El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 184 · verano 2018 · página 8
Artículos

El regeneracionismo español

José Alsina Calvés

Bajo este rótulo se esconde una pluralidad de corrientes: krausismo, carlismo, maurismo, liberalismo, regionalismo, falangismo…

regeneracionismo

Bajo el nombre de Regeneracionismo se conoce una corriente de opinión, muy genérica, que cristaliza con la crisis de 1898, cuando España es derrotada por los EEUU y pierde sus últimas posesiones de ultramar (Cuba y Filipinas), pero que tiene sus antecedentes. Existen muchas recetas regeneracionistas, pero todas tiene algo en común:

1. La conciencia de la decadencia de España
2. La necesidad de un “despertar” frente a esta decadencia
3. La posibilidad de esta necesaria regeneración

El Regeneracionismo en su conjunto se opone a dos visiones de la cuestión de España: el liquidacionismo y el casticismo.

Para el liquidacionismo España es un error histórico, algo que nunca debería haber existido, fruto de la ambición y del fanatismo de las clases dominantes, superestructura opresiva de las “autenticas” naciones catalana, vasca, gallega o andaluza. El liquidacionismo ha estado siempre presente en los nacionalismos fraccionarios, que han visto a la España histórica como un “conglomerado” de naciones. Está visión liquidacionista de España la encontramos también, aunque parcialmente, en la Constitución de 1978 (no olvidemos que los nacionalistas fraccionarios participaron de forma activa en su elaboración), que, si por una parte define a España como una nación, luego añada que está formada por “regiones y nacionalidades”, y que institucionaliza la división de España en 17 comunidades autónomas (que son en realidad embriones de Estado), cuya asunción de competencias políticas va vaciando al Estado no solamente de contenido político, sino de discurso y de proyecto.

Las izquierdas revolucionarias del periodo se la II República y de la Guerra Civil (PSOE, PCE, CNT-AIT) también participaron en esta visión liquidacionista. España debía desaparecer, no para fraccionarse en micro estados, sino para convertirse en satélite de la URSS.

La visión casticista no niega la existencia de España, pero cree que está definida por su “intrahistoria”, por una “casta” inamovible que convierte en ilusorio cualquier proyecto regeneracionista. La expresión de Unamuno ¡Que inventen ellos¡ refleja muy bien esta posición. El casticismo no aparece nunca como una doctrina elaborada. Es más bien un estado de espíritu, una actitud, que encontramos sobretodo en algunos autores de la llamada “generación del 98”, pero no en todos.

Los regeneracionistas de todas las tendencias creen en España, y creen que España puede regenerarse. En conjunto el regeneracionismo se presenta como un precursor del Hispanismo que propugnamos, en cuanto cree en un “ser” de España, pero que ve este “ser” como un “ser-ahí” (Dasein) en el espacio y en el tiempo, y cuya esencia es su existencia, es decir, no algo dado e inalterable, sino como un “ser” que se hace en la historia y como dominio de la libertad.

Sin embargo las distintas propuestas regeneracionistas difieren en el diagnóstico de la decadencia de España y difieren también en que camino y que características debe seguir esta regeneración. Pasaremos revista a las más destacadas.

Regeneracionismo progresista: el krausismo

Los orígenes del krausismo como corriente filosófica y su difusión por España son muy anteriores a la crisis del 98. El nombre de krausismo proviene de Karl Christian Friederich Krause (1781-1832), un oscuro y poco conocido filósofo alemán, contemporáneo de Hegel, por quien fue altamente influido, así como por Fichte y Schelling{1}.

La filosofía de Krause es un idealismo con ribetes místicos, cercano al panteísmo, con una mínima influencia en Alemania. Sin embargo su doctrina tuvo una importante repercusión en España, repercusión cuya importancia hay que verla desde el punto de vista político y, sobretodo, pedagógico, pues desde el punto de vista filosófico no pasa de ser una mediocre excentricidad, especialmente si tenemos en cuenta que es contemporánea a la gran influencia de Comte y del positivismo.

Pero la verdadera clave del krausismo español fue Enrique Ahrens, nacido en Kniestedt (Hannover) en 1808. Filósofo y humanista de amplio espectro, su faceta capital fue la jurídica y política{2}. La publicación de su Curso de Derecho, traducido por Ruperto Navarro Zamorano, amigo y condiscípulo de Julián Sainz del Rio, fue el factor desencadenante.

El fundador de la escuela krausista española fue el mencionado Julián Sainz del Rio (1814-1869). Estudió en el Seminario de Córdoba, se graduó en cánones por Toledo y Granada, en leyes en Madrid, donde también se doctoró en 1840. Después de ampliar estudios en Heildelberg con los discípulos de Krause, fue nombrado catedrático de Filosofía de Madrid, sin oposición, en 1845. Discípulo de Saiz del Rio fue Nicolas Salmerón (1838-1908), que fue ministro de Justicia en el primer gobierno de la I República, presidente del Congreso y, posteriormente, presidente de la República. Hacia el final de su vida abjuró del krausismo y se aproximó al positivismo comtiano.

Otro personaje fundamental en la historia del krausismo español fue Francisco Giner de los Rios (1839-1915). En 1866, con solo veintisiete años, fue nombrado catedrático de Filosofía del Derecho de Universidad Central. Expulsado dos veces de la Universidad, la primera en 1868 por solidaridad con sus colegas Sainz del Rio y Salmerón, y, después de ser readmitido será expulsado otra vez en 1875 por negarse a aceptar el decreto del ministro Orovio. Juntamente con otros profesores expulsados, creará la Institución Libre de Enseñanza en 1876, de la que hablaremos posteriormente.

Otros personajes que podemos relacionar con el krausismo son Salvador de Madariaga (1886-1978), Fernando de los Rios (1879-1949) y Julian Besteiro (1870-1940), estos dos últimos militantes del PSOE. Fernando de los Rios, sobrino de Giner, aunque se educó en el krausismo, posteriormente se aproximó a la filosofía de Kant y después al marxismo. A estos personajes, más o menos influenciados por el krausismo, hay que añadir otros que nuca profesaron la filosofía krausista, pero simpatizaron con los ideales políticos y/o pedagógicos de los krausistas, como es el caso de Joaquín Costa (1846-1811) o el propio Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), que fue presidente de la Junta de Ampliación de estudios (JAE), organismo creado al rebufo del regeneracionismo pedagógico de los krausistas y de la Institución Libre de Enseñanza.

¿Cuál es la aportación del krausismo a la historia de España y a la idea regeneracionista? Prácticamente nula desde el punto filosófico: el krausismo es una filosofía idealista, mística y panteísta, prácticamente desconocida en la mayoría de países europeos en un momento de auge del positivismo. Pero el krausismo es importante en dos aspectos: el político y el pedagógico.

El krausismo como “socialismo organicista”

Los krausistas militaron siempre en lo que hemos venido a llamar “la izquierda”, desde el liberalismo radical, el republicanismo hasta el socialismo moderado. Sin embargo en la deriva política del krausismo es fundamental la idea de “organicismo social”, que se opone al individualismo de corte rousseauniano, y que ha llevado a autores, como Fernández de la Mora{3}, a sostener que la idea de “democracia orgánica” o “representación corporativa”, sostenida por tradicionalistas primero, y falangistas después, es, de hecho, originaria de los krausistas.

Los krausistas siempre se manifestaron contrarios al individualismo liberal y a la idea de contrato social. Parten de la idea de que la sociedad es anterior al individuo, y que a esta sociedad humana hay que entenderla como un “organismo” y no como un “mecanismo”. Postulan la existencia, entre el individuo y el Estado, de una serie de “cuerpos intermedios”: la familia, el municipio, la comarca, la región, las corporaciones profesionales, y, en consecuencia, defienden que la representación de los ciudadanos y su participación política deben hacerse a través de cauces representativos de estos “cuerpos intermedios”, de aquí su “democracia orgánica”.

La mayoría de las propuestas constitucionales de políticos de formación krausista iban en la línea de unas cortes bicamerales: una elegida por sufragio universal y otra donde estuvieran representados los intereses territoriales y las corporaciones profesionales. En este sentido fue muy interesante el debate entre Nicolás Salmerón, representante del organicismo krausista, y Pi y Margall, exponente del liberalismo individualista.

En 1873 se encargó a Salmerón, ministro de Justicia de la I República, la elaboración de unas bases para una nueva Constitución. El documento resultante estaba totalmente inspirado en el organicismo krausista. Veamos algunos ejemplos:

Base tercera: Los organismos políticos de la Nación son el Municipio, el Cantón (Estado regional) y el Estado Nacional.

Base quinta: El Municipio y el Cantón son soberanos en su esfera interior de acción, sin más límites que los derechos de la persona humana y los principios constitucionales del Estado.

Base decimotercera: Los Municipios determinaran la organización de estos poderes según sus condiciones particulares.

Cuerpos intermedios, municipalismo, principio de subsidiariedad, en definitiva, democracia orgánica es lo que encontramos en la propuesta de Salmerón. A Salmerón se opuso Pi y Margall, defensor de un federalismo individualista. El 17 de julio de 1873 se presentó a las Cortes un proyecto de Constitución, elaborado por una comisión presidida por el liberal Castelar, que intentaba una síntesis entre las dos propuestas, pero que rechazaba la representación corporativa. La fórmula no gusto a ninguna de las dos facciones, y a la larga acabó provocando la escisión entre los republicanos.

Y aquí se produce una curiosa paradoja: los principales adversarios ideológicos del krausismo fueron los tradicionalistas (fueran o no carlistas) y los católicos sociales. La filiación izquierdista y la relación con sectas masónicas de muchos krausistas, su panteísmo religioso próximo al deísmo y su vago misticismo les hacían irreconciliables con los defensores de la tradición católica. Sin embargo en muchas de sus propuestas políticas hay una inevitable convergencia: aintindividualismo, concepción orgánica de la sociedad, principio de subsidiariedad y representación corporativa son propuestas político-institucionales que encontramos en ambos bandos. Estamos convencidos de que una lectura desapasionada de La crisis del Humanismo de Ramiro de Maeztu habría hecho las delicias de muchos krausistas, que habrían suscrito una buena parte de la obra.

El krausismo y la regeneración por la educación

El 26 de febrero de 1875, Manuel de Orovio y Echagüe, ministro de Fomento del gobierno conservador de Cánovas del Castillo publicaba un decreto y una circular que iba a dar origen al conflicto conocido como “cuestión universitaria”{4}. El decreto anunciaba la formación de una lista de textos autorizados, y ordenaba a los profesores universitarios y de instituto a presentar los programas de sus asignaturas para su aprobación por el gobierno. El objetivo principal era el control de los profesores krausistas. Orovio había sido nombrado ministro de Fomento a consecuencia de un pacto de Cánovas con los sectores neocatólicos que se habían unido al partido Conservador y apoyaban el proyecto de la Restauración.

Muchos profesores de universidad y de segunda enseñanza se rebelaron y protestaron contra el decreto, unos por simpatías con el krausismo, pero muchos otros solamente por la defensa de la “libertad de cátedra”{5}. Se produjeron expulsiones masivas de profesorado. En 1876 un grupo de estos profesores, la mayoría de formación krausista, fundaba la Institución Libre de Enseñanza.

La Institución Libre de Enseñanza pretendía ser una especie de “Universidad Libre”, pero en la práctica acabó dando lugar a instituciones dedicadas a la enseñanza primaria y secundaria y a la formación de maestros. Pero además la ideología “institucionista” iba a ser la principal inspiradora de dos instituciones fundamentales en el regeneracionismo progresista: la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) y la Residencia de Estudiantes. Hay que aclarar, sin embargo, que aunque los krausistas fueron los iniciadores de estos proyectos, podemos encontrar colaborando en los mismos a personas que no comulgaban en absoluto con la filosofía krausista, como el propio Santiago Ramón y Cajal, que fue el primer presidente de la JAE.

Vinculadas a la JAE y a la Residencia de Estudiantes se crearon una serie de instituciones que van a ser importantes en el desarrollo pedagógico y científico español: El Centro de Estudios Históricos, el Instituto-Escuela, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, que aglutinó a los ya existentes como la Estación Biológica de Santander, el Laboratorio de Investigaciones Físicas (y su sucesor el Instituto Nacional de Física y Química, alojado en el Edificio Rockefeller), el Museo Antropológico, el Museo de Ciencias Naturales o el Real Jardín Botánico de Madrid.

Después de la Guerra Civil desaparece la JAE y es sustituida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que, aunque de orientación ideológica absolutamente opuesta a la de la JAE va a ser su continuador en muchos aspectos y va a hacerse cargo de todos estos centros.

Regeneracionismo tradicionalista: el carlismo

El carlismo es, sin duda, un fenómeno matapolítico, cultural y religioso de una importancia extraordinaria. No podemos profundizar en demasía sobre su naturaleza e historia, sino que nos limitaremos a estudiar sus relaciones con el regeneracionismo{6}. El carlismo aparece mucho antes de la crisis del 98, y aparece ligado a una cuestión dinástica, cuando a la muerte de Fernando VII su hermano Carlos reclama el trono de España en contra de las pretensiones de su hija Isabel. Sin embargo puede hablarse de un “protocarlismo” en la Guerra de la Independencia, cuando los sectores populares ven a los franceses no solamente como invasores territoriales, sino también como portadores de ideas revolucionarias contrarias a la Tradición. Asimismo puede considerarse protocarlista la revuelta de los campesinos catalanes (guerra dels malcontents) en vida de Fernando VII contra la camarilla liberal que rodeaba al rey.

El carlismo se inicia como un pleito dinástico, pero es, evidentemente, mucho más que una cuestión dinástica, lo que no es contradictorio con el hecho de que la existencia de una dinastía “alternativa” contribuye a su unidad y continuidad.

Tal como hemos anunciado no pretendemos hacer aquí un estudio exhaustivo del carlismo, sino ver en qué medida puede incluirse al carlismo dentro de las corrientes regeneracionistas. Durante el periodo conocido como Restauración, inaugurado por Cánovas del Castillo dos grandes tradiciones políticas españolas quedan al margen del sistema: el carlismo y el republicanismo. Aunque algunos sectores desgajados del carlismo (los neocatólicos de Pidal y Mon) se integran en el Partido Conservador, y algún sector de republicanos moderados lo hace en el Liberal, estas dos fuerzas “antisistema” mantienen su existencia.

El carlismo, poco a poco, va configurando una doctrina, que encaja perfectamente en la definición genérica que hemos dado de Regeneracionismo al principio del capítulo: para el carlismo la decadencia de España es producto del liberalismo y de su antecesor, el absolutismo (con sus tendencias centralizadoras y la primacía del Estado como aparato burocrático-administrativo sobre la sociedad real). Para el carlismo, el “despertar” frente a esta decadencia ya se ha producido, en forma del levantamiento cívico-militar. Para el carlismo la posibilidad de “regeneración” (aunque nunca utiliza esta palabra) pasa por la victoria militar y la aplicación de su doctrina.

A principios del siglo XX el carlismo sufre una inesperada renovación y renacimiento, abandonando sus antiguos planteamientos insurreccionales, y adaptándose muy bien a las nuevas formas de lucha política en el seno de una sociedad urbana{7}. Sus propuestas políticas podrían resumirse de la siguiente manera:

1. Monarquía “tradicional”. Es un concepto algo difícil de definir. Se opone a la monarquía constitucional, pero tampoco es la monarquía absoluta traída a España por los Borbones, que es centralista y uniformizadora (en este sentido es incorrecto llamar “absolutistas” a los carlistas). Remite a la monarquía de los Austrias (los antecedentes políticos de las carlistas serían los austracistas de la Guerra de Sucesión) en que el Rey gobernaba con el auxilio de unas cortes y respetaba los fueros y costumbres de los distintos reinos que integraban las Españas.

2. Fuerismo- Regionalismo. Los distintos reinos que integran las Españas (Castilla-León, Aragón, Valencia, Navarra) deben conservar sus instituciones tradicionales y sus peculiaridades culturales (cortes, lengua propia cuando la hay, derecho civil), pero siempre dentro de la unidad indisoluble de la Patria española o Patria Grande.

3. Concepción orgánica de la sociedad. En contra de lo que mantiene el liberalismo, la sociedad no es un agregado de individuos “libres e iguales”, sino que está formada por una conjunción orgánica de cuerpos intermedios: familia, municipio, comarca, región (a veces antiguo reino), corporación profesional (gremio, sindicato) u otras instituciones como las Universidades. La representación política debe hacerse a través de estas instituciones.

4. Unidad católica. La religión católica se considera consubstancial a la esencia de España, y se exige la libertad de la Iglesia frente al Estado.

Estas propuestas políticas son, sin duda alguna, un auténtico programa de oposición a lo que fue la Restauración canovista. Algunas de estas propuestas políticas coincidían (la 2 y la 3) con el regionalismo conservador o incluso con el republicanismo moderado, de corte krausista.

Una de las muestra más notables de la participación carlista en el los movimientos regeneracionistas fue el de Solidaridad Catalana: Solidaridad Catalana, conocida principalmente por su nombre en catalán Solidaritat Catalana, fue una coalición de partidos de Cataluña. Este movimiento unitario, formado por los catalanistas de la Lliga Regionalista, los carlistas catalanes, los republicanos nacionalistas, los republicanos federales y los integristas (sólo quedaron fuera los partidos dinásticos y los republicanos lerrouxistas), cosechó un gran éxito en las elecciones generales de abril de 1907 en las que obtuvo 41 de los 44 escaños que se elegían en representación de las cuatro provincias catalanas. Por primera vez los partidos “turnistas” (conservador y liberal) sufrían un golpe político de estas características.

Aunque teóricamente el presidente de la coalición era el republicano Nicolás Salmerón, su auténtico ideólogo fue Francesc Cambó, dirigente de la Lliga y procedente de una familia carlista.

Regeneracionismo autoritario: el maurismo{8}

El fallecimiento de Antonio Cánovas en 1897 había dejado sin líder al Partido Conservador. Este partido (al igual que el liberal) no tenía nada que ver con un partido de masas moderno. Desde el punto de vista organizativo era poco más que un club parlamentario y una red de casinos locales, a través de los cuales conectaba con las oligarquías caciquiles y los grupos clientelares que le aseguraban un voto cautivo.

Desde el punto de vista “ideológico” era una amalgama de fracciones dispares, desde los unionistas, que integraban la mayoría vinculada a Cánovas, los ultramontanos o neocatólicos de Pidal, próximos al carlismo pero que se mantenían dentro del sistema, los romeristas, seguidores de Romero Robledo, y los silvelistas, que habían secundado a Francisco Silvela en su disidencia en 1893, muy crítico respecto al estancamiento de partido{9}.

El impasse provocado por la muerte de Cánovas concluyó con la llegada de Silvela a la dirección del partido, y la refundación de este como Unión Conservadora. A partir de aquí se iniciará un programa de gobierno reformista que culminará en Antonio Maura. Este nuevo conservadurismo se caracterizó por la asunción formal de muchas de las propuestas del regeneracionismo. Así pretendía por un lado neutralizar unas iniciativas cuyo control escapaba al control de los partidos turnistas, y por otra parte dotarse de unos contenidos políticos que incrementaran sus bases de apoyo social.

En los periodos 1899-1904 y 1907-1909, en que ejercieron el poder, los conservadores plantearon un ambicioso conjunto de propuestas políticas: reforma fiscal de Villaverde, leyes electoral y municipal de Maura, dirigidas al descuaje del caciquismo, legislación social de Dato, etc. Sin embargo la mayoría de estos proyectos no llegaron a la realidad social, en parte por las falta de medios, en parte también por la descoordinación interna de un partido donde los notables actuaban con gran independencia.

Además, el concepto de revolución desde arriba propugnado por Maura se atenía a los presupuestos elitistas propios del liberalismo decimonónico. En lugar de ir a la construcción de un partido de masas conservadoras que aportará las bases de una política regeneracionista, se optó por un partido de cuadros integrados por políticos profesionales.

A pesar de la cacareada ideología regeneracionista y el rechazo teórico al caciquismo, las tramas oligárquicas locales seguían siendo la principal garantía de pervivencia del sistema. Maura intentó en 1903 el experimento de las elecciones honradas (es decir, sin pucherazo), donde se demostró que el peso real de la izquierda antimonárquica era muy superior del que la atribuía el monopolio parlamentario de los partidos turnistas. Frente a los peligros de la democratización interna, optaron por intentar convocar a la retraída clase media a las elecciones locales, en las que el sufragio indirecto garantizaba el predominio de las élites tradicionales.

Por otra parte, tanto el propio Maura como su ministro de la gobernación, Juan de la Cierva, mostraron una abierta tendencia a considerar cualquier crítica u oposición a su política como una cuestión de orden público. La ley de terrorismo, planteada sin éxito en 1907 y, sobretodo, los sucesos de la Semana Trágica de 1909 y la posterior represión, hicieron que el propio partido Liberal se aproximará a los sectores republicanos, y que presentaran a Maura como paladín del autoritarismo y del integrismo.

Entre los años 1909 y 1913 Maura fue perdiendo terreno en el partido conservador a favor de un nuevo líder que se perfilaba, Eduardo Dato. En 1912, ante la crisis provocada por el fallecimiento del líder liberal Canalejas, el rey consulto a Maura para la formación de un nuevo gobierno, pero las condiciones impuestas por este eran tan duras que, de haberse cumplido, se habría provocado la ruptura con el partido liberal y, por tanto, con el turnismo.

Los notables del partido apoyaron a Dato para la formación de un gobierno conservador idóneo. El gesto abandonista de Maura no fue aceptado por sus seguidores dentro del partido conservador, y aquí se inicia la disidencia maurista. A los pocos días de la formación del gobierno conservador presidido por Dato, el abogado madrileño Angel Ossorio y Gallardo dio los primeros pasos hacia esta disidencia. A su llamada respondieron algunos cuadros y núcleos de las Juventudes Conservadoras, y el 30 de noviembre de 1913 los mauristas celebraron en Bilbao su primer acto público, en el que se perfiló Ossorio como líder, dado que el propio Maura se mantenía en un ostracismo voluntario, y no daría su visto bueno a la disidencia hasta junio de 1914.

Para muchos dirigentes eclesiásticos Maura era el único político capaz de sacar a las masas católicas de su retraimiento y movilizarlas a favor de los intereses de la Iglesia. En la incorporación a la política de esta masa neutra católica iba a buscar el maurismo su campo natural de captación de militancia y de apoyo social. Esto lo aproximaba al carlismo, pero también lo diferenciaba desde el punto de vista sociológico, pues este tenía más apoyo entre los campesinos e incluso en ciertos sectores del proletariado industrial.

Pero el hecho de que en lo ideológico el maurismo basculara hacia la extrema derecha no es óbice para que en el terreno de la estrategia y la agitación política no desarrollara elementos modernizadores. Para los mauristas, tal como ya hemos comentado, el regeneracionismo debía ser la bandera tras la cual los conservadores consiguieran el respaldo social de una masa neutra, y dieran vida a una nueva derecha capaz de realizar la revolución desde arriba con amplio respaldo popular.

Ello llevó forzosamente a abandonar las políticas oligárquicas y caciquiles y lanzarse a la agitación callejera. En este sentido el elemento más activo fueron las Juventudes Mauristas, organizadas a partir de 1915 en una Federación Nacional y dirigidas por el joven abogado Antonio Goicochea, que sería posteriormente un importante dirigente de la derecha autoritaria Alfonsina. Este maurismo callejero, inédito hasta el momento en partidos conservadores, es visto por algunos autores, con evidente exageración, como un precursor del falangismo{10}. En realidad del maurismo surgirían diversas corrientes y partidos, y la mayoría de los cuadros políticos de la Dictadura de Primo de Rivera.

El Partido Maurista nunca llegó a consolidarse del todo. Por una parte se encontraba al margen del sistema de turnos, lo cual le vedaba cualquier posibilidad de llegar al poder. Por otra parte el propio Antonio Maura nunca llegó a comprometerse del todo con su propio partido, pues concebía su retorno al poder como líder de una amplia coalición de derechas, y estaba empeñado en aparecer como una figura suprapartidista. Además el maurismo nunca supero las contradicciones propias de un estadio de transición, y era en realidad una mezcla de club de notables al viejo estilo, estado de opinión más o menos gaseosos e incipiente organización de masas.

Desde el punto de vista que nos ocupa, el maurismo tiene interés por dos cuestiones; por una parte la mayoría de los políticos que iban a colaborar con Primo de Rivera procedían del maurismo. Por otra parte en el seno del maurismo se desarrollaron tres sectores políticos e ideológicos diferenciados, y su evolución posterior se debe interpretar en función de esta división.

En el ala izquierda encontramos los católico- sociales, encabezados por Angel Ossorio, y con gente próxima a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), como el conde de Vallellano, Luis de Onís o Genaro Poza. Este sector intentó potenciar una concepción social propia de la democracia cristiana, abriéndose a las clases medias e intentado atraer militancia obrera, con la creación de Centros Instructivos, una Mutualidad Obrera y una Bolsa de Trabajo. En general esta política interclasista fue un fracaso, pero marco la pauta de todos los partidos de tendencia conservadora hasta la Guerra Civil.

La continuación natural de este sector del maurismo hay que buscarla el Partido Social Popular, fundado en 1922{11}, en el cual encontramos a Genaro Pozas, el conde de Vallellano, y a Luis de Onís, juntamente con Angel Ossorio , Santiago Fuentes Pila y José Calvo Sotelo. En el PSP iniciaron su andadura política personajes que serían después centrales en la derecha española, como José Mª Gil Robles o Manuel Giménez Fernández, destacadas figuras de la CEDA ya durante la II República. También en el PSP se da la primera convergencia entre elementos procedentes de la derecha alfonsina y del carlismo.

En el centro del espacio maurista encontramos a los liberal- conservadores, acaudillados por el hijo de Maura, Gabriel, conde de la Mortera y luego Duque de Maura. Este sector evolucionará hacia un republicanismo conservador.

Finalmente en el ala derecha encontramos a los neoconservadores, con Goicochea como dirigente indiscutible, y caracterizados por su reaccionarismo social y su visión autoritaria del ordenamiento constitucional. Este sector se nutrió fundamentalmente de la Juventud Maurista, y de aquí procederán muchos cuadros de la Dictadura y del partido alfonsino Acción Española.

Sin duda el teórico sociopolítico más notable procedente del maurismo fue José Calvo Sotelo{12}. Sus posiciones políticas se encuadran en el regeneracionismo y en la esperanza de que un Estado fuerte controle y regule las relaciones sociales. En su crítica al individualismo liberal se observan influencias del pensamiento krausista, y más concretamente del organicismo jurídico de Gumersindo de Azcarate, promotor de la corrección intervencionista del individualismo liberal{13}.

De todos los políticos procedentes del maurismo fue sin duda Calvo Sotelo el que más se aproximó al fascismo. Su estatismo le separaba, en este sentido, de Maeztu. Para fundamentar su alternativa al capitalismo liberal y al socialismo marxista, Calvo Sotelo tomó nota de la experiencia francesa del Círculo Proudhom, fundado por el sindicalista revolucionario Sorel y por Georges Valois, que procedía de L’Actión Française de Charles Maurras, señalando las hondas afinidades entre el conservadurismo tradicionalista y el sindicalismo revolucionario. No olvidemos que el fascismo iba a nacer de esta síntesis{14}.

El maurismo en su conjunto fue un buen reflejo de la situación de crisis atravesada por la Restauración, en la que se percibe claramente que lo viejo va a hundirse, pero no se ve nada clara la alternativa. A pesar de las propuestas de algunos mauristas, los años que van de 1919 a 1923 demostraron que Maura era más bien un político tradicional, sin profundas diferencias respecto a por prohombres de la Restauración{15}. Cuando Maura volvió a gobernar por última vez, muchos de sus partidarios hacen ya apología de la dictadura.

La corriente más autoritaria del maurismo se organiza en torno al diario La Acción, dirigida por Delgado Barreto, que será posteriormente director de La Nación, diario oficial de la Dictadura de Primo de Rivera, donde también escribirá Maeztu{16}. Otros mauristas lanzaron el periódico La Camisa Negra, que solamente edito un número.

Pero desde la corriente social popular del maurismo, organizada en torno al diario católico El Debate, también se hacen aportaciones ideológicas sobre la función social de la propiedad y un aumento de la producción cooperativa que también serán recogidas por Primo de Rivera. En esta línea encontramos a Calvo Sotelo, a Victor Pradera y al conde Vallellano. Las condiciones para el golpe de Estado estaban servidas.

Regeneracionismo liberal-socialista: Vieja y nueva política de José Ortega y Gasset

El 23 de marzo de 1914, en el Teatro de la Comedia de Madrid, Ortega pronunció la conferencia que llevaba por título Vieja y Nueva Política, que posteriormente se publicaría en forma de libro{17}. El objetivo de la conferencia era la presentación pública de la Liga para la Educación Política Española, pero en realidad esta conferencia es mucho más que esto: no solamente es una proclama política (y metapolítica) importante para entender el pensamiento de Ortega, sino también el manifiesto generacional de la que muchos llaman la generación de 1914{18}.

Por boca de Ortega la generación de 1914 se proclama heredera de la angustia y el dolor ante la situación española de la generación del 98:

Que nació a la atención reflexiva en la terrible fecha de 1898, y desde entonces no ha presenciado en torno suyo, no ya un día de gloria ni de plenitud, pero ni siquiera una hora de suficiencia. Y, por encima de todo esto, una generación, acaso la primera, que no ha negociado nunca con los tópicos del patriotismo y que, como tuve ocasión de escribir no hace mucho, al escuchas la palabra España no recuerda a Calderón ni a Lepanto, no piensa en las victorias de la Cruz, no suscita la imagen de un cielo azul y bajo él un esplendor, sino que meramente siente, y esto que siente es dolor.{19}

Pero aunque subsiste el espíritu rebelde y regeneracionista de la generación del 98, y aunque algunos representantes más jóvenes de esta generación, como Maeztu, forman al lado de los miembros de la nueva generación de 1914, en el interregno han pasado cosas en España. Si los hombres del 98 se caracterizan por su carácter autodidacta, que se han formado a si mismos a través de la lectura, por la ubicuidad de sus intereses y por una producción escrita básicamente literaria, la generación de 1914 se caracteriza por la solidez y europeísmo de su formación intelectual y universitaria.

En el año 1907, a rebufo del regeneracionismo, se creó la Junta para Ampliación de Estudios, gracias a la cual muchos jóvenes españoles fueron pensionados para estudiar en el extranjero. Se han creado también diversos laboratorios de investigación, como el Laboratorio de Investigaciones Físicas, en lo que algunos han llamado la Edad de Plata de la ciencia española.

En esta generación de 1914 (o íntimamente ligados a ella) encontramos junto a Ortega, a filósofos de la categoría de Morente o Zubiri, matemáticos como Rey Pastor, biólogos como Santiago Ramón y Cajal o inventores como Leonardo Torres Quevedo.

Ortega, siguiendo la estela del 98, inicia en su discurso una crítica demoledora de la Restauración y todo lo que esta representaba, pero puede hacerlo con unas sólidas referencias intelectuales y filosóficas.

¿Qué es la Restauración, señores? Según Cánovas es la continuación de la historia de España. ¡Mal año para la historia de España si legítimamente valiera la Restauración como su secuencia¡ Afortunadamente es todo lo contrario. La Restauración significa la detención de la vida nacional […] Hacia el año 1854- que es donde en lo soterrado se inicia la Restauración- comienza a apagarse sobre este haz triste de España los esplendores de ese incendio de energías; los dinamismos van viniendo luego a tierra como proyectiles que han cumplido su parábola; la vida española se repliega sobre sí misma, se hace hueco de sí misma. Este vivir el hueco de la propia vida fue la Restauración.{20}

Este “vivir en hueco” que, según Ortega, caracteriza a la Restauración produce tremendos efectos negativos sobre la vida española: la falsificación de la realidad, la corrupción y la incompetencia.

La Restauración, señores, fue un panorama de fantasmas y Cánovas el gran empresario de la fantasmagoría […] y Cánovas, haciendo de buen Dios, construye, fabrica un partido liberal domesticado, una especie de buen diablo o de pobre diablo, con el que completa este cuadro paradisíaco{21}.

Para que la fantasmagoría funcione hay que falsificar la realidad.

Para que puedan vivir tranquilamente estas estructuras convencionales es forzoso que todo lo que haya en torno de ellas se vuelva convención; en el momento en que introduzcáis un germen de vida, la convención explota.{22}

También denuncia Ortega la complicidad de los periodistas

La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación.{23}

Pero la crítica de Ortega va mucho más allá: acusa a Cánovas de haber corrompido a sus oponentes, a los sectores teóricamente progresistas, republicanos, que campaban fuera del régimen.

Corrompió hasta lo incorruptible. Porque esta frase “sobre la paz está la Monarquía” produjo el efecto de convertir a su vez en dogma rígido, esquemático, inflexible, ineficaz, extranacional, a la idea republicana. La frase de Cánovas fue al punto contestada por la extrema izquierda de este modo. “Para nosotros, sobre la paz está la Republica”. Y he aquí dos esquemas simplistas, Monarquía y República, puestos sobre todas las cosas nacionales, y he aquí España girando sobre dos polos que son dos duros vocablos{24}.

Esta división en dos esquemas simplistas, incompatibles e incomunicables, que alcanzará su máximo dramatismo en la Guerra Civil, es ya denunciada por Ortega en la Restauración.

Ahora bien, Ortega, a diferencia de otros regeneracionistas como Costa, no cree que el problema sea únicamente político, ni cree que sea solamente responsabilidad de las clases directoras de la sociedad. El problema de España es más profundo, y afecta a gobernantes y gobernados. No basta con introducir cambios en el sistema político, ni mucho menos sustituir la Monarquía por la Republica.

De aquí nacen las ideas de España oficial y España vital. La primera es la mayoritaria, e incluye por igual a gobernantes y a gobernados, en cuanto estos últimos aceptan, sin crítica ni discusión, al estado actual de cosas. La segunda, minoritaria y germinal, abarcaría a las minorías críticas con la situación.

Y entonces sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se empeña en prolongar los gestos de una edad fenecida y otra España aspirante, germinal, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.{25}

No son las “dos” Españas tradicionales, “progresista” y tradicionalista, monárquica y republicana, de las que está hablando Ortega. Una parte importante del liberalismo y del progresismo español forman parte de la España oficial. No son las dos Españas “una que llora y otra que bosteza” de Machado, aunque la España vital de Ortega puede tener similitudes con aquella a la que cantara el poeta sevillano

Más otra España nace,
la España del cincel y de la maza
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora
España de la rabia y de la idea.{26}

La España oficial se adscribe a la Vieja política, caracterizada por su falta de proyecto nacional, por su retorica falsa, por su “vivir en hueco”.

Ahora se van a abrir unas Cortes […] Pues bien; salvo Pablo Iglesias y algunos otros elementos, componen esas Cortes partidos que por sus títulos, por sus maneras, por sus hombres, por sus principios y por sus procedimientos podrían considerarse como continuación de cualesquiera de las Cortes de 1875 acá{27}.

En este párrafo ya demuestra Ortega su simpatía hacia los socialistas, especialmente por la figura de Pablo Iglesias. En estas Cortes arcaicas y decimonónicas la única fuerza nueva la representan los diputados socialistas. Sin embargo la deriva marxista de PSOE alejaría a Ortega de este partido, tal como veremos más adelante.

España necesita una Nueva política, pero precisamente lo que la distingue de la Vieja política es que tiene que ser más que política. No se trata solamente de conquistas el gobierno y ejercer el poder: se trata de cambiar la sociedad, de regenerar España.

La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de España{28}.

Porque el autentico problema de España no es solamente político, es mucho más profundo.

Lo malo es que no es el Estado español quien está enfermo por externos errores de política sólo; que quien está enferma, casi moribunda, es la raza, la substancia nacional, y que, por tanto, la política no es la solución suficiente del problema nacional, porque es este un problema histórico. Por tanto, esta nueva política tiene que tener conciencia de sí misma y comprender que no puede reducirse a unos cuantos ratos de frívola peroración ni a unos cuantos asuntos jurídicos, sino que la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica{29}.

Por tanto esta Nueva política que Ortega reivindica tiene que ser totalmente distinta de la “vieja”, y por tanto, su órgano de expresión y de ejecución, la Liga de Educación Política Española, de la cual el discurso es presentación pública, tiene que actuar de forma totalmente diferente de los partidos al uso. La diferencia fundamental es que su principal objetivo no es tanto la conquista del poder sino la transformación de la sociedad española, devolviéndole a España su vitalidad y creatividad.

Nosotros iremos a las villas y a las aldeas, no solo a pedir votos para obtener actas de legisladores y poder de gobernantes, sino que nuestras propagandas serán a la vez creadoras de órganos de socialidad, de cultura, de técnica, de mutualismo, de vida, en fin, humana en todos sus sentidos: de energía pública que se levante sin gestos precarios frente a la tendencia fatal de todo Estado a asumir en sí la vida entera de una sociedad{30}.

Ortega está planteando un modo de hacer política que, aunque ya se está dando en otros lugares de Europa, en España resulta inédito o que al menos se da solo en forma incipiente en las formaciones de extrema izquierda. Ortega está hablando de militancia, de gente que somete voluntariamente a una disciplina partidaria en pos de unos ideales. El “nosotros iremos a las villas y a las aldeas” contrasta notablemente en un medio político donde los partidos eran agrupaciones de notables, que funcionaban a base del caciquismo, el voto clientelar y la corrupción.

Pero ¿a quien va dirigido el discurso de Ortega? ¿Quiénes van a constituir este nosotros? En principio a la totalidad de los españoles. Ortega, que ya se ha declarado socialista varias veces, ha rechazado al marxismo en diversas ocasiones. Las razones son varias, pero una es fundamental: el marxismo es particularista, quiere movilizar a una única clase social, el proletariado industrial (por aquel entonces minoritaria en España) y se olvida del resto de la población: comerciantes, funcionarios, campesinos. A la dualidad reduccionista burguesía/proletariado Ortega, sin mencionarlo expresamente, opone de forma implícita otra dualidad más realista: oligarquía/pueblo.

Sin embargo Ortega tiene una concepción aristocrática de la sociedad humana y de la acción política, concepción que será explicitada en su libro posterior La rebelión de las masas. Ortega no dice que la sociedad “deba” ser aristocrática, sino que “es” aristocrática en la medida que es sociedad. Esto no significa conservadurismo, ni apoyo a las elites tradicionales, sino la creencia que en todo grupo humano se distinguen de forma casi natural dos tipos de hombres: la “minoría” y la “masa”. La “minoría” no son los que disfrutan de privilegios, sino aquellos que se exigen más a sí mismos, que se presentan ejemplaridad y proponen un proyecto de vida. La “masa” serian aquellos que reconocen esta ejemplaridad, y se adhieren a las propuestas de la minoría.

Por tanto el paso previo a la empresa de regeneración nacional que Ortega propone en su discurso, es la creación de una minoría activa y militante, capaz de arrastrar tras sí al conjunto de los españoles. Ortega pretende reclutar esta minoría entre las nuevas generaciones y especialmente entre los intelectuales.

Yo necesitaba extenderme en estos puntos de vista, y al solicitar a la acción publica a las nuevas generaciones y especialmente a las minorías que viven en ocupaciones intelectuales, no quiero decir que se dejen las exigencias y la fuerza de su intelectualidad en casa; es menester que, si van a la política, no se avergüencen de su oficio y no renuncien a la dignidad de sus hábitos mentales; es preciso que vayan a ella como médicos y economistas, como ingenieros y como profesores, como poetas y como industriales{31}.

Para su tarea regeneracionista Ortega quiere empezar con la creación de una minoría activa, que sea capaz de arrastrar a la masa en pos de una España nueva. Para ello se dirige a los intelectuales, en quienes confía para esta tarea vanguardista e iniciadora. Esta es otra cuestión que va a separarle del Partido Socialista, muchos de cuyos dirigentes de extracción obrera no sentían demasiada simpatía por los intelectuales.

Es evidente que en toda revolución, en toda crisis de valores, en todo proceso de transformación social, los intelectuales, o mejor, algunos intelectuales, han jugado un papel importante. Pero pensamos que Ortega se equivoca al suponer que se produce el compromiso del intelectual de forma automática. El propio Ortega escribirá más tarde, en La rebelión de las masas que los caracteriza al hombre “aristocrático” frente al “hombre masa” es su ejemplaridad, y esta ejemplaridad deriva de un compromiso ético.

El suponer que el “saber” que ostenta el intelectual produce inmediatamente un compromiso ético es un resabio idealista y utópico del pensamiento de Ortega, a pesar que cuando pronuncia la conferencia Vieja y Nueva política ya ha abandonado el idealismo kantiano y ha descubierto, vía fenomenológica, la razón histórica o razón vital.

Ortega siente gran preocupación en deslindar y diferenciar sus propuestas políticas de otras, aparentemente regeneracionistas, que están ya presentes en el panorama español. Tal es el caso de Maura y del maurismo. Dirigente conservador heterodoxo que fue adoptando una retórica regeneracionista y “anti oligárquica”, que acuño conceptos como “revolución desde arriba” y que pareció, en un momento dado, ser una alternativa a la Restauración.

Los seguidores de Maura, los mauristas, fueron la primera formulación en España de una derecha radical, autoritaria y antiliberal{32}. Muchos de los políticos que colaboraron en la dictadura de Primo de Rivera procedían del maurismo, que a su vez fue el núcleo del alfonsismo radical de partidos como la Unión Monárquica Nacional primero o Renovación Española después. En muchos aspectos de su ideario el maurismo acabó coincidiendo con el carlismo.

La gran crítica de Ortega a Maura es que, bajo su retórica anti oligárquica y anti restauración no hay más que una continuación de la misma.

Yo, sinceramente, señores, pensando en las fórmulas que podrían darse de la política del Sr. Maura, me he encontrado siempre con que tendría que presentarle como una figura típica de esa política restauradora […] el Sr. Maura, cuando el Sr. Cambó, en las Cortes últimas, pedía que se rompiera para siempre el turno de los partidos, fue el defensor del turno de las partidos, síntoma típico de la Restauración{33}.

Además Ortega reprocha a Maura la convergencia de sus partidarios con el carlismo.

Y hoy, aun en un momento de renovación por los dolores, deja que, más o menos en su nombre, se hable de “Dios, Patria y Rey”, el lema de los carlistas.{34}

La propuesta de Ortega no es la de Maura. No parte del sistema instituido, sino del pueblo; no quiere una “revolución desde arriba” sino una regeneración desde abajo. La palabra clave es “nacionalización”.

Nacionalización del ejército, nacionalización de la monarquía, nacionalización del clero (no puedo en esto detenerme), nacionalización del obrero{35}.

Para esta labor Ortega propone, tal como ya hemos comentado, la formación de una minoría militante, capaz de arrastrar tras de sí al resto de la sociedad española. Esta minoría hay que reclutarla entre los intelectuales, pero también entre la juventud.

Yo pido la colaboración principal de las gentes jóvenes de mi país para esta labor tranquila, continua, a su hora enérgica; violenta cuando fuere menester, dedicada al estudio de los problemas nacionales, a la articulación detallada de una porción de masa nacional a la cual no ha llegado todavía la acción de los partidos políticos- de las villas y lugares sobretodo de los labriegos{36}.

La juventud pues, es convocada a una empresa nacional (que puede incluso ser violenta) para movilizar a unas masas nacionales, entre las cuales los campesinos juegan un papel fundamental. Aquí Ortega se distancia otra vez del socialismo marxista, que pretende únicamente movilizar al proletariado industrial.

Ortega termina su discurso con una aclaración: su propuesta es nacional y nacionalizadora, pero rechaza la etiqueta de nacionalista.

No se entienda, por lo frecuente que ha sido en este mi discurso, el uso de la palabra nacional, nada que tenga que ver con el nacionalismo. Nacionalismo supone el deseo de que una nación impere sobre las otras, lo cual supone por lo menos que aquella nación vive. ¡Si nosotros no vivimos¡ Nuestra pretensión es muy distinta: nosotros, como se dice en el prospecto de nuestra Sociedad, nos avergonzaríamos tanto de querer una España imperante como de no querer una España en buena salud, nada más que una España vertebrada y en pie{37}.

La expresión “España vertebrada y en pie” no es una mera figura retórica. Ortega es consciente de que en España no ha habido nada parecido a una revolución nacional: ni una revolución como la francesa, ni una guerra de unificación como las de Italia o Alemania. La temprana unidad política de España bajo los reyes católicos, que el propio Ortega interpretará es su libro España invertebrada como un síntoma de debilidad de las minorías feudales, da lugar a un Estado que, aunque presente ribetes de modernidad, es totalmente ajeno al nacionalismo secular moderno.

El lazo de unión, el proyecto de vida en común, de estos primeros españoles fue el catolicismo, o mejor dicho, la realización política del mismo. Este fue el impulso que llevó a la gestación del Imperio, que, no lo olvidemos, era por encima de todo Imperio Católico. España se constituyó en campeona de la Contrarreforma y planteó, de alguna manera, una modernidad alternativa. Pero fue derrotada.

La derrota de España produjo lo que el mismo Ortega llamó la “tibetización”; un replegarse sobre misma, un cerrarse a todo lo que venía de fuera. Ilustración, liberalismo, revolución científica, Estado moderno, quedaron fuera de la órbita vital de la mayoría de los españoles.

La premisa previa para iniciar en España una acción política renovadora era la creación de una conciencia nacional moderna, de una nacionalización de las masas de una forma secular, que, sin rechazar el catolicismo, dejara que hacer pivotar el sentimiento nacional sobre el eje puramente religioso. En esto, y en otras cosas, se diferencia la propuesta orteguiana de otras propuestas “nacionales” que partían de una identificación absoluta de la nacionalidad española con el catolicismo{38}.

Ahora bien, Ortega es consciente que la comunidad política, la nación, no es un ente estático, sino dinámico. Los seres humanos se agrupan en comunidades políticas no en función de su parecido étnico, cultural o lingüístico, como pretende el nacionalismo naturalista, sino en función de una empresa, de una tarea, de “un proyecto sugestivo de vida en común”. Para la España del pasado, del Imperio, este proyecto fue el Catolicismo y la Contrarreforma. La derrota de este proyecto aisló a España del mundo moderno, y la condenó a una existencia vegetativa, sin proyecto. La última etapa de esta existencia crepuscular, de este vivir “en hueco” ha sido la Restauración.

La nacionalización de las masas requiere un proyecto político y metapolítico, y este es, para Ortega, la construcción de un socialismo nacional.

Regeneracionismo regionalista: Francesc Cambó

El llamado regionalismo catalán puede considerarse como una etapa del catalanismo político, a partir del cual van a desarrollarse tendencias diversas. De origen conservador y tradicionalista (muchos de sus dirigentes procedían de familias carlistas) tuvo su traducción política en la Lliga Regionalista (después Lliga de Catalunya). En la Lliga encontramos personajes tan dispares como Enric Prat de la Riba (su fundador), Francesc Cambó o Eugeni d’Ors.

Prat de la Riba fue un político de trayectoria errática. Influido por el tradicionalismo y por las ideas de Charles Maurras fue de los primeros en hablar de Catalunya como nación en su libro La nacionalitat catalana, pero esto no le impidió firmar el manifiesto, inspirado por d’Ors, que llevaba el sugestivo título Per Catalunya i l’Espanya Gran (Por Cataluña y la España Grande).

Eugeni d’Ors paso del catalanismo cultural (el “noucentisme”) a un nacionalismo clásico y elitista, y de aquí a un “Imperialismo” del que nunca quedaba muy claro si se refería a Imperialismo catalán, español o mediterráneo. Después de la muerte de Prat de la Riba rompió con la Lliga, marchó a Madrid y acabó militando en Falange Española.

El pensamiento y la trayectoria política de Francesc Cambó siguieron una línea más coherente, a la que podemos calificar de un auténtico regeneracionismo regionalista. Cambó propuso la organización regionalista para toda España como un antídoto al centralismo y a la homogeneización liberal, a la que consideraba extraña a la tradición política hispana.

Muy crítico con el “turnismo” de la Restauración Cambó fue uno de los principales impulsores de la coalición Solidaritat Catalana, integrada por la Lliga, los carlistas catalanes, los integristas y los republicanos no lerrouxistas, que en las elecciones generales de abril de 1907 obtuvo 41 de los 44 escaños que se elegían en representación de las cuatro provincias catalanas. Por primera vez los partidos “turnistas” (conservador y liberal) sufrían un golpe político de estas características.

Frente a los problemas sociales Cambó propuso la sindicación obligatoria de los trabajadores y la intervención del Estado a través de un modelo corporativo. Estas propuestas serian vehiculadas por Eduardo Aunós, antiguo militante de la Lliga, que fue ministro de Trabajo con Primo de Rivera e ideólogo de los Comité Paritarios.

Cambó, que nunca se declaró nacionalista ni mucho menos separatista, al estallar la Guerra Civil tomó partido por el bando franquista, al igual que la mayoría de los militantes de la Lliga. Organizó un servicio de información y propaganda de una gran calidad. Sin embargo después de la guerra se autoexilió a Buenos Aires, en desacuerdo con la política franquista respecto a Catalunya, a la que consideraba centralista. A pesar de ellos muchos antiguos militantes de la Lliga ocuparon cargos en el franquismo. Es de destacar el grupo de jóvenes intelectuales de la Lliga que huyo a Burgos (Masoliver, Verges, Trias, Agustí, Riquer) y entro en los servicios de propaganda dirigidos por Ridruejo, donde crearon y editaron la revista Destino.

Regeneracionismo falangista: Ramiro Ledesma y Pedro Laín Entralgo

Al hablar de regeneracionismo es inevitable la referencia al falangismo o nacional-sindicalismo. Los antecedentes de este movimiento los encontramos en el semanario La Conquista del Estado fundado el 14 de marzo de 1931 (un mes antes de la proclamación de la Segunda República) por el escritor y filósofo Ramiro Ledesma Ramos. Salieron a la luz 23 números, siendo el último de ellos el 24 de octubre de 1931. Ledesma había estudiado filosofía y ciencias exactas, y había sido discípulo de José Ortega y Gasset. Pronto abandonó sus intereses académicos y su incipiente carrera literaria (había publicado la novela El sello de la muerte, con notables influencias existencialistas y nietzscheanas) para dedicarse a la actividad política.

Ledesma pretendía ser el ideólogo del fascismo español. En el semanario se manifestaban simpatías por la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, pero también por la Rusia de Stalin (en ocasiones se ha calificado a Ledesma de nacional-bolchevique) y se criticaban a las democracias liberales, burguesas y parlamentarias. Pero al mismo tiempo se rechazaba la “fascistización” de la derecha autoritaria, que copiaba las formas exteriores del fascismo, pero se olvidaba de la necesaria revolución social, que para Ledesma era imprescindible para que las masas se incorporaran a la Revolución Nacional.

En 1935 Ledesma publicó su libro Discurso a las Juventudes de España, donde desarrolló todo un programa regeneracionista y revolucionario. España había sido un gran Imperio, pero había sido derrotada por la Reforma protestante y por el Imperio Británico y había iniciado un proceso de profunda decadencia. El siglo XIX había estado marcado por una “pugna estéril” entre unos tradicionalistas que “que no querían ser actuales” y unos progresistas que “no sabían ser españoles”. La Restauración fue un periodo de mediocridad organizada que se desmoronó ante el desastre del 98. Ledesma en su libro llama a las juventudes y a los trabajadores para la construcción de la nueva España.

Ledesma rechaza la monarquía, de la que cree que ya ha cumplido su ciclo histórico, y cree que el catolicismo (al que respeta) no puede ser ya el vertebrador ideológico de los españoles en el futuro. Propone su alternativa, a la que llama Nacional-Sindicalismo, con un Estado fuerte, descentralizado y articulado en Sindicatos por ramas de producción, que deben integrar a los trabajadores en el amor a la Patria, asegurar la justicia social, combatir el paro y repartir la plusvalía entre los productores. Son evidentes las influencias de los nacional-sindicalistas y sindicalistas revolucionarios italianos y el pensamiento de Sorel en Ledesma.

En Octubre de 1931 Ledesma fundó las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) donde se fusionó el grupo de seguidores de La Conquista del Estado en Madrid con el grupo vallisoletano Juntas Castellanas de Ofensiva Hispánica dirigidas por Onésimo Redondo. Onesimo, que había sido alumno de los jesuitas y fundador de un sindicato agrario, era un católico mucho más próximo a las ideas tradicionalistas.

El 4 de marzo de 1934 las JONS se unieron con la Falange Española formando la nueva FE de las JONS (Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) en un acto celebrado en el Teatro Calderón de Valladolid. Falange Española había sido fundada por José Antonio Primo de Rivera (hijo del general primo de Rivera) y se había dado a conocer públicamente el 29 de octubre de 1933, en un acto público en el teatro de la Comedia de Madrid.

Fe de las JONS, a diferencia de otros partidos fascistas europeos, nunca llegó a ser un partido de masas ni a tener representación parlamentaria. Primo de Rivera consiguió un escaño dentro de una coalición con los monárquicos. Estos al principio apoyaron a Falange, a la que veían como una fuerza de choque, pero pronto surgieron diferencias. Ledesma, enfrentado a Primo de Rivera por el liderazgo, acabo dejando el partido, y a partir de este suceso Falange radicalizo su discurso social y se enfrentó a los monárquicos, oponiéndose a la contrarreforma agraria y declarándose republicana.

En las elecciones de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular, Falange se presentó en solitario, con un sonoro fracaso electoral. El gobierno frente populista no tardó en ilegalizar al partido y a detener a Primo de Rivera. Cuando se produjo el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 los falangistas se unieron a los sublevados, a pesar de las reticencias de Primo de Rivera, que temía al conservadurismo de los militares.

Durante la Guerra Civil Falange experimentó un crecimiento inaudito, pero falta de líderes (Primo de Rivera fue fusilado en Alicante, Ledesma fue asesinado en Madrid y Onésimo Redondo murió en un enfrentamiento durante la guerra) no tardó en ser instrumentalizada, con mucha visibilidad pero poco poder real. Cuando Franco firmó el Decreto de Unificación, mediante el cual todas las fuerzas políticas que habían apoyado el alzamiento militar se fusionaban en un partido único: Falange Española Tradicionalista y de las JONS, cuyo jefe nacional era el propio Franco, Falange perdió totalmente se autonomía política.

La desaparición de la Falange como partido autónomo no hizo desaparecer a los falangistas, los cuales se disgregaron en diversos grupos y tendencias, con estrategias diversas dentro de la coalición de fuerzas que representaba el franquismo.

Diversos grupos y tendencias falangistas siguieron operando durante el franquismo. Así, por ejemplo, el falangista José Antonio Girón de Velasco (que pertenecía al sector llamado “legitimista”) en los años en que fue ministro de Trabajo, creo la Seguridad Social, las Universidades Laborales, instituyó las vacaciones pagadas y una amplia legislación social.

Pero desde el punto de vista teórico el grupo más importante fue el llamado “Grupo de Burgos”, llamado así porque se vertebró en esta ciudad, durante la Guerra Civil, en torno al escritor y poeta Dionisio Ridruejo, jefe de los Servicios de Propaganda. Este grupo, al que se ha calificado de “falangistas radicales” fue muy activo durante la guerra y en los primeros años del franquismo, apoyando al germanófilo Serrano Suñer. En él encontramos a los intelectuales más destacados del falangismo, como Pedro Lain y Antonio Tovar, junto a literatos y poetas como Gonzalo Torrente Ballester lo los hermanos Rosales, que en su Sevilla natal habían intentado proteger a Federico García Lorca.

Después de la caída de Serrano el grupo estuvo en un relativo ostracismo político, pero no dejó sus actividades, publicando la revista Escorial. En los años cincuenta el grupo volvió a tener protagonismo político, bajo la protección del ministro de Educación, Joaquín Ruiz Jiménez: Pedro Laín ocupó el rectorado de la Universidad de Madrid, y Antonio Tovar el de Salamanca.

Aunque la mayoría de los miembros del grupo evolucionaron posteriormente hacia un liberalismo conservador, y aunque algunos han intentado reinventar su propia historia, en este grupo encontramos las figuras más destacadas del pensamiento falangista. Mención especial merece la figura de Pedro Laín Entralgo{39}, el cual, independientemente de sus actividades políticas, fue una figura intelectual de primer orden: catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Madrid y director del Instituto “Arnau de Vilanova” del CSIC fue el introductor de esta disciplina en España. Historiador de la medicina y de la ciencia, historiador de las ideas y antropólogo, fundador de la revista Cuadernos Iberoamericanos de Historia de la Medicina (que sigue existiendo en la actualidad bajo en nombre de Asclepio), Laín hizo también una aportación, poco conocida, a la doctrina falangista en su libro Los valores morales del nacional-sindicalismo{40].

En el libro de Laín son notables las influencias de Hegel (su discípulo Diego Gracia ha llegado a hablar de un “hegelianismo cristiano”). Lain expone la tesis de que el nacional-sindicalismo nace de la síntesis entre la “moral nacional” (cuyos orígenes situa en la batalla de Valmy, cuando las tropas francesas derrotan a las austriacas al grito de “viva la Nación”) y la “moral del trabajo”.

Pero por encima de todo Laín y sus amigos aspiran a una gran “síntesis nacional”, a recupera todo lo recuperable del bando vencido y a la superación definitiva de la Guerra Civil. Ello no es consecuencia de un “liberalismo” incipiente, sino deducción directa de la idea falangista de unidad.

Para lograr este objetivo Laín cuenta por un lado con la “revolución social” que propugna la Falange (aunque en este aspecto es poco explicito) y la recuperación cultural de figuras de la cultura española más o menos marginadas por el Régimen, como fue el caso de Ortega y Gasset, al que en su etapa como Rector de la Complutense ofreció la recuperación de su cátedra de Metafísica (a lo que el filósofo se negó), o la recuperación de la poesía de Antonio Machado.

Ramiro de Maeztu: hispanismo y “capitalismo católico”

Si hay una figura del pensamiento político y social español del siglo XX injustamente relegada y olvidad, esta es la de Ramiro de Maeztu. Maeztu fue asesinado por pistoleros anarquistas en los inicios de la Guerra Civil, pero su pensamiento tuvo una gran influencia, pues muchos de sus discípulos y seguidores (había sido director de la revista Acción Española y diputado por el partido monárquico-alfonsino Renovación Española) ocuparon puestos de importancia durante el franquismo.

El pensamiento de Maeztu no fue estático{41}. Como periodista de profesión estuvo siempre en contacto con la realidad política y social e interactuando con ella. Aunque no tenía estudios universitarios (fuera de una temporada en Marburgo, junto a Ortega y Gasset) fue hombre de una gran cultura autodidacta. En su juventud militó en el regeneracionismo liberal, con tintes de darvinismo social (como se refleja en su primer libro, Hacia otra España).

La estancia en Inglaterra fue decisiva en la evolución del pensamiento de Maeztu{42}. Próximo, en un principio, al socialismo liberal de la Sociedad Fabiana del matrimonio Web, no tardo en aproximarse al sindicalismo “guildista” y gremial defendido en la revista The New Age por Orage, Penty y Hulme, así como en recibir las influencias de los escritores católicos Belloc y Chesterton, que reivindicaban el medioevo frente a los excesos de la modernidad capitalista.

En una estancia en la Universidad de Marburgo conoció la filosofía de Kant. Aunque posteriormente sería un crítico implacable del filósofo de Koenisnburg como iniciador de la “herejía alemana”.

En 1916 publica Maeztu una de sus obras más importantes, curiosamente en inglés: Autoridad, libertad y función a la luz de la guerra, que sería traducido al castellano en 1919 por la editorial Minerva de Barcelona y publicado con el título La crisis del humanismo. Es, sin duda, el libro de Maeztu de mayor calado filosófico, donde se realiza una crítica sin paliativos de la modernidad y de la “herejía alemana”, representada básicamente por Kant y Hegel, donde se rechaza si ambigüedades tanto el liberalismo como el autoritarismo absolutista, donde se reivindica el “clasicismo católico” y la Edad Media, y donde se teoriza sobre sobre una organización de la sociedad (que a veces se ha llamado “socialismo gremial”), prácticamente sin Estado, y organizada a base de “corporaciones” a las cuales se encomienda una “función” determinada. En el libro no hay ninguna referencia concreta a España ni a la Hispanidad.

En libros posteriores, y sobre todo en artículos periodísticos, Maeztu irá perfilando sus posiciones políticas e ideológicas respecto a España. En El sentido reverencial del dinero desarrolla un programa que ha venido a llamarse “capitalismo católico”, basado en la idea teológica de los cuatro atributos de Dios: el poder, la verdad, la justicia y el amor. Para Maeztu el dinero forma parte del poder, pero distingue entre el “sentido sensual” del dinero, cuando este se pone únicamente al servicio de los placeres, del “sentido reverencial”, cuando el dinero se invierte para bien de la sociedad, en crear empresas, trabajo y riqueza para todos. El “sentido reverencial del dinero” impulsará en el trabajador la “concienciosidad”, es decir, el orgullo profesional, el trabajo bien hecho y la asunción cuasi-religiosa de este trabajo; en el empresario una mentalidad de responsabilidad social, de reinversión de beneficios y de orgullo por pagar salarios altos a sus trabajadores.

Este libro de Maeztu tiene un claro sentido regeneracionista. La derrota de la civilización hispánica frente a la anglosajona se debe a que la primera ha despreciado siempre todo lo relacionado con la economía. El sentido reverencial del dinero pondrá las cosas en su sitio, el papel de la riqueza y de la economía al servicio del ideal hispánico y católico. Estas ideas de Maeztu tuvieron gran influencia en el desarrollismo español de los años 60, tal como veremos más adelante.

Finalmente, en su última obra, Defensa de la Hispanidad, Maeztu se revela como filosofo del hispanismo. El libro es una colección de artículos publicados en la revista Acción Española de la que fue fundador y director. Para Maeztu la Hispanidad no es una nacionalidad, sino la herencia de un Imperio Católico puesto al servicio de la labor evangelizadora del Catolicismo. Su asesinato a manos de pistoleros anarquistas, en los inicios de la Guerra Civil, frustró la publicación de dos obras más que tenía en preparación: Defensa de la Monarquía y Defensa del Espíritu.

En su momento Maeztu apoyó a Primo de Rivera, al que veía como una esperanza de regeneración de España desde postulados próximos a los suyos. Por otra parte su influencia en el desarrollo del Franquismo fue notable, especialmente a través de muchos de sus discípulos, que ocuparon cargos de responsabilidad en este régimen.

Notas

{1} Martín Buezas, F. (1977) La Teología de Sainz del Rio y del krausismo español. Madrid, Editorial Gredos, p. 15.

{2} Fernandez de la Mora, G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Plaza Janes, p. 39.

{3} Obra citada.

{4} Jiménez, A. (1971) Historia de la Universidad española. Madrid, Alianza Editorial, p. 355.

{5} Es curiosos como la idea de “libertad de catedra” fue, en el siglo XIX, una reivindicación progresista. Hoya asistimos a fenómenos contrarios: profesores perseguidos por oponerse al “pensamiento único”. Mientras escribo esto, un profesor de instituto de Lérida ha sido sancionado con una cuantiosa multa por afirmar, en clase de filosofía que “la homosexualidad es algo antinatural”. Actualmente es el “progresismo” quien está en contra de la libertad de cátedra.

{6} Para profundizar sobre el tema del carlismo ver el nº 24 de Nihil Obstat, revista de historia, metapolítica y filosofía, con el carlismo como dossier o tema central.

{7} Winston, C.M. (1989) La clase trabajadora y la derecha en España 1900-1936. Madrid, Editorial Cátedra, p. 74.

{8} Alsina Calvés, J. (2002) “Ramiro de Maeztu: una pluma al servicio del general Primo de Rivera” Nihil Obstat, revista de historia, metapolítica y filosofía, nº 17, pp. 75- 94. (2013) Ramiro de Maeztu: del regeneracionismo a la contrarrevolución. Barcelona, Ediciones Nueva República, p. 182.

{9} Gil Pecharoman, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina (1913-1936). Madrid, Ed. Eudema, pp. 9- 17.

{10} De Brocà, S. (1976) Falange y filosofía. Tarragona, Unieurop. Editorial Universitaria Europea, p. 53.

{11} Un antecedente del PSP fue la Acción Social Popular, fundada en 1908 por el jesuita catalán Gabriel Palau. Ver Winston, C.M. (1989) La clase trabajadora y la derecha en España (1900-1936) . Madrid, Ed. Cátedra, pp. 45-46

{12} Ver González Cuevas, P.C., obra citada, p. 60.

{13} Sobre las influencias krausistas en el pensamiento conservador español ver Fernández de la Mora. G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Ed. Plaza Janes.

{14} Sternhell, Z., Sznajder, M. y Asheri, M. (1994) El nacimiento de la ideología fascista. Madrid, Editorial Siglo XXI de España.

{15} Villacañas, J.L. (2000) Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid, Ed. Espasa Calpe, p. 206.

{16} Ya en la II República, Delgado Barreto dirigió también la publicación El Fascio, donde escribieron José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma. Solamente se publicó un número, que fue secuestrado por las autoridades republicanas.

{17} Hemos utilizado la edición de 1959, Colección “El Arquero”, Editorial Revista de Occidente, Madrid.

{18} Pflüger Samper J.E. (2001) “La generación política de 1914”. Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), N. 112.

{19} Vieja y Nueva Política, p. 15.

{20} Idem, pp.32-33

{21} Idem, p. 34.

{22} Ídem, pp. 34-35

{23} Idem, p. 24.

{24} Idem, p. 35.

{25} Idem, p. 22.

{26} Antonio Machado, El mañana efímero.

{27} Vieja y nueva política, p. 23.

{28} Idem, p. 26.

{29} Idem, p. 27.

{30} Idem, p. 29.

{31} Idem, p. 39.

{32} Gil Pecharromán, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina (1913-1936). Madrid, Editorial Eudema.

{33} Idem, pp. 54-55,

{34} Idem, p. 55.

{35} Ídem, p. 62.

{36} Idem, p. 62.

{37} Idem, p. 63.

{38} Ramiro de Maeztu, que posteriormente seria el máximo ideólogo de estas posiciones ultramontanas, en aquellos momentos estaba en posturas muy parecidas a las de Ortega. Ver González Cuevas, P.C. (2002) “La nacionalización de las masas en el primer Maeztu (1898- 1904)” Nihil Obstat. Revista de historia, metapolítica y filosofía. Nº 16, pp. 53- 62.

{39} Alsina Calvés, J. (2010) Pedro Laín Entralgo, el político, el pensador, el científico. Barcelona, Ediciones Nueva República.

{40} Lain Entralgo, P. (1941) Los valores morales del nacional-sindicalismo. Madrid, Editora Nacional.

{41} Alsina, J. (2013) obra citada.

{42} Zaratiegui, J. M. (2006) “El periodismo económico de Ramiro de Maeztu” en Perdices, L. y Santos, M. (eds.) Economía y Literatura, Ecobook, pp. 433-490. Jiménez Torres, D. (2015) “Anticapitalismo, heterodoxia, universalidad: la etapa británica de Ramiro de Maeztu (1905-1919)” Revista de Hispanismo Filosófico, nº 20, pp. 63-84.

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