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El Catoblepas, número 175, septiembre 2016
  El Catoblepasnúmero 175 • septiembre 2016 • página 11
Artículos

El deporte actual y el problema ético del dopaje

Domingo Fernández Agis y Alberto Fernández Castillo

Los autores analizan el uso de determinados recursos en el deporte profesional.

Las alusiones a las trampas en las actividades deportivas son ciertamente muy antiguas. Ya en la Ilíada de Homero encontramos una clara referencia a ello en su narración de los Juegos que se efectuaron en honor de Patroclo. A ello dedica el poeta griego el Canto XXIII de la citada obra, donde se describen las trampas realizadas por uno de los participantes en la carrera de carros para obtener la victoria {1}. Entonces estos asuntos se dirimían mediante un juramento ante los dioses {2}, hoy en día pocos creen en los dioses y son muchos menos los que conceden valor a los juramentos en los que los humanos los ponen por fehacientes testigos. Los propios deportistas se convierten en dioses caídos cuando, en los procedimientos de control a los que son sometidos, se detecta que han hecho trampa. Por otra parte, su palabra de poco vale ante los datos derivados de las pruebas de laboratorio, que demuestran que han ingerido tal o cual sustancia para aumentar sus prestaciones deportivas.

En la segunda mitad del siglo XVIII, se inicia el proceso de medición sistemática de los resultados de la actividad deportiva, al tiempo que en ésta se tiende a prestar cada vez una mayor atención a la mejora progresiva de los mismos. Con anterioridad, se concedía atención al ejercicio físico en relación con la higiene vital y, quienes recomendaban su realización, alertaban contra cualquier tipo de exceso en su práctica efectiva. La consigna era no sobrepasar los límites, no excederse jamás en el esfuerzo.

Desde finales del siglo XIX se considerará, por el contrario, que el exceso es tan legítimo como necesario. Se produce una estandarización progresiva de las pruebas deportivas y hace su aparición la noción de récord. Por otro lado, se empiezan a construir instrumentos destinados a aumentar el rendimiento deportivo y a medir con precisión los resultados obtenidos. Como si se tratara de una maldición que necesariamente ha de acompañar a este enfoque de la actividad deportiva, de esta misma época datan los primeros casos documentados de dopaje.

La focalización del éxito deportivo en la superación continua de las marcas es el factor primordial que ha de tenerse en cuenta para explicar la existencia del dopaje, aunque no sea el único ni mucho menos. En ese sentido, sería pertinente recordar las reflexiones de Martín Heidegger, a propósito de la dependencia que nuestra sociedad tiene de la técnica y cómo dicha dependencia acaba determinando nuestra relación con todos los aspectos de la vida individual y social. En efecto, para él, la técnica «no es meramente un medio», por el contrario, se ha convertido en el modo en que se nos desvela la verdad. Dicho de otro modo, hoy sólo se admite como verdadero aquello que es revelado como tal por la técnica {3}. En el ámbito deportivo, se depositan en la técnica todas las esperanzas de lograr un determinado resultado. Ahora bien, entre los recursos técnicos en los que se apoya dicha búsqueda de resultados encontramos unos que son legítimos y otros que no lo son.

Desde esta perspectiva, se habla del dopaje en contraposición al juego limpio. El consumo de sustancias y la utilización de procedimientos ilegales para aumentar el rendimiento deportivo, estaría en contra de la limpieza en la actividad deportiva, ya que concede una ventaja ilegítima a los deportistas que utilizan dichos subterfugios.

No obstante, una aproximación diferente es la que nos ofrece la visión del mismo campo de actividad si lo contemplamos desde el ángulo del ideal de pureza. En este sentido, es muy relevante la aportación de Vladimir Jankélévitch en su obra, Lo puro y lo impuro. En esa obra señalaba el genial pensador que «la pureza comparte este principio con todas las virtudes frágiles: el niño es la inocencia misma, o la pureza sustancial, pero, por definición, lo ignora; el niño es puro, pero no lo sabe, y precisamente esta ignorancia es su pureza; el adulto consciente lo sabría e incluso lo sabría demasiado bien si lo fuese, ¡pero justamente porque lo sabe deja de serlo!» {4}

Otros aspectos a tener en cuenta poseen relación con el papel que el deporte desempeña en la geopolítica contemporánea. Desde esta perspectiva, las recientes revelaciones de dopaje generalizado en la federación rusa de atletismo resultan tremendamente esclarecedoras. Ante todo, hay que señalar que constituyen un ejercicio de parresía por parte de aquellos funcionarios y deportistas que dado a conocer la existencia de dichas prácticas. Etimológicamente, el término parresía alude a decir la verdad y no ocultar nada de ella. Pero tanto en el mundo griego clásico como en el ámbito monacal cristiano medieval, la parresia se establece en determinadas condiciones y adquiere todo su valor cuando quien la practica asume el riesgo que supone la manifestación y expresión de la verdad, sobre todo ante quienes son más poderosos que él. Por ello, la parresia tiene una dimensión personal, pero también una dimensión política {5}. En efecto, se dan en este suceso todas las características propias de la práctica parresiástica, en la que un individuo revela una verdad incómoda para cierto poder establecido, arriesgando su vida al hacerlo, como muy bien nos explicó Michel Foucault. Por otro lado, es interesante estudiar la reacción de otros países y de la propia Rusia al trascender a los medios de comunicación estas informaciones. Esto nos lleva a traer a colación otro aspecto esencial de la parresía, que es la importancia del kairos, del momento en que se dicen las cosas, para que el discurso verdadero tenga su máxima efectividad {6}. Esto nos ayuda a comprender la dimensión política y mediática del deporte, que tanto pesa sobre él y que provoca la irremediable desaparición de la pureza.

En todo caso, la utilización de EPO, anabolizantes, hormona del crecimiento y otras muchas sustancias, parece haberse realizado en este caso siguiendo un plan sistemático, trazado para asegurar al país un lugar preeminente en el mundo del deporte. En ese contexto, se ha efectuado, de ser ciertas las informaciones disponibles, un trabajo concienzudo para evitar la detección de dichas prácticas en los controles antidopaje. Se ha señalado que la propia agencia rusa antidopaje (RUSADA) ha colaborado de forma activa en la realización de este fraude a gran escala. No en vano, parece haber quedado claro que para sus dirigentes la obligación primera de esta agencia es proteger los intereses del Estado ruso y no velar por la limpieza del deporte.

Todo ello tiene una clara dimensión geopolítica y, partiendo de ese presupuesto, tendríamos que indagar con cautela en dos circunstancias: por qué hablan los que hablan y por qué callan los que callan. Sin duda, nada es azaroso en un suceso de estas características.

A su vez, tampoco ha de olvidarse el sinsentido actual del ideal de pureza, cuando se refiere a la práctica deportiva. En cierta forma, existe una contraposición directa entre la búsqueda obsesiva de un record y el ideal de la pureza. Desde esta perspectiva, un deportista «está limpio» cuando no hace nada que contravenga la legislación antidopaje, lo que en sí mismo no otorga a nadie un certificado de pureza.

En cualquier caso, el problema está ahí y sus implicaciones éticas tienen un gran calado. Sin ir más lejos, apenas iniciados los Juegos Olímpicos de 2016, el primer día de competición y recién acabada la ceremonia de apertura, ya se reveló el primer caso de dopaje en la persona del atleta chipiotra especialista en la disciplina de halterofilia, Antonis Martasides. Otros deportistas, estaban esperando en ese mismo momento un veredicto negativo del COI tras algún control reciente, y por eso se quedaron en casa para evitar el bochorno de ser excluidos una vez empezada la competición olímpica.

Nuestra forma de concebir el deporte, en la que el record y las marcas se sitúan en el centro de la práctica deportiva, hace que la cuestión del dopaje se convierta en un asunto crucial. El entrenamiento puede acercar a un deportista a sus objetivos pero, además de él, no es extraño que busque apoyarse en todo aquello que pueda ayudarle a conseguirlos, desde la indumentaria a la alimentación, pasando por los medicamentos. En ninguno de esos ámbitos es posible dejar de intervenir, puliendo progresivamente para hacerlo de forma eficiente los instrumentos de control, como intenta hacer día a día la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). En ese sentido, resulta necesario establecer con claridad y controlar los límites de dicha intervención, cerrando así el paso a las corruptelas que periódicamente se revelan.

Como actividad regulada hasta en sus menores detalles, el deporte ha de ser objeto de una permanente atención y regulación por parte de agentes externos. Bien sabemos que la actividad deportiva no se basta a sí misma. Existe para ser mostrada y por ello es decisivo que los objetivos sean logrados en un encuadre institucional que les de valor y legitimidad.

El deporte ya no es una lucha del deportista contra sí mismo. Es un combate contra instrumentos técnicos y un espectáculo, en el que se valora por encima de todo el resultado en su expresión más contundente y objetiva. En el deporte actual, ser es ser más.

En este contexto, el deportista que bate records y se mantiene limpio, se ha convertido en un nuevo héroe contemporáneo. El mensaje que transmite subraya que ha logrado sus objetivos sin hacer trampa. Es decir, tomando únicamente como base sus cualidades naturales y su continuado esfuerzo.

Sin embargo, en el ser humano es muy difícil establecer una separación tajante entre lo natural y lo artificial. Por otra parte, el deporte moderno tiende a alejar progresivamente a quien lo practica de «lo natural». En efecto, no hay nada natural en las prestaciones que, aun sin recurrir al dopaje, obtienen los deportistas de élite. Éstos son hiperespecialistas en una determinada modalidad deportiva y dedican literalmente sus vidas a conseguir una mínima mejora en los resultados que pueden obtener en ella. Su enfoque de la actividad deportiva se aleja cada vez más del modo en que el resto de las personas practican deporte. Piénsese, por ejemplo, en los indudables beneficios del deporte para sus practicantes comunes durante toda la vida, desde la infancia hasta la vejez, o en un caso particularmente relevante como es el del deporte escolar. Como otro elemento positivo de contraste con el deporte de élite, también habría que citar aquí las actividades deportivas populares, en las que cada año se inscriben millones de personas. Sin embargo, lamentablemente, también en actividades como las carreras populares se han detectado ya casos de dopaje {7}.

Sea como fuere, el deporte de élite en nuestros días lleva, a quien así lo practica, a alejarse de forma irremediable del ideal de desarrollo armónico y completo que estuvo en el origen mismo del deporte clásico. También se ha convertido, en el caso de los deportistas de élite, en un medio de vida sujeto a fuertes exigencias e insoportables presiones. Por todo ello, la tentación del dopaje estará siempre presente y la necesidad de velar por la limpieza, aunque ésta no pueda ser nunca absoluta, será cada vez más apremiante. Necesitamos héroes y no hay nada más demoledor que el descubrimiento de que nuestros héroes hacen trampa.

Notas

{1} Homero, Ilíada, Canto XXIII, 265 y ss., Madrid, Cátedra, 2004.

{2} Ibídem, 585.

{3} Heidegger, M., «Die Technik und die Kehre», Anales del Seminario de Metafísica, nº 24, 1990, p. 135.

{4} Jankélévitch, V., Lo puro y lo impuro, Madrid, Taurus, 1990, p. 7.

{5} Foucault, M., «La parrêsia», en Foucault, M., Discours et vérité, Paris, Vrin, 2016, pp. 24 y ss.

{6} Ibídem, p. 44.

{7} http://www.lavozdegalicia.es/noticia/deportes/2015/11/12/dopaje-aficionado-dispara/0003_201511G12P52994.htm

 

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