El Catoblepas · número 177 · noviembre 2016 · página 2
A mayor gloria de Alberto Cardín
Tomás García López
Notas sobre la relación de Alberto Cardín con el materialismo filosófico
Amigo Ernesto:
Como creo que las palabras telefónicas se las puede llevar el viento, prefiero enviarte estos documentos escritos «a mayor gloria de Alberto Cardín», dadas las buenas relaciones que mantuvo siempre con la Escuela de Filosofía de Oviedo.
Estos documentos son fotocopias de la entrevista que La Nueva España le hizo el 12 de abril de 1988, algunas hojas del Programa del IV Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias relativas a su participación en él, y una carta de Adam Schaff; además de este breve escrito con algunas notas sobre su actuación y semblanza ética.
I) En cuanto a la participación de Alberto Cardín en el en el IV Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias, celebrado en la Cátedra Jovellanos de Gijón del 4 al 8 de abril de 1988:
1) Intervino, efectivamente, en la Mesa Redonda: Tecnología social y sociedad tecnológica del jueves, día 7 de abril, junto a Gustavo Bueno, Juan Bautista Fuentes Ortega, Aurora González Echevarría y Jesús Ibáñez. Faltaron a la cita Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina y el filósofo alemán Adam Schaff, que justificó su ausencia a través de una carta dirigida a José María Laso Prieto, el cual se había encargado de invitarle al Congreso, cuya fotocopia te adjunto.
Ocupó su puesto Lucio Scopsi, que pronunció una extraordinaria conferencia en la sesión de la mañana con el título: «Ripercusione della biotecnología nella vita sociale», que gustó mucho a los asistentes.
Pues bien, en sus intervenciones, de las que tomé algunas notas, que aún conservo, Alberto Cardín mantuvo una postura mesurada (de mesotes aristotélico) respecto a los peligros y a las ventajas soteriológicas de la Tecnología social, defendiendo una especie de término medio, porque, a su juicio no se trataba ni de una cosa ni de la otra. Afirmó que lo verdaderamente dominante en el uso de semejantes tecnologías era el pragmatismo, que llevaba hasta el punto degenerativo de la «proliferación de imposturas etnologistas y utopistas», en la línea de las tesis mantenidas por Gustavo Bueno en su libro Etnología y Utopía (1971). Finalmente, ejerciendo de antropólogo, se refirió a la diversidad de comportamientos culturales relativos a las técnicas y a las tecnologías sociales, incurriendo, a mi juicio, en un cierto relativismo cultural.
2) Al día siguiente intervino en el coloquio que siguió a la conferencia de Gustavo Bueno, único acto de la mañana del viernes 8 de abril: Antinomias de la Idea de cultura.
Como quiera que el profesor Bueno, después de recorrer las figuras dialécticas metábasis, catábasis, anástasis y sístasis para abordar y enjuiciar la contraposición «dialéctica de la Cultura/dialéctica de la Naturaleza, se adentrara en el «Reino de la Gracia», acaso anticipando lo que, años después, sería una de las tesis centrales de su libro El mito de la cultura (1996), Alberto Cardín, en consonancia con esto último, demostró sus conocimientos filosóficos respecto al tratamiento de la Gracia del cristianismo primitivo a propósito de la polémica ejercitada por San Agustín contra Pelagio sobre su necesidad, y que generó la antinomia: indispensable para la salvación versus prescindible.
Y en relación al despliegue de antinomias ofrecidas por Gustavo Bueno sobre la contraposición Naturaleza /Cultura, tales como:
—Frente al naturalismo cultural de Spencer o Marwin Harris de carácter bidimensional (naturaleza y cultura como un episodio de la naturaleza) / la tridimensionalidad de su doctrina del Espacio Antropológico con los tres ejes: el radial (naturaleza), el circular (cultura), y el Angular (númenes);
—Frente al armonismo cultural del funcionalismo / la existencia de contradicciones culturales entre el reino de la Ética y el campo de la Moral;
—Frente al irenismo relativista / las tesis de la UNESCO sobre las culturas;
—Frente al todo cultural perfecto / la existencia de conflictos entre todas las culturas (El Anti–Dühring), y las transformaciones marxistas (anástasis);
Despliegue de antinomias que le llevó al profesor Bueno a la conclusión de que «no cabe una Ciencia de la cultura, porque es imposible, y por consiguiente sólo es posible la idea filosófica de cultura», Alberto Cardín, como profesor de Antropología, tuvo que replegar velas antropológicas, dada la contundencia de esta deletérea conclusión, pero supo estar a la altura de las circunstancias, intentando salvar las naves de la Antropología como ciencia humana. Para ello recurrió, decorosamente, al morfologismo de Boas y al positivismo de Tylor.
Menor fortuna tuvo, a mi juicio, su última intervención, en la que improvisó una endeble contraposición entre lo que él entendía como «cultura humanista frente a cultura como inercia», de difícil encaje dentro de las coordenadas del Materialismo Filosófico de la cultura.
Por desgracia, no sabemos las objeciones o consideraciones que Alberto Cardín hubiera podido hacerle a Adam Schaff, tanto en la Mesa Redonda como en el coloquio posterior a su fallida conferencia: «Lenguaje y tecnología en las Ciencias Sociales».
II) En cuanto a las virtudes éticas de Alberto Cardín:
Después de la conferencia de Gustavo Bueno y del coloquio, en el que intervino acaloradamente Alberto Cardín, hubo tiempo para el recreo y el «deportare», ya que hasta las cinco de la tarde, hora en la que se reanudaba el Congreso, teníamos tiempo para un refrigerio, y en su caso el almuerzo.
En efecto, ejercitando mis funciones de anfitrión, invité a Alberto Cardín y a Juan Bautista Fuentes a una de las terrazas del Puerto de Gijón.
Debo añadir que, además de anfitrión, formé parte de la organización de este Congreso, en calidad de vocal de la Sociedad Asturiana de Filosofía (SAF), que presidía por aquel entonces Alberto Hidalgo, y sé, por este motivo, el enorme interés que todos los miembros de la Junta Directiva de la SAF pusimos en traer a Alberto Cardín, gestión que llevó personalmente Alberto Hidalgo, dentro del reparto de tareas convenido en las reuniones preparatorias del IV Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias; a mí, por ejemplo, se me encomendó invitar al sociólogo catalán Salvador Giner, nacido en Barcelona en 1934, cosa que hice encantado, dada mi estancia en Barcelona durante la década anterior. Le invité, a petición suya acordamos el contenido de su conferencia a la que puso el título: «Sociología y Filosofía Moral», le recogí en el aeropuerto de Asturias y le alojé en un hotel de Gijón.
Pues bien, en aquella terraza del Puerto de Gijón «deportamos» durante más de hora y media, manteniendo una animada y agradable conversación en aquella soleada mañana de abril.
Por supuesto hablamos de la marcha del Congreso, pero también de Psicología empírica y de Antropología Cultural: de sus Metodologías α y metodologías β, del Test o prueba de Rorschach, del que Juan Bautista Fuentes nos había hablado en la mencionada Mesa Redonda del jueves... y sobre todo de la posibilidad de la Psicología y la Antropología como ciencias.
Y en el fragor de la discusión tuvo lugar un episodio entrañable, que denota la grandeza ética de Alberto Cardín. Es un recuerdo imborrable que, a mi juicio, merece la pena destacar.
En efecto, en el transcurso de la conversación, «in medias res», Alberto Cardín se refirió, brevemente, a sus hábitos alimenticios, acaso porque se acercaba la hora de comer. Nos confesó que para evitar infecciones paralelas debía tener mucho cuidado con la calidad, frescura y preparado de los alimentos que tomaba, y que, por consiguiente no podía comer cualquier cosa, ni en cualquier lugar, ni debía ingerir alimentos, cocinados de un día para otro, requisitos éstos que no estaban garantizados en los Restaurantes, dada la gravedad de la enfermedad que padecía, y que, como es sabido, acabó con su vida cuatro años después (26 de enero de 1992).
Su refrigerio, en esta ocasión, consistió en el consumo de un botellín de agua mineral, y al levantar aquella interesante «sesión portuaria» se marchó a su casa de Gijón para almorzar en consonancia con aquellas normas éticas, relativas a la auto–conservación, de las que nos había estado hablando.
Lo que quiero remarcar aquí, en esta «pequeña apología» de Alberto Cardín es su firmeza personal y su generosidad con nosotros, virtudes éticas por antonomasia, ya que en ningún momento hizo concesión alguna al sentimentalismo personal, ni nos abrumó con excursos de victimismo narcisista, aprovechando su estado de salud, ni acaparó, egocéntricamente, el tiempo de la conversación para hablarnos de su caso. Tanto Juan Bautista como yo llegamos a la conclusión de que Alberto Cardín asumía, estoicamente, la enfermedad con absoluta entereza y además que ponía los remedios éticos necesarios para mantenerse en el ser.
¡Qué fortaleza la suya!
Parafraseando a Espinosa (proposición LXVII, de la Parte cuarta de su Ética: «De la servidumbre humana o de la fuerza de los afectos»), podríamos terminar este escrito afirmando que Alberto Cardín, como hombre libre que era, en nada pensaba menos que en la muerte, y que sus sabias palabras no fueron el fruto de una meditación de la muerte sino de la vida científica y filosófica.
Tomás García López
Oviedo, 23 de abril de 2015