El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 185 · otoño 2018 · página 9
Artículos

Araquistain y la izquierda socialista durante la II República

José Javier Villalba Alameda

Estudio sobre la bolchevización del socialismo español entre 1931 y 1939

Araquistain
Introducción

La radicalización o “bolchevización” del socialismo español es un fenómeno ampliamente tratado en los estudios sobre la II República. Las razones que se han aducido para explicarla han sido diversas. La tesis de este trabajo es que dicha radicalización fue la respuesta a una serie de factores contextuales secundarios, pero que esa respuesta estuvo determinada por un factor doctrinal primario y radical: un marxismo elemental, esencial y genuinamente marxista, el marxismo revolucionario que pensó y practicó durante la II República la llamada izquierda socialista{1}, el ala revolucionaria del PSOE y la UGT, liderada políticamente por Francisco Largo Caballero e intelectualmente por Luis Araquistain.

Araquistain confesó años más tarde, en 1962, de vuelta a la socialdemocracia: “Algunos amigos y yo marxistizamos un poco en la revista Leviatán durante dos o tres años de la República, pero sin entrar muy a fondo en el tema y más bien con el propósito de vulgarización”{2}. El pensamiento político de Araquistain estuvo lejos de los planteamientos marxistas, excepto en el periodo republicano en que difundió un marxismo quintaesenciado. Sería más preciso decir que en lugar de marxistizar “un poco”, Araquistain marxistizó con gran intensidad durante un corto periodo de tiempo.

La II República: una situación favorable pero no definitiva

Parecería lógico pensar que el pragmatismo y el gradualismo que, en mayor o menor grado, había caracterizado al socialismo español desde 1909{3}, debería haberse acentuado durante la II República, y más si tenemos en consideración que en las Cortes Constituyentes, en las primeras Cortes Legislativas, en el Gobierno Provisional y en los primeros gobiernos de Azaña, el peso de los socialistas fue enorme{4}. No fue así, sin embargo, y el PSOE y la UGT sufrieron un proceso de radicalización al que se le han atribuido múltiples causas: la frustración producida por la limitación y lentitud de las reformas sociales durante el bienio republicano-socialista; el aumento del paro y el empeoramiento de las condiciones de vida provocados por la crisis económica; la llegada al PSOE y la UGT de nuevos afiliados, jóvenes y radicalizados, ajenos al reformismo sindicalista de la generación anterior{5}; un cambio de estrategia motivado por la competencia de los abiertamente revolucionarios anarquistas y comunistas; el miedo generado por el ascenso del fascismo y la “fascistización” de las derechas españolas; la influencia de intelectuales radicalizado como Araquistain; el aumento del prestigio de la revolución bolchevique; y, finalmente, la salida de los socialistas del Gobierno y el progresivo alejamiento de la posibilidad de recuperarlo tras la derrota electoral de noviembre de 1933.

Es cierto que muchos de estos factores contribuyeron, en mayor o menor medida, a la radicalización del PSOE. En efecto, la coyuntura económica, social y política alejó a los socialistas de la república burguesa, pero la tensión entre su querencia revolucionaria y la convivencia en una república burguesa con sus enemigos de clase se tenía que resolver finalmente, en coherencia con la ideología marxista esencial que profesaban, en favor de la primera. Este factor doctrinal fue la causa fundamental de la radicalización del socialismo español durante la II República. Una mayoría de socialistas creían que un régimen socialista era la solución para los males de la sociedad, y en consecuencia, trataron de implantarlo; el cómo y el cuándo hacerlo vendría determinado, al alimón, por las condiciones objetivas y la voluntad subjetiva. El Socialista –órgano oficial del PSOE– dejaba claro el 1 de julio de 1931, sólo dos meses después de la proclamación de la II República, el carácter que adquiría ésta para ellos: “Ante todo somos marxistas. Nuestros enemigos son todos los partidos burgueses. Sin embargo, por ineficaz, no por otro motivo, renunciamos a la pretensión de imponer nuestra política violentamente y sin dilaciones”.

El Congreso Extraordinario del PSOE de julio de 1931 aprobó la colaboración socialista con la burguesía republicana con el propósito de efectuar reformas sociales. La única oposición fue la del grupo liderado por Julián Besteiro, que una cosa era apoyar a la burguesía para apuntalar el régimen y otra designar ministros socialistas que se verían obligados a defender y llevar una política burguesa. La política del PSOE era para los besteiristas confusa y oportunista, mientras que la de Besteiro era verdaderamente marxista: la democracia burguesa la gestiona la burguesía y no el partido socialista{6}. De acuerdo con la mayoría del partido, Araquistain se manifestó durante el primer bienio republicano partidario de la colaboración con el régimen republicano{7}.

La colaboración con los republicanos era provisional y adquiría para la mayoría de socialistas un carácter instrumental: se presentaba como una oportunidad para avanzar hacia un régimen socialista. Wenceslao Carrillo escribía: “(…) ahora nos interesa afianzar la República, sin perjuicio de actuar con la intensidad que corresponda, para, una vez consolidada, seguir con la rapidez del Partido y de la Unión nos permitan, hacia la instauración de la república social, que continua siendo para nosotros una aspiración”. Y Gabriel Morón: “(…) evidentemente, ese apoyo nuestro no puede ni debe consistir en otra cosa que la recta trazada hacia el mejor cuadro para el desarrollo de la lucha social suprema, según Marx”{8}. En el XIII Congreso del PSOE, la ponencia central, denominada “Táctica. Colaboración ministerial”, consideraba la necesidad de “conservar la fisonomía anticapitalista del Partido” e instaurar una “República democrática”, pero una vez estabilizada ésta “el Partido Socialista se consagrará a una acción netamente anticapitalista, independiente de todo compromiso con fuerzas burguesas, y encaminará todos sus esfuerzos a la conquista plena del Poder para la realización del Socialismo”{9}. Si bien no se planteaba una oposición expresa entre república democrática y socialismo, sí se reconocía que la primera sólo era un medio para alcanzar el segundo: si los fines que los socialistas consideraban justos no se podían procurar por métodos legales, se procurarían de otra forma. El Socialista, el 13 de octubre, de 1932, recogía unas declaraciones de Largo Caballero al respecto.

El PSOE no es puramente reformista ni lo es el espíritu de sus miembros. Y ahí está la historia del partido para demostrar que la legalidad se ha roto cuando ello convenía a nuestras ideas (…) sin ningún reparo y sin escrúpulo. El temperamento, la ideología y la educación de nuestro Partido no son para ir al reformismo.

Los socialistas, pues, insistieron, desde el primer momento en el carácter instrumental de la república burguesa, concibiendo ésta como un trampolín para impulsar a la República hacia otro tipo de república. En coherencia con esto, atenerse a los elementos característicos de una democracia parlamentaria no era una prioridad. Su compromiso con una república democrática parlamentaria, representativa y pluralista era coyuntural: serían las circunstancias las que determinaran cuál debía ser el grado de ese compromiso, el cual, en caso necesario, podía y debía ser roto.

Largo Caballero y Araquistain, el líder político y uno de los referentes intelectuales de la izquierda socialista, creían que, en ese momento histórico, los socialistas debían participar en el gobierno republicano. Insistieron en establecer una analogía entre la revolución rusa de 1905 y la revolución (así la llamaban) que permitió la instauración de la II República en España: ambas no eran más que una etapa necesaria en la cual establecer y consolidar posiciones desde las que avanzar en dirección al objetivo final.

La cuestión, en definitiva, era si los socialistas estaban dispuestos a renunciar al objetivo final y conformarse con reformas sociales progresivas sin cuestionarse la colaboración y el respeto a la legalidad dentro del sistema capitalista, o, si no lo estaban, hasta cuándo convenía mantener la colaboración hasta dar el paso definitivo hacia el régimen socialista. Como marxistas consecuentes, respondían a la primera cuestión que no, y a la segunda que el paso se daría cuando las condiciones fueran favorables.

La ruptura con la República burguesa

De entre los mencionados factores secundarios de la radicalización del PSOE, la salida de los socialistas del Gobierno y el progresivo alejamiento de la posibilidad de recuperarlo fue el más decisivo. Debo insistir, porque es la tesis que defiendo en este trabajo, que sobre cualquier consideración coyuntural, incluso si es tan decisiva como la mencionada, subyace el factor doctrinal que imperaba en la izquierda socialista: el socialismo o es revolucionario y destruye la sociedad de clases o no es socialismo. Una mayoría de socialistas estaban convencidos de que sus aspiraciones finales no se lograrían en una república burguesa, pero más difícil sería lograrlas si, además, esa república no la gobernaban ellos. Por eso, en el verano de 1933, ante la perspectiva de perder el poder, el discurso revolucionario socialista se desambiguó. A partir de ese momento se negó con rotundidad la posibilidad de desarrollar las aspiraciones socialista dentro de la democracia burguesa. El trampolín, la II República, ya no servía.

Los ataques a la república burguesa adoptaron mayor virulencia conforme se sucedieron hechos que alejaban a los socialistas de su objetivo final, y, en consecuencia, cada vez más inaceptables para ellos: la caída del Gobierno Azaña (septiembre de 1933), la derrota electoral de socialistas y republicanos de izquierda y la victoria de la coalición de derechas que lideraba la CEDA –la más votada– y el Partido Republicano Radical –segunda opción más votada– (noviembre de 1933), la intención de la CEDA de participar en el gobierno de la República, y por fin, la entrada de tres miembros de la CEDA en el Consejo de Ministros (octubre de 1934), que fue la señal (señal de aviso, y no causa) para la insurrección socialista.

Los textos de Araquistain y los discursos de Largo Caballero son la mejor expresión de la posición doctrinal que mantuvo la izquierda socialista ante estos hechos. Leviatán “revista de hechos e ideas”, fundada y dirigida por Araquistain, publicada desde el 1 de mayo de 1934 hasta julio de 1936, fue el órgano de expresión de los intelectuales “marxistizantes”. Pero el primer texto –y el más claro– en el que Araquistain explica las razones del giro bolchevique efectuado por la izquierda socialista, fue el prólogo{10} que escribió para Discursos a los trabajadores, de Largo Caballero. Merece la pena que nos detengamos en él.

El prólogo está fechado el 5 de marzo de 1934, un mes antes de la aparición del primer número de Leviatán{11}. Los discursos de Largo Caballero fueron pronunciados entre julio de 1933 y enero de 1934. De su importancia da constancia el que la comisión ejecutiva del PSOE autorizara y compilara en un libro los discursos de su presidente, los cuales, en opinión de Araquistain contienen…

… la crítica más penetrante y más justa que se ha hecho de la desviación contrarrevolucionaria de la república; una exposición clarísima de la verdadera, de la clásica doctrina socialista en relación con los problemas de España, y un inequívoco programa de acción antes y después de la conquista del poder político por la clase obrera española.

Encontramos en esta cita, que se encuentra en el primer párrafo del prólogo, además de un excelente índice temático del mismo prólogo, el fundamento teórico que sustentó y justificó el giro de la izquierda socialista: la República debía ser rescatada de las manos de quienes –criptomonárquicos o sólo formalmente republicanos, fascistizados o abiertamente fascistas– habían pervertido su espíritu revolucionario. Llegados a este momento crítico, escribe Araquistain, la política socialista necesita de la perspicacia de Largo Caballero y exige su flexibilidad operativa, la que admite tanto la pasada colaboración con el régimen burgués, como oponerse ahora a él y luchar por la conquistar el poder, todo siempre en beneficio de la clase obrera. Como sostiene Macarro Vera, la república democrática (burguesa, parlamentaria) era menospreciada por los socialistas “en aras del interés de la clase trabajadora como sujeto histórico, elemento esencial del verdadero pueblo, dirigido por sus genuinos representantes”{12}.

Sigue el prólogo con una semblanza personal en tono hagiográfico de Largo Caballero en la que se justifica su trayectoria como líder del partido y del sindicato. Arquistain intenta demostrar la coherencia política mantenida en el pasado por el Largo colaboracionista, y en el presente por el Largo revolucionario. Su trayectoria política es una sucesión de decisiones tácticas y prácticas correctas que con posterioridad se manifiestarían insuficientes. Durante muchos años, Largo Caballero trabajó por ir a la revolución legalmente en el ayuntamiento madrileño, en la diputación provincial, en el parlamento monárquico, en el Instituto de Reformas Sociales, en el Consejo de Trabajo y en el Consejo de Estado primoriverista. Pero llegó 1930, cuando todos creían agotada toda su “substancia revolucionaria”, y Largo Caballero tuvo la clarividencia de ver que ese era el momento de acabar con la monarquía y traer la República, para lo que el PSOE y la UGT fueron fundamentales. Creía su dirigente que la clase obrera podía, en una república burguesa, liberal y democrática, llegar al poder para realizar gradualmente desde él la revolución socialista. Pero ya no piensan igual, escribe Araquistain, ni el líder del PSOE ni la inmensa mayoría de socialistas, sobre todo después de los trágicos sucesos de Italia, Austria y Alemania, y de la rectificación en España de la obra social del bienio reformista. Estas son las razones que tiran del caballo reformista a Largo y a tantos otros a la altura del verano de 1933.

Es esencial para comprender la actitud psicológica de Largo Caballero, dice Araquistain, que el rasgo típico de su personalidad, lo que más aprecia, es la lealtad a la palabra dada, y la deslealtad lo que más detesta. Y deslealtad histórica a la República del 14 de abril y a la clase obrera es la que cometen los republicanos al facilitar la entrada de las derechas en la fortaleza republicana para dominarla. Este crimen de deslealtad es el que mueve a Largo Caballero a levantar la bandera de la revolución{13}. Largo Caballero y todos los socialistas que le siguen están en 1933 en el mismo sitio que en 1930, solo que ahora se les ha caído de los ojos la venda del mito de la república y de la democracia en régimen de capitalismo.

¿Qué hacer entonces? No seguir por el mismo camino, toda vez que los socialistas ya saben que dentro del régimen burgués no se puede ir gradualmente a una revolución socialista. El capitalismo no dejará a los socialistas imponer su proyecto político en una república burguesa, y para eso se ha permitido entrar en la fortaleza republicana a la derecha monarquizante. Las armas con las que cuenta el capitalismo para impedir que los socialistas lleguen al poder o se mantengan en él son múltiples: puede crear una intensa campaña de pánico y difamación; puede provocar una insurrección, como la de Dollfuss en Austria; puede movilizar a la pequeña burguesía para instaurar una dictadura fascista, como en Italia y Alemania; puede implantar una dictadura económica y política encubierta en regímenes parlamentarios, como en Francia o Inglaterra; o puede, en fin, como en España, permitir a la derecha penetrar en la fortaleza republicana. Así que por la vía de la democracia burguesa nunca podrán los socialistas llegar a la plenitud del poder en el Estado. “Nuestras ilusiones republicanas del 14 de abril se han desvanecido. Y el dilema no es ya monarquía o república; república o monarquía, no hay más que un dilema, ayer como hoy, hoy como mañana: dictadura capitalista o dictadura socialista”. Y es Largo Caballero, el oportunista de ayer, el de la revolución por el derecho, el paladín hoy de la revolución proletaria.

El problema no era nuevo, lo vieron antes los clásicos socialistas, y se encuentra en la táctica del comunismo ruso; lo vio el mismo Araquistain –sólo que no desde una perspectiva marxista– cuando en 1920{14} defendió la revolución bolchevique pero no el centralismo del PCUS (el error, pues, no está en la revolución socialista en sí, sino en el intento de Moscú de dictar las revoluciones e identificar sus intereses con los intereses del proletariado del proletariado. El único motivo por el cual Araquistain rechaza entonces del comunismo soviético es su afán imperialista y centralista); y lo ven ahora, por fin, la mayoría de socialistas: el socialismo reformista, democrático y parlamentario de la II Internacional está muerto.

Pero, dice Araquistain, el de la III Internacional también lo está. Hay que ir a una nueva Internacional socialista revolucionaria que respete la autonomía de los partidos socialistas nacionales. Propone, en consecuencia, un socialismo revolucionario igual al soviético pero que no esté sometido al PCUS. Largo Caballero no es sólo la encarnación del socialismo de una deseable IV Internacional, sino que encarna además a la clase oprimida, a la España que trabaja y sufre. El destino de esta España está en las manos de Largo Caballero. La historia no la hacen las personalidades, pero la historia forja personalidades que son llamadas a ser protagonistas de la historia. Lo psíquico importa. No abandona Araquistain el psicologismo que había caracterizado su pensamiento hasta entonces, pero intenta compatibilizarlo con el materialismo histórico: “Probablemente el problema de la personalidad en la historia se resuelva en un término medio: en la concurrencia de determinadas circunstancias materiales y psíquicas de una sociedad, y de determinadas cualidades de carácter e inteligencia de un hombre”. Cuando sociedad y personalidad coinciden en la base revolucionaria, como la Rusia de 1917 y Lenin, el éxito es seguro. Es decir, en ese momento histórico concreto, en España, coinciden las masas y Largo Caballero en que hay que superar la república reformista, democrática y parlamentaria, e ir hacía una república socialista, hacia la dictadura del proletariado. Siguiendo con la analogía establecida por Araquistain entre la revolución antizarista de 1905 y la antimonárquica de 1931: octubre de 1917 en Rusia, octubre de 1934 en España.

Estas son las conclusiones a las que había llegado también Largo Caballero (excepto las que se refieren a él mismo, claro). En el más temprano de los discursos prologados por Araquistain{15}, Largo sostiene que las circunstancias obligaron a los socialistas a participar en las conspiraciones antimonárquicas y en el gobierno de la República del lado de los republicanos. Pero lo hecho hasta ahora no hipoteca lo que habrá que hacerse en el futuro. Largo, que todavía es ministro del Gobierno Azaña, ya no cree que dentro de una democracia burguesa se pueda hacer el socialismo.

Yo he tenido –confiesa Largo– siempre fama de hombre conservador y reformista. Han confundido las cosas quienes me reputaban de tal (…) hoy estoy convencido de que es imposible llevar a cabo una tarea socialista dentro de una democracia burguesa (…) la democracia burguesa no puede satisfacer las aspiraciones socialistas (…) nuestro apoyo a la república es una política transitoria (…) empleando tanto la vía legal como la ilegal en la lucha por el poder (…). Entre la sociedad capitalista y la comunista hay un periodo de transición revolucionaria (…) y el Estado durante ese periodo no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado{16}.

La colaboración socialista con la república burguesa estaba supeditada a la elaboración de una constitución que posibilitara que un partido revolucionario pudiera socializar los medios de producción, que le permitiera “hacer una transformación de la sociedad en absoluto”. Pero esa misma constitución podía impedir también que esos medios de producción fueran socializados, o no lo fueran en la medida que los socialistas deseaban. Una democracia burguesa podía y seguramente les impediría “llegar a nuestra aspiraciones sin violencias grandes, sin grandes derramamientos de sangre”, así que, como no se les iba a permitir conquistar el poder con arreglo a la constitución y con arreglo a las leyes, tendrían que conquistarlo de otra manera. Era esta la principal incoherencia de la izquierda socialista durante el bienio azañista: afirmar que en una república burguesa jamás podrían llevar a cabo la transformación social radical a la que los socialistas no renunciaban, al mismo tiempo que se exigía a la burguesía republicana el imposible ontológico de no poner obstáculos a unas reformas parciales que condujeran a esa transformación total. Pero poco importaba, en definitiva, tal incoherencia cuando lo que se pretendía era imponer el proyecto político socialista por una vía u otra.

Sin embargo, no se trataba de implantar “de golpe y porrazo, de la noche a la mañana, una dictadura socialista”. Primero había que consolidar lo conseguido impidiendo una dictadura burguesa, impidiendo el desarrollo fascista en la República. Largo sostiene que la dictadura socialista es inevitable y deseable, pero, a veces, dice sólo preferirla a una burguesa (fascista-capitalista). Hay en todo esto una contradicción: si la dictadura socialista es el objetivo final (no se quiere imponer de golpe y porrazo, pero sí gradualmente dentro de la república burguesa), si es un régimen bueno en sí mismo, y no sólo eso, sino que además es necesario para transitar del capitalismo a la sociedad comunista sin clases, no puede ser al mismo tiempo un mal menor preferible a un mal mayor (el fascismo). La izquierda socialista no era una izquierda democrática que optaba por la violencia revolucionaria únicamente como reacción defensiva frente a la amenaza fascista, como tantas veces pretextaron sus miembros, sino que era primaria y radicalmente revolucionaria, como tantas veces demostraron de obra y de palabra. No se puede hacer una revolución socialista si no se liquidan las múltiples posibilidades que el capitalismo posee para detener la revolución. A partir de esta evidencia, la revolución “defensiva” es indistinguible de la revolución a secas. La revolución encaminada a imponer la dictadura del proletariado podía ser identificada con una revolución preventiva o defensiva desde una perspectiva en la que toda la derecha y el centro republicano son fascistas o colaboran con el fascismo, y desde la que sólo cabe la alternativa del poder absoluto socialista frente al poder absoluto fascista. Para la izquierda socialista, la dictadura proletaria era un bien necesario y deseable, pero podía ser contraproducente verse obligados a realizarla si las condiciones para ello no estaban aun maduras. El concepto “revolución defensiva” sirve para decir de otro modo que una revolución es prematura, lo que no quiere decir que no sea necesaria. La cuestión, entonces, es si las condiciones políticas la hacen realmente necesaria. Esa fue la cuestión que se debatió en el seno del PSOE. Para los besteiristas era una locura. Para la inmensa mayoría del PSOE –que entonces unía a caballeristas y prietistas– era necesaria. El fracaso de la revolución de octubre del 34 llevará a los prietistas a abandonar la vía revolucionaria, lo cual, como veremos, supondrá el recrudecimiento de la guerra interna en el PSOE y su polarización en los años 1935 y 1936.

Para la izquierda socialista, defender la República no suponía defender del régimen en sí mismo, sino sólo en tanto que este le permitiera avanzar en su política maximalista. No había camino para la emancipación del proletariado más que en una república socialista, y nunca en “una república burguesa, democrática burguesa, liberal burguesa, al estilo burgués, como se dice”. El discurso de Largo Caballero era totalmente incompatible con una democracia representativa, parlamentaria y pluralista, donde se respetan los resultados electorales y se acepta la alternancia pacífica en el poder.

Que conste bien: el Partido Socialista va a la conquista del poder, y va a la conquista, como digo, legalmente si puede ser. Nosotros deseamos que pueda ser legalmente, con arreglo a la constitución, y si no, como podamos. Y, cuando eso ocurra, se gobernará como las circunstancias y las condiciones del poder lo permitan. Lo que yo confieso es que si se gana la batalla no será para entregar el poder al enemigo.

Todo esto lo pensaba Largo Caballero en julio de 1933, cuando aún era ministro en el Gobierno Azaña, el cual dimitió el 9 de septiembre de 1933. El discurso que paso ahora a comentar lo pronuncia Largo después de esta fecha{17}. ¿Qué había sucedido? Que los socialistas habían salido del gobierno. Se había desalojado del poder al Partido Socialista, según Largo, “de una manera indecorosa”. Al Gobierno Azaña le había sucedido un gobierno presidido por Lerroux, líder del Partido Republicano Radical –el más votado y más antiguo de los partidos propiamente republicanos–, que formó una gobierno de centro-izquierda con otros partidos republicanos menores. Los socialistas interpretaron como una traición lo que no era más que el resultado del juego de alianzas y mayorías propio de una democracia parlamentaria. En definitiva, un cambio de gobierno legal y legítimo era considerado por el PSOE casus belli.

Las dificultades para satisfacer las aspiraciones socialistas dentro de una república burguesa una eran ahora mucho mayores (la probabilidad de satisfacerlas se convertía a veces, incluso en el mismo discurso o escrito, en imposibilidad ontológica, como hemos visto). Había llegado el momento de ir decididamente hacia una república socialista.

Nosotros –dice Largo–, dentro de un régimen democrático, republicano y burgués, podremos aspirar a mejorar un poco la condición política y social de la clase obrera, a mejorarla, siempre que los republicanos que estén en el poder se avengan a hacerlo y lo consientan; so pena de estar en revolución permanente y de estar constantemente movilizando a la clase obrera, obligando de este modo al gobierno de esta forma a respetar las reivindicaciones. Esto es a lo que nosotros podemos aspirar en un régimen democrático burgués; pero la modificación completa, la transformación de la estructura social, no; eso tiene que ser hecho con la clase trabajadora en el poder (…). Yo creo que dentro de la república cabe perfectamente el que a la clase trabajadora se le diga de una manera clara y terminante que no ha llegado a la meta de sus aspiraciones, que tiene que ir mucho más allá.

La república socialista, por otra parte, no podía ser más que una dictadura del proletariado, porque, una vez en el poder los socialistas, era ésta la única vía para mantenerse en él, oponerse a la contrarrevolución y transformar la estructura social. Cita Largo Caballero a Marx:

Entre la sociedad capitalista y la comunista hay un periodo de transformación revolucionario, de transformación de la una a la otra. A este periodo corresponde un tipo de transformación política, y el Estado, durante este periodo, no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado.

La tarea inmediata del Partido Socialista en esos momentos, según Largo, es decirles a los trabajadores que hay que ir a la dictadura del proletariado, porque no se puede esperar que de una manera evolutiva, en el Estado democrático burgués, se realice el socialismo. La teoría marxista del Estado, no muy circunstanciada pero sí muy clara en lo esencial, es aceptada por Largo y por Araquistain como ineludible y como rasgo distintivo del marxismo: quien la rechace no es marxista.

En los discursos pronunciados en torno a las elecciones legislativas de noviembre de 1933{18}, Largo Caballero, ahondando en la teoría marxista del Estado, insiste en la necesidad de la dictadura del proletariado: el Estado está compuesto por instituciones que siempre y necesariamente sirven a los intereses de la clase capitalista. La pretendida democracia burguesa no es más que una dictadura de la burguesía que utiliza las instituciones estatales a su servicio. Por tanto, los socialistas están obligados a imponer su dictadura para destruir la dictadura, la democracia burguesa: “los fines que nos proponemos, los que constituyen nuestro ideal y nuestro programa (…) es alcanzar, como sea, el poder para la clase obrera, con el fin de transformar lo más rápidamente posible los medios de cambio y de producción”. El primer paso para ello es defender la República de sus enemigos fascistas, que son todos los que queden a la derecha de los republicanos radicales de Lerrorux (incluyendo a estos). Defendiendo la República se podrá, posteriormente, “lo antes posible”, conseguir el objetivo final.

En un mitin en el Cinema Europa del 1 de octubre de 1933, confiesa Largo:

“Parece que asombra a algunas personas, e incluso a correligionarios nuestros, que se hable de la conquista del poder por la clase trabajadora. Lo que sucede es que hemos estado algunos años hablando un poco veladamente de lo que era nuestra aspiración (…) Nuestro partido es, ideológicamente, tácticamente, un partido revolucionario (…) y cree que debe desaparecer este régimen. Para lograrlo hay que crear un espíritu revolucionario en las masas, un espíritu de lucha (…) la dictadura del proletariado es inevitable, aunque haya unos hombres que por motivos sentimentales digan: No es eso, eso es algo horroroso, es inútil”.

Se refería Largo a Julián Besteiro, que en un discurso pronunciado en la Escuela de Verano de Torrelodones{19}, en agosto de ese mismo año, describió la dictadura del proletariado como una “vana ilusión” que “se paga demasiado cara” y acusó a los caballeristas, por colaborar en una República democrática y luego, a la primera contrariedad, querer la dictadura del proletariado, de mostrar una flexibilidad política que él consideraba netamente antimarxista y los caballeristas, por el contrario, con Araquistain poniéndolo negro sobre blanco, genuinamente marxista.

Todo esto lo decía Largo Caballero justo antes del descalabro electoral que sufrieron los socialistas y los republicanos de izquierdas en noviembre de 1933. La derrota electoral reforzó la radicalización del PSOE, quedando los besteiristas –muy minoritarios respecto a pietristas y caballeristas– como la única facción socialista contraria a una insurrección que comenzó a prepararse{20}. En El Socialista, el 23 de noviembre de 1934, apenas unos días después de la derrota electoral, se leía,“No somos un partido exclusivamente parlamentario (…) cada votante socialista es un soldado de la revolución, un combatiente”. Y el 26 de noviembre de 1933:

Mal arreglo hay ya para restablecer la normalidad democrático-burguesa (…) No se cuentan una docena de obreros dispuestos a salvar la República. En cambio son millones los que presienten que nos encontramos en vísperas revolucionarias. Vísperas, no de una experiencia que ha dejado sabor ingrato en el paladar de la clase trabajadora, sino de un nuevo ensayo: la revolución social.

En un discurso pronunciado en enero de 1934{21}, Largo abundaba en la idea fundamental de que la república burguesa nada podía ofrecer ya a la clase trabajadora y, sobre todo, se anunciaba resueltamente la voluntad de tomar el poder violentamente como paso necesario para hacer la revolución social. De la democracia parlamentaria no se podía esperar nada, y menos si lo dominaba la derecha, la cual estaba dispuesta a cumplir su programa. Como no se podía evitar tal cosa en el parlamento y dentro del margen de la ley, se tendría que hacer al margen de la ley y de la voluntad popular representada en el parlamento.

En este mismo discurso Largo Caballero confesaba que la revolución es connatural al socialismo:

(…) si somos socialistas –si no dejamos de serlo aunque nos lo llamemos– tenemos que hacer la afirmación de que la clase obrera no se redimirá más que por medio de la socialización de los medios de producción y de cambio [recordemos que Largo insiste en qué sólo en una república socialista se podrá lograr esto, y que es imposible que la república socialista evolucione gradualmente desde una república burguesa]. ¿Es nueva esta idea? ¿Ha surgido ahora que está implantada la república? Siempre hemos hecho esta afirmación.

Esta cita servirá de introducción al comentario de los textos de Araquistain en Leviatán, en los cuales se sostiene el carácter esencialmente revolucionario del marxismo.

El carácter esencialmente revolucionario del marxismo

Araquistain divulgó en Leviatán un marxismo elemental, y por elemental, fiel a la esencia revolucionaria del marxismo. De los artículos que escribió en la revista, ahora nos interesan especialmente los recogidos en el Capítulo I de Marxismo y socialismo en España bajo el título “Marxismo y socialismo”. Son escritos teóricos con los que, a través de la polémica con Besteiro y de la síntesis del pensamiento de Marx y Engels, realiza una exposición doctrinal del marxismo a través de la cual pretende legitimar a la izquierda socialista del PSOE.

En el primer artículo del primer grupo{22}, publicado en el primer número de Leviatán (el primero de mayo del 34, antes, pues, de la revolución de octubre), sostiene Araquistain que la doctrina marxista es, ante todo, una filosofía de la historia –“la más profética, la más exacta”– y un programa de acción política para la clase obrera, y que, por ello, el verdadero y único socialismo es el socialismo revolucionario. Pasa Araquistain a sintetizar brevemente lo fundamental de esta filosofía y este programa: la historia del hombre es la historia de la lucha de clases, y la historia del Estado es la expresión de esa lucha, en la cual éste es el instrumento de la clase opresora (la burguesía, en la sociedad capitalista). La democracia es una ficción de la que se aprovecha la burguesía, y el proletariado, que no debe dejarse engañar por tal ficción, debe aspirar a hacerse con el poder del Estado para expropiar, desarmar y someter a la clase opresora. Una vez desaparecida la propiedad privada de los medios de producción, desaparecerán las clases y no será necesario el Estado. Pero el proletariado no debe lanzarse a la conquista del estado en cualquier momento ni abandonar la lucha diaria por sus derechos políticos y la mejora de sus condiciones económicas. Lo que debe hacer la clase obrera es tomar conciencia de la naturaleza del Estado capitalista y estar moralmente en pie de guerra contra él para cuando se presente la ocasión de conquistarlo, como en 1917 en Rusia.

Araquistain, con argumentos que no difieren demasiado de los utilizados por Lenin en El Estado y la revolución[23], critica el socialismo reformista por olvidar, ignorar y desviarse de la esencia del marxismo, al confiar ingenuamente en el triunfo del socialismo por la vía de la democracia parlamentaria, lo cual es imposible, como ya había denunciado en el prólogo de Discursos los trabajadores. La incomprensión había llevado a muchos a creer en un marxismo no revolucionario, o peor, no querían ser revolucionarios pero tampoco querían desprenderse del prestigio científico del marxismo, como le ocurría a Bernstein, por lo que se seguían llamando marxistas sin serlo, pervirtiendo el pensamiento de Marx y Engels, convirtiendo a los partidos socialistas en agentes de reformas democráticas y sociales, y olvidándose del objetivo final: la conquista del poder y la supresión de la clase capitalista. Si bien es cierto que Kautsky y la mayoría de socialdemócratas habían rechazado el revisionismo de Bernstein y teóricamente se consideraban marxistas, en la práctica no lo eran: todos eran revisionistas, pues seguían el camino del legalismo y el evolucionismo. No se podía seguir siendo socialista y marxistas sin declarar la guerra al capitalismo: si le amputaban su esencia revolucionaria, el marxismo dejaba de serlo. Araquistain propugnaba una vuelta a Marx y Engels, que habían sido malinterpretados por un socialismo reformista que estaba en esos momentos fracasado. “Nos engañamos casi todos y ya es hora de reconocerlo”.

Los dos artículos que siguen{24}, publicados en Leviatán en mayo y junio de 1935, son una crítica a Besteiro, figura principal del socialismo reformista en el PSOE y la UGT{25}. Besteiro, en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulado Marxismo y antimarxismo, había defendido la teoría de la impregnación, según la cual quienes se oponen al socialismo acaban impregnándose de él. Esta teoría, según Araquistain, provenía del socialismo fabiano inglés, que nunca fue marxista{26}. Además, Besteiro ponía como ejemplo de política transformadora al New Deal de Roosevelt –una política que en un país capitalista no había cambiado la estructura de la propiedad, es decir, que seguía siendo capitalista–, mientras que la URSS –con un gobierno francamente socialista que había modificado radicalmente la estructura de la propiedad– no le merecía mejor valoración a Besteiro. Otro error imperdonable del nuevo académico consistió en aludir a todos los tránsfugas del socialismo (reformistas) no para condenarlos, sino para justificar su deserción, lo que, por otra parte, es normal en un evolucionista que detesta la necesaria violencia revolucionaria.

Para Araquistain, los errores de Besteiro provienen de no comprender la “terrible diafanidad” de la concepción materialista de la historia. En resumen: el modo de producción de la vida material condiciona el proceso social, político y espiritual. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino al contrario. ¿Por qué no ve con claridad esto alguien que se autodenomina marxista y tan bien dotado intelectualmente como Besteiro? Porque entonces debería aceptar el, según Araquistain, corolario de la concepción materialista de la historia: la lucha de clases.

La exposición que hace Besteiro del marxismo –dice Araquistain– no es más que un compendio de la que hace Kautsky, el “mayor falsificador del marxismo”: ambos piensan que la doctrina marxista no es revolucionaria. Araquistain ofrece una explicación psicologista: la repugnancia que Besteiro siente por la violencia revolucionaria la proyecta infundadamente sobre Marx. Pero el marxismo no es una doctrina evolucionista, sino revolucionaria: “No hay una sola página de Marx y Engels –dice Araquistain– que autorice a pensar otra cosa”. Las fases del proceso histórico quedaron definidas con toda claridad por Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Las resume Araquistain:

Primera: derrocamiento de la burguesía por la violencia; segunda: organización inmediata del proletariado como clase gobernante; tercera: el estado, que es el proletariado constituido en clase gobernante, arranca (que no es concepto suasorio o parlamentario) a la burguesía todos los instrumentos de producción. Y cuando hablan de “ganar la batalla de la democracia” o “conquistar la democracia”, como otros traducen, no quiere decir, claro es, que se trata de adueñarse de la democracia actual por los medios usuales, porque eso contradiría todo lo anterior y todo lo que escribieron posteriormente.

Según Araquistain, Besteiro y los que piensan como él no pueden recurrir ni a Marx ni a Engels para legitimar su postura: el suyo es un marxismo contra Marx. Ninguna supuesta contradicción espigada aquí o allá en los textos de Marx y Engels puede nada frente a la abrumadora y clara presencia en los textos de Marx y Engels de afirmaciones rotundas acerca de la lucha de clases, la revolución o la dictadura del proletariado. Como prueba final, aduce Araquistain la famosa carta de Marx a Weydemeyer, en la que le confiesa que su descubrimiento ha sido que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado, la cual es en sí misma sólo una transición hacia la abolición final de todas las clases y a una sociedad sin clases.

En el tercer artículo de “Marxismo y socialismo”, publicado en Leviatán en julio de 1935{27}, abunda Araquistain en que esta idea de que la dictadura del proletariado es el instrumento transitorio de la revolución social es la conclusión última de la doctrina marxista. El marxismo interpreta la historia, pero sobre todo aspira a transformarla radicalmente. Es justamente la actitud que se adopta ante las revoluciones transformadoras lo que define al verdadero o falso marxista: el verdadero las apoya, el falso las repudia. El marxismo, repite Araquistain una vez más, es revolucionario, no reformista. El temperamento revolucionario de Marx es esencial al marxismo, y está expreso o implícito en toda su obra. Concluye Araquistain: “marxismo revolucionario, dos términos que en realidad son una redundancia. Por lo mismo, “marxismo reformista” sería un oxímoron.

Para Besteiro, que la situación política del momento se planteara como una elección inevitable entra una dictadura capitalista o una dictadura socialista, era un error fatal que conduciría al proletariado al abismo. En ese momento histórico, también en España, la historia ya no era la historia de la lucha de clases. Se podía afirmar sin dudar que las instancias que favorecían al socialismo excedían a las adversas, a pesar de las apariencias{28}. El optimismo de Besteiro tenía una base real, pero sólo podía mantenerse desde una perspectiva revisionista, o meramente sindicalista, la de quienes valoraban positivamente la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores respecto de las de hacía unas décadas, pero nunca desde la perspectiva de un socialismo revolucionario maximalista que, entre otras razones, se justificaba por el empeoramiento constante de esas condiciones en un sistema capitalista.

Besteiro, aludiendo sin duda a la izquierda socialista, escribe: “Muchos espíritus se hallan, sin embargo, al presente, en un estado de depresión, de sobreexcitación o de extravío”. En esas circunstancias, “se impone de nuevo la consideración de las condiciones indispensables para que la realización del Socialismo sea posible”{29}. Para Besteiro, igual que para Araquistain, cuando se ataca a Marx desde el marxismo, cuando se le traiciona, se impone una vuelta a Marx. Ocurre que el Marx de uno y otro son difíciles de conciliar. ¿Qué marxismo es más fiel a lo que escribieron Marx y Engels? En mi opinión: el de Araquistain. Es el momento de intentar probar tal afirmación.

Históricamente, el marxismo ha sido considerado bajo dos aspectos: como una teoría explicativa del mundo y como un movimiento para transformarlo. En su archifamosa tesis undécima sobre Feuerbach sostiene Marx que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas maneras el mundo; pero de lo que se trata es de transformarlo”. Hay una relación entra la teoría y la práxis en el pensamiento marxista que se podría sintetizar parafraseando a Kant: la teoría sin praxis revolucionaria es vacía, la praxis revolucionaria sin teoría es ciega. La tesis undécima insta a los hombres a entender el mundo y a emprender la acción revolucionaria que lo transforme. Todo análisis científico de la sociedad es un instrumento que el proletariado necesita para tomar conciencia de su destino histórico, y queda entonces supeditado por entero a la transformación del mundo. La crítica marxista de la económica política y la sociedad burguesa (que hace recaer sobre las espaldas del proletariado la alienación y la explotación universal, y sobre las de la burguesía la culpa universal) está orientada a destruir la sociedad capitalista e implantar la sociedad comunista; el cuándo y el cómo vendrá impuesto por las circunstancias históricas, las cuales serán analizadas científicamente. Pero estos análisis circunstanciales, aunque sea necesario interpretarlos abiertamente, y aunque den lugar a una praxis revolucionaria flexible, son análisis secundarios que vienen precedidos por un análisis primario al que se deben someter: el análisis del que concluye Marx que el capitalismo está gobernado por leyes que lo condenan a crear en su seno la antítesis que traerá la nueva sociedad comunista: el proletariado revolucionario que destruirá el estado burgués capitalista e impondrá transitoriamente su dictadura, periodo de transición hacia a una sociedad sin clases.

Existe, sin embrago, una ambigüedad evidente entre, por un lado, el llamamiento a transformar el mundo y, por otro, el determinismo economicista y el rechazo del idealismo. Esta ambigüedad del pensamiento de Marx originó dos tendencias dentro del marxismo: un marxismo voluntarista, subjetivo, impaciente, dispuesto a saltarse etapas si las condiciones son favorables para el triunfo revolucionario; y un marxismo determinista, objetivo, paciente, a la espera de que las condiciones objetivas maduren. Se trata entonces, en definitiva, si la revolución, como sostenía Marx, depende al alimón del desarrollo del capitalismo y también de la acción de un proletariado consciente, de calibrar la medida y oportunidad de esa acción. Al final, la tensión entre los dos marxismos, se resolvió dialécticamente: la revolución se irá haciendo a golpe de voluntad subjetiva, lo cual es compatible con ver en ello la necesidad objetiva.

En expresión de Araquistain, había socialistas que aplazaban la revolución ad calendas graecas, renunciando a ella para conseguir mejoras para el proletariado dentro de una democracia burguesa, lo que contradice lo que Marx y Engels dejaron escrito{30}. Marx rectificó superficialmente su esquema inicial concediendo en sus últimos años que en Rusia la revolución podía saltarse la etapa burguesa. En realidad, se trataba de una cuestión de grado. Si no había que saltarse la fase de revolución burguesa y de desarrollo capitalista, ¿a partir de qué grado de desarrollo se podía pasar a la siguiente fase? El capitalismo podría tener un desarrollo ínfimo, y la revolución burguesa haberse iniciado hacía apenas unos meses, y a pesar de todo, como sucedió en Rusia, permanecer incólume la secuencia histórica esencial: lucha de clases-revolución proletaria-dictadura del proletariado-sociedad comunista{31}, que era lo fundamental del marxismo en términos políticos (y de política se trataba, de transformar la realidad social).

Besteiro creía necesario efectuar primero la revolución burguesa. Araquistain, como hemos visto en sus textos, creía que mantenerse estrictamente fiel al esquema inicial marxista de desarrollo histórico (el cual, como hemos visto, Marx flexibilizó), se corría el peligro de fosilizar al movimiento obrero dentro de la república burguesa con la excusa, por un lado, de la inmadurez de las condiciones objetivas y, por otro, de afianzar las mejoras laborales y sociales conseguidas, aplazando así, ad calenda graecas, el objetivo final. La cuestión esencial, en mi opinión, es, ¿cuándo se da por terminada esta revolución burguesa democrática necesaria? ¿Cuál es el punto óptimo de desarrollo capitalista a partir del cual se destruye y destruye el proletariado el capitalismo? Araquistain sospechaba que esperar la madurez de las “condiciones objetivas” no era más que una trampa dilatoria para no hacer ahora lo que no se pretendía hacer nunca.

Araquistain, como Lenin, distinguía entre marxistas auténticos –los partidarios de la dictadura del proletariado– y renegados del marxismo –los partidarios de la socialdemocracia posibilista y gradualista{32}. Unos y otros reclamaban en su favor los textos marxistas, pero sólo unos podían señalara a una región del planeta como ejemplo vivo de su posición teórica y, además, aducir que Marx ya había dicho que se podía hacer en Rusia lo que después se haría posible en Rusia.

Como observa Lamo de Espinosa, Besteiro era un racionalista que recelaba del sentimentalismo y la emotividad como motores de la acción política, actitud que se hizo más clara con la edad y con la radicalización –patente en lo teórico (Araquistain) y en lo práctico (Largo Caballero)– del voluntarismo de la izquierda socialista Voluntarismo que achacaba también al fascismo y que, según él, no se encontraba en el fondo del socialismo:

Lo que sí es el socialismo todo, dictatorial o democrático, es un movimiento intelectual… Si hay algo que pueda unirnos a los socialistas todos como un lazo común es precisamente al afán noble de intelectualizar las pasiones emancipadoras de las masas, haciendo así posible su triunfo{33}.

Apelaba Besteiro a un racionalismo que había sido abandonado por un “modo sentimental”, por una “vehemencia pasional” que enfebrecía a las masas y que, temía, no traería su emancipación, sino más sufrimiento para ellas. El voluntarismo revolucionario da la medida del genuino marxismo: para Besteiro, se contrapone a él; para Araquistain, se identifica con él. Para Besteiro el marxismo es ciencia, para Araquistain es política revolucionaria.

Alvin W. Gouldner advierte la incoherencia, inherente al marxismo desde el principio, entre voluntarismo y determinismo, y sostiene que ello ha permitido interpretaciones contrarias que resultan ser verdaderamente marxistas. Su tesis es que…

… ambas son, de hecho, diferenciaciones estructurales de un solo marxismo originalmente indiferenciado (…). Su conjunción en el marxismo ordinario produce reiteradas tensiones y una segregación reductora de la tensión de los elementos incompatibles, aislándolos uno de otro en dos (o más) sistemas distintos y limitados de marxismos «elaborados», el marxismo crítico y el científico{34}.

Y es cierto, como sostiene Gouldner, que el marxismo padece esa tensión entre voluntarismo y determinismo, pero creo que esa tensión siempre se rompe del lado voluntarista, necesariamente, ya que el marxismo es, sobre todo, para Marx y para los marxistas, una doctrina para transformar el mundo, y que Marx, en lo esencial, afirma con rotundidad cómo tendrá lugar esa transformación (llucha de clases-revolución proletaria-dictadura del proletariado-sociedad comunista). Existe, pues, una prevalencia clara del voluntarismo. La experiencia histórica, por otra parte, ha demostrado que la revolución socialista{35} la han realizado los voluntaristas.

Unos de los puntos fuertes del marxismo crítico, pero también una de sus debilidades, según Gouldner, es lo ya apuntado por Besteiro: su romanticismo y su disposición a “aprovechar la oportunidad”. Los marxistas científicos son prudentes, y tratan siempre de proteger su futura capacidad para actuar cuando las condiciones objetivas permitan mejorar sus perspectivas de éxito. Esa fue exactamente la actitud de Besteiro (y la de Araquistain y Largo Caballero durante tanto tiempo, hasta que se bolchevizaron), la cual se acentuó con el paso del tiempo, mientras la de Araquistain se extremaba hacia el lado contrario.

Esta polémica teórica no se reducía a un mero debate académico, sino que era parte de la disputa en la que se ventilaba el poder en el PSOE y la UGT y la política que ambas formaciones seguirían. Araquistain defendía, por un lado –contra besteiristas y comunistas–, la defensa de la colaboración durante el bienio reformista, y por el otro –contra besteiristas y prietistas– justificaba la ruptura con los republicanos y el que, una vez convencidos de la inutilidad de cualquier colaboración con la república burguesa, se decidiese mantener el impulso revolucionario de octubre del 34.

De la insurrección del 34 a la Guerra Civil del 36

Un grupo de artículos publicados en Leviatán entre 1935 y 1936 quedan recogidos en Marxismo y socialismo en España en un capítulo el titulado “La táctica de los socialistas”. Son un análisis de la situación política del momento en los que se justifica tanto la coalición gubernamental con los republicanos de izquierda como la insurrección contra el gobierno radical-cedista, se afirma que son los socialistas quienes deben protagonizar el proceso revolucionario y se propone la táctica que se debe seguir al respecto.

En “Largo Caballero ante los jueces”{36}, Araquistain pretende demostrar que el líder socialista no podía, conforme la moral revolucionaria, hacerse responsable ante la justicia por los sucesos de octubre del 34, y que su conducta fue irreprochable desde el punto de vista de la doctrina marxista revolucionaria. Los marxistas no deben olvidar, argumenta Araquistain, que el poder judicial del Estado es un instrumento de clase, y, por lo tanto, un arma de la burguesía en la guerra civil. Una revolución social tiene muchos episodios y sería un crimen decapitar el movimiento en el primero de ellos. Por responsabilidad, en un momento en que la historia del país corría hacia un desenlace revolucionario protagonizado por el proletariado, su hombre más representativo debía eludir la responsabilidad penal y quedar en libertad para seguir la lucha revolucionaria{37}. A pesar de la presión contrarrevolucionaria, Largo quedó absuelto, lo que, según Araquistain, demostraba la desmoralización de la burguesía.

En el siguiente artículo{38}, Araquistain, sostiene de nuevo la tesis de la revolución defensiva, esto es, que los socialistas se lanzaron en octubre del 34 a la insurrección con un propósito básicamente defensivo para impedir que la CEDA tomara el poder e instaurara una dictadura fascista. Fue “una revolución preventiva, inspirada, sobre todo, en los fatales ejemplos del socialismo alemán, vencido sin lucha, y del socialismo austriaco, vencido en una lucha tardía”. Pero esta tesis contradice lo que dice sobre el juicio contra Largo Caballero en el artículo anterior. Resulta desconcertante que Largo, que se enfrentaba a una acusación tan grave como la de “rebelión militar”, fuera absuelto por el aparato judicial de un Estado fascista (instrumento de una “burguesía desmoralizada”), al cual es inherente la suspensión de las garantías judiciales y el principio que aconseja mantener a raya a los enemigos del régimen juzgándolos y condenándolos por lo que son y no solo por lo que hacen, cuando no son asesinados sin más ficciones legales. ¿Cómo es que la CEDA, si era fascista, no aprovechó el fracaso de la insurrección socialista para aplastar a sus organizaciones y encarcelar o asesinar a sus dirigentes? Demuestra que los socialistas sabían que la CEDA realmente ni era fascista ni estaba en camino de serlo el que confiaran en que se mantendría en pie la legalidad republicana y se respetarían las garantías judiciales si la insurrección no triunfaba. Por eso, los jefes revolucionarios creyeron que lo más conveniente era negar cualquier responsabilidad en la insurrección para evitar la cárcel y seguir la lucha revolucionaria, que es lo que Araquistain sostiene en su artículo sobre el juicio a Largo Caballero, el mayor mentís a su teoría de la revolución defensiva. Si la intención del Gobierno radical-cedista hubiera sido imponer un poder dictatorial, ilegalizar a las organizaciones revolucionarias y aplastar a la izquierda, perdió una ocasión inmejorable.

Araquistain y Largo Caballero eran rigurosos a la hora de aplicar el concepto “fascista” cuando utilizaban los mismos argumentos para sostener que en España no se daban las condiciones para que triunfara el fascismo: no había ejércitos desmovilizados y sin trabajo, no había millones de parados que oscilaran entre la revolución social y el ultranacionalismo, no había nacionalismo expansivo, no había masa obreras que apoyasen una dictadura nacionalista, ni había una burguesía que apoyara un nacionalismo de ese tipo{39}. La mayoría de las veces, sin embargo, llamaban fascistas hasta a los republicanos radicales de Lerroux{40}, y anunciaban la amenaza fascista que suponía el hecho de que éstos gobernaran, solos o en coalición con la aun más fascista CEDA. ¿A qué obedecía esta diferencia de criterio? A quienes estaban dispuestos a sublevarse contra el gobierno legítimo de la República les resultaba muy útil llamar fascistas a quienes no lo eran. Llamar fascistas a quienes gobernaban entonces la República legitimaba la insurrección contra ella. Anunciar la amenaza fascista alentaba a los partidarios de la insurrección y, además, facilitaba que no se opusieran a ella quienes se hubieran alarmado ante el peligro de una revolución proletaria.

En otro artículo de Leviatán, de marzo de 1936, se plantea Araquistain un problema clásico del socialismo: la posibilidad y probabilidad de llevar a cabo una revolución socialista, esta vez en España{41}. Araquistain sostiene que la sociedad española de 1936 se parece a la rusa de 1917, “con pequeñas variantes raciales, como una gota de agua a otra”. En España, como en la Rusia de 1917, el proletariado no puede soportar ya más la explotación y opresión de la dictadura económica y política burguesa y se dispone a saltar etapas. Largo Caballero, como Lenin, señala el camino verdaderamente marxista, esto es, revolucionario, y suscita en el proletariado la necesidad de eliminar de los puestos de mando del PSOE a los reformistas. Y es ese PSOE purgado el que debe unir a todas las organizaciones proletarias en torno suyo. Hecho esto, sólo habrá que esperar la mejor ocasión para dar el golpe final. Y termina Araquistain: “La guerra civil en que vivimos no se resuelve con componendas parlamentarias. El dilema histórico es fascismo o socialismo, y sólo lo decidirá la violencia”.

En el siguiente artículo de Leviatán, de mayo de 1936{42}, Araquistain polemiza con Vicente Uribe, del PCE, quien había contestado en Mundo Obrero el artículo anterior de Araquistain. La oposición de los comunistas a la república burguesa y a cualquier colaboración de las organizaciones obreras con ella había sido clara y rotunda desde el principio{43}. Es cierto –reconoce Araquistain– que los socialistas se equivocaron participando en las conjuras republicanas contra la monarquía y después en el gobierno republicano del primer bienio, pero reconocieron el error y reconocieron la necesidad de cometerlo, puesto que sin la conjunción republicano-socialista no habría llegado la II República. Pero erraron aun más los besteiristas (“nuestros mencheviques”, los llama Araquistain) que se opusieron a la alianza con los republicanos, y también los camaradas de Uribe, quien pretende, más que llevarse el gato al agua en una disputa teórica, socavar el prestigio del PSOE como partido dirigente de la revolución, acusándole de participar en una república burguesa. En definitiva, Araquistain deja claro que ninguna de las tendencias socialistas adversarias (besteiristas y prietistas) ni tampoco los comunistas, bien que por razones distintas, pueden conducir al proletariado español a la revolución: aquellos no quieren, estos, en España, no son una organización lo suficientemente potente para fraguar la unidad obrera. El ala caballerista de los socialistas se ha ganado históricamente la confianza de las más poderosas organizaciones obreras, y es su misión llevar al proletariado a la revolución. Para ello se están reorganizando, depurando y fortificándose.

Respecto de la depuración de las tendencias que se oponían a la izquierda socialista, y también sobre la necesidad de destruir la república democrática e implantar una dictadura del proletariado –en plena sintonía con Araquistain–, el texto –de significativo título– más rotundo es Octubre, segunda etapa, folleto publicado por las Juventudes Socialistas en abril de 1935:

No parecía fácil transformar la mentalidad de los jefes y jefecillos, que se habían abrazado para siempre a los mitos de la demo­cracia, de la legalidad, del Parlamento, y que consideraban consustancial la República burguesa con los intereses de la clase obrera (…). Hoy ya es una necesidad reconocida por todos la depuración revolucionaria del Partido Socialista; lo que nosotros denominamos su bolchevización (…). Está justificado, pues, que las Juventudes Socialistas de Es­paña nos asignemos la tarea de expulsar al reformismo de nues­tro seno, como una de las primordiales (…). Pero la expulsión de los reformistas no es más que una etapa del proceso de bolchevización del Partido Socialista. Una etapa que nosotros consideramos preciso vencer rápidamente para que las demás puedan realizarse con facilidades mayores. Quedan otras, que vamos a ir examinando [se refiere a la expulsión de los prietistas]. Renovación, el órgano de las Juventudes Socialistas, que tan gran papel jugó en la insurrección de octubre, publicaba meses antes de las gloriosas jornadas un artículo al cual pertenecen los párrafos siguientes: “Pero ahora parece surgir otra nueva –tendencia–, más peligrosa porque encierra un principio de acción, cosa hasta de la cual carece la primera –la fracción reformista–. Es la tendencia que desea un movimiento revolucionario para ir a una solución socialista republicana, en vez de republicana socialista. Es de­cir, para ir a un Gobierno de mayoría socialista, con republica­nos, experiencia cien veces peor que las pasadas”{44}.

La división del socialismo español después de octubre del 34 se agravó, y se agravó aún más tras la victoria del Frente Popular, hasta límites que han llevado a hablar de guerra civil en el socialismo español. El sector del partido llamado “centrista”, liderado por Prieto, que había participado, junto a la izquierda socialista, en la preparación y ejecución de la insurrección, decidió abandonar cualquier intento revolucionario e intentó, sin conseguirlo, transformar en coalición gubernamental la coalición electoral que era el Frente Popular. En esta coyuntura, los principales medios de expresión de la izquierda socialista –que, además de Leviatán, fueron Renovación y Claridad– estaban en plena sintonía.

Tanto en su primera etapa como semanario –de julio de 1935 a marzo de 1936, dirigido por Carlos Baraibar– como en su segunda etapa como diario –de marzo a julio de 1936, dirigido por Araquistain–, Claridad jugó un importante papel en la lucha ideológica emprendida por la izquierda socialista tras quedar desplazada de la dirección del PSOE por la corriente centrista{45}, dirigiendo sus ataques contra Prieto y su disposición a colaborar con los republicanos: los socialistas sólo entrarían en el gobierno del Frente Popular si encabezada un régimen netamente revolucionario junto a otros partidos revolucionarios, nunca con los republicanos burgueses. Acerca de esto, es significativo el título de un editorial de Claridad (20-4-1936), “El fin de la ilusión reformista”, en el que se afirmaba: “Hay que eliminar la ilusión de que la revolución proletaria socialista (…) podrá realizarse reformando el estado social vigente. No queda otro recurso que destruirlo de raíz”{46}. Y terminaba el artículo con el dilema propuesto tantas veces: dictadura fascista o dictadura socialista. Dilema que sólo podía resolverse mediante una guerra civil, tema recurrente en Araquistain, tanto en Leviatán como en Claridad.

La estrategia de la izquierda socialista se centró, pues, en evitar cualquier coalición que estabilizara al gobierno del Frente Popular{47} (este fue el objetivo prioritario de Claridad), lanzando sus ataques contra los prietistas, cuyos intentos en sentido contrario quedaban bloqueados por la mayoría izquierdista, que era minoría en la ejecutiva socialista, pero no en el partido ni en el grupo parlamentario socialista

Según Santos Juliá, el rasgo que define mejor la política de la izquierda socialista es su negatividad: “Políticamente, bloquear a Prieto significaba inutilizar la salida reformista a la crisis de la República. Pero inutilizar una salida no es posibilitar otra”. Los caballeristas proclamaban la muerte de la República del 14 de abril y la perentoriedad de la revolución, pero no hacían nada positivo para llevarla a cabo: se limitaban a esperar el fin del gobierno de Casares Quiroga, mientras las reformas sociales debilitaban al capitalismo y a la derecha, ésta reaccionaban con un golpe militar, y, aprovechando la situación, mediante la huelga general y la formación de milicias, tomas el poder e instaurar la dictadura del proletariado. Para Juliá, esto convertía a los intelectuales del partido, como Araquistain, en falsos revolucionarios que vivían en “el mundo ilusorio de la ideología”. No se trataba de la “teoría de una práctica de la toma del poder”, sino la ideología de la que se revestía una política negativa{48}. Pero Juliá se olvida que en octubre del 34, los discursos revolucionarios de la izquierda socialista precedieron a una verdadera intentona revolucionaria revolucionarios (no fue una huelga general que se desmandó un tanto) y que después, en 1935 y 1936, siguió habiendo plena coherencia entre los discursos y los actos de la izquierda socialista. Nunca fueron invocaciones revolucionarias meramente verbales. Juliá no tiene en cuenta que la distinción entre discursos y actos revolucionarios no es tan clara como pretende: el lenguaje revolucionario crea y es parte ya de la realidad revolucionaria. Nunca hubo revoluciones sin discursos revolucionarios; muchos grandes revolucionarios apenas hicieron otra cosa que dar discursos.

Conclusión

La izquierda socialista se fue radicalizando durante la II República conforme aumentaba la oposición a su proyecto político. No hay incoherencia en afirmar lo anterior y mantener al mismo tiempo que el factor primario de dicha radicalización fue el doctrinal. La izquierda socialista podía haber reaccionado a la oposición de sus adversarios no radicalizándose y aceptando el elemental principio de la democracia que obliga a quienes proponen un programa político que es rechazado a asumir que no se llevará a cabo mientras las mayorías parlamentarias lo impidan. Pero no lo aceptaron porque creían que, en esas circunstancias, hacerlo iba contra los intereses de los trabajadores. Es decir, su respuesta a una coyuntura concreta venía dictada por la doctrina marxista más ortodoxa, la cual es meridianamente clara al respecto: la democracia burguesa y todas sus instituciones son instrumentos de la burguesía para mantener la explotación de la clase trabajadora. Desde la perspectiva de la lucha de clases lo defensivo es indistinguible de lo ofensivo. Al respecto, hay que recordar que Lenin afirmaba que es absurdo dividir las guerras en defensivas y agresivas (y para Lenin una revolución es una guerra), y que no es el carácter ofensivo o defensivo de la guerra, sino los intereses de la lucha de clases, el criterio al que deben obedecer los socialistas.{49} Y este fue, efectivamente, el criterio que siguieron los socialistas españoles.

En una carta fechada el 3 de marzo de 1935, dirigida a Ángel Ossorio, Araquistain afirmaba: “Yo estoy entregado en cuerpo y alma al partido socialista, como no lo estuve nunca, y a la luz de la crisis económica mundial y permanente –inmensa superproducción de un lado e inmenso paro de otro– tengo el convencimiento, cada día mayor, de que Marx ha sido el vidente más grande que ha habido en la Historia y de que el mundo marcha rápidamente a la transformación social por él asegurada como necesaria y defendía por justa”{50}. Quizá, a la pregunta, ¿por qué Araquistain, Largo Caballero y tantos otros se radicalizaron y se entregaron confiados a la solución marxista revolucionaria?, haya que responder lo evidente: la creían la mejor solución.

Araquistain tenían razón al afirmar el carácter eminentemente revolucionario del marxismo. Besteiro tenía razón al temer las consecuencias trágicas de la revolución violenta y reconocer que la revolución del proletariado sólo puede llevarse a cabo con una gran violencia, lo que, por cierto, siempre reconocieron los revolucionarios. Plantear el dilema “dictadura capitalista/fascista o dictadura socialista” conducía inevitablemente a la guerra civil, y como reconocía Besteiro, también a una guerra civil en el seno de la izquierda. La consecuencia más lógica que surge del planteamiento de la lucha política en términos maximalistas es que sólo puede resolverse en los mismos términos, como Araquistain y Largo Caballero admitieron tantas veces. Esta disyuntiva no era obligada en 1936, y aún menos en 1933. Por desgracia, no fueron los únicos que se plantearon la misma trágica elección entre una dictadura u otra.

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Mario de Coca, Gabriel. Anticaballero: Crítica marxista de la bolchevización del partido socialista (1930-1936). Ediciones del Centro. Madrid. 1975.

“Octubre, segunda etapa”, en fundacionfedericoengels.net

Kolakowski Leszek. Las principales corrientes del marxsimo (II). La edad de oro. Alianza editorial. Madrid. 1982.

García Santesmases, Antonio. Marxismo y Estado. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 1986.

Notas

{1} Las cuatro corrientes que formaban la izquierda socialista fueron: los sectores del PSOE y la UGT encabezados por Largo Caballero (Secretario general del sindicato de 1918 a 1938 y Presidente del partido de 1932 a 1935); la corriente de los intelectuales y publicistas, cuyo figura principal fue Araquistain; las Juventudes Socialistas, encabezadas por Carrillo; y, por último, la federación ugetista de los trabajadores de la tierra, la de más peso en el sindicato. Ver Juliá, Santos. La izquierda del PSOE (1935-1936). Siglo XXI. Madrid. 1977.

{2} Citado en Abellán, José Luis. Historia crítica del pensamiento español. Tomo V (III). Espasa-Calpe. Madrid. 1991, p. 144.

{3} En 1909, el Partido Socialista Obrero Español, cambió su táctica aislacionista, decidiéndose a colaborar con los partidos burgueses con el objeto de derribar al gobierno Maura. Nace entonces la primera conjunción republicano-socialista. Este giro del socialismo español hacia el socialismo reformista permitió el acercamiento de intelectuales burgueses al PSOE. Araquistain ingresó en él en 1911.

{4} Obtenían carteras Francisco Largo Caballero (Trabajo), Indalecio Prieto (Hacienda y después Obras Públicas) y Fernando de los Ríos (Justicia y después Estado). Sin embargo, los socialistas apreciaron erróneamente, exagerándolo, su protagonismo en el cambio de régimen, lo que contribuyó a crear en ellos un sentido patrimonialista de la República. Ver De Blas Guerrero, Andrés. El socialismo radical en la II República. Túcar. Madrid. 1978, p. 13.

{5} A este respecto es interesante repetir la observación de Gabriel Mario de Coca, teórico del reformismo besteirista, que considera que la “riada socialista de 1931”, o lo que es lo mismo, el aumento desmedido de la afiliación al PSOE en 1931 (de 25.000 a 75.000 afiliados), sin experiencia ni educación sindical, fue una de las causas de su bolchevización. Araquistain dio suma importancia al mayor ímpetu revolucionario de estas nuevas generaciones, frente al reformismo sindicalista de su generación. Ver Mario de Coca, Gabriel. Anticaballero: Crítica marxista de la bolchevización del partido socialista (1930-1936). Ediciones del Centro. Madrid. 1975, pp. 41-42.

{6} Ver Lamo de Espinosa, Emilio. Filosofía y política en Julián Besteiro. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1973, p. 74.

{7} Araquistain participó en el Gobierno, siendo nombrado por Largo Caballero subsecretario del Ministerio de Trabajo. En el plano teórico -como se verá- Araquistain justificará la conjunción republicano-socialista después, en el momento de oponerse a ella, afirmando que fue un error necesario.

{8} Citados en De Blas Guerrero, Andrés. El socialismo radical en la II República. Túcar. Madrid. 1978, p. 19. La cita de Carrillo pertenece a un artículo de El Socialista de 30 de abril de 1931; la de Morón a La ruta del socialismo en España, publicado en 1932.

{9} Macarro Vera, José Manuel. “Causas de la radicalización socialista en la II República”. Revista de Historia Contemporánea, 1, 178-224, p.199.

{10} Araquistain, Luis. “Prólogo”, en Largo Caballero, Francisco. Discursos de los Trabajadores. Fontamara. Barcelona. 1979, pp. 15-24.

{11} El primer número sale el 1 de mayo de 1934; el último el 1 de julio de 1936. Ocupa, pues, el período más conflictivo de la II República.

{12} Macarro Vera, José Manuel. “Cultura republicana y cultura democrática en las izquierdas españolas (1931-1936)”. Revista de Historia Contemporánea, 9-10 (2), 311-328, p.327.

{13} Según Andrés de Blas, “Largo Caballero procedió a un deliberado proceso de dramatización del fin colaboracionista, ocultando las verdaderas e importantes razones de la misma en simplificaciones altisonantes (expulsión, traición, persecución) más coherentes con la intención última de la nueva estrategia” De Blas Guerrero, Andrés. El socialismo radical en la II República. Túcar. Madrid. 1978, p. 101.

{14} Su postura de entonces la resumió Araquistain veinte años más tarde: “Yo he distinguido siempre y sigo distinguiendo entre la Internacional comunista y la revolución rusa. La Internacional me parecía una calamidad y la revolución un gran acontecimiento histórico que ningún socialista tenía derecho a combatir [la Internacional era] en realidad órgano exterior del Estado soviético (…). Pero muchos socialistas, en España y en todas partes, no supieron o quisieron hacer esta distinción (…) y no sin dolor me separé temporalmente del Partido Socialista”. Araquistain, Luis. Sobre la guerra civil y la emigración. Espasa-Calpe. Madrid. 1983, p. 246. Este libro es un conjunto de ensayos, a uno de los cuales, “Mis tratos con los comunistas” fechado con interrogantes en 1944, pertenece esta cita.

{15} Largo Caballero, Francisco. “En el Gobierno de España”. Discursos a los Trabajadores. Fontamara. Barcelona. 1979, pp. 33-51. Conferencia en el cine Pardiñas en julio de 1933, con añadidos de la conferencia en la Escuela de Verano de Torrelodones.

{16} Esta cita, incluida en parte en los “Discursos”, es uno de los añadidos de la conferencia dada por Largo en la Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas en Torrelodones en agosto de 1933.

{17} Largo Caballero, Francisco. “Fuera del Gobierno”. Discursos a los Trabajadores. Fontamara. Barcelona. 1979, pp. 73-91.

{18} Largo Caballero, Francisco. “En plena lucha electoral”. Discursos a los Trabajadores. Fontamara. Barcelona. 1979, pp. 109-152.

{19} Besteiro reiteró en su conferencia las críticas al colaboracionismo anterior, expresando ahora su preocupación por la bolchevización creciente. Esto no gustó nada a las Juventudes Socialistas, que se quejaron a Largo, que decidió intervenir defendiendo la dictadura del proletariado. “Comenzaba así realmente la radicalización del PSOE”. Lamo de Espinosa, Emilio. Filosofía y política en Julián Besteiro. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1973, p. 90.

{20} Sobre la preparación, la ejecución y el carácter de golpe de Estado de la insurrección de octubre de 1934 nada mejor que dar la palabra a quienes la prepararon, ejecutaron y reconocieron su condición de golpe de Estado para tomar el poder e imponer una dictadura socialista. Las fuentes esenciales son: Escritos de la República, Notas históricas de la guerra de España (1917-1940), de Largo Caballero, en la edición de Santos Juliá que recoge las instrucciones para la insurrección dadas por el Comité Nacional Revolucionario en junio-julio de 1934, guardadas en la Fundación Pablo Iglesias. El bienio negro, de Juan Simeón Vidarte, vicesecretario general del PSOE de 1932 a 1939. El movimiento revolucionario de octubre, de Amaro del Rosal, miembro del Comité Nacional del UGT y militante del PSOE. Memorias, de Santiago Carrillo, secretario general de las Juventudes Socialistas, y Testimonio de dos guerras, de Manuel Tagüeña, dirigente de las Juventudes Socialistas.

{21} Largo Caballero, Francisco. “En marcha hacia el socialismo”. Discursos a los Trabajadores. Fontamara. Barcelona. 1979, pp. 153-178. Discurso pronunciado en el restaurante Biarritz, en el banquete organizado por el Arte de Imprimir.

{22} Araquistain, Luis. “La nueva etapa del socialismo”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 13-22.

{23} Lenin desarrollará la idea marxista del Estado en el Estado y la revolución, donde acusa de traicionar a Marx a quienes reniegan de la revolución y la dictadura del proletariado, a la que define como la “autoridad libre de las ataduras de la ley, sin la menor restricción de ninguna normativa, y basada directamente en la fuerza”. La socialdemocracia alemana había renunciado a la revolución y a la dictadura del proletariado, a pesar de las prevenciones, no sólo de Marx, sino también de Engels, a quien cita Lenin: “La revolución es un acto en que una parte de la población impone su voluntad a la otra por medio de fusiles, bayonetas, cañones, es decir, por los medio más autoritarios. Si la Comuna de París no hubiera contado con la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿hubiera podido durar más de un solo día? ¿No tenemos que censurar más bien a la Comuna por no haber hecho un uso suficiente de su autoridad?”. Ver García Santesmases, Antonio. Marxismo y Estado. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 1986.

{24} Araquistain, Luis. “El profesor Besteiro o el marxismo en la Academia” y “Un marxismo contra Marx”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 23-62.

{25} Después del fracaso de la insurrección de octubre del 34, junto a Besteiro, Prieto será el principal adversario político de Largo dentro del PSOE.

{26} La “Sociedad de los Fabianos”, fundada en 1884, preconizaba el pasaje gradual del capitalismo al socialismo, por medio de la colaboración de la burguesía y del proletariado. El socialismo Fabiano se oponía a la lucha de clases, a la revolución y a la dictadura del proletariado.

{27} Araquistain, Luis. “La esencia del marxismo”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 63-79.

{28} Ver Besteiro, Julián. Marxismo y antimarxismo. Editorial ZYX. Madrid. 1968, p. 35

{29} Besteiro, Julián. Marxismo y antimarxismo. Madrid: Editorial ZYX, 1968, p. 35.

{30} Creo que es imposible negar que Marx propugnó siempre la destrucción del Estado en su forma de democracia burguesa, y que, en consecuencia, el marxismo, no es una doctrina evolucionista, en el sentido de prever un cambio gradual, pacífico, de un régimen socio-económico a otro. Escribe Antonio García Santesmases que las tesis fundamentales de Marx y de Lenin sobre el Estado han sido sintetizadas por Etienne Balibar en tres puntos: 1) En la historia, el poder del estado es siempre el poder político de una clase sobre otra, que lo detenta en cuanto clase dominante de la sociedad. 2) El poder de la clase dominante no puede existir sin el funcionamiento del aparato del Estado, del cual es el núcleo principal su aparato represivo. Por esta razón, la revolución proletaria es imposible si no se destruye el Estado. 3) Esto se aplica igualmente al Estado y a la dictadura del proletariado, que son indisociables. García Santesmases, Antonio. Marxismo y Estado. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 1986, p. 35. Según estas tesis -que subscribirían el Araquistain “marxistizante” y el bolchevizado Largo- el marxismo es eminentemente revolucionario.

{31} Incluso con un desarrollo capitalista mínimo, sin apenas proletariado, se mantiene el esquema marxista, diciendo “campesinos”, donde dice “proletarios”, como ocurrió en China, o, simplemente aunando a unos y a otros bajo el rótulo “trabajadores”. Que los trabajadores sean industriales o no dejará de ser esencial.

{32} Un hecho histórico demuestra que el marxismo es intrínseca, inequívoca y necesariamente revolucionario, y que la socialdemocracia reniega de hecho del marxismo: en 1959, la socialdemocracia alemana -y después toda la socialdemocracia europea- renunció a lo que Willy Brandt llamaba "teología del objetivo final", es decir, renunció al marxismo y aceptó la economía de mercado. Los socialdemócratas renegaron primero de la esencia revolucionaria del marxismo, como denunció Lenin, y acabaron renegando formalmente del marxismo.

{33} Citado en Lamo de Espinosa. Filosofía y política en Julián Besteiro. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1973, p. 231.

{34} Gouldner, Alvin W. Los dos marxismos. Alianza Universal. Madrid. 1989, p. 47.

{35} Me refiero a las revoluciones y a los regímenes socialistas realmente existentes en Rusia, China, Cuba, Vietnam, etc.

{36} Araquistain, Luis. “Largo Caballero ante los jueces”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 91-100.

{37} Según Gouldner, la “misión del marxismo crítico es salvaguardar el propósito y el impulso revolucionario; la del marxismo científico es proteger al instrumento organizativo y sus opciones futuras”. Gouldner, Alvin W. Los dos marxismos. Madrid: Alianza Universal, 1989, p. 60. Así, la postura de la izquierda socialista después del fracaso de la insurrección de octubre del 34, que mantuvo su intención revolucionaria, por un lado, y la de los prietistas (que abogaron por una reedición de la conjunción republicano-socialista) y besteiristas (que siempre se negaron a seguir la opción insurreccional), por otro.

{38} Araquistain, Luis. “La revolución de octubre en España”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 101-115. Publicado en Leviatán en febrero de 1936, pero escrito a fines de octubre de 1934 y publicado en Foreign Affairs.

{39} Ver De Blas Guerrero, Andrés. El socialismo radical en la II República. Túcar. Madrid. 1978, p. 118.

{40} “Fascista” se había convertido en una manera de descalificar y deslegitimar al adversario político. No cabe interpretar de otra manera la imprecisión conceptual con la que se llamaba fascista a los lerrouxistas y a todo lo que quedaba a su derecha, como se leía en El Socialista del 28 de noviembre de 1933: “(…) cuantos se llaman o se llamen republicanos a la derecha del partido radical son monárquicos inconfundibles que ni siquiera merecen ese nombre, sino el de fascistas. Por extensión, los radicales son asimismo acreedores a ese calificativo”. Araquistain, por su parte, llegaba al extremo de calificar como fascista el New Deal de Roosevelt.

{41} Araquistain, Luis. “Paralelo histórico entre la revolución rusa y la española”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 125-147.

{42} Araquistain, Luis. “¿Qué partido obrero debe dirigir la revolución?”, en Marxismo y socialismo en España. Fontamara. Barcelona. 1980, pp. 149-158.

{43} Tan pronto como el 1 de agosto de 1931, publicaba el PCE un manifiesto en el Día Rojo Internacional en el que se leía: “Frente a las Cortes, órgano de la contrarrevolución, los obreros y campesinos deben alzar su propio poder revolucionario: los soviets de obreros, soldados y campesinos (…) Sólo así, sobre la base de los soviets en lucha contra el Gobierno provisional y contra las Constituyentes, las masas obreras y campesinas pueden y deben continuar desarrollando la revolución democrática, creando las bases para transformarla en revolución proletaria”

{44} “Octubre, segunda etapa”. No señalo página porque recojo la cita de le versión electrónica de paginar de dicho texto en www.fundaciondedericoengels.net

{45} Y con ello, la de El Socialista –cerrado tras la insurrección, dirigido por el prietista Julián Zugazagoitia con quien protagonizó un sonado incidente Araquistain, entonces director de Claridad, tras la elección de Azaña como Presidente de la II República. Los testigos no se ponen de acuerdo en quién abofeteó a quién. Muestra de la agria división de los socialistas, aunque no tan grave como el también sonado mitin de Ecija, donde Prieto tuvo que huir en coche mientras sus los escoltas intercambiaban disparos con los caballeristas, después de que Prieto, tachado de "fascista", decidiera suspender el mitin cuando le arrojaron piedras y botellas y se escucharan varios disparos.

{46} Citado en De Blas Guerrero, Andrés. El socialismo radical en la II República. Madrid: Túcar, 1978, pp. 159-160.

{47} Sobre esta estrategia, cuenta Juan Marichal que Araquistain le contó poco antes de su muerte que transformaron las elecciones de Azaña a la presidencia de la República - tras la destitución de Alcalá-Zamora- en “una siniestra maniobra del ala izquierda del Partido Socialista con el fin de relegarlo a las «alturas» presidenciales carentes de función ejecutiva”, impidiendo al mismo tiempo que Prieto sustituyera a Azaña en la presidencia del Consejo. Se trataba de conseguir un gobierno incapaz de “frenar a las masas o calmar a las derechas y se precipitara el paso a un gobierno revolucionario”. La maniobra fue proponer a Azaña como presidente de la República y vetar a Prieto como presidente del ejecutivo (y añado yo, postular desde Claridad a Casares Quiroga en su lugar). Largo Caballero, sin embargo, lo negó todo. Ver Juliá, Santos. La izquierda del PSOE (1935-1936). Siglo XXI. Madrid. 1977, pp. 95-96.

{48} Ver Juliá, Santos. La izquierda del PSOE (1935-1936). Siglo XXI. Madrid. 1977, pp. 9 y 304.

{49} Ver Kolakowski Leszek. Las principales corrientes del marxsimo (II). La edad de oro. Alianza editorial. Madrid. 1982, p. 485.

{50} Citado en Tusell, Javier. “Estudio preliminar”. En Araquistain, Luis. Sobre la guerra civil y en la inmigración. Espasa-calpe. Madrid. 1983.

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