Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Introducción.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, en su famoso Mensaje anual del Estado de diciembre de 2014, fundamentando la nueva doctrina nacional, citó al filósofo Iván Alexandrovich Ilyin (Иван Александрович Ильин) [1883-1954] como uno de los grandes referentes teóricos y espirituales para el tiempo histórico presente:
«Traigo a este respecto, una cita: el que ama a Rusia debe desear para ella la libertad; ante todo, la libertad para la propia Rusia, la independencia y la autonomía, la libertad para Rusia como unidad de los rusos y de todas las demás culturas nacionales; y, por último, la libertad para el pueblo ruso, la libertad para todos nosotros; la libertad de fe, de búsqueda de la verdad, la creatividad, el trabajo y la propiedad (Iván Ilyin). Es este un gran significado y un buen mandato en el tiempo de hoy»{1}.
Ilyin, protagonista doctrinal del nacionalismo contrarrevolucionario de Rusia en el siglo XX, era recuperado públicamente, y con una función histórica legitimadora, en el contexto de reconstrucción de la euroasiática «idea imperial» rusa{2} (dixit Aleksander Duguin, popularizado del emergente euroasianismo) en el contexto de enfrentamiento geopolítico con el Occidente euroasiático en el antiguo «espacio vital» del autodeclarado heredero del Imperio zarista y del Imperio soviético (regresando a la palestra autores como Berdayev, Denikin, Leontyev o Solovyev){3}, hasta el punto de ser considerado como «el filósofo de Putin».
«Y así, como Putin se trasladó a rehacer Rusia, se volvió a Ilyin para la justificación de la promesa y la esperanza de la dirección en la que esforzaba por llevar al país. Ilyin fue probablemente elegido porque sus obras legitimaban la comprensión autoritaria de Putin sobre el poder, justificaban las limitaciones en la libertad, siempre como un antídoto para todos los criterios occidentales sobre las libertades, los derechos y los objetivos del Estado. En esencia, Ilyin dio una especie de legitimación para entregar el poder casi sin oposición al líder nacional Putin, cuyo objetivo sería fortalecer el Estado y lograr su renacimiento espiritual, promoviendo los valores y normas conservadoras» {4}.
En la centuria pasada Ilyin se había intentado convertir, con poco éxito político, en ideólogo destacado del movimiento monárquico del exilio (ROVS) frente a la Revolución comunista de los bolcheviques, perseguido indistintamente por los totalitarismos ruso y alemán, y criticado por los liberales occidentales. Y en el siglo XXI es reivindicado como guía de este modernizado «nacionalismo imperial ruso» (Russkiy Mir) frente a la que consideran como Revolución liberal que el gobierno norteamericano pretende imponer, globalizadamente, a través de la cultura de masas, la dependencia económica y la homogenización identitaria{5}, empezando por los considerados países occidentales colonizados y terminando en la propia frontera rusa (Georgia, Moldavia y Ucrania){6}.
En ambas etapas aparece, pues, como una pieza central para explicar la búsqueda pasada y presente de ese sistema político y social en Rusia capaz de cumplir, aunando tradición y modernidad, la misión histórica y espiritual de un Imperio eurasiático que, como reivindicaba Aleksander Projanov, miraba siempre «hacía el cielo». Un Imperio no solo geopolítico; era algo más, sobreviviendo al infortunio y al error, a la soledad y a la invasión a lo largo de los siglos. Siempre una auténtica civilización propia y diferenciada, en búsqueda de su identidad en el mundo globalizado, permanentemente transformado, desde la inmensidad de su geografía y desde esa trágica y creativa «alma rusa» de la que hablaba Dostoyevski{7}.
La «hermana» Ucrania{8}, la «aliada» Siria. Dos escenarios, entre otros, donde poner a prueba geopolíticamente, la función movilizadora y legitimadora de esta idea desde la construcción del discurso político-social en Rusia. Y que explica, a modo de Historia de las Ideas (IdeenGeschichte) el «renacimiento» de un filósofo tradicionalista (contrarrevolucionario) que volvía, pues, a la primera plana del debate ideológico sobre la denominada como «democracia soberana» o iliberal{9} (imbuida del «principio de autoridad soberana» de Ilyin) impulsada por el mismo presidente Putin; el cual, personalmente, participó en la vuelta de sus restos mortales al país en 2005 y en la ceremonia pública de la consagración de su tumba en el Monasterio Donskoy de Moscú.
1. Biografía. De la Rusia imperial a la emigración forzada.
Iván Ilyin nació el 28 de marzo de 1883 en Moscú. De raigambre aristocrática, era heredero de la primigenia dinastía ruríkida en la región de Riazán, a la que pertenecía su padre, Alexander Ivanovich Ilyin [1851-1921] (secretario y jurado imperial). Fue bautizado en la Iglesia de la Natividad de la Virgen de Moscú (área de Smolensk) siendo su padrino el mismo emperador Alejandro II. Educado en la más pura tradición aristocrática de la administración imperial, el joven Ilyin se graduó en 1901 en la Escuela secundaria del primer Gimnasio de Moscú, con medalla de oro en educación clásica (en especial por su conocimiento en griego, latín y eslavo eclesiástico).
Ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Imperial de Moscú ese mismo años. Las revueltas estudiantiles de la Revolución de 1905, que rechazó, le hicieron profundizar en su vocación académica y escorarse hacia el conservadurismo, si bien liberal en este periodo. Así optó por la rama filosófica, de la mano de la línea cristiano-ortodoxa del profesor Pavel Ivanovitch Novgorodtsev [1866-1924]. En 1906 se graduó, y el 27 de agosto se casó en la iglesia de la Natividad de Cristo (aldea de Bykovo) con Natalia Bokac. Desde 1909 comenzó a trabajar en la Universidad como privat dozent, en la Cátedra de Historia y Enciclopedia del Derecho. Tras una estancia científica en Europa Occidental (Alemania y Francia), en 1911 Ilyin inició su tesis doctoral, centrada en el tema Crisis de la filosofía racionalista en Alemania en el siglo XIX a partir del impacto de las tesis de Hegel y el desarrollo de la fenomenología, las principales corrientes del momento. Con el apoyo del Príncipe Trubetskoy, desde 1914 colaboró en las conferencias públicas sobre la ideología presente en la recién comenzada Primera Guerra mundial, centrándose en el tema del Sentido Espiritual de La Guerra (en defensa de la justa misión de Rusia en la misma, pese a estar en contra de todo conflicto bélico).
Con el pensamiento de Hegel como referente (en especial con el concepto de Volksgeist) que comenzaría a marcar su posición respecto a la filosofía jurídico-política, Ilyin comenzó a participar como conferenciante en el Instituto de Comercio de Moscú sobre el tema «Introducción a la Filosofía de la Ley», bajo el amparo de Novgorodtsev. En dichas conferencias se ilustraba la base de su tesis, centrada en la dimensión espiritual del pensamiento hegeliano, que sería terminada en 1916 y defendida en 1918 como la Filosofía de Hegel en la doctrina de la especificidad de Dios y del hombre{10}.
Ilyin, aún ligado en esta primera época a los principios monárquico-liberales de su primera formación, advirtió en la Revolución de febrero de 1917 (desde los social-revolucionarios de Kerenski, a los Kadetes conservadores) la oportunidad de reformar el país siguiendo la senda de la modernización occidental (alguna forma de monarquía socioliberal). Pero la segunda fase, la Revolución de Octubre (con la eliminación de todas las facciones reformistas, e incluso de los socialistas mencheviques) bajo la acción directa de Troski desde el Soviet de Petrogrado, decepcionó totalmente sus primeras expectativas, hasta el punto de tener que tomar partido ideológico y político, dejando atrás especulaciones filosófico-jurídicas. Con la lucha de liberales y comunistas, quienes se disputaban el poder a mano armada, había comenzado la destrucción del país{11}.
Aun con el triunfo final de la facción bolchevique, Ilyin decidió quedarse en Rusia, tras leer su Tesis doctoral y ser nombrado profesor de Filosofía Derecho en la Universidad imperial; aunque su pasado aristocrático y su posición crítica ante el «colapso del Estado» provocado por los nuevos Soviets le llevaron en varias ocasiones a la cárcel (junto a su maestro Novgorodtsev). Finalmente fue expulsado del país en 1922, por orden directa de Vladimir Ilych Ulianov (Lenin), junto a los más de 160 intelectuales y profesores que formaban la llamada «Nave de los filósofos» exiliados (Abrikosov, Berdyaev, Brutskus, Frank, Kagan, Karsavin, Lossky, Sorokin o Stepun){12}.
Así arribó en 1923 a Berlín. En la capital de la naciente República de Weimar trabajó (hasta 1934) como profesor de ruso en el Instituto científico de la ciudad. Se convirtió en dicha ciudad en el referente doctrinal de los contrarrevolucionarios rusos, tomando partido por los emigrantes del Movimiento blanco por toda Europa Occidental o ROVS (Ру́сский Обще-Во́инский сою́з, POBC), en especial del grupo liderado por el Barón y general Pyotr Nikolayevich [1878-1928], siendo director del diario promonárquico Русский колокол. Pero en 1930 el Instituto dejó de recibir fondos públicos y Ilyin comenzó a colaborar con los círculos intelectuales anticomunistas para ganarse a vida (reunidos en la editorial Eckart), y en 1934 el nuevo gobierno nacionalsocialista alemán lo expulsó del Instituto y le sometió a vigilancia por la Gestapo. Gracias a la ayuda de Sergei Rachmaninoff consiguió escapar de nuevo, en esta ocasión a Suiza, llegando a Ginebra en 1938 y finalmente residiendo en la comarca de Zúrich, refugio donde escribió sus principales obras, dio entidad a su doctrina, y falleció finalmente{13}.
2. Ideas. De la contrarrevolución a la misión histórica.
El exilio convirtió a Ilyin doctrinario líder entre los emigrados (especialmente zaristas). Asustado por las consecuencias de la Revolución, que destruyó la herencia nacional y arruinó toda posibilidad de transición política, Ilyin tomó partido por la causa monárquica y conservadora de la contrarrevolución blanca. Destruidos los ejércitos del general Kornilov (tras la derrota del neoimperial almirante Kolchak) solo quedaba el activismo político y la construcción ideológica. Y en ella se encontraba recuperar la verdadera «misión de Rusia»{14}, primero desde la unión contrarrevolucionaria, segundo desde la reconstrucción de la autoridad soberana{15}.
a) La contrarrevolución.
Su posición contrarrevolucionaria había ya quedado clara en 1923, recién llegado a las filas de la emigración blanca{16}. Frente a los representantes militares y políticos de la diáspora, Ilyin les habló del pronto renacer del poder y la gloria de Rusia gracias al movimiento blanco, desde la fidelidad y el sufrimiento, y como guía para otros países. El destino de la nación rusa partía del conocimiento de los hechos históricos y del realismo político inscritos en la existencia histórica, humana y espiritual de su pueblo. Entender dicho destino significaba, por ello, comprender ese espíritu histórico, marcado por los designios divinos y los errores humanos en la gran época de la transformación revolucionaria{17}.
La Revolución había triunfado, y todos los pueblos de Rusia tuvieron que afrontar su infierno: «la blasfemia de los impíos, el asalto de los bandidos, la desvergüenza del loco, los intentos de asesinato»; y «todos tuvimos que mirar a los ojos de Satanás, tentándonos con sus últimas seducciones y atemorizándonos con sus más recientes terrores». Todo parecía perdido, pero la Revolución era una señal, el signo espiritual de una época y de sus hombres. Ilyin descubría que «el secreto y más profundo significado de la Revolución se sostiene en el hecho de que es más que todo una gran seducción espiritual; una dura y cruel prueba que quema a través de las almas». La conversión del mundo. «Con Dios o contra Dios», siendo humillado y castigado o sirviendo al enemigo contra tus propios amigos{18}.
«Elegir y decidir..». Nadie en Rusia había escapado a este juicio, recordaba Ilyin, «a esta prueba que superó a cada hombre: desde el Zar al soldado, desde el más Santo Patriarca al último de los ateos, de los ricos a los pobres». Una prueba que puso a todos ante el rostro de Dios, testificando para la salvación o para la muerte; un juicio aparentemente laico pero verdaderamente religioso, que nos recordaba la eterna y trágica búsqueda humana del mundo espiritual. Y ante ese juicio, los blancos, los patriotas, aquellos que fueron fieles a su mandamiento no podían perder; habían sido vencidos en el campo de batalla, pero ganaron con su fidelidad, con su sacrificio, con su elección. «El vencedor -defendía Ilyin- es el que se alzaron contra el mal, se levantó en contra de la seducción, sin caer en ella, y se levantó contra el terrorismo, no teniendo miedo»{19}. La Historia hablaría de ello.
La señal era evidente para Ilyin. Solo podría salir esta Rusia hacia adelante «a partir de su profundidad religiosa, vigorosa». Frente a las dudas de la intelectualidad sobre su futuro, desde esta realidad ancestral Rusia podría renacer, fortalecerse y crecer. Y sobre ella debía fundarse la forma estatal y la autoridad soberana{20}. Para Ilyin la autoridad soberana, como fundamento contrarrevolucionario, se realizaba en la figura del más fuerte, del noble que acepta y ejerce el poder con la voluntad, que es el timón del pueblo, y de consecuente y formada fidelidad patriótica de la nación. Autoridad que unía a dirigentes y población más allá del territorio común o de la lógica subordinación; se unían en el esfuerzo y en la acción conjunta los nobles líderes y los leales guardianes, creando una unidad sagrada que merecía ser defendida con la propia vida, como gobernantes o como soldados al servicio de la Patria y Cristo{21}.
El poder del Estado representaba, pues, esa autoridad soberana destinada a defender con la vida y la muerte «la existencia y la santidad de su pueblo». Por ello, para Ilyin quien toma el poder, quien asume la autoridad tiene un deber fundamental, una responsabilidad ante el peligro, ante la muerte. Dicha autoridad era, obligadamente, una cuestión de voluntad, una vocación no sólo para ver y comprender (ya existen los expertos), sino para «seleccionar, decidir, dirigir, conservar y obligar». Esta es su causa, su naturaleza, su propósito, sentenciaba Ilyin{22}; y continuaba señalando los rasgos de esa autoridad soberana, a modo de axiomas, sin los cuales llegaba al poder la mentira y el engaño, y con ello la «anarquía, la decadencia y el abismo»{23}:
Estos axiomas eran, para Ilyin, el drama de la voluntad, de la nobleza, de la vida y la muerte, los cuales había que preservar para que las futuras generaciones de Rusia considerasen esta verdad en profundidad{24}.
La contrarrevolución de Ilyin nacía de la trágica experiencia vivida de primera mano. En ella se interrelacionaban su visión hegeliana de la Historia{25} y la más pura tradición de la Eslavofilia ortodoxa. Pero la consolidación de la Revolución comunista y la creciente debilidad de la oposición monárquica hicieron a Ilyin concretar su filosofía histórica en una doctrina jurídico-política para el futuro de Rusia. Así fue rechazando la figura de Nicolás II, dubitativo Zar que tomó partido y permitió el fin de la Rusia imperial, y se alejó del Gran Duque Kiril Vladimirovich, autoproclamado nuevo Zar en el exilio sin el apoyo de toda la diáspora.
Llegaba la hora de dejar atrás la mera contrarrevolución monárquica. La autoridad soberana tenía que fundamentarse en un proyecto de largo recorrido, más allá de los nombres y de las coyunturas, recuperando la esencia histórica y espiritual de la misión de Rusia. Por ello, la explicación del triunfo de la Revolución se focalizaba ahora en la pérdida de la verdadera identidad espiritual rusa y de su destino en el mundo{26}. La importación radical del Estado absolutista occidental y unas masas populares imbuidas por ideologías radicales foráneas habían socavado la unidad y convivencia nacional en 1917. Y ante la misma, la autoridad soberana debía separarse del destino de los Romanov, y alentar una monarquía nacional y espiritual, como ascendente patriótico y no como linaje dinástico, como unidad histórica y no como memoria amarga{27}.
Toda unidad residía en el equilibrio entre poder y obediencia, entre elites y gobernados. En Rusia existían claros ejemplos de un camino común, de un destino compartido a lo largo de su historia. Pero la primera Organización comunal del Principado de Novgorod había desaparecido del imaginario colectivo; los tradicionales Zemski Sobor de la antigua Moscovia era un recuerdo lejano; el gobierno tradicional de los Zares se había corrompido al aceptar el veneno occidental. Y en 1917 la ruptura se hizo patente, brutal, casi definitiva. En los estertores del Imperio la necesaria y justa desigualdad que cifraba toda sociedad se había convertido en animadversión; la labor espiritual y rectora de las elites hacia el pueblo había desparecido (por la corrupción y la ociosidad) y los derechos ciudadanos habían hecho deslegitimar las obligaciones respecto a la patria y la fe. Y la propiedad se había convertido en caballo de batalla entre clases, leitmotiv del marxismo leninista triunfante en el octubre revolucionario, al verla los primeros como el medio para vivir de las rentas sin trabajo arduo, y los segundos como una forma de opresión de burócratas y terratenientes holgazanes.
El igualitarismo revolucionario había ganado en la nueva Petrogrado, y con ello se había desvanecido el orden heredado. Frente al mismo, que dominaba las mentes y controlaba las almas, solo cabía desarrollar una nueva «conciencia de la ley» (правосознание) adaptada en cada momento al desafío histórico, y sobre todo a ese Geist ruso, a ese alma transcendental del viejo Rus. Este concepto hacía referencia al fundamento de la auténtica y verdadera obediencia ciudadana, basada en la moralidad y la religiosidad, y centrada en la correcta comprensión individual de la ley y de su cumplimiento. Sin esa conciencia, construida y difundida nacionalmente, no había orden duradero y justo posible ni ley aceptada socialmente(idea publicada en su obra póstuma О сущности правосознания).
La Ley y el Poder, tradicionalmente fundados y jurídicamente legitimados, eran la única base para el porvenir de esa autoridad soberana, pilar colectivo de la «misión histórica» de una Rusia eslava pero «madre» de diferentes etnias y culturas bajo su seno (lo que le hacía rechazar el fascismo y el antisemitismo). Por ello escribió en О главном (Sobre lo importante) sobre la necesidad de construir una gran y poderosa Rusia superando los odios de clase, de raza y de partido.
b) El alma rusa.
Durante su exilio, Ilyin y los contrarrevolucionarios padecieron por su Rusia perdida y por su misma condición de rusos sin patria que defender. Los europeos, los occidentales no los entendían, no llegaban a comprender esa «alma rusa» que mantenía la llama de la resistencia, que llamaba por una misión y proclamaba el martirio en las estepas. A excepción de los hermanos serbios (a los que les unían lazos culturales y religiosos, y a los que ayudaron a superar la dominación turca en el siglo XIX), Ilyin solo encontraba incomprensión ante las desdichas del pueblo ruso. Aunque reconocía que no era un fenómeno desconocido, simplemente aún no lo había vivido en primera persona:
«Este no es un fenómeno nuevo. Tiene su historia propia. M. V. Lomonosov y A. S. Pushkin fueron los primeros en comprender el Rusia carácter distintivo, su peculiaridad respecto a Europa, su no-europeismo. F. M. Dostoievski y N. Danilevsky fueron los primeros en entender que en Europa no nos conocen, no nos entienden, no como nosotros. Han pasado muchos años desde entonces y lo hemos experimentado y confirmado por nosotros mismos» {28}.
La razón primera nacía, a juicio de Ilyin, del idioma. Los alemanes, que conquistaron y germanizaron a los eslavos occidentales (Austria, Bohemia y el norte de los Balcanes), y los Turcos, que dominaron a los Eslavos del sur, se crearon una gran frontera que convirtió a la lengua eslava en «extranjera y difícil» para Occidente. La segunda razón residía en la religión. La Ortodoxia era extraña para la Europa heredera del latín universal de la Iglesia católica, por el carácter nacional que conllevaba la tradición griega adoptada por los rusos. Y el tercer motivo de la incomprensión aparecía en su rechazo a la contemplación eslavo-rusa del mundo, de la naturaleza y del hombre, de su alma{29}.
Y este «alma rusa» siempre sería diferente a la occidental, nacida de Roma. El ruso «se impulsaba por su corazón y la imaginación» (y sólo después por la voluntad y la razón, dogmas en Occidente); esperaba sobre todo «la bondad, la conciencia y la sinceridad de la gente» (y no el cálculo y el raciocinio); gozaba de la libertad natural de expansión de su país, de la libertad de los apátridas, de la naturaleza dispersa de su población; se «sorprendía» y aprendía de otros pueblos «y sólo odia a los invasores que vienen a esclavizar»; valoraba más la libertad espiritual que la libertad jurídica formal; y nunca tomaba las armas contra los pueblos que no le habían molestado ni pretendía dominarles (a diferencia de Occidente, que despreciaba a sus vecinos y quería conquistarles){30}.
«Desde tiempo inmemorial, Rusia ha sido una nación perteneciente a la Cristiandad Ortodoxa. Su núcleo nacional-lingüístico, director y creativo, siempre confesó la fe Ortodoxa. Al comienzo del siglo XX, Rusia contaba con alrededor del 66% de la población Ortodoxa, alrededor del 17% de Cristianos no Ortodoxos, y alrededor de 17% en las religiones no Cristianas - unos 5 millones de Judíos y del pueblo Turco-tártaro. He aquí por qué el espíritu de la Ortodoxia se ha definido siempre, y todavía se define tanto y tan profundamente, en el tejido creativo de la federación de Rusia. Por los dones de la Ortodoxia, todas las personas de Rusia han vivido, han sido educados, y han encontrado la salvación en el transcurso de los siglos. Todos ellos eran ciudadanos del Imperio ruso - tanto los que se olvidaron de estos dones y aquellos que no se dan cuenta, renunciando y aún blasfemando; los ciudadanos pertenecientes a otras confesiones Cristianas; y otros pueblos europeos más allá de las fronteras de Rusia»{31}.
Así, el alma oriental fundaba una cultura peculiar, porque su espíritu era propio, diferente al de Occidente. Distintas Iglesias, divergentes estilos de vida familiar, diferentes literaturas, danzas, músicas, ciencias, incluso contrarios «en las mismas actitudes hacia el crimen, en el mismo sentido de la autoridad, no las mismas actitudes para nuestros héroes, genios, y en los zares». Aunque siempre, para Ilyin, «nuestra alma está abierta a la cultura Occidental; lo vemos, lo estudiamos, lo sabemos y, si hay algo, lo hacemos nuestro; nos hablan sus idiomas y el valor del trabajo de sus mejores artistas, ya que tenemos el don de la simpatía y la transformación». Los rusos admiraban e integraban lo mejor de los occidentales, pero estos, siempre orgullosos, rechazaban todo lo ruso, toda su tradición nacional-religiosa; era extraña, inquietante, extranjera. Solo admiraban el marxismo triunfante; era creación suya{32}.
En Europa Occidental, durante centurias, el pueblo ruso había sido visto, y caricaturizado, como nación de desconocidos, enigmáticos o «semi-bárbaros» que necesitaban ser colonizados y evangelizados. Pero debido al tamaño de su población, a sus enormes territorios y recursos naturales, y especialmente a sus grandes victorias militares en el siglo XIX y XX, Rusia comenzó a ser vista como «una amenaza existencial» al dominio mundial del Occidente, al presentar una identidad nacional y espiritual propia y alternativa. Por ello comenzó una gran campaña para la dominación del país por las potencias europeas occidentales, con diferentes estrategias bélicas, con la difusión por agentes de las formas republicanas y democráticas extranjeras, con la financiación de diferentes formas internas de subversión política y cultural, con pactos para su asilamiento internacional, y sobre todo, con la difusión mediática de un «imaginario» sobre Rusia centrado en su «naturaleza reaccionaria, su falta de cultura y su agresividad innata»{33}. Campaña que permitió el triunfo comunista en 1917 y hacía imposible la empresa contrarrevolucionaria décadas después.
Pero el alma rusa sobrevivió, para Ilyin, pese a su tendencia a las ilusiones sentimentales, tan propia, tan trágica. Lo hizo porque comenzó a entender el nuevo mundo, a reconocer a sus verdaderos enemigos, a no olvidar los errores pasados y a predecir con precisión los eventos futuros.
c) El futuro de Rusia.
Su tercera vía rusa, tradicional y conservadora, auténticamente nacional aparecía ya planteada en 1949. Una experiencia histórica ajena a las exigencias extranjeras, aunando lo mejor del pasado y lo mejor del presente, y donde esa autoridad soberana diese explicación a cada acto del devenir. En uno de sus textos capitales, El futuro de Rusia, lo explicó meridianamente claro{34}. El camino de Rusia no podía ser la democracia liberal occidental, ni el totalitarismo de izquierda o derecha. «Nosotros insistimos en el tercer camino para Rusia y consideramos que es el único correcto» defendía Ilyin{35}.
En primer lugar, la democracia liberal reducía al Estado a una simple Corporación, voluntaria y liberal, que «se construye de abajo hacia arriba» a partir de interés del individuo y la votación puntual («todo por el pueblo» era el ideal de la democracia formal). Todo era libre, nadie era responsable, desapareciendo «la medida de la libertad». Por ello esta Corporación estaba pasando por «un gran y prolongado periodo de la crisis», que «sólo podía tener dos resultados: o el triunfo de las dictaduras y la tiranía totalitaria de la dirección (lo que Dios no quiera!), o una actualización completa del principio democrático en el lado de la selección de los mejores y de la política de la educación».
Pero en segundo lugar, el totalitarismo convertía la vida del Estado era una mera Institución (por ejemplo, hospitales, institutos de enseñanza secundaria) que se construía siempre de arriba hacia abajo (incluso cuando la propia institución era establecida por voto popular); en ella «las personas interesadas en la vida de la institución, recibirán de él el beneficio y el uso, pero no mostraban su interés ni participan en su objetivo general. Aceptaban pasivamente a una institución -cuidado, servicios, beneficios y orden- que decide que se toma y que no; y, si acepta, en qué condiciones y hasta cuándo». La institución se basaba en el principio de la tutela de personas interesadas, y las autoridades no son elegidas sino designadas. «Y puesto que el Estado es una institución, en la medida de que el pueblo no la controla, no se decreta, sino que se educa y obedece» concluía Ilyin.
Ante dichas posiciones dominantes, Ilyin subrayaba esta especie de tercera vía: un modelo jurídico-político genuinamente ruso que asumía lo verdaderamente valioso tanto de lo corporativo como de lo institucional. La Corporación permitía a los ciudadanos participar del objetivo común y controlar a sus gobernantes, colaborando al Imperio de la ley; mientras la Institución sostenía la vida en común, más allá de vaivenes partidistas y bajo la gestión de los mejores, asegurando un Estado fuerte y neutral. Lo corporativo ayudaba a fiscalizar como una empresa al Estado, impregnándose de la solidaridad del autogobierno; lo institucional consolidaba la permanencia de la nación («el estado nunca dejará de basarse según un tipo de institución, especialmente en aquellos aspectos que requieren una única autoridad y disciplina: a saber, en los asuntos públicos de la educación, el orden, la corte, de control, de defensa, la diplomacia»).
Para Ilyin, la próxima «solución rusa» erradicaba, de raíz los excesos de ambos sistemas: la tiranía de los de abajo (que llevaba a la incapacidad del gobierno) y la de los de arriba (que conducía al nepotismo y a la parálisis del poder).
«El Estado en su sano ejercicio siempre combina rasgos de la corporación con los rasgos de la institución: se basa -desde arriba y desde abajo- sobre el principio de la autoridad pública de la tutela, y según el principio de la autogestión. Hay asuntos estatales en las que es relevante y útil el autogobierno corporativo; y hay algunos casos en los cuales es decididamente inapropiado e inaceptable»{36}.
Pero el nuevo Estado ruso debía establecer la mejor y más adecuada combinación de instituciones y corporaciones «para las condiciones de vida» de la nación: en función del territorio y sus dimensiones (efectividad del poder), la densidad de población (tipo de organización), las tareas del Estado (Imperio de la ley), la economía nacional (grado de desarrollo), la composición étnica (gestión de masas), la religión del pueblo (fidelidad y unidad), la composición social (tipo de solidaridad), el nivel cultural del pueblo (participación ciudadana) y la vida popular (carácter nacional){37}.
Sobre el análisis de estas condiciones se podía comenzar a construir el sistema jurídico-político futuro de Rusia, que permitiese la creatividad de la libertad y consolidase la unidad de la autoridad; que uniese, en suma, a los de arriba con los de abajo en una empresa histórica común:
«La próxima Rusia tiene que encontrar para sí mismo -de forma especial, original y pública- esta combinación de la institución y la corporación, que sería el modelo ruso, el nacional de los registros históricos, desde el imperio de la ley ante el dominio territorial de la Rusia revolucionaria. Frente a semejante tarea creativa, los llamamientos de los partidos extranjeros a la democracia formal se quedan ingenuos, frívolos e irresponsables»{38}.
Con el futuro e inevitable colapso de la Unión soviética (con los peligros asociados a su colapso y disolución), Rusia tenía que volver a construirse como un auténtico «baluarte eurasiático», universal y pacífico, desde la originalidad de su cultura, su geografía y su mentalidad. Una misión necesaria ya que, para Ilyin, Occidente siempre ha sido y seguiría siendo hostil hacia Rusia, al «no comprender y tolerar la singularidad de su pueblo», aprovechado su división para conquistar sus tierras y colonizar a sus gentes{39}.
Pero las críticas no tardaron en llegar. Sus tesis fueron despreciadas por los liberales occidentales y los comunistas bolcheviques. E Ilyin llegó a la conclusión de que ambos bandos querían la destrucción de la nación rusa. En 1950 escribió en Lo que promete el mundo con la desmembración de Rusia, como ese «mundo moderno» buscaba acabar con la independiente y soberana identidad rusa (monárquica y ortodoxa) ridiculizándola públicamente, como paso previo para desmembrar el país, repartírselo comercialmente y culturizarlo a la manera occidental. Anunciaba, además, que la futura caída de la bolcheviques, si no se construía un poder autoritario fuerte y unido alternativo y soberano, daría paso al «separatismo, al caos en los desplazamientos, a la vuelta a las matanzas, al desempleo, al hambre, al frio, al desgobierno..». Ante esta situación futura, Ilyin proclamaba que:
«Esto no es inteligente. No es una visión de futuro. Apresuradamente en el odio y desesperada en este siglo. Rusia- el polvo humano y el caos. Ella es ante todo una gran nación, sin desperdiciar sus fuerzas y sin desesperar en su vocación. Este pueblo necesita un orden libe, de paz, de trabajo, de la propiedad y de la cultura nacional. No lo entierren antes de tiempo!. Vendrá la hora de la historia dónde el pueblo ruso se levantará desde el imaginario del sepulcro y reclamará sus derechos!»{40}.
3. Bibliografía.
Una gran parte de su trabajo vio la luz tras su muerte. La censura soviética y el rechazo liberal lo hicieron casi invisible, como a la generación que buscó desde el exilio y la cárcel la liberación del comunismo desde ese «alma rusa» (desde Berdiayev hasta Denikin). En el año 2005 se publicaron los 23 volúmenes de sus obras completas, y además se publicó el documental «El Testamento del filósofo Ilyin» (de Alexei Denisov). Con la vuelta de sus restos mortales ese mismo año, fue objeto de una amplia recuperación de la mano del cineasta Nikita Mikhalkov, del jurista Vladimir Ustinov, del literato Alexander Solzhenitsyn, del erudito Nikolai Poltoratzky y del Ministerio de cultura ruso, que acogió en el Fondo de cultura rusa sus manuscritos de Suiza (tras ser recopilados desde 1966 en la Universidad de Michigan por Poltoratzky); fondo que recoge su biblioteca personal con más de 630 títulos, entre de libros, folletos y revistas, la mayoría escritos en su exilio helvético, siendo los más significativos:
Esta última obra, que compilaba sus escritos confidenciales entre 1948 y 1955 dirigidos a los miembros más incondicionales y cercanos de la ROVS, fue señalado como uno de los tres libros que debían ser distribuidos por el Kremlin como lectura recomendada para los gobernadores regionales y miembros de alto rango del partido Rusia Unida en 2014{42}. Estado fuerte, Imperio de la Ley, nacionalismo imperial; Ilyin se consagraba, política e ideológicamente, como ese bastión doctrinal que Putin citó como maestro ante la agresión, ante la ofensiva occidental que significaba otra prueba para la misión histórica de Rusia:
«Necesitamos la sobriedad y la vigilancia. Hay pueblos, estados, gobiernos, iglesias, organizaciones secretas y personas que son hostiles a Rusia, en particular, a la Rusia Ortodoxa, y aún más a la indivisible Rusia Imperial (..) El mundo tiene una abundancia de Rusófobos, los enemigos de la nación rusa, que se prometieron a sí mismos aplastarla, humillarla y debilitarla. Nunca debemos olvidar esto (...). No hay que esperar ninguna salvación del conquistador, ninguna ayuda desde el invasor, ninguna simpatía y comprensión por parte de los seductores religiosos, ninguna buena voluntad del destructor, o ninguna verdad desde el calumniador. La política es el arte de conocer a tu enemigo y hacerlo inofensivo. Quien no es capaz de hacer esto debe permanecer fuera de la política» (Ilyin, 1948){43}.
Notas
{1}е Президента Федеральному Собранию. 4 декабря 2014 года.
{2} Vid. Aleksander Duguin, La cuarta teoría política. Arktos, 2012.
{3} Sergio Fernández Riquelme, «Rusia y Oriente en Konstantin Leontyev», La Razón histórica, nº 30, 2015.
{4} Anton Barbashin and Hannah Thoburn, «Putin's Philosopher». Foreing Affairs, September 20, 2015.
{5} Para Zgustova, Ilyin era el gurú ideológico del imperialismo nacionalista de Putin, al fundamentar una «mano de Hierro» que una a todos los sectores conservadores el país en defensa de sus intereses, dentro de un régimen autoritario pero formalmente democrático «donde la Iglesia, los medios de comunicación y los partidos políticos se pueden tolerar siempre y cuando demuestren lealtad». Véase Monika Zgustova, Las rosas rojas de Putin. El País, 14/06/2014.
{6} « Это дивное слово - Россия". Izvestia, 1/12/2014.
{7} Ídem.
{8} El presidente Putin, en el Congreso anual de Valdai en 2016, volvía a reivindicar que «Rusia y Ucrania eran naciones hermanas». Vid. Radio Liberty, 27/10/2016.
{9} Sergio Fernández Riquelme, «Rusia como imperio. Análisis histórico y doctrinal». La razón histórica, nº 25, 2014, págs. 128-148
{10}Евлампиев И. И., Феноменология божественного и человеческого в философии Ивана Ильина, 1998.
{11} N.V.Rabotyazhev, «Historical philosophy and geopolitics of the russian conservatism: the analisis experience». En The Russian political science Yearbook, 2007-2008.
{12} Томсинов В. А., Тюренков М. А. Ильин Иван Александрович // Императорский Московский университет: 1755—1917: энциклопедический словарь. М., Российская политическая энциклопедия, 2010
{13} N. O. Lossky, History of Russian Philosophy. Allen & Unwin Ed.,. Londres, International Universities Press, 1951.
{14} Киселев А. Ф, Иван Ильин и его поющее сердце. М., Университетская книга, 2006.
{15} S. G. Rumin, "The importance of the unity and morality for a state governed by the rule of law and civil society as reflected in I.A. Ilyin’s philosophy". En Bulletin of Ryazan State University named for S.A. Yessenin, nº3, 2013, pp. 48-58.
{16} Discurso pronunciado por Iván Ilyin en Berlín, el 19 de noviembre de 1923, durante el VI Aniversario de la Federación de Voluntarios de Ejército Blanco. Extraído de la traducción al inglés de Mark Hackard de la obra de Ilyin en http://souloftheeast.org/ (2013-2014).
{17} Томсинов В. А., Мыслитель с поющим сердцем. Иван Александрович Ильин: русский идеолог эпохи революций. М., Зерцало, 2012
{18} Discurso, op.cit.
{19} Ídem.
{20} "Sobre el Poder y la Muerte" (1928). Véase I.A. Ilyin, Nashi zadachi.T. 1. - M, 1992.
{21} Христиане на службе // Возрождение. Париж, 1928.
{22} Ídem.
{23} Ídem.
{24} Ídem.
{25} Pierre Pascal y René Palacios More, Las grandes corrientes del pensamiento ruso contemporáneo. Madrid, Ediciones Encuentro, 1979.
{26} Зернов И. Иван Ильин. Монархия и будущее России. М., Алгоритм, 2007.
{27}Sobre la esencia espiritual de la Monarquía rusa y su posible organización corporativa véase a Георгий Титов, КОРПОРАТИВНЫЙ ПРИНЦИП И ПРАВОСЛАВНАЯ ГОСУДАРСТВЕННОСТЬ. La Razón histórica, nº27, 2014, pp. 250-258.
{28} "Against Russia". Trad. de Paul Robinson. En Russia-Insider, 11/01/2015.
{29} Ídem.
{30} Ídem.
{31} «Orthodoxy». Trad. de Mark Hackard. En The Soul of the East, 7/08/2015.
{32} "Against Russia". Op.cit.
{33} Ídem.
{34} «О грядущей России. Что есть государство - корпорация или учреждение?». Hronos, 2009 (Viacheslav Rumiantsev ed.).
{35} En su texto Sobre el Fascismo (1948), Ilyin señalaba como este movimiento surgió como reacción directa al bolchevismo totalitario y a la democracia liberal «sin salida» en seno del pensamiento conservador; puedo ser una alternativa viable de organización nacional-patriótica en la Historia, pero fracasó como movimiento político-social al ligarse al mismo anticristianismo de sus supuestos enemigos ideológicos.
{36} Ídem.
{37} Ídem.
{38} Ídem.
{39} I.A. Ilyin, op.cit, pp. 255-256.
{40} Ídem.
{41} Publicada en 1956.
{42} Andrew Stuttaford, «The (Re)birth of Ivan Ilyin», National Review, 19/04/2014.
{43} "Against Russia", op.cit.