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El Catoblepas, número 176, octubre 2016
  El Catoblepasnúmero 176 • octubre 2016 • página 2
Artículos

¿Democracia en las ciencias?

Tomás García López

Notas en torno a la pretendida «democracia en las ciencias» propugnada por Leo Coutellec, miembro del Grupo Materiológico francés, a petición de Alberto Fernández-Diego

Academia de las Ciencias de París, S. Leclerc, s. XVII

Liberado ya del reciente compromiso con la Escuela de Filosofía de Oviedo, paso a comentar esa duda que manifiestas sobre sí debes confrontar los sistemas del Materialismo Filosófico y el Materialismo Lógico francés en relación a la conexión entre las ideas de Ciencia y Democracia.

Con independencia de que el «fundamentalismo democrático facilón» sobrevuele por la cabeza de Leo Coutellec y sus colaboradores, como tú presupones correctamente, se me ocurre añadir otras dos líneas interpretativas paralelas del trabajo de este filósofo francés, específicamente gnoseológicas.

LÍNEA PRIMERA

Recurriendo a las dos respuestas posibles que pueden darse al problema del tipo de unidad que enlaza las partes heterogéneas del cuerpo de una ciencia, entre las que, naturalmente, se pueden incluir las observaciones (epistemología) y las particularidades «éticas» de los sujetos operatorios, al lado de otras muchas partes como: las definiciones, las proposiciones, las clasificaciones, los registros gráficos, los libros, las revistas, los congresos, los aparatos, los laboratorios, los laborantes..., Leo Coutellec, su prologuista Nicolás Bouleau, y Anne-Françoise Schmid, autora del epílogo, ofrecen, a mi juicio, en este escrito una respuesta eminentemente subjetualista.

«Cuando partimos de la heterogeneidad de las partes que constituyen el cuerpo de una ciencia es obvio que el primer problema gnoseológico, que de un modo muy general, se nos habrá de plantear es el problema del tipo de unidad que enlaza a esas partes. Cabrá distinguir, entre otros, dos tipos de respuestas extremas a este problema generalísimo: el primer tipo es el de las repuestas de naturaleza subjetualista o «mentalista» (acaso espiritualista, o incluso idealista); el segundo tipo es el de las respuestas de naturaleza materialista u objetualista». (Gustavo Bueno: ¿Qué es la ciencia?, Pentalfa ediciones, 1995).

Pues bien, los componentes subjetualistas, que no siempre tienen porque identificarse con subjetivos (caprichosos, imaginativos), aunque en el caso que nos ocupa haya una cierta concesión a lo «imaginativo» por la vía del «autonomismo ético» que incorporan a su análisis «epistemológico», estarían en su apelación al diálogo, máxima expresión de la «racionalidad» entre la «pluralidad de científicos», y en el consenso final al que «deben» llegar por integridad ética y tolerancia moral los miembros de la «comunidad científica».

No en vano tanto Coutellec (páginas 35, y 152), como Nicolás Bouleau en el préface (página 10), y Anne- Françoise Schmid en el postface (página 348) citan a Thomas Kuhn, creador de las nociones de «comunidad científica» y «consenso científico» implícito en la contraposición «ciencia normal/ciencia revolucionaria» y en el sintagma «paradigmas científicos»:

«En este ensayo “ciencia normal” significa investigación basada en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior... Su logro carecía suficientemente de precedentes como para haber podido atraer a un grupo duradero de partidarios, alejándolos de los aspectos de competencia de la actividad científica. Simultáneamente, eran lo bastante incompletas para dejar muchos problemas para ser resueltos por el redelimitado grupo de científicos. Voy a llamar de ahora en adelante a las realizaciones que comparten esas dos características, “paradigmas”, término que se relaciona estrechamente con “ciencia normal”... La ciencia normal no tiende hacia novedades fácticas o teóricas y, cuando tiene éxito, no descubre ninguna. Sin embargo, la investigación científica descubre repetidamente fenómenos nuevos e inesperados y los científicos han inventado, de manera continua, teorías radicalmente nuevas... Para reconciliar esta característica de la ciencia con todo lo que hemos dicho ya, la investigación bajo un paradigma debe ser particularmente efectiva como método para producir cambios de dicho paradigma». (Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, capítulo II, El camino hacia la ciencia normal, páginas 33 y 34, y capítulo VI, La anomalía y la emergencia de los descubrimientos científicos, página 92, F.C.E., reimpresión de 1978, traducción al español de Agustín Contín).

Y los componentes mentalistas, espiritualistas e idealistas de la respuesta de estos filósofos Materiológicos a la pregunta por el tipo de unidad de las partes heterogéneas del cuerpo de la ciencia podemos apreciarlos en su apelación a la ética formalista y a la teoría de los valores del altruismo, la responsabilidad, la tolerancia y la integridad, retazos tomados de Kant, Nagel... para «adornar» el dispositivo democrático personal, implícito en el diálogo para el consenso científico.

Pero desde el otro tipo de respuestas de naturaleza materialista y objetualista, la que da, por ejemplo, el Materialismo Filosófico, la unidad de las partes del cuerpo de la ciencia la proporciona los «objetos reales» o referenciales propios de cada campo científico, que, una vez cerrado (cierre categorial), neutraliza y elimina todos los componentes subjetuales, apotéticos, prolépticos o éticos, y no digamos ya los componentes meramente subjetivos basados en el capricho o la imaginación, por medio de las identidades sintéticas o teoremas.

En una palabra, la verdad de las ciencias en general y de las ciencias α-operatorias en particular es completamente independiente de la democracia, la aristocracia o de cualquier otro tipo de consideración sociológica o política.

Mención especial merece, claro está, la verdad de las Ciencias Humanas, porque ésta se resuelve en las propias operaciones o metodologías β-operatorias, siendo su estado límite β2 el reino de la praxis, la axiología, la deontología, la jurisprudencia..., reino éste en el que los componentes sociológicos o políticos de carácter democrático u aristocrático pueden jugar su papel. Pero resulta que en este estado β2 la ciencia humana en cuestión deja de ser ciencia para convertirse en algo simplemente humano «demasiado humano».

Y esto último es así, con independencia de que también las ciencias humanas pueden tener verdades α-operatorias, incluso verdades propias de las ciencias naturales. Esta situación de cientificidad natural de las ciencias humanas es lo que el Materialismo Filosófico denomina α1, bien es verdad que es su otro estado límite, y en él la ciencia humana en cuestión deja de ser «humana».

LÍNEA SEGUNDA

Recurriendo, ahora, a la doctrina de los ejes del Espacio Gnoseológico del Materialismo Filosófico, acaso podamos incluir estas apelaciones al «pluralismo democrático de los científicos», hechas por Coutellec, Bouleau y Schmid, dentro de la figura pragmática de los dialogismos.

Pero resulta que esta figura como las otras dos (autologismos y normas) del eje pragmático, así como los fenómenos (observaciones apotéticas), figura del eje semántico, y las operaciones del eje sintáctico, son todas ellas subjetuales, y, por tanto, no cabe duda alguna para caracterizar de subjetualista esta teoría de «la democracia en las ciencias» de Leo Coutellec.

FINAL

En conclusión, la pretendida «Democracia en las ciencias» de Leo Coutellec y compañía no es más que una de las muchas variantes de subjetualismo científico.

Ni los consensos, propios de un congreso de físicos, médicos u otras «comunidades científicas», ni cualquier otro tipo de dialogismos, sean o no democráticos, pueden determinar la verdad de una ciencia, porque ésta se encuentra en las estructuras o esencias del eje semántico, es decir en las identidades sintéticas o teoremas, a los que se llega por cursos operatorios diversos, y no, repetimos una vez más, por consenso paradigmático alguno, sea «normal» o «revolucionario».

Integrando, finalmente, estas tres líneas interpretativas podemos decir que la sublime invocación a la «Santa Democracia», con la que abren su particular composición epistemológica, y todos los movimientos ético-democráticos contenidos en ella, no dejan de ser, simplemente, dialogismos; o lo que resulta ser lo mismo, toda esta obra, escrita en clave subjetual, deviene en una reducción del cuerpo de la ciencia al eje pragmático del Espacio Gnoseológico.

Tomás García López
Oviedo 1 de febrero de 2015

 

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