El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 189 · otoño 2019 · página 6
La Buhardilla

Narciso o vivir de la ilusión

Fernando Rodríguez Genovés

No es que la imagen valga más que mil palabras, es que la imagen ha sustituido a la palabra

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Jan Cossiers

El Prefacio del ensayo Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión (1993) de Clément Rosset comienza con estas palabras: «Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real.» El filósofo francés retoma así uno de los temas que han interesado, desde sus orígenes, al pensamiento teórico (ontología &c.) y al práctico (ética &c.). La percepción de lo existente, vía que conduce al conocimiento, genera en el hombre sorpresa, ese estado intelectivo y afectivo que los antiguos griegos denominaban «thauma», que significa tanto asombro cuanto temor; términos muy próximos entre sí en cuanto a su significado. Leemos en el Diccionario etimológico del español confeccionado por el estudioso Corominas que la voz “asombrarse” se empleaba, en los viejos tiempos, para aludir al acto de “espantarse las caballerías por la aparición de una sombra”.

Las sombras asombran, pero también fascinan, como sucede con la sensación de pasar miedo, que se lo digan si no a los adolescentes (todavía no avenidos, plenamente, conla realidad), aficionados, sin apenas excepción, a las historias de terror, sean narradas por un cuentacuentos o leídas en un libro, si bien prefieren, por encima de todo, verlo en la pantalla, grande o pequeñas, pero en imágenes.

Lo no conocido ni entendido cabalmente, o sólo en apariencia, tiene el aspecto de sombra, de reflejo, de doble, de ilusión. El estado natural de los hombres, según describe Platón en el Mito de la Caverna, es vivir encadenados, de cara a la pared, de espaldas a la luz, contemplando pasivamente las imágenes que se mueven al fondo de la cueva, sombras de objetos que ni siquiera imaginan (o, mejor dicho, que sólo imaginan), acostumbrados como están a la oscuridad y a una banda sonora ambiental, repetitiva y pegadiza, que les ata a un hilo musical que conduce a la tela de araña, a la red.

Los esclavos del relato platónico ven cómodamente la vida pasar, oyen lo que les dicen, lo cual no es lo mismo que escuchar. No les da miedo la oscuridad ni les espantan las sombras, aunque sí reaccionan con desasosiego y aun con violencia, si les llevan la contraria, y algún sujeto atrevido les dice que viven en la inopia, que viven de la ilusión.

«—¡Extraña imagen nos presentas y extraños prisioneros!
—Semejantes a nosotros.»
        Platón, República, Libro VII, 515 a-b

2

Salvador Dalí

He aquí, en resumen, el panorama, de sabor añejo, pero sobresale en la realidad contemporánea. Un mundo dominado por la imagen, la sombra y la ilusión. Como el ateniense, descrito por Platón, como en todos los lugares y tiempos, si bien ahora con multidifusión de imágenes por los cuatro costados, sombras asombrosas e ilusiones a granel, a escala planetaria; el doble de la realidad elevada a la séptima potencia, que es como decir al “séptimo cielo”.

Lo real ha quedado reducido a una secuencia de imágenes reflejadas en un ojo dorado. No es que la imagen valga más que mil palabras. Sucede que la imagen ha sustituido a la palabra. Ese ojo público (e impúdico)se mira a sí mismo en la pantalla o el espejo (espejito, espejito…), se hace un selfie y acaece la transformación, como ocurre con Dr. Jeckyll y Mr. Hyde o el retrato de Dorian Gary: el ojo dorado descubre a otro, su doble, su imagen, su sombra.

He aquí la ilusión. He aquí la gran evasión. Según señala Rosset, en la ilusión no hay rechazo de la percepción: “No se niega la cosa, tan sólo se la desplaza, se la coloca en otra parte.” Sea en el mundo ideal de inspiración platónica, sea en forma de utopía, en el paraíso, en la otra vida (“Otro mundo es posible”), representa la otra cara de lo real, la “realidad virtual”. El proceso de huida y desplazamiento que señalo no es un acontecimiento actual, una moda de nuestros días, pues tiene la edad del hombre. Ocurre ahora que el acontecer de las cosas va más rápido y abarca más espacio que antes, y en esa navegación al individuo se lo lleva la corriente...

¿Qué es la realidad para el común de los mortales? Un videojuego, un anuncio publicitario, un tráiler de película o serie de televisión, un “video de primera” donde todo sucede a cámara rápida, a trompicones, en un visto y no visto.

El sujeto contemporáneo ama a todo el mundo y tiene un millón de amigos en las redes sociales, para así más fuerte poder cantar. Pero, no se ama a sí mismo. Aunque suele creerse lo contrario, he aquí la verdadera imagen del narcisista, el héroe de nuestros tiempos. Sólo ama su representación. Tal es el “miserable secreto de Narciso: una atención exagerada al otro” (Clément Rosset, ibídem). El antiguo yo desea convertirse en el posmoderno otro, en su doble.

La imagen misma de Narciso ha quedado igualmente distorsionada. No se diga que no estábamos advertidos. Marshall McLuhan analizó semejante fenónemo fenoménico en buena parte de su obra, asombrosamente (y no hay que espantarse por ello) anticipatoria en tantos aspectos: “el medio es el mensaje”; la “aldea global”, etcétera. En su ensayo Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano (1964), escribe lo siguiente:

«El mito griego de Narciso atañe directamente a un hecho de la experiencia humana, como lo indica la palabra Narciso. Ésta proviene de la palabra griega “narcosis” o “entumecimiento”. El joven Narciso confundió su reflejo en el agua con otra persona. Esta extensión suya insensibilizó sus percepciones hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida. La ninfa Eco intentó cautivar su amor con fragmentos de sus propias palabras, pero fue en vano. Estaba entumecido. Se había adaptado a su extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado.»

Este sistema cerrado es la caverna platónica puesta al día, reformada a la moda y con todas las actualizaciones ejecutadas. Allí viven los prisioneros de la era contemporánea, narcotizados, adormecidos. Después de todo, como en una sesión continua de cine sin fin, en la sala oscura siempre están viendo las mismas imágenes, siempre pasan (¿echan?) lo mismo.

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