El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 183 · primavera 2018 · página 6
La Buhardilla

El libro en papel no es progresista

Fernando Rodríguez Genovés

Se juzga como estúpida la contraposición entre libro vegetal y libro digital, si de lo que se trata es de leer libros y no sólo de tener, mostrar o almacenar libros

Libro

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Introducción

«Conjurar lo real a golpe de palabras: así puede definirse, de manera muy general, la función de la grandilocuencia.» Estas sabias y comedidas palabras están contenidas en el ensayo de Clément Rosset, Lo real. Tratado de la idiotez (2004). Pues bien, pocos términos conozco tan grandilocuentes e idiotas como “progresismo”, tanto por su continente como por su contenido, por su presunción –por presuntuosa y presumida, digo–, por su proposición de mundo al revés. Término tramposo, su uso persigue la impunidad, el paso franco, la presunción de inocencia, haga lo que haga, declare lo que declare, aquel que bajo su manto se envuelve. Henos ante un burdo disfraz ideológico con el que bordear la crítica, sellando los dictámenes emitidos con estampa de verdad dogmática, evidentes por sí mismos, autorreferenciales, buenos, bonitos y baratos, para el niño y la niña, para todos los públicos (lo público, ante todo), igualitarios, lisonjeros, cursis.

Sí, cosas así conforman el asteroide progresista. Principalmente, hacer de progresista. Los que de este modo actúan y platican se sienten muy complacidos y satisfechos, muy seguros de sí mismos. Pasa por progresista desde lo vulgarísimo a lo más excéntrico, desde lo novísimo a lo trasnochado. No importa. No hay problema. Todo vale. Basta con llevar la marca a la vista, la chapa de identificación sobre el pecho, mirando a la izquierda, muy cerca del libro (en papel) que se aprieta en el sobaco.

Libro

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Ojear, hojear y ojerizas

Ah, los libros. Ah, las librerías. ¿Qué pasa con ellos y ellas? Pocas actitudes definen hoy, más a las claras, al progresista como su defensa acérrima y acémila del libro en papel. Esto pasa hoy, porque hace no muchos años declaró la guerra al papel, puesto que, por entonces, era la causa de la deforestación del planeta y no sé cuantos desastres ecológicos más. “No usar papel” era la consigna, tenida por máxima muy higiénica y de progreso. Hogaño, en cambio, resulta progresista alabar el papel cultural del papel, que vendría a ser algo así como la “crítica de crítica crítica”. Les da ahora por talar árboles, no sé por qué, acaso por ser demasiado altivos, o vaya usted a saber. También por cambiar las aceras en las ciudades, una y otra vez. Y bastantes cosas más. Me da la impresión de que ser progresista consiste en renunciar a comprender, limitarse a obedecer, seguir la consigna vigente; y en cambiar las cosas de sitio.

Reconciliado, finalmente, con el medio ambiente, el mester de progresía hace milagros. Lema vigente: los libros en papel son los libros de verdad en el orbe cultural (planeta editorial). No eso que llaman “libro electrónico” o eBook, que es artefacto muy aparatoso y reaccionario, no un libro de verdad. Y me pregunto: ¿es esto progresar? Apréstese uno a interesarse por el porqué de semejante alteración de criterio: ayer, guerra al papel; hoy, loa al papel. Inútil. Oirá respuestas que van desde lo más trivial a lo majadero por demás. “Yo soy de papel”, verbigracia. “Pues tenga usted cuidado a la hora de ducharse, si practica hábito tan antiguo”, siente uno la tentación de replicar.

“Me encanta oler y tocar los libros”, también se oye. Y sentencias de ese estilo. Pero, en realidad, no hay razones. Hay, en el mejor de los casos, posiciones y oposiciones, poses y postureos, manías y fetichismo, querer aparentar, un falsario ¡complejo de superioridad! que el poco leído pretende solapar así su mal llevado complejo de inferioridad.

Resulta estúpido enfrentar el libro vegetal con el libro digital, si de lo que hablamos es de leer libros, no sólo de tener libros, enseñarlos, que te vean ilustrado, como en el TBO.

El desarrollo tecnológico permite hoy editar un libro sin necesidad de imprentas ni papeleos, y venderse a bajo precio. Lo cual no impide comprar ejemplares en papel, quien así lo quiera, quien desee pagar por un libro vegetal cinco veces más que en su formato digital. ¡Y luego dicen que el pescado está caro! Llama la atención (aunque, en realidad, uno no se asombra ya de nada) la inquina progresista en contra el eBook, la agresividad y vehemencia de su rechazo, el desprecio por los dispositivos digitales de lectura (Reader: “no, yo no tengo de eso”) y por las plataformas de venta y descarga en internet (Amazon es su enemigo número uno). La indignación les delata.

Detestar que la lectura de libros sea más accesible y barata para el lector; ahorrar papel; hacer realidad el sueño de Michel de Montaigne (el “libro en movimiento”: archivo de texto digital que puede actualizarse rápido y sin límites, sin nuevas ediciones, sin complejos trámites, sin gastos); permitir que escritores, tanto los noveles como los fogueados en el oficio, sin distinción de clases, publiquen sus trabajos a voluntad y sin apenas costes (mientras, por el contrario, la mayor parte de editoriales actuales cobran al autor por editar libros en papel; lo dicho, el mundo al revés); etcétera. ¿Significa esto favorecer el progreso? ¿Es esto progresista?

No, en rigor, los libros en papel no son progresistas. Lo fueron acaso los tigres de papel (MaoZedong).

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El eBook no huele ni es comestible

Libro

Como yo leo bastante, con el e-Book me libro de llevar mucho peso y, de paso, ordeno mejor mis lecturas. El problema para algunos es que no huele. Y entiéndase esta consideración no sólo aplicable a la novela El perfume (1985) de Patrick Süskind.

Relata Suetonio, en De Vita Caesarum VIII, 23, 3, que el emperador Vespasiano (69–79 d.C.) tuvo a bien imponer una tasa sobre las letrinas de Roma, cuyos residuos eran recogidos en la Cloaca Máxima, la red urbana de alcantarillado, que, a pesar del nombre, canalizaba no sólo las aguas mayores sino también las menores. Cuando el hijo de Vespasiano, Tito, recriminó a su padre la práctica de sacar dinero de las letrinas, éste le dio a oler una moneda de oro y le preguntó si le molestaba su olor (sciscitans num odore offenderetur). Tito respondió que no (non olet), a lo cual replicó Vespasiano el célebre aserto: “Y, sin embargo, procede de la orina” (Atqui ex lotio est).

Hay quienes ponen sentidos, sentimientos y política por delante de criterios de racionalidad, utilidad y economía. También, la apariencia sobre la realidad. En el reino de Oleo, la petunia gana a la pecunia, en esta ley inversa de la evolución. Aunque me huelo, que sus habitantes no se consideren, en consecuencia, contrarios al Progreso, sino todo lo contrario.

Pero hay más. Muchos que dicen amar los libros emplean, entre otras memeces ya señaladas, una voraz expresión para conocimiento público: “yo los libros los devoro”, eso dicen. Semejantes gargantúas de volumen cabría denominarlos por su condición: bibliofagos insaciables e inmoderados. Aunque pueda coincidir en un mismo individuo la condición de bibliófago y devoto del liber oloratus, en el primer caso, es muy comprensible su preferencia del libro vegetal al digital, por ser la pulpa de celulosa masticable y los plásticos y metales, no; ni siquiera bebible el cristal liquido de las pantallas…

Libros para qué os quiero. Para hacer de la biblioteca una perfumería. Libros para qué os quiero. Para comerte mejor.

Libro

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Algunas razones en favor del e-Book y la autoedición digital

Sepa el amable lector, que soy escritor, veterano y con canas, habitante de la Buhardilla, de la generación que cursó un Bachillerato de siete años, y no por tener que repetir ningún curso. He confeccionado con los años un curriculum vitae que no es para tirar de espaldas, pero del que tampoco me avergüenzo y en el que no tengo nada que ocultar. Así pues, a lo hecho, pecho. Lo tengo por un registro vivo y todavía abierto de mis trabajos y mis días. Cruzo los dedos. No creo en la suerte, mas sí en el destino.

Tengo publicados, hasta este momento, quince libros; cinco vegetales, publicados por diversas editoriales nacionales, y diez autoeditados digitalmente en Amazon. No tengo nada personal contra –ni tampoco intereses particulares con– editorial alguna. Tampoco las idolatro. Para mí, una editorial o una librería son tan respetables e indispensables como una fábrica de sombreros y gorras, empresas todas ellas que aprecio, siempre que realicen productos de calidad y a bajos precios, que actúen honestamente. Algunas de esas empresas ya casi han desaparecido, con el cambio de gustos y hábitos. Las otras… Sea como fuere, no las considero tan necesarias como una panadería o una compañía de aguas potables, por aquello de hacer alguna clase de comparación, que espero no moleste a nadie.

Sépase, pues, que mi intención es seguir escribiendo libros. Mas, tras el momento de la escritura, llega la hora de la verdad: publicarlos.

A esta altura de mi vida y de los tiempos que corren, tengo decidido, a este respecto, obrar del siguiente modo:

1) no enviar más manuscritos a las editoriales, quedando en espera de respuesta y posible aceptación de los mismos. A excepción de que me sean expresamente solicitados. De modo que sólo trabajaré con las editoriales por encargo. No se juzgue mi actitud de impaciente o petulante, sino como muestra de una mera cuestión práctica, basada en la experiencia.

2) cuando ultimo un nuevo texto, prefiero autoeditarlo, que vaya haciendo camino y los lectores lo juzguen (o ignoren), a mandar el manuscrito a una editorial sin tener la confianza ni la seguridad siquiera de recibir acuse de recibo. Si un editor, una vez visto mi trabajo, está interesado por el mismo, ya sabe dónde encontrarme. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías, ya no son unos pocos (oligopolio, a la postre) quienes deciden y ofrecen al público qué debe leer. Es el público el que dispone, con su decisión y acción libres, la razonabilidad y utilidad de lo publicado.

Adoro los libros. Mi biblioteca personal consta de varios miles de volúmenes, distribuidos en varias casas; en mi domicilio habitual no caben todos. Empero, creo que el futuro pasa por el libro electrónico, el eBook, nos guste esto más o menos. La mayor parte de libros que adquiero son, a poder ser, en dicho formato. También lo serán mis próximos libros, estoy por asegurarlo.

Cada día que pasa encuentro, en calidad de autor, más ventajas en el eBook frente (no contra) el libro en papel: se publica en horas; se adquiere en segundos; es más económico que el libro en formato tradicional; permite que el autor controle al máximo la producción, revisión y reedición de sus trabajos; el beneficio por las ventas producidas son recibidas puntualmente, etcétera. Por si esto fuera poco, hay otra razón especialmente relevante en este asunto: vivimos en un mundo globalizado, con más de cuatrocientos millones de hispanohablantes en todo el orbe. Para quienes escribimos en español, el mercado digital es infinitamente más amplio y prometedor que el regido por la (siempre problemática y muy mejorable) distribución del libro mal denominado “físico” por los medios ya conocidos en territorios muy limitados. Por lo que a mí respecta, debo decir que mis libros, mis blogs, mis escritos, en general, tienen más recepción y repercusión fuera de España que dentro.

He aquí mis razones. No hay porque estar de acuerdo con ellas, ni compartirlas, ni seguirlas por todos. Tampoco son de validez universal. Pero, razones son al fin y al cabo. Y son las mías.

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