El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 178 · invierno 2017 · página 8
Artículos

Mein kampf gegen Franco

Pedro Carlos González Cuevas

Consideraciones sobre Ángel Viñas, el último (por ahora) guardián de la historia

Francisco Franco y Ángel Viñas

“Nadie está libre de decir necedades. Lo malo es decirlas con esmero” (Michel de Montaigne, “De lo útil y de lo honrado”, en Ensayos. Tomo III, p. 9).

“La historia es magistra vitae, sí: nos enseña …lo que queremos ver en ella” (José Luis López Aranguren, Moral y sociedad, p. 31).

“Pues lo que importa no es la verdad sino la victoria” (Arthur Schopenhauer, El arte de tener siempre razón. La dialéctica erística, , p. 63)

“No te tomes demasiado en serio” (Donald Trump, Nunca tires la toalla, p. 104).

1. ¿Qué es un Guardián de la Historia?

A lo largo de más de cincuenta años, se ha ido consolidando en nuestro país lo que, siguiendo al sociólogo Pierre Bourdieu, podemos denominar campo historiográfico. El concepto de campo hace referencia a un espacio social un microcosmos, con una autonomía relativa y poseedor de su propia lógica{1}. El campo se compone no sólo de historiadores profesionales, sino de centros de investigación y de docencia, revistas, editoriales, sociedades, &c. Se trata, al mismo tiempo, de un campo de fuerzas y de luchas. Cada uno de los agentes empeña su fuerza –en términos de Bourdieu, su capital– que ha adquirido, incluso en aquellos casos en los que la disputa se plantea en relación a la posición teórica o conceptual. Una de las apuestas mayores de las luchas que se desarrollan en el campo es la de la definición de sus límites, es decir, de la participación legítima en las luchas. El campo no es inmune a las luchas políticas, pero ha de garantizar la autonomía relativa ante su desarrollo. Y es que, como señalaba Bourdieu en su diálogo con el historiador de la cultura Roger Chartier, “no debe estar permitido que se liquide un argumento científico con un argumento político”. “Un campo científico relativamente autónomo, capaz de producir verdades provisionales, susceptibles de verificación, es un campo en que ese golpe deja de estar autorizado”{2}. No se trata, por supuesto, de ausencia de ideología en la narración histórica, algo imposible, sino de atenerse a unas reglas de argumentación y de fair play. Sobre todo, de no ver al otro como enemigo, sino como adversario y de aceptar el pluralismo inherente a la investigación histórica. Frente a estas posiciones, se han alzado lo que denominaremos “Guardianes de la Historia”, una figura que periódicamente aparece en España como elemento perturbador y distorsionador de la lógica y del funcionamiento del campo historiográfico. El Guardián de la Historia suele tener como objetivo, confesado o no, ejercer el control del contenido de la producción historiográfica mediante el recurso a la violencia simbólica{3}, la seudología{4} y la intimidación a la hora de criticar, demonizar, silenciar y/o marginar, en el campo historiográfico, a los representantes o defensores de otras corrientes interpretativas y tradiciones académicas. Su función, por emplear la terminología de Michel Foucault, es la de vigilar y castigar. Y es más que probable que a no pocos de estos guardianes o aspirantes a dicha función les gustaría o tengan como ideal o proyecto la instauración de una especie de panóptico o “régimen de vigilancia” historiográfico, basado en el control jerárquico, la sanción normalizadora y el examen periódico{5}. En el fondo, el Guardián de la Historia persigue la exclusión de los que considera sus enemigos. En su libro El orden del discurso, Foucault hace referencia a tres sistemas principales de exclusión: la prohibición del discurso, la exclusión de la locura frente a la razón y la “voluntad de verdad”. Sin duda, el tercero es el más peligroso en la medida en que se ha intentado constituir como fundamento de todos los demás, y que prohíbe todo universo de discurso que ese considere al margen de esa “verdad{6}. El Guardián de la Historia pretende imponer su “voluntad de verdad” en el campo historiográfico.

A lo largo de los últimos treinta años, diversos historiadores españoles han tratado o pretendido ejercer ese rol represivo. Entre los más notables, se encuentran Ricardo de la Cierva, Manuel Tuñón de Lara o Josep Fontana. El último intento ha sido protagonizado por Ángel Viñas Martín, cuya producción historiográfica viene marcada por la beligerancia, el espíritu combativo y el recurso a la descalificación sumaria del adversario, para él enemigo. Veámoslo.

2. El hombre y su formación intelectual: la forja de un historiador de combate

Ángel Viñas Martín se ha convertido en una especie de The War Lord historiográfico, cuya autobiografía podría llevar por título en alemán: Mein Kampf Gegen Franco. Nacido en Madrid el 2 de marzo de 1941 en el seno de una familia de clase media baja, se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales y como técnico comercial de Estado. Fue un ateo precoz. A los doce años ya se encontraba alejado del catolicismo, porque un sacerdote le dijo que si continuaba con su mala conducta iría al infierno. “Desde entonces, dejé de ser católico”. Su principal mentor fue el profesor Enrique Fuentes Quintana. Siempre se consideró antifranquista, aunque nunca militó en los partidos de la oposición. Así, en una entrevista con el historiador Mario Amorós, afirma con gran desparpajo: “Participé, en segunda línea, en la marcha contra el rectorado de la Universidad Complutense, disuelta por una carga de los <grises> a caballo, y en alguna otra ocasión”. Nunca militó en el PCE, aunque, eso sí, pasó una noche sin dormir, en casa de un amigo comunista, destruyendo libros y revistas que podían resultar peligrosos en caso de que hubiese un registro de la policía. En una ocasión, se vio obligado, por motivos protocolarios, a saludar a Franco, en octubre de 1967: “Me pareció que estaba muy enfermo, muy afectado por el parkinson, y pensé que moriría pronto. Fue tremendo verle parpadear constantemente: sus párpados eran blancos y destacaban cuando se abrían y cerraban sobre el trasfondo de su rostro moreno tostado por el sol. No lo olvidaré”. Sin embargo, salió airoso del trance, vivito y coleando. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional y como agregado comercial en la embajada española en la República Federal Alemana. Es decir, fue un funcionario cualificado del régimen nacido de la guerra civil. Y, en consecuencia, tuvo, con toda seguridad, que jurar las Leyes Fundamentales, ¡Dios mío, vaya tortura!. A la muerte de Franco, se tomó por vez primera una copa de champán para celebrarlo; todo un retrato y todo un gesto de rebeldía. Sin riesgo, por supuesto. En 1975, ganó la oposición a la cátedra de Economía Aplicada en la Universidad de Valencia. En el campo historiográfico, se dio a conocer con dos obras, El oro español en la guerra civil y La Alemania nazi y el 18 de julio. En la primera, señalaba que la operación del oro fue el último recurso de la República para organizar su defensa. En la segunda, que el III Reich no tuvo participación en el golpe de Estado de julio de 1936 {7}.

En mi etapa de estudiante universitario, comencé a leerlo. Su libro La Alemania nazi y el 18 de julio, me pareció una obra seria y documentada. Igualmente, sus artículos en la revista Historia 16, recuerdo, sobre todo el titulado. “Berlín: Salvad a José Antonio”, en el que estudiaba los intentos alemanes de rescatar al fundador de Falange de la prisión de Alicante{8}; y cuya portada causó el escándalo de Pilar Primo de Rivera. Sin embargo, pronto me percaté del fondo profundamente sectario y beligerante de sus posiciones personales y de su producción historiográfica. Forma parte igualmente de mis recuerdos de aspirante a historiador algunas de sus intervenciones en el programa televisivo La Clave, dirigido por José Luis Balbín. En uno de aquellos programas, dedicado a la figura de Adolfo Hitler, Viñas estuvo acompañado de Ramón Serrano Súñer, David Irving, y el empresario Antonio Asensio. En el desarrollo del debate, Viñas comparó a Manuel Fraga con el dictador alemán; y, al serle preguntado por el tema de la ayuda del régimen franquista a los judíos perseguidos por los nazis durante la guerra mundial, afirmó que no iba a entrar en ese tema, ya que podía servir para ofrecer una imagen positiva de Francisco Franco{9}. Quedé estupefacto; en mi ingenuidad, todavía creía en la objetividad de los historiadores. Pude verle por primera vez en persona durante una reunión de la Sociedad de Estudios de la Guerra Civil y el Franquismo (SEGUEF) celebrada en la Facultad de Historia y Geografía de la Universidad Complutense de Madrid, un proyecto fracasado que auspiciaron los discípulos de Manuel Tuñón de Lara. Iba acompañado de los incondicionales Alberto Reig Tapia y Julio Aróstegui. Asistí junto al entonces amigo Eduardo González Calleja. Estábamos en primavera. Me llamó la atención que no llevara entonces su sempiterna pajarita. Era un hombre delgado, de escasa estatura, cuyas gafas delataban una intensa miopía. Lo que más llamó mi atención fue el rictus altivo y despectivo que irradiaba su mirada. Desde la tarima, parecía contemplar a su auditorio poco menos que como insectos. Me pareció de esa clase de personas que tienen un alto concepto de sí mismos; y, en consecuencia, tan ególatra como antipático. Creo que no me equivoqué: sin duda creo que Viñas padece una clara hipertrofia del yo.

Hombre del PSOE{10}, durante los años ochenta, su labor historiográfica pasó a un segundo plano, por su trabajo como asesor de los ministros de Asuntos Exteriores Fernando Morán y Francisco Fernández Ordoñez; y luego en la Comisión Europea. Fue Director General para las Relaciones con América Latina y Asia; y embajador de la Unión Europea ante las Naciones Unidas. Sin embargo, su producción historiográfica dedicada a la guerra civil española y al franquismo continuó: Guerra, dinero, dictadura: ayuda fascista y autarquía en la España de Franco, Las garras del águila, Franco, Hitler y el estallido de la Guerra Civil. Antecedentes y consecuencias. No obstante, es a partir de la etapa de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cuando su pluma se desata: La soledad de la República, El escudo de la República, El honor de la República, El desplome de la República, La conspiración del general Franco, La República en guerra, Las armas y el oro, La otra cara del Caudillo y Sobornos.. Además, este erudito ha coordinado una serie de volúmenes colectivos de contenido abiertamente polémico: En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil y el Franquismo; “La Guerra Civil”, en la revista salmantina Studia Histórica; y “Sin respeto a la Historia”, un número extraordinario de la revista Hispania Nova, dedicado, desde una perspectiva brutalmente descalificadora, a la obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne. Según su propio testimonio, los historiadores que han ejercido una mayor influencia sobre su obra son Manfred Merkes, Herbert R. Southworth, Juan Marichal, Andreas Hillgruber, Manuel Tuñón de Lara, Gabriel Cardona, Julio Aróstegui, Gabriel Jackson, Hugh Thomas, Edward Malefakis, Raymond Carr, Paul Preston, &c.{11}. Igualmente, se declara devoto de Carl von Clausewitz{12}. Quizás por ello considera la historia como una continuación de la guerra por otros medios. En ese sentido, fue muy significativa su intervención en el conflicto ocurrido con motivo de la presentación en sociedad en del Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia. Las entradas sobre Franco, Azaña o Carrillo suscitaron un acalorado debate sobre la frontera entre interpretación y desfiguración de los hechos del pasado. Y es que Luis Suárez Fernández, autor del artículo sobre Franco, omitió la palabra “dictadura” a la hora de catalogar el carácter político del régimen que éste encarnó, presentándolo como “autoritario”. Algunas asociaciones defensoras de la “memoria histórica” se manifestaron con banderas republicanas ante el edificio de la Academia{13}. Como respuesta, Viñas convocó a un grupo de historiadores de izquierda para elaborar un “contradiccionario”, que luego llevó el título de En el combate por la Historia. Para Viñas, el diccionario de la Real Academia de la Historia era una “provocación a los hechos, al conocimiento de la historia y a los historiadores”. E interpretó el régimen de Franco como una “peculiar variante nazi-fascista”, “la configuración del fascismo español”. Se trataba, además, de la dictadura europea más sanguinaria del siglo XX a excepción de la soviética. De ahí que, en su particular opinión, debía establecerse un paralelo entre Franco/Stalin y entre España/Rusia{14}. En este volumen, Viñas contó con la colaboración de algunos seniors de la historiografía española de izquierdas, como Julio Aróstegui, Carlos Barciela, Antonio Elorza, Francisco Espinosa, José Carlos Mainer, Hilari Raguer, Alberto Reig Tapia, &c., al lado de individuos más jóvenes como Carlos Collado Seidel, Matilde Eiroa, Gutmaro Gómez Bravo, Eduardo González Calleja, Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Juan Carlos Losada, &c.

Siguiendo la tipología elaborada por el filósofo Hayden White{15}, podemos decir que la trama narrativa que preside la producción historiográfica de Viñas, como la de su amigo Paul Preston, es de claro sesgo trágico; su modo de argumentar, mecanicista; y su enfoque ideológico, radical. Como tendremos oportunidad de ver, para Viñas, la historia contemporánea española resulta trágica, porque fue un intento fallido de transformación social que significó el triunfo de las fuerzas políticas y sociales más retrógradas y autoritarias representadas por las derechas españolas. Incluso el proceso de transición a la democracia liberal le ha dejado insatisfecho. A diferencia de Paul Preston, que sigue dando en sus libros una visión positiva de la Monarquía de Juan Carlos I, Viñas, como veremos, se ha declarado a favor de la instauración de la III República. Su pensamiento histórico, si de tal cosa puede hablarse, viene a ser una curiosa amalgama de empirismo, retórica marxistizante, individualismo metodológico y moralismo sublime, es decir, de juicios de valor al servicio de su ideología política. No sin razón, el historiador norteamericano Michael Seidman ha destacado el anacronismo de sus supuestos metodológicos. Y es que se trata de una historia “desde arriba” que margina los factores económicos y organizativos{16}. Según el comandante de Artillería Rafael Permuy, Viñas le confesó, en una conversación, que “tenía escasos conocimientos en el tema militar, tanto del material terrestre, naval o aéreo, como del desarrollo de las operaciones bélicas”{17}. Tanto Permuy como Lucas Molina le acusan de falsear los datos en torno a la ayuda militar de Alemania, Italia y la URSS a los bandos contendientes en la guerra civil{18}

Por mi parte, diré que se trata de una forma de hacer historia bastante acrítica, que ni tan siquiera parece ser consciente de los problemas planteados por las tendencias posmodernas y por el denominado “giro lingüístico”, que se expresa en las obras de Hayden White, Michel Foucault, Roland Barthes, Jacques Derrida, &c.{19}. Creo que su metodología está basada en un “realismo” bastante ingenuo. Como historiador, no soy posmodernista, pero creo que es necesario reflexionar sobre la problemática que plantean estos autores. Entre otras cosas, los límites del conocimiento histórico. Y es que Viñas parece un neorankeano de izquierdas.

Aunque militante del PSOE, Viñas no parece un socialdemócrata, sino más bien un pequeño burgués radicalizado. No en vano, The Volunter, órgano de la Fundación de Veteranos de la Brigada Abraham Lincoln, lo ha definido como “warrior historian”{20}. En todo momento, Viñas afirma ser partidario del “tratamiento empírico de los problemas”. Casi podríamos decir que padece una especie de fetichismo del documento, de las fuentes primarias, de los archivos. Uno de los conceptos que aparece permanentemente en sus escritos es el de la “evidencia primaria relevante”, cuyo fundamento son los documentos de archivo{21}. Viñas pretende que su método y sus investigaciones están basados en la inducción: “Nunca he partido de una tesis apriorística (¡), siempre he aplicado una metodología inductiva. Esto no es nuevo, otros también han procedido de igual manera. No obstante, creo que me diferencian de otros historiadores dos características: no parto de un estado de la cuestión y me pongo a escribir del análisis crítico de la evidencia. Es decir, diseño lo que llamo cañamazo original sobre el que se basará el discurso ulterior. Como no me dejo llevar por hipótesis previas ni por el conocimiento acumulado, que en ese momento ignoro o no tengo en cuenta, el cañamazo articula una evidencia primaria ya ordenada y segmentada cronológicamente. En ese momento voy reconociendo las lagunas o los agujeros que existen y examino, siguiendo un procedimiento iterativo, lo que otros historiadores han escrito sobre el tema””{22} . ¿Han leído ustedes cosa más deliciosa en los últimos doscientos años?. Por mi parte, confieso que no. En mi trayectoria como investigador, no había tenido oportunidad de contemplar tal cúmulo de trampas semánticas y de sofismas. Ya para el gran David Hume, la inducción era un mito: como no podemos saber las conexiones causales que elegimos son genuinas, nuestra decisión de denominar “leyes” a algunas de ellas es un asunto de hábito y, sobre todo, de conveniencia{23}. Y lo mismo piensa Karl Raimund Popper, para quien la inducción es un método de justificación; de ahí que, rechazando la justificación, se resuelve el problema de la inducción. En vez de buscar razones positivas para fundar una teoría, hay que buscar razones críticas, por qué preferir una teoría en lugar de otras. En palabras de Popper, “no podemos dar razón positiva para sostener que nuestras teorías son verdaderas”. Las razones críticas, más que justificar, defienden la preferencia de una teoría sobre las demás, la decisión de usar ésta y no la otra. Popper contrapone, por tanto, justificación y crítica. La ciencia es, pues, “búsqueda sin término”{24}.

Al mismo tiempo, Viñas se muestra contrario al principio de neutralidad. Como su admirado Herbert R. Southworth, se considera un “historiador apasionado y vitalmente antifranquista”{25}. En realidad, como hubiera señalado el gran Arthur Schopenhauer, su forma de argumentar es erística, es decir, orientada al único objetivo de lograr la victoria en las disputas sin tener en cuenta para nada la verdad. Por doquier, aparecen en la obra del historiador madrileño, el recurso a la extensión, a la homonimia, a las falsas premisas, a la alegoría, al argumento ad hominen, a la retorsio argumenti, al argumentum ad auditores, al ataque personal, al argumentum ad verecundiam, a la inclusión de las afirmaciones de sus enemigos en la categoría de lo execrable, &c.{26}. Y es que, en su opinión, uno de los imperativos de cualquier historiador es “la necesidad de no suministrar ningún tipo de legitimación a los sistemas de dominio”. La historia es, a su juicio, necesariamente “antifascista”; no anticomunista{27}. Su objetivo es “pasar la factura científica al anterior régimen”{28}.

Naturalmente, el señor Viñas puede seguir el camino que estime más oportuno. Sin embargo, a mí no me convence su perspectiva groseramente militante. Más convincente me parece la posición del británico A.J.P. Taylor en defensa de la independencia del historiador: “Un historiador no debe vacilar, incluso si sus libros prestan ayuda y confort a los enemigos de la Reina (aunque no es ese el caso del mío) o incluso a los enemigos comunes de la Humanidad. Por mi parte, incluso registraría hechos que hablaran en favor del Gobierno británico, si encontrara alguno que registrar{29}. Como es sabido, Taylor, hombre de izquierda, defendió la tesis de que Hitler no tenía como proyecto desencadenar una guerra mundial{30}. Una tesis, como todas, discutible, pero que sigue siendo avalada por historiadores prestigiosos{31}. Muy cerca de esas posiciones se encuentra el célebre historiador marxista Eric J. Hobsbawm cuando dice que “para todo el que participe en el discurso científico, las afirmaciones deben ser sometidas a validación por medio de métodos y criterios que, en principio, no están sujetos a partidismos, sean cuales sean sus consecuencias ideológicas y sus motivaciones”{32}. Sin embargo, a mí no me interesa tanto la verdad o falsedad de las tesis historiográficas de Taylor o de Hobsbawm como su talante intelectual abierto y ajeno a la militancia política acrítica y sectaria. La actitud de Viñas es antitética a la de los historiadores británicos. Cuando no tiene argumentos, recurre, entre otras estratagemas, a subsumir las opiniones de su adversario/enemigo en la categoría de lo aborrecible, es decir, contemporáneamente al nazi/fascismo. Lo que Leo Strauss denominaba “reductio ad Hitlerum”. Así, con su proverbial cinismo, afirma: “¿Resultaría aceptable ser historiador y no antinacional-socialista?”{33}. Tal razonamiento entra en la estratagema 32 de la dialéctica erística de Schopenhauer. Y es falaz. Con tal aserto tan sólo se intenta salir del paso. Sólo pondré un ejemplo, que hasta Viñas creo que puede entender y compartir. Durante muchos años se sostuvo que los nazis habían sido los autores de la matanza de Katyn, ¿refutar tal aserto equivale a ser hitleriano?. En modo alguno, pues en eso estamos. Y eso vale para el estudio de la II República, la guerra civil o el régimen de Franco elaborados con un mínimo de imparcialidad y de objetividad. Criticar a los republicanos/revolucionarios no equivale a defender posturas “franquistas”; y viceversa.

Pero sigamos con Viñas, quien, llevado de su concepción moralizante de la historia, recurre incluso a los planteamientos del católico John Emerich Edward Dalberg-Acton, lord Acton, ya que corresponde al historiador “identificar a los criminales, delincuentes que abundan en la historia, sean héroes o papas, sin abdicar de su papel como árbitro moral”{34}. Claro que Viñas no parece ser un buen lector de Acton. En realidad, pretende instrumentalizar el pensamiento del historiador británico falseando su contenido. Viñas silencia, o desconoce, que Acton tomó partido por los Estados del Sur durante la Guerra de Secesión norteamericana, acusando de “absolutismo abstracto” tanto a los partidarios de la esclavitud como a los abolicionistas. Y es que el sistema democrático “envenena todo lo que toca”. “Todas las cuestiones constitucionales están sometidas al único principio fundamental de la soberanía popular, sin considerar la política o la conveniencia”{35}. Acton siempre se mostró escéptico e incluso contrario a los principios de la democracia radical: “La democracia no sólo exige ser suprema, sin autoridad por encima de ella, sino también absoluta, sin independencia por debajo de ella, ser su propia dueña y no su depositario”{36}. Desde los supuestos actonianos, bien puede someterse a crítica el fundamentalismo democrático. No creo que el historiador británico hubiese aprobado la política religiosa de Manuel Azaña o el espíritu revolucionario de Francisco Largo Caballero.

Por todo ello, la tan cacareada “evidencia primaria relevante”, se encuentra siempre sesgada. En realidad, su relato histórico alberga un alto grado de simplificación. Desde el principio, es perceptible en sus libros una clara selección de los elementos del pasado que él considera relevantes. En ese aspecto, Viñas, como diría Carl Schmitt, se considera “soberano” sobre el “estado de excepción”, es decir, una situación que excede los criterios establecidos, que es excepcional. Al enfrentarse a una situación para la que carece de premisas desde las que poder deducir de manera irrefutable la acción correcta que dice emprender, debe “decidir” qué hacer{37}. Análogamente, la opción en virtud de la cual el historiador selecciona los datos del pasado que engrosarán su relato también constituye propiamente una “decisión” y, en ese sentido, una prueba de “soberanía”. Ciertamente, puede no carecer por completo de criterios que le inclinen hacia una u otra dirección. Sin embargo, al “decidir” está sólo; de ahí su responsabilidad. La “evidencia primaria relevante” nunca es, en Viñas, fruto o consecuencia de un método inductivo, al revés de lo que él pretende, sino de una decisión previa, consciente y precisa, de fidelidad a unos primeros principios. Y es que, como señala John Vincent, “no puede haber nada más sospechoso que hallar la documentación adecuada”{38}.

3. La erudición al servicio del mito

En realidad, el leitmotiv de toda su obra no es sólo destruir lo que denomina “mitos” franquistas sobre la II República y la guerra civil, sino consolidar los planteamientos de los derrotados en la contienda, sobre todo los defendidos por Manuel Azaña, su “héroe” Juan Negrín y otros políticos republicanos. No por casualidad, Viñas reivindica el cadáver historiográfico del periodista Antonio Ramos Oliveira, militante del PSOE con ínfulas de historiador. Viñas lo considera “un personaje injustamente olvidado en la España democrática” y cuya perspectiva histórico-política juzga actual: “Puso el dedo en la cuestión agraria, tan trabajada por la historiografía española posterior a la transición a la democracia y en la cortapisas introducidas por la jerarquía católica”{39}. No pondremos tampoco a Viñas entre los historiadores de la historiografía española. A Ramos Oliveira no se le recuerda simplemente porque sus planteamientos metodológicos y sus tesis historiográficas se encuentran ya muy desfasadas. Eso lo sabía hasta Manuel Tuñón de Lara y lo saben los historiadores serios{40}.

En múltiples ocasiones, Viñas afirma que la misión del historiador es destruir “mitos”. Naturalmente, siempre se refiere a los “mitos” del bando nacional, no a los republicanos. Guste o no, como solía decir el gran Georges Dumézil, la historia y el mito se encuentran “inextricablemente mezclados”{41}. La producción historiográfica de Viñas tiene como objetivo la construcción del “mito” –-en el sentido que Georges Sorel daba a esa palabra{42}–- de la II República, fundamento, a su vez, de un curioso legitimismo republicano que ha de llevar a la instauración de la III República como heredera de la anterior. De ahí que haya firmado con otros intelectuales de izquierdas, la mayoría antiguos comunistas, un manifiesto a favor de la instauración de la III República. Entre los firmantes, se encuentran igualmente Nicolás Sánchez Albornoz, Josep Fontana, Mirta Díaz-Balart, David Ruíz, José Manuel Caballero Bonald, Belén Gopegui, Joan Garcés, Isaac Rosa, Antonio Ferres, Julio Rodríguez Puértolas, Julio Diamante, Carlos París, Carmen Negrín, Rosa María Madariaga, Armando López Salinas, Juan Antonio Hormigón, Rosa Regás, Carlos Jiménez Villarejo, Juan Genovés, Julio Diamante, Luis Otero, Fernando Reilein, Amparo Climent, Fernando Marín, José Luis Abellán, Salvador López Arnal, Ignacio Ramonet, Miguel Riera, &c. Los firmantes desean poner fin a la anomalía que supone que el Jefe del Estado sea “un Rey impuesto por el dictador y nunca sujeto a un referéndum de ciudadanía”; lo que consideran “el principal precio que se pagó en el proceso de Transición de la dictadura a la democracia al no tener lugar la ruptura democrática y articularse la reforma pactada bajo la presión ejercida por el Ejército surgido del golpe de Estado de 1936 contra la II República, los poderes económicos y la larga mano de EEUU”. La Monarquía era presentada como una “institución obsoleta”; y la II República como “una urgente necesidad de regeneración democrática”{43}. Y es que, en el fondo, a Viñas le ocurre lo mismo que al protagonista del cuento La Oposición, obra de Alfonso Mateo Sagasta. Para él, la historia no es una narración sobre el pasado, sino sobre el futuro{44}.

Para Viñas, el advenimiento de la II República y su legitimidad no fueron sólo consecuencia del resultado de las elecciones municipales de abril de 1931, sino del “impulso irrefrenable de un pueblo abierto a la experimentación política y social que pedía ser oído más de lo que determinaba la vacilante arquitectura” del régimen de la Restauración. Por lo visto, los republicanos no recurrieron a las armas, la rebelión de Jaca no existió; fue un mito franquista. Cuestionar esa legitimidad supone dar legitimación, según él, al “régimen del 18 de julio”{45}. Sin embargo, un analista tan agudo como Guglielmo Ferrero –liberal antifascista– no dudó en calificar a la II República como “forma de gobierno prelegítima”, es decir, un régimen que “tiene necesidad de ser sostenido contra a oposición abierta o soterrada que, por todas partes, encuentra en sus intentos para sostenerse”{46}. Y es que los dirigentes republicanos fueron incapaces de lograr un consenso básico para la mayoría de la población. La legitimidad no es, por tanto, sólo de origen; ha de ser igualmente de ejercicio{47}. Y esto vale tanto para las izquierdas como para las derechas.

Sin embargo, para Viñas, la II República fue víctima de la conspiración del conjunto de las derechas españolas –sobre todo, de la monárquica– que no dudaron en aliarse con potencias extranjeras como la Italia fascista a la hora de conseguir armas y ayuda. Ni la situación del orden público, ni la violencia ejercida contra la Iglesia católica y sus símbolos religiosos, ni los movimientos nacionalistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia podían “justificar” la rebelión del 18 de julio de 1936. El único motivo real, a su juicio “inconfesable”, fue la oposición a todas las reformas políticas, sociales y culturales, en particular la agraria{48}. A ese respecto, Viñas banaliza, por ejemplo, el sentido de la revolución socialista de octubre de 1934, que, a su entender, no fue “más que un chispazo obrero (sic), esencialmente local, en el marco, eso sí, de una estrategia que pretendía impedir que la CEDA (un partido crecientemente escorado hacia la derecha) entrara en el gobierno”. Y continúa: “La dinamita de los mineros hizo milagros y escabechinas (sic)”. El profesor universitario de clase media fascinado por la violencia proletaria y revolucionaria, un fenómeno muy viejo y de consecuencias políticas y sociales desastrosas. En definitiva, lo considera, con su habitual dogmatismo, “irrelevante”{49}. Así escribe Viñas no la historia, sino “su” historia. Inútil hacer comentarios. No deja de resultar irónico que Tuñón de Lara, por quien Viñas dice sentir veneración discipular, sostuviera que octubre de 1934 supuso nada menos que “una verdadera revolución obrera, la primera revolución socialista en España”{50}. Por su parte, un historiador de la independencia y profesionalidad de José Álvarez Junco afirma: “La izquierda intentó entonces un asalto al poder al modo leninista, tirando por la borda las reglas del juego democrático”{51}. ¿Por qué niega Viñas la transcendencia de los sucesos de octubre de 1934?. Simplemente, porque en el fondo cuestiona los fundamentos de su relato histórico, su “voluntad de verdad”.

A ese respecto, me viene a la memoria la opinión de Antonio Jiménez-Landi Martínez, el gran historiador de la Institución Libre de Enseñanza, sobre la influencia institucionista en la legislación educativa de la II República. Lejos de ser precursora de dicha legislación, para Jiménez-Landi, “las ideas jacobinas y marxistas de la izquierda no encajan –incluso se oponen– al sentimiento netamente liberal del institucionismo, del que pretenden aprovecharse”. “Desde el punto de vista liberal, el articulado de la Constitución de 1931, con referencia a la enseñanza, es indefendible así como desde la idea institucionista…”. “En líneas generales, estos artículos de la Constitución de 1931, fueron totalmente antiinstitucionistas”{52}.

Sin embargo, Viñas permanece imperturbable en su discurso. Nunca rectifica; tampoco razona; como veremos, sólo insulta. Ciertamente, según Viñas, el gobierno salido de las elecciones de febrero de 1936 fue desbordado por la efervescencia de las masas, pero la culpa recaía, a su juicio, en los gobiernos anteriores de la derecha y sus políticas antirreformistas{53}. A lo que se ve, habrían tenido que seguir, según él, el programa de sus adversarios. Y dice: “Por supuesto, una gran parte de la izquierda tenía un discurso radical, pero no lo llevó a la práctica. Hay que distinguir entre retórica y acción. Algunos poco menos que confunden la primera con la segunda”{54}. Aquí pueden percibirse una vez más las insuficiencias de Viñas como historiador. ¿Acaso el lenguaje no contribuye a crear la realidad política?. Según el gran historiador John A.G. Pocock, los actos políticos son verbalizaciones y las verbalizaciones son en sí mismas actos políticos. Y ello porque las intenciones de una acción se muestran a través de las palabras y la verbalización es inmediatamente performativa, es decir, una verbalización que es en sí misma acción. Por ello, para Pocock, una acción política legítima es aquella que preserva una estructura de comunicación de doble sentido, es decir, en la que hay posibilidad de réplica, porque los sentidos del lenguaje no han sido completamente monopolizados. Esta es la condición de la existencia de la libertad política. Frente a ello, existe un modelo unidireccional de usar el lenguaje en el que actos performativos de poder definen su entorno desde un modo que no cabe ninguna réplica. En opinión de Pocock, el lenguaje revolucionario no es conciliable con este modo de entender el juego lingüístico, ya que se define al otro de un modo que no admite réplica; y es, por lo tanto, incompatible con la democracia{55}. Por lo visto, tampoco incidió en la dinámica político-social del momento, según se deduce de la narración de Viñas, las quemas de conventos, la ocupación ilegal de tierras, las huelgas permanentes, la quiebra del principio de autoridad, &c. “Sin novedad señora baronesa”, que se cantaba entonces. Y es que si no somos capaces de reconstruir el universo simbólico de la época, el análisis histórico resultará fallido.

En opinión de nuestro autor, la guerra civil española fue la antesala de la II Guerra Mundial, no la pugna entre revolución y contrarrevolución. La victoria del bando nacional –que él denomina tan sólo como “franquista”, como si todos los que militaron en sus filas hubieran sido incondicionales de Francisco Franco– fue consecuencia de la ayuda material de Italia y de Alemania, muy superior a la recibida por la República de manos de la Unión Soviética. Algo que ha sido elocuentemente puesto en duda{56}. Fue, además, consecuencia de la “traición” de las democracias francesa y británica y de la política de “no intervención”{57}. Una interpretación enormemente discutible desde el punto de vista de las relaciones internacionales, y que resulta en el fondo ahistórica y moralizante. Como señaló el siempre lúcido Raymond Aron en sus Memorias acerca de la posición del gobierno francés ante el estallido de la contienda española: “¿Puede el jefe de un gobierno democrático comprometer a su país en una acción que lleva aparejado un riesgo de guerra y que la mitad del país no considera acorde con el interés nacional?”{58}.

La España republicana tuvo que luchar, así, no sólo contra sus enemigos españoles, sino contra Alemania, Italia y Gran Bretaña. Según Viñas, la República sobrevivió únicamente “gracias al entusiasmo y la esperanza de una parte sustancial del pueblo español”{59}. Sólo le ha faltado evocar las gestas de Sagunto y Numancia. A falta de razones sólidas, Viñas desdeña infantilmente las tesis de Michael Seidman sobre la superioridad administrativa y organizativa del bando nacional como clave de su victoria en la guerra civil{60}. A su entender, a Franco se lo dieron todo hecho alemanes e italianos: ”El efecto de no disponer de abundantes latas de sardinas (sic), no admite comparación con la inhibición y el terror que desataban los bombardeos sistemáticos y terroristas de los aviones fascistas o las acometidas de los Messerchmitt”{61}. Lo dijo Viñas…punto y aparte.

Claro está que tampoco menciona el elevado número de desertores que se produjo entre los republicanos{62}. De la misma forma, compara las represiones de ambos bandos, señalando, como ya lo habían hecho los representantes del bando revolucionario, el carácter espontáneo de la republicana y el institucionalizado de la nacional. Algo cuando menos discutible{63}. A ese respecto, Viñas no duda en banalizar las matanzas no sólo de Paracuellos del Jarama, sino las del clero católico. En el caso de Paracuellos, según nuestro autor, el énfasis en la matanza sirve para resaltar el “terror rojo” y para ocultar la represión franquista{64}. Y es que la República fue, a lo largo del conflicto, un régimen democrático{65}. Su “héroe” es Juan Negrín López, a quien no duda en comparar con Charles de Gaulle y Winston Churchill{66}. Claro que luego, en una entrevista, reconoce que tal equiparación resulta exagerada{67}. No se aclara el docto erudito. En cualquier caso, Viñas siente una extraña fascinación por la figura de Negrín, a quien considera poco menos que una especie de superhombre político: “Frente a los errores e Azaña en términos de gestión, Negrín no cometió ningún error irreparable (…) a Negrín no le asusta la Historia (…) Negrín no tiene miedo de la Historia. Quienes quizás si lo tienen son los vencedores y sus descendientes. De otra forma, no se explica su comportamiento”{68}. Así, pues, Juan Negrín, sin pecado concebido. Luis de Galinsoga y Joaquín Arrarás fueron mucho más cautos a la hora de enaltecer la figura de Francisco Franco. Mi pesimismo antropológico y el realismo político que profeso me impiden creer en tales supercherías. ¿No tuvo nada que ver Negrín en la represión ocurrida en el propio bando republicano?. ¿Acaso no aspiró a la constitución de un partido único y fracasó en el intento?. ¿Qué ocurrió con la ayuda económica a los exiliados republicanos?. ¿Y el tesoro del yate Vita?. En concreto, Viñas, estima que Negrín obró sabiamente al tratar de prolongar la guerra española hasta que estallase el conflicto internacional, lo que, de haberse logrado, hubiera salvado el régimen republicano. Lo que les impidió lograrlo fue la “traición” del coronel Casado, del socialista Julián Besteiro y del anarquista Cipriano Mera. Esta “traición” hundió, además, todas las esperanzas de salvar los cuadros republicanos{69}. Una mera especulación, ya que las alternativas eran extremadamente limitadas. Además, Viñas es juez y parte, ya que preside el comité científico de la Fundación Juan Negrín, que fue constituida en febrero de 2014. Junto a Viñas, forman parte de la comisión los historiadores Ricardo Miralles, Helen Graham, Gabriel Jackson y José Miguel Pérez, secretario general de los socialistas canarios{70}.

A su modo, Viñas contribuyó, en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, a la radicalización ideológica del PSOE, al propiciar la rehabilitación del propio Negrín y de treinta y cinco militantes socialistas expulsados del partido, entre los cuales destacan los nombres de Julio Álvarez del Vayo, largocaballerista, procomunista, admirador de Mao Tse Tung y fundador de la organización terrorista Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico; Ramón González Peña, uno de los dirigentes de la revolución socialista de octubre de 1934; y Ángel Galarza Gago, ministro de gobernación durante las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Celebrando dicha decisión, Viñas dijo en la prensa: “La reconstrucción documentada del pasado siempre triunfa. El PSOE ha tenido un acierto político y de dignidad”{71}. Así le va al PSOE con semejantes referentes históricos.

Para Viñas, todos los defectos y horrores se concentran en la figura de Francisco Franco, arquetipo de la maldad. Viñas configura un Franco de pesadilla. Así, en una entrevista, dirá: “Franco o era gallego (sic), o era idiota, o no tenía ni idea de política exterior”{72}. Y es que Franco obstaculizó la liberación de José Antonio Primo de Rivera; propició el asesinato del general Amado Balmes; fue filonazi y económicamente corrupto; alargó conscientemente la guerra para matar más y mejor; acabó con el reformismo republicano; y su aportación a la modernización de la sociedad española fue mínima, por no decir nula. En realidad, esas transformaciones tuvieron lugar no gracias, sino a pesar de Franco y su régimen político. En su alucinante obra La otra cara del Caudillo, Viñas trata de demostrar, contra no pocas racionalidades y evidencias, frente a Juan José Linz, que el régimen de Franco fue un régimen totalitario fascista, muy influido por el nacional-socialismo alemán, sobre todo por el Führerprinzip. En el texto, Viñas llega a escribir “¡Heil Franco!”{73}. Viñas cae así no sólo en la caricatura y en el ridículo, sino en lo que el historiador Michel Winock ha denominado “fascismo protoplasmático” o “panfascismo”, es decir, la identificación sin más con el fascismo de cualquier régimen o grupo político de derecha nacional o de extrema derecha{74}. Por supuesto, no lo demuestra, porque es un ignorante en ciencia política e historia de las ideas. Entre otras cosas, nos “descubre” que el régimen de Franco fue una dictadura, algo que ya habían señalado algunos pensadores oficiales del franquismo como Rodrigo Fernández Carvajal, que lo definió como “dictadura constituyente y de desarrollo”, lo que fue aceptado, entre otros, por Gonzalo Fernández de la Mora{75}. No deja de ser un tanto significativo que Viñas recurra, a la hora de definir el Führerprinzip, ¡a wikipedia! {76}. Debe ser quizá otra forma de llegar a la “evidencia primaria relevante”. Y es que Viñas no parece tener idea de lo que, en realidad, significaba el Führerprinzip. Un politólogo de la talla de Julien Freund –discípulo de Raymond Aron y de Carl Schmitt, y combatiente en la Resistencia frente al nazismo– afirmó que, para Hitler y los suyos, el Führer “era” el Derecho{77}. El caudillaje de Franco no tenía como fundamento ese decisionismo radical, sin el iusnaturalismo católico. Franco era, como aparecía en las monedas de la época, “Caudillo por la Gracia de Dios”; lo que suponía unos límites claros a su capacidad de decisión. Esta distinción es, a mi juicio, capital. Sin embargo sospecho que a Viñas quizás le suene a música celestial. En cualquier caso, creo que un galimatías semejante como el elaborado por Viñas en La otra cara del Caudillo debería acabar con el capital simbólico de cualquier profesional de la historia que se precie. Sin embargo, en este como en otros aspectos, Viñas nunca defrauda a sus hooligans. Si bien a la hora de reivindicar a Negrín, no ahorra críticas a las memorias de sus enemigos como Jesús Hernández o Indalecio Prieto, cuando se trata de Franco todo vale. Viñas cree a pies juntillas los testimonios de antifranquistas tan notorios como Pedro Sainz Rodríguez –uno de los grandes cínicos y embusteros de la reciente historia de España– o de Eugenio Vegas Latapié. Aquí no caben dudas; todo está tenebrosamente claro. Incluso ha editado y prologado las memorias del diplomático Francisco Serrat Bonastre, Salamanca 1936, con el sólo objetivo de fundamentar sus prejuicios antifranquistas. Ni por un momento duda de las veracidad de sus alegatos, que ilustran, a su buen entender, los “ejemplos de caos, improvisación, desidia, combates corporativos y de competencias y falta de interés en las alturas”; y que “advirtió muy temprano la incapacidad de Franco, al menos en ciertos ámbitos no relacionados directamente con la conducción de la guerra”. “Franco se distraía y se daba a la charleta. No estaba volcado en la tarea de gobernar (…) También fue incapaz Franco de poner orden en el batiburrillo, o patio de Monipodio, que parece haber sido el Cuartel General de Salamanca”. “Estamos en las antípodas de las afirmaciones corrientes en la literatura sobre el inmarcesible genio de Franco”{78}.

Por otra parte, Viñas no tiene en cuenta para nada, el pluralismo inherente al régimen político nacido de la guerra civil. La unificación de 1937 fue, en el fondo y en la práctica, mucho más allá de lo que un régimen fascista puede soportar en síntesis: carlistas, social-católicos, falangistas, monárquicos, militares y la Iglesia católica. En realidad, el partido único tuvo, en la práctica cotidiana, una escasa importancia en la configuración del sistema político, ya que una parte importante de sus elites no procedía de su militancia. Algunos sociólogos y politólogos, y no solamente Juan José Linz, como Raymond Aron, cuya obra tradujo el señor Viñas con escaso provecho, clasificaron el régimen español, al lado de la Francia de Vichy o el Portugal salazarista, como carente de partido político hegemónico; en el fondo, era apartidista{79}. A ello habría que añadir el apoyo al bando nacional de los restos del Partido Radical de Lerroux, del Partido Agrario, de la Lliga Catalana y de algunos representantes del galleguismo.

A otro nivel de análisis, Viñas, sin conocimiento de causa, atribuye una militancia filonazi al escritor Eugenio Montes y al fundador de las JONS, Ramiro Ledesma Ramos{80}. En el primer caso, bastaría con haber leído las crónicas de Montes en ABC sobre el nacional-socialismo para sostener lo contrario. Montes nunca fue un fascista; era un conservador tradicional que fue muy criticado por Ledesma Ramos{81}. En el segundo, basta con leer la producción de Ledesma Ramos, en la que el factor racial brilla por su ausencia, para desestimar la denuncia de Viñas. Ledesma era fascista, pero no nazi. Como ha señalado los historiadores Zeev Sternhell y Renzo de Felice, esta distinción es esencial, porque fascismo y nazismo son dos mundos muy diferentes{82}. En definitiva, no pondremos a Viñas en la lista de sociólogos, historiadores de las ideas o politólogos; más bien en la de los polemistas.

Sin embargo, Viñas continúa sin hacer tales distinciones. Y se empecina en sus gruesas interpretaciones. No es extraño que cuando un periodista le interroga por las dificultades a la hora de demostrar que Franco asesinó al general Amado Balmes, se irrite y diga: “¡es un asesinato con premeditación y alevosía. Y punto!”{83}. Suena a rabieta de niño malcriado.

Consecuentemente, para nuestro autor, la llamada Transición no es un proceso político digno de alabanza, ya que, según él, silenció la memoria histórica de los vencidos. A ese respecto, Viñas relativiza el rol de Juan Carlos I a lo largo de aquellos años. El monarca no hizo, a su entender, otra cosa que “saldar la deuda histórica con la sociedad española y cumplir con su deber”. “Es más –dirá-: se vio impelido a ello por falta de alternativas”{84}.

Por último, hay que destacar en la producción historiográfica de Viñas, la ausencia total y absoluta de fair play. En rigor, Viñas no es un hombre de ideas, sino, como diría Ortega y Gasset, de creencias{85}, o, mejor dicho, de prejuicios. Su modo de expresión es provocativo y pretende afirmarse destruyendo la posición del contrario. Un análisis de su lenguaje haría las delicias de John Pocock. Se trata de un lenguaje de carácter bélico, cuyas palabras más usadas y llamativas son las de “destrucción” y “demolición”. Viñas parece verse como el conductor de un T-26 que arrolla y aplasta a sus enemigos. Hubo un tiempo, sobre todo en el siglo XIX, en que la historia estaba ligada directamente al campo literario, a la historia como obra de arte. Todavía hoy podemos leer con fruición a Ranke, Taine, Renan, Michelet o Menéndez Pelayo, aunque no estemos de acuerdo con sus planteamientos. El estilo de Viñas es, por el contrario, deliberadamente grosero, plúmbeo, tortuoso y reiterativo. Desde luego, no podemos percibir, a través de su lectura, lo que Roland Barthes denominaba el “placer del texto”{86}. Más bien todo lo contrario; produce cansancio y, al mismo tiempo, melancolía y tedio. Leemos sus libros por un penoso deber profesional, no por gusto. Como hubiera señalado Ortega y Gasset, Viñas parece escribir sus libros de historia, entre otras cosas, para “el halago concienzudo a los más viejos instintos de las más típicas masas”{87}. Viñas ofrece a los antifranquistas de vez en cuando una suerte de desagravio político-espiritual, como si de una labor terapéutica se tratara.

El historiador madrileño abomina del ethos de pluralización; aspira a que en la Universidad y en el campo historiográfico sólo exista una interpretación de la II República, de la guerra civil y del régimen de Franco; por supuesto, la suya{88}, es decir, la foucaultiana “voluntad de de verdad”. Y es que, a su buen entender, “los españoles empezaremos a dar muestras de normalidad (sic) cuando rechacemos mayoritariamente las construcciones ideológicas del neointegrismo franquista y dejemos de sorprendernos porque la historiografía seria (sic) se mueva abrumadoramente en la dirección contraria”{89}. En el fondo, se muestra como un profeta y precursor del panóptico historiográfico: “La Universidad española no será un dechado de perfecciones, pero es la mejor que hasta ahora ha tenido España (sic) y se ha mostrado bastante impermeable a la aceptación de tales distorsiones, con la excepción de un grupito de autores (sic), que denuncian, a veces con malas maneras e insultos personales (sic), a quienes escriben, según ellos <historia militante>. En general, ni son especialistas de la represión ni tampoco conocen demasiadas experiencias extranjeras (…) en España habrá que seguir atentos a que universitarios de escasa fiabilidad (sic), periodistas de medio pelo (sic) y divulgadores carentes del menor sentido del bochorno (sic), no queden sin respuesta”{90}. ¿Y quiénes son los miembros de esta especie de caterva historiográfica?. Veámoslo. Sus bestias negras son Stanley Payne, Anthony Beevor, Juan José Linz, Ricardo de la Cierva, Bartolomé Benassar, Burnett Bolloten, Andrés de Blas, Arturo Pérez Reverte, Jeremy Treglown, Luis Suárez, Luis E. Togores, Lucas Molina, Pablo Martín Aceña, Alfonso Bullón de Mendoza, Julius Ruíz, los colaboradores del libro colectivo Palabras como puños, y muchos más, la lista es larga, a los que califica de “revisionistas”, “subnormales”, “franquistas”, “infantiles”, “integristas”, afectados por el síndrome de ansiedad, o por el “miedo a la libertad”, cuando no farsantes cuyo único interés es el dinero, &c., &c.{91}. Es decir, que todo aquel que discrepe de sus interpretaciones o es un canalla, o es un corrupto, o es un fascista/franquista, o es un loco. Algo absolutamente intolerable. Además, deliberadamente lo mezcla todo. No distingue entre propagandistas, divulgadores y los historiadores académicos que legítimamente no concuerdan, ni tienen por qué concordar con sus discutibles opiniones. ¿Es que el señor Viñas ha llegado, por sus propios medios al “saber absoluto”?. Ya hemos visto que no; ni él, ni nadie.

Su animadversión se extiende hacia la Iglesia católica y al Partido Popular, a los que acusa de haber constituido un “bloque de poder” –¡otra vez la palabreja de Tuñón de Lara!– en contra de la “memoria histórica” de los vencidos en la guerra civil y de la II República{92}. Incluso llega a acusar al Partido Popular de querer retornar al régimen de Franco{93}. En realidad, Viñas se ha convertido más en un polemista que en un auténtico historiador. Buena prueba de ello, si es que hacía falta, es el contenido del número extraordinario de la revista Hispania Nova, que ha coordinado el propio Viñas con el único objetivo de desacreditar de forma inquisitorial el conjunto de la obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne, en particular su reciente biografía de Franco. Viñas ha calificado la obra de Payne de “patochada” y de “pornografía histórica”{94}.

En el fondo, todo ello demuestra que Viñas es producto de algunas de las peores secuelas del franquismo a nivel político y de mentalidad. Como dijo Renzo de Felice a propósito del fascismo: “El fascismo ha provocado infinitos daños, pero uno de los más graves ha sido dejar en herencia una mentalidad fascista a los no fascistas, a los antifascistas, a las generaciones posteriores más decididamente antifascistas (…) Una mentalidad de intolerancia, de atropello ideológico, de descalificación del adversario para destruirlo”{95}.

En mi opinión, no cabe la menor duda de que en la obra de Ángel Viñas subyace una clara “personalidad autoritaria”. Por lo cual, no vendría mal un estudio de sus escritos a partir de los planteamientos de, por ejemplo, Theodor W. Adorno{96}. O quizás sería mejor recurrir a los “maestros de la sospecha”: Marx, Nietzsche y Freud{97}.

Para llevar a cabo sus proyectos, Viñas ha logrado construir una serie de redes de influencia y de coacción psíquica. Domina editoriales como Crítica y Pasado Presente. Tiene una web donde expone sus tesis y, por supuesto, insulta a sus enemigos, y donde suele borrar los comentarios críticos de sus adversarios, lo sé por experiencia propia. Colabora igualmente en diarios influyentes como El País. Y, como ya hemos señalado con anterioridad, ha conseguido aglutinar a viejos y jóvenes representantes de la historiografía española de izquierdas. En ese aspecto, ha sido muy eficaz.

Y concluimos: Ángel Viñas nos sirve como ejemplo de lo que no se debe hacer. Su influencia me parece nefasta para el porvenir de nuestra historiografía. En ocasiones, al leer sus alegatos uno no tiene por menos que esbozar espontáneamente una sonrisa. Y es que este autor parece tomarse a sí mismo muy en serio; por eso, carece de capacidad de autocrítica y de revisión de sus planteamientos. Su egolatría parece inconmensurable. Aconsejarle que abandone sus posiciones creo que resulta ya inútil. Y no sólo porque sea un hombre de prejuicios, sino porque es ya demasiado viejo. No olvidemos, además, que se trata de “su” lucha, de algo que, en definitiva, ha dado y da sentido a su existencia. Quizás sin Francisco Franco no existiría Ángel Viñas, al menos tal como lo conocemos.

Notas

{1} Pierre Bourdieu, Meditaciones pascalianas. Barcelona, 1997, pp. 23 ss.

{2} Pierre Bourdieu/Roger Chartier, El sociólogo y el historiador. Madrid, 2011, pp. 44-45.

{3} Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron, La reproducción. Madrid, 2001, pp. 15-18.

{4} Joseph Gabel, Ideologies. París, 1975.

{5} Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid, 2012, pp. 227 ss.

{6} Michel Foucault, El orden del discurso. Barcelona, 1974, pp. 12, 44 ss.

{7} Véase Mario Amorós, 75 años después. Las claves de la guerra civil española. Conversación con Ángel Viñas. Barcelona, 2014, pp. 14-18. Fernando Hernández Sánchez, “Entre Clío y las Cancillerías, Ángel Viñas”, en Historia del Presente nº 15, 2010, pp. 79-81.

{8} Ángel Viñas, “Berlín: salvad a José Antonio”, Historia 16 nº 1, mayo 1976.

{9} Con posterioridad, Viñas hizo un anodino prólogo al libro de Bernd Rother, Franco y el Holocausto. Madrid, 2001, pp. 11-14.

{10} Ángel Viñas, Prólogo a El amigo alemán. EL SPD y el PSOE, de la dictadura a la democracia, de Antonio Muñoz Sánchez. Barcelona, 2012, pp. 11-16.

{11} Amorós, op. cit., pp. 24-26. Hernández Sánchez, op. cit., pp. 86-87.

{12} Véase Ángel Viñas, Prólogo a El arte de la estrategia, de Carl von Clausewitz. Madrid, 2011.

{13} El País, 2-VI-2011.

{14} Ángel Viñas, “Presentación”, En el combate por la historia. La República, la guerra civil, el franquismo. Barcelona, 2013, pp. 17 y 22.

{15} Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México, 1992, pp. 18, 20 ss.

{16} Michael Seidman, “Polémicas pasadas”, en Revista de Libros, 25-III-2014. Véase del mismo autor, La victoria nacional. Madrid, 2014.

{17} Rafael Permuy, Introducción a Importación de armas en la guerra civil española. Discrepancias historiográficas con Ángel Viñas. Valladolid, 2016, p. 12.

{18} Lucas Molina, “Un barullo de tanques y aviones: la Guerra Civil de Ángel Viñas”, en Zenda. Autores, libros y compañía, 3-IX-2016. Lucas Molina y Rafael Permuy, Importación de armas en la Guerra civil española. Discrepancias historiográficas con Ángel Viñas. Valladolid, 2016.

{19} Véase, a ese respecto, una exposición de tales doctrinas en Keith Jenkins, ¿Por qué la Historia?. México, 2014.

{20} The Volunter, 4-I-2013.

{21} Ángel Viñas, Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo. Barcelona, 2013, pp. 13 ss. Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 15 ss.

{22} Mario Amorós, 75 años después. Las claves de la guerra civil española. Conversación con Ángel Viñas. Barcelona, 2014, pp. 21-22. Fernando Hernández Sánchez, “Entre Clío y las Cancillerías: Ángel Viñas”, Historia del Presente nº 15, 2010, pp. 89-90.

{23} David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano. Madrid, 2008, pp. 108 ss.

{24} Karl Raimund Popper, La lógica de la investigación científica. Madrid, 1962. Realismo y el objetivo de la ciencia. Madrid, 1985. Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista. Madrid, 1988. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico. Barcelona, 1994. Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual. Madrid, 1979.

{25} Ángel Viñas, “Herbert R. Southworth ante los desafíos de la historia contemporánea: el caso de Guernika”, en Herbert R. Southworth: Vida y obra. Guernika, 2001, 61-85.

{26} Arthur Schopenhauer, El arte de tener siempre razón. La dialéctica erística. Palma, 2015.

{27} Ángel Viñas, Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 13 y 16.

{28} Ibidem, pp. 13.

{29} A.J. P. Taylor, The Origins of the Second World War. London, 1961, p. 10.

{30} Véase Taylor, The Origins… Historia de Inglaterra, 1914-1945. México, 1989, pp. 349-421.

{31} Véase Normas Davies, Europa en guerra, 1939-1945. Barcelona, 2008, pp. 607 ss. Niall Ferguson, La guerra del mundo. Los conflictos del siglo XX y el declive de Occidente. Barcelona, 2016, pp. 394-395.

{32} Eric J. Hobsbawm, “Partidismo”, en Sobre la Historia. Barcelona, 2014, pp. 136-137.

{33} Ángel Viñas, La otra cara del Caudillo. 2015, p. 14.

{34} Viñas, Las armas y el oro…, pp. 15. Afirma Viñas, con su habitual desdén por la verdad, o quizás su falta de información, que últimamente no suele leerse en España a lord Acton. No parece, pues, haber tenido noticia de las antologías elaboradas hace relativamente poco tiempo por los historiadores liberales Manuel Álvarez Tardío y Paloma de la Nuez. Véase Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder. Madrid, 2011. Y Lord Acton, Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión. Madrid, 1999.

{35} Lord Acton, “Causas políticas de la revolución americana”, en Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión. Madrid, 1999, p. 226.

{36} Lord Acton, “La democracia en Europa de sir Erkime May”, en op. cit., p. 166.

{37} Carl Schmitt, Teología política. Madrid, 2009, p. 13.

{38} John Vincent, Introducción a la Historia para gente inteligente. Madrid, 2013, p. 47.

{39} Ángel Viñas, Prólogo a Controversia sobre España. Tres ensayos sobre la guerra civil. Sevilla, 2015, pp. 7 y 16.

{40} Véase Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936). Madrid, 1977, p. 290. José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente, “La evolución del relato histórico”, en Las historias de España. Visiones del pasado y construcción de identidad. Madrid/Barcelona, 2013, pp. 410 ss.

{41} Georges Dumézil, “Del mito a la historia”, en A. Al-Azmeh et alia, Historia y diversidad de Culturas. Barcelona, 1984.

{42} Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia. Madrid, 1976.

{43} Público, 18-II-2013. Significativamente, uno de los firmantes del manifiesto, Salvador López Arnal, discípulo del filósofo Manuel Sacristán, muestra su enemiga hacia la democracia liberal representativa, “no poder del pueblo, sino procedimiento de consulta, orientado y dirigido cuando es necesario (e incluso no tenidos en cuenta) y unos representantes políticos que operan, con nulo control ciudadano, en el estrecho margen les otorgan los grandes poderes económicos, mediáticos y militares, y muy dispuestos por lo general a ponerse a su servicio”. Y es que los militantes antifranquistas “no tenían como horizonte normativo una democracia demediada como la actualmente existente, no aspiraban a una Europa guiada por un Capital sin bridas ni humanidad, y con apetito de acumulación insaciable, no eran monárquicos juancarlistas ni felipistas, no aspiraban a una sociedad en la que los trabajadores y las trabajadoras contaran tan poco como un gorrión malherido en un subterráneo oculto de una multinacional química” (Salvador López Arnal, La observación de Goethe. Madrid, 2015, pp. 164-165). Otro de los firmantes es el inefable comunista procastrista Ignacio Ramonet, autor de una descacharrante apología del recientemente fallecido Fidel Castro, Fidel Castro. Biografía a dos voces. Barcelona, 2005. Que no es ni una biografía, dado que se basa en entrevistas y no en material de archivo o fuentes secundarias, ni es a dos voces, porque, como era de esperar, quien lleva la voz cantante es el líder comunista cubano, a cuyas opiniones el autor se limita a asentir. Por cierto, que en esta obra Castro emite una serie de opiniones favorables hacia la figura de Francisco Franco. Véase Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces. Barcelona, 2005, pp. 16 ss.

{44} Alfonso Mateo Sagasta, La Oposición. Un relato sobre la invención de la historia. Madrid, 2016, p. 82.

{45} Ángel Viñas, Prólogo a 14 de abril. Crónica del día en que España amaneció republicana, de Vicente Clavero. Madrid, 2015, p. 15 ss.

{46} Guglielmo Ferrero, El Poder. Los Genios invisibles de la ciudad. Madrid, 1988, p. 142. Del mismo autor profundizando en el principio de legitimidad, Historia de Roma. Madrid, 1960, pp. 411-413.

{47} Véase Luciano Pellicani, “Revolución y legitimidad”, en Sistema nº 74, septiembre 1986, pp. 3-15.

{48} Ángel Viñas, Las armas y el oro…, pp. 24 ss, 405 ss.

{49} Amorós, op. cit., pp. 41-42. “La connivencia fascista con la sublevación y otros éxitos de la trama civil”, en Los mitos del 18 de julio. Barcelona, 2013, p. 132.

{50} Manuel Tuñón de Lara, La II República. 2º tomo. Madrid, 1977, pp. 95 ss.

{51} José Álvarez Junco, Prólogo a ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra?, de Diego Hidalgo. Madrid, 2015, pp. 12.

{52} Antonio Jiménez-Landi Martínez, Breve historia de la Institución Libre de Enseñanza (1896-1936). Madrid, 2010, pp. 135-141.

{53} Amorós, op. cit., pp. 43-44.

{54} Ibidem, p. 44.

{55} John A.G. Pocock, “Verbalitzing a Political Act Toward a Politics of Speech”, en M.J. Shapiro, Lenguage and Politics. Oxford, 1984, pp. 25-53.

{56} Véase Lucas Molina y Rafael Permuy, Importación de armas en la Guerra Civil española. Discrepancias con Ángel Viñas. Valladolid, 2016.

{57} Ángel Viñas, La soledad de la República. Barcelona, 2006, pp. 4ss.

{58} Raymond Aron, Memorias. Medio siglo de reflexión política. Barcelona, 2013, pp. 218-219.

{59} Viñas, Las armas y el oro…, pp. 322.

{60} Michael Seidman, La victoria nacional. Madrid, 2014.

{61} Ángel Viñas, “Presentación: libros sobre la guerra civil: un chorro que no cesa”, en Studia Histórica. Historia Contemporánea. La Guerra Civil. Volumen 32, 2014, pp. 45 ss. Véase también su Introducción a Salamanca, 1936, de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2013, pp. 19 ss.

{62} Véase Michael Seidman, A ras del suelo. Historia social de la República durante la guerra civil. Madrid, 2003.

{63} Véase Julius Ruíz, El terror rojo. Madrid, 2012. Paracuellos, una verdad incómoda. Madrid, 2015.

{64} Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas, “Puntualizaciones sobre Paracuellos”, El País, 21-IX-2012.

{65} Amorós, op. cit., pp. 191 ss.

{66} Ángel Viñas, La soledad de la República…, pp. IX-XVIII.

{67} El Siglo, 1-III-2010.

{68} “Negrín: sin miedo a la Historia”, El País, 10-XI-2015.

{69} Viñas, Las armas y el oro…,p. 286.

{70} Fundación Juan Negrín, 3-II-2014.

{71} “Negrín y 35 viejos militantes socialistas, rehabilitados”, El País, 20-VII-2008.

{72} El Confidencial, 19-XI-2014.

{73} Ángel Viñas, “Intentos alemanes para salvar a José Antonio”, en Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 60-96. La conspiración del general Franco y otras revelaciones de una guerra civil desfigurada. Barcelona, 2011, pp. 1 ss. La soledad de la República. Barcelona, 2006, pp. 109 ss. Las armas y el oro…, pp. 15 ss. La otra cara del Caudillo. Barcelona, 2015, pp. 11-387.

{74} Michel Winock, “Reconsiderando el fascismo francés: La Rocque y los Croix de Feu”,en Los años sombríos: Francia en la era del fascismo (1934-1944). Buenos Aires, 2010, pp. 111 ss.

{75} Véase Rodrigo Fernández Carvajal, La Constitución española. Madrid, 1969. Gonzalo Fernández de la Mora, “Con el Estado del 18 de julio”, en Pensamiento español 1969. Madrid, 1970.

{76} Viñas, La otra cara…, pp. 89 ss.

{77} Julien Freund, L´aventure du politique. Entretiens avec Charles Blanchot. París, 1991, pp. 77 ss.

{78} Ángel Viñas, Introducción a Salamanca 1936, de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2013, pp. 8-45.

{79} Raymond Aron, Democracia y totalitarismo. Barcelona, 1968, p. 80. En el mismo sentido, Ernst Nolte, Después del comunismo. Barcelona, 1995, p. 9.

{80} Ángel Viñas, Introducción a Salamanca, 1936, de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2014, p. 30 ss.

{81} Pedro Carlos González Cuevas, Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936). Madrid, 1998, pp. 192-194 ss.

{82} Zeev Sternhell et alii, Los orígenes de la ideología fascista. México, 1994, pp. 15 ss. Renzo de Felice, Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden. Buenos Aires, 1979, pp. 33ss.

{83} Entrevista con Juan Cruz, “Creo que Franco ordenó un asesinato para empezar la guerra”, El País, 22-V-2011.

{84} “Exaltación monárquica e historia”, El Confidencial, 19-VI-2014.

{85} José Ortega y Gasset, Ideas y creencias. Madrid, 1975.

{86} Ronald Barthes, El placer del texto. México, 1974.

{87} “Este señor Pemán…”, Luz, 19-IV-1932. José Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo V. Madrid, 2006, p. 10.

{88} Ángel Viñas, En el combate por la historia. Barcelona, 2012, p. 23.

{89} Ángel Viñas, La conspiración del general Franco…, p. 307.

{90} Ángel Viñas, “Presentación”, En el combate por la historia…, pp. 23-24.

{91} Viñas, La conspiración…, p. 307 ss. Las armas y el oro…, p. 460. La otra cara del Caudillo…, pp. 79 ss. “Un remedo de libro”, Revista de Libros, 18-VII-2016.

{92} Viñas, Las armas y el oro…, p. 411.

{93} Ibidem, pp. 415.

{94} Ángel Viñas, “Sin respeto por la historia. Una biografía de Franco manipuladora”, en Hispania Nova nº 1. Extraordinario. Año 2015, pp. 13.

{95} Renzo de Felice, Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden. Buenos Aires, 1979, pp. 13-14.

{96} Theodor W. Adorno, The authoritarian personality. New York, 1950.

{97} Véase Paul Ricoeur, Freud: una interpretación de la cultura. México, 1973, p. 32.

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