El Catoblepas · número 182 · invierno 2018 · página 6
Interactuar, entre toses
Fernando Rodríguez Genovés
Sobre cómo una especie de solidaridad empática se contagia y mimetiza de unos a otros, como un bostezo o la tos, conformando así una sociedad coral; porque la tos es cosa de todos
«Tosen cuando hablo: creen que toser es un argumento contra vientos poderosos
–¡ni adivinan el rugir de mi felicidad!»
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
1
La respuesta social es el estímulo
Un fenómeno plural (más que un conjunto de fenómenos) marca una tendencia general y creciente en la conducta de la gente: el impulso por interactuar en todo tipo de espacio o escenario, y en cualquier momento, sin restricción ni contención. Una actitud sentida cada día más como una necesidad, casi como un derecho intocable por hacerse ver y notar, por entremeterse. A veces, este tipo de solidaridad empática se contagia y mimetiza de unos a otros, como un bostezo, conformando así una sociedad coral. Ocurre algo similar con la tos. Porque la tos es cosa de todos.
La tos rebelde, aun en su singularidad, puede llegar a adoptar en nuestros tiempos un modo compulsivo de interacción. Y hablo de “interactuar”, “interacción” y “participación”, porque, en efecto, de esto se trata en el caso que cito, más los que añadiré a continuación, a modo de ilustración. Casos de vasos sociales comunicantes,
Intervenir y terciar sin moderación, de cualquier modo, esté uno dónde esté, en grupo o incluso a solas. Adquirir protagonismo, aunque sin tener asignado papel alguno (“no tener vela en este entierro”, suele decirse antaño). Cada día más, ha llegado a tomarse por un derecho humano universal e ilimitado el opinar sobre todo, el terciar en todo, venga o no al caso, el meterse donde no nos llaman, no importa la situación o el momento. En la denominada “democracia participativa”, que se extiende como una enredadera en las sociedades contemporáneas, la parte, con voluntad de todo, se comparte, sin más.
Guardar silencio, permanecer en posición de descanso, el mero escuchar o el simple observar, son hoy actitudes entendidas a modo de formas de abatimiento, patrones de dominación, proposiciones ofensivas, también como un signo de debilidad o timidez, propia de tipos sumisos, reserva espiritual de difuntos, asimilados al Sistema; actitudes limitadoras de derechos, en suma.
Ya lo dijo Honoré de Balzac: el reposo es el silencio del cuerpo. Para muchos, la quietud y la contención suponen, además de una violación de derechos, una forma de tortura; el estarse quieto, callado o en calma, digo.
No se hace patente la rebelión de las masas, según advirtió José Ortega y Gasset, por la sola presencia del gentío, la aglomeración, la muchedumbre. En los tiempos modernos, las masas se revelan (y rebelan) como masas en el instante en que son agitadas por variedades (varietés) de movimiento continuo; van y vienen, y de paso, actúan, interactúan, sobreactúan. En el momento presente, más que nunca, actuar implica intervenir in toto, lo haga el hombre sabio y prudente o el que no lo es. «La masa —afirma el filósofo español— es el conjunto de personas no especialmente cualificadas». No apunta dicha adjetivación al nivel de profesionalidad o conocimiento de los individuos masificados. Señala la merma de individualidad que padecen los unos mezclados con los otros, confundiéndose entre sí, amasando un todo.
En masa, el individuo pierde mismidad, puesto que pasa a ser “lo mismo” que su próximo, su vecino contiguo, es decir, uno más. La masa es el reino de la simpatía (también, denominada “empatía”), allí donde uno se pone en el lugar del otro, o al menos eso cree el muy solidario, cuando en realidad, en la masa dicho dominio no existe, ni el “uno” y el “otro” —conceptos particulares, no generales—, sino un totum revolutum, seres en común, comunidad de seres.
Sólo todos juntos (y revoltosos; porque así hace más efecto) pueden desprenderse de sus cargas de distancia. He aquí el punto clave de reflexión llevada a cabo por Elias Canetti en su magna obra Masa y poder. En la descarga resultante «se elimina toda separación y todos se sienten iguales.» El fenómeno de la masa representa, por tanto, un sustancial sustento de igualitarismo. Ligados por la fuerza de la masa (“la unión hace la fuerza”, dicen), bajo la seducción y atracción que de ese modo sienten los hombres entre sí, los sujetos se transforman en objetos. Entremezclados, en rigor, no interactúan, sino que se dejan llevar por la corriente, discurren por la misma dirección, son arrastrados, en aluvión, hombro con hombro. En masa veo gente, no hombres. Mas ellos creen otra cosa.
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Rebelión de las masas. Segunda parte
Un nuevo acontecimiento está sucediendo a propósito de las masas, ya aludido en la sección anterior. La merma de particularidad y de pasividad (noción ésta que no debe confundirse con “inmovilidad”) perceptible en la sociedad de masas. La transformación en el ámbito de la ciberglobalización y los avances tecnológicos favorecen el vínculo, el enlace y la transmisión de datos (no confundir tampoco con la comunicación), así como la propagación de opiniones (nada que ver con el conocimiento). Lo ha señalado Peter Sloterdijk: la masa «en tanto que encarna una dimensión indistinta, es aquello que, como tal, pasa inadvertido».
Veamos. Hoy, uno, simplemente, no se conforma con ver la televisión, sino que desea interactuar con los programas televisivos. Para lo cual ya no es preciso acudir al plató y formar parte del público. Desde el salón de casa, con un dispositivo electrónico elemental a mano, vota sobre esto y aquello, irrumpe en la realidad virtual, envía mensajes que barren la pantalla de aquí para allá; preferentemente, en las partes bajas de la misma.
En las escuelas, las clases magistrales han pasado a la historia: ese formato de enseñanza tan antiguo, consistente en que diserta el profesor y los alumnos toman apuntes o atienden, y sólo hablan por turnos, tras pedir el uso de la palabra. En la actualidad, señores míos, ya no hay clases, hay concentraciones, asambleas, sesiones en grupo (Focus Group, Open Group), talleres creativos. Los pupilos (los participantes) intervienen cuando les place, componen un “aula dialogante” (hoy, el aula es un aullar), todos participan por igual, se tratan de igual a igual. Semejante formato ha sustituido al modelo clásico y muy reaccionario (curiosa palabra) del “calle y aprende”. Ocurre que en muchos casos el enseñante (chocante término) cede su puesto a los estudiantes (que son más que él) y son ellos quienes dicen esto y lo de más allá, los que, a fin de cuentas, dan la clase. Ni hay diferencias de clase y de género. Ahora, no se dice “profesores”, sino “profesorado”. Y en este plan. La escuela sigue manteniendo, no obstante, una constante fundamental: ser campo de experimentación, laboratorio, para el resto de cambios sociales.
Con el paso del tiempo, las presentaciones de libros están cambiando, igualmente, de formato. La imagen de la mesa presidencial en la que autor y presentador disertan sobre el contenido de la novedad literaria ante un público entregado de antemano (alto porcentaje de familiares y amigos entre los asistentes) está quedando atrás. El último grito son las performances, el café-teatro, espacios interactivos y abiertos, en los que no es de extrañar que el autor hable de su libro, cante y toque la guitarra o la armónica, todo a la vez. Otras varietés, al respecto, son las mesas redondas y el colocón ese de poner las sillas en círculo y platicar, como en las sesiones de Alcohólicos Anónimos o de psicoterapia en grupo. Tales espectáculos adoptan formas todavía más innovadoras y rompedoras en las inauguraciones —y otros eventos— en las galerías de arte o en las pasarelas donde discurre la moda de temporada por venir.
El asambleísmo, las concentraciones, los coros y otras andanzas, las sentadas en calles, las acampadas en plazas: he aquí el nuevo escenario que caracteriza a las sociedades contemporáneas y posmodernas, allí donde se decide el ser o no ser de las cosas, la hoja de ruta de la comunidad, lo que hay que hacer.
Claro está, la apoteosis de la interacción la hallamos en internet, limbo rebosante de foros, hilos, blogs de todo tipo y vaya usted a saber... En páginas web de compra-venta de objetos, para compartir coche en viajes colectivos, en hoteles y tiendas on line, por doquier dispone el partícipe ciudadano de la posibilidad de mostrar su opinión. No hay periódico digital que no incluya “Comentarios” al final de una crónica o artículo, siendo a menudo éstos lo más buscados por el lector, lo que más interesa al internauta. Y no olvidemos las redes sociales, el Whatsapp y todo lo demás. Sí, eso, allí donde la gente se pone de perfil.
Un rasgo sobresale, por encima de todo y más que nunca, en las sociedades contemporáneas: el afán, por hacerse ver y notar, la ansiosa preocupación por caerle bien a la gente. Uno no hace lo que quiere o desea, sino lo que quieren los otros que uno haga. Lo que esperan de él. Lo que ha quedado establecido por códigos urbanos, consignas, prontuarios, el pensamiento único, la corrección política, las “vigencias colectivas”.
Los individuos adquieren cada día, como por arte de magia, más derechos y libertades. Pero, están perdiendo libertad.
3
Toso, luego existo
Interesante resulta observar determinado comportamiento de buena (o por mejor decir, mala) parte del público que asiste a una representación teatral, a una sala de cine o a cualquier otro tipo de espacio público destinado al recreo, la distracción y el espectáculo. Sea hecha esta observación a cuento de las toses contumaces y presuntamente incontenibles lanzadas al aire por gargantas impulsivas.
No hablo, luego toso. En estos tiempos tan veloces, de pronto, se ha pasado de usar el carraspeo como medio educado y discreto de anunciarse en una estancia o como medio de no interrumpir el curso de una conversación, a toser con ánimo de interactuar. En una sala de conciertos o un teatro, el espectador no canta o no declama, como hacen quienes están en escena. Entonces, tose. Haciéndose oír, participa así en el show. Pocos individuos he visto, atacados por un golpe de tos, que salgan del patio de butacas, para aliviar la irritación faríngea (prueba de no ser farisea) en el corredor o el vestíbulo, sin compartirla con el prójimo. Acaso el tosedor contumaz se ha convertido en un tasador de voces y silencios en el espacio público, un agitador pulmonar del derecho a toser, qué caramba; no ser un mero concurrente, sino una especie de gargantúa del universo acústico. El tosedor irredento, no actor ni cantante, da la nota conquistando el estatuto de actuante que le hace presente, sentirse vivo y real. Tose, luego existe.
Y, ojo, que nadie llame la atención a quien tosa en lugar público y cerrado: “no lo puedo evitar” o “a mí no me tose nadie”, así dice, sin atragantarse, el señor de las toses, ajeno a los problemas de la ética y las buenas costumbres, hasta de la lógica. Así actúa el muy indignado. Ocurre que la indignación y la tos tienen bastante en común: consisten una y otra en expulsar aire de los pulmones por la boca de manera violenta, acción acompañada de movimientos espasmódicos del diafragma (en el caso de la tos) y del agitado cuerpo en su conjunto (en el caso de la indignación). La indignación constituye la más violenta de las pasiones. «No veo —escribe Alain — mucha diferencia entre un hombre que se abandona a la cólera y otro que se entrega a un acceso de tos.»