El Catoblepas · número 177 · noviembre 2016 · página 5
Moisés, Levinas, Nisman
Gustavo D. Perednik
Un pensador de la justicia, y una justicia huidiza
Es habitual la ingratitud de atribuir a lo helénico todas las fuentes culturales. Es verdad que, entre otros dones, los antiguos griegos nos han legadolos sistemas filosóficos, las olimpíadas y el teatro, pero lo cierto es que tal heredad no es inequívoca en los planos de la música, la poesía o la moral.
El mundo cultural es más antiguo que los helenos, y de aquí deriva cierta decepción cuando constatamos que usualmente se omite la contribución hebraica a los orígenes.
La música era prominente entre los antiguos israelitas. El último de los salmos enumera expresamente varios instrumentos, algunos de ellos remotos como el arpa y la flauta (Génesis 4:21). Asimismo, la victoria del Mar Rojo fue acompañada de cánticos con danzas y panderos (Éxodo 15:20), y los címbalos y las castañuelas alegraban las ceremonias de la época del rey David (2 Samuel 6: 5). En general, los instrumentos tenían un importante rol en el ritual en el Templo de Salomón.
Del mismo modo, la poesía hebrea precede en muchos siglos a la de Anacreontey Arquíloco, y aun a Homero, y ya aparece, entre otras fuentes, en los mentados cánticos y en los versículos del Manantial de Miriam (Números 21:17).
En suma, los logros artísticos de la civilización Occidental, tanto como sus aspiraciones y valores, registran en Israel una raíz no menos apreciable que la ínsita en el mundo helénico, y ello es especialmente notable en lo que se refiere a la dimensión moral.
Uno de los grandes pensadores que enfatizó la inconciencia de Europa para con su savia hebrea fue Emanuel Levinas (m. 1995), dilecto retoño del existencialismo judío.
Los primeros contactos filosóficos de Levinas se remontan a la ciudad alemana de Freiburg, donde comenzó por acercarse al pensamiento de dos célebres: Edmund Husserl (m.1938), sobre quien completó su tesis doctoral, y el alumno de éste, Martín Heidegger, cuya doctrina Levinas introdujo posteriormente en Francia.
Levinas, que enseñó en la universidad de París y dirigió en esta ciudad la Alliance Israélite Universelle, muestra cómo el alma de Europa se empobrece toda vez que se despoja de la gratitud debida a Jerusalén, no sólo a Atenas.
Levinas, después de sobrevivir el Holocausto parcialmente prisionero de los alemanes, y de padecer el asesinato de su familia, se dedicó a elaborar un sistema que lo divorciara cabalmente de Heidegger, a quien nunca exoneró por su nazismo. Europa se había desbarrancado hacia su putrefacción moral y ello no podía soslayarse.
El pensamiento del nuevo Levinas consistió en superar una ontología moralmente neutral, y en fundamentar la filosofía en una plataforma: la responsabilidad ética hacia el Otro.
La ética es para él la primera filosofía; desde la ética debe partir todo pensamiento que intente explicar qué significa ser humano. De este modo refutaba la devoción de Heidegger en aras de que el hombre recupere el grandilocuente significado del Ser.
Por el contrario, para Levinas el hombre debe trascender la ontología por medio de establecer una relación singular con otras personas. La totalidad es inexpugnable si no se la mira a través de la relación para con un ser concreto, con la verdadera alteridad. Por ello, la obra de Levinas se centra en el significado que tiene el otro, el prójimo, para la indagación metafísica.
Mientras Heidegger sostenía que la vida armoniosa se basaba en reparar en que la humanidad es un ser entre muchos, para Levinas, por el contrario, el hombre no se descubre en el Ser ni en el paisaje, sino en la cara desnuda de su prójimo frente a él.
La filosofía debe iniciarse con la responsabilidad ética, y no con preguntas metafísicas sobre el ser, ni epistemológicas sobre cómo sabemos. La ética precede a la ontología.
Según Levinas, las fuentes de esa responsabilidad son reveladas en el judaísmo, o más concretamente en el fervor judaico por la justicia. Así, la gran lucha de Moisés y de los profetas hebreos no es para desmenuzar el Ser, sino para liberar al pueblo sufriente de la esclavitud.
En La República de Platón, el prisionero emerge de la célebre caverna para conocer la verdad, y regresa a la caverna para explicar esa verdad a sus congéneres.
Moisés, por su parte, aunque también asciende a la casa real egipcia para aprender, sin embargo no regresa a sus hermanos para ilustrarlos, sino para terminar con la esclavitud. El paradigma se repite en otros personajes bíblicos como José y Ester. La conciencia nacional de los judíos se amalgama con el clamor por justicia.
Un caso concreto en estos días
En otro artículo hemos considerado a Woody Allen el Kafka del siglo XXI. Agreguemos aquí un paralelo más entre ambos artistas, referido a la cuestión de la justicia.
El protagonista típico de los relatos kafkianos es un joven que se desenvuelve en una misteriosa trama de temible inseguridad, y ello debido a una ilógica secuencia de eventos que son aparentemente simples.El misterio constante e inmediato en dicha narrativa es el de la justicia, que bien puede simbolizar el misterio del universo entero ante el cual el hombre es como un niño que no comprende.
Su clásica novela El proceso (1925) comienza con un arresto matinal de quien nunca sabrá las causas de su detención, y a partir de la cual se desgrana un intento infatigable y fútil por defenderse durante un año de una acusación que siempre permanece oculta. La justicia es patentemente inaccesible; es imposible, porque se invierten culpa y castigo. Los personajes son castigados antes de que haya culpa, por lo que la ley es finalmente insustancial.
No es casual que la incertidumbre máxima de Kafka se asiente en el descreimiento de la justicia. El ser humano podría vivir sin consumar el valor de la paz o el de la democracia, sin que dicha privación abatiera su convicción en el sentido de la vida. En contraste, la desaparición del valor de la justicia, sí lleva a una sensación de falta total de significado.
En Woody Allen la escena inicial de la película Sombras y niebla (1992) es una parodia del comienzo de El proceso. Y en la escena final de su filme Match Point (2005), cuyo tema es la justicia escurridiza, Woody Allen plantea magistralmente la consecuente falta de significado.
Chris, el protagonista y asesino, admite que si llegaran a capturarlo, a pesar de la degradación que ello conllevaría, por lo menos su detención indicaría que «hay algún signo de justicia, alguna medida de esperanza en la posibilidad de significado». Esta reflexión toca el nervio del problema: si hay justicia caerá en la cárcel, pero sin no la hay, corroborará el sinsentido.
Volviendo a Levinas, cabe que planteemos el valor de la justicia por medio de un caso concreto que cristalice el reclamo; por medio de un ejemplo específico que nos contraponga a la deuda que una sociedad tiene para con sí misma.
Quien escribe estas líneas acaba de concluir un viaje a Argentina, país en el que está librándose diaria y duramente una batalla por la posibilidad de justicia. Me refiero a la pavorosa historia de mi amigo el fiscal Alberto Nisman, de cuyo asesinato se cumplirán en breve dos años, sin que la Justicia argentina haya todavía atinado siquiera a definirlo como homicidio.
Día a día, los medios dan cuenta de la guerra legal que se ha desatado en el seno del Poder Judicial argentino. Las fuerzas que se enfrentan son, por un lado, quienes intentan investigar hasta el final lo ocurrido (tal como había hecho el propio Nisman con las agresiones terroristas de Irán en Buenos Aires) y, por el otro, los oscurantistas que en nombre del «progreso» y la «justicia» se esfuerzan denodadamente para obstaculizar con tecnicismos el camino a la verdad y la justicia real.
El primer grupo está integrado, entre otros, por fiscales como Germán Moldes y Ricardo Sáenz, y por juristas como Leopoldo Schiffrin y Roberto Gargarella.
Del lado de enfrente, las fuerzas que se empeñan en encubrir y ocultar, responden a una caterva autodenominada «Justicia legítima», capitaneada por la Procuradora General Alejandra Gil Carbó e integrada, entre otros, por el juez Daniel Rafecas y el fiscal Javier De Luca.
Casi diariamente la puja entre ambos grupos genera tirones en una u otra dirección. A veces, apuntan hacia esclarecer el magnicidio, y con ello desenmascarar el pacto secreto y delictivo denunciado por Nisman, que fue acordado por la ex presidente Cristina Kirchner y su canciller Héctor Timerman con los ayatolás de Irán con el objeto de blanquear a los terroristas de su culpa por los peores atentados de la historia argentina.
En otras ocasiones, los oscurantistas llevan la delantera y alcanzan a poner una valla más para impedir la investigación, y de este modo salvar a la ex presidente y a sus cercanos de un nuevo oprobio en el prontuario de incriminaciones que les pesan por dolo y corrupción.
En estos días la sociedad argentina amanece una y otra vez con noticias acerca de quién ha prevalecido en las últimas horas, y en base de ello va previendo cuál será el corolario de esta historia: si el esclarecimiento y la justicia, o el ocultamiento y el olvido.
En el año 2000 el Instituto de Estudios Levinasianos fue fundado en Jerusalén por Bernard-Henri Lévy, Alain Finkielkraut, y Benny Lévy (ex secretario de Sartre).
Buenos Aires espera una medida justiciera por la que se establezca el Instituto Alberto Nisman, una vez que su asesinato sea aclarado y su buen nombre cabalmente reivindicado. Será un prístino homenaje a su memoria y un avance tangible en la lucha legal sin descanso contra el terrorismo islamista.