El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 178 · invierno 2017 · página 10
Libros

La idea de Sujeto operatorio como núcleo del Materialismo filosófico de Gustavo Bueno

Pedro Insua Rodríguez

Reseña al libro El Ego Transcendental, de Gustavo Bueno (Pentalfa, Oviedo 2016)

tenía, para tratar del universo todo, habilidad,
suficiencia y entendimiento
” (Cervantes)

El Ego Transcendental

El Ego Transcendental (Pentalfa, Oviedo 2016) es el último libro de Gustavo Bueno. Tras su lamentable fallecimiento el pasado 7 de agosto de 2016 será también, a modo de testamento filosófico, el último libro suyo publicado en vida. Testamento, decimos, en su sentido jurídico (aunque utilizado también en otros contextos), en tanto que “declaración hecha ante testigos para que valga tras el fallecimiento” (Epitome Ulpiani, 20.1), a modo de “últimas voluntades”, y que nosotros interpretamos en relación a dos asuntos controvertidos que, en los últimos años, salieron al paso en torno a la obra de Bueno, y que pareciera como si con este libro se ofreciese una respuesta a las mismas (al menos eso vamos a destacar nosotros en una lectura, si se quiere, polémica del libro pero que, desde luego, tampoco agotaría su contenido).

Estos asuntos serían, a saber, los siguientes: 1) la supuesta marginalidad en el Materialismo filosófico, e incluso, mejor dicho, incompatibilidad por innecesaria, de la idea de Ego transcendental; 2) sobre la presunta realidad bibliográfica, pero también temática y doctrinal, de la obra de Bueno que hablaría de una “segunda navegación”, a partir aproximadamente del cambio de siglo (y milenio), y que, sorteando cuestiones ontológicas y gnoseológicas “más de fondo”, evolucionaría para centrarse en cuestiones políticas más ideológicas y propagandísticas (y por ello, se supone, más retóricas y superficiales).

Pues bien, el libro El Ego Transcendental tiene su punto de partida, su arranque polémico (aunque después desborde esa polémica), en la respuesta que Bueno va a ofrecer a una cuestión suscitada por Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina y otros, desde el entorno de la revista Eikasía, acerca de la pertinencia sistemática de la idea de Ego transcendental en el Materialismo filosófico{1}. Bueno responderá con un artículo (“El puesto del Ego transcendental en el Materialismo Filosófico”, El Basilisco, nº 40, abril 2009, dedicado monográficamente a este asunto y cuyo título, dicho sea de paso, recuerda al de Scheler, El puesto del Hombre en el Cosmos) que terminará cristalizando en forma de libro en 2016, distinguiéndose del artículo, además de por el título, tan solo por el Prólogo galeato que se le añade, muy breve, pero que advierte de las distancias que en el libro se van a tomar, hablando de la concepción materialista del Ego, respecto de la teología bíblica (“Yo soy el que soy” del Dios terciario) y de la metafísica idealista (el kantiano “Yo pienso que acompaña a todas mis representaciones sensible”).

El libro, por tanto, fija en efecto su núcleo temático en la idea de Ego transcendental (E), distinta del Mundo (Mi) y de la Materialidad transcendental (M, negación de Mi). El Ego trancendental es considerado como idea crítica (clasificatoria) frente a los conceptos de Ego (Ego categorial) procedentes de diversos ámbitos o dominios categoriales (lingüística, psicología, etnología, etología) que, de algún modo, contemplan sin agotarla la institucionalización de esa noción (el “yo” como institución en el seno del espacio antropológico), pero también como crítica frente a las ideas que la tradición filosófica, tanto espiritualista como materialista, ofrece del “Yo” y sus atributos característicos (desde la idea mosaica del Ego divino, hasta el Ego de la fenomenología, pasando por Descartes, Berkeley, Hume, Kant, Fichte). Una crítica que no impide, sino que más bien admite reconocer en esas corrientes, categorial y transcendental, las fuentes de las que mana la idea materialista de Ego transcendental siendo así que esta idea, muy lejos de ser una ilusión metafísica (como quería Kant), cristaliza, justamente, a partir de ese vigoroso y beligerante Ego institucionalizado (históricamente determinado), surgido en los distintos dominios categoriales que aquí se analizan pormenorizadamente (ego gramatical, ego jurídico, ego psicológico, ego etnológico, ego etológico, ego orgánico...) y de cuya mutua inconmensurabilidad procede la idea transcendental, filosófica, de Ego.

Como destilado crítico de esta labor de discusión, verdaderamente magistral, llevada a cabo por Bueno a lo largo de las 348 páginas de este libro, queda por fin situado, sistematizado, el papel de E en el contexto del Materialismo filosófico, que en esencia, podríamos resumir con el propio Bueno del siguiente modo:

“El esqueleto o esquema del sistema del materialismo filosófico, podría considerarse constituido sobre las ideas cardinales simbolizadas por los signos {M1, M2, M3, Mi, E, M}, que a su vez se reagrupan en los siguientes tres dominios {Mi, E, M}. Al Ego transcendental (E) le corresponde, en este sistema, la función de totalización de M1, M2, M3 en Mi (como coextensiva o igual a él), y a su través, la función de “eslabón” entre Mi (objetivo de la Ontología especial) y M (objetivo de la Ontología general).” (Gustavo Bueno, El Ego transcendental, pág. 294.)

Dicho de otro modo, y frente a la tesis de Sánchez Ortiz de Urbina, el Ego transcendental, por su carácter de sujeto operatorio, y lejos de desvanecerse (en Mi o en M), cumple con la función de totalizar a Mi como totalidad finita {M1, M2, M3} pero en cuanto que requiere en M a su complemento infinito (M como clase complementaria, negativa, de Mi). Digamos que sin E no habría contraste operatorio, y por tanto serían intratables, ininteligibles, entre Mi y su clase complementaria M (por hacer un símil gestáltico, sería como hablar de la distinción entre figura y fondo sin un ojo que las percibe en el espacio apotético en el que se realiza la visión). Es más el carácter sustantivo de E, a pie de igualdad en el rango ontológico con las ideas de Mi y M, es algo que Bueno se esfuerza por aclarar en este libro, siendo así que la desconexión (histórica) de E con respecto a Mi y a M viene dada, según subraya Bueno con toda nitidez, por el cristianismo. Es el potente componente operacionalista que imprime el Dios cristiano sobre la idea de Ego (“Dios salve a la razón”) lo que permite, en contraste con la filosofía griega (Anaxágoras, Protágoras, Platón, Aristóteles), “liberar” a E de toda confusión con Mi (que Bueno pone, incluso, como condición propia de toda verdadera filosofía) y poder, así, “cómodamente”, sin reduccionismos, cumplir esa función de eslabón entre Mi y M de la que venimos hablando.

Ya en otras obras había Bueno advertido, así desde luego en La Metafísica Presocrática (Introducción, parágrafo 3), que la filosofía moderna tiene más elementos comunes con la filosofía medieval (en razón de este contrapeso en favor de E dado por la ontoteología escolástica) que con la filosofía antigua (siendo el período más “revolucionario” en este sentido el que marca el tránsito entre la filosofía antigua y la medieval); pero también en Cuestiones quodlibetales sobre Dios y la religión se reafirma en ello, sosteniendo que la ontoteología “significó la posibilidad de introducir, en el racionalismo helénico, un potente componente operacionalista que, si bien proyectado inicialmente en el Dios creador, pudo transferirse más tarde [en el ámbito la filosofía moderna] al hombre, en cuanto encarnación de ese mismo Dios” (p. 64). Y es que es esa “transferencia al hombre”, justamente, el “largo argumento”, por decirlo more darwinista, en el que consiste El Ego Transcendental.

Porque el caso es que este “componente operacionalista” de la ontoteología medieval, un Dios que conoce el mundo y que interviene en él –y que hereda invertido la filosofía moderna–, es un componente del que se vio privada la filosofía antigua, o, por lo menos, estaba situado en un lugar en la ontología antigua que lo hacía impotente como demiurgo del mundo, hasta el punto de hacer pensar emic en la “eternidad” del mundo, idea a la que resistió la ontoteología medieval (recordemos los equilibrios que tuvo que hacer Tomás de Aquino contra los murmurantes para sostener semejante idea aristotélica). Y es que los últimos libros, digamos, gnósticos, con los que pone fin Aristóteles a su Metafísica (noesis noeseos como idea sublime de “pensamiento”, ajena completamente al Mundo), bloqueaba la posibilidad de introducir tal “potente componente operacionalista”, definitivo para la filosofía moderna y que sólo podrá heredar de la medieval (y nunca, por tanto, de la antigua). Un componente, en definitiva, que va a representar el principio del materialismo, cuando esta operatividad se asocie al cuerpo (sujeto operatorio), frente a su asociación idealista con la “conciencia” (siendo también principio, por cierto, del ateismo moderno, de la fe del ateo, al negar la posibilidad de atributos “totales” en un sujeto operatorio E –omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia–).

En este sentido, visto el recorrido y tratamiento temático del libro El Ego trancendental, nos parece completamente gratuito hablar de una “segunda navegación”, no ya solo porque lo aquí expuesto entronca perfectamente con lo dicho en obras que pertenecen a esa supuesta “primera navegación”, sino porque la bibliografía bueniana de títulos y temática presuntamente más “ideológica” (y por ello se supone más superficial), integran, sin desentonar en absoluto, la misma sinfonía del Materialismo filosófico que viene componiéndose desde los años 70. La existencia de algo así como un Bueno “secular”, volcado al siglo y, en cierto modo extraviado en él, frente a un Bueno “regular”, el de los Ensayos Materialista, que mantenía la pureza de la regla (la del sistema materialista) sí que nos parece, además de gratuita, completamente ideológica, en el sentido marxista, respondiendo su concepción a motivaciones espurias y partidistas (cuando no sectarias) y que, sea como fuera, deforma la inteligibilidad de la obra de Bueno.

Nuestro amigo Javier Delgado, gran conocedor de ella, se ha referido al libro El Ego Trancendental, con pleno acierto, como tercer ensayo en continuidad con los Ensayos materialistas, en cuanto que, en efecto, aquellos dos primeros (publicados en el año 1972) trataban respectivamente de la distinción entre una Ontología general y una Ontología especial (distinguiendo M/Mі), el primer ensayo, y de los tres géneros de materialidad (M1, M2, M3), el segundo, centrándose ahora este ensayo en la idea de Ego transcendental (E) que entra en coordinación sistemática con dichas ideas.

Definitivamente, y aunque no hiciera falta, lo de la “segunda navegación” se diluye como un azucarillo en el café ante este grandioso tercer ensayo.

Nota

{1} Ortiz de Urbina, R., “¿Para qué el Ego Trancendental?”, Eikasia. Revista de Filosofía 18 (mayo 2008). Ampliando y aclarando después sus posiciones en “Post-scriptum al artículo para qué el Ego Trascendental. Respuestas a las objeciones de Silverio Sánchez Corredera”, Eikasia. Revista de Filosofía, 19 (julio 2008).

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