectuales y la política. Perfil público de Ortega y Gasset. Madrid, 2000, p. 31.

{170} Joaquín Romero Maura, “El caciquismo: tentativa de conceptualización”, en Revista de Occidente nº 127, octubre de 1972, pp. 15 ss. Del mismo autor, véase La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelonés, de 1899 a 1909. Barcelona, 1975.

{171} José Varela Ortega, Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900). Madrid, 1977. Véase igualmente “Los amigos políticos: funcionamiento del sistema caciquista”, en Revista de Occidente nº 127, octubre de 1972, pp. 44 ss.

{172} Juan Pablo Fusi, Política obrera en el País Vasco, 1880-1923. Madrid, 1975, pp. 8-9. Véase igualmente “Algunas publicaciones recientes sobre la historia del movimiento obrero español”, en Revista de Occidente nº 123, 1973, pp. 353-368.

{173} Véase María Jesús González Hernández, “Apuntes para una (auto) biografía intelectual”, en Juan Pablo Fusi. El historiador y su tiempo. Madrid, 2016, pp. 446 ss. Véase también Octavio Ruíz Manjón, “Una foto en el baúl de los recuerdos”, en op. cit., pp. 368 ss.

{174} Javier Tusell, “España bajo la dictadura franquista”, en Cuenta y Razón nº 2, Primavera de 1981.

{175} José Álvarez Junco y Manuel Pérez Ledesma, “Historia del movimiento obrero, ¿una segunda ruptura?”, en Revista de Occidente nº 12, 1982, pp. 10-41.

{176} Véase Ignacio Olábarri, “El “efecto” Fusi en los estudios de la política obrera en España: un asunto controvertido”, en María Jesús González Hernández y Javier Ugarte (ed.), Juan Pablo Fusi. El historiador y su tiempo. Madrid, 2016, p. 55. Véase Juan Antonio Pérez Pérez, “El eco de la obra de Thompson en la historiografía española del movimiento obrero sobre el siglo XX”, Julián Sanz, José Babiano y Francisco Erice (eds.), E.P. Thompson. Marxismo e Historia social. Madrid, 2016, pp. 213-239.

{177} Rafael Cruz, “Textos fundamentales de la Historia”, en El historiador consciente. Homenaje a Manuel Pérez Ledesma. Madrid, 2015, pp. 422-423.

{178} José Babiano Mora, “Movimientos sociales, movimientos obreros y clase trabajadora en la reflexión teórica de Manuel Pérez Ledesma”, en op. cit., pp. 377-378.

{179} Manuel Pérez Ledesma, “La formación de la clase obrera: una creación cultural” (1997), en La construcción social de la historia. Madrid, 2014, pp. 135-172.

{180} Roger Scruton, Pensadores de la Nueva Izquierda. Madrid, 2017, pp. 59-60.

{181} José Álvarez Junco, “A vueltas con la revolución burguesa”, en Zona Abierta nº 137, julio-diciembre de 1986.

{182} Fernando del Rey Reguillo, Propietarios y patronos. Madrid, 1992. Mercedes Cabrera y Fernando del Rey Reguillo, El poder de los empresarios. Madrid, 2004.

{183} Alasdair McIntyre, Justicia y racionalidad. Barcelona, 1994, pp. 394 ss.

{184} Véase Manuel Tuñón de Lara, Poder y sociedad en España, 1900-1931.Madrid, 1992.

{185} Manuel Tuñón de Lara, Prólogo a El contrato social, de Jean Jacques Rousseau. Madrid, 1981, pp. 11-28.

{186} Peter Sloterdijk, Ira y tiempo. Madrid, 2006, p. 199.

{187} Ibidem, p. 202.

{188} “Muere Tuñón de Lara, testigo e historiador de momentos cruciales de la España de este siglo”, El País, 29-I-1997.

{189} “Una época en la historiografía española”, El País, 29-I-1997.

{190} “La historia social”, El País, 29-I-1997.

{191} “Tuñón de Lara y la historia de España”, El País, 29-I-2000.

{192} Julio Aróstegui, “La obra de Tuñón de Lara en la historiografía española”, en Tuñón de Lara y la historiografía española. Madrid, 1999, p. 19.

{193} Julio Aróstegui, José Sánchez Jiménez y Sergio Gálvez Biesca, “Manuel Tuñón de Lara, diez años después. La huella de un legado”, en Cuadernos de Historia Contemporánea nº 30, 2008, p. 15.

{194} Véase Alberto Reig Tapia, La crítica de la crítica. Madrid, 2017. Pedro Carlos González Cuevas, “Entre la necedad y el parasitismo: el caso Reig Tapìa”, en El Catoblepas nº 180, verano 2017, pp. 11 ss.

{195} Véase Pablo Iglesias Turrión, Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis. Madrid, 2014.

{196} Joseph A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia. Tomo I. Barcelona, 2015, p. 108.

El Catoblepas
© 2019 nodulo.org