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El Catoblepas, número 175, septiembre 2016
  El Catoblepasnúmero 175 • septiembre 2016 • página 10
Artículos

El derrumbe de los dioses (I)
Una Crítica a la Economía Política Socialista

Manuel Antonio Jiménez Castillo

El marco económico socialista o de planificación perfecta se asienta sobre bases del todo ideológicas. Su relación desde la realidad «económica» se encuentra mediada por un mecanismo de corte trascendental donde lo real queda sometido a un proceso ideológico de «mala finitud». Solo por medio de esta trasgresión no-empírica se puede defender la empiricidad del modelo.

1. Introducción

Un viejo fantasma ideológico parece reinstalarse de nuevo en la academia. Creída ya muerta la historia y con ella el fin del hombre político (Fukuyama 1992), la dilatada crisis económica y social que padece el viejo continente ha despertado una lucha político-ideológica que se presentaba extinguida desde «las fuerzas compulsivas de los hechos». Unos hechos que mediados desde la interpretación del sistema de libre-mercado se imponen a ciegas y cuyos efectos «no-intencionados» resultan de esas mismas leyes que instauran la facticidad de la «auto-regulación del sistema». Simultáneamente, y desde la otra cara del espectro ideológico, se ha identificado a esas mismas fuerzas como génesis de un resurgimiento en el espacio civil de la que fue expresión totalitaria en los asuntos propios del individuo (Bidet y Duménil, 2009). Una expresión que encuentra en sus fundamentos el intento por enfrentar la imposibilidad de alcanzar una organización social completa capaz de procesar en términos de eficiencia la enorme complejidad que anida en todas y cada una de las relaciones económicas. Tanto el modelo neoclásico como socialista emergieron para presentarse como el único capaz de alcanzar un equilibrio total de la economía que diera paso al deseado orden social. Ambos marcos ideológicos fueron presentados desde una negación de lo real a partir de la proyección idealizada de una serie de presupuestos teóricos. Desde tales premisas se establece un mecanismo no intencionado por el cual ambos enfoques quedan constituidos como fuerzas antagónicas -donde el uno es negación del otro y el otro del uno- siendo solo en esa dependencia (acción-negación) donde demuestran ser ideológicamente seguros. Tal dialéctica dependencia se articula necesariamente a partir del «principio empírico de imposibilidad» (Hinkelammert, 2002), por el cual, las categorías de pensamiento teórico de tales disciplinas encuentran límites que no derivan de la construcción lógica de sus estructuras sino de su ordenación fáctica. Así, el desarrollo analítico de tales pensamientos se dispondría desde una estrecha relación entre teoría y acción, de tal modo que los límites de posibilidad vendrían marcados por la acción humana y no por la estructura lógica del sistema. Ante esta limitación solo cabe tomar un rasgo empírico central de la realidad para a través de un proceso infinito -empíricamente no realizable- presentar un proyecto definitivo y lograble consecuencia del propio discurso ideológico. De esta manera se consigue «superar» la limitación empírica trasladándola proyectivamente a un futuro no decible de realización definitiva.

A lo largo de las páginas siguientes analizaremos como el marco económico de planificación central o socialista se desenvuelve en términos analíticos con el fin de gestionar la imposibilidad empírica adherida a su estructura categorial. Igual que realizaremos para con el sistema de pensamiento capitalista en la segunda parte de este trabajo; El derrumbe de los dioses (II): Una crítica a la economía capitalista, identificaremos el funcionamiento ideológico que más allá de su repercusión normativa permite al sistema socialista superar en términos lógicos lo que fácticamente es del todo inasumible. De tal hecho, sostendremos como más allá de lo pretendido, el marco teórico socialista sufre de los mismos límites y se instruye de simétrica estrategia ideológica que pesa sobre el marco neoclásico (Jiménez-Castillo, 2016). De manera que su ferra y dilatada defensa es solo plausible desde razones que se escapan al rigorismo científico. Todo ello con el fin de sostener que más allá de la particular estructura formal que acompaña a su realidad ideológica podemos vislumbrar como su ámbito teleológico (equilibrio general) así como los medios que supuestamente lo posibilitan (principio de planificación centralizada) descansa sobre una imposibilidad empírica que solo acierta a encubrirla desde un proceso que condena la realización del enfoque a un siempre aplazado «por-venir». Prueba evidente de tal hecho es constatable con una inmediata atención a lo concreto donde más regulación se acompaña de mayor libertad como propiedades inherentes a todo mecanismo complejo e imperfecto que en su fin profese como realidad desarrollo económico y bienestar. Sin más dilación nos introducimos en la cuestión acordada.

2. El marco utópico del pensamiento socialista

¿Es posible un sistema central de planificación total que nos conduzca al equilibrio general? Esta pregunta encierra el núcleo duro del pensamiento económico socialista que como tal, será presentado desde sus inicios como un concepto trascendente (no empirizable). Su posibilidad viene anulada inmediatamente a ojos de Hayek. En su obra La pretensión del conocimiento el economista austriaco afirma que sin precios el cálculo económico racional es implausible. Sin mercados, la planificación se revela utópica. En otras de sus obras, Economy and Knowledge, Hayek hace referencia explícita a la imposibilidad para resolver las millones de ecuaciones de un modelo de equilibrio general. Recalcando problemas de tipo computacional «computational difficulties» acierta a sostener como ningún plan centralizado podría anticiparse a las infinitas reacciones de los agentes cuya información se encuentra dispersa y desordenada (Hayek, 1937). Aunque en sí no se revela analíticamente incoherente como sí ocurre con el sistema de competencia perfecta (Jiménez-Castillo, 2016), su impedida facticidad queda reafirmada cuando sostiene «la imposibilidad de un cálculo económico racional en una economía centralmente dirigida, en la cual necesariamente no puede haber precios» (Hayek, 1937:188). Sin precios en una economía de no mercado la imposibilidad del equilibrio general resulta en caos político y social (Von Mises, 1929; Hayek, 1937). Un desorden precedido a la ausencia de mecanismos que puedan transferir información relevante a los plan-makers desde las bases de una economía no monetaria. Exprimiendo la línea de la escuela austriaca, se podría sostener el hecho paradójico por el cual, la planificación total exigiría la ausencia de cualquier planificación, pues planificar implica necesariamente aceptar que las cosas ocurren de un modo incierto. Si fuera posible la planificación completa como expresión de una certidumbre absoluta, la planificación quedaría revelada para sí misma como un fenómeno no empírico, pues ordenar aquello que se encuentra ordenado en sí carece de relevancia.

Empero, la imposibilidad de conocimiento perfecto por parte de un planificador central es empíricamente implausible no solo por una razón de racionalidad limitada (Hayek, 1937), sino por un principio de conflictividad entre los agentes. Incluso asumiendo la posibilidad de un conocimiento/previsión perfecta entre agentes, ello conllevaría inevitablemente a una paralización total de la acción resultante, tal y como se deriva de la paradoja de Morgenstern (1970). Aunque esta paradoja -que supone un regreso ad infinitum de reacciones entre sujetos sin solución- está referida al supuesto de previsión perfecta bajo la tesis de competencia perfecta, consideramos que su aplicación a nuestra cuestión particular es del todo relevante, máxime cuando ambos enfoques presentan idéntica arquitectura ideológica. De tal paradoja se deriva como cualquier decisión conlleva siempre una abrupta violación de intenciones lógicas mutuamente inter-dispuestas. Si se presume previsión perfecta a todos los agentes del sistema, la planificación sería empíricamente inasumible pues su realización siempre quedaría pendiente de intenciones presentes mutuamente conocidas que impiden la realización de la acción. De acuerdo con Morgenstern, solo en la ruptura de «reacciones mutuas» es posible la acción planificada. En este sentido, si los agentes particulares rediseñan sus objetivos de producción y consumo a la luz de las previsiones del planificador central y viceversa, «el hecho es que se efectúa siempre un cálculo de los efectos del comportamiento futuro propio sobre el comportamiento ajeno futuro y viceversa, (.)» (1970:257). El resultado es que la empiricidad de la planificación perfecta se resuelve claramente inconsistente.

La relevancia de esta paradoja es ilustrativa para nuestras intenciones, pues pone de relieve como la solución utópica (equilibrio general) no derivaría de un progresivo mejoramiento de las posibilidades técnicas pues cualquier avance queda disuelto ante tal imposibilidad. Ante este acontecimiento, ¿qué hace el marco socialista de planificación perfecta? Proceder a la transposición ideológica por medio del concepto inmanente (tendencia al equilibrio). Ante la misma dificultad presentada en el marco neoclásico (Jiménez, 2016), se constituye el espacio ideológico de aproximación que niega a lo implausible del concepto trascendente manifestarse como contradicción desde una realización condenada a un futuro indecible. Ahora bien, tal estrategia (de corte muy hayekiana) implica errores de fondo pues si la planificación perfecta se muestra inconsistente su concepto inmanente no puede ser más que aproximación a lo inconsistente. Pues no es correcto sostener que aquello para lo que se dispone un fin fuera ajeno a la naturaleza del fin hacia el que se predispone (De Aquino, 2010). No obstante, más allá del razonamiento al puro estilo del aquinate, el concepto inmanente no se revela imposibilitado en exclusividad por su sola tendencia a lo implausible en modo ad infinitum sino que y más allá de ello, muestra para sí mismo incoherencias definitivas. Dedicaremos el siguiente apartado a estudiar sus inconsistencias empíricas para demostrar como la sombra de la «mala infinitud» se presenta con total arreglo.

3. El mecanismo ideológico: preliminares de un fracaso anunciado

Frente a lo que acontece en el marco neoclásico, los indicadores monetarios no derivarán de las reacciones entre el libre juego de oferta y demanda (Hinkelammert, 2002). El marco socialista considera que sometiendo las interacciones sociales a la realidad del mercado monetario se generarían una «secuencia de equilibrios económicos de las más variadas formas: desarrollo desigual, desempleo, pauperización, destrucción ecológica, etcétera» (Hinkelammert, 2002:231). Para evitar tales sucesos, se fijan los precios ex-ante y se condicionan a las posibilidades técnicas de cálculo de cada uno de los productos y servicios intermedios y finales dispensados. Empero, el marco socialista encuentra desde un primer momento un impedimento fáctico pues se estima implausible en términos espaciales y temporales una planificación que contenga todos los productos posibles y que sea tan flexible como para adaptarse instantáneamente a cada una de las reacciones posibles. «Cuanto más productos se planifican, más tiempo toma el proceso de cálculo del plan, y más lejos se encuentra el plan del momento en el cual son tomados los datos para su elaboración» (Hinkelammert, 2002:230). Este doble hecho determina los límites empíricos de la planificación perfecta. Una aproximación hipotecada a unos precios «objetivamente condicionados» cuya determinación no responde a ninguna función de bienestar donde las preferencias se antepongan como expresión subjetivada de la acción resultante. A tal fin, los valores de cambio han de someterse a algo tan objetivo que permita fijarse sin arbitrariedad y conflicto, esto es, cantidades materiales determinadas por el trabajo incorporado a su realización. De este modo, se obtiene a partir de una medida válida de los costes de producción, una planificación de equilibrio desde la subordinación a una economía estacionaria (Von Mises, 1929; Nove, 1983; Mandel, 1986)

The plan calls for production of some specific vector of final consumer goods, and these goods are marked with their social labour content. If planned supplies and consumers demands for the individual goods happen to coincide when the goods are priced in accordance with their labour values, the system is already in equilibrium. In a dynamic economy, this is unlikely. If supplies and demands are unequal, the «marketing authority» for consumer goods is charge with adjusting prices, with the aim of achieving short-run balance» (Mandel, 1986:34).

Ahora bien, el precio por obtener un modelo perfecto de planificación no es otro que el del incompleto y desajustado mecanismo que lo posibilita. Tal hecho supone un reduccionismo axiológico radical pues tiene que determinar el valor a un asunto tan objetivo como estático y uniforme. En ella, las distintas formas de trabajo quedan homogenizadas a un acto de pura conmensurabilidad arrastrando todas las limitaciones inherentes de la teoría económica clásica (Lange, 1970).

4. El mecanismo ideológico: identificación y desarrollo

¿De qué alternativas dispone el marco socialista para superar la imposibilidad empírica? La primera de las posibilidades exige un alejamiento del modelo en términos categoriales. Ya no sería un marco que pretende la planificación perfecta con vistas a una planificación total, sino que consciente de los impedimentos asume la necesidad de insertar las relaciones mercantiles en el contexto de un marco de planificación perfecta. Este modelo desarrollado por Lange en el que solo los precios de los recursos serían planificables por una administración central se sometería a un sistema de ensayo y error «trial and error» donde los precios de los bienes productivos se ajustan a un equilibrio entre demanda y oferta de cada bien. Esta estrategia no podría superar la razón que la originó pues, tal y como advierte Hayek, el tiempo requerido en el sistema de ensayo-error es superior al requerido por el mercado (Hayek, 1974). Lo que sí reporta estabilidad empírica al marco socialista es sumirse en un mecanismo netamente ideológico donde la imposible realización fáctica del sistema es aplazada en términos progresivos a un tiempo no decible. Este proceso que Hegel denominó de «mala infinitud» consigue superar la imposibilidad empírica del modelo a condición de que su realización sea pospuesta imperpetuum. Un aplazamiento fundamentado en la expectativa sustraída del progreso que supone lo tecnológico. La idea que reposa detrás de tal mitificación tecnológica no es otra que la de abordar para un no presente un sistema de «información, contabilidad, indicadores y estímulos económicos que permitan a los órganos locales de toma de decisión evaluar la ventaja de sus decisiones desde el punto de vista de toda la economía» (Kantorovich, 1959:98). Existe un impulso que proyecta el éxito de la planificación total a un cálculo perfecto donde todas las incógnitas queden resueltas. Un hacer donde «los problemas de cálculo que parecían intimidantes en el pasado hoy se pueden manejar fácilmente mediante super-computadores» (Cottrely & Cockshott, 2008). Ta progresivo optimismo tecnológico acaba suplantando a la realidad, y como ocurría en el marco neoclásico, se convierte en el eslabón de lo ideológico que conecta con lo empírico. De modo que lo real es presentado de nuevo como una subversión de lo empírico reducido al cumplimiento no decible de un desarrollo tecnológico infinito. Con todo esto; ¿hasta qué punto es realista pensar que lo presentado como progresión tecnológica infinita donde «métodos y algoritmos nuevos permitan el cálculo de todos los componentes» no es una completa ilusión trascendental?

Para ello se vierte necesario distinguir entre dos elementos que nos clarificarán la cuestión. Por un lado, se encuentra el progreso tecnológico y su auto-reproducción inmanente; por el otro, encontramos un telos de planificación total a partir de un cálculo perfecto de la sociedad mediado por un indecible progreso tecnológico. Ambos elementos asociados al marco ideológico socialista adquieren una naturaleza independiente. Que el progreso tecnológico supone una ampliación de lo posible no implica necesariamente de ningún tipo de proyección hacia lo indeterminado, pues ya desde el presente se revela como cierto. No obstante, ello no alcanza para sostener que partiendo de tendencias tecnológicas actuales se anuncien metas que supongan un conocimiento perfecto de las posibilidades presentes y futuras de cada uno de los fenómenos sociales. El progreso tecnológico no encierra ningún tipo de causa en sí que nos permita pensar que en algún momento la voluntad colectiva quede determinada a hechos previstos por el devenir tecnológico. De hecho, no es en tal razón en la que la confianza de Kantarovich (1959) y otros se sostiene. Su tendencia no nos muestra la posibilidad de lo imposible pues para ello sería requisito necesario conocer lo imposible, y tal hecho se revela del todo implausible. Su confianza en un progreso técnico no se alimenta de que tal hecho haga realmente posible aspectos hoy no calculables, sino en la imposibilidad de establecer límites al crecimiento tecnológico resultante. Ahora bien, este crecimiento exponencial e imprevisible de la ciencia lo es para sí, en tanto y en cuanto pueda hacer plausible aquellos fenómenos que no siendo actuales sean «tecnológicamente plausibles». El mismo hecho de no poder conocer los límites de lo plausible a nivel tecnológico no nos debe llevar a aceptar que por ello cualquier resultado sea posible tecnológicamente. Una cosa es aquello que puede ser y que todavía no es como por ejemplo, una cura efectiva y definitiva contra el cáncer y otra muy diferente es aquello que todavía no es porque no puede ser para ningún presente futurible, por ejemplo, un perpetuum mobile. Lo que pretende la técnica no es un progreso indefinido de lo tecnológico sino posibilitar todos los fines cuantitativamente necesarios en el marco del producto socialista. Para ello deduce desde un plano de razón lógica -el progreso indefinido de la tecnología- un hecho empírico general. Dice Popper en la Miseria del Historicismo,

«Mi prueba consiste en mostrar que ningún predictor científico -ya sea hombre o máquina- tiene la posibilidad de predecir por métodos científicos sus propios resultados futuros. El intento de hacerlo sólo puede conseguir sus resultados después de que el hecho haya tenido lugar, cuando ya es demasiado tarde para una predicción; puede conseguir sus resultados sólo después que la predicción se haya convertido en una reproducción» (1999:134).

Esto nos trae a colación la cuestión sobre los conceptos históricos y meta-históricos ya tratados para el marco neoclásico y que en su pretendida dependencia muestran ser fundamentales para el supuesto ideológico de «mala infinitud». Si la tecnología tiene la capacidad de hacer plausible lo implausible, ¿cómo podemos establecer una nítida diferenciación entre los conceptos históricos y meta-históricos? ¿Cómo saber que aquello que referimos como meta-histórico (perpetuum mobile) no es un histórico aun no acaecido? O en otras palabras, ¿cómo sostener que frente a la idea laplaniana según la cual la predictibilidad del universo se encuentra castigada por un conocimiento finito, su naturaleza universal es realmente para sí no determinable? Y finalmente, ¿cómo sostener que su indeterminación no sería producto de nuestra razón limitada y sí de su propia condición esencial? Preguntas que requerirían un análisis que se escapa de los límites de este trabajo pero que su enunciación nos permite identificar las raíces del desarrollo ideológico socialista. Con respecto a la última de ellas Bolzman responde haciendo hincapié sobre la naturaleza de unos fenómenos colectivos cuyo resultado no intencionados compone una estructura «generada por mecanismos de ruptura, dando lugar a evoluciones regidas por comportamientos caóticos» (Nieto de Alba, 1997). Tal caoticidad niega cualquier principio desde el que se dirima una razón autónoma que consiga discernir todas las posibilidades reales y potenciales de cualquier estado social. Es ella misma quien se presenta como acción sustancial del hecho acontecible por lo que no tendría sentido para sí si el progreso tecnológico fuera deslumbrando una salida a tal desorden. Por tanto, sabiendo que su plausibilidad deriva de un hecho que se superpone a la auto-reproducción tecnológica, conectar planificación total con reproducción tecnológica termina por explosionar en términos ideológicos. Utilizar los márgenes de lo posible es lo que convierte al marco socialista en un encuadre netamente ideológico, que a su vez se muestra necesario para evitar así el insensible juicio que le aguarda lo sintético.

5. Para concluir

La historia nos ha revelado narrativamente lo que en términos lógicos parece una evidencia clara e inconfundible: el pensamiento económico socialista reposa sobre premisas netamente ideológicas cuya empírica realización se hace del todo implausible. Su desarrollo analítico no es más que una lucha donde lo sintético de su realización queda domesticado y por consiguiente aplazado a un futuro no decible. Para ello utiliza los márgenes de lo indeterminado como instrumento con el que «superar» lo que de implausible anida en aquello que «todavía no es porque no puede ser». Negando su realización, consigue el efecto «ideológico» deseado. Un hacer «como sí» cuyo fundamentarse ya no es desde aquello que se manifiesta como lo que es en sí y para sí real sino el puro aplazamiento asentado en las conciencias como simple por-venir.

6. Bibliografía

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Cottrell, A. y Cockshott, P. 2008. «Computadores y democracia económica», Revista de Economía Institucional 10(19):161-205.

De Aquino, T. 2010. Suma contra los gentiles, Porrúa.

Fukuyama, F. 1992. El fin de la historia y el último hombre, Planeta.

Hayek, F. 1937. «Economics and Knowledge», Economica 4(13):33-54.

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Jiménez-Castillo, Manuel A. 2016. «Ideología y pensamiento neoclásico. La competencia perfecta como mito fundacional», Cinta de Moebio. Revista de Epistemología de Ciencias Sociales, 55.

Kantoróvich, L. 1959. La asignación óptima de recursos, Ariel.

Lange, O. 1970. Ensayos sobre planificación económica, Ariel.

Mandel, E. 1988. «The myth of market socialism», New Left Review, 69.

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Nove, A. 1983. The Economics of Feasible Socialism, Routledge.

Nieto de Alba, U. 1997. Historia del tiempo en economía: Predicción, caos y complejidad, McGraw-Hill.

Popper, K. 1999. La miseria del historicismo, Alianza Editorial.

Von Mises, L. 1929. Crítica del intervencionismo, Unión Editorial.

 

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